Introducción
“La esperanza es un veneno mortal. “
Año 1806 del calendario imperial.
El Imperio Cross había sufrido la derrota más dolorosa de su historia.
Maximiliano II, Emperador y caballero legendario, murió en combate para salvar al resto de su ejército en la Batalla del Eclipse Rojo.
Fue una tragedia de proporciones épicas.
Un balde de agua fría para toda la esperanza del Imperio Cross.
Las mujeres no pararon de llorar y los hombres se ahogaron en alcohol, jamás se había lamentado tanto una muerte en medio de la calamidad. Pues había sido Maximiliano II el encargado de hacer frente al ejército celestial, una horda de monstruos y salvajes que le declararon la guerra a toda la civilización.
6 años atrás, el cielo se tornó rojo y las nubes lloraron sangre.
Nadie se imaginó este escenario, ni siquiera los más paranoicos y esquizofrénicos se habrían atrevido a visualizar esta situación. Pero aquí estaba, atormentando a la humanidad, como una pesadilla interminable que jamás terminará.
Todo por culpa del ángel blanco, un humanoide alado que bajó del cielo junto a sus monstruos.
De un día para otro, pidió el sometimiento de todos los reinos de la tierra y al no encontrar una respuesta positiva, comenzó una brutal ofensiva contra la civilización entera.
Humanos y elfos se vieron asediados por todos los frentes.
Y hoy, a finales del año 1806…
Finalmente ocurrió la desgracia.
El Emperador Maximiliano II falleció.
Y con él, las esperanzas de ganar.
Aldeas quemadas, cuerpos destazados y el fino olor a muerte se convirtió en el pan de cada día para todos los habitantes imperiales. Ni siquiera las enormes ciudades amuralladas estaban a salvo de esta horda monstruosa, seres que iban más allá de la imaginación, engendros que parecían sacados del mismísimo infierno.
Del anterior mundo, lleno de intrigas, conflictos y peleas insignificantes, ya solo quedaba un triste recuerdo, una memoria muy amarga que no podía ser llenada con nada. En cierto modo, los habitantes del Imperio Cross y el resto de las naciones lo tomaron como una mala sorpresa; el sufrimiento anterior a esto ya no se veía tan feo.
Ni las guerras entre países.
O la Guerra de los Nigromantes.
Nada se comparaba a este nivel de amenaza, tan grande que ponía en riesgo a la misma civilización.
Hombres sin piel, cíclopes gigantes, humanoides grandes con decenas de ojos por todo el cuerpo…
Miles y miles de criaturas de aspectos aterrorizantes, cuya imagen no siempre podía ser descrita con palabras.
Básicamente… El horror hecho carne.
Sin embargo, donde unos veían solo muerte y desesperanza, otros decidieron usar esta oportunidad para enriquecerse y obtener fama.
En un mundo asediado por la guerra, los mercenarios tenían su hora de brillar.
Estos bribones no podían ser más ignorantes y estúpidos, la mayoría de ellos ni siquiera tenían formación militar, eran matones que sostenían garrotes, arcos, lanzas y espadas de manera rústica. Todo un mal necesario que ha acompañado a la humanidad en sus incontables guerras.
Y ahora, cuando el mundo más necesitaba soldados, ellos estaban más que dispuestos para salvar el día (o arruinarlo).
Capítulo 1: Contrato
Para el orgulloso Gran Duque Carlos II, este debía ser el día más vergonzoso de su vida. Ataviado con sus mejores ropas: Un jubón morado y pantalones negros, botas blancas y un sombrero gris, Carlos giró su elegante rostro bien cuidado hacia los dos presentes que se encontraban con él.
El primero, era un hombre adulto de 28 años de edad, tenía el cabello rubio claro y la piel blanca manchada de tierra y sudor. Su complexión musculosa y atlética, contrastaba con el rostro bien cuidado que tanta envidia provocaba entre otros mercenarios. A diferencia de Carlos, este sujeto sí estaba acorazado, su imponente armadura de placas completa le daba un aire respetable, algo muy raro en gente de su calaña.
