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La Reina De Las Sombras

Primera impresión

El joven rey estaba a punto de casarse. Ni siquiera había visto a la princesa, pero eso era lo de menos, debería tener una mujer. Y las anteriores no habían servido. No habían llegado siquiera a superar las pruebas previas a la boda. Por eso, esta vez no se quedó esperando como era costumbre en la puerta de su palacio hasta que ella llegara.

Aunque aun no tenía el velo, quería saber si por fin tendría esposa. Esto empezaba a cansarle.

- Señor, llegará mañana a mediodía. ¿Por qué justo hoy quiere salir a montar a caballo? ¿y si no llega a tiempo? Ella podría ofenderse.

Miró a su guerrero con cara seria.

- Estaré aquí. Necesito comprobar algo. Diles a los sirvientes que los invitados ocuparan las dos salas del este.

- Si señor- el guerrero avisó a los sirvientes mientras veía como el joven rey salía a por su caballo.

Tres mujeres habían llegado ya a ese castillo antes, tres pretendientes que sabían las costumbres y la cultura del lugar, y ninguna de las tres había llegado a cenar con el rey. Esperó que esta fuera la adecuada.

No muy lejos de ahí, una joven mujer llegaba a palacio.

- Hola hija, es un honor recuperarte al fin.

- Padre- dijo haciendo una reverencia. La joven iba bellamente vestida, como una princesa, pero, aunque no lo apreciaban los que la miraban, se sentía incómoda con tanta elegancia. Hacía años que no se ponía trajes tan pesados. – por fin puedo ponerle cara.

- No hace falta que me trates de forma tan formal. No pensé que te recuperaría en estas circunstancias, pero el destino tiene una forma curiosa de hacer las cosas. Ahora que te veo eres muy hermosa.

La joven asintió con una sonrisa. Pero por dentro se preguntaba a qué venía todo esto. Hasta ahora había vivido bajo otros nombres, y en entornos mucho más austeros, y había pensado que jamás volvería a ese pequeño recuerdo que tenía cuando tuvo que huir para salvarse. Pero la voz era la misma, no había duda, ese hombre era su padre, y por tanto, ella era princesa.

- Como sabrás el rey vecino busca esposa. Aunque ya ha tenido otras pretendientas, aun no está casado. Como hija legítima mía, hoy partirás a su reino, Tarek, conmigo, y te presentarás como su prometida. – La joven abrió mucho los ojos. Sólo llevaba una semana siendo princesa de nuevo. ¿Y ya la casaban?

- ¿Padre? ¿Por qué tan repentino?

- En realidad no lo es, llevamos buscándote mucho tiempo. Como bien sabes su reino y el nuestro han tenido conflictos durante años. Tres reinos han intentado unirse al de Tarek antes que el nuestro para expandirse y por alguna razón desconocida, no consiguieron llegar a la boda. Es costumbre que sólo una princesa pueda ser considerada la prometida, y aunque en el caso tuyo, acabamos de reencontrarnos de nuevo, no puedo evitar la ley. Eres mi primogénita.

- No conozco Tarek padre, lo único que sé es que se toman muy en serio sus costumbres y normas, y yo no las he estudiado antes. ¿Cómo podría lograr algo que las más instruidas en el tema no han conseguido? – dijo serena. Con ese argumento la dejaría ir.

- Puede que esa sea tu fortaleza, y en caso contrario, volverás aquí. Me encantaría haber tenido más tiempo para estar juntos, pero por desgracia, no puedo evitar este compromiso.

La joven asintió. Evitar ¿eh? Sus otras cinco hijas, ahí presentes, parecían felices. La primogénita. Si, podía ser cierto que fuera la primera, pero era muy conveniente que justo la encontraran a tiempo, y no antes. ¿Cómo le podía doler dar a una hija que casi ni recordaba y con la que había pasado tan solo unas horas en algo más de diez años?

