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La Señorita Se Enamora Del Duque

Miss Amelia

Julio, 1812

—Entonces ¿estáis diciendo que no tenemos una invitación de verdad para esta fiesta de varios días? —La Señorita Amelia Manners-Sutton sintió que el cerco se estrechaba en torno a su pecho, dejándola sin aliento. Horrorizada y repentinamente avergonzada de haber aceptado este puesto como acompañante de su tía, lo único que podía hacer era contemplar con incredulidad a la hermana menor de su madre—. Tía Katherine, estamos en la entrada de la casa de Lord y Lady Merivale. —Amelia declaró lo obvio mientras su tía se ponía de un tono peculiar de color tomate. Amelia no iba a rendirse—. ¿Un lacayo está a punto de abrir esta puerta y ahora me decís que no tenemos invitación?

Su tía Katherine, la Vizcondesa Rawdon, iba vestida y peinada a la última moda, como de costumbre. Siempre presentaba un aspecto perfecto, sin importar dónde fueran. Habían salido de Londres ayer antes del amanecer y pasado la noche en una posada lamentable, partiendo nuevamente esa mañana antes del alba. Hacía veinte minutos, se habían detenido en un cruce del camino, en donde la fingidamente francesa criada de su tía, Marie, le había retocado el peinado antes de ser desterrada a sentarse fuera con el lacayo.

Para tía Katherine todo era una cuestión de apariencias.

—Desde luego no es eso lo que he dicho, desdichada criatura —siseó la mujer—. A pesar de que tu bisabuelo fue el anterior Duque de Rutland, no entiendes nada de la sociedad. En esto, culpo a mi hermana. Te debería haber educado mejor.

—Yo era una niña cuando ella murió, como bien sabéis. De todas maneras, os pediría por favor que dejéis a mis padres fuera de esta conversación. Antes de que dejáramos la Ciudad, me dijisteis que estábamos invitadas aquí. ¡Ahora descubro que no lo estamos! ¿De qué otra forma esperáis que reaccione? —Amelia odiaba que esto “fuese a lo que su tía la había reducido. Siempre se había sentido orgullosa de su presentación honesta y directa, y ahora iba a sucumbir ante la red de mentiras de su tía, pues ya era demasiado tarde para darse la vuelta y volver a Londres.

—Espero que te comportes como la acompañante de una dama. No me hagas lamentar haberte traído. —Su tía le dedicó una mirada de desaprobación.

Amelia se podría haber callado, pero la mirada que le echó su engañosa pariente hizo que deseara cortarle la lengua directamente de la boca a la mentirosa de su tía Katherine.

La tía Katherine mantenía la espalda recta como una vara y la cabeza alta, tanto que su peinado casi tocaba el techo del coche prestado. Y la fría mirada de esa mujer lanzaba dagas en su dirección.

—Lady Merivale había bebido bastante. Invitó a todos lo que estaban en la mesa.

El coche se tambaleó al desmontar el conductor para refrenar a sus caballos. Se oyeron unas voces mientras alguien se acercaba a su transporte cargado de baúles.

—Pero vos dijisteis que... —Amelia no era capaz de encontrar las palabras para expresar su horror y su humillación—. A vos no os... Oh, Dios mío. ¡Ni siquiera estabais sentada en la misma mesa de juego!

La tía Katherine giró la cabeza ante el sonido del crujido de la grava. Antes de fijar una sonrisa en su cara ligeramente envejecida, su tía clavó en Amelia una mirada cargada de maldad y siseó:

—Nunca se acordará de eso. Ahora deja de hablar. Permanecerás callada mientras dure esta visita, o te enviaré al Reformatorio de la Sra. Wallace en Birmingham. ¿Me entiendes?