—Estamos aquí como lo ordenó, Gran Duque. —Las palabras educadas y firmes del guerrero dejaron confundido a Carlos por unos instantes, pero recuperó su compostura y volvió a tener el semblante calmado.
—Muy bien, Sir Balian, veo que usted asistió puntual. —Detrás del caballero rubio, había dos sujetos más. El primero, era un hombre grande, medía casi 2 metros de alto y portaba una cota de malla sobre un
tabardo viejo. Su rostro yacía tapado por una cofia de malla y solo podían verle la barba negra que salía como una araña gigantesca. La segunda persona era una mujer, mucho más bajita que su acompañante, pero no menos peligrosa. Tenía el cabello rojo como el fuego y los ojos violeta.
Vestía una cota de malla sobre su blusa de piel, minifalda de cuero y mallas de metal recubriendo sus delgadas piernas. Toda una belleza firme digna de halagar, pero lo más resaltante de ella, eran las orejas puntiagudas que se mantenían firmes hacia los costados…
Así es, la mujer que acompañaba a Sir Balian era una elfa.
—Menudo santurrón, ¿ya nos darás el contrato? —La voz del segundo invitado de honor llenó al Gran Duque de fastidio.
Si el caballero Sir Balian era la excepción definitiva a la regla.
Este hombre era el ejemplo perfecto de cómo se comportaba un mercenario.
Llevaba piezas de armadura sueltas por todo el cuerpo, algunas ni siquiera le entraban bien.
Su complexión robusta, barba desalineada y mirada egoísta, eran un verdadero insulto a la belleza.
—Ten más cuidado con tus palabras, gordo de mierda. —La chica dio un paso hacia adelante, pero Sir Balian negó con la cabeza.
—No estamos aquí para pelear, Isolde. —El mercenario educado hizo retroceder a su compañera, Carlos, por su parte, le lanzó una mirada fulminante al matón desarmado y a sus dos acompañantes: Unos gamberros con pinta de malotes, mal vestidos, mal equipados, pero dotados de un físico envidiable. Producto de una vida de constante violencia.
—Silencio. —El Gran Duque Carlos calló a los presentes con su expresión, luego, se puso de pie y observó a los dos capitanes mercenarios que citó para la audiencia —. Vivimos tiempos desesperados, en condiciones normales jamás me rebajaría a utilizar mercenarios para mis ejércitos, pero ya no tenemos alternativas. La mitad de mis fuerzas fueron arrasadas en el asedio de Villa Celeste y parte de mis tropas aún no ha visto acción, necesito rellenar mis filas con fuertes peleadores para enfrentarme al ejército celestial en el Valle Siniestro, por la frontera oeste del Imperio Cross. Nuestra misión consiste en repeler a la horda que nos ataca desde ese lado y levantar un fuerte para mantener el perímetro asegurado.
—Básicamente, quieres que expulsemos a los celestiales de tus tierras y luego formar un cerco defensivo para rellenar la guarnición. No es un mal plan. —Sir Balian estaba entrenado en las tácticas militares como cualquier otro comandante imperial, su visión de la guerra iba más allá de ganar batallas.
En un conflicto tan violento y cambiante, hombres como él valían su peso en oro.
—Como sea, vamos a matar a unos monstruos y ya. Nada del otro mundo. —El otro capitán mercenario ni siquiera intentó pensar.
La expresión de Isolde se llenó de repugnancia y odio.
No era la primera vez que se topaban con él y debido a lo sucio de su profesión, no será la última.
El capitán, de nombre Pedro, era un hombre muy astuto, flojo y abusivo con los más débiles. Pero tenía un carisma extraño que le hacía ganarse la confianza de las escorias más miserables del Imperio Cross.
