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Noches De Fantasía

Heredero

Como cada día, común y corriente en la oficina, la rutina y la soledad me consumen. Si tan solo pudiera hacer que un solo día fuese distinto, no desaprovecharía ni con los ojos cerrados la oportunidad. Pero el deber siempre llama. Y las responsabilidades nunca dan abasto, por lo que soñar no cuesta nada.

Siendo madre soltera, he pasado los últimos cinco años de mi vida, dedicándome en cuerpo y alma a mis hijos y a mi trabajo. Ser secretaria del importantísimo Sr. King tiene muy buenos beneficios; la paga, los bonos, incluso en las temporadas vacacionales el hombre tiene muy buen corazón; y, desde luego, bastante efectivo en el bolsillo para agradecerle a su simple secretaria un año más de servicio. En fin, el perfecto empleo que una persona común desearía tener.

Y por si no fuera poco, son contadas las personas que conocen realmente al Sr. King; entre ellas, soy una de las privilegiadas. Un hombre de setenta años, marginado por su propia voluntad, pero un amor de persona. Para mí es como estar al pendiente de mi padre. De hecho, me lo recuerda cada día, ya que mi padre falleció mucho antes de nacer en alguna misión suicida del ejército.

Como cada viernes, después de la jornada laboral, me quedo un par de horas demás para hacerle el informe semanal a mi jefe, puesto que en ningún día se ve caminando por los pasillos de la majestuosa empresa. El hombre es un completo ermitaño desde muy joven; sin esposa, ni hijos, ni mucho menos tiene a alguien con quien pasar su oscura vida. Debe ser triste llegar a esa edad y verse solo, aunque al paso que voy, le haré digna competencia a Ignacio King.

El padre de mis hijos fue la bendición más grande para mí, pero un error que marcó mi vida para los demás. Una sola noche, muchos tragos de vodka y un sex* desaforado sin protección, para que nueve meses después diera a luz a mis dos adorados príncipes; Andrés y Diego. La razón de mi vivir, el inmenso motor que cada día hace que me levante de la cama y cumpla con mis deberes. Los angelitos que hacen de mis días felices.

Y así me siento bien; solamente con mis dos hombrecitos.

Nunca he necesitado de un hombre para salir adelante. Mi madre me enseñó cada día a guerrear en la vida, no a dejarme amedrentar o sufrir solo porque en un pequeño desliz de irresponsabilidad, mis hijos llegaron al mundo para enseñarme varias lecciones de vida, profesionales e incluso hasta personales.

Entonces, los recuerdos de aquella no me golpean. Fue el sex* más extrovertido que haya experimentado alguna vez en la vida. Pero por más en que trate de recordar el rostro del padre de mis hijos, nada llega mi marchita cabeza. Lo único que tengo como referencia, es a los dos diablillos que tengo en casa de ojos negros, cabellos castaños y sonrisas jodidamente encantadoras. Y, aunque trato de imaginar a mis hijos siendo mayores, la idea no es la misma.

Por supuesto, a veces siento la necesidad de buscarlo para que mis hijos al menos sepan su nombre. Pero, recuerdo que no tengo como buscarlo, porque en aquel crucero de fiesta de soltera de mi tía Mirna, los únicos hombres que abordaban el barco, eran los sabrosones strippers.

—¿Se puede? — el Sr. King apareció por la puerta, esbozando su típica sonrisa de hombre sombrío y triste.

—Por supuesto, adelante. Ya me falta poco por acabar —¿Cómo han estado las cosas? — se quedó en la puerta, apoyado en su bastón.

—Ya sabe, Sr. King, muchos reporteros tratando de buscar una entrevista con usted. La reportera, Beckham, es muy insistente; no sabe lo que significa un no.

—Concédele una entrevista.

—Esa mujer morirá de un infarto.

—Esa es la idea, mi querida Jade — sonrió ladeado.

—Es usted un hombre cruel — encendí la enorme pantalla y me quedé en espera de que entrara a la oficina—. ¿Qué espera para tomar asiento, Sr. King?

—Espero a mi heredero.

