¿Ésa es la chica no? – las dos compañeras empezaron a cuchichear
- Si, dicen que está prometida, y eso que tiene nuestra edad. – los rumores se esparcían muy rápido.
- ¿Quién casaría a una chica tan joven? ¡No querría ser ella por nada del mundo! ¿Sabes lo peor? Ni siquiera conoce a su marido. – comentó la tercera que las acompañaba.
- ¿En serio? Seguro que es un viejo. No me lo quiero imaginar. – dijo la primera
Ella pasó por delante, fingiendo no oír nada. Quiso pretender que podía hacerles creer eso, pero tuvo que esconder la cabeza. Era la única persona en todo el centro que estaba prometida con alguien desconocido desde los quince años, y aun cuando ya había pasado un año, seguía siendo la comidilla de todas las conversaciones. Ocultó su cabeza una vez más entre los libros, intentando pasar desapercibida, pero se chocó contra alguien.
- Perdón, no estaba mirando- dijo recogiendo los libros, sin mirar contra quién se había chocado.
- No pasa nada – dijo una voz grave. Un hombre que no había visto antes se puso de rodillas y la ayudó a recoger las cosas. - ¿Puedo saber tu nombre? - dijo dándole el último libro
- Cri…Cristina- dijo cogiendo el libro- Me llamo Cristina
- Encantado- dijo con una sonrisa- ya nos veremos entonces, y ten más cuidado la próxima vez, podrías hacerte daño.
- Claro, gracias por ayudarme.
El hombre se fue por el pasillo. ¿Quién era? Pensó ella mirándole, era la primera vez que se cruzaba con él. A lo mejor el padre de alguno de los alumnos, se dijo, aunque parecía demasiado joven para eso. Siguió su camino mientras ella oía de nuevo a otros chicos hablando sobre ella.
- Le quería pedir salir, pero luego me enteré de la noticia…
- Calla que te va a oír- dijo cuando pasó ella delante. Pero era tarde, ya le había oído. Sonrió como si nada. ¿Cómo se habían enterado todos?
Se fue a clases y como todos los días se enfrascó en lo que decía el profesor y no habló con nadie. En cuanto acabara la secundaria, en unos meses por fin conocería a su prometido.
Hacía unos años el negocio del padre había ido a la bancarrota. Su hermano mayor había tenido que dejar los estudios y ponerse a buscar trabajo, y de repente los ingresos no eran suficientes para que pudiera acabar la escuela. En cuanto acabara la educación básica tendría que dejarlo todo y ayudar a su madre en el trabajo. Un día el padre había llegado a casa. Le había explicado que había ocurrido un milagro, pero no le dijo que era. Estuvo horas hablando con su mujer.
- ¡Es muy pequeña!
- Pero podrá estudiar, y elegir un buen trabajo. ¿No quieres un futuro para ella? Sabes que es muy buena en los estudios, sería una pena que no llegara a aprovechar ese potencial.
- No me parece buena idea Juan, ni siquiera tiene doce años.
- No sería ahora mujer, y tendría una oportunidad mejor.
- Háblalo con ella, pero por favor, no la obligues a tomar la decisión. Ante todo, quiero que sea feliz.
Su padre se acercó a ella, que aún seguía en el comedor.
- Cristina tenemos que hablar. Hay una forma de que puedas seguir estudiando, incluso puede que la universidad también.
- ¡Yo quiero! – dijo encantada.
- Escucha primero Cristina- su padre estaba serio y ella le miró con cara de incomprensión- hay alguien que está dispuesto a pagarte la escuela, el instituto e incluso estudios superiores. Pero tú tendrás que hacerle una promesa a cambio.
- ¿Qué promesa?
- Cuando… - no sabía cómo decirlo- cuando seas más mayor, serás su prometida, y te casarás con él.
La madre entró al salón.
- Cristina no tienes que aceptar. No tienes que aceptar un matrimonio concertado si no quieres. Esta es tu casa y tu familia y si quieres puedes estudiar más adelante y no casarte con nadie o elegir a otro.