El mismo nombre de su compañía mercenaria: Los saqueadores musculosos, era sinónimo de informalidad y estupidez.
Se emborrachaban y peleaban cada que podían.
Y claro, el saqueo era su actividad favorita.
Menuda bola de ratas imbéciles. Pero en tiempos desesperados, incluso basuras como ellos tenían su utilidad.
—Sus compañías mercenarias eran las más cercanas disponibles, por lo tanto, les ofrezco un contrato de 30000 monedas de oro a cada uno de ustedes por prestar sus servicios al Imperio Cross. —El Gran Duque sacó un pergamino de su bolsillo, éste poseía el sello real que le daba autoridad frente a otros contratos imperiales.
No quería perder tiempo con negociaciones largas, sobre todo, porque las hordas de monstruos se habían aliado con el culto del ángel blanco, una organización humana de forajidos y creyentes del nuevo Dios. Sus números crecían conforme pasaban los días y no consideró prudente darles más tiempo.
—¿Solo treinta?, quiero más, mis chicos y yo nos acabamos eso en una puta noche. Vamos, su alteza, ¿no puedes darnos algo más? —La mirada traviesa de Pedro era desagradable, sus ojos repletos de codicia estuvieron a punto de colmar la paciencia de Isolde, pero Sir Balian negó con la cabeza.
—Muy bien, yo sí acepto el pago. —La mirada de Sir Balian contrastaba con la de Pedro, sin embargo, existía algo más en su interior que no denotó a los demás presentes. Una intención oculta que muy pronto saldría a la luz.
—Me alegro de ver a alguien con sentido común —comentó Carlos.
—Tus hombres se cansarán de ti, idiota, ¿no ves que pudiste pedir un precio mejor? —Pedro sacó la lengua y miró hacia otro lado, visiblemente molesto.
—El idiota eres tú, nuestro país se cae a pedazos, no es el momento de ponerse exigentes con las monedas. Después de todo, ¿en dónde las gastaríamos?, si ya no quedan ciudades en donde vivir. —Sir
Balian no era un caballero tan honorable como aparentaba, pero en sus palabras solo había verdades.
De nada servía el dinero en un mundo destruido y colapsado.
Lo que menos quería era la caída del Imperio Cross, pues aquello significaría el final de sus ambiciones.
Dicho de otro modo, la salvación de la civilización era solo un paso más para llegar a la cima.
—Da igual, me anoto.
—Muy bien, firmen aquí y el contrato estará terminado. No tenemos tiempo que perder. —El Gran Duque les entregó a los capitanes un pergamino repleto de letras.
Sir Balian lo leyó atentamente: “Este contrato afirma que la compañía mercenaria “Los Lirios Negros” (en el otro contrato viene el nombre de los saqueadores musculosos) se compromete a luchar contra los enemigos del Imperio Cross por el costo de 30000 monedas de oro. Como tal, se ponen bajo las órdenes del comandante en turno y cualquier desobediencia será castigada con el mismo reglamento del ejército imperial. Este contrato protege a los ciudadanos de cualquier abuso cometido por parte de los mercenarios y estos serán responsabilidad de su capitán. El contrato expira cuando el conflicto haya terminado y en caso de incumplimiento por parte del benefactor, la compañía tiene derecho a una determinada compensación por el Emperador de turno. Cualquier saqueo, sin embargo, será considerado un acto de traición y el capitán a cargo será arrestado y ejecutado. Si el capitán llega a morir, el sucesor seguirá las mismas reglas. Este contrato no puede ser anulado, salvo por el mismísimo Emperador. “
Nada del otro mundo.
Un contrato sencillo y bien hecho.
Pedro lo firmó como si nada, ni siquiera se molestó en leerlo.
Sir Balian dejó su firma poco después, luego, el Gran Duque recogió los papeles y se puso de pie.
—Muy bien, la compañía de los Lirios Negros y los saqueadores musculosos ahora están bajo mi servicio. Esperen nuevas órdenes, se pueden retirar.