Estaba convencida de que el rey no se podía creer la suerte que tenía. Pero, si algo había aprendido en su vida era a sacar provecho de cada situación, y ser princesa de nuevo le daba una vida más sencilla. Si se tenía que casar con un desconocido, tampoco le parecía tan horrible. Además, aún quedaba mucho para eso. Tenía que pasar esas pruebas y, si en algún punto ese joven rey veía que no las superaba, tan sólo volvería allí y tendría el placer de descubrir qué había ocurrido con su padre todo este tiempo.

Esa tarde le confeccionaron diferentes vestidos y prepararon su carruaje para el camino. Pidió vestirse sola el día de la salida, bajo la escusa de que no se había acostumbrado aun a tanto cuidado, y así guardó su pequeño cuchillo entre las telas. Siempre había que mantenerse alerta.

Cuando vio el carruaje le pareció excesivo. Ahí dentro sólo podrían ir ella, el padre, y su nueva sirvienta, pero su capacidad era mucho mayor. Entró ayudada en todo momento por la gente y se sentó al lado de su recién descubierto padre, que sonrió en silencio.

- He podido observar que eres una mujer cauta, y te recomiendo que lo sigas siendo. Estoy convencido de que me entiendes cuando te digo que esto es de vida o muerte. Llegaremos a mediodía al reino, y el joven rey te esperará en las escaleras. Lo reconocerás en cuanto lo veas. Pórtate correctamente, como estos días en palacio y todo saldrá bien. Y sobre todo, no ataques ni con palabras ni con acciones al joven. Es uno de los más aguerridos hombres conocidos, su fama es merecida.

Ella asintió. Pero no se creyó la parte de su fama de guerrero. En sus anteriores vidas había descubierto que la fama de un luchador suele ser mayor que la fuerza que tiene, y que cuanto más poder, más hinchada y sobreestimada está. Ella misma, había comprobado que hasta el momento, ninguno estaba a la altura de su fama, y no pensó que pudiera ser la excepción. Aunque había que reconocerle, que tenía mucho mérito haber llegado a ser el rey más joven desde hacía cinco generaciones. Esperaba, más bien deseaba, que fuera cierta su fama. Odiaría ser más fuerte que su prometido.

El camino era largo y los consejos del rey aburridos. Por suerte estaba acostumbrada a los bamboleos, pero por desgracia, el carruaje era demasiado delicado para el camino y dificultaba a marcha. Además, su nueva sirvienta parecía necesitar que estuviera atendida todo el rato, y acabó haciéndola callar, algo que, para sorpresa suya, agradó al padre.

Ya habían entrado en Tarek. Aun así, hasta llegar al reino aun quedaban unas horas de camino por el bosque. De repente, se volvió a estropear la rueda trasera. El carro volvió a pararse y esta vez, se empeñó en bajar.

- Necesito estirar las piernas. – dijo. Al rey no le hizo mucha gracia. Estaban demasiado cerca. Si ahora le pasaba algo, le tocaría ocupar el puesto a su segunda hija, y no le apetecía dársela a ese temible hombre.

- No te alejes demasiado.

Ya, no se iba a alejar. Caminó un poco, siguiendo el camino, cuando de repente notó un leve crujido. Demasiado fuerte para ser un animal chico, demasiado flojo para un caballo. Allí había alguien espiándola. Hizo como si no hubiese notado nada y giró camino al carruaje dando un giro, para despistar a su oponente.

Cuando pasó por el árbol donde se escondía sacó veloz el cuchillo con intención de clavárselo al agresor. El movimiento fue rápido y silencioso, pero para su sorpresa, le cogió de la muñeca sin problema. Ella en respuesta, le pisó el pie, a lo que este contestó riéndose. Aún no le había visto la cara, pero se alegró al comprobar que el rey aparecía.

- ¡Mis disculpas! - dijo haciendo una inclinación ¿QUÉ? pensó ella– mi hija no le debe haber reconocido.

