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Bailando En El Cielo

Prólogo

– ¡Mamá! ¡Cuando sea grande, quiero bailar en el cielo!

Señaló el televisor. La madre sonrió. Su hija está imaginando demasiado lejos, es mejor poner los ojos sobre la tierra. Eso que ve está exagerado, esos bailarines no están bailando en el cielo, sólo están bailando.

–Niña tonta, nadie puede bailar en el cielo.

Sonrió de manera burlona, lo cuál su hija no lo tomó nada bien.

–Pero ella está bailando en cielo...

Luego la madre logró entender a lo que se refería exactamente su pequeña, se refería a las acrobacias repentinas dentro del baile. Esas acrobacias donde la bailarina es elevada en el aire jugando en el vacío como si todo fuera tan sencillo. No es así. Sin el bailarín, la bailarina no es nada.

El bailarín hace todo lo posible para que la bailarina logre elevarse. Enfrentan los obstáculos juntos haciéndolos parecer fáciles ante los ojos del espectador. Un mal paso y todo se acaba. El espectador siempre juzgará la ruina, antes que el esfuerzo. Siempre juzgará lo que ve, antes que analizarlo.

Se siente culpable el haber dicho algo como eso. Nunca debió haberlo dicho. Se equivocó. Es difícil entender lo que piensa su hija, cuando su pasado fue el tormento de ella. La expresión enojada del rostro de su pequeña le recordó a alguien. Sonrió. No puede negar que ese alguien la hizo sentir que bailaba en el cielo. Fue divertido.

–Ay, que tonta soy. ¿Cómo no pude darme cuenta? Tienes razón. Está bailando en el cielo.

La abrazó con mucho cariño, le dió de esos abrazos que te dejan sin aliento, de esos que dan los familiares cada vez que visitan la casa. Era una abrazo apapachador que para un niño es lo más increíble de la vida y para el adolescente es la sentencia de la envidia.

– ¿Verdad que sí, mamá? ¿Verdad que sí? ¿Verdad que algún día bailaré en el cielo?

La emoción de la niña regresó, ya no seguía triste ni enojada, está feliz. Miró los ojos de su madre como si todas sus esperanzas estuvieran en las manos de ella, como si su madre tuviera el poder para cumplir ese deseo.

–Claro que sí...

Miró a su hija dulcemente.

–...algún día bailarás en el cielo, bailarás mejor que nadie.

–Invitaré a todos mis amigos...

Dijo con una sonrisa gentil al cerrar los ojos, antes que el sueño dominara sus deseos.

– ¿Y yo qué?

El egoísmo de su pequeña la hizo sentir olvidada. Se ve claramente cuánto la ama.

–Estarás en primera final.

–Ah, bueno eso ya cambia.

–Te quiero, mami.

Se durmió.

–Y yo a ti...

Acarició sus cabellos.

Un hombre vestido de negro pasó a un lado de un auto azul, de manera discreta le entregó un sobre al dueño de ese auto. Le pagó. Se fue. Revisó el sobre. Había una foto, en esa foto estaba el amor de su vida tomando de la mano a una pequeña niña de 6 años. Sonrió.

–Por fin las he encontrado.

Capítulo 01

Nunca conoció a su padre, su madre nunca quiso decirle quién era. Sólo había quejas y dolor, sólo decía que ese hombre estaba muerto para ella, él fue quien decidió abandonarlas, no tiene derecho venir y reclamar los años perdidos.

Aun así ella siempre valoró el esfuerzo de su madre antes que todo, siempre trabajaba día y noche, siempre estaba ahí apoyándola. Los años cambia, la madre decide que ya es tiempo de ser feliz. Un día conoce un hombre y al otro se casa con él. No le importó el no conocerlo a más profundidad. Era guapo, rico y hombre respetado, ¿Qué más podía pedir?

Era el candidato perfecto para ser el esposo y padre de su hija. Ambos tenían algo en común, ambos tenían el mismo problema, eran padres que habían sido abandonados por su pareja. Lo único malo es que ella nunca se lo contó a su hija, se lo dijo el mero día que decidieron mudarse de casa. Lo dijo con una cara hipócrita como si hubiera pensando en la felicidad de amabas, cuando en realidad parecía la felicidad de la madre.

Discutieron. No lo tomó nada bien, no le gustó para nada el que su madre haya tomado esa decisión repentina sin antes decirlo, es como si ella nunca hubiera tenido la confianza suficiente hacia su propia hija. Era demasiado tarde, su madre ya estaba casada con ese hombre, no había vuelta atrás. No le quedó más remedio que aceptar este matrimonio. Llegó una limosina a la puerta de su casa. Salieron. El hombre que les abrió la puerta, traía un arma escondida entre su uniforme. Esto le cayó raro.

