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Doncella De La Mafia

#01

...ANTES DE LEER...

ESTA NOVELA FORMA PARTE DE UN PROYECTO DE NOVELTOON CON SUS AUTORES CONTRATADOS, POR LO QUE PUEDE QUE ENCUENTRES ALGUNA OTRA NOVELA EN LA APP CON EL MISMO GUIÓN. NO HEMOS PLAGIADO A PROPÓSITO, SOLO NOS DIERON UN MISMO GUION (NOSOTRAS NO LO ELEGIMOS, NOS LO ASIGNAN), POR ESTO PUEDE QUE COINCIDAN NOMBRES Y ASPECTOS DE LA TRAMA. SIN EMBARGO, LAS AUTORAS NOS ESFORZAMOS POR DARLE NUESTRO ESTILO A LA HISTORIA Y DAMOS LO MEJOR. ASI QUE, SI VES UNA IMAGEN COMO ESTA EN EL PRIMER EPISODIO DE ALGUNA NOVELA, TEN EN CUENTA ESTOS DETALLES Y ELIGE LA VERSION QUE MAS TE GUSTE, SIN DESPRECIAR EL TRABAJO DE OTRO AUTOR CONTRATADO😊

Ahora sí, espero disfruten mí versión de esta Historia...

......................

Anne Hill estaba huyendo.

Ella no traía demasiado dinero y solo había alcanzado a guardar unas pocas cosas en su bolso de viaje marrón, el cual llevaba cruzado al hombro.

Sus ojos violáceos intentaban expulsar lágrimas, pero ella se las aguantaba; era muy molesto llorar usando anteojos, pues los vidrios se empañan… En realidad, esto último era una excusa de Anne, para obligarse a ser fuerte.

A veces, su cabello, negro y frondoso como la noche, se interponía a su visión por culpa del viento o se le pegaba a sus mejillas sonrosadas, humedecidas por las pocas lágrimas que no pudo contener. Era tan molesto… Debió haberse peinado con su típica trenza, para evitar lo impráctico que le resultaba el cabello suelto. Pero no había tenido tiempo para eso.

Anne se sentía desesperada, y sobre todo, indignada por la decisión que había tomado deliberadamente su padre: casarla con un millonario mayor que ella, de quien se rumoreaba era gay.

“¿Cómo pueden obligarme a hacer eso? ¡Es mi vida!”, pensó Anne, mientras ingresaba a un hotel de paso bastante modesto, "No. No lo voy a hacer… ¡No quiero casarme así!”

Eran cerca de las diez de la noche y, tras la discusión que había tenido con su madrastra y huir de la casa a escondidas, Anne decidió que el mejor lugar que tenía para pasar la noche era ese motel. No tenía demasiadas opciones y su dinero estaba contado. Además, a nadie de su familia se le ocurriría buscarla allí.

—Segundo piso, habitación 203… Es esta — murmuró Anne para sí misma, leyendo la placa colgada a la llave que la recepcionista le había entregado, parada frente a una puerta de madera azulada, casi al centro de un pasillo largo con puertas similares.

La figura delgada de Anne se veía realmente solitaria en aquel pasillo. Iba vestida con un atuendo algo anticuado para una chica de su edad: mocasines negros, una falda larga y marrón, un abrigo de pana negro. Pero ella era así, no le agradaba llamar la atención.

Un segundo antes de colocar la llave en el cerrojo, Anne sintió una extraña palpitación; esto la detuvo por un instante y se colocó una mano en el pecho.

—Que raro… — Luego se tocó la cara, pues sintió un leve calor — ¿Estaré por coger un resfriado?

Sin seguir pensando en eso, Anne abrió la puerta de su habitación y entró. Como era lógico, dentro estaban las luces apagadas y la joven buscó el interruptor. Sin embargo, algo inesperado ocurrió: alguien le impidió encender la luz…

—Solo cállate y coopera — le susurró al oído la voz grave de un hombre que la atrapó por detrás, rodeando la pequeña cintura de Anne con uno de sus brazos y, con la otra mano, colocó un cuchillo cerca de su delicado cuello.

El corazón de la joven volvió a palpitar, esta vez, por la sorpresa y el miedo. A la vez, la extraña sensación de calor que había percibido segundos atrás se intensificó; nunca había sentido el cuerpo de un hombre tan cerca, pegado al suyo. Incluso su fragancia le parecía atractiva, a pesar de esa espantosa situación.