- No se disculpe. Me alegra saber que tengo una prometida interesante. - ¿Prometida? ¿Acababa de intentar atacar a su futuro esposo? Se apartó y se disculpó lo mejor que supo.

- Mis disculpas, señor, no pretendía hacerle daño. – dijo inclinando la cabeza. Ni siquiera le miró a la cara, pero se alegró de no poder con él y de que su voz fuera de un joven. Sabía de mujeres que se habían casado con hombres mucho mayores.

- No es cierto, pero da igual. Les acompañaré el resto del camino.

El poco trayecto que quedaba se le hizo aun más largo que todo lo que había pasado hasta ese momento. Ya no le impresionaba el carruaje, ni pensaba en su padre, ni en el hecho de ser de la realeza de nuevo. Ahora estaba muy preocupada. ¿Qué clase de primera impresión le habría dado a el que podía ser su marido? Aunque, ¿por qué se escondió tras un árbol si en teoría le iba a esperar en el castillo?

El rey no le volvió a dirigir la palabra. Se encontraba fatal. Por un segundo, pensó que vería morir a una hija suya ante sus narices. Aunque no fuera la favorita, seguía siendo su hija, y ya la había perdido una vez. ¿En qué clase de circunstancias había vivido que se le había ocurrido meter ese puñal entre la ropa?

Empezaba a preocuparse cada vez más que todo acabara siendo un desastre. La hija que conoció había tenido que crecer en un ambiente hostil y se dio cuenta de que no sabía cómo era la chica que tenía a su lado

La primera prueba

El reino era precioso. La muralla tenía unos tonos rojizos mezclados con marrones, y la puerta, demasiado nueva, era una auténtica obra de artesanía, en donde se podían ver grabados de dragones. Cuando llegaron a la plaza, llevaban una comitiva de gente detrás de ellos desde hacía rato. Salió del carruaje intranquila y al levantar la vista miró maravillada el castillo. No tenía idea sobre su valor, pero le pareció mucho mejor que el de su padre, aunque curiosamente no parecía tan impresionante a primera vista. Era más útil que decorado, y eso le pareció mucho más sensato. En las escaleras vio, esta vez sí, a quien era su prometido, aunque sólo de espaldas y brevemente.

Mantenía una buena postura la cabeza alta y mirada interesada, y aunque parecía una locura, creyó por un segundo que lo había visto antes. Se fue rápidamente dentro sin pararse a ayudar a sus nuevos huéspedes, dejando que uno de los hombres a su cargo les ayudara con todo el viaje.

- Señora, por aquí. Los cuartos de la zona este están preparados para usted. – ella miró a su sirvienta, pero ella no subió las escaleras. – a partir de ahora, tendrá un sirviente de la casa, es la costumbre- dijo al notar su mirada de incomprensión. Siguió el camino que el joven le indicaba sin perder detalle de todo. Se sentía observada, aunque casi no vio a personas.

El rey recordó su primera impresión. Parecía interesante y eso era nuevo.

- ¿Qué sabes de ella? – preguntó al que le acompañaba.

- En realidad, casi nada, es la primogénita del rey, pero hasta hace unas semanas nadie la conocía. Parece más despierta que las otras, como si hubiera recibido entrenamiento.

- Notó que estaba escondido, y me atacó.

- ¿Por qué te escondiste de la princesa?

- Mi intención inicial era acompañar el carro, cuando me los encontré de vuelta, pero entonces la vi salir. No quería que me encontrara antes de tiempo. Curiosamente, supo que estaba en el árbol. Está claro que ha recibido entrenamiento. Quiero que la investigues, una princesa no debería haberme descubierto.

- ¿Cree que es una espía?

- Tu investiga.

- Si señor

Llegó a su habitación, y una sirvienta le esperaba. Hizo una reverencia, pero no habló. El joven que la había acompañado, decidió explicarle.