—A la orden.
—Lo que sea.
Ambos comités mercenarios dejaron la tienda de campaña y se dirigieron a sus respectivos campamentos.
Pedro no paraba de respingar y quejarse con sus guardaespaldas.
Sir Balian, por su parte, volteó a ver a sus dos guardaespaldas (o acompañantes, porque ciertamente no los necesita) con una sonrisa triunfadora.
—Tenemos el contrato, la fase uno del plan está terminada. —Sin la formalidad ni la presión, Sir Balian se vio por fin con la libertad de suspirar.
—Pero ese tonto Pedro casi lo arruina, ¡como me dan ganas de clavarle mi espada por el hocico! —Isolde infló sus mejillas muy fastidiada por el comportamiento del otro capitán, luego, la mujer puso sus manos sobre los hombros de Sir Balian y éste simplemente la dejó ser.
Después de todo, era natural para una pareja de casados tener contacto físico.
El anillo de compromiso que adornaba los dedos índices de ambos, era la prueba irrefutable de su matrimonio.
Por otro lado, el mercenario gigante se mantuvo en silencio, no era un hombre muy hablador, muchos lo acusaban de tener inteligencia limitada. Pero nada más lejos de la realidad.
“Sombra”, como le llamaban, solo hablaba cuando era realmente necesario y no veía mayor interés en mantener
conversaciones irrelevantes.
Nadie sabía su nombre, ni su origen.
Cierto día, Sombra llegó al campamento de los Lirios Negros, llenó el formulario para inscribirse y luego marchó a la guerra. Con el pasar de los años, se ganó la confianza de Sir Balian y ahora era su guardaespaldas personal.
Habían platicado en muy pocas ocasiones durante los últimos 11 años.
Pero al momento de la acción, Sir Balian le podría confiar su vida sin ningún problema.
—Evitemos peleas por el momento, mañana empezaremos la siguiente parte del plan. Sombra, te encargo que vigiles a los muchachos, cualquier cosa estaremos en nuestra casa de campaña.
El gigante acorazado solo asintió con la cabeza, luego, se retiró para cumplir sus órdenes.
—¿Quieres que te cocine algo?, Roma y Trevor seguro están hambrientos. No es fácil para un niño crecer en medio de una compañía mercenaria. —Roma era el nombre de la niñera de su hijo Trevor, un pequeño de solo 3 años de edad.
Un híbrido humano/elfo, con una oreja puntiaguda y la otra normal.
Roma, por otro lado, era una simple jovencita de 14 años que recogieron de una aldea saqueada hace 4 años. Sus labores consistían en limpiar la casa de campaña, los cubiertos y cuidar a Trevor mientras sus padres trabajaban.
Cualquier miembro de la compañía tenía estrictamente prohibido ponerle un dedo encima. Si alguien intentase hacerle algo malo, sería ejecutado por el mismísimo capitán y debido a ello, Rosa apenas tenía contacto con los mercenarios (los matones, al menos).
—Si nuestro plan tiene éxito, Trevor no tendrá que vivir como un mercenario…
Capítulo 2: Familia
El campamento mercenario estaba compuesto por diferentes casas levantadas con madera y telas de seda. La de Sir Balian no fue la excepción, su casa temporal se componía de 3 habitaciones comunes.
La primera tenía 2 camas, una grande que pertenecía a la pareja de casados y una más pequeña, ideal para un niño menor de 5 años. En la otra habitación, había 5 camas individuales distribuidas por todo el cuarto, pero actualmente, solo una estaba en funcionamiento. Más atrás, tenían un cuarto extra que acondicionaron para fungir como cocina.
El suelo yacía decorado con hierbas aromatizantes para camuflar la pestilencia que venía de afuera. Aun así, tanto Sir Balian como Isolde ya estaban acostumbrados al sudor y la falta de higiene que se vivía en los campamentos mercenarios.
