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Objetivo Italiano. [Duele Amar — I]

1: Estás castigada.

Si la impaciencia tiene nombre, está claro que es el de Melody Petrov.

Un día de compras lucía normal hasta ahora que veo la cara confundida de la chica que trata de hacer pasar mi tarjeta de crédito.

—¿Sucede algo? — acomodo mis bolsas de ropa en un rincón, tratando de ver yo misma la computadora que ella tiene alfrente.

—Todas sus tarjetas están bloqueadas, señorita.

—¿Disculpa? Osea, fueron un regalo de mi padre, tal vez usted no sepa quién es él, pero a mí me basta y me sobra como para saber que...

—Su padre mismo bloqueó las tarjetas, señorita.

Entre todas las cosas que me han sorprendido en este año, este castigo de mi padre es lo que más me tiene frustrado, ¿por qué lo hizo?

—¡Papá! — tiro la puerta del auto, echando gritos por todos lados —. ¡Papá!

Entro abruptamente, estrellandome con la presencia de mi madre que peina el cabello de mi hermana.

—¿Puedes dejar de gritar?

—¿Dónde está papá?

—Está en una conversación importante, más vale que no lo interrumpas porque se molestará.

—¿Sabes la razón para que haya bloqueado mis tarjetas de crédito?

Suspira, tocando su frente con destreza.

—El dinero no está para derrocharlo con estupideces, Melody, y eso es justo lo que haces. Tienes 17 años, por lo menos piensa como alguien madura. Ir de fiestas en fiestas, pasar todos los días de centro comercial, ¿qué se espera para tu futuro?

—Ya terminé mis clases, me gradué, mínimo necesito diversión.

—Todo tiene un límite y tú lo has sobrepasado. Pero si quieres más explicaciones, vé a pedírselas a Malik, él te las dará.

Apretando mi mandíbula y con mis manos cerradas en cada lado de mi vestido, subo las escaleras hasta entrar de golpe a la habitación de descanso donde papá no se encuentra solo.

—Tenia la idea de que llegarías en cualquier momento.

—Bloqueaste mis tarjetas, ¡¿cómo pudiste...?!

—¡En primer lugar baja la voz porque no soy uno de tus estúpidos amigos, soy tu padre y merezco respeto! En segundo lugar, estás castigada.

—¡¿Castigada por qué?!

—¿Creias que no me iba a enterar del arresto que te hicieron la otra noche por conducir borracha? Pero claro, como siempre el imbécil de tu hermano solapa tus idioteces. Tienes 17 años, eres menor de edad y estás en mis manos.

—¡Pero papá...!

—Tus tarjetas de créditos serán bloqueadas permanentemente. La libertad que tenías para ir a fiestas nocturnas, está negada. Mientras vivas bajo mi techo y madures, no tomarás alcohol. Y si saldrás a algún lado, será con mi permiso, y claro, bajo la supervisión del señor aquí presente — pone su mano en el hombro del hombre con el que conversaba antes de que entrara —. Él es Aiden, tu nuevo escolta.

—¿Disculpa?

—Estas disculpada pero que no se repita.

—Me niego a estar en las manos de este desconocido.

—Por lo mismo, tendrán tiempo para conocerse. Estás castigada y no tienes porqué renegar. Aiden ella es Melody, mi hija mayor. A partir de este momento ella estará en tus manos — ruedo los ojos —, quiero lealtad y respeto, por eso tengo mis reglas. Regla número uno: La acompañarás a todos lados aunque se niegue a estar contigo. Regla número dos: Si llega a insultarte o a tratarte mal, solo házmelo saber. Y por último pero no menos importante; regla número tres: Su relación no puede pasar a más que de escolta y mocosa consentida.

—No tiene de qué preocuparse, Sr. Petrov. Cuidaré de su hija con mi vida.

2: Tengo órdenes de mantenerte aquí.

Un escolta... si mi padre quiere jugar, lo haremos.

Tengo diecisiete años como para estar al cuidado de un imbécil que la pasa vigilandone todo el día, hasta ahora no hemos cruzado palabras, y no es que me interese.

—Si por la cabeza de mi padre pasa la idea de que seré su prisionera, está equivocado.

—¿Qué harás? —Andrew cierra las cortinas, regresando a mi cama para volver a acostarse.

—Me escaparé.

—Papá se molestará.

—¿Lo dice el rebelde sin causa de la familia? Eres mi hermano, así que si tu boca se abre para acusarme, lo tomaré como traición.

—¿Dónde vas con esa ropa?

—¿Qué ropa?

Señala mi brillante y diminuto vestido gris.

—¿No está hermoso?

—Está muy corto.

—¿Y qué tiene? Es la moda del día de hoy —trato de bajarlo para que no se esté quejando pero la textura del vestido no lo permite —. Me voy, si papá pregunta por mí, dile que estoy dormida.

