Cracovia Nunca Cambia... ¿O Sí?”
Me llamo Cataleya Indhira Dunner Watson. Soy de un pueblito llamado Cracovia, en Polonia. Aunque nací aquí, tengo raíces armenias por parte de mi madre, Gia Watson. Tal vez por eso mis ojos son de un marrón intenso, como chocolate derretido, y mi cabello negro azabache cae hasta mi cadera. Mi piel tiene un tono intermedio, ni blanca ni oscura, algo que destaca entre los rasgos comunes de este lugar.
No soy alta, apenas llego al 1.65, pero me gusta pensar que lo compenso con actitud. A pesar de mi estatura, los años practicando voleibol han dejado su huella: tengo un cuerpo atlético del que no me avergüenzo. Me parezco mucho a mi madre, y aunque mi padre, Kendall Dunner, tiene una presencia fuerte, es ella quien me dio este rostro y espíritu determinado.
Vivo con mis padres y mis dos hermanos: Craig Kendall y Brett Kendall. Sí, nombres repetidos por tradición familiar. Aunque son insoportables, no los cambiaría por nada. También están Daisy y Chad, mis mejores amigos desde siempre. Daisy es como mi hermana y Chad... bueno, Chad es como otro hermano sobreprotector. Con ellos he vivido mil historias.
Esa mañana, Daisy se quedó a dormir en mi casa. Después de una noche de chismes y tareas, los sonidos de la puerta me despertaron. Mi madre no tardaría en entrar para correr las cortinas, así que nos levantamos rápido. Bajamos a desayunar, y como siempre, mamá nos recibió con un festín digno de un restaurante.
Después de besarla en la mejilla como despedida, salimos rumbo al instituto. Vivimos cerca, así que caminamos. Al llegar, justo tocó la campana y cada grupo de estudiantes se dispersó hacia sus aulas. Matemáticas era la primera clase del lunes. Un fastidio.
En el receso, algo se cocinaba entre los estudiantes. Todos murmuraban algo que no lograba entender.
—¿Y ahora de qué hablan? ¿Cuál es el nuevo chisme de la semana? —preguntó Daisy a mi lado mientras entrábamos a la cafetería.
Antes de que pudiera responder, Ivonne se nos plantó enfrente.
—Hablamos de la familia nueva que se mudará hoy al pueblo, justo cerca de tu casa, Cataleya. ¿Por qué no nos cuentas tú, querida? —dijo con una sonrisa burlona.
—Lamentando el caso para ti, no sé nada —le respondí sin perder la compostura. Y dirigiéndome al resto, agregué—: No vivo pendiente de todo lo que pasa en el pueblo como otros.
Chadd apareció justo a tiempo para sacarnos de la escena y, minutos después, sonó la campana para regresar a clases. Historia pasó volando y, al salir, mis hermanos me dijeron que se quedarían a entrenar. Daisy y yo tomamos el camino de regreso a casa.
—¿Crees que lo que se rumora sea cierto? —pregunté mientras caminábamos—. En años, nunca ha habido vecinos nuevos por aquí.
—Conociendo a Ivonne, seguro es otro invento. Siempre tiene algo nuevo los lunes.
—Tienes razón —dije riendo—. Aunque... no estaría mal que se mudara por aquí un guapetón de ojos color cielo.
—¡Eso! Un tipo alto, misterioso, y completamente enamorado de ti —dijo Daisy moviendo las cejas con picardía. No pude evitar rodar los ojos y sonreír.
Casi llegando a casa, un camión de mudanza grande llamó nuestra atención. Nos miramos y seguimos acercándonos, pues estaba justo frente a mi casa. Una señora nos saludó amablemente.
—Hola, soy Alana... —se detuvo al ver a un hombre mayor acercarse—. Él es mi esposo, Callum Price. Somos sus nuevos vecinos.
—Hola, señores Price. Yo soy Daisy Young —respondió mi amiga con una gran sonrisa.
—Y yo soy Cataleya Dunner. Un placer —dije, un poco más cohibida.
Fue entonces cuando lo vi. Bajó del camión con un salto. Alto, de ojos azules intensos. Me quedé pasmada.
Daisy se adelantó a saludarlo, y él, aunque le devolvió el gesto, no dejó de mirarme.
—Mucho gusto, Malcom Price —dijo, tendiéndome la mano.
Yo, sin mucho ánimo, respondí:
—Ok.
—¿No me dirás tu nombre? —insistió él.
—Cataleya —dije finalmente, aunque dudaba que necesitara saberlo para algo importante.
Capítulo 2: Negocios y Secretos en Francia
—No puedo creer lo afortunado que eres, cabrón —escucho a Zev entrar sin tocar al despacho de mi padre, desviando la mirada de los papeles para fijarla en mi mejor amigo, que llega con esa sonrisa confiada después de su reunión con Amélie Moreau, una vieja amiga de la familia y experta en diseño editorial.
Zev es quien maneja mis relaciones con los mejores diseñadores y publicistas de Marsella, y no olvidemos que me debe unos cuantos favores que ahora estoy cobrando.
