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La Razón De Mi Diario

Capítulo 1

                                                             "La razón de mi diario"

Siempre he pensado desde que comencé a escribir de manera profesional a mis veinte años, incluso cuando era más joven, por qué no me animé a redactar mi propio diario a pesar de mi pasión por ser escritor. Tal vez, es que nunca lo vi necesario para mí. Aunque ahora, a mis treinta y cinco años, me doy cuenta de que lo único que me hacía falta para completar mi camino como novelista, era plasmar mis más íntimos pensamientos en un cuaderno que llevase mis memorias recorridas a lo largo de mi vida. He tenido una gran trayectoria en mi camino literario, y he escrito grandes obras que fueron premiadas y elogiadas por el público, que disfrutó mis historias impresas en papel, como también al ser llevadas al mundo visual. En fin, no me quejo del cobijo en el que he sido amparado por la buena fortuna. Sin embargo, nunca me atreví a hacerlo, y ahora que dentro de dos días cumpliré treinta y seis años. He decidido darme a mí mismo como regalo de cumpleaños un cuaderno que lo convertiré en ese diario que tanto me ha inquietado desde muy joven, y que no lo quise hacer porque creí que era irrelevante en mi vida personal.

Todo esto de sí tener un diario o no se generó a causa de la visita que le hice a mi querido abuelo. Fue cuando visité la casa hogar en donde se quedó a vivir por decisión de mi padre, quien siempre para ocupado en sus asuntos de negocios, y son muy pocas las ocasiones en las que se ha presentado, aunque sea para verlo un momento. No quiero juzgar su manera de actuar, pero me entristece como hijo saber que está interesado en generar más riquezas de las que ya tiene en proporciones desmedidas, que el simple hecho de valorar lo que le queda aún. Gracias a mi querido abuelo es que pude seguir mi pasión, y no ser tumbado por mi padre opresor que imponía su forma de pensar en mi vida. Supongo que mi padre debe estar todavía molesto con mi abuelo, por no tener su apoyo y darme la razón a mí. Solo puedo expresar a través de mis escritos que siempre admiré y amé a mi abuelo, quién es y será un ejemplo a seguir para mi persona como también para mis futuros hijos. De hecho, he reflexionado que cuando concluya con este diario se lo obsequiaré a mi primogénito, y espero que le sirva de guía en la vida y pueda también ayudar a sus hermanos. Sé que como padre no seré capaz de expresar todo lo que creo y quiero decirles, así que me será de gran ayuda este diario donde atesoraré cada momento importante e inspirador que la vida me ha enseñado y lo sigue haciendo.

Fue un día lluvioso en el que visité a mi querido abuelo, recuerdo muy bien ese gélido día, el veinticinco de octubre del 2010, fecha en el que mi querido abuelo cumplía años. Estaba muy exhausto por el día que había tenido, cargado de presentaciones de un lugar a otro, con motivo de mi nueva obra que le fue muy bien en el mercado dirigido a los jóvenes adolescentes. Me había vuelto popular y estaba contento por ello, aunque no sé por qué mis pensamientos estaban fijos en mi abuelo. Pensé que era porque me preocupaba no llegar a pasar un tiempo con él en su día, pero no sabía la causa del desasosiego que me embargaba mientras trataba de fingir con una sonrisa en mi vida pública.

Ya el crepúsculo se había acentuado cuando llegué a la residencia donde se hallaba mi abuelo, corría aprisa para saber cómo se encontraba. Me sentía triste por no haber podido pasar el día con él, esperaba que me perdonase, ya que eso nunca había ocurrido. Era la primera vez que me ausentaba por motivos de trabajo, y en verdad estuve decepcionado de mí mismo, porque sentí que me parecía más a mi padre y eso era lo que menos quería. Mi querido abuelo había pasado su cumpleaños rodeado de sus compañeros de piso, lo cual me tranquilizó saber que no se aisló y decidió compartir su momento con otros. Aunque también me dijeron que se le vio lúgubre durante la celebración, por lo que, me causó desasosiego al saber de su estado de ánimo.

