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Un Legado En Peligro

PROLOGO

Mañana es treinta y uno de octubre. Mi cumpleaños.

–Cuando cumplas dieciocho años, princesa, lo celebraremos en la casa de tu tía Ruth.

–¿Lo dices en serio, papi?

–Claro, mi princesita. Iremos todos y estaremos una temporada con tu tía. Puede que hasta pasemos navidad en Nueva York. ¿Te gustaría eso, cielo?

–¡Oh, papi, sí!

–Es una promesa, princesa.

Mañana es treinta y uno de octubre. Mi cumpleaños.

Mañana cumplo dieciocho años. Ese día que tanto esperé por fin llegó. Sin embargo, no siento alegría ni nada que se le parezca, sólo dolor. Uno tan grande que me cuesta respirar.

Mis padres me sonríen desde la foto que está colgada en la sala. Las lágrimas caen desde mis ojos sin poder evitarlo. Odio mi facilidad para llorar, me gustaría poder anestesiarme y no sentir nada.

Hace 8 meses que mis padres murieron en un accidente, ocho meses en que el dolor no ha disminuido ni un ápice. Temo que nunca lo hará.

Mi familia era la mejor, la mejor de todas las familias. Éramos tan unidos. Vivíamos nuestros días como si cada día fuera el último. Es comprensible, teniendo en cuenta a lo que se dedicaba papá; traficar armas. Éramos una de los mejores, la competencia existía, pero como papá siempre decía, la competencia te hace mejorar. Es una lástima que mis hermanos no entendieron eso.

Mis hermanos… Hace dos días murió Miguel, el último que quedaba y a diferencia de mis padres no puedo sentir nada, supongo que no los puedo perdonar, a ninguno de los tres. No sé si los pueda perdonar en algún momento. Destruyeron con su ambición el legado de mi padre. Acabaron con todo lo bueno, y les tomó tan poco tiempo… Supongo que cuando el infierno se desata, el fuego consume todo rápido, tanto, que eres consciente de ello

cuando ya no queda nada. Sólo cenizas y dolor.

Mataron a casi toda la competencia y no se conformaron con nada, siempre querían más y más. Cuando me di cuenta del daño que estaban haciendo quise detenerlos, pero no fui lo suficientemente lista y me descubrieron espiándolos. Me tuvieron encerrada tres meses. Tres meses sin ver la luz del sol, tres meses sin hablar con nadie, excepto ellos y cuando lo hacían era sólo para obligarme a confesar, pero soy hija de mi padre y no les dije nada. Le di mi palabra a David y cómo me decía papá, la palabra es una de las cosas más importantes que le puedes dar a otra persona.

No des tu palabra en vano, mi princesa. La palabra es un bien muy apreciado, debes valorarlo.

–Oh, papi, lo hice. Cumplí mi palabra, no cedí.

Mañana es treinta y uno de octubre. Mi cumpleaños. Mañana seré adulta y podré hacer lo que quiera.

Miro la foto de mi padre y sé que haré. Cumpliré nuestra promesa.

*****

–¿Qué haces, Campanilla?

–David.

Me giro sorprendida al escuchar su voz.

–La puerta estaba abierta –explica.

Asiento. No puedo cerrarla. Me da terror pensar que no podré abrirla más y volveré a estar encerrada.

–Yo… lo olvidé.

Me mira preocupado, sabe cuando le miento. Me conoce y yo lo conozco a él.

–Sam, no te preocupes, no tienes que explicarme nada.

Se acerca y me abraza.

Ahogo un suspiro. Mi cara queda en su pecho y puedo apreciar su aroma, es embriagador. Supongo que es una de las pocas cosas buenas de ser baja.

Acaricia mi cabello y yo cierro los ojos, disfrutando de su contacto.

Lo amo. Siempre lo he amado y me aterra pensar que siempre lo amaré.

Cuando revuelve mi cabello mi pecho duele, porque me confirma lo que de todos modos ya sabía, lo que siempre he sabido. Sólo soy su pequeña amiga, nada más.