—¿Q-quién… eres? —preguntó Anne, sin atreverse a mover un dedo.

—Shhh… — fue la única respuesta. Anne notó un tono extraño en aquel hombre; parecía cansado y sintió como el corazón de él golpeaba fuerte al tenerlo pegado a su espalda.

Anne cerró los ojos, tragó saliva y afirmó con la cabeza. Luego de unos segundos, el hombre bajó el cuchillo y se apartó suavemente, comprendiendo que la chica no gritaría ni haría nada estúpido.

“Otra vez, esa extraña sensación…”, pensó Anne al sentir su cuerpo palpitar desesperado cuando el hombre se alejó de ella. Jamás se había sentido así; era una necesidad semejante al deseo , “¿Por qué me siento así,  justo ahora…?¿Acaso estoy loca?”

Con mucha precaución, Anne giró para ver al hombre. A pesar de todo, sentía mucha curiosidad. Pero la oscuridad le impidió ver su rostro, aunque sí pudo notar que era alto e imponente.

De repente, algo le llamó la atención; sus ojos se detuvieron en la ventana que estaba a pocos metros por detrás del hombre. Gracias a la luz que ingresaba de los faroles de la calle, Anne notó la presencia de alguien más al otro lado de la ventana: en las cortinas se proyectó una misteriosa sombra que tenía la forma de un brazo sosteniendo un arma.

Quien quiera que fuese, de seguro estaba parado peligrosamente sobre la cornisa. Anne se lo imaginó pegando la espalda contra la pared, cuidando de no caer.

“Creo que alguien está persiguiendo a este hombre…”, dedujo Anne.

Su corazón se aceleró por la adrenalina. Urgente, necesitaba canalizar sus sentimientos y esa extraña sensación en su cuerpo, que crecía más y más. Su cerebro actuó rápido, por lo que Anne comenzó a gritar:

—¡¿Acaso hablas en serio?! ¡No puedes dejarme!

El hombre se tensó ante la sorpresiva reacción de Anne. Él apretó el mango del cuchillo de manera irracional, sin embargo, su instinto le dijo que debía seguirle la corriente a esa mujer.

Anne continuó reclamando, interpretando su papel:

—Si acepté todo este tiempo venir a este hotelucho contigo, escondiéndonos de todos, fue porque prometiste dejar a tu esposa ¡Me lo prometiste! Por favor… — Anne cayó de rodillas, pues consideró que eso le daría más veracidad a su actuación — ¡NO ME DEJES!

Se produjo un silencio. Anne solo oía los latidos de su corazón desbocado. Sus manos temblaron y por su frente corrió sudor. A pesar de su estado, apenas levantó la vista y corroboró que la sombra del sicario ya no estaba.

—Se fue… — murmuró Anne, agradeciendo que su plan para confundir al tipo funcionó.

Acto seguido, el hombre se dio la vuelta para comprobarlo. Él empezó a caminar hacia la ventana con mucha cautela, empuñando su arma. Anne notó algo extraño en el hombre; no se veía bien de salud, pues sus pasos eran algo torpes.

—Si… — afirmó él con voz ronca, apenas viendo tras las cortinas y luego animándose a asomarse discretamente, apoyando las manos en el alféizar—… Se… fue.

Entonces, el hombre se alejó de la ventana. Sus pasos se hicieron cada vez más torpes y, al encontrarse muy cerca del borde de la cama, cayó rendido, sorprendiendo a Anne.

—¿Qué le pasa? — se preguntó la joven, notando como el pecho del hombre subía y bajaba —¿Acaso está herido?

Sin más, Anne encendió la luz. Al girar la vista hacia la cama, descubrió a un hombre joven, con un cuerpo bien formado y de cabello oscuro. Al notar su atractivo, algo se detonó en Anne; ese extraño calor junto a las palpitaciones comenzaron a enloquecerla.

—Esto no es normal… — susurró la joven, abrazándose a sí misma, sintiendo como el sudor empapaba su rostro — Es demasiado calor…

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Sean bienvenid@s a esta nueva historia de Mafia, romance y deseo! Espero que les guste 😘

#02

El temor, la desesperación y la tristeza en Anne fueron desplazados a un segundo plano por la necesidad en su cuerpo. La luz de la habitación era tenue, pero suficiente para descubrir la perfección de aquel hombre sobre la cama.

