En algún lugar entre el cielo y la tierra, en algún lugar entre el ¿donde? y el ¿porque?, en algún lugar en otra dimensión, puedo escucharte el preguntándome el ¿por qué?, dime qué me escuchas, te estoy llamando, dime qué me escuchas, no llores, dime qué no te sientes solo.
Yo te esperaré, tú me esperaras, yo te esperaré, dime, en algún lugar del crucero de la nada, en algún lugar de otra dimensión.
El nacimiento de la princesa de Cristal
Los gritos de dolor de la Reyna retumban por todo el castillo, el rey Carlos no deja de caminar por los pasillos preocupado por su esposa y su heredero.
Las parteras entran y salen de la gran habitación, la oscuridad de la noche y su frío, hacían que el temor creciera en el corazón del rey, sabía que durante el embarazo de su amada, ella había estado en riesgo dos ocasiones, pero la Reyna se aferraba a darle un heredero a su reino.
La partera tomo entre sus manos a la pequeña criatura que estaba llena de sangre del vientre de su madre, su llanto era extraño, apenas se escuchaba un pequeño quejido, la limpiaron, la partera noto que en uno de sus pequeños ojos tenía un diminuto cristal en el lagrimal.
¿que es ésto?, pensó.
Miraba asombrada a la pequeña criatura, dejo el cristal a un lado, para que la reina no lo notará, pues tenía miedo que se le culpara por dañar a la heredera del reino.
- ¿está bien mi hija?, decía la Reyna preocupada al ver qué la partera tardaba en entregarle al recién nacido.
- si todo bien mi señora, la partera le entrego la hermosa bebe a la Reyna que tenía la mirada cansada.
La luz de la luna iluminó la habitación de la Reyna, justo cuando miraba el rostro de su bella hija.
- Eres mi luz, dijo su madre.
- Es tan bella como la luz de la luna que nos ilumina esta noche, decía la partera.
- Si tienes razón, te llamaré Lucero, dijo su madre mientras besaba su hermosa frente.
La niña al sentir los cálidos labios de su madre comenzó a llorar, pedía ser alimentada por su madre.
- ¡Tiene que alimentarse!, decía la partera.
- ¡qué le pasa!, gritó la Reyna.
Ambas mujeres tapaban sus oídos, el llanto de la pequeña criatura era insoportable.
Pequeños cristales caían sobre su pequeño cuerpo, la Reyna miraba aterrada a la pequeña princesa.
- Son lágrimas de cristal, decía la partera asustada. ¡Esta maldita mi señora!
- ¿de que hablas?, dijo la Reyna confundida.
- Su llanto no es normal, esto debe ser producto de alguna maldición.
El rey entro feliz al escuchar el llanto de su hija pues por fin su heredero había nacido.
- ¿qué sucede?, dijo al ver los rostros sorprendidos de las dos mujeres.
- ¡esta maldita!, gritó la Reyna
La pequeña comenzó a llorar más fuerte, su sonido era tan agudo que todos taparon sus oídos, era un sonido irritable para el odio humano.
- ¡Majestad, por favor solo pegue a su pecho a la princesa!
La Reyna miró a la partera molesta, colocó rápido a la princesa en sus brazos y la alimento.
La princesa dejo de llorar al sentir el cálido abrazo se su madre y se aferraba a su pecho.
El rey se acercó temeroso a ver a la criatura que había provocado ese horrible sonido.
- ¿qué tiene?, preguntaba confundido a la partera.
- No se majestad.
- Por favor, llama al hechicero necesito saber que le sucede a mi hija.
Los hechiceros del reino acudieron al llamado del rey, todos observaban las lágrimas de cristal que dejaba la princesa, todos llegaron a la conclusión que era una maldición, que lo mejor era cumplir todos los caprichos de la princesa para que no llore y que tendría que estar aislarla.
El rey dio la orden de que nadie debería saber que la princesa tiene un maldición, diremos que su salud es delicada y que es la razón por la que estará aísla de las persona, decía el rey mientras miraba a su hermosa hija indefensa en brazos de su amada.
Apenas la niña se quedó dormida la Reyna le entrego a su hija a la partera.
- ¡consigue una nodriza no pienso alimentarla!, decía la Reyna enojada
- Amor pero tú deseabas hacerlo, es la razón por la que no tenemos una en el castillo, contestaba el rey molesto.
- ¡pues ya lo decidí no pienso tocar a tu hija!.
- ¡nuestra hija!, decía el rey.
La Reyna corría furiosa a todos de la habitación, la partera salió de ahí con la pequeña entre sus manos.
El rey se acercó a la partera.
- pobre mi pequeña, ¿quién te maldijo corazón?, ahora ni tu madre te quiere a su lado, por favor consigue una nodriza Kira, decía el rey acariciando la pequeña mejilla de su amada hija.
