Solo fue un sueño, juraba que solo era un sueño, bueno... Más bien una pesadilla, siempre era la misma, pero parecía muy real, tan real que hasta despierta sentía ese sueño, lo vivía y mi cabeza ya no podía más.
Para que me entendáis, desde hace seis noches vi a un hombre matar a una mujer, esa mujer era la madre de mi mejor amiga, él solamente me miró, tenía los ojos rojos, su cara era totalmente roja y su sonrisa diabólica, creo que desde ese día empecé a creer en dios, para mí ese hombre era el mismísimo Lucifer.
Recuerdo estar en mitad del callejón mirando hacia él con los ojos acuosos, con unas ganas de llorar infinitas, él no se acercó, pero sentí algo muy extraño, algo que nunca se irá de mi vida y ahora lo confirmo, ese hombre ahora me sigue en los sueños y en la vida real.
El primer sueño que tuve con él fue en ese encuentro, cuando mataba a esa mujer, el segundo se apareció en mi casa, me hablaba, me decía que él me quería, que no escaparía de él, que nunca me dejaría en paz, que no viviría feliz nunca más.
Esos días buscaba información sobre qué podían ser esos sueños, que significados tenían o que podía hacer, pero nada aparecía. Entonces fue cuando me obsesioné con Lucifer, busqué información sobre él, pero nada tenía sentido para mí.
Según la biblia ese hombre es como un ser de luz, no tenía sentido que esa noche fuera una figura corpórea, alguien que parecía un ser humano.
He llegado a la conclusión de que solo es un loco, un psicópata asesino, eso es lo más lógico ahora mismo para mí, ¿vosotros qué pensáis?
No he hablado con nadie de esto, y creo que no lo haré, una sensación muy rara me entra cada vez que lo quiero hacer, siento que ese hombre me vigila, miro por todas partes, pero nadie se encuentra.
Hasta esa noche, esa noche que conseguí en el sueño hablar con él, estaba todo negro y no podía ver como en realidad era, fue algo extraño, a decir verdad, estas palabras salieron de su boca:
«Vendiste tu alma al diablo, ahora toca el pago»
No entendí a qué se quería referir. Pero estaba muy segura de que no era nada bueno.
—¿Quién eres? —Esa pregunta salió de mi boca con miedo y odio.
—Soy Lucifer, el rey del inframundo —su cara y cuerpo cambiaron totalmente ahí si puede verlo bien, un destello de luz roja apareció en la habitación.
Fue en ese preciso momento en que me levanté sobresaltada, sudando y medio llorando, estaba temblando del miedo. Miré hacia la derecha de mi cama para encender la luz y ahí lo vi, esa vez estaba en mi cuarto de verdad, iba a gritar, pero él con un movimiento de mano calló mi boca.
—Solo vengo a reclamar lo que es mío. Y tú eres mía —su voz era grave, el miedo me recorrió totalmente al verle sonreír, una sonrisa llena de malicia, sus ojos destellaban ira.
Volvió a mover su mano y suspiré profundamente.
—N-no sé qué quieres pe-pero y-yo no... —Se empezó a reír al ver mi miedo.
—Eres mía, y te voy a poseer cuando menos te lo esperes —y fue entonces cuando desapareció.
Respiré aliviada al no verlo más, y por semanas no volvió a aparecer, ni siquiera en sueños, aunque... Siendo sincera, tampoco dormía, no podía, cada vez que cerraba los ojos aparecía él en el lado derecho de mi cuarto repitiendo una y otra vez las palabras de esa noche.
Mi nombre es Irena Martín, tengo 19 años, vivo en Praga, aunque nací y viví mi infancia en Los Ángeles, mi madre tuvo que mudarse por trabajo y aquí nos encontramos.
Soy una chica que mide 1,57, mi pelo natural es castaño, aunque me lo teñí de gris hace un tiempo, soy de piel morena.
No tengo hermanos, soy hija única, mi padre trabaja mucho y casi no lo veo, solo cuando tiene vacaciones... Vamos... Casi nunca.
Esa soy yo... Y esta es mi historia.
Mi madre tenía un invitado en casa, es un hombre que trabaja con ella en la oficina.
He decidido salir para no molestar y prácticamente estoy sola en la calle, no hay nadie, es como si la gente hubiera desaparecido, estas calles son muy transitadas los fines de semana, creo que este es la excepción.