—¿Acaso no te enseñaron a tocar la puerta? —le reprocho, mientras él me lanza una mirada pícara y se sienta frente a mí.
—¿Te estabas haciendo una paja y no me invitaste? Eso es muy desconsiderado, Sweetie —bromea, y no puedo evitar reír.
Pero dejemos las bromas y vayamos a lo importante.
—¿Y Amélie? ¿Pudiste cerrar el trato? —pregunto, impaciente.
—Mejor de lo que pensábamos —responde Zev—. Al principio fue reacia, pero al mencionar tu nombre y recordarle unos cuantos favores, no pudo negarse.
Desde hace ocho años administro los clubes nocturnos que mi padre dejó cuando tuvo que apartarse por la salud de mi hermana pequeña, Odette, que sufre de asma. Con la ayuda de Zev, limpié los negocios de las malas influencias que el tío Adriam había introducido y ahora estamos listos para expandirnos.
Dentro de dos meses inauguramos un nuevo club en la Gran Avenida de Marsella. Será la joya de la corona, y Amélie y su equipo se encargarán de darle una imagen renovada que hará que todos hablen de nosotros.
—Los rivales no son rival para nosotros —digo con confianza—. Francia está infestada de mis clubes, y no pienso dejar que nadie me quite el trono.
—¿Dónde está tu madre? —pregunta Zev mirando la hora.
—Seguro está apurándonos para la comida —respondo y abro la puerta justo cuando ella está a punto de entrar, impaciente como siempre.
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—Pensé que nunca saldrían —mi madre, Jeanette, empieza con su habitual discurso—. Deaclan, sabes que no me gusta que estés encerrado en el despacho cuando es hora de comer.
—Qué vergüenza de hijo te gastas, Jeanette —interrumpe Zev con su típica broma—. Yo nunca haría esperar a mi madre para comer, deberías adoptarme; sería mejor hijo que él, te lo juro.
—¡Auch! Eso es abuso —me quejo mientras le doy un golpecito en la cabeza para que deje de hablar.
Mi madre suspira, y yo ruedo los ojos. Zev se ríe sin que ella se dé cuenta.
—¿Dónde están Odette y tu padre? —pregunto para cambiar de tema.
—Ya los esperan en el comedor —responde mamá.
Al entrar veo a mi hermana con su melena castaña casi dorada sentada, y no pierdo oportunidad para molestarla un poco. Le revuelvo el pelo y la escucho resoplar.
Me río y me acerco a saludar a mi padre antes de que nos sentemos todos a comer.
Amo a mi familia, pero estas reuniones mensuales me agotan. Las constantes quejas de mi madre sobre cada detalle son insoportables.
Desde que me fui a estudiar fuera y pude regresar, vivo en mi propio departamento con una de las mejores vistas de Marsella, lejos del caos familiar.
—¿Deaclan? ¿Dónde dejaste a la desquiciada? —escucho a Odette bromear mientras Zev intenta contener la risa.
—Odette, ¿podrías tener más respeto por la prometida de tu hermano? —interviene mamá, insistiendo en esa boda que sé que nunca pasará.
Le hago una señal a mi hermana para que se calle y me hago cargo.
—No es mi prometida, mamá, así que deja de meternos ideas de bodas perfectas —le digo firme, mirándola a los ojos para que entienda que no manejaré mi vida como ella quiere.
Antes de que responda, la voz autoritaria de mi padre corta la tensión.
—Sé que a veces exageras, Jeanette, pero Deaclan es adulto y merece respeto. No quiero que le levantes la voz delante de mí, ¿entendido?
—Entonces dile a tu esposa que no se meta en mis decisiones, porque ya soy mayor para decidir con quién casarme —le respondo.
Un silencio pesado se instala en el comedor mientras terminamos la comida en paz.
De regreso al despacho, le comento a mi padre los planes para la imagen de los clubes, y está conforme.
Salgo ya entrada la tarde y me dirijo a mi departamento para preparar todo para la noche en el club.
Justo cuando voy hacia el coche, recibo una llamada de Zev.
—¿Qué tal si nos juntamos en el Sensation? —me pregunta entre el ruido de la música.
—Sabes que cuando vengo a casa de mis padres no voy a los clubes, no me jodas —le contesto.
—Vamos, Dae, necesitas relajarte. Quizás consigas una chica para distraerte y se te baje el mal humor.
—Nos vemos allá en media hora —le ordeno, sintiendo que necesito despejarme.
Mientras conduzco, suena otra llamada. Sin mirar, contesto.
—¿Amor? ¿Estás ahí? —su voz dulce me sorprende, y el recuerdo de la pelea con mamá me hace respirar profundo.
—Sí, soy yo, pensé que era otra persona.
—¿Con quién vas a salir? ¿Me llevas contigo?
Intento ser corto: tengo trabajo, no voy a ir a ningún club para distraerme.
—Dae, llevamos dos semanas sin vernos, sabes que estaba de viaje por trabajo. Quiero verte.
