Me llamo Némesis Harrington, viajé sola desde Aspen, Colorado, rumbo a Washington, para estudiar lejos de lo que alguna vez llamé hogar, pero que ahora no era más que una jaula para mí; En eso se había convertido desde la muerte de mi padre, el famoso John Harrington. Su nombre era mundialmente conocido gracias a la gran empresa de licores que había creado en su juventud.
No fue hasta tres años después que se volvió por excelencia la mejor empresa de licor de los Estados Unidos y la número uno a nivel mundial por casi cinco años consecutivos. Tristemente en dos mil nueve sucedió ese terrible accidente; Recuerdo que antes de salir de casa me prometió que me daría una sorpresa, jamás supe lo que era. Nunca ví imágenes de aquel día, aún así, a veces la imagen venía a mi mente de forma intrusiva y me torturaba.
Cuatro meses después de la muerte de mi padre, mi madre consiguió una pareja, Bill Carson, pero todos lo llaman Billy; Al principio él solo le ayudaba a manejar la empresa de mi padre, pero luego ellos se enamoraron o algo así, nunca la entendí, y tampoco se lo perdoné.
No había comparación entre mi padre y él, mi padre fue el mejor hombre del mundo, la persona más increíble que había conocido, y no solo lo decía yo, todo aquel que lo conocía decía lo mismo o cosas mucho mejores. Y Billy, era una persona verdaderamente asquerosa y detestable a la que le encantaba dar órdenes, que se hiciera todo tal cual lo pedía, eso incluyéndonos a mi madre y a mí.
Estar lejos de él era lo que más necesitaba, pero estar lejos de mi madre sin duda me aterraba.
Me sentía nerviosa porque no había estado entre tantas personas hace varios años. Además, no eran cualquier tipo de personas, había hijos de gente adinerada, como modelos, escritores, políticos, empresarios, todos muy reconocidos en la sociedad. Cada quien con una gran historia familiar, y de todas la mía parecía ser la más patética. Dí por sentado que nadie querría hablar conmigo, tampoco quería arriesgarme a contar mi historia y que luego me señalaran por eso.
La preparatoria contaba con dormitorios, solo para los que provenían de fuera, como yo. Estaban perfectamente equipados con todo lo que podíamos necesitar y su aspecto era bastante simple.
Terminé de instalar mis cosas en cada uno de los muebles y el baño, había pasado toda la semana haciéndolo.
Un día antes de la primera clase tomé un baño en la tina y miré el techo por una hora entera, no podía dejar de pensar en lo difícil que sería para mí enfrentarme a las personas, a pesar de eso me prometí a mí misma que si se prestaba la oportunidad de socializar con alguien haría mi mayor esfuerzo para no echarlo a perder.
Salí de la ducha y leí el libro que había comprado en el aeropuerto. Ya había oído de él antes de comprarlo, sabía que tenía una mala reputación, pues entre los protagonistas Alicia y Marco había un romance con una gran diferencia de edad.
Pensé que una lectura así de polémica podría distraerme de cualquier cosa, y así fué, despejó mi mente por completo.
Mientras lo leía, me sentía dentro de la historia, no comprendía por qué las personas habían considerado que una historia tan interesante como esa era desagradable. Yo difería, había quedado conmovida con las palabras tan románticas que había leído. Pensé en lo hermoso que sería poder encontrar a un chico que me dijera cosas tan hermosas como esas.
Al día siguiente...
Por fin, mi primer día de clases, y mientras caminaba por el pasillo sentía unas ligeras náuseas, había mucha gente a mi alrededor, y me comenzaron a sudar las manos, respiré profundamente un par de veces para relajarme, después de unos cuantos minutos llegué a mi salón de clases. Había pocos asientos disponibles solo quedaban los de la parte de enmedio, así que fue ahí donde me senté.
Todos estaban hablando con alguien, o incluso viendo sus teléfonos y yo solo me dediqué a observar a todos discretamente para familiarizarme con los rostros que vería los próximos tres años.
En medio de todo el ruido, el sonido de la puerta fué como un interruptor que hizo que las voces que antes conversaban se detuvieran de golpe.
Se trataba de un profesor. Él entró y se acercó al escritorio para dejar su portafolios.
Aclaró la garganta y nos dió un cordial saludo de bienvenida.
—Buenos días chicos, —dijo mientras ponía las manos atrás de su espalda y se paraba frente a la clase. —Bienvenidos a su primer día, mi nombre es Adolfo y seré su profesor de Matemáticas.
Todos parecían estar no muy emocionados por iniciar la clase, se veían fastidiados por tener que escuchar las palabras de bienvenida del profesor. Ninguno de ellos quería estar ahí, podía notarlo.
Extrañamente yo no me sentía así, comparado con mis compañeros el menor de los monstruos a enfrentarme serían los profesores.
Después de una hora, la clase de matemáticas terminó, y al instante comenzó la clase de biología, la profesora Lorena era quien estaba a cargo, era una mujer bastante mayor, y su voz era muy cálida, como si una abuelita estuviera explicándole algo a su nieto con cariño. Ella hablaba con tanta tranquilidad que arrullo a la clase, ella era muy agradable. Algunos de mis compañeros empezaron a bostezar. Eso me causo gracia y reí para mis adentros.
Él timbre que indicaba el fin de cada clase sonó, y algunos de mis compañeros que casi se habían quedado dormidos se despertaron de golpe. La profesora se percató de esto y comenzó a reírse.
—Bueno niños, nos vemos en la próxima clase. —dijo mientras tomaba su bolso del escritorio. —Intentaré no aburrirlos la próxima vez.
Cuando ella se acercó a la puerta, otro profesor entró al salón de clases, en cuanto lo ví sentí que mi respiración se cortó por unos segundos, se veía bastante joven, mucho más que el profesor Adolfo, y no solo eso, era realmente apuesto. Tenía el cabello castaño oscuro, piel blanca, unos bellos ojos del color de la miel, bajo unas cejas bastante pobladas, una nariz recta, y unos labios de contornos suaves e irregulares.
Sonrió amablemente a la profesora que estaba saliendo, dejando ver su perfecta sonrisa.
—Buenos días profesor. —le dijo ella.
—Buenos días. —contestó él mientras tocaba ligeramente su brazo.
—Deberías dar tu clase antes de que se duerman, creo que los aburrí con la mía. —habló entre risas.
Él volvió a sonreír de forma encantadora.
—Muy bien, lo tendré en cuenta profesora, gracias.
Ella salió del salón y él caminó hacia el escritorio.
—Buenos días chicos. —hablo con una voz bastante clara y firme mientras se quitaba su mochila y la ponía sobre el escritorio sin dejar de mirar al fondo de la clase. —¿Qué tal la clase de la profesora Lorena, divertida, no? —dijo de forma irónica, y un par de risas se hicieron notar.
—Muy bien, quiero presentarme con ustedes, me llamo Dylan Spencer.