- Vale. – dijo tras un rato en silencio
- ¿Vale a qué?
- Vale, seré su prometida. – dijo como si nada y se levantó del sofá. Se fue a la cocina y se empezó a calentar la cena.
- Cristina hija mía, no tienes que hacerlo.
- Lo sé mamá. Pero está bien. Seguro que es un chico agradable.
Los padres no supieron cómo reaccionar, pero la hija parecía muy segura, así que el padre llamó para decir que aceptaba la oferta. Ese año la cambiaron a un instituto muy bueno, y con un prestigio muy superior en comparación con el que había estado antes, y pudo seguir estudiando. El centro estaba enfocado para personas con un gran nivel adquisitivo, y era estricto, pero ella estaba encantada. Hizo amigos y parecía feliz. Sacaba buenas notas, que los padres enviaban a su prometido. Al cabo de tres años en cambio, alguien lo descubrió. Y de repente, los amigos desaparecieron y solo querían saber todo sobre su arreglo matrimonial, pero ella sólo dijo que no conocía a su futuro marido. No le parecía algo tan horrible, pero resultó que a todo el resto sí, y ahí empezaron los rumores de que se casaría con un viejo. Y poco a poco se quedó sola.
Los profesores se asombraron de saber que esa niña estaba comprometida, pero, aunque hacía tiempo que no oían de arreglos matrimoniales, aún existían familias que lo hacían, y considerando que los padres estaban de acuerdo, habrían elegido a alguien adecuado para su hija. Ella se centró en los estudios, y sus notas no sólo no bajaron, sino que subieron. Se esforzaba mucho en ser la primera de la clase. Ahora que sólo quedaba un año era la mejor de su curso, pero se había vuelto muy solitaria. Siempre aplicada, pero nunca con gente de su edad.
- Deberías apuntarte a alguna cosa para conocer más personas - le comentó su profesor después de la clase- ¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre?
Cristina se sonrojó momentáneamente. ¿En qué habría pensado?
- Leer, - el profesor miró su expresión, parecía pensar qué otras cosas- cocinar… si, leer, sobre todo. Y cocinar.
- Podrías probar alguna cosa nueva. – el profesor le tendió un folleto- estas son las actividades que tiene el instituto, y aquí tienes algunas con las que tenemos convenio en otros centros para que los alumnos más… adinerados, puedan gozar de estas actividades- era una de las chicas de la que más donaciones recibían. Ella no pareció darse cuenta de eso último, y directamente se fijó en el segundo montón, sólo por no tener que lidiar con los cuchicheos. Si quería algún amigo, debía estar lejos de sus compañeros
- Natación, esgrima, defensa personal, baile, hípica- leyó en voz alta. Había otros doce más. - ¿Puedo?
- Claro, son para ti. Hazme saber si algo te interesa.
Cristina los cogió todos y se fue de la tutoría. Miró uno por uno los papeles que le habían dado. Se quedó enfrascada en la lectura y siguió caminando de nuevo sin mirar. ¡PAF! Esta vez cayó encima de alguien.
- Disculpa- dijo una voz grave que ya conocía- no te vi, estaba mirando el móvil y… ¿Estás bien?
Cristina estaba roja como un tomate. Estaba encima de un hombre, del mismo que se había golpeado antes. Se intentó levantar rápido, pero todos los folletos habían caído encima de él.
- Perdón.
- Cristina ¿verdad? Ya van dos veces, debería tener más cuidado- dijo sonriendo. La ayudó a levantarse. - ¿Te vas a apuntar a alguna actividad?
- Eso pensaba, - dijo mientras se quitaba de encima de él. Parecía muy avergonzada- pero no sé cuál elegir. – recogió los que se caían al suelo.
- ¿Puedo? - dijo cogiendo uno- ella asintió. – Si fuera tú escogería éste. Le enseñó uno que ponía baile y en el que salía una mujer bellamente vestida junto a un hombre. – me da que te cuesta abrirte con las personas y te podría venir muy bien. Además, seguro que te mueves de maravilla- dijo mientras se limpiaba el traje. Hizo una pequeña reverencia, sonrió y se fue.