- si señor conosco a una mujer es joven y tiene mucha leche.
- por favor vayan por ella, le decía a su canciller.
Necesito que todo esté listo para su llegada, preparen una habitación para la nodriza le decía a su camarlengo.
- si mi señor.
La habitación de la princesa fue cambiada a la parte más lejana del castillo y muy lejos de la habitación principal, pues la Reyna se negaba estar cerca de la pequeña princesa.
Las horas pasaban y la pequeña comenzó a llorar pidiendo ser alimentada, la nodriza llegaba al castillo en sus brazos cargaba a una pequeña niña, la ama de llaves se la arrebato y la empujó a la habitación donde se encontraba la princesa.
- ¡Vamos, apresurate dale de comer a ese bestia!, decía el ama de llaves.
- No lastimes a mi hija o el rey lo sabrá, decía la nodriza enojada.
Bestia, como se atreve a decirle a si a nuestra princesa, pensaba la nodriza; tomó a la princesa y la sostuvo en sus brazos, la alimento, noto los pequeños cristales que caían de sus ojos.
- ¿qué es ésto?, pobre niña, ahora entiendo por qué esa bruja te dijo bestia, ella cariciaba el pequeño rostro de la niña que se alimentaba de su pecho, sonreía al mirar como su pequeña mano acariciaba su piel como si fuera ella su madre.
Durante los primeros meses de nacida, la nodriza se encargaba de darle el amor que su madre no le podía dar a su bella hija, la Reyna se obsesionó en encontrar aquel brujo o bruja que había maldecido a su hija, exigía a su Rey que matará a todo brujo o bruja cerca de su Reyno, los brujos fueron capturados y algunos fueron fugitivos durante dos años.
La Reyna enfermó y murió cuando la pequeña princesa cumplió tres años, su obsesión por encontrar un culpable para su hermosa hija oscureció su alma y afecto cada parte de su débil cuerpo, trató de dar a luz a un hijo más, pero sus embarazos jamás llegaban a termino, ella lloraba cada día, su belleza se fue acabando, el rey trataba de consolar a su amada pero no lo logró y cada día ellos se alejaron más olvidando su amor.
Durante esos años también se olvidaron de la pequeña Lucero, el rey siempre ocupado con las persecuciones olvidaba visitar a su hija.
Era una niña hermosa como cualquier niña pero al llorar los cristales caían por las mejillas su llanto ya no era agudo, pues la nodriza y Kira la partera, se encargaron de enseñarle a la pequeña niña a llorar en silencio, le enseñaron a qué su problema era una bendición, algo extraordinario con lo que ella había nacido, que era un poder que tenía que cuidar y que cada lágrima de piedra que la niña arrojaba tenía un valor.
Esto lo sabía Kira pues un día recolectó todos los cristales que la pequeña princesa arrojo durante la noche, ella se los entrego a uno de los hombres del Reyno que trabajaba con el cristal, este al verlos la miró asombrado, le dijo que no eran cristales comunes que estos tenían un gran valor, Kira confundida llevo los cristales con el joyero real, esté al mirarlos quedó maravillado, Kira le dijo que la Reyna se los había otorgado para realizarle una corona a la princesa.
Kira guardo el secreto y jamás menciono de dónde provenían las pequeñas piedras preciosas.
Solo ella y la nodriza que se convirtió en su acompañante, sabían que eran hermosos diamantes.
Cuando la Reyna murió el rey devastado dejo de trabajar para su Reyno, la mayoría del tiempo se encontraba perdido en vino, con el paso de los años enfermo.
Kira y Fiona dejaban salir a Lucero mientras la hija de Fiona se hacía pasar por la princesa y la princesa por la hija de Fiona, el rey jamás notó que su hija caminaba sin protección por las calles de su reino ya que siempre se encontraba perdido.
Para lucero su madre siempre fue Fiona y Clelia su hermana, Fiona le decía a Lucero que no eran familia, pero a la niña no le importaba para la princesa su familia eran Fiona y Clelia.
Recuerda nada de llanto decía Fiona.
no madre lo prometo, responde la niña feliz.
Fiona salía del castillo con Lucero de la mano, caminaban por las calles de la ciudad, a Lucero le encantaba mirar las calles llenas de mercaderes era un reino con muchos comerciantes, el rey era un hombre que defendía mucho el comercio, decía que era la base de su reino si su pueblo tenía trabajo el podría tener un pueblo agradecido.
Pero con el paso de los años Fiona comenzó a notar que las personas se iban de su reino, que muchos pedían dinero en las calles.
- Madre, ¿por qué la gente se va?, decía ella con tristeza mirando como el hermoso lugar de mercaderes se quedaba vacío.