—Tengo reuniones de trabajo en la noche, esas cosas te aburren —le digo—. Mejor no te molesto.
Cuelgo y entro al club, donde la música y la energía me recuerdan por qué lucho tanto.
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El club Sensation vibra con luces y música a todo volumen. La multitud se mezcla en la pista de baile, mientras los DJ’s van marcando el ritmo de la noche.
Al entrar, Zev ya me espera en la zona VIP con una botella de tequila sobre la mesa y una sonrisa pícara.
—Por fin llegas, príncipe del negocio —me dice mientras levanta su vaso para brindar.
—Sí, sí, no me hagas mucho caso, solo necesitaba desconectar —respondo mientras tomo un trago.
Mientras nos relajamos, observo a los clientes. Hay chicas y chicos que parecen vivir por estas noches, buscando diversión y olvidarse del día a día.
Pero no puedo evitar sentir que algo anda mal. Hay miradas que se cruzan con demasiado interés cuando me acerco a la barra, y sé que en este mundo de clubes, no todo es fiesta.
De repente, alguien me toca el hombro. Giro y veo a un hombre con traje oscuro, mirada fría y sonrisa tensa.
—Deaclan Muller —dice con voz firme—. Tengo una propuesta que no podrás rechazar.
Zev frunce el ceño y me mira, alerta.
—¿Quién es este? —pregunta en voz baja.
—Un viejo conocido... o más bien un problema en potencia —le respondo.
El hombre me entrega una tarjeta y se aleja entre la gente.
Leo la tarjeta: “Julien Roche, negocios y oportunidades”.
Sé que con ese nombre vienen más que “oportunidades”. Hace años, Julien intentó sabotear uno de mis clubes con métodos que prefiero no recordar.
Siento que esta noche no será tan simple como pensaba.
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Capítulo 3: Apuestas Peligrosas
Hoy es viernes, fin de semana, y por ende, tanto los bares como los clubes están atestados de personas. Apenas entro al club por la puerta trasera —donde se encuentra mi oficina— y la música a todo volumen junto a los gritos eufóricos de la gente me golpean los sentidos.
Me dirijo directamente a la zona VIP y, a lo lejos, veo en la segunda planta a Zev con varias chicas sentadas a su alrededor. Cuando me ve llegar, se levanta del sillón donde estaba con una morena y una pelirroja y camina hacia mí.
—Como verás, mi querida princesa... —me lanza con tono burlón. Lo miro con fastidio por su estúpida forma de llamarme y él solo se ríe en mi cara.
—Relájate, hombre —añade mientras me siento en uno de los sillones y agarro uno de los shots que hay sobre la mesa de cristal frente a nosotros. Me lo bebo de un solo trago.
—Pues como te iba diciendo... —hace una pausa divertida, pero antes de que siga hablando, lo interrumpo.
—Me vuelves a llamar princesa, Zev, y por arte de magia vas a aparecer en la pista de baile con todos esos babosos de allá abajo. —Se carcajea y estoy a punto de romperle la madre.
—¿Sabes qué? Hagamos esta noche más divertida —dice después de un rato, y su mirada se vuelve más traviesa. Le devuelvo la atención, ya intrigado.
—¿Qué propones?
—Hagamos una apuesta. Acaban de entrar dos chicas al club. ¿Las ves? —Señala discretamente hacia la entrada, y en cuanto giro la vista, una de ellas me roba toda la atención.
Asiento, sin dejar de mirar a la pelinegra hermosa que se dirige junto a una pelirroja a una mesa donde las espera más gente.
—Antes que nada, la pelinegra es mía. —Lo dejo claro, y Zev solo sonríe aún más.
—Tranquilo, mi querido amigo. El reto es simple: saca a bailar a la pelinegra. Si acepta, yo me hago cargo de todos los clubes y bares por un mes. Sonríe, hombre, ¡vas a tener vacaciones!
—¿Y si no acepta? —pregunto, sin quitarle los ojos a la mujer.
—Entonces me das uno de tus coches. El que yo elija.
Enarco una ceja y lo miro con sarcasmo.
—¿En serio sigues pensando que no abusas de mi amistad?
—¿Qué? Se supone que estás seguro de tus encantos, princesa... ¿O es que tienes miedo?
Me río por lo bajo, me levanto, camino hacia la barandilla de la zona VIP. Desde ahí tengo una vista perfecta de su culo en ese ajustado traje de oficina. Lleva el pelo recogido y eso le da un aire serio, profesional... pero igual de provocador.
Ya lleva tres shots, está rodeada de amigos, pero su postura me dice que está intentando relajarse de un día de mierda. Vaya, al parecer la muñeca y yo tenemos algo en común.
Zev se me acerca por detrás.
—¿Te animas o qué? Es súper sencillo, solo tienes que sacarla a bailar.
Lo miro un segundo, sabiendo que me está provocando a propósito. Con una sonrisa segura, le respondo:
—Esa muñequita... va a ser mía.
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