Le pedí al encargado general que me dejara pasar un tiempo a solas con mi abuelo en su dormitorio, ya que quería disculparme por lo acontecido. Por única vez me dejaron entrar pasado el horario de visitas, agradeciendo, me retiré y me encaminé rogando en mi mente que no estuviese dormido aún. Para mi sosiego lo encontré sentado en su cama, tenía la ropa de dormir puesta, la luz de su lamparilla de mesa ensombrecía su imagen quieta y encorvada, abstraído en sus pensamientos mientras sostenía un libro mediano de pasta gruesa de color negro entre sus brazos. Aquel libro parecía lo más preciado para él, lo tenía abrazado como un pequeño niño, o como si a través de ese objeto se contuviese a sí mismo. Fue esa la impresión que me provocó cuando me detuve a observarlo desde el umbral de la puerta, sin siquiera percatar mi presencia. Pensé que se había quedado dormido en esa posición, pero cuando comencé a dar pasos vacilantes hacia su cama, se giró de improviso hacia mí y con voz calmada expuso:

—¡Ah, hijo, al fin llegaste! Estaba esperándote. Ven, no pienso regañarte por estar ausente hoy. Sabes que no tienes que disculparte si llegas tarde o no vienes. Me basta con verte, aunque sea una vez a la semana.

Me aproximé a su lugar reflejando una sonrisa suave, y sentándome a su lado apoyé mi mano en su hombro.

— Querido abuelo, no digas eso, por favor, quiero estar el mayor tiempo posible a tu lado. Gracias a dios mi trabajo no requiere que me olvide de ti, y no lo haría sea el trabajo que tuviese. Sabes bien que desde pequeño tú fuiste mi soporte emocional, gracias a ti y tus maravillosas historias es que descubrí lo que quería ser, y aún más el hecho de no ceder a la petición de mi padre. Por todo ello, eres la única persona con la que me siento cómodo, y puedo exponer mis pensamientos más sinceros que creo no se lo diría ni a mi mejor amigo. Realmente estoy triste por no haber podido llegar a tiempo, pero si tú deseas mañana podré venir más temprano para pasar el día a tu lado, y traeré tu regalo que no pude llevarlo conmigo —alegué con voz conciliadora.

Capítulo 2

Dejando el libro de cuero sobre su cabecera, tomó mis manos y con tono afable, mostrando una apacible mirada, expresó:

—No es necesario que me traigas un regalo, me basta con tu presencia. Te he enseñado desde pequeño que lo más importante es un sincero y afectuoso abrazo, compartiendo y disfrutando el día con amor y alegría.

Lo interrumpí queriendo aclarar que no lo hacía como una disculpa tardía, no obstante, mi abuelo intervino con su habitual tono de voz sosegado:

—No sigamos hablando de lo mismo, mejor quiero decirte algo muy crucial, y que ya es momento que lo debas saber.

Me quedé intrigado a su mensaje mientras lo observaba expectante, entre tanto, mi abuelo soltó mis manos y recogió el libro que hace un momento lo abrazaba con candor y añoranza, para luego colocarlo entre mis manos. Se mantuvo un lapso en silencio, fijando su mirada en el libro que yacía en mis manos. Mantenía una expresión taciturna, como si divagara en sus recuerdos, aquellos que no escuché entre sus historias cuando era niño.

Cuando iba a emitir mis palabras, levantó la mirada y sonrió.

—¿Aún recuerdas las historias que te contaba de niño? —interrogó curioso.

Asentí con la cabeza, extrañado a su pregunta. Dio un suspiro hondo y luego prosiguió:

—Bueno, debo decirte que en esas historias plasmé parte de mi vida de infante. Te las contaba como si fuese un cuento de fantasía para no inquietar tu inocente mente, y así disfrutaras de los relatos. Pero a medida que ibas creciendo dejé de transmitirte mis vivencias en esas historias, porque no las recordaba. Hay un hueco temporal de mi vida de infante que no pude recordar hasta ahora que he estado dilucidando mejor esos acontecimientos, sucedidos antes de cumplir los seis años. Pensé mientras crecía que no importaba traerlas a la memoria, estaba distraído con mi rutina diaria que no tomé importancia a rememorar ese pasado que no surgió en mis pensamientos cuando era más joven.