- El Rey no pone atención a su pueblo, las personas buscan mejorar su vida.
- Pues no entiendo por qué el Rey descuida a su pueblo, pensé que no me visitaba a mi por qué estába ocupado con el reino y jamás me queje por qué sabía que mi padre era un hombre ocupado y me hacía feliz mirar su trabajo, ¿que le sucede?, decía la princesa molesta.
- Enfermo, fue lo único que pudo susurrar Fiona.
La princesa miró asombrada a Fiona, pero en su corazón no sentía ningún tipo de amor hacia su padre, ella tenía ya 13 años y durante todos estos años solo tuvo la oportunidad de ver dos ocasiones a su padre una a la edad de tres años cuando enterraban a su madre y la otra cuando cumplió 10 años y fue su regalo de cumpleaños pues Kira le había pedido al rey que comiera con su bella hija, el rey accedió pero por qué se encontraba ebrio y muchas ocasiones no se daba cuenta de lo que hacía.
Fiona y lucero regresaron al castillo, entraron a la habitación en este Clelia se encontraba leyendo mientras el viento de la ventana alborotaba su hermosa cabellera negra.
- qué tienes hermana?, pregunto Clelia a Lucero que tenía su rostro triste.
- Tenías razón los mercaderes se están mudando del reino.
- ¡Te lo dije!, deberías de hablar con tu padre y ayudarlo.
- ¡yo!, pero apenas y puedo con mi maldición.
- No me hagas reír lucí, por qué sabes que ya puedes controlar tu tristeza, no entiendo por qué sigues aquí atrapada, cuando puedes hacer cosas maravillosas.
- ¡deja de meterle ideas a Lucí!, decía Fiona.
- mamá tiene razón, ustedes son mi única familia; ¿por qué tendría que preocuparme por un hombre que jamás quiso verme?
- ¡Eres su hija!, decía Clelia molesta.
Clelia salía molesta de la habitación de la princesa, mientras Lucero miraba su reino desde su ventana.
Fiona abrazo a Lucero.
- No estés triste, no quiero mirarte llorar cariño.
- Si madre, decía la princesa con una sonrisa fingida. Fiona acaricio su mejilla y salió de la habitación de la princesa.
Fiona y Clelia vivían en el pequeño castillo que habían construido para que ella lo habitará, este solo tenían dos sirvientes y Kira era la que se encargaba de dar orden a estos para que sirvieran a la princesa y no le faltará nada.
Con las joyas que la princesa lloraba, Kira mantenía el estatus que la princesa merecía, pues su padre que siempre se encontraba perdido en el alcohol había olvidado por completo la existencia de su amada hija.
Lucero miraba el reino desde su balcón, sentía su pecho apunto de estallar, le dolía saber que su padre no solo se había olvidado de ella, si no que también de su pueblo.
Respiro profundo y salió de su habitación cruzó su pequeño castillo y cuidando de que nadie la mirará llegó al gran castillo; se escondió entre los pequeños arbustos del jardín, escuchó que un sirviente hablaba sobre su padre.
- Dicen que está muy mal.
- No dejan que lo miremos, decía otro.
- Que vamos hacer sin un rey, decía otro sirviente preocupado.
- La princesa tiene que casarse es la única solución para sobrevivir.
- ¿Casarme?, pensaba Lucero mientras miraba a los tres sirvientes que conversaban en el jardín del gran palacio.
Camino rápidamente, entro al castillo buscando la habitación principal, miró a lo lejos una gran puerta, sabía que era la de su padre por qué estaba resguardada por algunos soldados, la princesa había esperado justo el momento del cambio de guardias, ella corría hacía la puerta de su padre.
Cuando entró miró una enorme cama con sábanas doradas, las ventanas de la habitación estaban abiertas, se escuchaba un gran ronquido, se acercó cautelosa al mirar el cuerpo tirado en la hermosa cama dorada. Ahí miró a su padre por tercera vez, al ver el rostro de su padre, se acercó y lo caricio, su cuerpo estaba triste, las lágrimas pedían a gritos salir. Así que respiro y trago su tristeza.
- Padre, padre, le susurro al odio.
Ella lo miro al rostro, el rey abrí los ojos con dificultad.
- Papá soy yo lucero, decía la princesa.
- Lucero, tú estás maldita, decía su padre.
Ella miró molesta a su padre, ero lo menos que esperaba que su padre le mencionara.
- ¿Por qué lo dices?, ¿acaso ya sabes quién fue?, preguntaba ella con un tono de molestia.
- El brujo que se enamoró a tu madre, decía el rey tosiendo sangre de la boca.
- ¡Mi madre y un brujo!, decía lucero sorprendida de la noticia que acaba de recibir.
¿Entonces tú no eres mi padre?, preguntó Lucero con dolor.