- Las sirvientas no hablan con las prometidas. Puede pedirle lo que quiera mientras esté instalada aquí. Ella estará encantada de atenderla. Como es costumbre su ropa actual debe ser cambiada durante su estancia aquí, por lo que luego pasará el sastre y la costurera. – Hizo una reverencia y se alejó cerrando tras de sí. La sirvienta le señaló el baño.

- Gracias. – dijo mientras la ayudaba a desvestirse. La sirvienta no podía hablar, era parte de las costumbres, pero se quedó impresionada. ¿Una princesa le acababa de agradecer? ¿Qué clase de noble era?

No fue lo único que le llamó la atención. Al desnudarse vio un dibujo tatuado en la espalda de la noble. Algo que no reconocía, pero no se atrevió a contarlo. No sabía de que reino provenía ella, y a lo mejor era un tatuaje propio de las princesas. También descubrió con asombro que tenía cicatrices. No eran grandes, y parecían viejas, pero estaba claro que no eran por alguna enfermedad. Empezó a tener más dudas y no pudo evitar tocar una cuando la enjabonaba. Ella le cogió la mano.

- Son sólo historias, no es necesario preocuparse por el pasado. – la sirvienta asintió y la princesa le soltó. Esa princesa era muy fuerte.

El rey esperaba ansioso en el salón al que le habían ordenado ir. Esperaba que su propia hija hubiera dejado de hacer cosas innecesarias. No quería entrar en conflicto. Pronto apareció el guerrero que acompañaba al rey.

- Como es tradición en este país, la princesa será sometida a una serie de pruebas durante unos días de diferente índole, para comprobar si es una digna prometida, a parte de las obvias clases de decoro propias de la zona. Durante todo este tiempo tendrá tanto ella como usted a cargo sirvientes del palacio. Si no supera alguna prueba, volverá con ella a su palacio y no podrá volver a pisar el país. Si, por el contrario, es la indicada, se empezará con los preparativos de la ceremonia, y dos sirvientes elegidos de su reino podrán acompañarla aquí dentro como muestra de alianza, hasta el fin de la boda. Desde el momento en que sea la elegida dejará de poder ver la cara de su hija. Durante las pruebas es importante que entienda una cosa: si la ve más de una vez a la semana será expulsada. Si le da cualquier advertencia sobre alguna cuestión hablada aquí será expulsada, y si intenta que algún sirviente suyo entre aquí, perderá su mano.

- ¿La de ella? - dijo sin entender todo lo que le contaba. ¿Y el joven rey? El hombre negó.

- Usted perderá su mano. – aclaró. - ¿Alguna otra cosa?

- No, creo que está claro.

- Disfrute de su estancia aquí señor- dijo inclinando la cabeza. En ese mismo instante un sirviente apareció.

La joven no volvió a ver a su padre el resto del día y los siguientes. No habló con nadie, y en general comía sola. Dos mujeres la acompañaban a todos lados, pero parecía tener muchos límites en lo que podía ver y hacer. Tras tres días de paseos aburridos y silencios espesos apareció de nuevo el sirviente.

- Buenos días señora, hoy haremos una visita por el castillo. Quiero presentarle a las doncellas. – ella asintió.

Siguieron el camino de siempre, pero esta vez, de repente giraron por un corredor que hasta ese momento parecía haber tenido prohibido el acceso. Cuando llegó al final de éste, el sirviente abrió la puerta y en una habitación, una serie de mujeres hicieron una reverencia.

Pero había unas ahí que no encajaban. Ella no había tenido doncella mucho tiempo, pero si sabía cómo se comportaba una cuando lo era. Y esas dos hacían una reverencia poco preparada, como si no la hubieran tenido que hacer demasiado, y aunque llevaban las mismas ropas e intentaban tener el mismo aspecto sumiso, sus posturas les delataban. ¿Sería la primera prueba?

