—Sé que eres una mujer fuerte —le dijo tras acercarse a ella, luego de haberse hincado frente a Erena y mientras acariciaba su rostro para deshacerse de esas interminables lágrimas que escurrían de sus ojos por toda su cara—, pero no por ello estás obligada a cargar con todo tú sola.
Entonces, como un balde de agua fría cayendo sobre ella en un caluroso día, sintió que su cuerpo y mente se refrescaban sin entender el por qué.
» Eres tan inteligente que te exiges demasiado —concluyó Alonso Marín, el más elegante hombre que ella hubiera conocido y el hijo del dueño del bufete de abogados en que trabajaba desde unos años atrás.
—Es que no lo entiendes —aseguró la joven Zaldívar, comenzando a ponerse en pie, respirando al fin luego de mucho rato de haber sentido que se ahogaba—..., ellos son mi responsabilidad, esta es mi responsabilidad, ¿cómo podría delegar lo que me toca? No puedo hacer eso.
—Ellos son nuestra responsabilidad —inquirió el hombre, tendiendo una mano para que la otra se levantará más fácil—, y no eres la única que trabaja en este lugar. ¿Por qué no delegar responsabilidades cuando son tantos los que deben cumplir con las tareas designadas? Además, te prometo que eres la única que espera que hagas todo tú sola y, a mi ver, estás haciendo demasiado. ¿Por qué te exiges tanto?
—Porque me estoy volviendo loca —respondió Erena volviendo a llorar.
Odiaba lo que estaba pasando, pues su dignidad como mujer independiente y autosuficiente se estaba resquebrajando frente a una de las personas que deseaba jamás en su vida la viera como alguien débil o frágil.
—Si parece que te estás volviendo loca —concedió el hombre, atrayendo la total atención de la joven hacia sí—, pero eso no es de ahora..., creo que es de toda tu vida; o al menos así te recuerdo en la preparatoria, también.
—Siempre he sido independiente —resolvió Erena medio serena—, o al menos lo he intentado siempre, aunque casi nunca resulte...
Y, con su última frase, se fue toda la serenidad que había logrado acumular segundos atrás, mientras ese imponente y elegante hombre hablaba pausada y tranquilamente.
Alonso sonrió. Ella al fin se estaba abriendo emocionalmente a él, y eso era algo de lo que no había precedentes, por ello estaba muy complacido, porque eso significaba que confiaba en él, de verdad, como nunca antes había confiado en nadie.
—Sabes —habló el prestigioso abogado tendiéndole la caja de pañuelos desechables que siempre estaba sobre su escritorio—, a veces me gustaría saber qué es lo que te pasa por la cabeza cuando haces estos silencios.
Erena le miró, levantando la cabeza. Se había perdido en sus pensamientos luego de dar esa respuesta, por ello ella no se había dado cuenta del silencio que se estableció y que el otro mencionaba.
—Yo a veces quisiera que no pasara nada por mi cabeza —resolvió la joven, en medio de una cansada sonrisa—, pero ella no puede estar un segundo sin hacer nada, y eso me tiene agotada.
—Tal vez no se calla porque no tiene respuestas —sugirió Alonso y, de nuevo, los grandes y hermosos ojos cafés de la chica, del mismo tono de café en el cabello, se posaron sobre él, asegurando que de nuevo tenía toda la atención de la chica—, quizá deberías darle voz a todo lo que atormenta a tu cabeza, igual alguien de afuera tiene la respuesta.
—No soy de las que se quejan, y lo sabes —aseguró la castaña, haciendo un mohín que le pareció en extremo tierno al hombre que la miraba.
—Sé que no lo eres, y no entiendo por qué —aseguró el hombre alzando ambos hombros al mismo tiempo—. ¿Por qué no eres de las que se quejan?
—Porque no tiene caso quejarte con personas que no están interesadas en tus asuntos —informó la joven, por mucho, más tranquila que cuando estalló en llanto minutos atrás.