Oh, desde luego que Amelia entendía. Su tía no se detendría ante nada para pescar otro marido, y esta vez había puesto sus vistas en Su Excelencia, el Duque de Caversham. El mismo duque, acababa de informar a Amelia, que había roto relaciones recientemente con su amante. El hombre supuestamente tenía el corazón roto por ello, aunque Amelia no entendía por qué había dejado ir a la mujer, si todavía estaba enamorado de ella. Y su tía no estaba actuando mejor que un carroñero ante los restos de un animal, abalanzándose en picado para dejar sus huesos totalmente limpios. Igual que había hecho con sus dos maridos anteriores. El comportamiento de la tía Katherine era vergonzoso y embarazoso, y Amelia comenzó a pensar otra vez en cualquier posible escapatoria de ella. A pesar de que había dejado atrás la mejor edad para el matrimonio, con veintiocho años Amelia todavía tenía esperanzas de encontrar a un hombre honorable y casarse después de pagar las deudas de su padre. Pero si un potencial marido conocía alguna vez a su tía, podría meter a Amelia en el mismo cesto, y ella no se parecía en nada a esta mujer que era su familia.

Asintió brevemente a su tía y se apartó. Este suceso era sin duda la gota que colmaba el vaso. Tenía que marcharse. Amelia no podía tolerar los insultos de la mujer y el que no le pagase un sueldo. Siempre había comida en la mesa en la casa de la tía Katherine y Amelia tenía una fuerte seguridad en sí misma y en su lugar en el mundo, por lo que los insultos simplemente le resbalaron.

Pero, lamentablemente para Amelia, la casa de la tía Katherine sería el primer lugar en el que su hermano, Harry, buscaría en caso de volver a casa. Aunque no era muy probable que esto sucediera, ahora que su país luchaba en dos guerras.

Inmediatamente después de la muerte de su padre, Amelia se vio obligada a vender todas las herramientas y equipo de su negocio de encuadernación y pagar con todo ello la deuda de su padre por la educación de Harry. No había quedado nada para que Amelia comprase siquiera un pedazo de pan para comer. De hecho, todavía le debía al Sr. Simpson, el prestamista de su padre, una discreta suma de dinero. Había sido expulsada de la casa que compartió con su padre y su hermano menor, y vivido de la generosidad de amigos en el distrito durante una semana, antes de que su tía la contratara como acompañante, una posición por la que se suponía que recibiría un sueldo trimestral con el que devolver la deuda al Sr. Simpson. Su tía había estado de acuerdo, y Amelia no había dudado en aprovechar la oportunidad. Y aunque recibió su sueldo una vez, cuando llegó el momento de su segundo sueldo trimestral, obtuvo en cambio una carta a modo de pagaré. Sin tener que preguntar, Amelia supo que el hábito de jugar a las cartas de su tía se estaba comiendo su salario.

Saliendo del coche, Amelia siguió la estela de su tía mientras subían los anchos escalones de piedra caliza, con la doncella de la tía Katherine detrás de ellas. Se encontró de pie en el gran vestíbulo de una casa de campo de estilo Tudor con aspecto de haber tenido alguna vez una abadía unida a ella. Amelia dejó de prestar atención a las explicaciones extravagantes que su tía le daba a la anfitriona, que vino a su encuentro. Amelia no quería tener que escuchar los cuentos que su tía se estaba inventando.

La tía Katherine era una mentirosa impresionante cuando necesitaba serlo. A Amelia le parecía que podría haber tenido una carrera asombrosa sobre el escenario, de así haberlo ella querido. En cambio, la mujer forjaba su camino, engatusando a todos, hacia una estancia de dos semanas de duración en el campo.

—Habríamos llegado ayer, Caroline, pero tuve que dar instrucciones a mi personal para la vuelta de Londres a Surrey. —La tía Katherine se alisó el pelo después de quitarse su sombrero y entregárselo al lacayo más cercano, comportándose como en su casa desde el momento en que puso un pie en el lugar—. Después de nuestra estancia aquí partiremos directamente hacia Greenwood Manor, ya que mientras estábamos en la Ciudad, hice obras en algunas habitaciones y... —Se llevó la mano enguantada al pecho en un acto de falsa sinceridad.

Lady Merivale pareció confusa. Amelia no la culpó, dado que cada una de las palabras que salían de la boca de su tía era auténtica basura.

—Os lo comenté, ¿no os acordáis? —dijo la tía Katherine—. Después hablamos sobre cómo la casa no estaba lista, ya que los pintores estaban trabajando en mis habitaciones y... bueno, ya sabéis lo nocivo que es el olor de la pintura. Me da unos dolores de cabeza insoportables. Entonces vos me invitasteis aquí durante algunas semanas, diciendo que de todas formas ibais a tener algunos invitados.