Me obligo a alejarme de él. Me acerco a mi maleta y sigo ordenando.

–¿Te vas? –Me giro rápidamente hacia él, impresionada de las emociones que creo escuchar en su voz. Tristeza,

desconcierto y algo de miedo, pero no puede ser, David no le teme a nada.

–Sí. No puedo seguir aquí.

–Claro que puedes, tu vida está aquí –dice con voz firme y seria, para nada como él.

–No puedo… yo no podría quedarme aquí. Mis hermanos… Ellos hicieron mucho daño. Sólo piensa lo que le hicieron a tu prima. Yo… tengo que irme.

–No

–David, no tengo a nadie aquí.

–Eso no es verdad –dice acercándose a mí–. Me tienes a mí, Campanilla.

–No, no lo hago. Estoy sola, mi familia murió, no queda nadie...

–Yo seré tu familia. Por favor no te vayas. Eres una niña, no puedes sólo irte y comenzar de nuevo.

Sus palabras consiguen aumentar el dolor.

–No soy una niña, mañana seré una adulta y podré hacer lo que quiera.

Toma mi rostro en sus manos.

–Sam, no quise ofenderte, pero no puedes irte.

–Tú no entiendes.

Me alejo y me siento en el sofá. Sin poder evitarlo comienzo a llorar. Seco mis lágrimas para que David no se dé cuenta, pero lo hace.

–Hey, no llores.

Sentir sus dedos en mi piel me hace llorar más. El saber que lo amo de la forma en que lo hago y que él no lo hace, me provoca dolor. Un horroroso y profundo dolor. Es como si mi corazón se estuviera fragmentando y cada vez pierdo un pedazo más grande.

–Déjame sola, por favor –le pido mirando esos ojos color oro que tanto amo.

–No puedo –responde.

Comienza a secar mis lágrimas y luego besa mis parpados. Mi cuerpo tiembla al sentir la calidez de su beso. Luego besa mi frente, mi cabello, mis mejillas y mi nariz. Sé que quiere hacerme sonreír o por lo menos consolarme, pero no está provocando en mí lo que desea.

Cuando me mira, estamos tan cerca que nuestras narices se tocan. Miro sus labios y de pronto siento la boca seca.

Nunca he besado a nadie, cómo podría si mi corazón lo entregué hace tantos años y aún no me lo devuelven y el ladrón está justo aquí.

Subo mi mirada hacia sus ojos, sólo para descubrir que está mirando mis labios.

Suspiro y tiemblo a la vez.

Avergonzada miro a David y veo sus ojos distintos, el dorado se oscurece poco a poco.

–Yo… Lo siento. No puedo evitarlo –dice antes de tomar mi rostro y acercar sus labios a los míos.

No me atrevo a moverme.

Mi respiración queda atascada en mi garganta.

Suspiro al sentir su aliento en mi boca, tan delicioso.

Luego su boca presiona mis labios de la forma más dulce y tentadora. Tiemblo al sentir su boca moviéndose sobre la mía, tentándome. Cuando juega con mis labios, me siento incomoda. No sé qué hacer y no quiero arruinar esto.

David chupa mi labio inferior y un calor que nunca he sentido se derrama por mi cuerpo como miel caliente. Es tan agradable que no puedo hacer otra cosa que suspirar. Cuando siento la lengua de David acariciando mis labios, los abro indecisa sobre lo que viene, pero ansiosa por descubrirlo.

Sus manos toman mi cabello con fuerza y me acercan más hacia él. Luego sólo puedo sentir su lengua.

Esa pecaminosa lengua.

Su sabor intoxicante, picante y prohibido, atormenta mis pupilas gustativas. Me olvido de todo y me dejo llevar.

Lo acaricio con mi lengua y llevo mis manos a su hermoso cabello. Jadeo al sentir un intenso cosquilleo en mi piel y un calor en mi vientre. Me muevo y me acerco más, necesitando más contacto.