Su voz era muy satisfactoria de escuchar, sentía que podría escucharla por horas y no me cansaría jamás. Él se acercó un poco más a la primera fila.
—Seré su maestro de filosofía. —se puso las manos en sus bolsillos del pantalón y caminó de un lado a otro.
—Sé que puede parecer una asignatura aburrida, pero les aseguro que no será así, al menos no conmigo. —dijo con una sonrisa contagiosa.
—¿Alguien puede decirme cuál es la importancia de ésta materia?
Un chico de anteojos con mucho aumento levantó la mano.
—¿Si? —dijo el profesor.
—Nos enseña a cuestionar las cosas y no aceptar todo tal cual se nos dice.
El profesor sonrió.
—Exactamente, muchas gracias. —miró al fondo de la clase nuevamente. —Hay algo que quiero advertir, y es que se que muchos no toman en serio esta materia, pero yo soy realmente exigente, así que espero que pongan todo de su parte para no dejar esta bella materia por debajo de las demás. —caminó hasta el escritorio y se recargó sobre él. —Haciendo a un lado eso, quiero que tengamos una muy buena comunicación.
No podía dejar de ver sus manos y prestar atención a la forma en la que se movía su rostro mientras hablaba.
—Pueden contar conmigo para lo que necesiten y a parte de ser su profesor espero poder ser su amigo así que pueden ser totalmente trasparentes conmigo. —dijo esto viendo a varios de mis compañeros de manera simultánea.—¿Entendido?
Todos respondieron con un "Sí", otros simplemente asintieron en silencio.
Él se puso detrás del escritorio y tomó asiento.
—Muy bien chicos. —sacó una carpeta de su portafolios. —Haré un pase de lista para identificarlos, no hace falta que digan algo, solo levanten su mano por favor.
Tomó una hoja de la carpeta y comenzó a nombrar a cada uno de mis compañeros y mientras lo hacía levantaba la vista.
De repente dijo mi nombre, en ese momento sentí un cosquilleo en el estómago y al mismo tiempo mi respiración se cortó una vez más.
—Némesis Harrington. —Levanté mi mano como el resto de mis compañeros.
Al principio él levantó la mirada y solo vió mi mano, pero luego sus ojos bajaron lentamente e hizo contacto visual conmigo. En cuanto eso pasó bajé mi mano, pero él aún seguía viéndome, parecía sorprendido, seguramente sabía quién era por mi apellido, o al menos eso pensé.
Instantáneamente me dí cuenta de que había algo más, y definitivamente no me conocía, me veía como si mi rostro fuera una especie de acertijo y quisiera resolverlo. No pude seguir viéndolo, su mirada era realmente intimidante, así que dirigí la mirada a mis manos puestas sobre el pupitre.
Siguió nombrando a mis compañeros, pero no me atreví a verlo, mantuve la mirada abajo. Al terminar de nombrar a cada uno, se levantó y comenzó a dar su clase. Esta vez era inevitable no mirarlo, necesitaba hacerlo; Mientras hablaba caminaba entre las filas y movía sus manos para explicarse mejor, en ocasiones hacia contacto visual conmigo, y cada que lo hacía sentía que me daba un pequeño infarto.
Aún no lograba entender la razón de que me estuviera observando la mayoría del tiempo. Pasó junto a mí en un par de ocasiones y en una de ellas el se detuvo justo a mi lado.
Miré al resto disimuladamente, ellos parecían atentos a lo que él profesor decía, irónicamente yo no pude concentrarme lo suficiente.
Después de varios minutos la campana sonó y la clase del profesor había terminado.
—Buen provecho chicos, los veré mañana. —nos dijo a todos.
Todos se levantaron y comenzaron a salir. Yo tomé mi mochila y guardé el cuaderno donde había anotado un par de indicaciones de los profesores.
Vi a mi alrededor y la mayoría ya había salido del salón, así que opté por sacar mi libro, así calmaría los nervios de hace unos instantes.
Planeaba quedarme en el salón leyendo un rato mientras todos salían a almorzar, honestamente no tenía apetito y tampoco quería hablar con nadie. No tenía ningún tema de conversación lo suficientemente interesante como para alguno de estos chicos.
Saqué el libro que estaba leyendo anoche y comencé a buscar la página en la que me había quedado.
Ni siquiera había levantado la mirada de mi libro pero estaba casi segura de que todos ya habían salido y el aula estaba vacía.
De repente escuché unos pasos aproximarse a mí.
—¿No vas a salir a almorzar? —me dijo esa impecable voz.
Sentí un ligero escalofrío recorrer mi espalda, y levanté la mirada con cierto temor. El profesor estaba frente a mí, él me observó con una leve sonrisa. Lo miré con algo de timidez, su presencia realmente me había tomado por sorpresa, estaba casi segura de que ya no había nadie conmigo.
Lo miré a los ojos.
—No. —dije en primera instancia. —Ahora no tengo hambre, además estoy leyendo.
Él dirigió su mirada a mi libro.
—¿Qué libro estas leyendo?
Cerré el libro y le mostré la portada sin decir nada más. Él sonrió y lo miró algo sorprendido.
—Vaya coincidencia. —dijo mientras se alejaba y se dirigía a su escritorio.
Busco algo dentro de la mochila que estaba sobre su escritorio. Sacó un libro y se acercó a mi lugar nuevamente.
—También estoy leyendo el mismo libro. —sonrió con orgullo. —Lo compré la semana pasada pero con todo lo que tenía que hacer no tuve tiempo de leerlo, así que lo empecé ayer.
Estaba sorprendida de tan absurda coincidencia, y le mostré una ligera sonrisa.
—Sí que es una coincidencia, yo lo compré en el aeropuerto al llegar aquí y también empecé a leerlo ayer. —dijo mirándome con mucha atención. —De hecho lo leí antes de dormir.
Él se sentó en el pupitre frente a mí y recargó ambos brazos en el respaldo del asiento.
—Es interesante, ¿verdad?
No sabía a qué se refería exactamente.
—¿Qué? —pregunté con algo de pena.
—El libro. —respondió.
Respiré profundamente.
—Ah, sí, lo es. —hablé con algo de alivio.
Vió la portada de su libro.
—Fué todo un escándalo cuando salió. Decían que no era un verdadero libro de romance. —levantó su mirada hacia mí.
Me reí ligeramente.
—Esa mala reputación fue lo que me hizo comprarlo, pero desde luego es un libro de romance, y creo que la gente más bien está molesta porque creen que alude a algo como la pedófila tal vez.
Él me miró muy sorprendido.
—Pero tú no crees eso, ¿o sí? —preguntó con curiosidad.
—No, Alicia es una chica menor que Marco, claro, pero la pureza de los sentimientos que hay de por medio y la forma en que Marco describe su amor por ella, es simplemente romántico.
Parecía cada vez más sorprendido con cada una de mis palabras.
—¿A pesar de que exista una diferencia de veinte años? —insistió.
—La autora del libro los llama almas gemelas, ellos están destinados a estar juntos, tienen que estarlo, después de todo se aman de verdad y... para el amor no existe edad.