Horas después decidí volver a casa, no sabía que hacer, había estado horas en el parque mirando a la nada, viendo a los pájaros volar. Cogí las llaves y abrí la puerta, mi madre seguía con el hombre bebiendo vino y hablando animadamente en el sofá de la sala.
—Hola, hija, te presento, él es Samael mi compañero —sonreí y me acerqué a él para darle dos besos. Me separé de él rápido y fruncí el ceño.
—¿Estás bien, hija? —Yo asentí con una media sonrisa.
—Se me había olvidado que tengo que hacer algo importante —madre sonrió.
—Bien, haz lo que tengas que hacer, pero baja rápido tienes que acompañar a Samael a la oficina a por unos papeles, yo tengo que irme —abrí la boca sorprendida y asentí con miedo.
Subí a mi habitación y entré al baño, me miré en el espejo y suspiré, me quité la camisa para ponerme una nueva y ahogué un gritó al ver la marca que tenía en el lado derecho del abdomen.
Os preguntaréis como es que antes no lo había visto, pero es que antes no la tenía. Mi madre subió minutos después llamando a la puerta.
—Hija, debo irme, no tardes —habló y se fue.
Mi terror empezó a invadir todo mi cuerpo, unos golpes sonaron en la puerta haciendo que ahogara un grito. Salí del baño y lo vi sentado en el borde de mi cama, con las manos juntas, los codos apoyados en las rodillas y mirando hacia el suelo.
Lo miraba desde la puerta del baño estática, no sabía qué decir o que hacer.
—Tu madre es muy buena mujer, sería una pena que le pasara algo si no haces lo que te digo —dijo sin mover ni un músculo de su cuerpo.
—N-No sé... Qué quieres... Decir —el hombre se rio. —Lo sabes todo —su voz grave heló mis huesos.
—D-De verdad que no sé qué quieres —intente tranquilizarme.
—Solo debes hacer lo que yo te digo —terminó por levantar la cabeza y ahora pude ver cómo era: su cabello era rubio, rizado, sus ojos eran azules, tenía una mandíbula muy definida, vestía de traje.
Si no fuera lo que en realidad es ese hombre, podría llegar a ser mi mejor amigo, pero tiene el alma podrida. El hombre se levantó y me miró a los ojos, su mirada estaba perdida, algo en ellos había que me desconcertaba: había odio, mucho odio, pero también había algo más, ¿tristeza, tal vez? No podría descifrarlo, pero si sabía que se sentía solo, así me había sentido muchas veces, ese odio que emana de sus ojos y corazón, yo lo había sentido alguna vez.
—Hay un tipo de tristeza que no te hace llorar. Es como una pena que te vacía por dentro y te deja pensando en todo y en nada a la vez, como si ya no fueras tú, como si te hubieran robado un trozo de tu alma —Murmuré dejándolo con el ceño fruncido —en tus ojos veo ese tipo de tristeza, esa tristeza que en muchas ocasiones yo la sentí, te deja vacía. Poco a poco esa tristeza, esa soledad, deja al odio y al rencor reinar tu corazón —el hombre comenzó a reír dejándome sin palabras.
—No sabes nada —me cogió del cuello pegándome contra la pared —no sabes nada de mí —yo asentí.
—Lo sé, sé que no se nada de ti, pero sí sé lo que estás sintiendo —el hombre me soltó, sus ojos cambiaron a unos totalmente rojos.
Mi corazón se disparó, empezó a latir con fuerza, ese hombre cambió su forma por completo, dejándome con la boca abierta. Fue entonces cuando pude ver verdaderamente lo que sentía, algo dentro de mí hizo "clic" pude dejar de sentir miedo, mi corazón empezó a latir con normalidad.
Ahora solo sentía la necesidad de saber por qué el corazón de ese hombre estaba roto. Solo pensar en esto me hace sentirme una completa idiota, estoy sintiendo pena y mucho peor aún ganas de ayudar al mismísimo diablo, pero me lo dictaba el corazón, ninguna otra parte de mí se oponía o quería que hiciera eso, solo el corazón.
—¿Qué es lo que quieres de mí? —El hombre volvió a su forma normal.
—Tu alma —asentí inconscientemente.
—¿Y yo que recibo a cambio? —El hombre se encogió de hombros.
—Lo que quieras —su voz grave hizo erizar mi piel.
—Déjame conocerte —dije de la nada, sin una pizca de miedo, como si estuviera hablando con un amigo que conozco de toda la vida.