El beso se torna salvaje. Me pierdo, sin saber si estoy adentro o afuera, arriba o abajo, pero eso no lo hace malo, sino todo lo contrario. Es excitante.

Mis pechos pican y duelen. Un pensamiento como un rayo cruza por mi cabeza.

Como quisiera esa lengua pecaminosa sobre ellos.

Siento más que veo, que caemos hacia abajo en el sofá.

Se aleja y me mira.

Jadeo al ver sus ojos entornados y oscuros.

–Eres tan dulce y tierna –dice antes de besarme de nuevo.

Luego siento sus labios en mi cuello y un pequeño gemido sale de mi boca. El calor que sentía empeora, concentrándose en mis pechos, en mi vientre y entre mis muslos. Cuando entiendo que lo que siento es deseo, me dejo llevar.

Acaricio su hermoso cabello, sus hombros y su espalda, hasta que lo escucho gruñir. David se tiende completamente sobre mi cuerpo. Cuando siento algo duro en mi pierna todo mi cuerpo tiembla.

Arqueo mi espalda bajo su cuerpo, empujando mis pechos, que pican, hacia su pecho, exigiendo más cercanía. Siento la mano de David bajando desde mi cuello pasando por mi clavícula y luego deteniéndose en mis pechos. Siento como mis sensibles puntas se endurecen al punto del dolor. Gimo fuerte y empujo mis pechos a su mano.

Después de unos segundos se aleja de mí, llevándose el calor y la bruma. Lo busco con la mirada y lo encuentro sentado, cubriendo su cara con ambas manos.

Me siento también y lo miro asustada.

–¿Hice algo mal? –pregunto avergonzada.

–No… Lo siento, Sam. No puedo creer lo que pasó… Estuve a punto de…–Me mira asustado y confundido–. Perdóname, por favor –ruega.

–No entiendo. Yo quería seguir besándote –digo y siento como mi cara enrojece de vergüenza.

–¡No, ¿no lo ves? Eres una niña!

Su comentario se siente como una bofetada. Lo miro dolida.

–No, no lo soy. Mírame –pido llevando mis manos a mi blusa y desabrochando los botones, con una valentía que consigue sorprenderme–. No lo soy –digo antes de abrirla.

David me mira horrorizado y contorsiona su rostro como si sintiera dolor.

–Lo eres, por favor cúbrete. Eres una niña. ¡Por Dios, mírate! –dice haciendo un gesto que únicamente puedo interpretar como asco.

Es entonces cuando pierdo todos los fragmentos de mi corazón, quedando con un vacío en mi pecho.

El dolor me hace volver a llorar una vez más…

Samantha

Despierto asustada con mi corazón latiendo deprisa. Ese maldito sueño otra vez, han pasado 6 años y sigue repitiéndose.

Odio las pesadillas. Al mirar el cuarto donde me encuentro, sé por qué pasó. La maldita puerta está cerrada.

Salgo de la cama sin hacer el menor ruido y busco mi ropa que se encuentra regada por el suelo. Miro al hombre recostado y me odio. Me pasa cada vez que cometo el mismo error.

Y este sólo tenía su sonrisa, sólo su sonrisa.

Salgo de su departamento sin dejarle una nota, espero que entienda que sólo fue un rollo de una noche y se sienta agradecido cuando descubra que me he ido.

Veo el letrero que me dice que estoy en 80 Avenue. Por lo menos estoy en Brooklyn. Camino un par de cuadras hasta tomar un taxi.

–To Allstate Insurance in N Henry, St, please.

–Ok.

Es una suerte que mi departamento este al lado de una compañía de seguros. Cuando llegué donde mi tía Ruth y no conocía nada, me enseñó como volver a casa. Sonrío al recordarla, tan parecida a mi papá en su sentido del humor y en lo cariñosa. El cáncer se la llevó hace 2 años y me dejó su departamento y todo lo que tenía. Mi tía Ruth nunca tuvo hijos con George, su esposo, y al enviudar, sólo me tenía a mí.