Al decir eso último sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
El profesor parecía estar examinando mi rostro con detalle.
—Que buena analogía, —dijo con una sonrisa. —apuesto que la autora estaría feliz de saber que hay personas que ven su obra de esta manera.
No supe cómo responder a eso, así que me límite a sonreír ligeramente. De rrepente él estiró su mano y cubrió la mía con una delicadeza absoluta. Sentí como mi respiración se detuvo de golpe y lo observé atentamente.
—Me te tengo que ir. —dijo mientras se ponía de pié. —Pero sigue disfrutando de tu lectura.
Solo pude mirarlo sin decir nada más, las palabras no me salían, sentía la garganta seca y el corazón totalmente acelerado.
Se acercó al escritorio y tomó todas sus cosas, después me vió directamente a los ojos.
—Nos vemos Némesis. —sonrió por última vez y se dirigió a la salida.
Escuchar mi nombre con su voz fué algo tan placentero que mi piel se erizó. Era algo sumamente extraño, algo que nunca antes me había sucedido.
Me fué difícil volver a respirar por un par de segundos, el contacto con su piel me resultó extrañamente agradable, al parecer más de lo esperado.
En cuanto salió del salón de clases pude tomar un poco de aire.
Mi cuerpo no sabía muy bien como interpretar lo que acababa de suceder y odiaba eso, estaba totalmente tensa y no podía dejar de mirar mi mano, por un instante volví a imaginar su mano sobre la mía.
Honestamente me tomo unos minutos poder volver a la normalidad, pero una vez que lo conseguí sus palabras resonaron nuevamente en mi cabeza, como si fuera una melodía. El tacto de su mano era cada vez más vívido y mi cuerpo comenzaba a aceptarlo como algo muy agradable. Tanto que empecé a sentir que no era apropiada la forma en la que me hacía sentir.
Vi la portada de mi libro y entonces decidí seguir leyendo, tal y como me lo había dicho el profesor; Tenía que distraer mi mente de algún modo.
Los primeros dos párrafos del texto fueron muy fáciles de entender e imaginar, pero justo a la mitad del tercero no lograba concentrarme y tenía que volver a comenzar. Lo intenté al menos unas cinco veces, pero mi mente leía sin comprender, como si el texto estuviera en otro idioma.
Fue tan desesperante que cerré el libro de golpe y lo puse bruscamente sobre mi pupitre, luego me recargué sobre el respaldo de mi asiento mientras miraba hacia arriba.
Nuevamente mi corazón se aceleró cuando volví a imaginar que él tocaba mi mano y decía mi nombre con su voz llena de seguridad.
—¡Diablos! —pensé y me levanté de mi asiento.
Mi garganta se había secado tanto por la forma en la que estaba respirando, así que salí del salón en busca de algo para tomar.
Sabía que había una máquina expendedora al final del pasillo y supuse que no sería problema toparme con un par de personas, si eso conseguía distraerme estaba bien. Así que salí del salón con la misión de ir por algo de tomar.
Para mí sorpresa, no había nadie en ese pasillo, estaba totalmente vacío, incluso al llegar a la máquina de sodas, nadie más estaba ahí.
Tomé una soda y la abrí para darle el primer sorbo.
Sentí la gaseosa pasar por mi garganta, luego a mi estómago, eso calmó un poco las sensaciones de hace unos instantes, así que tomé un poco más y caminé de regreso al salón de clases.
Mientras caminaba sentí la presencia de alguien más detrás de mi. Alguien que de repente ya estaba a mi lado, miré en su dirección para ver de quién se trataba. Era nada más y nada menos que la razón por la cuál había decidido salir del salón en busca de algo para mojar mi garganta, aún cuando no tenía intenciones de salir. Era el profesor Dylan Spencer.
Su mirada se encontró con la mía y entonces sentí como la sangre de mi rostro desapareció unos segundos y luego volvió de golpe.
Fue obvio que lo notó, pues apretó los labios intentando contener una risa, finalmente me sonrió.
—Hola otra vez, Némesis.
Despejé mi garganta ligeramente antes de poder hablar.
—Hola otra vez, profesor. —afortunadamente, mi voz sonó lo suficientemente calmada como para no parecer sorprendida ni nerviosa.
Seguimos caminando a lo largo del pasillo.
—Veo que sí te animaste a salir después de todo.
Volví la mirada al frente porque verlo estaba siendo demasiado para mí.
—Si, bueno, solo vine por una soda. —dije, tratando de dejar claro que no mentía cuando afirmé que no tenía intención alguna de salir.
—Pero al fin y al cabo saliste, ¿No? —dijo con una pizca de ironía y luego me sonrió.
No sabía que responder a eso, pero sonreí también.
—Si, es verdad. —dije dándome por vencida.
Mientras nos acercábamos al salón de clases, me preguntaba si se desviaría cuando yo llegara o si también se dirigía al mismo salón.
—¿Olvidó algo? —inquirí con curiosidad.
—Si, eso creo, no encuentro las llaves de mi oficina así que supongo que las olvidé en el salón. —ambos nos detuvimos frente a la puerta antes de entrar. —¿No las viste, o si?
—No, si fuera el caso ya se las habría entregado. —le afirmé.
Él miró dentro del salón.
—Bueno, revisaré de todas formas.
Entró al salón y se dirigió a su escritorio. Yo lo seguí, caminando hasta mi pupitre. Me senté, saqué mi libro y busqué la página donde me había quedado antes.
Apenas encontré la página, levanté la vista por unos segundos para observar al profesor, quien estaba buscando las llaves en los cajones del escritorio. Antes de que se diera cuenta de que lo estaba observando, bajé la cabeza y me sumergí en mi libro, intentando leer.
Si antes me había resultado difícil concentrarme porque no podía dejar de pensar en él, ahora era imposible, ya que estaba ahí, moviéndose de un lado a otro en busca de sus llaves.
Permaneció inmóvil por un momento y yo alcé la mirada.
—Vaya, parece que no están aquí, —me miró enseguida. —tal vez se me cayeron en el camino.
Cuando dijo eso, instintivamente bajé la mirada al suelo y busqué desde mi asiento. Y entonces ví algo debajo del archivero, una pequeña correa negra con varias cosas brillantes, aparentemente de metal
Me levanté de mi asiento y caminé hasta el archivero. Luego, me arrodillé y miré debajo. Efectivamente, eran las llaves.
—¿Qué ves ahí? —dijo mientras se acercaba.
—Sus llaves están aquí. —le informé.
Extendí la mano para agarrarlas y sentí cómo todo el polvo del suelo se pegó a mi brazo. Fue una sensación muy desagradable, así que retiré la mano rápidamente.
Él también se arrodilló y echó un vistazo debajo del archivero.
—Tranquila, deja que yo lo haga. —dijo con confianza, luego se remangó la camisa hasta el codo.
Me levanté y, al hacerlo, no pude evitar notar su brazo descubierto. Era la misma mano con la que antes había tomado la mía.