Le preguntó por curiosidad el nombre completo de su padrastro. Se lo dijo sin ponerle importancia. Esto provocó que la hija decidiera no irse con ella, ella ni loca iría a ese lugar, era demasiado peligroso ante los rumores que ha escuchado. La madre se puso a llorar, le pidió que viniera con ella, todo eso que ha escuchado no es cierto. El hombre con que ella se casó, no es lo que todos dicen. Termina aceptando ir con ella, no tuvo corazón para dejar que su madre siguiera llorando. Se subieron a la limosina. Su madre está feliz.

–Sé que será difícil al principio, pero estoy segura que amarás a tu padrastro igual a mí. Es un buen hombre.

Tocó su mano. Su hija la quitó. Eso que hizo su madre, no lo puede aceptar, es imperdonable. No puede aceptar que su madre haya sido tan tonta en haberse casado con hombre que apenas conoció. ¿Qué clase de mujer hace eso? ¿Dónde tenía la cabeza para haberse casado tan rápido con un desconocido? ¿Acaso no ve que no es normal hacer eso?

–Mamá, ¿Crees que fue buena idea el casarte con ese hombre? Él...

– ¡No digas tonterías! ¡Él siempre ha sido un buen hombre!

Le gritó sin ponerle importancia el escuchar a su hija primero. ¿Ella qué sabe de la vida? Aún es una niña, aún no sabe lo que tienen que hacer lo adultos, para sobrevivir.

–Mamá, tu sabes que él...

–Esas sólo son patrañas, él no hace eso.

Contestó la madre de manera engreída. La hija miró el chófer, se dió cuenta que las está escuchando y mirando. Se siente incómoda el que las esté vigilando.

–Es un asesino, y tú lo sabes bien.

Susurró molesta mirando seriamente a su madre, diciendo la verdad de la situación en la que están. Todo el mundo lo sabe, ¿A qué quiere llegar? El chófer se detuvo.

– ¡CÁLLATE!

Los ojos de la hija no pueden creerlo. Su propia madre le acaba de dar una cachetada, sólo por un hombre que apenas conoce. La desconoce. ¿Dónde quedó la mujer que ella admiró algún día? ¿Qué le pasó para convertirse en esto?

–Yo...

Al principio la madre se quedó privada, mirando a su hija trabada con la palabra. No puede creer haber hecho algo como eso. Pero luego se relajó y decidió que no puede ponerse blanda con ella. Su hija se lo ganó por habladora. Debe entender que no todo lo que dicen es verdad. Ella lo conoció en persona, es un hombre amable y bondadoso. Nunca se comportó grosero con ella, es todo un caballero que sabe tratar a una mujer. No como el padre de ella, ese hombre siempre fue un asco de persona.

–Es tu culpa, no debiste haberme hecho enojar.

Acercó su mano a la mejilla de su hija, pero...

–No me toques.

La miró furiosa, no dejó que volviera acercar su mano a ella. La limosina volvió a moverse. El chófer parece feliz. Esto enfada más a la hija.

– ¡Veo que por fin han llegado!

Su nuevo padre las recibió con un rostro lleno de alegría, lleno de emoción, está feliz de recibir a ellas. La hija no parece nada feliz, lo mira como si fuera su enemigo. Él sonrió. La mira de manera juguetona, de una manera extraña, lo hace mientras la madre está bien pérdida besando la mejilla a este hombre.

–Tú debes ser mi linda hijastra, es un gusto conocerte.

Se separó de la madre, se acercó a ella. Ella obvio se alejó, no dejo que la tocara.

–Es bastante tímida, no le hagas caso.

Dijo la madre abrazando el hombro de su esposo de manera coqueta.

–Creo que le haría bien convivir con su hermanastro, alguien de su edad.

Llamó a una persona, le pidió traer a su hijo. Después de un minuto regresó, venía sola.

–Disculpen.

Las dejó. Fue a buscarlo. Parece un poco enojado. Debe serlo, él tampoco le agradó el que su padre se haya casado con la madre de ella.

–Mamá, quiero irme.

Susurró nerviosa. Está claro que este hombre no es un ángel ni un hijo pan de dios. Se notaba tan claras sus intenciones por el cómo la estaba mirando. Ni sus amigos la miran así, este tipo definitivamente debe ser un violador de menores. Es mejor irse y nunca volver.

–Deberías mejor poner de tu parte, él está poniendo su esfuerzo para que puedas aceptarlo como padre.

Dijo enojada.

–Pero mamá, ¿Acaso tú...?

– ¡Josué!