Cuando llegamos, le pago al taxista la carrera y me bajo. Al entrar a mi departamento me siento tranquila, en casa. Corro a mi ducha para borrar la noche anterior de mi cuerpo.

No sé por qué sigo haciendo esto, si después de cada vez me siento más vacía y para qué… Hace unos años descubrí que mi cuerpo está anestesiado, al igual que mis emociones. Por un lado es bueno ya que nunca lloro y siempre odié mi facilidad para llorar, pero al desconectarme de mis emociones, me desconecté de mi cuerpo también.

Recuerdo mi primera vez. Me acosté con un tipo que conocí en un club, un español que se encontraba de vacaciones. Tenía sus ojos y su encanto y hablamos español que es algo que extraño. Pensé que estaba lista y quería olvidar a David más que cualquier cosa. Cuando ya lo tenía sobre mí me di cuenta que fue un error, no sentía nada. Ni siquiera me dolió cuando empujo entre mis piernas sin paciencia. No le importó que era virgen, empujaba cada vez más fuerte. Supongo que debo agradecer que mi cuerpo esté anestesiado.

Cuando terminó sólo dijo, “Estuvo rico. Puedes usar la ducha antes de irte”

Salí del hotel en donde se hospedaba y caminé a casa.

Desde entonces lo he vuelto hacer con cada hombre que me recuerda a él.

Salgo de la ducha y me visto, sintiéndome una idiota.

–Samantha, ya basta –me regaño–. Deja de hacer esto.

No puedo seguir viviendo mi vida en base a un fantasma. No puedo seguir escondiéndome aquí para siempre, papá estaría desilusionado. Papá querría que recuperara su legado. Papi merece que el apellido Rodríguez vuelva a recuperar el respeto que antes ostentaba.

No más miedo, no más vergüenza. Ya no soy la niña que era. Papá me enseñó todo lo que sabía. Fue mi instructor, él me crió a su imagen y semejanza.

Estoy lista.

–Lo haré, papi. Te doy mi palabra.

Soy la hija de mi padre, y recuperaré lo que me pertenece.

 *******

Cuatro horas de viaje y a cada minuto estoy más cerca de Chillán. La persona sentada a mi lado duerme profundamente y quisiera hacerlo también, pero no puedo. Los nervios por regresar a casa, la incertidumbre y la gran responsabilidad de volver a levantar el legado de mi padre, no me han dejado descansar tranquila desde que tomé la decisión de volver.

Dejar mi trabajo, mi departamento y todo lo que conocí durante años, no fue tan difícil como lo fue llegar a Chile. No tenía a nadie lo suficientemente cercano como para extrañar, con mi tía fallecida se acabó mi familia y sólo tengo conocidos, ningún amigo. Siempre tuve problemas para crear relaciones en Nueva York porque ya no podía confiar en nadie. Pero volver a Chile… eso es otra cosa.

Esta es mi casa, mi hogar. La mayoría de mis buenos y malos recuerdos tienen su origen aquí. Las personas, los lugares, todo es parte de mi pasado, una parte de mi misma.

Dicen que todos tenemos que enfrentar nuestros demonios en algún momento y parece ser que este es mi momento. Sólo espero no toparme con David.

Tengo la duda de si es una tontería o un caso perdido tratar de levantar una vez más el negocio de mi padre y mi familia, pero luego recuerdo que no tengo nada que perder, nada por lo que vivir en realidad y se los debo. Mi padre se lo merece, mi madre también y mis hermanos, a las personas que fueron antes del accidente que nos dejó huérfanos.

Pasa otra media hora de viaje.

No estoy segura si queda algo a lo que volver, pasaron muchos años y cuando me fui todos odiaban a la familia Rodríguez, probablemente todavía lo hacen.

Luego de un rato más de viaje, bajo del bus en el terminal y los rayos del sol del amanecer me reciben como dándome la bienvenida a casa, probablemente estos rayos serán los únicos que me reciban de buena manera.