—Tuve que hacer algunos cambios en mis planes, ya que la señora Sylvester me había invitado también. —La tía Katherine se inclinó hacia Lady Merivale, como compartiendo un secreto, pero Amelia pudo ver que la otra mujer estaba intentando localizar dicha conversación en su mente. La pobre Lady Merivale era como arcilla en las manos de la experta. Por supuesto, probablemente no ayudaba el ligero empeoramiento de su estado debido a su “copita de la tarde”.

La tía Katherine continuó con el coup de grace.

— ¡Vos de sobra sabéis que prefiero estar aquí con mis queridos amigos, que en Gloucester con Henrietta Sylvester! Pero no le contéis nunca que dije esto, porque rompería el corazón de la querida mujer. Además, he oído que invitó a la Baronesa Hopken, y no me rebajaré a estar bajo el mismo techo que esa mujer. Es la coqueta trepadora social con peor fama que he conocido nunca.

La mujer sabía exactamente cómo adular a sus superiores sociales. Amelia tosió delicadamente y esperó que su tía hubiese captado el mensaje.

El ama de llaves llegó y Lady Merivale preguntó a la tía Katherine cuántas habitaciones iba a necesitar.

—Sólo una. Mi sobrina puede compartir habitación con mi doncella. Aunque también la puedo devolver fácilmente a Londres, si es una molestia.

Al parecer, la tía Katherine había entendido su mensaje alto y claro, y no le hacía mucha gracia que le llamasen la atención.

—No, no es molestia en absoluto. Deberíamos ser fácilmente capaces de disponer otro cuarto para la querida muchacha.

Amelia devolvió la sonrisa ligeramente achispada de su anfitriona, mientras la tía Katherine echaba silenciosamente humo por dentro. ¡No había vivido con su pariente durante los seis últimos meses sin haber aprendido alguna cosa que otra sobre la mujer!

—No tiene que ser mucho. Está acostumbrada a alojamientos modestos. —La tía Katherine se inclinó hacia su anfitriona otra vez y susurró lo bastante fuerte como para que Amelia pudiera oír cada palabra. Deliberadamente, estaba segura—. Mi querida difunta hermana mayor no se casó tan bien como yo.

Aquello era lo último. Cuando acabasen estas dos semanas, Amelia dejaría el empleo con su tía. Antes, si podía conseguirlo, ya que no deseaba poner el pie en la extravagante residencia de la tía Katherine nunca más. Tendría que pedirles a los sirvientes que informasen a Harry de su nueva dirección cuando tuviese una, ya que Amelia no podía confiar en su propia tía para hacer lo correcto.

Una vez tomada esa decisión, tenía dos semanas para encontrar un empleo remunerado. Se preguntó si Lady Merivale estaba suscrita al Semanario de la Señora Petersham. De ser así, a Amelia le encantaría tomar prestado el último número. Después se preguntó si sería fácil conseguir un trabajo sin una carta de referencia, porque dudaba seriamente que la tía Katherine fuese a escribir una para ella.

Poco después fue conducida a una habitación en el piso de la guardería. Era modesta, pero estaba limpia y era bastante espaciosa, con una pequeña sala de estar. Probablemente en su día había sido la habitación de la institutriz, y Amelia tuvo la impresión de que llevaba muchos años desocupada. También advirtió que no había niños ni otros invitados en esta planta.

La joven criada informó a Amelia de las horas de las comidas para los sirvientes. Amelia a su vez comunicó a la chica que ella no era una sirvienta, y pidió que le subiesen una bandeja a la hora de las comidas. Como había presionado demasiado a su tía, la mujer estaba castigándola. Amelia no fue invitada al comedor, ni tampoco encajaba en las cocinas con los sirvientes. Se sentía marginada. La chica pareció ignorar lo que le había dicho y continuó su informe sobre la rutina del personal. Al irse la criada, Amelia se aseguró de que había una llave en la cerradura de la puerta. Dio las gracias a la chica y a continuación cerró la puerta detrás de ella.