—¿Heredero?

—Mi sobrino se hará cargo de la empresa una vez muera — lo dice con total tranquilidad, como si la muerte no fuese nada—. Espero no te incomode su actitud, a veces es muy...

—¿Ella es la belleza de la cual me hablaste, tío? — el hombre entró descaradamente a la oficina, esbozando una sonrisa muy sensual—. Mucho gusto, lindura, es un placer conocerte por fin.

—Mucho gusto...

—Puedes decirme Sebas en total confianza, preciosa — tomó mi mano y estampó un húmedo beso en ella, logrando que mis piernas temblaran ante una sensación que hace mucho no siento—. Empecemos la reunión, ¿no?

—Tomen asiento, por favor — le quité la mano rápidamente y escuché su risita traviesa.

—Se te olvidó decir que además es encantadora, Ignacio — le dijo a mi jefe, incrementado en mí la vergüenza. 

"Suspirar"

Empecé a relatarle el informe a mi jefe, tratando de ignorar por completo al tremendo bombón que se encuentra al lado del mismo. Sonriendo grandemente, mostrando sus dientes casi perfectos, mirándome fijamente con esos ojos negros tan feroces e insinuando con una sutil mordida de labio, lo carnosos y suaves que se ven sus labios.

Y, ¿Por qué no mejor darle una miradita completa? Haciéndome la interesada en su persona, traté de no ser lo más evidente posible.

—¿Tiene alguna pregunta que hacerme, Sr. Sebastián? — lo repasé en un solo segundo, quedando más que complacida con sus anchos hombros.

—La verdad es que sí tengo una — relamió sus labios.

No hace falta verlo sin camisa para saber que debajo de toda esa ropa, hay un tremendísimo y sexy hombre. La camisa azul de lino se ajusta a su pecho y brazos demasiado, casi como si su carne se fuera a explotar en ella. Deleitando a mis lindos ojitos con la perfección de su quijada y lo sensual que sus labios se mueven cuando habla, un suspiro salió de mi boca.

"Ni en mis más impuros sueños podría tener a tremendo bizcocho"

"Si así es la carita y pechito, ¿ahora imagínate el mástil, Jade?"

"¿Por qué no vienes y te aclaro todas las dudas, papacito? Te aseguro que mi boca te aclarará de todito y de lo más rico"

Cada uno de mis pensamientos era más sucio que el anterior, por lo que sonreí profesionalmente y crucé las piernas por debajo de la mesa.

—Claro, ¿cuál es?

—¿Estás libre esta noche? — sonrió descarado.

—De trabajo, Sebastián — pude notar como el Sr, King se contenía para no reír—. Sigue con el informe, Jade, por favor.

Me quedé mirándolo fijamente, mientras que con sin gran disimulo me tiró un guiño.

—Sí, estoy libre esta noche, Sr. Sebastián — solté—. Es una lastimas que me corten para preguntarme estupideces, cuando mi hombre me espera para hacerme suspirar bien fuerte.

El Sr. King estalló en una poderosa carcajada, mientras él con una sorpresa en el rostro sonrió maquiavélico. No quería sonar grosera, pero lo que me molestó fue el tono de burla en su pregunta.

Conozco de sobra el tipo de hombre que es; sexy, mujeriego y precoz. Y para ser totalmente honesta, aunque se pasen noches fantásticas con ese tipo de men, no estoy buscando camas vacías ni llenas en este momento. Lo único que tengo en mente es producir para poder tener mi propio negocio.

—Me encantaría estar presente para escucharte "suspirar", incluso mucho más fuerte de lo que acabas de hacer cuando mencionaste el tamaño de mi p*ne — lo soltó tal y como le salió del ojete; sin dulzura ni oliendo a rosas—. Con ello hasta puedes medirnos el pito a los dos...

—¡Sebastián! — vociferó el Sr. King.

—Las boquitas sucias como la de ella, se deben silenciar con...

—Ni en tus sueños me llevaría un pedazo de carne lleno de grasa a la boca — carraspeé—. Lo siento, Sr. King.