- Tiene ante usted a nuestras doncellas. ¿Hay alguna que le llame la atención? – estaba claro que lo era. Curioso. No había esperado semejante prueba.

- Permítame decirle que anda usted equivocado. Aquí solo tres son doncellas. – el sirviente la miró interrogante. Pero si sólo había dos nobles, ¿a que otras dos se estaba refiriendo?

- En primer lugar, usted, si me permite no es doncella, es más probable que sea parte de la nobleza y su hermana ahí presente tampoco es buena fingiendo, dijo señalando al lado opuesto. – Las aludidas sonrieron y dieron un paso. – Pero a parte hay otras dos personas que se hacen pasar por doncellas aquí. La que estaba a su lado es claramente cocinera, sus manos la delatan, y la que se coloca en medio se hace cargo de los huertos de las afueras de palacio. Por lo menos hasta hace tres días, cuando la vi trabajar de camino a la plaza.

- ¿Cómo supo lo de las otras? Ni siquiera yo lo sabía.

La joven sonrió levemente, pero no dijo más.

- ¿Hay alguien más a quien quiera usted presentarme? Me gustaría pasear por los patios del castillo, tengo entendido que son preciosos.

Segunda prueba

El sirviente aún impresionado señaló cómo se iba y asintió sin reaccionar. Tardó aun un buen rato en salir del pasillo y darle la noticia a un caballero, que se lo contó al rey.

- Es interesante, parece bastante perspicaz. Creo que podemos dejar de hacerle más pruebas de ese estilo. ¿Dónde está ahora?

- Tengo entendido que está paseando por los jardines

- ¿Qué? – el caballero cayó en su error rápidamente y avisó a uno de los sirvientes para que la buscara.

La joven se había vuelto a librar de su sirvienta por tercera vez. El paseo por los jardines era precioso, pero sobre todo era una estrategia para despistarla. Tenía demasiado interés en ver a los guerreros entrenar y estaba convencida de que ella no era precisamente apta a partir de ahora para volver a hacerlo. No tardó en encontrar un lugar donde esconderse en el jardín y que su fiel criada le siguiera, y ahora podía ver cómo practicaban los movimientos de ataque y defensa.

Por una parte, le recordó a su pasado no tan lejano, y, viéndose ahora con esas ropas y formalidades le dio envidia. Había llegado a ser muy diestra y no sólo eso, sabía mucho de armas, y reconoció autenticas obras maestras preparadas para ser usadas. Esperaba llegar a conocer la armería algún día. Seguro que allí se sentía como en casa.

- Señora- dijo una voz tras ella. Fingió mirar a la lejanía cuando vio a uno de los caballeros del reino de Tarek. Le hizo una pequeña reverencia- Acompáñeme, su padre quiere verla.

Siguió al hombre suspirando de nuevo, con la cabeza bien erguida y tranquila. Su criada no tardó en verla de nuevo. Pero, para su sorpresa, el padre que tan poco conocía había cambiado mucho. Estaba extrañamente nervioso, no paraba de vigilar las espaldas, aunque nadie le seguía, sudaba, intentando ocultar que ocultaba algo.

- ¿Qué tal vas? - dijo nada más verla. Ese día había empezado a helar por la mañana y no tenía sentido como se comportaba. Por un momento se preocupó por su salud, no parecía encontrarse bien y evitaba mirarle a los ojos.

- Bien, - sonrió. No le preguntó porque había tardado siete días en verla, tampoco es como si tuviera interés especial en contarle nada. Y así, tan rápido como llegó se fue.

- Me alegro, cuídate. Me voy a dar un paseo por el pueblo.

La joven se quedó asombrada de lo absurda de la conversación, pero estaba convencida de que el cambio al comportarse ahora no se debía a ella sino a donde se encontraban. Era el reino vecino, aún estaban con las pruebas y, por lo que sabía de su padre, estaban pensando en un tratado de paz, si la novia resultaba la correcta. No tardó en aparecer de nuevo el mismo caballero que la había pillado in fraganti y le guio a otro lugar.