—¿Cómo puedes estar segura de que no les interesan? —cuestionó Alonso—. O, mejor dicho, ¿por qué crees que nadie en el mundo está interesado en tus preocupaciones?
—No creo que todo el mundo esté desinteresado en mis preocupaciones —aseguró Erena, casi intimidada por la seriedad y el enojo escondido en ese par de preguntas—, pero, a quienes sí les interesan mis asuntos, seguro también tienen sus propias preocupaciones, y son tan importantes para mí que prefiero no agobiarlos con mis cosas.
—Ay, Dios —farfulló Alonso en medio de un suspiro, sentándose en el sofá frente al que la chica tenía rato ocupando—, creo que eres la mujer más complicada que he conocido en toda mi vida.
—Y por eso todo el mundo me saca la vuelta —señaló la castaña, cruzando los brazos—: por complicada.
—No, no te sacamos la vuelta porque seas complicada, es porque siempre nos cierras la puerta en la nariz en cuanto nos ves ir a ti —informó el hombre algo que Erena jamás hubiera imaginado, por eso le sacó de honda—. ¿Recuerdas que hiciste la primera vez que nos vimos en preparatoria?
—La primera vez que te vi en preparatoria fue cuando te presentaste en la clase de lógica el primer día de clases —recordó la chica, y posteriormente dejó escapar un suspiro involuntario—, yo estaba sentada en la última banca de la primera fila, me miraste, te sorprendiste y luego evitaste la mirada; entonces pensé que eras raro.
—Esa no fue la primera vez que nos vimos —aseguró Alonso, entre sorprendido y burlón.
—Claro que sí —aseguró Erena.
—No —refutó el joven de cabello y ojos tan oscuros que casi parecían negros, y que contrastaban perfectamente con su clara piel—. La primera vez que nos vimos fue en el examen de admisión, yo estaba sentado frente a ti, me giré para presentarme y te vi dibujando algo. Te pregunté qué dibujabas y cerraste el cuaderno con mucha prisa, luego me miraste entre sorprendida y molesta y respondiste que nada.
—No hice eso —refutó ahora la joven.
—Lo hiciste —aseguró Alonso—, y me hiciste sentir tan entrometido que solo me disculpé por molestar y me giré al frente el resto del tiempo.
Erena se rio, medio nerviosa, además de medio divertida por la expresión de disgusto y el tono de reclamo con que Alonso Marín le recordaba algo que ella había olvidado, si es que había pasado tal como él le contaba.
» Al principio me sentí molesto —continuó hablando ese joven hombre—, pero luego, con el paso del tiempo, me di cuenta de que eras así, que no confiabas en los desconocidos así porque sí, y que te gustaba hacerte cargo de las cosas a tu alrededor, por eso parecías siempre la líder de todo lo que hacías.
—Tener liderazgo es algo bueno —señaló Erena algo de lo que estaba completamente segura—, ¿por qué pones esa expresión tan lastimosa cuando lo dices por mí?
—Porque todo con medida es bueno —dijo Alonso—, y tú lo llevaste al punto donde ya no lideras nada, te deshaces de todos para que nada escape de tus manos y todo salga como lo quieres. No le tienes fe a tus compañeros, los rechazas sin darles oportunidad de réplica y luego haces todo sola.
—Pero nunca he quedado mal con el trabajo —aseguró Erena, casi molesta por sentirse regañada.
—Sí, al trabajo no le debes nada —concedió Alonso, incluso asintiendo con la cabeza—, pero, ¿qué me dices de tu vida personal? ¿Acaso no te terminas debiendo a ti misma luego de dar más de lo que debías de dar?
—Mi vida personal es mi problema —musitó la castaña agachando la mirada.
—Sí —dijo el hombre—, igual que todos tus problemas, todos son solo tuyos, pero, ¿acaso no te dije que no por ser fuerte debes de cargar con todo tu sola? Todos merecemos una mano, aunque sean nuestras cosas las que cargamos.