Con un movimiento rápido, metió la mano bajo el archivero y agarró las llaves sin dificultad.
—¿Cómo habrán llegado hasta aquí? —se preguntó mientras les sacudía el polvo.
Sacudí mi mano suavemente para deshacerme del polvo sin usar la otra mano.
—Supongo que alguien las pateó al salir. —le sugerí mientras intentaba deshacerme del polvo telepáticamente.
Se puso de pié frente a mí.
—Si, seguramente eso pasó. —se sacudió el polvo de las rodillas.
Tomó un pañuelo de su bolsillo y lo extendió hacia mí.
—Ten, —dijo muy amablemente. —puedes limpiarte con esto.
Lo tomé entre mis manos.
—Gracias. —le dediqué una sonrisa amable y empecé a limpiar mi brazo, seguido de mis rodillas.
Él no dejaba de mirarme mientras lo hacía, así que me apresuré y una vez que terminé le devolví su pañuelo.
—Tenía la intención de darte algo que está en mi oficina, —dijo de repente. —pero no pude entrar porque, ya sabes, no tenía las llaves, y el receso ya está por terminar, así que, se me ocurrió invitarte a mi oficina después de clases.
Lo miré a los ojos, estaba totalmente incrédula, incluso creí que mi mente me estaba jugando una broma y estaba alucinando con ese momento.
—¿Ir a su oficina?
Sonrió con cierta timidez y después miró hacia la puerta.
—Si, está en este mismo piso. —me miró a los ojos una vez más. —Es la última puerta antes de tomar el pasillo que va hacia la biblioteca.
No estaba segura de qué tan correcto era ir a su oficina, pero dijo que quería darme algo y yo quería saber qué era eso.
—Está bien. —dije con una leve sonrisa.
Cuando mis labios pronunciaron esas palabras sentí que mi corazón comenzó a latir un poco más rápido. Él sonrió como si mi respuesta lo hubiera puesto realmente feliz, parecía totalmente aliviado y agradecido.
—Muy bien Némesis. —me dijo con una voz suave, y yo sentí que mi corazón se detuvo unos cuantos segundos. —¿Te parece bien a las dos?
Él tomó su mochila y la colgó sobre su hombro y me miró esperando por mi respuesta.
Traté de sonreír amablemente para mostrarme tranquila.
—Si, a las dos. —le aseguré.
—Bien, te veo en un rato. —sonaba alegre.
Me límite a observarlo mientras el se dirigía a la salida. Seguí de pié sin apartarlo de mi vista, una vez en la puerta me miró por ultima vez y sonrió, yo le sonreí de vuelta.
Pon fin se fué y tomé mucho aire y luego lo exhalé de golpe. Me sentía algo acalorada a pesar de que la temperatura ahí era muy baja.Traté de tranquilizarme pensando en el paisaje que había visto la semana pasada, de camino a la escuela.
Sorprendentemente funcionó, el paisaje de las carreteras que atravesaban el bosque se veían muy irreales, pensé "Ojalá hubiera podido disfrutar más", me quedé dormida en el auto porque en todo el vuelo no pude dormir debido a los nervios que tenía al viajar sola por primera vez.
Volví a mi pupitre y el ritmo de mi corazón había vuelto a la normalidad, mi respiración también. Pero tan solo duró unos cuantos segundos porque de repente él timbre de la escuela me asustó, fué tal el susto que salté ligeramente sobre mi asiento. Agradecí estar completamente sola, habría sido vergonzoso que alguien me hubiera visto.
Pasaron un par de horas y conocí a dos profesores más, Rodolfo, profesor de anatomía y Emma, profesora de artes visuales.
Después de eso las clases terminaron y todos salimos del salón de clases. Mantuve la mirada en el suelo mientras caminaba por los pasillos, podía ver los pies de todos y pude notar que la mayoría caminaba en grupo o en pareja, yo era de las pocas personas solitarias.
Llegué a mi dormitorio en cuestión de minutos, dejé mi mochila sobre la cama y me acosté sobre ella mientras miraba el techo, luego recordé que tenía una cita con el profesor, si es que se podía llamar así.
Me levanté de la cama y me acerqué a mi espejo para verme de pies a cabeza. De pronto, una leve sonrisa surgió en mis labios, y me sentía extrañamente feliz.
Tomé mi teléfono, que había dejado sobre el tocador y después vi la hora. Aún no eran las dos, pero faltaban treinta minutos.
Tenía tanta curiosidad de saber que era eso que el profesor quería darme, también me emocionaba la idea de conversar con él una vez más, así que decidí ir de una vez por todas.
Antes, tomé el perfume que estaba frente a mí, rocíe un poco sobre mis manos y luego las froté sobre mi ropa.
Revisé la hora por última vez, ahora faltaban veinticinco minutos, pensé que causaría una buena impresión al llegar antes de la hora acordada, y ya no podía esperar, así que sin más, abri la puerta, salí al pasillo y luego la cerré, finalmente me dirigí a su oficina.
Había leído el mapa de la escuela hace unos días y lo primero que aprendí fue como llegar a la oficina del director y la biblioteca, así que no tuve problemas en dar con la oficina.
Sentía una sensación rara en el estómago y mi corazón latía rápidamente como si estuviera corriendo, pero en realidad estaba caminando con tranquilidad.
Después de unos cuantos minutos por fin llegué, al pasillo que llevaba a la biblioteca y antes de él había una puerta ligeramente abierta, no estaba del todo segura si esa era su oficina, asumí que tal vez la había dejado abierta para que pudiese entrar, así que tuve el atrevimiento de empujar la puerta ligeramente.
Mientras se abría, pude ver al profesor recargado sobre su escritorio y luego ví a una chica de cabello rojizo, ella estaba demasiado cerca de él.
Al verme se alejaron uno del otro apresuradamente, lo cual para mí resultó bastante cuestionable. Al instante ella dió unos cuantos pasos atrás, yo sentí mucha vergüenza por mi entrada repentina y sin aviso.
—Lo siento, —dije muy apenada. —debí tocar antes.
Lo ví a los ojos y él se veía igual de avergonzado.
—No, ella solo vino a entregarme unos documentos que envío el director. —sonó como si estuviera disculpándose conmigo.
Ví a la chica y entonces, experimenté algo parecido al enojo.
Un punto de referencia que tenía para comparar esa situación, era de una ocasión en la que mi madre fué a mi habitación para desearme buenas noches; ella planeaba quedarse un momento para conversar conmigo, pero justo antes de que pudiera hacerlo, nuestro mayordomo, Roger, tocó la puerta y desde el otro lado de ésta, le dijo que mi padrastro la necesitaba.
El enojo que sentí ese día, fué algo similar, la única diferencia era que está vez el sentimiento también venía acompañado de incomodidad y vergüenza, ni siquiera sabía la razón de esta mezcla de emociones, no quería pensar que me había puesto celosa, no había forma de que fuera así.