Estaba sorprendido de lo lúcido que se encontraba en ese instante, y quería seguir escuchándolo más, esperando a no ser interrumpidos, entre tanto, la intriga se tornaba intensa, no obstante, ante su silencio y el desviar de su mirada me ponía intranquilo. Al fin, después de un lapso corto, volvió a retomar la palabra, fijando su mirar sombrío en mi semblante preocupado.

—He tenido incontables pesadillas desde muy joven, aunque no tomé interés de ello porque las olvidaba con facilidad. Sin embargo, ahora que descubrí el significado de ese asunto, todo concuerda perfectamente. Mis recuerdos extraviados, mi vida de infante y adulto, incluso ahora en el que suelo perderme por momentos indeterminados en esos pensamientos aludidos a esa época.

Apoyando sus manos entre las mías que se aferraban al libro, hizo una pausa breve mientras seguía ensimismado en sus pensamientos, para luego continuar con su insólito mensaje.

—Quiero que te quedes con el diario que te he dado, es lo más preciado que tengo en este mundo. Es lo único que me ancla a mi verdadero origen del cual yo provengo, y que gracias a ello ahora sé que puedo irme en paz y reunirme con mi auténtica familia. Sobre todo, quiero reencontrarme con mi amado hermano mayor, del que tengo muy poco su nítida imagen en mi memoria, aunque he tratado y me he esforzado hasta sentir dolor de cabeza para rememorar su imagen.

Inquirí sin preámbulos, abrumado por su confesión:

—Abuelo, ¿de qué familia hablas? ¿Te refieres a que este cuaderno pertenece a mi tío Eduardo o tal vez es de mi tío Ricardo?

Al ver mi desconcierto, esbozó una leve sonrisa y respondió sin inmutarse:

—Nunca se lo comenté a tu padre, ni tampoco te lo mencioné. El hecho es que la familia con la que conviví desde que tenía seis años, me adoptaron y acogieron como un hijo. No pregunté mi origen porque a esa edad mi mente estaba distraída con mi nueva familia, y había omitido gran parte de mis recuerdos, eso incluye lamentablemente mi procedencia. Tampoco me lo dijeron hasta cuando cumplí la mayoría de edad, por ende, al saber la verdad, no tenía interés de saber quiénes eran mis verdaderos padres, o si tuviese hermanos. La familia que me acogió fue la única a la que consideré mi verdadera familia, y por ello es que ahora que puedo ver mejor el panorama de mis recuerdos perdidos. Con mucho pesar lamento y me arrepiento de no haber valorado esa parte de mí que no quise recuperar, aunque sea a través de los recuerdos y la verdad.

Volví a inquirir sintiendo un nudo en la garganta y con la voz temblorosa:

—Abuelo, dime ¿Cómo obtuviste este diario? ¿Sabes dónde está tu hermano? ¿O si tiene familia?

Apartó sus manos de las mías y me pidió con voz baja que le trajera un vaso con agua, a lo cual accedí rápidamente, regresando a mi lugar con premura mientras le entregaba el vaso con cuidado. Luego de beber el agua me dio el vaso, tomando entre sus manos el libro. Al sentarme después de dejar el vaso sobre la mesa redonda de cristal aledaña al ventanal. Entre tanto, abría el libro de hojas amarillentas y ajadas, sacó una fotografía mediana en blanco y negro, donde mostraba a tres personas sonrientes en medio de un campo florido con un hermoso cielo despejado. Al observar la foto detenidamente, mi abuelo me iba explicando quienes eran señalándome con el dedo sobre la fotografía.