- ¿Baile? – miró el folleto. APRENDA BAILE Y DESTAQUE EN LAS NOCHES DE GALA - ¿de gala? – Ni siquiera sabía que lo había cogido
Esa tarde al llegar a casa le dio el folleto a su padre.
- Me han recomendado que me apunte a algo, he pensado en el baile.
- De pequeña te gustaba bailar. – recordó su madre.
- No me acordaba.
- Bueno, después de la situación financiera no te vimos bailar de nuevo. Creo que podrías pedirle a papá que le envíe la petición.
- ¿Puedo hacerlo yo?
La madre la miró un segundo, parecía la primera vez que estaba interesada en él. No le gustaba la idea de que su hija pequeña se casara con un extraño, pero se alegraba de que empezara a parecerle bien. Hasta ahora tenía la sensación de que se sentía forzada. Aun no podía entender por qué su hija había aceptado casarse con un desconocido, y seguía sin hacerle ninguna gracia, pero se alegró de ver que parecía comportarse de forma normal con él por fin.
- Claro, - dijo sonriendo forzadamente- puedes mandarle una carta.
- Mamá, me parece bien casarme con él. Tranquila, –sonrió- yo lo decidí.
- Si, lo sé hija, pero no puedo evitar preocuparme. No sé cómo es.
- Es buena persona. Me ha cuidado muy bien.
Cogió el folleto y se fue a la habitación. Tenía papel grueso y su pluma estilográfica. Desde que había aceptado el compromiso había recibido ropa buena, material de primera calidad y dinero para su manutención. Y muchos libros. Escribió la carta, siendo lo más educada posible y le pidió poder apuntarse a una actividad extraescolar. Baile, si le parecía bien. Estaba ilusionada, aunque en realidad hubieran elegido ese hombre por ella. Si iba a ser una esposa, estaría bien bailar con su marido. Si a él le gustaba. Si no, había otros folletos para elegir. Los metió en una carta y se la dio a su madre.
A Cristina no le habían interesado los chicos. No de esa forma, de la forma en la que decía su madre. Parecía preocuparle mucho que le gustara un chico, porque según ella sufriría mucho. Pero para Cristina no había nadie así. Nunca lo había habido. Así que no le pareció mal comprometerse. Ese hombre podía ser mejor opción. Seguro que era bueno, le había dado la oportunidad de seguir estudiando, y en un instituto al que no habría ido jamás. Había recibido ropa y materiales e incluso un dinero que podía gastar, aunque no lo había usado.
No sabía por qué ese hombre se había interesado en ella ni cómo, pero gracias a eso, ella tenía más de lo que necesitaba. Lo único que le preocupaba era esa sensación que había sentido al chocarse con ese padre, ese calor que conocía tan bien ahí abajo. Se puso roja. Tenía un marido, no debía sentir esas cosas con otras personas, pero era muy sensible y no esperaba caer encima de un hombre hecho y derecho. Cenó en silencio, absorta en sus pensamientos.
En la otra habitación los padres hablaban.
- Le ha escrito una carta, no creo que pase nada porque se la envíes.
- ¿Quiere hacer baile? - dijo mirando hacia donde sabía que estaba su hija. No le pegaba, siempre estudiando.
- Juan, se interesa por su prometido. ¿No te parece bien después de todo esto?
- Si claro, supongo. Se la enviaré. – salió de su habitación y fue al despacho. Copió la dirección del futuro marido de su hija y la metió en el buzón.
Unos días después, muy lejos de ahí, alguien abría la carta.
“A mi prometido:
En primer lugar, espero que goce de muy buena salud. Aunque aún no le conozco, sé que es un buen hombre, por lo que le deseo lo mejor. Esta es la primera vez que le escribo, espero dirigirme correctamente. Los estudios me van muy bien, y sus libros siempre me han gustado. Hace poco me recomendaron incluir en mi horario alguna actividad fuera del ámbito académico y he pensado que estaría bien apuntarme en baile. Le he metido dentro el folleto que me entregaron y otros más que me dieron, por si hay alguna opción que le guste más. Creo que es algo que debería saber, si le parece, y así algún día, poder bailar juntos.