 “Me drogaron…¿Por qué?” , fue lo último que pensó Anne de manera consciente, antes de que el efecto de la droga fuese completamente efectivo.

Ella dejó el bolso en el suelo, se quitó el abrigo y se acercó a la cama, sintiendo su piel arder.

—Necesito calmarme… Necesito — murmuró, sentándose junto al hombre que permanecía boca arriba.

Él solo llevaba puesto un pantalón oscuro y una camisa en el mismo tono y, al sentir el peso de Anne sobre la cama, apenas movió la cabeza. No estaba herido, pero tampoco parecía del todo consciente.

Anne se quitó las gafas que la hacían ver como una nerd y las depositó en la mesita de luz. Luego contempló el cuerpo musculoso de ese hombre que, en ese momento, le pareció lo más sexy que hubiese visto alguna vez: abdomen firme, manos enormes, un rostro apuesto de labios carnosos y ojos color dorado, los cuales la observaban sin entender del todo lo que estaba ocurriendo.

La joven, sin poder contenerse, pasó una mano temblorosa por su abdomen, desabotonando la camisa de manera tímida, pero ocultando un profundo ardor. Ella no pudo contener su deseo de tocarlo, acariciar su piel…

—¿Qué… haces? — balbuceó el hombre, cerrando los ojos; el tacto de la joven encendió su deseo, aunque no se sentía para nada cómodo —¿Quién… diablos e-eres?

Anne no respondió; solo liberó su cinturón y abrió la bragueta de su pantalón. Ella tocó sus partes, conociendo por primera vez lo que era un hombre. Si bien no se atrevió a desnudarlo, sus labios querían besar, lamer su ombligo, sembrar besos hasta llegar a su pecho ancho, a su cuello. Sin pensar, se levantó la falda, se acomodó a horcajadas sobre él y, luego de inclinarse un poco hasta llegar muy cerca de su boca, le suplicó en un susurro:

—Ayúdame… Es demasiado calor…

Las caderas sedientas de Anne se movieron lento sobre el miembro del hombre. Éste se sentía deliciosamente duro. Sin contenerse, ella lo besó y él no pudo resistirse.

Sus lenguas eran un infierno confuso y encantador. Las manos de él le levantaron más la falda y se aferraron a su trasero, metiendo los dedos entre sus bragas, mientras Anne no paraba de moverse, apretando su intimidad contra las dotes de ese hombre, enloqueciendo cada centímetro de su piel.

Anne estiró su cuerpo y se quitó la blusa, descubriendo su bonito sostén de color blanco. Entonces, se reclinó sobre el rostro de él.

—Tócame, por favor… mis pechos, se sienten tan sensibles. Besalos… No soporto este calor, te necesito…

Él no pudo negarse, pues el aroma de Anne, la suavidad de esos senos tan cerca de sus labios, era irresistible.

Los besó, los lamió sediento y apenas los mordió, haciendo que la joven se quejara con lujuria. Entonces, él tuvo el impulso de apretar aún más el cuerpo de Anne contra el suyo y hundirse en su cuello, subiendo y bajando las caderas con suavidad.

—¡OH! Sigue… — rogó ella, frotándose contra su miembro — ¡Ah!

Anne llegó a su clímax y dió un alarido de placer. El calor en su cuerpo comenzó a descender poco a poco, mientras caía rendida sobre los labios de aquel hombre que calmó su malestar.

Quiso besarlo y él respondió. Sin embargo, los besos del hombre se tornaron cada vez más suaves, al tiempo en que mermaba la fuerza en el agarre de sus manos. Al abrir los ojos y mirarlo, Anne se dió cuenta de que él se había quedado dormido.

Luego de permanecer un largo rato así, ella sobre él , la jóven se recuperó y fue consciente lo que había hecho…

—Dios…

Esta vez, su cuerpo sintió todo lo contrario a lo anterior; era como si le hubieran arrojado un baldazo de agua fría.

—... Soy… un asco — se castigó a sí misma, tapándose la boca, descubriendo que solo la cubría el sostén, tenía la falda levantada y sus piernas estaban abiertas sobre la pelvis de ese hombre. Pero lo que más la avergonzó fue sentir la humedad en sus bragas…

Rápidamente, Anne se quitó de encima del hombre, tratando de no despertarle. Recogió su blusa, su abrigo y se vistió. Se colocó los anteojos y se quedó de pie, congelada, mirando la cama y a su ocupante, quien parecía vivir un sueño muy profundo.