—Esta mujer de cabellos ondeados y sedosos es mi querida madre, se le ve tan bella y sonriente. Al lado derecho está mi querido hermano mayor que trae puesto una boina escocesa, se ve delgado y muy guapo. Y, por último, él del medio soy yo, en esa época estaba muy pequeño, calculo unos tres a cuatro años —señaló.

Me quedé contemplando la imagen de aquella foto casi deslucida, puesto que, a pesar del tiempo, estaba muy bien cuidada, de lo contrario, es probable que no apreciaría los detalles con más precisión. Estaba concentrado en una persona en particular, y no sabía por qué me abstraía por completo la imagen de su hermano mayor al que trataba de reconstruir su apariencia real en mi mente. Imaginando los colores que podía tener sus cabellos o sus ojos, además de lo esbelto que se advertían sus rasgos faciales, a pesar de tener la boina que casi ensombrecía su rostro por la sombra que se dibujaba en su cara, aparte de lo delgado y alto que era.

En medio del silencio, mientras observaba la foto, de pronto mi abuelo me interrumpe con voz casi susurrante:

—En las pesadillas que se manifestaron desde que era infante, se destacaba la figura casi perceptible de mi hermano mayor, al que no pude recordar con certeza a pesar de sentir que lo conocía. Por otra parte, el rostro de mi madre que se evidencia en la foto, a ella, fue muy pocas las veces que logré obtener su imagen en mis sueños.

Capítulo 3

Al fijar la mirada en los ojos de mi abuelo que veía la fotografía mientras la acariciaba entre sus dedos, reflejó una sutil sonrisa en los labios y continuó con sus palabras:

—Nunca pensé que a esta edad lograría recuperar esa memoria de mi vida de infante que creí que no existía, porque no podía recordar nada.

Apoyó una de sus manos sobre mi mejilla con cándido toque mientras decía:

—¡Ves querido nieto!, ¡cómo la vida no deja de sorprendernos! Es increíble que este diario haya hecho un viaje tan largo hasta llegar a mis manos. Lo más extraordinario es que fue una amiga mía con la que conversaba muy a menudo durante los descansos.

Deslizó su mano de mi mejilla hacia el diario, contemplándolo por un instante para luego proseguir con su relato.

—Ocurrió cuando platicábamos sobre el pasado, y en ello me mostró el diario que atesoraba con mucho amor, ya que mencionó que era un obsequio de su abuela. Cuando abrió la tapa del libro para enseñarme lo que contenía dentro, al momento de extender la cubierta se deslizó una fotografía hacia mis pies, así que me apresuré a recogerlo, y al ver la imagen de la foto me quedé pasmado y abstraído. Reconocía mi rostro cuando era pequeño, ya que desde que llegué a vivir con mi familia, a la cual le estoy muy agradecido por lo que hicieron conmigo, era usual en mi madre tomar fotos de cualquier acontecimiento que teníamos, sea importante o no. Estaba acostumbrado a verme en portarretratos que tenía por toda la casa, fotos mías y de la familia, incluso una en donde vine por primera vez a la casa, en el que pasaría a vivir por muchos años junto a ellos.

Se quedó en silencio sin dejar de acariciar el cuero de la tapa, entonces decidí intervenir para apremiar a que continuara con su relato.

—Abuelo, si esto le pertenece a tu amiga, deberías de comentárselo antes de dármelo a mí. Tal vez, solo te prestó y tú pensaste que te lo dio. Entiendo que la fotografía demuestra que eres tú al lado de tu verdadera madre y hermano, pero mencionaste que este diario era un obsequio de su abuela. Puede ser que sean parientes y se reencontraron ahora.