—Buen día, señorita Isolde, Sir Balian. —Cuando entraron a la casa fueron recibidos por Roma, la niña que rescataron hace 4 años. Ella tenía el cabello negro y los ojos azules, su piel morena era un rasgo muy extraño entre los imperiales del norte, por esa razón, Sir Balian era algo sobreprotector con ella.
Vestía una falda blanca y un camisón negro, las típicas ropas que usaban todas las criadas de gente noble.
—Tan linda como siempre, pequeña Roma, ¿Trevor no te causó problemas? —Isolde le sonrió con dulzura, muy diferente a las expresiones de disgusto que hizo hace unos minutos.
—No, señorita, es un niño bueno y lleno de energía. Dice que está ansioso de aprender a usar la espada.
—¿Y cómo no estarlo?, es nuestro hijo. —El pequeño Trevor reconoció la voz de su madre y de inmediato, corrió hacia sus brazos.
Fue una escena adorable.
Sir Balian se cruzó de brazos y sonrió.
Ellos eran las personas más importantes para él y pensaba protegerlos a cualquier costo.
—¿Todo bien, hijo? —preguntó Sir Balian.
—Papá, sí —contestó el pequeño híbrido —. Aprender espada, aprender espada.
—Muy pronto empezaré a entrenarte, por ahora, debes centrarte en crecer bien para que no tengamos problemas.
—Okay…
—He limpiado las habitaciones y la ropa también, ¿necesitan algo más?, ¿quieren que haga la comida? —Roma era una chica muy servicial, luego de haberla rescatado del infierno, ella mostró un agradecimiento casi desmedido por la pareja.
Limpiaba sus ropas, ordenaba las camas, se encargaba de mantener bien organizada y agradable la casa. Toda una criada especial.
—No, pequeña, descansa un poco, yo me encargaré de la comida, ¡no puedo perder el toque! —Isolde se quitó la cota de malla y dejó el cinturón de cuero a un lado.
Sin sus armas, ni yelmo, ella entraba en lo que autodenominó el modo esposa.
—Vamos a ver como te queda la comida.
—¡He mejorado mucho, cariño! —Isolde no quería recordar sus primeros intentos de cocina.
Como había dedicado casi toda su vida a la virtud marcial, nunca se dio el tiempo de explorar otras áreas de conocimiento, como la cocina, el bordado y distintas disciplinas que normalmente eran enseñadas a las mujeres de su especie (y humanas también).
La primera vez que cocinó algo, Sir Balian no pudo comerlo ni por compromiso.
Sabía terrible, toda una ofensa hacia todos los cocineros del planeta.
Y dicho recuerdo aún la perseguía hasta el día de hoy.
—Papá, ¿mami no es buena cocinando? —Las palabras de Trevor penetraron el pobre corazón de Isolde.
—Ella se esfuerza mucho, vamos, hay que darle ánimos. —El capitán mercenario sujetó al niño en sus brazos y luego lo colocó sobre sus hombros, para darle mejor visión —. Anda, apoya a mamá.
—¡Lucha, mami! —La voz suave del niño inspiró la determinación de Isolde, ella preparó un estofado de carne con arroz blanco y verduras recién desinfectadas por Roma.
No era nada del otro mundo.
Pero su comida por fin podía comerse sin rechistar.
—Lo está haciendo muy bien, señorita Isolde. —Roma, por su parte, era una cocinera experta. Pese a su edad, ella aprendió algunas recetas que Sir Balian le compró y debido a su capacidad de leer, no tuvo mayores problemas para memorizarlas.
Isolde, por su parte, era analfabeta.
Los trabajos mentales no eran lo suyo.
Como se crió en un ambiente marcial, siempre invirtió su tiempo entrenando con la espada larga y destazando enemigos sin piedad. Hasta hace unos años, ella jamás se había imaginado tan feliz en una cocina, rodeada de sus seres amados y con un futuro prometedor.