Con los mejores deseos, y esperando conocerle,
Cristina”
Sonrió. Cogió pluma y papel y respondió brevemente. Metió la carta en un sobre e hizo pasar a su secretario.
- Quiero que la reciba en persona.
- Señor- hizo una reverencia y salió del despacho.
Estaba en clase de gramática cuando interrumpió la directora. Todos los alumnos se levantaron. La directora nunca entraba a clase.
- Cristina, sal un momento - todos empezaron a murmurar de nuevo, pero ella ni siquiera prestó atención. Le preocupaba más que había podido hacer mal. Salió con la directora. – Aquí tienes, ha llegado esta carta para ti.
- ¿De quién?
- Entra cuando acabes de leerla. Hasta luego.
¿La directora en persona se lo había entregado? ¿Qué ocurría? Abrió con cuidado el sobre, era precioso, y sacó la carta de dentro.
“Ya estás apuntada en baile. Agradezco tu carta, pero no merezco el halago. Pronto me conocerás.”
No estaba firmado, no ponía nada en el sobre, y parecía escrito a toda prisa. Era la primera vez que recibía algo de su prometido y leyó las tres cortas frases una y otra vez, intentando descifrar algo de él.
Miró a su alrededor. Ahora todos estaban en clase. No recordaba haberle halagado, pero entendió que el baile le gustaba. Fuera quien fuera, la directora había ido a entregarle una carta en persona, así que le debía al menos esforzarse ahora con el baile, como con los estudios.
Volvió a clase, guardando en el sobre la contestación. Le había gustado su letra, y pensó el resto del día en lo que conocía de él. Que era más importante de lo que había supuesto (la directora en persona le había traído la carta), que tenía una caligrafía preciosa, que pronto lo conocería, y que, quería bailar con él. La verdad, no era mucho.
Las clases no eran sencillas, llevar tacones y bailar a la vez no fue fácil de lograr. Practicaba los pasos, pero no había pensado que necesitara practicar tanto y aunque estaba empezando ya eran muchos movimientos. Pronto comprendió que tardaría mucho en ser una buena compañera de baile. Tendría que dedicarle tiempo, pero había descubierto que le gustaba. Por fortuna aún solo practicaba con la profesora, pero hablaba con otras chicas y empezaba a hacer amistades. Si volvía a ver a ese hombre con el que se había chocado, tendría que agradecerle su sugerencia.
Pasó un mes antes de volver a verlo. Había terminado de estudiar y se fue al aula de música a repasar sus pasos, como siempre que tenía un hueco hacía. Con los tacones parecía una mujer de verdad, se veía linda por primera vez, y lo mejor, nadie entraba allí. Se puso ante el espejo, y, fingiendo llevar un vestido, saludó cortésmente. Estuvo practicando los nuevos pasos fijándose en su postura reflejada que se mantuviera recta, cantando la canción que solían poner en las clases. Aunque ella no se dio cuenta, alguien la observaba.
Un hombre con chaqueta la miró atento. Parecía feliz bailando y cantaba de maravilla. Sonrió levemente. Estaba a punto de irse, sin molestarla, cuando al salir por la puerta del aula, alguien le vio.
- Perdone, ¿Qué hace por aquí? – dijo uno de los profesores al verle.
Cristina dejó de cantar. Alguien estaba observándola. Se quitó los zapatos, colocándose de nuevo los del uniforme, los metió en su bolsa y fue hacia la puerta. No quería que la vieran, tendría que explicarlo.
- Lo siento- oyó la voz temblorosa- No sabía que era usted. – esa voz era de su profesor de aritmética. Le vio hacer una leve reverencia, pero a quien se la dirigía estaba de espaldas a ella. No dijo nada y se fue, y tampoco pudo verle la cara.