He estado pensando qué hacer apenas volver y decidí que debo mantener un perfil bajo, al menos los primeros días. Saco las dos maletas que son todo lo que traje desde Nueva York, llenas de ropa y algunos recuerdos de Tía Ruth. Luego consigo un taxi y le doy la dirección de la casa que arrendé en línea.

Por un poco más de dinero hice un trato con el arrendatario, de modo que no hubiera un contrato de por medio y pueda dejar la casa en cualquier momento, sin previo aviso, lo que me da opción de cambiar de lugar si las cosas se vuelven complicadas. El lugar que elegí es una casa de una villa relativamente nueva y que se encuentra muy lejos de los lugares donde hace años se manejaban los negocios.

Espero que mi ubicación se mantenga en secreto por al menos unas semanas, lo suficiente para descubrir lo que ha cambiado después de tanto tiempo.

Cuando llego, le pago al taxista y me detengo junto con mis maletas, frente a la pequeña casa de un piso y de color banco, es un contraste sorprendente del departamento de tía Ruth.

–¿Tú eres Cristina? –pregunta una mujer, desde la puerta de la casa vecina.

–Soy yo –respondo–. Usted es la persona que tiene mi llave, ¿no?

–Sí, soy Margarita –se presenta mientras se acerca a mí–. ¿De dónde vienes? Gonzalo, el que te arrienda, no me supo decir de dónde te trasladas.

–De Santiago, quería vivir algo más tranquila, allí todo el mundo vive apresurado –respondo inventando sobre la marcha. Debí imaginar que un nombre falso no sería suficiente.

Ella en la próxima media hora, procede a mostrarme la casa y a explicarme cómo funciona el servicio de recolección de basura, los pagos de cuentas y me dice cosas sobre todos los vecinos de la cuadra y hasta de sus nietos. Asiento a todo, pero lo único que quiero es que se vaya para poder descansar.

Cuando tiene toda la información que pude obtener, la señora Margarita por fin deja mi nueva casa. Luego de que quedo sola y en paz, busco entre mis maletas las cosas necesarias para tomar un baño.

Cuando ya estoy bañada y cómoda, caigo dormida.

Samantha

Despierto a eso de las ocho de la tarde y me estiro satisfecha por dormir en una cama después de viajar en avión y en bus. Mi idea sobre hacer todo el viaje sin descansar en Santiago, después de llegar al país, no fue una de las mejores que he tenido. Pero ahora que ya descansé, estoy lista para ponerme en marcha.

¡Al fin!

–Primera orden del día –digo para mí misma, ya que tengo ese pequeño problema de hablar en voz alta–. Necesito algo para movilizarme. Algo rápido.

Luego de unas cuantas indicaciones por parte de mi vecina, consigo una moto usada, pero en buen estado, de un chico que vive a un par de pasajes de mi casa, por mucho más dinero de lo que vale, pero necesito moverme ahora que nadie sabe que volví y hacer la transferencia antes de poder utilizarla, sólo era pérdida de tiempo. Ya lo haremos otro día.

–Ahora, Samantha, a ver lo que queda de los edificios de la familia.

Tendré que ponerme a ordenar todas las cosas legales por la mañana, necesito aparecer como dueña de los inmuebles que pertenecieron a mi papá, de las cuentas, estoy segura de que mis hermanos no se preocuparon de nada de eso.

Me cuesta al principio recordar cómo conducir una moto, no lo hago desde que mi papá estaba vivo, y mi hermano mayor me enseñó cómo hacerlo, pero lo logro y me dirijo primero a la casa donde viví parte de mi infancia, la primera parte la viví en Concepción. Mi ansiedad por verla, me sorprende.