Sentada en el borde la cama, Amelia sintió ardientes lágrimas de frustración y humillación detrás de sus párpados cerrados. Pero la tía Katherine había sobrepasado con creces los límites del respeto y los lazos familiares. Amelia podía tolerar el comportamiento altanero y la vanidad de su tía. Resultaba obvio que su anfitriona no sabía nada de una invitación a la tía Katherine. La cortesía común obligaba a una anfitriona a no rechazar a nadie, estuviera o no exactamente segura de si había o no había extendido una invitación. Amelia se permitió llorar durante unos minutos, no solo debido a su situación, sino también porque echaba de menos a su padre y a su hermano. Sabía que uno estaba muerto, y rezaba porque el otro todavía estuviese vivo.

Hacía seis meses completos y tres días desde la muerte de su padre, y Amelia todavía no podía dejar de pensar que, si a Harry no se lo hubiese llevado la patrulla de reclutamiento forzoso, su padre todavía seguiría allí. Había muerto mientras dormía solo una semana después de haberles notificado la desaparición de Harry, muy posiblemente con el corazón roto. Esto había sido en enero.

Ahora estábamos en julio y Amelia seguía llorando por lo diferente y feliz que habría sido su vida si se le hubiese permitido continuar ayudando a su padre en su taller de encuadernación de libros. En principio, su padre quería que su hermano menor iniciase su aprendizaje con él, pero Harry quería estudiar anatomía, latín y medicina para convertirse en médico. Así que tanto Amelia como su padre habían trabajado para pagar las clases de Harry en la universidad.

Una semana antes de empezar el nuevo semestre, Harry y varios de sus compañeros de clase habían parado de camino a Cambridge para hacer noche en una posada en la que se habían alojado en diversas ocasiones durante sus viajes de ida y vuelta. Los jóvenes habían cenado en una taberna próxima a la posada y al salir de la taberna simplemente se habían esfumado. El tabernero pensó que quizá habían acabado en prisión, ya que pareció producirse una riña en el exterior del establecimiento, pero no había constancia de que el comisario local hubiese ido a la taberna.

Amelia había oído hablar sobre las patrullas de reclutamiento forzoso y su implacable manera de reclutar hombres para trabajar en los navíos. Pero normalmente se quedaban dentro de un cierto radio de distancia de un puerto principal. Cambridge no quedaba cerca de ningún puerto, pero estaba en un río. Y con dos guerras y escasez de hombres, había oído que las patrullas estaban cada vez más desesperadas. Sin ninguna pista sobre su desaparición, daba la impresión de que los cuatro muchachos habían desaparecido en la niebla matinal. Y aunque no estaba exactamente segura de que hubiesen sido reclutados a la fuerza por una patrulla, ciertamente esperaba que así fuese. El ejército o la armada eran mejores que asesinados por su dinero o sus ropas. Hasta ahora no había prueba de que se hubiese producido un homicidio, y al saber que las patrullas habían estado activas, llegó a la conclusión de que habían sido reclutados a la fuerza para servir en el ejército.

Rezaba a diario porque Harry y sus amigos volviesen a salvo. Si su hermano estaba muerto, realmente no le quedaba nadie en el mundo.

Amelia se salpicó la cara con agua fría y volvió a colocarse los rizos caídos con las horquillas. Cogiendo su manto, salió de la habitación, buscando una escalera trasera y una salida de la casa que no utilizase la escalera principal ni la puerta delantera. Necesitaba aire fresco y un vigorizante paseo después de casi dos días enteros confinada en un carruaje con su intrigante tía y la molesta doncella pretendidamente francesa de la mujer...

Laberinto de Jardín

Marcus Renfield Halden, II, octavo Duque de Caversham, sólo buscaba un respiro del mundo enloquecido que había fuera de ese laberinto del jardín. Un mundo en el que un loco con una pistola podía entrar en el vestíbulo principal de la Cámara de los Comunes y matar a un buen hombre.