- ¿Quién era? – preguntó, intentando evitar así que él le preguntara que hacía ella ahí
- Es el principal inversor de este instituto, bueno, en realidad es uno de sus dueños- dijo sin mirarla- y yo lo he confundido con un curioso- se le notó nervioso. Eso extrañó a Cristina, todos conocían al profesor de aritmética por ser un hombre serio y autoritario, y esa faceta le sorprendió.
El hombre salió de allí rápidamente. ¡Maldito profesor entrometido! Se fue enfadado a la reunión que tenía programada. ¿Y si le veía antes?
- ¿Qué ha pasado señor?
- Nada que no pueda arreglar de alguna forma. Empecemos. No tengo todo el día.
Los demás presentes se sentaron y empezaron a hablar, pero él seguía pensando en la situación. Siempre había sido un hombre muy celoso de su intimidad, y por tanto le encantaba pasar desapercibido. Nunca mezclaba su vida personal con la laboral, al igual que su imagen pública con la personal. Odiaba que se metieran en sus asuntos. Se colocó bien las gafas y discutió los problemas que iban surgiendo. Tenía que centrarse en el trabajo. Pero no pudo evitar recordar de nuevo la imagen de ella cantando.
Cristina se fue con la bolsa, aprovechando el nerviosismo del profesor. No se le había ocurrido preguntar qué hacía allí. En teoría estaba prohibido ocupar un aula sin petición previa y no quería manchar su expediente con algo así. Sabía que si tenía un parte su prometido se enteraría, y no quería que pasara. No podía permitirse el lujo de perder ese compromiso, no podía devolver el dinero que estaban invirtiendo en ella. Fue por el pasillo hasta los vestuarios, y dejó la bolsa en su taquilla. Tenía que conseguir que funcionara su relación con su futuro prometido, no que se estropeara incluso antes de conocerlo.
Salió para casa, ya se estaba haciendo tarde, cuando vio al hombre que le había ayudado a decidirse.
- ¡Usted!
- ¿Eh? - dijo girándose- A, Cristina ¿verdad? Sales muy tarde de estudiar, deberías cuidarte un poco, aun eres joven. – dijo sonriendo.
- Ya…- dijo cortada. ¿Por qué lo había parado? – Quería disculparme de nuevo por lo del otro día, le tiré todos los folletos, pero bueno,.... darle las gracias, me sirvió su consejo. – se puso roja.
- Me alegro. Veo que te sigue costando hablar con la gente. Perdona, me tengo que ir. – miró a la chica sonriendo, estaba como un tomate. - ¿Algo más? – dijo al ver como no se iba
- Aun no sé su nombre.
- Es cierto- sonrió y se fue.
Cristina se quedó ahí un buen rato parada. Él la miró desde el coche, hasta que arrancó. Justo en ese momento empezó a llover. Volvió en sí y corrió a casa. Se le había olvidado el paraguas. Ese hombre le parecía interesante, aunque no sabía por qué. Llegó a casa calada, preocupando a sus padres y hermano.
A la mañana siguiente despertó con fiebre.
- Mamá, ¿cuándo veré a mi futuro marido? – dijo mientras se tomaba la sopa
- Lo siento hija, pero se pactó que él tomaría esa decisión. Aunque cuando acabes los estudios en el instituto irás a vivir con él, así que como tarde dentro de unos ocho meses. ¿Qué te preocupa?
- ¿Por qué yo? – dijo mirándola.
- Tendrás que preguntárselo a él.
Se quedó dormida.
- Deberíamos decirle algo Juan, tiene derecho a saberlo.
- Nos pidió que fuéramos discretos. Mira cómo se pudieron sus compañeros cuando descubrieron que estaba prometida. Ahora está feliz con las clases de baile, se la ve contenta. ¿Te imaginas lo que sería para ella su último curso si vuelve a filtrarse información? Es mejor que se lo diga él.
- ¿Hace cuánto no ves al padre?
- Desde que formalizamos el compromiso.
- No sé... ¿Has oído lo que dicen de su hijo?
- No podemos hacer nada a estas alturas.