A pesar de lo poco tradicional de mi niñez, fui muy feliz. Ellos me enseñaban todo lo que les pregunté alguna vez, por diversión mayoritariamente, ya que ellos nunca pensaron que me encargaría algún día del negocio, mucho menos verme en la necesidad de defenderme, para eso tenía a mis hermanos quienes eran temidos por todos mis amigos. Bueno, todos excepto él.

Él nunca tuvo miedo de acerarse a mí, porque éramos iguales. Niños que nacieron en una familia donde el lado oscuro era lo normal.

Me detengo cuando llego frente a la casa y sin sacarme el casco, para no ser reconocida por alguien del sector, porque admitámoslo, mi pelo no pasa desapercibido.

Jadeo al ver lo que queda de ella.

El tiempo ha dejado su huella sin duda. La casa que en ese momento fue una de las más grandes del lugar, ahora parece el esqueleto de un gigante abandonado.

Nuestra casa nunca tuvo protecciones externas, porque todos sabían que meterse con mi familia era un gran error. Por lo mismo, una vez que quedó abandonada, fue fácil que llegara otro para reclamarla. Los muros rayados con mensajes de odio hacia mi familia son los más antiguos, nuevos grafitis los cubren parcialmente y la reja que antes siempre estaba abierta, es lo único que permanece de la misma manera. Lo demás, las ventanas y puertas están destruidas, el pasto crecido y la basura por doquier, eso es nuevo.

Camino hacia la casa, pasando el patio y empujo la puerta, que sólo se sostiene en una bisagra. El interior de la casa, es aún más impactante que el exterior. Es un espacio vacío, sólo con suciedad y rayados. En una esquina puedo ver cartones, junto con colchas desvencijadas, como si alguien durmiera en el lugar.

Me quito el casco y miro alrededor de las habitaciones del primer piso, sintiendo que mi corazón llora por todo lo

perdido, pero no derramo lágrimas, ya no.

Trato de recordar los momentos que pasé en esta casa, pero la mayoría se me escapan y temo olvidar a mis padres, a mi vida aquí antes de que ellos murieran. Quizá únicamente quiero revivir el negocio para no olvidarlos.

Escucho ruidos en el segundo piso, lo que me pone en alerta. Saco una de mis cuchillas desde mi ropa. No son ni de lejos tan buenas como las que tenía antes de dejar Chile o las que conseguí en Estados Unidos, pero fue lo único que pude conseguir en Santiago, antes de tomar el bus rumbo a Chillán.

Me pregunto si algún vagabundo está viviendo aquí, si eso es así tendré que desalojarlo. Camino silenciosamente hacia la escalera y empiezo a subirla, hago una mueca cuando más de un escalón rechina bajo mi peso. Será mucho trabajo arreglar este lugar.

Llego arriba y reviso una a una las habitaciones, encontrando más basura y destrozos. En la habitación principal

encuentro al intruso o quizá él es el dueño de casa ahora y yo soy la intrusa. Como sea, allí está.

El hombre mal aseado y acostado sobre un viejo colchón, con un pequeño bolso como almohada, se remueve tratando de encontrar una posición cómoda. Diría que tiene unos cincuenta años, pero no estoy segura. Podría haber alguien más joven bajo esa barba y pelo enmarañados.

Salgo y reviso el resto de las habitaciones, pero es el único habitante. Regreso a la que fue la habitación de mis padres y contemplo al indigente, decidiendo qué debo hacer. Es extraño que esté tratando de dormir a esta hora, pero puede que esté borracho o drogado.

Luego de un rato viéndolo, cuando ya empieza a roncar suavemente, decido que tendré que deshacerme de él tarde o temprano.

–¡Hey despierta! –le llamo en voz alta.

Veo como su cuerpo al instante se vuelve rígido, seguro es de sueño ligero y es una suerte que no haya reparado en mi presencia antes. Al instante abre sus ojos, unos ojos cafés completamente alertas y me mira, estudiándome.

–¿Qué quieres? –pregunta y se levanta con dificultad, casi como si le doliera algo.

–Esta es mi casa y quiero que te largues –respondo, pero mantengo las manos, que sostienen una cuchilla cada una, hacia abajo.