—¿De todo lo que me puedes pedir me pides eso? —Asentí.
—A veces soy bastante idiota, la verdad —sonreí.
—¿Por qué pides eso? —me encogí de hombros.
—Como ya dije puedo llegar a ser idiota —me crucé de brazos.
—¿Ya no me tienes miedo? —Negué con la cabeza, aunque una parte de mí todavía le tenía miedo.
—Solo déjame conocerte —el hombre rio.
—¿Sabes que morirás verdad? —Lo miré a los ojos.
—Al menos me iré a la tumba sabiendo por qué sufre el diablo —el hombre asintió.
—Mañana por la mañana te quiero aquí, a esa hora —me entregó una tarjeta y se fue.
Suspiré mirando la tarjeta y me golpeé mentalmente pensando en todo lo que acababa de pasar, no entendía por qué había actuado de esa manera, por qué había dejado que ese hombre de alguna u otra manera se apoderara de mí.
La tarde pasó tranquila, mi madre llegó y ambas cenamos juntas y lo que más miedo me daba que llegara llegó: la noche. Desde que él se aparece en mis sueños no he podido dormir bien ni una noche. Dos noches pasadas ya no se aparecía, pero si se me quedaba ese mal recuerdo de todas las pesadillas que tuve, siempre era él, siempre.
Cuando me echaba a dormir deseaba que ya llegara la mañana, y por la mañana deseaba que no se acercará la noche, era tanto el terror que me daba que ni siquiera cerraba más de cinco minutos los ojos. Y esperaba que esto no durase mucho.
La mañana había llegado, estaba de camino al pub que ese hombre me había dado, estaba todo lleno de gente, nada más entrar tuve qué empujar gente para llegar hasta la barra, una mujer de unos 20 o 24 años me atendió.
—¿Vienes por Lucifer no es así?
Fruncí el ceño y la realidad me pegó de frente.
—¿Así se llama?
La chica sonrió.
—Tiene muchos nombres: Samael, Lucifer, Diablo, Satanás, Belial, Belcebú, Luzbel, aunque ese último lo odia.
Abrí la boca sorprendida y suspiré.
—¿Dónde lo puedo encontrar?
La chica sonrió.
—Subiendo las escaleras, la primera puerta a la derecha.
Su mirada era igual de fría a la de Lucifer.
Tragué saliva y subí las escaleras, encontré la puerta y toqué.
—Pasa —miré hacia atrás intentando hacerme a la idea de lo qué iba a hacer.
Abrí la puerta y allí lo vi, estaba sentado en el sofá, era grande su apartamento, tenía un gran ventanal enfrente, tenía cuatro sillones en forma de "L" a mi izquierda había una barra donde había muchas bebidas alcohólicas.
—Pensé qué no ibas a venir.
Lo miré y suspiré.
—Sigo pensando en qué debería irme.
Él rio.
—No te dejaré marchar. Pasa, siéntate.
Le hice caso y me senté, aunque lejos de él.
—Una parte de mí se quería hacer a la idea de que todo esto de que eres el diablo es mentira, pero esa mujer de la barra me confirmó que no es así.
El hombre rio.
—Es Astoreth, mi mano derecha.
Asentí mirándolo.
—¿Por qué tienes tantos nombres?
Lucifer me miró.
—Al principio solo tenía uno, Lucifer, luego las cosas cambiaron con papi —pronunció "papi" con desprecio —y con ello cambiaron mis nombres, ya sabes la biblia y todas esas mierdas.
Junté mis manos y lo miré.
—¿Qué fue lo qué pasó con él?
Lucifer me miró y se levantó suspirando.
—Para contarte eso necesito muchas copas.
Me levanté y lo seguí hasta la barra.
—Creo que tienes las suficientes.
Él me miró y rio.
—¿Te lo cuento según la biblia o según mi padre?
Lo miré a los ojos.
—Según lo que pasaste tú.
Él me miró.
—Yo solo quería que el amor de mi padre solo fuera para mí, anhelaba más el amor de mi padre que otra cosa, el tenía amor para todos, siempre repartía amor a todos, pero yo muchas veces me sentía solo, quería que mi padre solo me amara a mí, pero él al enterarse de eso me vio como un traidor, como alguien en quien no podía confiar, luego os creó a vosotros los humanos, y su amor creció de sobremanera, os veía como la mejor creación que pudo haber echo, y yo me sentía más solo, entonces quise ser mejor que él, tener su puesto, coger mi corona y mi trono —él suspiró bebiendo de su vaso —entonces me desterró, muchos otros ángeles pensaban como yo y también fueron por el mismo camino —me miró y sonrió de forma malvada.