—Y yo te dije que no me gusta molestar gente con mis asuntos —reiteró la chica, sin enfrentarse a ese par de acusadores ojos oscuros que la acribillaban.
—Eres tan terca —gruñó entre dientes el hombre, no enojado, pero sí molesto por esas respuestas por parte de ella que no daban opciones para él—. Pero bien, ahora que estás más tranquila, déjame darte dos tareas.
—Vaya, pasas al modo jefe demasiado rápido —dijo la joven sonriendo casi burlona.
—¿Acaso quieres que siga en el modo excompañero de preparatoria un poco más? —preguntó Alonso, sonriendo sugestivamente y provocándole escalofríos a la joven.
—No —respondió Erena, irguiéndose un poco más y acomodando su saco, también su cabello—, en el modo jefe me gustas más.
—A mí me gusta gustarte de todos modos —expresó el hombre complacido, y se complació mucho más cuando la chica le miró mal por ese comentario, luego sonrió y volvió al modo serio—. Tus tares son, en la oficina, aprender a trabajar en equipo...
Alonso no pudo evitar reír de le expresión de esa mujer adulta y casi inmadura en el ámbito social.
—Odio trabajar en equipo —informó la chica algo que el otro sabía bien.
—Lo sé —aceptó Alonso—, pero también sé que eres una profesional y sé bien cuan respetuosa eres, así que estoy seguro de que lograrás tu tarea y eso nos beneficiará a todos en este lugar.
Erena resopló con más angustia que cansancio.
—¿Y la segunda tarea? —pregunto la castaña, que se sentía tan relajada que le aceptaría todo a ese hombre que había logrado con ella lo que nadie había logrado, que bajara su guardia y se desahogara con él.
—Que vivas conmigo para poder compartir, a tiempo completo, la responsabilidad de nuestros hijos —soltó Alonso, decidido.
Y, al escuchar su segunda tarea, los ojos de Erena se abrieron tan grandes que de momento sintió como si se escaparían de sus cuencas para rodar hasta el piso.
—¿Estás qué? —preguntó la mujer en un casi grito luego de escuchar las palabras que decía su hija.
La chica, de diecisiete años de edad, cabello castaño oscuro y ojos en el mismo tono, le miró con los ojos empapados en lágrimas, y, aunque quiso responder, no salió palabra alguna de su ahogada garganta.
» Bien —dijo la mujer, sobre esforzándose para contener su furia—, supongo que, si eres lo suficientemente mayor para hacer idioteces, serás lo suficientemente madura para afrontar las consecuencias de tus actos.
—Mamá... —musitó Erena, asustada por las posibles implicaciones de lo que su madre decía.
—¡Mamá, nada! —gritó Elena, de verdad furiosa por las acciones de su hija.
No entendía como esa chica, que ella había educado para ser responsable y bien portada, se había envuelto en semejante situación y que, además, tuviera el descaro de aparecer llorando frente a ella como buscando que le solucionara el problema.
Así no era la hija que ella había educado.
» Voy a ser caritativa contigo —declaró Elena luego de haber apartado de un golpe la mano que se extendió hacia ella, buscando ayuda, seguramente—, porque lo soy con todo el mundo. Pero no esperes amabilidad de mí luego de que traicionaras mi confianza de tal manera.
Erena lloró. Estaba aterrada por muchas cosas, la principal era el desprecio de su madre, que siempre esperó no obtener jamás, y que se había ganado a pulso por idiota.
Ella no debió ir a esa fiesta a la que no quería ir, tampoco debió responder a las provocaciones de sus compañeros de clase; y mucho menos debió confiar en Alonso Marín, el galán de la generación que tenía los ojos puestos sobre ella desde mucho tiempo atrás.
Ella lo había notado y, aunque el tipo le llamaba la atención, involucrarse con él no era algo que le daría puntos a su reputación, así que lo evitaba tanto como podía; pero luego despertó en su cama después de haber pasado la noche con él.
Intentó hacerse de la vista gorda, dejarlo pasar como algo sin importancia, y luego se encontró a sí misma muriendo por malestares que la aterraban.