El ríe con amargura.

–Creo que te equivocas, niña. Esta es mi casa.

Me molesta un poco que me llame niña, pero lo dejo pasar. No puedo atacar a cada persona que me llame así, porque estaría peleando una vez cada semana o más.

–En realidad si es mi casa, mi familia era dueña de este lugar y ahora yo lo soy –digo.

Me mira sorprendido y un poco asustado,

–Pero, esta es mi casa –dice nuevamente, inseguro. Pienso sobre ello y creo que este es el único lugar que tiene donde quedarse.

–Amigo, mira, esta es mi casa y aunque tuve que irme, ahora estoy de vuelta y quiero repararla –explico.

Él se remueve, cada vez más incomodo.

–No me puedes obligar a salir –dice, parándose derecho y tratando de parecer duro. Lo miro divertida por su muestra de bravuconería, que deja mucho que desear.

Levanto mis cuchillas, sólo para llamar su atención sobre ellas y lo logro, inmediatamente baja su postura y mira mis manos y rostro, alternativamente, con desconfianza.

–Escuche rumores sobre la casa, ¿son ciertos? –pregunta.

–Sí, lo son –respondo, sólo pudiendo imaginar qué clase de rumores rondaron por aquí, una vez que me fui.

–No tengo donde ir –dice y se sienta sobre el colchón con un gemido, casi como si mantenerse en pie lo hubiera agotado.

Lo veo más detenidamente y observo como respira agitadamente y su frente está llena de sudor. Creo que este hombre está enfermo. Dudo sobre que decir a continuación, sobre si decidir sacarlo o no, pero siempre fui demasiado blanda con las personas sufriendo, así también con los animales heridos.

–Te diré lo que haremos. Mis planes de arreglar la casa no cambiarán, pero necesito a alguien que la cuide por ahora. Si lo haces puedes quedarte, al menos por un tiempo –explico–. Si no aceptas, tendré que sacarte.

Me mira, mientras sostiene su estómago con una mano. Muevo ágilmente una de mis cuchillas en advertencia, sólo en el caso de que sea tan tonto para no aceptar mi intento de amabilidad.

–Lo haré –dice encogiéndose de hombros, como si no le importara.

–Ok, serás mi cuidador por ahora. ¿Cuál es tu nombre? –pregunto y procedo a guardar mis armas. No es que no pueda volverlas a sacar si él intenta algo.

–Soy Juan –dice sin ánimo, casi como si hubiera perdido las ganas de vivir y sólo estuviera esperando la siguiente desgracia, antes del inevitable final.

–Juan, soy Samantha. Estaré viniendo mucho por aquí, como lo harán las personas que contrataré para arreglar la casa. Les diré que estarás aquí y me gustaría que no le contaras a nadie de mí, al menos por ahora –digo.

–Bien, ahora déjame descansar –dice y se recuesta sobre el colchón una vez más, dándome por despedida. Muevo la cabeza en negación, sorprendida por como salió esta visita.

Salgo de la habitación de mis padres y bajo la escalera con una sonrisa en la cara, reprendiéndome por lo blanda que fui. Si quiero hacerme con una reputación, debo dejar de ayudar a personas como Juan.

Me pongo el casco sobre la cabeza antes de dar un paso fuera de la casa y cuando llego a mi moto, miro una vez más hacia ella. Esta vez pensando en lo que será, no en lo que fue, ni en lo que es.

*******

La siguiente semana, es un torbellino de actividad. Entre empezar los trámites para pasar los inmuebles de la familia a mí nombre, intentar acceder a las cuentas de la familia, visitar los terrenos, que están igual de deteriorados y saqueados que la casa, tratar de descubrir que sucedió con las armas que tenían guardadas mis hermanos para vender y empezar a arreglar la casa, estoy agotada.