Su sonrisa se desvaneció y la expresión de su rostro se tornó fría, al levantar la vista a mi rostro extrañado por su reacción, con tono apagado expuso:

» En realidad, mi querida amiga con la que pasaba el tiempo falleció hace un mes. Ella me entregó el diario unos días antes de irse para no volver jamás. Lo único que recuerdo fueron sus últimas palabras mientras tomábamos el té en un día agradable y primaveral, en el que me decía que no tenía a quién dárselo para que lo conservara como ella lo hizo. También, me comentó que su única nieta, a quién la he visto en varias ocasiones porque venía a visitarle muy a menudo, trayéndole flores que la entusiasmaban mucho; no quiso quedarse con el diario, ya que le resultaba extraño poseer un cuaderno escrito por alguien a quien no conocía. Es por ello que, cuando le mostré la foto y le dije que era yo el pequeño que se hallaba en la imagen, solo comentó con una amena sonrisa que debía ser yo a quién dejara el diario, porque al fin había encontrado al propietario. Estaba confundido con su petición y quise preguntarle más sobre la procedencia del diario y de las personas de la fotografía, pero en ese instante le comenzó a dar un fuerte dolor de cabeza, y los enfermeros tuvieron que llevarla a su habitación de inmediato. Me sentí preocupado y ansioso por saber su estado que había olvidado el diario sobre la silla mecedora. Salí de inmediato siguiendo a los enfermeros que luego de unos tramos más me retuvieron en el camino, y a pesar de la insistencia para poder ver a mi amiga, no obtuve el permiso y me condujeron a mi habitación, asegurándome que la vería en la mañana. Aunque eso nunca ocurrió e incluso me ocultaron su repentino fallecimiento.

Al final, luego de tres días, me animé a dar un paseo por el jardín exterior, y de repente vi salir a su nieta del interior de la residencia, luciendo un elegante pero sombrío vestido de color negro con un sombrero de estilo moderno. Estaba de luto, su rostro reflejaba desolación, no poseía esa risueña sonrisa que siempre mostraba cuando la veía durante las visitas a su querida abuela. Cuando la saludé a lo lejos no me respondió, así que intenté acercarme a ella con premura a pesar de no tener la flexibilidad en mis piernas como antes. Trataba de alcanzarla sin conseguir detener sus pasos ligeros, aun cuando llamaba su nombre en voz alta. Creí que no lograría detenerla a tiempo, pero de pronto se detuvo y se giró hacia mí, se sorprendió al verme caminar casi corriendo agitadamente, y se encaminó a mi dirección con rapidez. Me contó la triste noticia, y antes de marcharse la retuve al darme cuenta de que llevaba consigo el diario que no lo había recordado hasta ese momento, lo vi en su bolso que estaba abierto. Le comenté que su abuela me lo había obsequiado, aunque no era necesario que me lo entregase si no lo quería hacer, ya que supuse adecuado que ella tuviese ese preciado libro como un recuerdo de su querida abuela. Sin embargo, rechazó amablemente mi intención y me lo entregó de inmediato, diciendo que era mejor que yo lo cuidara, y no dejarlo guardado en un rincón de su estante.

Luego de darle mi sentido pésame con profunda aflicción, se marchó y yo deambulé por los rosales pensando en mi querida amiga mientras abrazaba el diario con fuerza «.

Dio un suspiro hondo y melancólico mientras se aferraba al libro con añoranza, al verlo así le dije que no era necesario que me lo entregase en ese momento, pero se negó a hacerlo y lo dejó en mis manos.

—He reflexionado mucho estos últimos días, mi querido Frank, sobre la vida y lo que contiene en este diario, como también, la fotografía que me reveló mi verdadero origen. Quise leerlo, pero el idioma es extraño para mí, no lo conozco. Me hubiese gustado saber a quién pertenece los escritos que contiene este diario, si es de mi madre o de mi hermano, y saber qué pasó con ellos, develar mi pasado a través de sus escritos. Sin embargo, lo único que me queda es atesorarlo, y por ello te lo entrego a ti. Sé que lo cuidarás tan bien como lo hicimos la señora Elison y yo, espero que tú también puedas conservarlo de la mejor manera —aconsejó con tono apacible.

Intervine cuando depositaba sobre mis manos el cuaderno de cuero oscuro.