Llegaron. La madre la ignoró, corrió a abrazar a su hijastro con alegría. Él sonría de felicidad, actuaba como si todo estuviera bien. Una vez que los dos enamorados no veían su rostro, entonces se notaba tan claro el odio hacia su nueva familia. No siempre es buena idea exigir complacer la felicidad de los padres, porque no siempre tienen la razón, siempre habrá consecuencias por cruel su objeción.

–Él es Josué, mi hijo.

El hombre se acercó a ella, le presentó a su hermanastro.

–Gusto en conocerte. Espero que podamos llevarnos muy bien.

Lástima que ella nunca tuvo el coraje de abandonar a su propia madre, decidió mejor que ella la abandonará de la peor forma. Si hubiera huido a escondidas después de haber saludado a su hermanastro, tal vez su vida habría sido otra y no está.

Despertó, ya es de noche.

– ¡MALDITA HORA! ¡YA ES TARDE!

Se vistió rápidamente, tiene que apurarse, el jefe la quiere hoy. Es tan delicado, que no le gustan los retardos.

–Quédate un rato más conmigo...

Un hombre envuelto en sábana sin ropa, quiere un rato más con ella.

–Lo siento cariño, tengo que irme.

Sopló un beso con la palma de su mano. Se fue.

Capítulo 02

–Ese movimiento de baile nadie lo supera.

Dijo Verónica.

–No soy presumida.

Camelia se siente un poco ofendida y al mismo confundida sin ponerle tanto interés al asunto, liberando una sonrisa de no creerse algo como eso.

– ¿Dije presumida? No, como crees. Presumida

Lo último lo susurró, esto le molestó un poco. Después notó algo que no se había dado cuenta. Había una mujer de su misma edad mirando a ellas. Nunca la había visto por aquí. Tal vez sea porque apenas lleva unos días trabajando o tal vez apenas comenzó a trabajar. Era guapa, no puede negarlo. Le molesta un poco la belleza que tiene. Ella sonrió. Camelia se asustó un poco.

– ¿Qué pasa?

La mujer se fue. Verónica notó extraña a Camelia, no le estaba poniendo atención a lo que estaba platicando. Decide mirar la misma dirección donde estaba mirando. No había nadie.

– ¿Viste algo?

–No importa.

Empezó a maquillarse.

– ¡Chicas! ¡Se terminó el tiempo! ¡Es hora de salir!

Llegó el jefe.

– ¡Un minuto más! ¡Por favor!

Contestó una de las empleadas de manera burlesca como niña de ocho años.

–Clara, ¿Quieres que no te pague? No trabajes, así de simple.

–Gracias, Santiago. Pero no, aún deseo trabajar.

Contestó preocupadamente feliz, no quiere perder su empleo.

– ¡Entonces salgan! ¡Vayan de una vez! ¡Los clientes las esperan!

Santiago detuvo a Camelia, no la dejó pasar.

–Los hombres les pagan más a las mujeres bonitas.

Miró su cuerpo de pies a cabeza. Obvio que esto molestó a ella.

–Estoy bien así, gracias.

Quitó su mano de su cadera.

–Piénsalo, puede hacerte ganar más dinero. Estoy dispuesto darte clases privadas.

El hombre la miró de una manera tentadora recogiendo sus cabellos a su oreja.

–Ya lo pensé, gracias.

Le quitó la mano de sus cabellos, decidió alcanzar a sus compañeras. Esto obvio que para nada le gustó a Santiago. La mujer que las estaba observando, apareció, se acercó a él. Está sonriendo. Él está enojado, nunca lo habían rechazado de esa manera.

–Hay un cliente que la quiere a ella. Necesito que se lo pongas en su bebida.

Le dió algo en la mano, ella con gusto lo aceptó.

–Será un placer.

Sonrió maliciosamente con toque de dulzura. Está feliz el que la haya elegido para hacer está travesura. No sabe cuánto ama a esa tipa.

–Ese Santiago se pasa. ¿No lo crees?

Dijo Verónica mientras da un respiro, después de haber bailando un buen rato. El mesero le entregó la bebida que ordenó.

–Sólo era un consejo.

Camelia está bebiendo. No le pone importancia a lo que pasó. Aunque finja carita de inocencia, Verónica sabe bien que Camelia si lo notó, sabe bien a lo que se refería Santiago.

–Para ti era un consejo, pero para mí era acoso. No deberías dejarte. Él no tiene derecho de obligarte a entregar tu cuerpo como una cualquiera.

Tomó un trago mirando seriamente a Camelia. Tal vez no se lo está diciendo tan seriamente, pero aun así se lo está diciendo y por eso debe ponerle atención. Debe borrar esa carita tan despistada que tiene, eso no le va servir de nada. Santiago no se rendirá hasta que ella decida caer en su cama.

–Pero tú haces esa clase de cosas.

– ¿Te digo algo? Aquí entre nosotras.