Sentado en el banco de piedra tallada, volvió a preguntarse si podría haberse hecho cualquier cosa de forma diferente, alguna medida de seguridad adicional que pudiera haber salvado la vida de su oponente político y muy querido amigo, Spencer Perceval. Aunque en ocasiones habían sido rivales, Cav respetaba al hombre por sus creencias, la mayoría de las cuales no estaban muy alejadas de las suyas. Durante muchas noches habían debatido sobre temas que les apasionaban, Perceval siempre el más elocuente de los dos. Cav tenía cierta reputación entre sus pares como hombre que conseguía lo que quería, pero Perce habría sido capaz de dejar al diablo sin sus cuernos a base de palabras.

Después de ver a su amigo enterrado en su lugar final de descanso, todo lo que podía hacer ahora era asegurarse de que a su esposa e hijos no les faltara de nada. Y eso era exactamente lo que él y Merivale iban a hacer, a pesar de que ahora que conocía los planes de Lady Merivale, debería sugerir a Merivale que ambos se retirasen a Haldenwood durante algunas semanas, por ser un lugar tranquilo. La esposa de Merivale, al parecer, había invitado a una partida reducida de invitados para una fiesta de verano doméstica improvisada. Cav todavía no estaba de humor para socializar. Si no hubiese parecido el colmo de la mala educación, habría partido inmediatamente después de enterarse de los planes de Lady Merivale.

En aquel preciso momento, odiaba ser un caballero. Deseaba haber tenido el valor de abandonar este lugar, porque sabía que la esposa de Merivale había planeado su fiesta en el mismo momento en que supo que él iba a venir a Somerhill a visitar a su marido para descansar. Episodios como aquél eran los que le hacían desear poder retirarse de la vida pública. Si la muerte de Perce le había enseñado algo, era que nunca sabías cuándo te iba a tocar a ti.

Y todavía quedaba tratar el otro asunto.

Clara. Aunque la había despedido efectivamente aquella noche de hacía tres semanas, cuando llegó a la casa que había alquilado para ella, sólo para encontrarla en los brazos de un joven amante, todavía tenía que dejar clara la ruptura. Su traición había supuesto un duro golpe para su ego y para su masculinidad. Si hubiese sido él mismo, normalmente intuitivo, se habría dado cuenta de que algo no marchaba bien. Según fueron las cosas, no tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba tomándole por tonto. La única excusa que tenía era que seguía alterado por el asesinato de su amigo.

Cuando volviese a la ciudad, tendría que pedirle a su secretario que pagase las facturas de Clara y se deshiciese de la casa. Ya no la iba a necesitar. Si tomaba otra amante, lo cual era probable que hiciese algún día, le conseguiría una casa diferente.

Observó a un conejo saltar al camino delante de él y se dio cuenta de pronto de que ya no estaba solo. El animal arrugó el hocico alzándose sobre sus patas traseras, inmóvil durante un momento mientras miraba a Cav fijamente, y a continuación, decidiendo que no era una amenaza, volvió a mordisquear el cuidado césped del sendero. Cav no sabía cuánto tiempo llevaba sentado en el banco que había al salir del pabellón que ocupaba el centro del intricado laberinto, disfrutando del sol estival, pero mucho después de que el conejo se hubiese ido en busca de tallos más apetitosos, escuchó el crujido de la gravilla bajo unos zapatitos. Singular, delicado y demasiado ligero para ser de un hombre, se trataba de un paso decidido, con un ritmo definido de staccato en las pisadas.

Entonces escuchó a alguien, una dama, hablando en voz baja, como para sí misma.

—¿Por qué me pasan estas cosas, Dios mío? ¿Qué he hecho para merecer esto? —Al irse acercando al centro del laberinto, Cav sabía que sería descubierto, así que se levantó, preparado para dar la bienvenida a la dama cuando ésta girase la esquina.

Ella continuó hablando, todavía fuera de su vista. Aparentemente, tenía mucho que decir.

—Si cualquiera en la alta sociedad descubre lo que ha hecho, nunca volveré a encontrar un empleo respetable.

No era una dama, sino una criada. Una criada con la dicción de una dama. Definitivamente una criada de alto rango. Y, no estaba seguro si era por la noche de verano, o por el hecho de que su miembro viril le estaba recordando que ya hacía un tiempo desde la última vez que estuvo con una mujer, pero encontró su voz seductora y casi... melódica. Podría escucharla hablar toda la noche.