La chica pelirroja tenía unos papeles en las manos presionados contra su pecho, y me estaba mirando con ligero desagrado, como si le hubiera echado a perder un momento importante.
Él profesor la miró y le entregó una hoja de su escritorio.
—Charlot, —ella lo miró rápidamente. —ya puedes llevarle los papeles al señor Anderson.
Ella no dijo nada y caminó hacia mí para salir de la oficina, no sin antes mirarme de arriba a abajo cómo si yo fuese algo repugnante, para luego pasar por un lado mío, tratando de evitar el más mínimo de los roces.
Yo me quedé de pie sin decir o hacer absolutamente nada, aún no podía asimilar tanta arrogancia, altivez y soberbia junta.
Él profesor, quien se veía tan incómodo como yo, se acercó a mí y me señaló una silla, luego sonrió como si nada pasara.
—Pasa, toma asiento. —dijo con tranquilidad.
La escena que había visto anteriormente me había desagradado totalmente, pero su sonrisa había purificado mí mente, como si nada de lo anterior hubiera ocurrido, y sin darme cuenta, ya me estaba aproximando al asiento.
—No tenía idea de que llegarías antes. —dijo tratando de pasar desapercibido lo que acababa de pasar, mientras cerraba la puerta.
Tomé asiento mientras pensaba en la respuesta adecuada.
—Lo siento, es que no tenía nada importante que hacer, ¿Hice mal? —pregunté con algo de pena.
Él se acercó a su escritorio.
—No, para nada, de hecho, hiciste bien. —respondió con tono animado.
Se sentó sobre su escritorio y me miró un par de segundos, y luego hubo un silencio incómodo, no sabía si debía ser yo quién lo rompiera, además tampoco sabía que decir.
—Te pedí que vinieras porque después de nuestra pequeña conversación al final de la clase, me dí cuenta de que la lectura romántica en serio te gusta, —tomó el libro que estaba a su lado. —y quería darte ésto.
Él me lo dió, y yo lo tomé entre mis manos.
—Lo he leído muchas veces desde hace algunos años, y pensé que tal vez podría llegar a gustarte tanto como a mí en su momento.
Vi el libro con atención, después abrí la pasta y acaricié su primera página para sentir su textura, y luego lo cerré.
—Gracias profesor, —lo ví a los ojos totalmente conmovida. —se lo devolveré cuando termine de leerlo.
—Nada de eso, es un regalo, ya es tuyo. —me afirmó con confianza.
Cada movimiento y palabra que pronunciaba irradiaba una confianza absoluta en sí mismo, esa confianza me intimidaba.
Mis labios se curvaron en una tímida sonrisa.
—Bueno, —agaché la cabeza para esconder mi rostro. —se lo agradezco.
—¿Te gusta el café? —preguntó repentinamente, e inmediatamente levanté la mirada.
Lo miré con una expresión de ligera confusión, me había quedado en blanco.
—Si pero...
—Bien, te prepararé uno. —se adelantó, antes de que yo pudiera terminar de hablar.
Él bajó del escritorio y se acercó a la mesa de su izquierda, donde había una cafetera y tres tazas pequeñas color blanco.
Mis nervios comenzaron a hacerme una mala jugada y el incidente de hace unos instantes vino a mi mente. El ambiente se volvió sofocante y todo empeoró, además, sabía que esto no era algo común entre una alumna y su profesor.
—No, ya debo regresar a mi dormitorio. —contesté con una mezcla de nervios e inquietud, luego me puse de pié.
Él se giró, me miró con una expresión de desconcierto y después se cruzó de brazos con una sonrisa en el rostro.
—Habías dicho que no tenías nada importante que hacer. —me hizo recordar lo que había mencionado antes.
Solté una risa nerviosa y luego lo miré a los ojos.
—Si, yo dije eso, —me arrepentí de haberlo hecho. —pero acabo de recordar que si tengo un par de cosas que hacer.
Se esforzó por no reír, apretando sus labios; estaba claro que sabía que estaba mintiendo.
—Vamos, —comentó con mucha calma. —solo un café.
Me tomé unos segundos para pensarlo, pero la incomodidad persistía
—No lo sé.
—Si no quieres café puedo ofrecerte un té o simplemente agua, —me miró con una leve súplica en su mirada.—pero por favor no te vayas aún, me agradas, y me encantaría conversar contigo para poder conocerte mejor.
Permanecí estática ante sus palabras, le había agradado y quería conocerme mejor. De todas las personas a las que pensé agradar, nunca imaginé que sería un profesor, y mucho menos uno tan encantador como el profesor Dylan.
También tenía intenciones de conocerlo mejor, así que volví a sentarme.
—Está bien, solo un café. —respondí aceptando su propuesta.
Sonrió y se dio la vuelta para seguir preparando mi café mientras yo colocaba el libro que me había regalado en la silla a mi lado.
Mientras preparaba el café, no pude evitar observarlo. Su espalda era realmente tonificada, tenía un físico impresionante que sugería que se ejercitaba de vez en cuando.
Me sentí ligeramente apenada al estar pensando algo como eso, es decir, ni siquiera sabía que edad tenía, probablemente me doblaba la edad y solo estaba muy bien conservado; Y si ese era el caso, ¿Qué hacía realmente con la chica pelirroja de hace unos minutos?, tal vez ellos tenían una especie de relación.
Volví a sentir el enojo de hace unos minutos al recordar lo cerca que estaban. Me desagradó tanto que me revolvió el estómago.
Él profesor se dió la vuelta con una taza de café en las manos, se acercó a mí y me lo entregó.
—Ten cuidado, está caliente.
Tomé el café pero al hacerlo mis manos accidentalmente tocaron las suyas.
—Deberías esperar a que se enfríe. —hablo con tono amable.
Esbocé una sonrisa de gratitud.
—Gracias. —dije con voz suave y luego el vapor me acarició las mejillas.
Me sentí extrañamente bien, sabía que esto era algo fuera de lo común, pero no me disgustaba en lo absoluto.
Tomó otra taza de café para él y movió la silla donde había dejado mi libro, colocándola frente a mí. Después, tomó el libro y lo colocó en el librero que estaba detrás de mí, finalmente se sentó.
—Muy bien, señorita, conversemos. —comentó con una voz encantadora.
Sopló con delicadeza su café y me sostuvo la mirada.
—Siéntete en completa libertad de preguntarme lo que quieras. —habló sin dejar de mirarme a los ojos.
En ese momento vinieron a mi mente muchas preguntas, pero me sentí algo intimidada con su mirada.
—No sé que preguntar. —agaché la cabeza y acaricié mi taza de café.
—No te preocupes, empezaré yo.
Alcé la vista y me encontré con sus ojos nuevamente.
—Seguramente después se te ocurrirá qué preguntarme. —me aseguró sin ninguna duda.
Parecía que ya tenía perfectamente planeada cada una de sus palabras, tanto que no dudó en ser el primero en hacer las preguntas.
La manera en la que sonreía y la postura relajada en la que ahora se encontraba me inspiró confianza.