—Se acaban de conocer y ya están tirándose... indirectas — rio entre dientes—. La juventud está cada vez más perdida.

—Es la bella damita quien quiere tirarse a este buen hombre, tío. Tú mismo escuchaste lo que dijo: que su boquita me haría aclarar todas mis dudas y de lo más rico... — volvía a reír, pero esta vez mucho más profundo y sin dejar de mirarme a los ojos.

Estar tanto tiempo sola en la oficina ha hecho que la mayor parte de mi día hable sola, por lo que no tengo noción alguna cuando pienso o cuando hablo.

No siento vergüenza por él, sino por mi jefe, el cual está partiéndose de la risa, divertido por tal situación tan bochornosa.

—En fin — murmuré—. El departamento de contabilidad necesita con urgencia un nuevo contador, ya que el Sr. Ross despidió a Fernando hace un par de días, justo como lo había notificado en su última falla. En cuanto a las demás áreas, todo ha estado marchando en completo orden. En la carpeta están los informes detallados de los ingresos y egresos de esta semana. No siendo más, procedo a retirarme. Que tengan buena noche, Sres. King — hui, como si Michael Myers estuviera respirándome en la nuca, listo para picar mi cuello en pedazos.

Llegué a mi escritorio con el corazón bombeando fuerte y la boca seca, por lo que tomé mi bolso lo colgué a mi hombro y me dirigí al ascensor con velocidad, pero su voz hizo eco en mis más bajos instintos que una mujer puede llevar por dentro.

—Me encantaría que aclares todas mis dudas con esa boquita tan pequeña que tienes — lo miré por encima del hombro y sonrió—. Ese lindo lunar debajo de tu labio es muy difícil de olvidar y menos cuando se tiene tan buenos recuerdos... 

Recordando

—¿De qué carajo estás hablando? — lo encaré—. Ya sabía yo que tanta belleza no podría ser perfecta. Te voy a dar un consejo de gratis, galán. Trata de que los tornillos no se vean tan flojos cuando te quieras llevar a la cama a una dama.

—En algún momento de la vida nos encontramos con nuestra tuerca — me vi presa entre su cuerpo y las puertas del ascensor—. Hace cinco años encontré la mía, pero la muy condenada me dejó la curva a la mañana siguiente, dejándome amordazado por largas horas.

—Oh, vamos, no estoy para escuchar los melodramas de mi jefe — sonreí maliciosa—. Mis horas laborales ya cavaron, Sr. Sebastián, ahora tengo en cama quien me espere. Si necesitas desahogar tus traumas, ve con un psicólogo, amigo.

Las puertas del ascensor se abrieron de repente, por lo que, si no hubiese sido por Sebastián, habría caído de culo en el mismo. Su brazo, firmemente se cernió a mi cintura, mientras que, con una deliciosa fuerza, me pegó a su cuerpo y nuestros rostros quedaron a escasos milímetros de rozarse. Su aliento tibio y fresco acarició mi piel, provocando un fuerte temblor en mi cuerpo. Hace meses no tengo ningún acercamiento con un hombre, por ende, con gran facilidad me estremezco ante el agarre del comestible jefe.

Teniéndolo tan de cerca, me resultó algo familiar en los ojos e incluso en la sonrisa, hasta en el tono de su piel y uno que otro rasgo, pero no logro recordar en donde lo he visto antes, o si es que lo he visto en algún momento de mi vida. El tipo es un adonis, es difícil de olvidar a un bombón de estos.

—No me has entendido aun, bella dama — miró mis labios por escasos segundos para luego inclinarse en mi oído—. Te prometo que esta vez no vas a tener el control, bizcochita.

—¿Nos conocemos?

Estudié su rostro una vez más, tratando de recordar donde había escuchado esa misma palabra, Porque en toda mi vida, era la segunda vez que un hombre me llamaba de esa manera, pero lo único que me viene a la mente es la de aquella noche, con aquel chico; el stripper. Con una sola tanga de cuero roja cubriendo su paquete, mientras su cadera se movía de adelante y luego hacia atrás, con una lentitud casi enloquecedora. Y, a su vez, mis manos deslizándose por todo su embadurnado pecho en un aceite con sabor a cerezas totalmente delicioso.