Erena tenía mucho tiempo nerviosa y asustada, y cada cosa nueva que ocurría no hacía más que añadirle fuego a la hoguera, así que, en el momento en que debió enfrentar lo que más temía, se desmoronó por completo.
» Elige una casa fuera de la ciudad, la que quieras, y eso es lo último que obtendrás de mí, además de una mensualidad en lo que cumples los dieciocho, luego de eso no serás más mi responsabilidad —dijo la madre de una joven que no podía evitar llorar, pues todo en su vida pintaba para ponerse en serio mal—. Te recomiendo que pienses bien lo que harás luego de ello, porque de verdad no obtendrás nada más de mí. Te quiero fuera de mi casa desde mañana.
Esas últimas palabras terminaron de romper el corazón de la joven de ojos cafés, dejándolo mucho más de lo roto que estaba antes de ir a ella, pero, en el fondo de sí, Erena sentía que lo merecía, y de verdad agradecía que no la hubiera tirado a la calle sin nada.
Lo primero que hizo fue contactar al departamento de bienes raíces de su madre, a quien le pidió que le consiguiera un pequeño departamento, barato, en una ciudad no muy complicada, luego de eso, se contactó con uno de los socios de su madre que tenía tiempo detrás de una de las casas de campo de su familia, para ofrecérsela.
Erena era muy inteligente, había sido educada para que nada en la vida le detuviera los pies a pesar de las dificultades, así que, en cuanto se vio a punto de ahogarse, pero tuvo la cuerda de salvación que le dio su madre, puso su mente a trabajar en una solución más o menos viable.
El aborto no había sido su opción jamás, su religión y sentido de moralidad no se lo permitían. Ella sabía bien que acabar con la vida de su hijo era algo que no se podría perdonar jamás, así que debía buscar un camino lejos de esa opción.
Después de eso, la joven contactó a la escuela, le restaban un par de meses para su graduación, pero no podía seguir asistiendo, así que expuso su necesidad de dejar la ciudad y adelantó sus exámenes para obtener su certificado de bachillerato a tiempo y no perder esos tres años de mucho esfuerzo y dedicación.
Ella era muy aplicada en sus actividades escolares, sus notas eran excelentes y su conducta intachable, por ello no le costó trabajo obtener el apoyo de los directivos para adelantar los exámenes y poderse graduar a pesar de dejar de asistir a la escuela luego de hacer los exámenes finales.
Además, el día que la joven salió de su casa, tomó todo lo que pudo de su habitación para poder obtener un poco más de dinero, pues debió quedarse un par de semanas en un hotel en lo que podía mudarse a su nuevo lugar.
Lo siguiente a hacer fue encontrar trabajo, cosa complicada teniendo en cuenta su condición, pero, considerando el dinero que había obtenido por vender la casa de campo, por el parto y cuarentena no necesitaba preocuparse, su preocupación era su día a día, o eso fue lo que pensó, porque de repente en su buzón comenzaron a aparecer facturas para pagar; cosa que nunca había contemplado porque, viviendo con su madre, jamás había tenido que pagar luz o gas.
Erena comenzó a trabajar desde casa, haciendo cosas de diseño y manualidades y, también, luego de considerarlo y escanear el lugar donde vivía, buscó la manera de hacerse de algunas computadoras y poner un servicio de internet y papelería en la cochera de su casita.
Sí, en un inicio había pedido un departamento, pero no hubo ninguno del que pudiera disponer pronto, así que optó por algo más grande que, por ende, también sería más costoso. Pero, luego de considerarlo, sintió que había sido una buena decisión.
Y a atender su nuevo negocio se dedicó por meses, incluso llegó a dar clases de computación a niños y adolescentes. La joven de cabello y ojos cafés supo salir por su cuenta adelante, eso fue hasta que ellos nacieron y su mundo, al que apenas le había ajustado las riendas para andar a un ritmo medio cómodo, se volvió caótico y muy desordenado.