Cristina descubrió con asombro que quería volver a ver a ese hombre. Fuera quien fuera, de cierta manera le gustaba estar con él. Cuando estaba cerca, no podía controlar su cuerpo y eso le hacía sentir una vergüenza enorme, pero por otra parte era un hombre muy agradable con el que parecía sencillo hablar. Aunque si ya su cuerpo se ponía así con un desconocido, ¿cómo iba a enfrentarse a su marido? Era lo suficientemente mayor para saber que tendría que estar en la intimidad con él, y si no era capaz de controlar su cuerpo con el primer hombre que se cruzaba en su vida, no sabía cómo aprendería a controlarlo. Seguro que su futuro marido era más guapo que él. Ya estaba pensando en él. No, no podía ser, ese hombre seguro que estaba casado, si no lo estaba seguro que tenía una novia y si no, daba igual, porque ella si estaba comprometida. Y nada iba a cambiar eso.
A la semana siguiente, subiendo las escaleras hasta el piso de su clase, mientras pensaba en cómo sería su marido de nuevo, oyó que unas chicas del pasillo cuchicheaban. Se habían parado delante de la sala de reuniones con interés, formando un círculo, y por un momento, pensó que otro famoso iba a ingresar en la escuela, hasta que estuvo lo suficientemente cerca.
- Es el señor Durán. Si, el dueño de toda la zona central y los hoteles nuevos, dicen que está comprometido con una mujer, pero nadie la ha visto jamás.
- ¿Quién? - dijo acercándose.
- Cristina, es el principal dueño de este complejo, de casi todas las empresas hoteleras de la zona del centro y eso con menos de 29 años.
- Si, he oído hablar de él en las noticias. El profesor de aritmética se lo cruzó el otro día y le vi de espaldas. Parece que impone mucho- dijo recordando la cara de su maestro
- ¡Claro que impone! Está ahí, hablando con la directora. Parece ha pasado algo serio – sí, no había duda, era él. Reconoció la chaqueta. – dicen que es como un hielo y que, aunque es un gran hombre de negocios tiene el corazón de piedra. Incluso lo comparan con un demonio.
- ¿Con un demonio? ¿Quién se casaría con el?
- Ya está comprometido. Probablemente no podía encontrar a alguien. O a lo mejor es por negocios, con alguna gran fortuna. ¿Te imaginas tener que estar con alguien asi? - dijeron.
La conversación dejó de interesarle. Miró como se iban, hasta un despacho. Luego se metió en su clase, mientras sus compañeras, aun fuera, intentaban adivinar quien sería la desafortunada que se casara con él.
La directora intentaba explicarse.
- Lo siento señor, Marcos no quería molestarle.
- No me gusta tener que lidiar con estas cosas. Si vuelve a ocurrir algo parecido hágale saber que no volverá a ejercer su profesión en este país. - dijo serio. Su mirada siempre infundía respeto
- Si, señor, disculpe señor. – la directora salió cabreada. ¡Qué gilipollas el de aritmética! Y ella ahí para defenderle, su reputación quedaría fatal si un profesional contratado por ella acababa siendo expulsado por el principal inversor de su escuela. Se iba a enterar. ¡Qué coño le había dicho a ese hombre? ¿Es que no sabía con quién trataba?
Al señor Durán no le gustaba tener que estar entre tantos niños. Nunca le habían gustado. No era profesor ni quería serlo. Además, siempre se le había dado fatal lidiar con los adolescentes, incluso cuando era uno de ellos. Y, por si fuera poco, esa chica podría estar ahí. Llamó a su ayudante, exasperado. No serviría de nada expulsar al profesor, pero no soportaba las situaciones que se escapaban de su control.
- A lo mejor hay que adelantar las cosas. ¿Cómo va la casa? No, no es necesario. Ya me ocupo yo. – colgó enfadado. Aún tres meses.
Se fue al edificio donde trabajaba, frustrado. Ahora no podría volver ahí, por lo menos no de esa forma. Pero tres meses era mucho tiempo para esperar a la convivencia, con verla era sencillo entender que tendría problemas con el innombrable. Podía salir algo mal, y su padre no se lo perdonaría. Su hermano era todo lo que él no.