—Abuelo, por favor, debes conservarlo aún, no hay prisa para que me lo des. Es más importante para ti, y por ello debes quedártelo. Solo tienes este recuerdo que refleja tu pasado y que está de algún modo relacionado con tu amiga.

Los toques sonoros sobre la puerta interrumpieron mis palabras, y la voz del enfermero anunciando que se había terminado mi tiempo y que debía retirarme. Me dejaron una sensación agria y de malestar, por ende, tuve que despedirme de mi abuelo con un beso tierno sobre su frente, entre tanto, él apoyaba sus manos cálidas sobre las mías que sostenían el diario, incitándome a llevarlo conmigo.

No pensé que ese último encuentro calara hondo en mi ser. Ya que después de regresar al día siguiente, con la necesidad de seguir charlando con mi abuelo, fue una impresión verlo sentado en su mismo lugar favorito, extraviado en sus pensamientos y ajeno a su alrededor, en silencio y con la mirada cabizbaja. Estaba diferente y no era como antes, me brindaba su afable sonrisa, pero se perdía constantemente en nuestras conversaciones, y cada día era peor. Me afligía verlo así, y a pesar de la medicación y los tratamientos que recibía para mantenerlo estable, la enfermedad del Alzheimer había avanzado con más prontitud de lo esperado.

Durante las noches desde que me entregó su diario, lo hojeaba y examinaba meticulosamente, observando repetidas veces la fotografía mientras me abstraía en ella, reflexionando el pasado que mi abuelo no pudo recordar, y que, por lo tanto, no las incluyó en sus historias cuando las escuchaba de niño.

Terminaba de escribir mi novela que la había dejado pendiente por varios días, a causa de la falta de concentración por lo acontecido con la confesión de mi abuelo y su diario. Estaba por levantarme de mi escritorio y estirar mis brazos con la intención de descansar, ya que me había quedado despierto para concluir con mi obra hasta las tres de la mañana. De repente, el sonido del teléfono al timbrar me provocó un sobresalto en el pecho, y sin levantar la bocina en mi corazón se anidó una sensación de miedo y angustia, sin saber si ese presentimiento estaba relacionado con mi abuelo. Alcé la bocina y la aproximé a mi oreja, una voz de inmediato habló:

—¿Señor Frank es usted?

Hizo una pausa en espera de mi respuesta, a la cual afirmé con un "Sí, soy yo".

—Señor Frank, siento llamarlo tan tarde. Intenté hablar con el señor Heraldo, su padre, pero no respondió la llamada. Se trata sobre su abuelo ...—manifestó.

Volvió a emitir una pausa antes de proseguir, como si pensara en las palabras adecuadas para revelarme una trágica noticia que yo presentía en mi corazón como en mis pensamientos. Antes que retomara la palabra, intervine exponiendo mi decisión:

—En seguida iré para allá, esperen mi llegada, por favor.

Al concluir con mi mensaje colgué la bocina, y sin más pérdida de tiempo me dirigí a la residencia donde se hallaba mi abuelo, rogaba en mi mente que no sea nada trágico, y que todo fuese una falsa alarma. Tenía el pecho agitado como angustiado, con los nervios a flor de piel mientras conducía con movimientos automáticos, y mi mente extraviada en mis turbulentos pensamientos.

Ni bien estacioné el auto, salí corriendo hacia el interior de la residencia que se encontraba iluminada y con ruido en los pasillos por las pisadas apuradas de algunos enfermeros. Sin prestar atención al ambiente me dirigí a la recepción, pregunté sobre mi abuelo ni bien me acerqué a la secretaria que llamó por teléfono a su superior anunciando mi llegada.

Después de un breve lapso en actitud de espera, apoyado sobre el mueble de su escritorio, sintiendo impaciencia por no saber lo que sucedía. La voz de un hombre me despabiló de mi preocupación, dijo mi nombre y luego me pidió que lo siguiera a su oficina. Ni bien me senté con premura, el hombre de aspecto maduro y prolija imagen, alegó sin preámbulos al momento de tomar asiento.

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