Apretó sus labios, reflexionando qué era lo que debía hacer ahora. No se le ocurrió gran cosa, por lo que buscó en su bolso papel y pluma y escribió una nota, la cual depositó en la mesa de luz:

“Gracias por su ayuda. Cómprese algo de comer para recuperar energías. Y no se preocupe: la habitación ya está paga.”

—Espero que esto sea suficiente — deseó Anne, buscando 50 dólares en su cartera — No me queda mucho efectivo pero… Algo es mejor que nada.

Entonces, dejó el billete y la nota junto a las llaves y, sin más preámbulo, abandonó la habitación.

Un rato después, la pobre Anne deambulaba por la ciudad, sin tener a donde ir. Su dinero estaba contado, no tenía para pagar otra habitación en ese mismo momento; debía reservar lo que le quedaba para comer y para buscar donde dormir en la noche siguiente. Por si fuera poco, sus tarjetas habían sido congeladas, cosa que descubrió cuando había querido pagar en un local de comida horas atrás, debiendo abonar en efectivo.

—Obviamente, fue ella…—se dijo Anne, pensando en su madrastra.

La brisa nocturna volvió a despeinarla, por lo que decidió, de una buena vez, atar su largo cabello negro en una práctica coleta.

Una sola idea rondaba la cabeza de Anne desde que salió de la habitación 203: alguien la había drogado.

¿En qué momento? No lo sabía. Había pasado bastante rato desde su escape.

—A menos que…

Anne pensó en su botella de agua; antes de escapar, la había dejado en la cocina. Ella acostumbraba a beber agua cuando iba por la calle…

Sin pensarlo dos veces, buscó la botella en su bolso y, cuando sus pasos la llevaron hasta un parque cercano, derramó el agua en la tierra.

Apesadumbrada, se sentó en un banco. Miró a su alrededor, tratando de relajarse; muchos árboles habían perdido sus hojas llegado el otoño y el sonido de los vehículos era esporádico en la madrugada. A pesar de todo, Anne pensó que las luces de la ciudad eran muy bonitas en esas horas.

—¿Por qué me harían algo así? — se lamentó, sin poder evitar derramar una lágrima— Esto fue demasiado.

Ella se quitó los anteojos y comenzó a llorar en silencio. Se sentía asquerosa por no haber podido controlar su cuerpo. Pero peor era saber que en su propia casa le tendieron una trampa, quién sabe el por qué.

—Lo único que le ruego al Cielo es no encontrarme a ese hombre de nuevo. Eso fue lo más vergonzoso que me pasó en la vida…

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#03

Un rayo de sol ingresó por la ventana de una sencilla habitación, en el motel ubicado en una esquina de la Avenida 140 de los Barrios Bajos. Las cortinas ondeaban por la brisa y el hombre que dormía en la cama despertó.

Renzo Mancini había tenido una noche agitada. Le surgieron varios compromisos el día anterior, incluidas dos invitaciones. A una de ellas debió cancelar, a la otra (un evento de beneficencia en un salón del Hotel Hilton) sí asistió, pero ocurrió algo inesperado: debió huir.

Ahora lo recordaba todo. O casi…

Renzo se incorporó lentamente sobre la cama y se sentó. Corrió los cabellos oscuros que tapaban su frente y apoyó la mano en ella, sintiendo su sudor. Luego, emitió una larga exhalación, nervioso.

—Estaba en esa fiesta. Alguien me arrojó bebida en el saco. Esa bebida tenía algo fuerte…— Renzo cerró los ojos, rememorando cada momento; los decía en voz alta para no olvidar—. Fui al toilette, aguardé a que Tuko me trajera otro saco. Cuando olí el líquido con más detenimiento, me mareé… Cometí una estupidez al olerlo, por eso decidí salir cuanto antes de allí; fue obvio que me tendieron una trampa…

Renzo recordaba la persecución que sufrió, como su cuerpo iba perdiendo energías por culpa de esa especie de somnífero tan poderosa. Quienes planearon drogarlo, sabían bien que él jamás bebía en las fiestas.

Pero Renzo Mancini, además de ser un Ceo poderoso y jefe de la Mafia, era un superviviente y jamás se dejaría vencer tan fácil: quienes le habían hecho eso, se las pagarían una por una.