—¿Y si se le ocurre entrar?

—Pues yo no sé, ahí verás lo que te inventas tú.

—¡Melody...

Me escapo tirando la puerta en su cara. Con los ojos por todos lados, me aseguro de que no hayan sapos a la vista. Mi padre parece estar en sus negocios, y mi madre con Jessa.

Suelto mi cabello al cruzar la línea que me separa de la mansión.

—Esto es libertad...

—¿Dónde creés que vas? —sobre mi hombro miro al detestable escolta fumandose un cigarrillo detrás de mí.

—Ay, por casi me olvido de tí. Saldré, ¿hay un problema?

—Tengo órdenes de mantenerte aquí.

—¿Me harás algo?

—Podría llamar a tu padre y contarle de tus intenciones de escape.

El dinero ahorrado que pensaba gastarme hoy, lo pongo en el bolsillo de su camisa.

—Cien dólares a cambio de que cierres esa boca. Bye...

Tira el dinero al suelo.

—Ya lo dije, no saldrás. Vamos, entra a la casa.

—¿Tú quién carajos te creés para darme órdenes, eh? ¿El dueño de mi vida? Escucha —acomodo mis manos, una debajo de otra—, ¿lo ves? Yo estoy acá arriba —sonrio—, y tú donde mereces estar, en lo bajo. Yo tengo dinero por montones, y tú, eres un miserable que no tienes ni donde caerte muerto. Eres tan patético, para personas como tú eso debe ser normal. Te dejo, tengo una fiesta que me espera.

—Tienes razón, soy un miserable que tiene que trabajar duro para conseguir dinero. No tengo mansiones, joyas, carros, y sirvientes por montones. ¿Pero sabes la verdadera diferencia que existe entre los dos? Que yo sé lo que quiero, planeo un futuro, ¿y tú? no eres más que una loca consentida a la que le gusta ir de discoteca en discoteca.

—¡Oye tú, imbécil...

—¡Melody! —razones no sé como para que mi padre esté a mis espaldas, tal vez desde hace rato.

—Papá... ¿escuchaste lo que me dijo? ¿Permitiras que un escolta común y corriente le hable así a tu hija? ¿Qué esperas para despedirlo, papá?

—Claro que escuché lo que te dijo, y claro que escuché lo que le dijiste antes de eso —pasa por mi lado sin tocarme, ubicándose al lado de ese hombre—. Tanto yo como Aiden, esperamos una disculpa de tu parte?

—¿Qué?

—Puedo ser un maldito narcotraficante, pero sé que existe la justicia ente mundo. Anda, Melody, discúlpate con Aiden. Prometele en este instante que no volverás a hablarle de esa manera, y si no lo haces, a partir de este momento abandonarás esta casa.

—¡Estás siendo tan injusto, papá!

—¡Advertí que no soportaría más tus ataques de mocosa consentida! Aiden se queda aunque tu te vayas. ¡Sigo esperándote, Melody! Discúlpate con él.

3: ¿Qué hice?

Abandonar la mansión...

Pedirle disculpas al imbécil escolta...

Quiero morirme ahora mismo, ¿por qué a mí?

—Discúlpame mi querido Aiden. ¿Contento papá?

—Feliz, ahora largo, vete a tu habitación.

Paso entre los dos deteniendome al lado de papá.

—Yo no iba a escaparme.

—Claro, mira que te creo, Melody. Vete a dormir, mañana hablamos seriamente.

Con los puños cerrados estrujo mi vestido, obedeciendo las órdenes de mi padre. Empujo la puerta de mi habitación, observando a Andrew que fuma un cigarrillo.

—Carajo, ¿tan rápido regresaste?

Tomo su cigarrillo para aplastarlo con mi tacón.

—En mi habitación no se fuma, imbécil. Y no, ni siquiera pude salir por culpa del imbécil ese.

—¿Cuál imbécil?

—Aiden, él es el único imbécil que conozco.

—Parece ser un buen muchacho, con 25 años luce tan responsable.

—No pues, solo falta que te cambies de camisa y juegues para el otro lado.

—Que puto asco.

—Aiden saldrá de mi camino, lo juro. Ese idiota no será un estorbo en mi vida.

—¿Entonces puedo salir a casa de una amiga?

—No sin antes decirme por qué actúas inmaduramente.

—Ultimamente prefieres a toda costa al idiota de tu escolta, ya ni tiempo tienes para mí.

—No es mi escolta, es el tuyo; se llama Aiden, recuérdalo. Él es un buen muchacho que conocí en Italia, por si no estás enterada, él fué el que me salvó la vida.

—¿Intentaron matarte? ¿Por qué no me dijiste nada?

—Fue hace un par de semanas. ¿Ya ves la razón por la que le tengo tanto afecto a Aiden? Él prometió cuidarte con la vida, yo le creo. Melody, mírame —sus dedos levantan mi barbilla—. Si o sí, lo respetaras. Prométeme que te aprenderás a madurar.