Esta vez fueron a una de las almenas centrales, cruzando el patio principal. Subieron unas cuantas escaleras que parecían cada vez estrecharse más, y ser más bajas, pero ella no pareció quejarse. Por fin dieron con una zona de donde emanaba un olor a hierbas muy concentrado, y de donde se oía a alguien moverse de un lado a otro.

- ¿Qué es este sitio? - dijo, reconociendo el lugar.

- Esta es la zona del galeno, él le explicará...

- ¡Señor! El joven rey le está llamando- un jovencísimo sirviente había subido corriendo.

- Pase – dijo mostrándole una puerta y se largó sin más. La sirvienta pensó extraña en la pregunta. ¿Qué clase de princesa no reconocía los aposentos de un galeno?

Un hombre de aspecto curioso, le sonrió. Tenía una barba rizada y abundante y una piel muy quemada y estropeada. Pasaron a donde trabajaba. Desde una pequeña ventana se colaba un haz de luz que daba un aspecto misterioso a su lugar de trabajo: una serie de mesas, con muchas, muchísimas plantas, mezclas y tarros, todos en tarsiano, ocupando hileras.

También había muchos libros con dibujos de plantas, señales de veneno, e incluso símbolos que no pudo reconocer.

- Usted debe ser la prometida esta vez. – dijo tras un rato con voz grave

- ¿Cuántas ha habido antes que yo? – preguntó interesada

- Suficientes- contestó. Luego la guió hasta una mesa del fondo y le trajo una vela- los botes están ahí. Su trabajo es reconocer las plantas, dividirlas en venenosos y medicinales y reconocer cuales son los menos indicados en caso de heridas infecciosas. Para ayudarse, claro está puede consultar cualquiera de nuestros libros, todos en nuestro querido idioma, puede ojearlos sin problema. – sonrió con suficiencia.

Esa princesa llevaba aquí ya una semana ahí y había descubierto a las jóvenes, había que reconocerle que era una chica lista. Además, parecía ser buena escondiéndose, ya había visto tres veces a la joven despistando a su criada. E incluso creyó verla al principio estudiando el terreno.

Pero esta prueba suponía un problema para las nobles. Por ley, ninguna de las princesas, en los países vecinos, estudiaba tarsiano. Se consideraba, fuera del reino un idioma indigno, entre las personas de alta cuna, por su extraña pronunciación y esos chasquidos que le acompañaban. Una estupidez, a su parecer, pero una de las principales razones, de que nadie hubiera pasado su prueba desde que había comenzado el rey a buscar esposa. En el reino era fundamental conocer el idioma Tarsiano.

El galeno sabía perfectamente que su prueba era la más difícil, una persona por muy letrada que fuera no puede aprender un idioma tan complejo en cuestión de días, y, además una noble jamás tenía formación en plantas, porque siempre estaba rodeada de gente que sabía por ella. Contento de tener la prueba insuperable, la miró con suficiencia.

La joven sonrió con calma al galeno y se sentó. Reconoció por su simbología tres botes que habían supuesto en más de una ocasión en su vida la salvación y los apartó a un lado nada más empezar. Luego, miró hacia arriba y pidió a la sirvienta unos libros muy concretos. Tras una breve mirada, eligió uno de ellos, y empezó a leer con calma. Por desgracia el libro era muy grueso y pronto oyó la campana que le avisaba de que debía bajar. Además, la vela se le estaba consumiendo.

- Disculpe, el libro es muy interesante, ¿podría llevarlo a mi alcoba para seguir leyéndolo? Temo no poder acabarlo pronto si sólo lo leo un rato por las tardes.

- No hay problema señora, lo que desee. – dijo estupefacto el galeno y con un asentimiento de éste, la sirvienta cogió el libro y la acompañó a cenar.