Erena suspiró al volver a su hogar luego del parto, estaba en una casa pequeña con dos pequeños niños y un negocio que no quería atender, entonces decidió traspasarlo a un vecino, cuyos pagos semanales le dieron la oportunidad de disfrutar a plenitud la maternidad en lo que se acostumbraba a ello.
Sin embargo, sabía que no podía quedarse ahí, que necesitaba más, así que se puso a buscar opciones. Lo mejor que encontró fue trabajar en una guardería, pues no solo cubría un poco sus necesidades económicas, sino que tenía acceso gratuito al lugar para el cuidado de sus hijos.
Así pasaba las mañanas, cuidando de niños que no eran de ella mientras otras asistentes cuidaban de sus hijos, luego volvía a casa a media tarde a seguir siendo madre y ama de casa, además de hacer uno que otro trabajo ocasional para seguir cubriendo gastos, sobre todo los impredecibles que de vez en cuando se presentaban.
Su vida no era para nada difícil, al menos no después de que se acostumbró a todo lo que ella implicaba, pero seguía siendo caótica y bastante ocupada, tanto que ni siquiera se relacionaba con personas ajenas a su trabajo, pues en su casa tenía demasiado qué hacer como para salir a platicar con los vecinos o a hacer amigos.
El tiempo comenzó a pasar y las cosas debieron dar otro giro para ella.
Cuando los gemelos entraron al jardín de niños ella debió cambiar de trabajo, otra vez, pues sus horarios ya no eran compatibles con la entrada y salida del kínder y no tenía quien le apoyara con ellos, pero, gracias a su buen referente como asistente educativa en la guardería, pudo ingresar al jardín donde sus hijos estudiarían.
La paga no era mucha más que en la guardería, pero el tiempo era mucho menos, y seguía estando muy cerca de ese par de pequeños que amaba con toda su vida.
Siendo la secretaria de dirección de esa escuela, hacía muchas cosas nuevas mientras sonreía a todos los niños que estaban en el jardín, muchos que la conocían y la amaban de la guardería donde antes trabajó.
A sus veinticuatro años, sus hijos de seis años se graduaban del jardín de niños, y entonces decidió darle un nuevo giro a su vida cuando una abogada, a quien le había cuidado los niños desde guardería, le ofreció empleo en su lugar de trabajo.
El nuevo trabajo era como recepcionista de la oficina donde estaba la firma en que la abogada trabajada, y no era un trabajo tan diferente al que hacía en el jardín de niños, pero la paga era mucho mejor, aunque el tiempo también aumentaba un poco.
Erena aceptó encantada, y en el jardín que dejaba atrás, luego de solo dos años de trabajo, la despidieron felices de que ella estuviera forjando un buen camino a pesar de lo difícil que parecía ser su vida.
No era difícil que la gente se encariñara con Erena Zaldívar, ella no solo era un genio y se esforzaba demasiado, sino que también era muy amable y servicial, así que, aunque en sus dos trabajos anteriores les hubiera encantado tenerla para siempre con ellos, por el cariño que le habían tomado, sintieron que lo mejor era dejarla ir a encontrar un futuro mejor.
Y un futuro mejor era justo lo que ella quería, no solo por ella, sino por sus hijos, ese par de gemelos que amaba con toda la vida y que esperaba solo estuvieran siempre orgullosos de ella y felices de que ella fuera quien les dio la vida, amor y educación.
—Da gusto llegar a este lugar y que lo primero que me encontré sea su amable sonrisa, Ere —dijo Roberto Marín, notario y dueño de la firma de abogados M&T que su abuelo había fundado algunas décadas atrás.
—Me da gusto que le dé gusto —respondió la mencionada, sonriendo.
Ella sabía bien que la recepción era la cara de todo el consorcio, por ello procuraba siempre estar atenta y amable, para que quienes por ahí pasaran se sintieran bienvenidos.
—Esos comentarios también son buenos —soltó el hombre de sesenta y tantos años y de personalidad amable—, definitivamente fue un acierto de mi sobrina el traerla aquí.