Acercaron las cabezas hablando en silencio.

– ¿Qué me quieres decir?

–No debiste haber venido aquí. Sé que es el único lugar donde puedes ganar mucho dinero, pero nunca debiste haber venido. Tarde o temprano vas a caer. Todo porque eres demasiado buena. Si quieres sobrevivir, sólo se mala, pero nunca buena. Así de simple.

– ¿Por qué me dices esto?

–Tal vez porque veo mucho talento en ti.

Contestó Verónica como si fuera toda una experta, como si conociera a Camelia de pies a cabeza, y eso que apenas llevan unos días conociéndose.

– ¿No será que temes que te arrebate ese puesto?

Se burló un poco.

–Nunca lo entenderías.

Contestó tristemente sin ánimos de tomarlo como algo gracioso. De pronto se escucha una canción, una canción que Verónica conoce. Esto la sorprende. Voltea a mirar. No puede creerlo, está impactada. No entiende el cómo es que ella está devuelta aquí.

Camelia tiene la boca abierta. La mujer que las estaba observando vino a bailar igual que ellas. Parece una ave exótica moviendo su cuerpo de una manera encantara. Es increíble. Ni siquiera ella puede hacer esa clase de movimientos tan equilibrados y ligeros. Lo hace como si fuera tan fácil.

Oh, ave sin alas, mueves tu cuerpo hipnotizando a tus víctimas. Con tu agonizante movimiento haces que los hombres se dobleguen a tus pies, siguiendo tu mirada maldita por la envidia de una diosa que decidió envidiarte. Pobre mujer, sólo puedes bailar esperando algún día poder volar.

–Jimena...

Susurró Verónica.

– ¿La conoces?

Terminó la canción, dejó de bailar. Caminó hacia ellas, ordenó un trago. Verónica decide irse, no puede quedarse sabiendo que ella está aquí.

– ¡¿Ya te vas?! ¡¿Tanto me temes?!

Dijo alegremente expresando una sonrisa inocente. Respira hondo. Decide enfrentarla.

– ¿Qué haces tú aquí? ¿No se supone que deberías estar consintiendo a tus clientes?

Le contestó con una manera burlona y grosera. Es mejor enfrentarla, no huir de ella. Es una desgraciada que merece ser atacada.

–No hace mal venir de vez en cuando, sabes bien que este lugar es como mi hogar.

– ¡¿Tú trabajaste aquí?! ¡¿Entonces ya no trabajas?!

Camelia está sorprendida.

–Si.

Sonrió.

–No sé qué estás haciendo aquí, pero no puedes venir a molestarnos.

Desconfía. Sabe bien que Jimena no es una santa. Siempre viene cuando planea algo malo.

– ¿Qué? ¿Molestarlas? Vero, sabes que yo nunca he venido a molestarte, yo sólo vengo a divertirme.

–Vete.

No hay alegría en sus ojos, sólo odio.

– ¿Por qué no brindamos un poco y recordamos los viejos tiempos en que éramos amigas?

Levantó su vaso para hacer un brindis.

– ¡Ese tiempo se acabó cuando te atreviste hacerme eso!

Tiró el vaso al suelo, se quebró.

– ¿Aún sigues enojada?

Sonrió burlándose de ella. Esto la enfadó más.

– ¡Basta! ¡No es necesario abrir una pelea!

Camelia se interpuso, no las dejó pelearse. Jimena aprovechó la oportunidad, deslizó su mano a escondidas disolviendo el contenido dentro del vaso de Camelia.

–Entiendo.

Suspiró. La miró seriamente.

–Déjame decirte que nunca fueron mis intenciones en lastimarte, pero era mejor que lo hiciera yo como tú mejor amiga antes que otra persona. ¿No lo crees?

– Tú no tienes vergüenza, ¿Cierto?

La odia.

–Al menos lo intenté, nos vemos.

Se alejó de ellas con una sonrisa de haber perdido una supuesta victoria, Verónica parece enferma, no se siente ganadora.

– ¿Qué pasa, Verónica? ¿Te sientes mal?

Camelia está preocupada, nunca había visto Verónica tan mal.

–Nunca te acerques a ella.

Dijo tristemente.

– ¿Por qué lo dices?

No contestó. Se levantó, regresó a bailar.

Jimena llegó con Santiago, entró a la oficina.

– ¿Funcionó?

Tomó su cintura de manera juguetona, cuando ella menos lo esperaba.

– ¿Tú qué crees?

Sonrío de manera coqueta.

–Mocosa traviesa, aún no olvidas cómo excitarme.

–Claro que no, tú mismo me enseñaste el cómo hacerlo.

Sus labios rosan.

–Creo que me pasé el enseñarte demasiado.

Se besaron.

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