Mi corazón empezó a palpitar, pero no el que se encuentra en mi pecho.

«Te prometo que nadie se enterará lo que suceda en esta habitación, bizcochita» Fueron las palabras del stripper, rozando su cuerpo húmedo con el mío, al ritmo lento de la canción de reguetón que se oía de fondo, solitos y acariciándonos en un pequeño cuarto, comiéndonos a besos mientras con gran malicia iba azotando sus redondas y firmes nalgas.

—Aquella noche dejé que hicieras un completo desastre de mí, pero ahora que por fin tengo el gusto de cobrármela una a una, no pienso desaprovechar la oportunidad que me ha caído del cielo...

—¿Tú eres...? ¿Él? ¿Tú? — empecé a tartamudear, sintiendo el balde de agua fría bajar mi calentura—. ¿Es una broma? Me estas jodiendo, ¿no es así?

—¿Dónde quedó la dama de boca rica y sucia que conocí aquella noche y que aún queda algo de ella a pesar cinco años? — aspiró mi cuello, aferrándose de mi cintura con fuerza—. ¿Dónde está la gatita salvaje que arrancó toda pureza de mí?

Mi cuerpo se calentó con tan solo pensar en todo aquello que le hice a aquel hombre, quien atado a mi entera merced disfrutó cada locura que por mi mente cruzó.

Sin embargo, al pensar en las consecuencias de aquella noche, todo color se fue de mi rostro.

Mis hijos.

¡Joder!

Esto debe ser una jodida broma del destino por haber sido tan promiscua en mis años de calle, sexo y alcohol.

—Tú no eres él...

—Ah, ¿no?

—No — me mantuve firme, pero por dentro estaba aterrada, mientras por otro lado mi centro se encontraba húmedo ante los recuerdos y el aroma de su cuerpo.

Se separó de mí, esbozando una sonrisa que terminó de enterrarme tres metros bajo tierra. ¿Por qué tuvo que haber hecho de mis hijos una jodida fotocopia suya?

—Tendremos mucho tiempo para que recuerdes. Ya sabes, quizá una tanga, un par de cuerdas a tu disposición y un aceite de fácil acceso, recuerde como te aprovechaste de mí.

—¡Eres un jodido adulto! ¡Jamás me aproveché de ti! ¡Además, fuiste tú quien me lo propuso aquella noche! — espeté—. Fue solo sex*; casual, sin ataduras. ¿No sabes qué significa? Pues te informo; dos desconocidos juntan sus cuerpos en un momento precoz de su vida y nunca más en sus existencias se vuelven a ver.

—Quiero repetirte; una, dos, tres... las veces que sea necesario hasta saciarme de ti; usarte y desecharte como lo has hecho tú — susurró, peligrosamente acercándose a mis labios. 

De lo más profundo de mí, salió una potente carcajada, la cual duró varios minutos retumbando en la oficina.

—¿Acaso me odias, padre? ¿Por qué siempre me encuentro con un loco en cada esquina? — golpeé su mejilla varias veces seguidas con la palma de mi mano—. Sabes que puedes usar para bajarte las ganas, ¿no es así? Tus manos son grandes; una paja, pensando en lo rico que la pasamos, es la solución de todos tus males, gatito goloso. Hasta mañana —aproveché que el ascensor se volvió a abrir y entré rápidamente en el, aun con una sonrisa sobrada en el rostro, una la cual se esfumó cuando las puertas se volvieron a cerrar y la realidad me abofeteó sin escrúpulos.  

¿Por qué jodida razón tuvo que haber hecho de mis hijos una fotocopia suya? Maldita sea la hora en que no usé un bendito forro esa noche, de seguro no estuviese llorando sobre la leche derramada. ¿Y si él lo sabe y solo quiere quitármelos? Tal vez sus insinuaciones sean mentiras y solo quiere llegar a ellos para alejarlos de mi lado. Y eso nunca se lo voy a permitir. 

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