—¿Te desterró por qué solamente querías que te amara a ti?
Él me miró y asintió.
—Me veía como una traición, no quiere traidores en su reino —miró hacia el techo —bobadas.
Reí y negué.
—¿Y tu madre?
Lucifer me miró.
—En el infierno.
Asentí.
—¿Cómo se llama?
—Aurora —sonrió —. Dios como es de suponer también la desterró del cielo, él solo estaba centrado en la creación de los humanos había dejado a su familia de lado, mi madre se empezó a cansar y el odio creció dentro de ella, tiró plagas, daños, maldiciones e inundaciones sobre la tierra, mi padre enfureció y también la exilió.
Abrí la boca sorprendida.
—Deseo conocer a tu madre —. Dije sin pensar, él rio y siguió bebiendo.
—¿Por qué odias el nombre de Luzbel?
Apretó su mandíbula y sonrió.
—No es que lo odie, sino que no me gusta.
Sonreí.
—Bueno, a mí me gusta —él me miró y sonrió negando -. Creo que tu sonrisa es la más falsa que he visto nunca.
Lucifer rió.
—No soy de sonreír mucho.
Asentí estando de acuerdo con sus palabras.
—Las veces que mi abuela me obligó a leer la biblia decía que tu único objetivo era seducir con mentiras, que eras un buen mentiroso.
Lucifer me miró serio y terminó riéndose.
—Es una de mis muchas cualidades.
Elevé una ceja saltando una pequeña carcajada y siguió bebiendo la última gota de alcohol que quedaba en su baso.
—¿Por qué dices que yo te vendí mi alma?
Lucifer suspiró.
—Tú no, alguien lo hizo por ti, pero soy como los curas, no puedo contar nada. El secreto de confesión y eso.
Lo miré mal.
—¿Y qué se supone que debo hacer?
Él se encogió de hombros.
—Tienes dos opciones, vivir como nunca el año que te queda, o seguir aquí haciéndome preguntas sobre mi vida.
—¿Un año? ¿En serio me das un puto año? He visto muchas películas en las que el diablo da mucho más.
Él echó una carcajada.
—Bueno, son películas, y mi obsesión por ti crece cada minuto.
Mi boca se abrió sorprendida.
—Al menos me puedes decir quién ha sido quien vendió mi alma para matarla, ya que me queda un año, hacer algo productivo.
Él rio.
—Ha sido tu mejor amiga, se enteró de que tú viste como mataba a su madre, me dio tu alma a cambio de revivir a su madre.
Negué riéndome sin ganas.
—Es mentira, eso es mentira —él se encogió de hombros —. Tú mismo dijiste que una de tus cualidades era mentir, eso es mentira.
Me terminó por mirar.
—No sé qué sacaría mintiendo en eso.
—Hacer crecer tu ego, o yo qué sé.
Lucifer rio.
—Créeme que mi ego crece por sí solo sin necesidad de mentir.
Me senté en el sofá y suspiré.
—¿Ahora qué hago? —Dije llevándome las manos a la cabeza.
—Ya te di las dos opciones antes.
Lo miré y estaba sentado en el sofá frente a mí.
—¿Y si me quedo contigo que hago?
Lucifer miró hacia los lados.
—¿La tienes en mente la posibilidad?
Lo miré y negué.
—Tengo madre, no la pienso dejar sola.
Lucifer rio.
—Los humanos siempre dejándose llevar por los sentimientos.
Lo miré mal y me levanté.
—Al menos tengo sentimientos, señor Lucifer —me miró sin decir nada —Buenos días.
Fui hacia la puerta, pero él llegó y me detuvo.
—No te vas hasta que yo te lo diga —su voz profunda me hizo retroceder —. Hace unas noches no te veo por los sueños.
Lo miré sin entender.
—Haces unas noches por tu culpa no duermo.
Lucifer rio.
—Me siento alagado.
Suspiré poniendo los ojos en blanco.
—Me encantaría ser yo quien te pusiera los ojos así.
Abrí la boca para decir algo, pero la cerré.
Mi mirada viajó por todo el apartamento, unos segundos después un hombre con unas alas enormes blancas apareció en medio de la sala, Lucifer me miró y yo a él.