Se puso de pie; su casi metro noventa se recortó con la luz que ingresaba por la ventana, proyectando una sombra en la cama. Él se acarició la barbilla, la cual apenas necesitaba rasurar. Se rozó los labios con los dedos, como recordando una nueva sensación. Una voz lejana, suave, resonó en su cabeza:

“Ayúdame… Es demasiado calor…”

Renzo se miró a sí mismo, la camisa abierta, el cinturón colgando en su cintura estrecha y la bragueta del pantalón casi abierta del todo. Su olfato no lo engañaba: tenía pegado el aroma de una mujer.

—La chica… —masculló entre dientes — Ella entró a esta habitación…

Renzo no podía recordarla bien, ni su rostro o el color de su cabello. Pero su voz, su aroma, la sensación al tocarla… Todo eso cayó de golpe en su mente y sentidos.

—¡Carajo…! ¿Quién mierda me hizo esto?

Renzo recorrió la habitación con la mirada, obteniendo un rápido pantallazo; su cerebro ya estaba descansado, óptimo para atar cabos. Notó las cosas depositadas en la mesa de luz y se aproximó.

—Las llaves… —leyó el número — Al parecer, estoy en la habitación 203…

Hasta ese momento, Renzo no sabía con certeza en qué habitación estaba, pues se había metido por la ventana cuando escapaba. De hecho, trepar al segundo piso había extinguido sus fuerzas.

—¿Y esto? — Renzo descubrió una nota junto a un billete de 50 dólares. Al verlos, entendió perfectamente de qué se trataba: ni siquiera quiso leer ese asqueroso papel— ¡Hija de…! ¡Aggggh!

Renzo Mancini estalló de furia, arrugando la nota entre sus dedos. Sus ojos, de un tono casi tan dorado como el oro, se clavaron en el suelo. Su orgullo de hombre se arrastraba herido en medio de sus peores pensamientos.

¿Cómo una chica insignificante le habría hecho algo así?¡A él! ¡Renzo Mancini, uno de los hombres más respetados y poderosos! Ella lo había violado. A él, que no se dejaba tocar por rastreras…

No solo la nota le resultaba un insulto, sino esos asquerosos y miserables 50 dólares.

—¡¿Quién se creyó que soy?! ¡¿Un mozo imbécil?! ¡¿Un prostituto?!

Renzo le dio un puñetazo a la pared. Su corazón se aceleró al intentar recordar a esa mujer. Se sintió perdido; el efecto residual de esa maldita droga comenzaba a confundir sus sentidos, incluso, borró de su memoria gran parte de lo que había ocurrido en esa habitación simplona, cercana a una avenida que, en ese momento, le pareció insufriblemente ruidosa.

De repente sus ojos se detuvieron en un objeto que se hallaba cerca de la puerta de entrada: era un pañuelo. Renzo lo recogió y contempló con detenimiento; era de seda, de color azul oscuro y tenía estampadas decenas de mariquitas rojas. Era algo que usaría una jovencita.

El joven mafioso se llevó el pañuelo cerca de la cara e intentó percibir su fragancia; en principio, era suave y le recordaba a alguna flor con toques de vainilla. Sin embargo, la sensación duró poco: de un momento a otro, Renzo comenzó a perder el olfato y la sensación dulce desapareció.

El mafioso tragó saliva. Se guardó el pañuelo en el bolsillo, intentando poner la mente fría y dejar de lado el rencor, al menos por un momento. Tenía que pensar, resolver este asunto.

Buscó su móvil. No lo traía encima y se preguntó si lo habría perdido en el camino o si lo había olvidado en el Hilton.

—Mierda… —rechinó los dientes, buscando inconscientemente por todas partes. Se sentó en la cama y se agarró la cabeza—. Si no se lo llevó esa asquerosa mujer, es posible que yo lo haya perdido. Es lo más probable, pues el rastreador estaba activado y si el aparato hubiera estado aquí desde el principio, mis hombres me habrían encontrado… Ahora, yo estaría en casa y no es este despreciable sitio.

Renzo debería buscar un teléfono y hacer una llamada. Urgente. Sin perder tiempo, se abrochó la camisa y la metió en el pantalón. Fue al toilette, lavó su rostro y se miró al espejo, notando una marca roja cerca del labio; era una mordida pequeña.

Decidido, dijo mirando fijamente su propio reflejo:

—No se si esa mujer tiene o no algo que ver con quienes intentaron aniquilarme. Pero juro que voy a encontrarla. Ella no tiene idea de con quién se ha metido…

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