—Debería haberlo tenido en consideración antes de aceptar su oferta, sin importar que sea la única pariente que tengo ahora. Y aunque eso sea agua pasada, lo que tengo que hacer ahora es marcharme. Alejarme de ella tan rápido como pueda porque... —Finalmente giró la esquina y salió al claro, y él pudo ver por primera vez el cuerpo voluptuoso de que provenía aquella voz sensual. Llevaba ropa de luto, que estaban lejos de estropear su aspecto. Más bien lo contrario, tenía unos increíbles ojos gris verdoso bajo cejas arqueadas del color de las hojas otoñales. Su pelo castaño claro estaba sujeto en un gran moño no muy apretado en lo alto de su cabeza, y por los pocos mechones que escapaban de él, Cav supo que además lo tenía rizado. Tuvo una breve visión de rizos largos hasta la cintura esparcidos por sus almohadones y luchó contra las sensaciones que empezaban a revolverse en sus calzones.

Era simplemente arrebatadora. Ambos se observaron durante lo que parecieron minutos, aunque estaba seguro de que solo fueron unos cuantos segundos.

—Bueno, espero que tengáis un caballo lo bastante rápido —dijo Cav, manteniendo un divertido tono de complicidad mientras ella entraba en el claro—, porque he descubierto que los problemas tienden a pisarnos los talones a los más decididos de nosotros. —Y qué bien lo sabía él.

Ella parecía sorprendida de haber sido atrapada hablando consigo misma.

—No os preocupéis —Sonrió, con la esperanza de transmitirle tranquilidad—. Vuestro secreto está a salvo conmigo.

Ella seguía pareciendo estupefacta. O le había reconocido, o tenía miedo de haber revelado secretos de estado.

—En realidad, no sé de quién estabais hablando, sólo que estáis planeando huir tan pronto como dispongáis de otro puesto. —Se preguntó por quién guardaba luto. ¿Un marido, quizá? Parecía muy probable. Era lo suficientemente bonita, seguramente alguien había conquistado su corazón. ¿Y ahora? Ahora que él ya no estaba, ella era lo bastante afortunada como para que una pariente la acogiese.

Era una mujer completamente desarrollada, con un amplio escote y curvas suavemente redondeadas ocultas bajo el escote imperio de sus ropajes de luto. Tenía un aspecto remilgado y sus ropas parecían anticuadas. Desde luego, nada que su antigua amante se hubiese puesto si hubiera tenido que guardar luto por alguien. Pero, por otra parte, esta dama no era la amante de ningún hombre. Eso al menos resultaba obvio. No tenía aspecto ni se comportaba como una mujer con un benefactor.

Pero podría serlo, con las ropas y la doncella adecuadas. Madame Celeste podría tomarle medidas y sería justo el adorno que necesitaba para sustituir a Clara. Con un labio inferior que parecía solo un poco más carnoso que el superior, su rostro en forma de corazón era fresco y estaba sonrosado por el paseo. Esta exuberante criatura, con el atuendo y las joyas adecuadas, sería asombrosa. Podía imaginarla en seda verde oscuro, para resaltar los tonos verdosos de sus ojos grises, y diamantes para complementar las astillas de hielo de su mirada.

¿No acababa de oír que quería un nuevo empleo? Aunque no podía consentir la infidelidad en una amante, Cav echaba de menos la cita semanal con la suya, la amante más enérgica que había conocido en sus cincuenta y dos años. Pero sus ansias de satisfacerle, ahora lo sabía, respondían a un deseo de librarse de él para poder jugar con sus otros amantes.

—Por favor, no os asustéis. Se me da bastante bien guardar secretos. —Esperaba sonar lo bastante tranquilizador como para tentarla a quedarse.

Ella escudriñó su expresión en busca de sinceridad y lo encontró lo bastante honesto, en apariencia, como para no tenerle miedo. Probablemente no muy sensato por su parte. Si tan solo pudiera saber lo que él estaba pensando.

—Estoy segura de que sois discreto —dijo ella—, hasta el momento en el que lo dejéis caer, accidentalmente, claro. Preferiría evitar los sucesos calamitosos que seguirían. Así que creo que por el momento me lo guardaré para mí misma. Gracias.