Llega el viernes y como cada día desde que lo conocí, compro el desayuno para Juan. Al principio no quería recibir la comida, pero cambió de parecer cuando seguí trayendo para ambos. Todavía no me cuenta de que está enfermo, pero veo que cada vez está un poco más fuerte.

Lo primero que hice, al día siguiente de ver el estado en que se encontraba mi casa, fue contactar a un maestro para que sustituyera los vidrios y la puerta frontal. Demoraron un par de días en venir, pero lo hicieron.

No es que cierre por lo general las puertas, pero la que tenía no se podía llamar puerta. Lo siguiente que hice ese día fue conseguir que restablecieran los servicios básicos y aunque tuve que pagar mucho por cuentas atrasadas, valió la pena. Ahora Juan y yo tenemos agua y electricidad.

Los siguientes días en cada momento que podía, limpié y saqué la basura de la casa. Juan sólo me daba una que otra mirada, cuando cruzábamos nuestros caminos. Una vez que terminé de limpiar, compré pintura.

Pintar una casa tan grande no es tarea fácil, pero para mi sorpresa, Juan decidió que no era lo suficiente buena y se dispuso a explicarme cómo hacerlo y ayudarme. Entre ambos, estuvimos pintando todas las tardes, después de que llagaba con la cena para ambos.

Él no habla demasiado y es agradable trabajar en silencio. Pensé en contratar a alguien para que pintara el resto de la casa, una vez que me di cuenta de todo el trabajo que significaba, pero lo descarté. Creo que nos da algo en que pasar el tiempo y estamos bien con eso.

–No sé por qué diablos insististe en cambiar la maldita puerta si nunca la cierras. La madera se inflará por la humedad y cuando la queramos cerrar, no lo hará –gruñe Juan a mi espalda.

Lo miro en silencio, sin saber que decir.

–Me gusta sentir el aire, eso es todo.

–Ja –ríe–. Aire y una mierda. Tiemblas como una patética rata en cuánto reparas en la puerta cerrada. Si tanto te molesta deberías ampliar la casa, dejar una gran sala, con esa puerta –dice apuntando hacia el final del pasillo–, abierta hacia el patio, de esa forma no entraría tanta humedad y podrías instalar ventanales y aprovecharías la luz.

Pienso un momento en lo que dice y veo a mi alrededor, estudiando los muros y puedo imaginar lo que dice Juan.

 –Me gusta tu idea de una gran sala que se oriente hacia el patio, pero estos muros sostienen la casa, si los sacamos se nos caerá todo esto encima.

Niega con la cabeza, ofuscado.

–Mujeres… Los pilares que sostienen el segundo piso son esos. –Apunta hacia las esquinas de la parte delantera de la casa–. Y los pilares de la escalera son bastantes anchos. Podrían sostener hasta un tercer piso.

–Y tú, ¿cómo sabes eso? –pregunto sorprendida.

–Cualquiera con algo de cabeza puede verlo, además he usado de mantel unos planos que encontré hace tiempo en unas cajas.

Me rio.

–Bueno, necesito esos planos.

–No, yo los necesito, ¿sobre qué comeré entonces?

–Te compraré un mantel y hasta una mesa y sillas.

Piensa un rato y luego asiente de mala gana.

Veo como sube las escaleras y al rato vuelve con los planos y me los entrega.

Los reviso y, sorprendentemente, están bastante limpios para haber sido usados como mantel.

Juan tiene razón sobre los pilares de la casa. Debo contratar un arquitecto y a un contratista para que me ayuden.

Cuando me siento embargada por la emoción, decido poner música, pese a escuchar refunfuñar a Juan. Aunque se queja, lo he visto mover el pie al ritmo del rock and roll e incluso con algunas canciones de Queen juraría que lo he escuchado tararear.

Mientras estudio los planos, sonrío. Estoy recuperando mi hogar y de alguna manera el saber que se verá distinto a cómo fue mi casa, me hace sentir mejor, ya que la siento más mía, no la casa de mis padres. Mi casa.

Por primera vez, desde que llegué a Chile, siento paz.

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