Pero todavía me sentía algo nerviosa.
—Está bien, pregunte lo que quiera. —hablé tratando de aparentar algo de seguridad.
Él dió un sorbo a su café.
—Bueno, tu nombre ya lo sé, está en mi lista, así que, —hizo una pequeña pausa para pensar y luego me miró a los ojos. —¿Cuántos años tienes Némesis?
Una pregunta muy sencilla de responder.
—Diecisiete.
Me miró con incredulidad, como si pensara que estaba mintiendo.
—¿Realmente tienes diecisiete? —Me preguntó.
—Si, cumpliré dieciocho el veintinueve de agosto.
Él abrió los ojos un poco más en señal de sorpresa.
—Diecisiete años. —dijo entre dientes.
—¿Algo anda mal?
—¿Qué? No, —comenzó a ponerse nervioso. —no quiero que me malinterpretes, no te ves mal, de hecho te ves muy bien, solo, quiero decir, no aparentas esa edad.
—¿Y qué edad aparento? —le pregunté con tranquilidad.
—¿Veintitrés, tal vez? es que... —me miró de abajo hacia arriba rápidamente. —eres más alta que el resto de tus compañeras.
Lo pensé por un par de segundos, no me había detenido a pensar en eso.
Eso me hizo recordar que posiblemente tampoco aparentaba su edad, y entonces se me ocurrió qué preguntar.
Miré mis manos porque no me atreví a ver su rostro.
—¿Qué edad tiene usted?
—Veintisiete, —respondió con una amable sonrisa. —Cumpliré veintiocho en septiembre.
Al parecer no aparentaba ser joven, realmente lo era, tenía que decírselo, probablemente así él podría explicarme.
—Es muy joven para ser profesor.
Él sonrió y luego se recargó completamente en el respaldo de su asiento.
—Si, es que estudié mi universidad en un tiempo más corto de lo normal.
—¿Por qué? —pregunté.
—Porque me adelantaron a clases más avanzadas. —tomó un poco más de café. —Al terminar la universidad entré inmediatamente a esta escuela, alguien me recomendó con el director Anderson y él me aceptó enseguida. Necesitaba esta experiencia, y enseñar lo que aprendí sería una excelente manera de repasarlo para luego ponerlo en práctica.
Lo miré con curiosidad.
—¿Estudió Filosofía?
Él respondió instantáneamente.
—Administración de empresas, de hecho le doy esa materia a los grupos de segundo grado, pero sé algo de filosofía, poesía y teatro porque en mis ratos libres la estudiaba por gusto, así que para mí es un placer dar impartir esas materias.
Lo miré sorprendida, no podía creer que tuviéramos algo así en común.
—Yo suelo hacer eso, —dije con tal emoción qué sonreí ampliamente. —también me gusta todo lo que tiene que ver con poesía, filosofía, teatro, literatura, incluso música, así que leo sobre eso todo el tiempo.
Sonrió al escuchar eso.
—Mira nada más, sí que es una gran coincidencia.
—Pero, ¿Por qué no estudió formalmente todas esas cosas? —pregunté.
Miró el suelo un segundo y después me miró nuevamente.
—Porque tengo una lista de prioridades, y de haber sido así, no habría podido llevar a cabo la primera, que es darle todo a la mujer que me ha dado todo.
Ahí mi sonrisa desapareció gradualmente, pues no entendí que quiso decir con "La mujer que me ha dado todo." no sabía si hablaba de una posible novia o esposa, peor aún, temía que estuviera hablando de la chica con la que se encontraba hace unos minutos.
—Ah, tiene sentido. —dije sin muchos ánimos.
Ambos tomamos café al mismo tiempo, pero él terminó el suyo y puso la taza en el escritorio. Me miró a los ojos un par de segundos como si tratara de descubrir algo en ellos.
—Eres bastante seria Némesis.
No sabía cómo tomar ese comentario, pensé "¿Ser seria era algo malo, o era algo bueno? ¿por qué lo mencionó?" Decidí dar por hecho que lo había mencionado porque era evidente lo nerviosa que estaba.
Me sentí algo apenada por eso e incliné ligeramente la cabeza para ocultar mi rostro.
—Lo siento, es que no sé que decir, además es usted la primera persona con la que tengo una conversación desde que llegué aquí.
Él despegó la espalda de su asiento y se inclinó ligeramente en mi dirección.
—No, tranquila, está bien, admito que suelo hablar más de lo normal, pero ahora mismo tampoco se que decir.
Sonreí ligeramente y luego le dí un último trago a mi café, ya me lo había terminado. Él se dió cuenta y extendió sus manos para recibir mi taza.
La mantuvo en sus manos y la miró un par de segundos, luego levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los míos.
—¿Tienes novio?
Esa pregunta hizo que mi corazón se acelerara de golpe y mis manos comenzaran a sudar de los nervios, me reí con algo de pena.
—No, yo no... aún no conozco a nadie.
Él sonrió como si le hubieran dado una buena noticia, luego mordió ligeramente su labio mientras miraba la taza en sus manos, ese gesto me dejó hipnotizada, casi pude verlo en cámara lenta, sus dientes superiores acariciando suavemente su labio inferior. Involuntariamente hice lo mismo, pero de forma casi imperceptible.
Él levantó la mirada una vez más.
—Eres hermosa e inteligente, seguramente ya conocerás a alguien que esté a tu altura.
"A mí altura", mi corazón latiendo a mil por hora me indicaba que alguien como él estaba más que a mí altura. Me pregunté si él también pensaba lo mismo y por eso se había atrevido a decir algo así.
Pensar en eso hizo que mis mejillas se ruborizaran y mi rostro se sintiera ligeramente cálido.
Sonreí amablemente y me límite a agradecer sus palabras.
—Gracias, profesor. —dije mientras lo veía a los ojos.
Él sonrió y puso mi taza sobre el escritorio.
Jugué con mis dedos por unos segundos, entrelazando y luego soltando, para luego frotar mis palmas ligeramente, esto lo hacía cada vez que me sentía muy nerviosa. Imposible no estarlo con esa misma pregunta dando vueltas por mi mente, también quería saber si el estaba en alguna relación con alguien.
Me apoyé sobre mis pies para acomodarme en el asiento, y respiré profundamente evitando que él lo notara.
—¿Qué hay de usted? —sentí que mi garganta se calentó después de decirlo.
—¿Qué?
Tragué saliva y por fin le solté la pregunta.
—¿Está casado, o al menos sale con alguien?
Él sonrió como si lo que acabará de decir le hubiera causado gracia.
Yo lo miré atentamente esperando una respuesta, pero él no respondió de inmediato, me miró atentamente el rostro, como si examinara cada una de mis facciones. Eso provocó que comenzara a sentir una oleada de calor con epicentro en el pecho. Nunca antes me había sentido así, jamás, eso era completamente nuevo para mí, pero me sentía increíblemente bien.
Entonces el profesor sin dejar de mirarme respondió mi pregunta.