Sus ojos tenían una veta de astucia que llevaba tiempo sin ver en una mujer. Los rizos que se le habían escapado del moño alto ondeaban en la ligera brisa, y ella se los apartó de la cara mientras le miraba.

—No creo que hayamos sido presentados, ¿Lady...?” ¿Era una dama? Necesitaba saber si sus esperanzas eran en vano.

—Señorita. —Ella echó una mirada alrededor desde el centro del laberinto. ¿Estaba buscando a alguien?

—¿Señorita?

Ella le devolvió la mirada y pareció considerar sus palabras, si revelarle su nombre o si no hacerlo. Cav sabía que no llevaba nada puesto que traicionase su posición o su título, aunque sus ropas eran de calidad, por supuesto. Se preguntó si ella sería más comunicativa con su identidad de saber quién era él...

Señorita & Señor

Después de varios momentos sin obtener una respuesta, no pudo seguir soportando el silencio.

—De acuerdo. Nos olvidaremos de los nombres. Usted será Señorita. Yo seré Señor. —La invitó a sentarse en el banco con un ademán. Cuando ella lo hizo, él se recostó en la barandilla de la glorieta que había junto a ella—. Quizá pueda seros de ayuda, Señorita. Deduzco que tenéis intenciones de abandonar el empleo con vuestra actual señora.

Ella seguía examinándole. Aparentemente, le encontró honorable hasta cierto punto, ya que terminó por hablar.

—Me confundís, Señor. No es mi señora. Es mi tía. Y yo soy su acompañante. Por más que pueda quejarme de mi situación, ella es la única familia que me queda.

Cav sintió que la posibilidad de una nueva amante se le escapaba entre los dedos con cada palabra que salía de los labios de ella. Era una dama, como demostraba su forma de hablar. Y se había centrado tanto en la idea de una amante que la desilusión era difícil de ocultar.

—¿Mencionaba que iba a abandonar su servicio? ¿Se trata de una tía cruel?

—No especialmente, no. ¿Estricta? Quizá. ¿Taimada? A veces. ¿Desconsiderada y no particularmente amable? Con frecuencia.

Él la observaba mientras ella paseaba la vista por la totalidad del pequeño claro, con el pabellón griego octogonal hecho de piedra tallada, el jardín completamente florido a cada lado, y dos bancos de madera en extremos opuestos de la estructura. Ella dirigió su atención hacia él, que una vez más pensó que tenía unos ojos impactantes.

—Pero sigue siendo mi tía —dijo ella—, y no permitiré que nadie hable mal de ella. La relación que tiene conmigo es diferente de la que tiene con sus iguales. Para ellos, ella es... una compañía entretenida que disfruta de una buena partida de cartas.

—Posiblemente la razón de que fuese invitada. Lady Merivale es una anfitriona que sabe bien cómo mantener entretenidos a sus invitados. ¿Y además cartas? A la mujer le encantan sus partidas.

La muchacha se giró y él pudo vislumbrar su perfil durante un instante. Tenía un aspecto juvenil, con mejillas redondeadas y suaves. Por su apariencia, Cav calculó que quizá tendría unos años más que su hijo, pero no muchos más. Eso quería decir que era lo bastante joven como para ser su hija. Dios mío, debería dejarlo estar. Permitir que continuase su camino. Pero su labio inferior era carnoso y reluciente, y por alguna razón, él quería saborearlo.

Debería dejar de hablar con aquella jovencita y despedirse de ella. Y, sin embargo, se encontró preguntando:

—¿Quién es vuestra tía?

Ella le dedicó una sonrisita traviesa.

—Ah... Prefiero continuar siendo Señorita y que usted siga siendo Caballero.

—Señor —le recordó Cav—. Prefiero Señor.

—De acuerdo, pues —Asintió breve y majestuosamente en su dirección—. Señor.

—Pero eso sigue sin solucionar mi actual dilema —dijo él.

—¿Cuál es?

Ahora que la había conocido, quería llegar a conocerla mejor. Le daba la impresión de ser una magnífica compañera de cena.