- ¿Qué tal le va en las clases de baile?
- Está muy contenta, parece estar haciendo amigos...
- No te estoy preguntando eso Héctor- dijo, cortando a su secretario
- Parece ir progresando en la técnica. Tienen un baile a final de curso como conmemoración. Se esfuerza mucho.
- Bien. En cuanto al tema de mi hermano, parece que ha estado por ahí merodeando.
- Sabe la situación señor. No diría nada.
- Eso no es lo que me preocupa, lo conozco muy bien y no quiero problemas con ella.
- No se atrevía, tu compromiso es de hace ya cinco años.
- Si, pero antes era una niña. Ahora es distinto, quiero que no le quites ojo.
El secretario esperó. Los dos hermanos eran como la noche y el día. Y por mucho que no quisiera reconocerlo, era cierto que a su hermano menor le encantaban los problemas.
- Creo que sería buena idea que conociera a mi padre. Así allanará el terreno.
- Si señor- hizo una reverencia y salió del despacho.
Llamó a un teléfono nada más salir.
- Si, soy yo. Me ha pedido que conozca primero a su padre. Si, estaré a la espera, sí, yo lo organizo, no se preocupe.
Tres semanas después Cristina recibía una nota inesperada. Le acompañaba un vestido precioso.
"Sería un estimable placer si me acompañara esta noche a cenar para hablar de mi hijo con mi futura nuera.
Mi coche particular le recogerá mañana a las ocho para cenar y la llevará de vuelta a su casa tras la reunión.
Fdo. Sr. Durán
P.D. Tengo entendido que es de tu talla."
¿Señor Durán? ¿De qué le sonaba eso? Si, había oído hablar de él no hacía mucho, el señor frío como el hielo, el demonio. Qué raro. Se lo enseñó a su madre que leyó seria la carta.
- Me imagino que esa es la ropa para ir. - dijo mirando la caja blanca que había traído el mensajero a casa- Procura avisar en la academia de que vas a faltar. Y recuerda dar buena impresión- dijo sin mirarle a la cara, absorta en la nota, como si pudiera ver algo más que a ella se le escapaba.
- Si mamá.
Cristina fue a la habitación. ¿Los Durán le iban a presentar a su marido? Debía ser alguien muy bien relacionado. No esperaba que tuviera alguna relación con esa familia, pero si podía pagar ese colegio y todos esos libros no podía ser una persona pobre. Siempre había echado de menos cuando iba a ese colegio como una más, pero en cuanto había aceptado el compromiso había tenido que sacrificar muchas cosas por él.
La madre entró en la habitación donde se encontraba su marido.
- ¿Pero qué has hecho? – dijo despertándole.
- Mmm… ¿Qué he hecho ahora? - dijo aun adormilado.
- La ha convocado sola. Lee la carta.
El hombre se desperezó como pudo, aun sin entender y se puso las gafas. Una carta del viejo Durán. Recordaba su letra. Quería conocer a Cristina. Bueno, en unos meses su hijo pasaría a ser su yerno. Aún no entendía por qué, pero tenía sentido que quisiera conocerla primero.
- Mujer, es normal que quiera conocer a su nuera. Y va a poner un coche a su disposición. No deberías preocuparte tanto, ya tiene casi dieciséis.
- ¡Y qué! No me parece bien que vaya sola.
- No irá sola. Y además no podemos ponerle pegas. Lleva haciéndose cargo de su manutención casi cinco años ya. Lo mínimo es confiar en que será un hombre de honor. – dijo serio. La madre no se calmó.
Arriba Cristina sacaba el vestido. Era precioso. Estaba nerviosa por el día que le esperaba, pero ese vestido le parecía tan bonito que incluso la bella mujer del folleto de baile habría tenido envidia de ella. ¿Conocería a su marido entonces? Los padres siempre habían sido reacios a hablarle de él, así que no había preguntado. Tampoco es que fuera especialmente curiosa, confiaba en ellos.