- Si eres mi hija Lucero, tu eres la heredera de este reino, pero mientras yo viajaba a otros reinos a firmar tratados, uno de los brujos que estudiaba con el hechicero se enamoró perdidamente de tu madre, al saber que no podía ser suya y que tú estabas en su vientre te maldijo.
- ¿Y por qué se olvidó de mi padre?, decía apunto de llorar la princesa.
- Por qué no quería hacerte daño como ahora, si no sientes amor no tendrías idea de lo que es una decepción.
- ¡Eres mi padre!, tal vez no sienta lo que es el amor de un padre, pero eres mi padre, decía la princesa mientras caía una piedra en la cama de su padre.
- Perdoname por todo lucero, perdoname por alejarte de mí hija.
Esas fueron las últimas palabras que su padre pronunció al cerrar sus ojos y dar un último suspiro.
Lucero le dio un beso en la mejilla y se alejo de él, cuando se le dio la media vuelta Kira y el hermano menor del rey miraban asombrados a Lucero.
La princesa se quedó inmóvil al ver qué la habían descubierto.
- Kira, yo tenía que verlo, decía Lucero nerviosa.
- Era verdad, mi sobrina es hermosa, decía su tío. El se acercó y la miraba detenidamente.
- ¿Tu eres mi tío?, decia ella nerviosa.
- Vamos cariño debemos regresar al castillo, decía Kira tomando a la princesa de la mano.
- Mi hermano ha muerto, sabes que ella tiene que casarse Kira.
- ¡Es una niña!
- Ya está en edad y necesitamos tener un rey.
- Pero si ya lo tenemos, decía Kira mientras le hacía una reverencia.
El se carcajeaba
- Claro, ya lo tienes, pero necesito a mi Reyna a mi lado.
Se acercó a la princesa y la tomo de la barbilla
- mi hermosa sobrina, serás mi Reyna, tendrás mucha suerte de que yo sea tu esposo.
Lucero no podía creer lo que escuchaba, sentía miedo, sabía que las bodas entre familiares era aceptado pero jamás imagino que a ella le sucedería, ya que todos estos años ella jamás conoció a su familia.
Kira tomo de la mano a la princesa y salió de la habitación rápidamente.
La princesa seguía su paso y se alejaban corriendo del gran castillo.
- Kira, ¿tengo más familia aparte de mi tío?, preguntaba la princesa asustada.
- No cariño el es tu único tío, es el hermano menor de tu padre, para tu papá el era como su hijo, pues quedaron huérfanos cuando tu tío nació.
- ¿Por qué tengo que casarme con el?, yo no lo amo, además es mi familia.
- Lo lamento mucho mi princesa pero el sera el nuevo rey y va querer tener a su reina. El no puede gobernar solo princesa.
- Entonces estás de acuerdo con el.
- No mi princesa, pero solo busco su bienestar.
- ¿mi bienestar?, gritaba alterada la princesa.
- Tengo 13 años Kira, tengo tanto por vivir y ese hombre ya quiere que yo sea su mujer, que no te das cuenta lo descabellado que es.
- si mi princesa, pero ....
- ¡no hay ningún pero Kira, habla con ese tipo y dile que me niego a unirme a el!
- señorita jamás va autorizar el que usted se case con alguien más, por qué eso puede afectar su trono.
- ¡Me da igual!, ¡quiero vivir Kira!, gritaba la pequeña princesa mientras corría por los pasillos de su pequeño castillo.
Al llegar a su habitación, la princesa se tumbó en su cama, las lágrimas comenzaron a surgir un cristal tras otro.
Fiona entro a la habitación pues su llanto se escuchaba en todo el palacio, los vidrios retumban, el sonido era estremecedor.
- ¡basta lucí!, ¡deja de llorar!, gritaba Fiona tapándose los oídos.
- ¡No quiero casarme!, gritaba Lucero.
- ¡Hija estás provocando dolor a los demás!, gritaba Fiona mientras sus rodillas se doblaron y caía al suelo.
Lucero miró a Fiona y respiraba con rapidez, cuando se acercó a Fiona ya estaba más tranquila, las lágrimas habían parado.
- perdóname mamá, pero me siento triste. Fiona se levantó con dificultad.
- mírate lucí, como tienes tus ojos.
La mirada de la princesa estaba roja, sus hermosos ojos azules se encontraban llenos de sangre, sus ojos eran lastimados cada que las lágrimas de cristal salían.
- mi padre está muerto madre, mi tío quiere casarse conmigo, ¡mírame!, esto no es una bendición es una maldición como dicen todos, la princesa comenzó de nuevo a sacar lágrimas.
Fiona la abrazo y pego su rostro de la princesa a su pecho.
- todo va salir bien, jamás te vamos a abandonar mi dulce princesa.
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