—¿Cómo le voy a pedir a nuestra anfitriona que os siente cerca de mí en la cena si no sé por quién preguntar? —Aunque había estado pensando en encontrar una manera educada de abandonar Somerhill hacía solo unos minutos, ahora acababa de encontrar una razón para quedarse. Aunque era improbable que ella se convirtiese en su amante.

El rostro de ella palideció de repente, su boquita formando una “O” perfecta, y rogó entrecortadamente.

—P-por favor, os lo suplico, no hagáis eso. Mi tía pensará que soy tremendamente impertinente. Especialmente al no habernos presentado formalmente. Además... —Ella cerró los ojos un momento y respiró profundamente para tranquilizarse—. Además, nunca funcionaría. Me ha relegado a las habitaciones de los sirvientes del piso superior. Posiblemente en pago por decirle anteriormente lo que pensaba.

—Así pues, ¿no sois una criada? —Cav estaba confundido. Algo que le sucedía a menudo al tratar con el sexo débil.

Ella emitió una corta carcajada. Se trataba de un sonido tan delicioso como sincero. Entonces, como recordando de repente dónde se encontraba, volvió la cabeza para echar un vistazo hacia la entrada del centro del laberinto.

—No. No lo soy. Mi bisabuelo era duque, y mi tío es... —Se detuvo, la cabeza ladeada como sopesando si revelar información con la que él pudiese situar mentalmente a su familia—. Mi tío... está en la iglesia, y mis otros tíos son también nobles de alcurnia.

—¿Y aun así, no me vais a decir quién sois? ¿O quién es vuestra tía?

—Me temo que no. Hay muchas cosas de las que me doy cuenta sobre este mundo. La primera es, que sé que no he nacido para bendecir la mesa de un marido noble. Mi padre era el hijo menor y se enamoró de la hija de un vicario de pueblo, así que mientras uno de mis tíos es vizconde, y otro está en la iglesia, yo no soy más que una simple Señorita.

Él quiso decirle que no había nada “simple” en ella. Este encuentro casual en un laberinto mientras ella paseaba para librarse de sus frustraciones había bastado para cautivarle. Era tan encantadora como atractiva, y si él tuviese veinte años menos, solicitaría cortejarla. Además, la forma en que su cuerpo había respondido de forma instantánea a ella le confirmaba que sería una esposa perfecta.

—¿Por quién lleváis luto? Él quería saberlo todo sobre ella, por tonto que esto pareciese. No podía resistirse a ella.

Justo cuando ella iba a responder, sus ojos se agrandaron y se detuvo.

—¿Habéis escuchado eso? —Ella se giró con rapidez hacia el lugar por el que había entrado.

Él no había oído nada y negó con la cabeza.

—Me estaba preguntando quién era... —Cav no pudo decir nada más antes de escuchar voces acercándose y ver a su nueva amiga desapareciendo por la entrada opuesta por la que había venido. Casi simultáneamente, entraron en el claro un par de amantes, mirándose con arrobo. Tras echar un vistazo a Cav, se dieron la vuelta y se marcharon sin un saludo siquiera.

Cav siguió a su joven dama, pero no consiguió alcanzarla. Era como si se hubiese esfumado. Desaparecido en el crepúsculo.

Miró hacia el sol bajo, colgado justo sobre el horizonte, y decidió volver a sus habitaciones para preparase para la noche que le esperaba: una cena tardía y una velada de música y canto. Si no permitían a Señorita bajar a cenar con el resto de los invitados, probablemente tomaría sus comidas en sus habitaciones mientras permaneciese en la casa, ya que era bastante improbable que comiese con los sirvientes. Recordando su labio inferior húmedo y gordezuelo, decidió dar instrucciones a su ayuda de cámara para que descubriese la identidad de la chica.

Cav no sabía exactamente qué era lo que ella tenía, pero... le intrigaba. Desde su voz, hasta la forma en la que se movía, le fascinaba por completo. Ella desprendía confianza e inteligencia, paciencia y entereza. Si ella sabía quién era él, ello no la perturbaba. Y eso era lo que a él le resultaba más interesante. ¿Lo sabía ella? ¿Cambiaría de saberlo?...

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