—¿Qué eres?
Fruncí el ceño.
—¿Perdona? —Dije desconcertada mirando a Lucifer y luego al hombre.
—Amenadiel ¿qué se te ofrece?
El hombre lo miró.
Este llevaba una capa blanca, no dejaba ver su ropa, era un hombre con el pelo largo negro, su rostro era algo redondo, sus ojos verdes, su mandíbula bien definida.
—Padre te quiere de vuelta en el infierno —miré a Lucifer, este se estaba sirviendo más whisky en el vaso.
—Dile a papá de mi parte que si quiere que baje al infierno al menos que me lo pida él.
Sonrió de forma malvada haciendo que Amenadiel diera un paso hacia adelante.
—Te quiere ahora.
Lucifer volvió a sonreír.
—Deja que miró en mi agenda —hizo como que sacaba una —sí, tengo un día libre, justamente el día vete a la mierda, del que te jodan del año jamás.
Intenté reprimir una risa, pero fue imposible.
—¿Qué te hace gracia, señorita?
Miré a Amenadiel y negué.
—Nada que a usted le importe, con permiso —me acerqué al gran ventanal y miré las calles de Praga, se veía todo hermoso, aunque había algo que no me cuadraba, las personas, coches y pájaros que pasaban iban desapareciendo poco a poco, me giré hacia Lucifer y Amenadiel, ellos seguían hablando como si nada.
—Mantén alejados a los humanos de ti hermano, siempre acaban mal —dicho eso desapareció dedicándome una mirada.
Lucifer se acercó a mí, yo solo miré las calles y todo volvía a estar como siempre, la gente andando, los coches andando o pitando, los pájaros volando con libertad.
—¿Por qué no desapareciste? ¿Qué eres?
Me miró como queriendo descifrar algo.
—Soy Irena, y no sé de qué hablas.
Él me miró y negó.
—Tienes que acompañarme a un sitio.
Empezó a andar hacia la puerta
—¿A dónde?
No me respondió y siguió andando.
Salimos del pub y nos subimos a su coche, era uno de los antiguos, un impala, era precioso color negro, nos subimos y él empezó a manejar.
—Conozco a una psicóloga, que me ayudará en algo y de paso a ti.
Me apunté con el dedo haciéndome la ofendida.
—No tengo ningún problema como para tener que ir a un psicólogo.
Él rio y siguió manejando.
Llegamos a la psicóloga que nos atendió muy amablemente, era una señora de unos 40 años más o menos, tenía el pelo negro, los ojos marrones, vestía de traje, y tenía en los labios una sonrisa sincera que a decir verdad ya era hora de verla.
—Buenos días, Lucifer, ¿quién es tu acompañante.
Lucifer me miró.
—Es... Mi nueva alma, una larga historia, vengo porque tengo un problema.
Se cruzó de brazos mirando a la psicóloga.
—Me refería a... —La corté.
—Se refería a mi nombre, y soy Irena, encantada.
Sonreí.
—Encantada, yo soy María.
Ambas nos sonreímos y los tres nos sentamos.
María frente a nosotros, Lucifer y yo en un sofá que tenía en la consulta.
—Esta mujer de aquí, no ha desaparecido —María lo miró sin entender —. Cuando Amenadiel aparece todas las personas humanas desaparecen, ella estaba allí con nosotros.
La mujer me miró.
—¿Y estás pensando en..?
Lucifer suspiró.
—En qué Irena ha sido enviada por mi padre, ella no me quiere decir que es, pero sé que algo esconde.
Reí llamando la atención de ambos.
—Me hace gracia que piensen que fui enviada por tu padre cuando tú fuiste el primero en aparecer en mi vida.
Él abrió la boca y me señaló mirando a la mujer.
—Esa es precisamente la manera que tendría mi padre de hablarme.
Fruncí el ceño y me eché hacia atrás mirando al techo.
—No todo tiene que ver con Dios, Lucifer —dije agotada.
—Pero tú tienes algo, las mujeres al verme no se asustan al revés, sienten atracción hacia mí, en cambio, ella ni siquiera duerme, es increíble.
Desvíe la mirada hacia él.
—Dices que es increíble, pero te molesta —continúo hablando María.
—Me aburrí.
Me levanté y salí.
Esperé en el coche a Lucifer hasta que llegó.
—Dime algo que nadie sepa de ti.
Me miró a los ojos, entrecerró los ojos.
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