—No, no tengo esposa, tampoco novia.
Mi corazón comenzó a latir con intensidad, incluso podía escucharlo.
Se levantó de su asiento y, tras dar un solo paso, comenzó a inclinarse frente a mí, colocando ambas manos a cada lado de mi asiento.
—Pero... —hizo una pausa prolongada y vió mi rostro con atención.
Yo me quedé completamente inmóvil, no sabía que estaba pasando, pero había algo que me obligaba a querer saber cómo iba a terminar.
—Algo me dice que estoy muy cerca de encontrarla, y una vez que lo haga, no pienso dejarla ir.
Sus ojos se posaron en mis labios y mi corazón se aceleró de golpe. También miré sus labios, y sin darme cuenta, me estaba acercando muy lentamente. Comenzó a bajar ambas rodillas hasta que llegó al suelo, yo no hice más que mirarlo y quedarme completamente quieta. Se acercó despacio hasta que su rostro quedó frente al mío y casi podía sentir su respiración.
Era más que evidente lo que estaba a punto de pasar, pero no estaba del todo segura, no hasta que sentí su aliento impactarse contra mis labios, fué entonces que supe que ya era inevitable, iba a suceder.
Estaba tan contenta, que no pensé en nada más, asi que solo cerré los ojos y en cuestión de segundos sus labios se encontraron con los míos, y la suavidad de su contacto se transformó en una caricia.
Un cosquilleo me invadió mientras me besaba con dulzura y su mano acariciaba mi mejilla.
También quería sentir su rostro, quería asegurarme de que fuera real, de que en realidad estuviera pasando, así que puse mis manos en su rostro. La calidez y suavidad de su piel eran increíblemente agradables al tacto.
No quería detenerme ni que él lo hiciera, solo quería seguir besándolo como si el resto del mundo no existiera. Recordé la primera vez que besé a un chico, no se comparaba en absoluto, el profesor lo hacía mucho mejor.
En ese momento, me di cuenta de la gravedad de la situación. Abrí los ojos y pensé: “¿Qué estoy haciendo? Esto está muy mal, él es mi profesor”.
Apoyé mis manos en sus hombros y me alejé, empujándolo con fuerza suficiente para poner distancia entre nosotros.
Mi respiración era como la de un corredor de maratón, y la suya no se quedaba atrás. Me miró sin decir nada, y aún así, parecía preocupado por mi reacción.
Al verlo no podía creer lo que acababa de suceder. Me levanté de mi asiento y sin quitarle la mirada retrocedí en dirección a la salida. Sus ojos llenos de culpa no dejaban de mirarme, y yo no sabía si debía decir algo.
Se puso de pié y dió un par de pasos hacia mí.
—Perdoname, no sé en qué estaba pensando, no sé que me pasó, ni por qué lo hice, —sus ojos ahora eran suplicantes. —no te vayas.
Lo miré un par de segundos sin decir nada, sentí que bebía decir algo, pero no sabía qué con exactitud, ni siquiera sabía cómo debía reaccionar, asi que giré el picaporte de la puerta.
Él dió un paso hacia mí y eso hizo que yo actuara aún más rápido y decidiera salir de ahí lo más pronto posible.
Corrí a lo largo del pasillo sin mirar atrás, y al dar vuelta hacia el otro pasillo vi un par de personas, así que me frené de golpe, luego comencé a caminar.
Sabía que no era así, pero mientras más caminaba y más personas había, sentía que me miraban, como si supiesen lo que había hecho.
Unos cuantos minutos después vi la puerta de mi dormitorio, y fué un pasillo largo de recorrer, parecía eterno, esto porque sabía que solo ahí estaría en paz.
Curiosamente en esta ocasión el encierro me generaría tranquilidad, contrario a la razón por la que había decidido estar en una escuela lejos de mi hogar.
Por fin llegué a mi puerta, la abrí y sentí alivio al estar dentro de mí dormitorio, tanto que al cerrar la puerta me recargué sobre ella.
Cerré los ojos un par de segundos y luego vino a mi mente el profesor, específicamente vino a mi mente la suavidad con la que me había besado y la forma en la que había acariciado mi mejilla mientras lo hacía. Sonreí de inmediato, no había sido mi imaginación, ¡El profesor y yo nos habíamos besado!
Abrí los ojos y me acerque a mi cama para luego sentarme sobre ella, ahí respiré profundamente y exhalé con tranquilidad.
Sabía que lo que había hecho, en definitiva no estaba bien, aunque había sido lo más emocionante que me había ocurrido en la vida. La preocupación, la culpa, y el miedo se apoderaron de mí, pensé: ¿Qué pasaría si alguien se llegase a enterar? probablemente me expulsarían, o también podrían despedir al profesor.
No fue nada agradable pensar en eso, la culpa se volvió más intensa.
Me levanté y me dirigí al baño, pensé que con una ducha caliente podría relajarme y despejar mi mente.
Salí de la regadera completamente relajada, tomé mi bata de baño y me sequé el cabello con una toalla hasta que dejé de gotear.
Me pare frente al tocador, y me miré al espejo, me acerque a mi reflejo y me ví muy de cerca, quería saber qué era lo que él había visto en mí.
No logré ver nada de otro mundo, me veía completamente ordinaria, mis ojos marrones bastante comunes, mi cabello negro y ondulado sin mucha gracia, mi piel pálida por la falta de sol. Me alejé del tocador con algo de decepción de mí misma, después me dirigí a mi cama y me senté sobre ésta.
Me quedé viendo el suelo por un par de minutos y luego vi mi teléfono, fué entonces cuando recordé que no había llamado a mi madre, quería escuchar su voz, no había estado lejos de ella por tanto tiempo, también quería contarle lo que había sucedido, claro que no iba a hablarle de lo que pasó con el profesor, solo le hablaría de como había sido mi primer día de clases. De hecho, mi madre jamás se había enterado de mi vida personal, porque yo siempre solía mentir para evitar problemas, aunque a la larga el no hacerlo me había traído más problemas de lo normal.
Estaba a punto de presionar el icono de llamar, cuando de repente escuché que alguien había tocado mi puerta. No tenía idea de quién podría ser, tal vez algún vecino de las habitaciones de al lado. Me levanté de la cama y abrí la puerta rápidamente.
Me quedé helada cuando lo ví, parecía una broma.
El profesor estaba frente a mí con ambas manos tras la espalda y una postura erguida, mi piel se erizó e inevitablemente di un paso hacia atrás.
—Hola. —dijo con un poco de pena.
Mi corazón comenzó a latir como loco y mi garganta se secó de golpe, por más que quise, no pude responder, solo me quedé en silencio y mantuve el contacto visual.
—Lo siento no era mi intención incomodarte, mucho menos asustarte. —me habló con seguridad.
Seguí sin decir nada.
—Olvidaste algo. —dijo mientras sacaba las manos de su espalda y me extendía el libro que me había obsequiado.