Erena sonrió, ella tenía ya un par de meses trabajando en ese lugar y no solo había sido bien recibido, sino que seguía siendo la sensación con casi todos los empleados pues ella, no solo era carismática, era muy servicial, atenta y eficiente también.
—Tío —habló Ángela Torres, que recién entró al edificio y lo primero que escuchaba eran los constantes halagos a la joven recepcionista—, ya le dije que dejó de coquetear con Erena en horas laborales, le diré a la tía Macaria que anda de coscolino .
—Y yo ya te dije que sí la quiero en la familia, pero no de esa forma.Solo soy amable para que me quiera de suegro y se quede con alguno de mis dos hijos —recordó el hombre una cantaleta que, como siempre, apareció una sonrisa en cuanto la escuchó.
—Yo también ya le dije que también tengo dos hijos —intervino Erena en la charla—, y no soy tan buen partido como me hago ver.Esto es solo por trabajo —informó la joven señalando su bien maquillado rostro.
—Por algo se empieza —aseguró el señor Roberto—, usted sígase viendo bonita para que no importe que ya traiga dos hijos con usted.
Erena sonrió negando con la cabeza y dio la bienvenida a otro par de abogados que recién ingresaban en el lugar y que le sonreían a cambio.
—Pues si no es con uno de mis primos, será con alguien de por acá —aseguró Ángela terminando de acomodarse el cabello, cosa que había iniciado cuando bajó del auto para entrar en el edificio de la firma—.Por cierto, ¿podrías traer a Michelle contigo cuando vayas por los gemelos?Volví a llegar tarde y no quiero escuchar otro regaño de la maestra por ello.
—Yo te la traigo —concedió Erena tras sonreír por el comentario de la mujer que le había conseguido ese trabajo que, definitivamente, hacía mucho por ella.
—Eres la mejor —aseguró la mujer de ojos verde y cabello castaño con algunas luces rubias que le sentaban muy bien.
«Si fuera la mejor no sería la chica de los mandados» pensó la castaña mientras sonreía amargamente.
Lo había estado sintiendo así recientemente, mientras veía a personas de su edad, o incluso más jóvenes, iniciando sus prometedoras carreras en ese lugar mientras que ella solo contestaba el teléfono, escribía recados y los pasaban a sus destinatarios.
No era un mal trabajo si contaba que no era mucho lo que hacía y sí era mucho lo que ganaba, pero de alguna manera era frustrante que todo el mundo pareciera ser más que ella en ese lugar, y no porque la trataran mal, porque todos eran amables con ella, tanto que, de pronto, parecían ser condescendientes y eso terminaba por herir un poco más el orgullo de Erena.
No debía quejarse, lo sabía bien, nadie tenía la culpa de lo que le había pasado.Ella era la única responsable de lo ocurrido, pero, entre más lo esperaba, más se daba cuenta de lo que pudo haber sido y lo que no era por tener que asumir sus errores.
Pero no, no era que la joven estuviera arrepentida de las decisiones tomadas, y tampoco culpaba a sus hijos de absolutamente nada, lo que ocurría era que la de ojos cafés no podía hacerse de la vista gorda sobre esas posibilidades que se terminaron para ella cuando jugar a la adolescente idiota por un rato, terminando por arruinarse la vida entera.
Aun así, Erena estaba totalmente agradecida con lo que tenía, era más de lo que había tenido porque desde que le había tocado hacerse cargo de sí mismo, de su casa y de su pequeña familia;sin embargo, para ella, que siempre había esperado un futuro prometedor, ser la chica de los recados no le sentaba para nada bien.
Pero estaba bien, o al menos eso era lo que se repetía constantemente para no caer en la desesperación.Erena Zaldívar seguía repitiéndose que estaba bien como estaba, al menos, ahora no debía preocuparse por imprevistos, porque ahora todos sus gastos obligatorios estaban cubiertos e incluso le sobraba para esos imprevistos y uno que otro “lujo”.