El galeno no salía de su asombro. ¿Sabía Tarsiano? ¿Cómo? Bajó con cuidado hasta los aposentos del rey y espero a que su sirviente le dijera que podía pasar.

Siguió como siempre comiendo en el gran comedor sola. Pero estaba preocupada. El Tarsiano era difícil y desde hacia tres años no lo leía. Hablado no tenía problema, pero escrito le costaba más. Algunas cosas no las había entendido cuando las leyó por primera vez delante del galeno, pero no podía reconocerlo. No quería que se diera cuenta de que se le escapaba información.

El Tarsiano tenía una complicación: era complejo al escribir, y algunos símbolos que recordaba poco cambiaban el significado completamente. Tampoco la letra del galeno, o aquel que lo hubiera escrito era clara y necesitaba releer todo de nuevo para asegurarse de que estaba entendiendo bien. Terminó de cenar, solo acompañada de su sirvienta, dejó que la ayudara a cambiarse y luego le dejó irse a dormir. En cuanto se hubo ido, encendió un par de velas y se sentó en la mesa que tenía su habitación.

Volvió a revisar aquello que había leído por encima y revisó una y otra vez asegurándose de que realmente estaba entendiendo bien. Cuando hubo acabado con lo que se suponía que había leído ante el galeno, siguió algo más hasta que le pudo el sueño.

A la mañana siguiente la sirvienta se encontró a la noble que acababa de llegar, durmiendo con el libro al lado. Se está esforzando, pensó alegre. Esta noble, al contrario que las anteriores, le gustaba. Tenía ganas de hablarle de su rey, y de cómo era todo, pero que fuera bien por ahora, le habían dicho sus compañeras más de una vez, no implicaba que fuera la elegida.

Pidió ir a visitar la zona del pueblo esa mañana tras desayunar y no hubo problema. La sirvienta le llevó a conocer los campos y comieron por la zona. Aunque su ésta era silenciosa la prefería a la de su palacio. No la acosaba y parecía más feliz de su trabajo que la otra. Además, podía notar como le brillaban los ojos cuando señalaba lugares. Le gustaba vivir ahí.

Gracias a la escusa del paseo empezó a reconocer las plantas del libro en los puestos, y por cómo las colocaban o en que proporción se vendían, daba información a la joven. Y no sólo eso, quién compraba el qué. Si era una jovencita, o un señor mayor, o alguien enfermo, o una madre… Se fijaba en todo en silencio, tenía que conseguir que ese rey tuviera un mejor concepto de ella. Aunque desde su llegada no se habían vuelto a ver, había comprendido que un rey debía estar ocupado. Y si en el futuro iba a ser así, mejor. Ella era muy independiente, y un hombre atosigándola le agobiaría en seguida.

Tras la comida volvieron al lugar donde trabajaba el galeno y la princesa siguió dividiendo los botes. A veces miraba un libro, lo abría, consultaba una cosa y cambiaba de libro. Otras, se pasaba rato mirando y colocaba los botes, y en ocasiones sólo leía. El galeno no perdía detalle de lo que hacía, asombrado. Y se lo fue contando al joven rey.

- Mi señor, sabe leer Tarsiano. Y lee a bastante velocidad. Y no sólo eso, está diferenciando los botes por clases complejas, no en tres como imaginé que intentaría.

- Ya me imaginaba que pasaría algo así. – una mujer de la nobleza no habría sabido ese ataque, y por lo que había descubierto de la noble hasta ahora, había vuelto a serlo hacía poco - Si es cierto lo que creo, esta prueba no le va a costar mucho. Y menos la siguiente.

Ya se acababa la semana y el galeno iba a tener que reconocer su derrota. Esperó que se mofara de él, no sería la primera noble que le despreciara. Al fin y al cabo, era obvio que el primer día la había subestimado.

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