Miré el libro y luego lo tomé entre mis manos sin decir nada aún. Seguía totalmente impactada con su sola presencia, pero también estaba sorprendida porque supo con exactitud cual era mi dormitorio.
—Respecto a lo que pasó, —mordió ligeramente su labio inferior como si quisiera obligarse a sí mismo a no decir nada. —hagamos como que nunca pasó, yo... te aseguro que no se volverá a repetir.
Sonó como una promesa, y eso me asustó, una que resonó en mi cabeza por unos cuantos segundos, ”No se volverá a repetir". Sentí un dolor punzante en el pecho, como el de una daga hundiéndose en mi corazón. No había nada que pudiera decir, lo que había dicho parecía ser lo correcto.
Bajé la cabeza, aceptando la situación con resignación
—Está bien. —dije con voz débil.
Levanté la mirada nuevamente tan solo para ver su reacción. Él me estaba mirando cómo si estuviera esperando alguna otra respuesta, como si estuviera seguro de que diría algo más.
Se suponía que alejarse y hacer como que nada pasó era lo correcto, pero no lo parecía, se sentía horrible, como si me estrujaran el corazón y lo arrancaran de mi pecho.
Él había generado en mí algo que jamás había sentido, deseaba regresar a ese instante en el que me besó y poder congelar ese momento. Había revivido algo que hace tiempo no vivía en mí, su beso le había devuelto la vida a mi felicidad, una razón para creer que no estaba destinada a sufrir toda mi vida.
—Bien, —dijo de repente e interrumpió mis pensamientos. —adiós entonces, Némesis.
Tragué saliva con mucha dificultad.
—Adios. —dije con un hilo de voz, y luego él se alejó.
Mientras veía como se alejaba, no podía creer que estaba dejando que se fuera sin decirle lo que sentía. Cerré la puerta lentamente y luego apreté el libro contra mi pecho.
Caminé hasta la cama muy despacio y luego me recosté sobre ella.
Al ver el libro pensé en comenzar a leerlo, pero no podía empezarlo sabiendo que no había podido terminar el anterior, y lo peor de todo es que estaba segura de que no podría concentrarme lo suficiente como para poder terminar el primero. A pesar de eso quise intentarlo, saqué mi libro de la mochila y continué donde me había quedado; Tan solo conseguí avanzar tres páginas, lo demás lo leí sin comprenderlo, fué ahí donde me dí cuenta de que debía parar.
Guardé ambos libros en mi mochila y después me recosté sin hacer nada más que mirar el techo de mi dormitorio, cansada de ver lo mismo por varios minutos, cerré los ojos y entonces comencé a recordar aquel momento tan maravilloso en el que sentí su aliento sobre mis labios, luego esa hermosa sensación de sus labios sobre los míos, y sus manos acariciándome el rostro con ternura.
Entonces abrí los ojos y volví a mi realidad, no sabía cómo sentirme, ¿Qué tal si él solo estaba tratando de aprovecharse de mí? Pero los ojos no mienten, y él me veía con dulzura, cuando tuve la oportunidad de negarme no lo hice, porque en el fondo yo quería que lo hiciera.
Era innegable, en definitiva había sido algo que los dos deseábamos que pasara, y estaba feliz de que en serio hubiera pasado, aunque me sentí con un vacío en el estómago al saber que tal vez esa podría ser la última y única vez que pasaría eso.
Eso me mortifico por un par de horas, pero descubrí sin querer, que ya me estaba enamorado de su recuerdo y de lo poco que conocía de él, sus ojos color miel, su cabello castaño ligeramente ondulado, sus cejas perfectamente pobladas, su sonrisa dulce, su nariz, sus mejillas, sus labios, su mandíbula, su barbilla, su cuello, sus hombros, su pecho, sus brazos, sus manos, ¡Dios! absolutamente todo de él hacía que mi corazón fuera cada vez más rápido de solo recordarlo.
Quería dejar de pensar en eso porque mi estómago se sentía muy pesado y tenía miedo de que lo que había sucedido pudiera meterlo en problemas.
Se me fueron las horas pensando en él hasta que se hizo de noche. Me cubrí con la sábana y cerré los ojos hasta que poco a poco logré quedarme dormida.
Al día siguiente me levanté deseando que lo que había sucedido fuera real, porque tenía la sensación de que todo había sido un sueño, y sentir eso no me gustaba en absoluto.
Me levanté de la cama y me dirigí al baño, ahí tomé una ducha.
Y mientras mi cuerpo se empapaba en su totalidad comencé a pensar en el profesor, tenía muchas ganas de verlo, sabía que tal vez ya ni siquiera podríamos dirigirnos la palabra a no ser que fuera por cuestiones académicas, pero verlo al menos me daría un poco de alegría, hasta que con el tiempo simplemente dejara de gustarme.
Salí de la ducha y me puse de pié sobre el tapete del baño mientras me cubría con una bata, después comencé a cepillar mis dientes.
Mientras me veía al espejo hablé conmigo misma.
—Olvida lo que pasó, por el bien de los dos, olvídalo.
Terminé de vestirme y arreglarme, entonces respiré profundamente y cerré los ojos antes de salir de mi dormitorio.
—Tu puedes. —me animé yo misma.
Salí de mi dormitorio, abrí los ojos y caminé a lo largo del pasillo.
Iniciaron los días más difíciles e incómodos de todos.
La primer semana fué una verdadera tortura, mi estómago se volvía pesado con cada una de sus clases, los nervios se apoderaba de mí y por más que quise, no fuí capaz de verlo por mas de medio segundo, me sentía avergonzada, como si todo el mundo estuviese enterado de lo que ocurrió.
La segunda semana llegó y mis sentimientos no parecían desaparecer, aún sentía que aquel beso había sido lo mejor que me había pasado, eso me preocupaba pues se suponía que con el pasar del tiempo dejaría de sentir algo por él, pero por el contrario, mi deseo de revivir el momento era más fuerte que el de superarlo.
El día Jueves de la tercer semana llegó, creí que para este punto ya debía haberlo superado, pero cuando pensaba en él sentía mariposas en el estómago y mi rostro se sentía caliente por la sangre que se acumulaba en mis mejillas.
Estaba cepillando mis dientes, cuando de repente alguien tocó mi puerta.
Rápidamente escupí lo que tenía en la boca.
—Un momento. —avisé.
Tomé un sorbo de agua y enjuagué mi boca rápidamente. Después de escupir, me sequé con una toalla de manos y me dirigí a la puerta.
Abrí la puerta cuidadosamente y al no ver a nadie la abrí en su totalidad. Miré hacia la izquierda y luego a la derecha, pero seguía sin ver a nadie.
Dí un paso hacia enfrente y entonces sentí algo bajo mi pié. Vi hacia abajo, me dí cuenta de que había una carta y junto a ella una bella rosa roja. Mi piel se erizó al verla.
Miré a ambos lados una vez más y después me agaché para tomar la carta y la rosa. Me puse de pié rápidamente, luego entré al dormitorio y cerré la puerta antes de que alguien pudiera verme.
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