Aunque esos lujos para ella no hayan ocurrido más que una tontería a los ojos de los demás, pues seguramente no tienen nada de lujosos;si lo sabría ella que había vivido en la opulencia hasta que metió las cuatro patas y la echaron de su casa.
Y no, no es que solo se quejara internamente de todo, ella era bastante proactiva, le gustaba tomar la iniciativa y solucionar lo que se pudiera solucionar, pero su situación no tenía arreglo, lo sabía porque ya lo había pensado mucho ya esa conclusión había llegado.
Su economía no era mala, pero apenas era suficiente.
Lo que más limitaba a esa mujer castaña de ojos cafés era el tiempo pues, de seis a las ocho de la mañana, que dejaba a los gemelos en la primaria, era madre, de ocho y media a cinco y media era empleada con una hora de comida en la que volvía a ser madre, de seis de la tarde a las ocho volvía a ser madre a tiempo completo, además de un poco maestra, y de nueve a las once, más o menos, era ama de casa.
A veces sus roles se mezclaban en una que otra hora, según sus necesidades, pero no le quedaba tiempo para ser algo más.
Físicamente era extenuante, y ya ni hablar de lo cansada que estaba emocionalmente.
De pronto se le antojaba tener tan solo un día para ella sola, pero incluso los fines de semana no pudo escapar de sus dos roles principales: madre y ama de casa.Estaba cansada y no podía descansar porque había muchas cosas que no debía descuidar, cosas a las que no podía dejar de mirar y que la estaban ahogando.
A veces pensó que su solución sería casarse con alguien de alto estatus, pero luego recordaba que ella no estaba sola y que sería difícil que le aceptaran con ese par de desastrosos que nadie en la vida amaría como amaba ella, como ellos se merecían ser amados ;así que se volvía a quedar sin soluciones luego de considerar eso.
No podía hacer más que ser responsable y sacar adelante su hogar y sus hijos ella sola, sin ayuda, muy a pesar de que mucha parte del tiempo sintiera que no podía más con lo que traía a cuestas.
Y es que los “y si” y los “hubiera” no eran algo fácil de ignorar, y eran algo que le tiraban paladas de tierra encima de la montaña que ya cargaba en su espalda.
Pero su frustración no era solo por ella, no era solo por lo que no habría podido ser y no era, también era por todo lo que sabía que sus hijos se estaban perdiendo al tener la posición económica que ella les podía ofrecer.Y eso en serio le molestaba.
Erena estaba convencida de que sus hijos eran su mejor decisión, sin embargo, siempre que esperaban en el mejor escenario concluía que ellos no habían llegado en el momento ni el lugar adecuado, y esa era una culpa que jamás en la vida se podría quitar de encima.
“Si tan solo no hubiera sido tan inmadura en aquel entonces” pensaba y, tras suspirar, se lamentaba por lamentarse.
Se sentía patética cada que esperaba así, porque ella lo sabía bien: no tenía caso llorar sobre la leche derramada, y aun así no podía evitarlo.
Aun así, ella no podía dejar de pensar en todo;por ello, muchas noches, cuando el cansancio físico la dejaba indefensa, todos sus pesares mentales la pateaban hasta la hacer llorar en silencio, en soledad y en una fría e implacable oscuridad que la ahogaba.
Había noches que lloraba hasta quedarse dormida y, a la mañana siguiente, sin ganas ni energías para seguir la vida, pero con la necesidad de hacerlo, se ponía de pie, se lavaba la cara, tendía la cama y debajo de alguna alfombra o buró empujaba todos esos sentimientos con los que no podia lidiar en ese momento.
Pero estaba bien posible, estaría bien alguna vez, probablemente, porque en algún momento de su patético llanto había reconocido que había dejado ir todas sus oportunidades y no las volvería a ver frente a sus ojos jamás;entonces, sumida en la resignación, respiraba realmente profundo para aquietar un corazón que no volvería a sufrir una nueva desilusión, pues un nuevo sueño no era algo a lo que le daría UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD.
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