—Papá.

—Prometemelo.

—Te lo prometo —besa mi frente—. ¿Ahora sí puedo salir?

—Nunca aprendes, Melody. Vé a casa de tu amiga, solo te doy hasta antes del anochecer.

—Gracias, eres el mejor...

—Aiden llévate a mi hija.

—¿Qué?

—Claro, él como tu guardaespaldas te llevará donde quieras. Mis enemigos están fuera, debo velar por tu seguridad.

Alto, de ojos grises y cuerpo musculoso; mi odiado escolta no es nada del otro mundo.

—¿Quieres dejar de mirarme?

—¿Te quejarás con mi padre hasta porque te miro?

—Hagas lo que hagas, de los dos siempre seré el más querido del Sr. Malik.

Pero que imbécil.

—El hecho de que te haya defendido anoche, no significa que seas su hombre de confianza. Cuando aprenda a madurar como mi papi tanto quiere, te echará.

—Por como vas, tendré trabajo toda la vida —¿qué quiso decir?

Repetitivamente mira por el retrovisor.

—¿Puedes mirar alfrente? Tengo 17 años, aún no es tiempo de darme un viaje al paraíso.

—Cállate.

—¿Disculpa?

Me pone el cinturón de seguridad lo que hizo rosar su brazo con mis senos.

—¡¿Oye que te pasa pervertido?!

La presión que ejerce en el vehículo para conducir, provoca que las cosas se revuelvan en mi cabeza.

De reojo veo el retrovisor; un par de carros negros nos persiguen, ¿serán los enemigos de los que me habló papá?

Sus manos giran el volante hasta dejar la carretera y conducir por las calles repletas de autos que cruzan de lado a otro. No sé si sus intenciones eran que se confundan y nos pierdan de vista, pero parece haberlo logrado ya que no los veo. La intensidad del automóvil se ve bajar y su cabeza descansar en el asiento del auto.

—¿Estás bien?

—¡¿Que si estoy bien?! ¡El corazón se me salió de la boca, creo que se quedó en la carretera ya que no lo siento en mi pecho!

—Por lo menos estás bien —me libera del cinturón de seguridad—. Llamaré a tu padre y le contaré lo sucedido.

—¿Quiénes son ellos?

—Los que quieren joderle la vida a tu familia —antes de que baje del auto, apreto el borde de su camisa.

—¿Y si vuelven?

—Solo haré una llamada y ya vuelvo...

—¡No! —miro por la ventana—. Quédate conmigo, tengo miedo.

—Es una sorpresa que tú, hija de Malik Petrov y Jane Leonardi tenga miedo aún siendo la heredera de uno de los narcotraficantes más buscados de Latinoamérica.

—¿Y qué? Soy humana, el hecho de que tenga la mafia en mis venas no significa que sea indestructible. Heredera o no, mafiosa o no, primero soy una chica que tiene sentimientos.

Regresa el celular a su camisa, volviendo a acomodarse en su asiento.

—Regresaremos a casa, no es recomendable que estemos aquí. ¿Algo más que quiera la señorita? si es que se te puede llamar así.

—Gracias —el orgullo vá abandonando un lugar en mi pecho—. Por... protegerme de esas bestias —ríe—. ¿Qué te da gracia?

—A mí no me engañarás, niña. Tus intenciones están claras, solo quieres engañarme con tu faceta de mocosa buena para luego hacer que me despidan.

—Si, admito que no me agradabas hace unas horas, pero me doy cuenta de que no eres tan idiota como quería pensar...

—Como sea, cortemos esta conversación sin rumbo.

—¿Siempre eres así? ¿Estás las 24 horas con un humor de perro?

Una fría mirada me reparte, me intimida con esos dos ojos grises observándome.

—Lo siento.

—Que te quede claro, Melody, no soy más que el miserable escolta que humillaste anoche.

—Te pido perdón sinceramente por mis palabras...

—Y tú no eres más que la niña rica, hija del hombre para el que trabajo. Somos de clases sociales muy diferentes, ¿lo recuerdas?

—¿Por qué me estás diciendo esto? ¿Qué hice?

—Sé seguir las reglas al pie de la letra, en este caso, obedecere a tu padre al respecto de la regla tres. Mantengamos una distancia alejada, yo soy el idiota al que detestas, y tú la mocosa consentida que no soporto. Eso incluye el nunca ser tu amigo.

—Okey... —me ha dejado sin palabras—, siento si te molestó algo. De todas maneras y aunque no lo quieras aceptar, gracias por salvarme la vida. Algún día te lo pagaré.

—Cerremos esta conversación y regresemos a casa.

¿Qué hice? ¿Trato de ser amable y me habla tan grosero?

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