“Las vueltas que da la vida” pensó.
Isolde era la hija bastarda de un elfo noble, fruto de una aventura indeseada y producto del deseo. Como tal, su madrastra nunca la tomó en cuenta, no le enseñó el idioma común y tuvo que aprender de manera empírica.
Su padre tampoco le prestó atención.
Debido a las intrigas de la corte, jamás estuvo presente en ninguno de sus cumpleaños y tampoco tenía permitido ver a sus hermanastros. Su única compañía era una espada de madera vieja, un regalo que le dio el maestro de armas del castillo.
Y probablemente, el único obsequio que recibió durante su infancia.
Al cumplir 15 años de edad, Isolde compró una cota de malla, un yelmo alado y una espada larga forjada en un palacio. Utilizó todos los ahorros que ganó en torneos juveniles de combate, limpieza de establos y otras actividades poco memorables que solo le traían recuerdos amargos.
Estuvo a nada de volverse una prostituta.
Pero no lo hizo.
Decidió guardar su cuerpo para el verdadero amor, pues aquel sueño infantil era todo lo que la mantenía lejos de convertirse en una ladrona.
Finalmente, abandonó su hogar y se enlistó en la primera compañía mercenaria que pasó por la frontera entre los reinos elfos y los Estados Utova.
“La compañía de los Lirios Negros”, comandada en ese entonces, por el padre de Sir Balian, le dio la bienvenida con los brazos abiertos. No le preguntaron sus orígenes, ni su historia previa, simplemente la vieron bien equipada y anotaron su nombre en la tesorería grupal.
“No fue un camino fácil”
Isolde tuvo que ganarse el respeto de sus compañeros a base de sangre.
No pasó ni un año, antes de haber asesinado a su primera víctima a sangre fría.
Todavía podía recordarlo como si fuese ayer.
La compañía fue contratada para eliminar a una banda criminal que se había apoderado de un pueblo pequeño. El Señor no quería desperdiciar sus propias tropas con el crimen organizado, por ello, reunió dinero de sus pobres campesinos hasta dejarlos al borde de la famina y sin pensarlo dos veces, mandó a los Lirios Negros a cometer una masacre.
Por más malvados y asquerosos que fuesen los asaltantes, no tenían ninguna posibilidad contra un ejército profesional.
La compañía entró al pueblo y mató a todos los presentes sin preguntarles nada.
Isolde clavó su espada larga en la garganta de un criminal que había soltado su arma, en señal de rendición.
No tuvo pena, ni tampoco tristeza, después de todo, sus órdenes fueron claras: “Mátalos a todos, no dejen sobrevivientes”
“El mundo es un lugar muy violento…”
Isolde negó con la cabeza varias veces, hasta sepultar los recuerdos de su adolescencia en lo más profundo de su memoria.
—Eso quedó atrás, ahora tengo un mejor motivo para seguir peleando. —La pelirroja simplemente sonrió.
Ver a su amado esposo y al pequeño niño rubio jugando, le hizo sentirse afortunada.
Toda la violencia.
Toda la sangre, el horror, las pesadillas…
Todo había valido la pena.
—¿Cuánto falta? —cuestionó Sir Balian.
—Ya está lista, vayan poniendo la mesa mientras yo termino de ajustar detalles. Ven, come con nosotros, Roma, mereces una recompensa por todo tu trabajo duro.
—¿Eh?, ¿segura?, n-no es digno que una criada comparta la mesa con sus jefes…
—Tonterías, anda, ve y siéntate, tenemos mucho de que hablar.
Una comida tranquila, en compañía de su familia.
¿Qué más podía pedir?
Si el plan de su marido tenía éxito, entonces pronto podrían olvidarse de los apestosos campamentos y el olor a sudor por las mañanas.
Por el futuro de su hijo y el de la familia entera, la Guerra del Cielo Rojo debía inclinarse en favor del Imperio Cross.
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