Se metió en la cama, pero no durmió nada bien. Al día siguiente se levantó con una cara tan mala que parecía que se había ido de marcha. Por desgracia para ella, casualmente ese día volvió a encontrarse con ese hombre.
- ¿Qué te pasa? ¿Acaso has estado llorando? Tienes ojeras. Deberías cuidarte más o harás preocupar a tus padres- dijo sonriendo.
- No, estoy bien, sólo me acosté tarde anoche.
- Bueno, procura descansar algo a media mañana. Nos vemos pronto- gritó al irse. ¿Pronto?
Fue a clase, pero hoy historia era demasiado pesada para ella, y entre el sueño y el nerviosismo por esa noche, no podía centrarse. ¿No se suponía que se conocerían al acabar ella el curso? ¿Y ese hombre que se negaba a decirle su nombre, a qué se refería con luego? Mañana tenía examen y no había dormido nada bien.
- Cristina, ¿Me estás escuchando?
- Perdón ¿Qué?
- La guerra mundial Cristina. ¿Qué originó la guerra mundial?
- ¿La primera o la segunda?
Unos alumnos se rieron.
- No sé qué te pasa hoy, pero como vas muy avanzada voy a dejarlo pasar. Ve a la enfermería cuando acabe la clase, y espero que mañana sepas responder correctamente en el examen o me dará igual que hayas sacado buenas notas este curso. Ahora atiende y deja de dormir.
- Perdón profesor.
Tras la clase salió y fue a enfermería. La mujer le hizo pasar en cuanto le vio la cara.
- Sólo es agotamiento, les pasa a muchos en época de exámenes. Túmbate en esa camilla, te pondré las cortinas para que no te molesten.
- Gracias. – En cuanto le dio unas pastillas para el dolor de cabeza, se quedó dormida.
No tardó mucho en entrar un hombre ahí dentro. Llevaba unas gafas estilosas y una chaqueta hecha a medida. La enfermera hizo un breve reverencia al verle.
- ¿Qué ha pasado? Sé que está aquí.
- Buenos días, ya la he revisado. Parece que esta noche no ha dormido mucho. Estará bien, le he dado unas pastillas para que duerma plácidamente. Le avisaré cuando se recupere.
- Cuídela bien, ella es muy importante.
- Si señor.
La enfermera miró como se iba y dirigió una mirada a Cristina. Si no fuera por la confidencialidad, le habría preguntado que tenía de especial para él. Aunque, tuvo que reconocer, imponía demasiado como para que se hubiera atrevido. No tenía claro que fuera respeto. Esa mirada le daba más miedo que otra cosa.
Cuando se despertó eran cerca de las dos. ¡Había dormido todo el día! Vio a la enfermera sonreír a su lado.
- ¿Ya estas mejor?
- Si, gracias. Pero se me ha hecho tardísimo.
- Tranquila, me aseguré de avisar a tus profesores, todos podemos necesitar un descanso. Cuídate, ¿Vale? Y no fuerces tu cuerpo, aún eres joven.
- Si, claro. Muchas gracias. – dijo bajándose de la camilla. Recogió sus cosas y se fue al comedor.
- ¡Estas bien? Llegaste con una cara, que parecía que te habían sacado la vida- se acercó una compañera. Una de sus amigas le había pedido que le sacara información.
- Me quedé repasando hasta tarde. – dijo- no debí haberme acostado de madrugada.
- ¡Qué susto nos diste! No aparecías por ninguna clase y los profesores no decían nada. Ya sacas las mejores notas, intenta descansar o no llegarás a casarte - que triste esa chica, seguro que no había podido dormir por estar comprometida con un viejo.
Cristina sonrió. Era cierto, tenía que centrarse. Hoy tenía la cena con el señor Durán y debía estar tranquila. Terminó de comer y fue a gimnasia. El día pasó sin más inconvenientes, y tras las clases de la tarde fue a casa caminando. Había llamado a la profesora de baile para avisar de que no podía ir, pero pareció estar enterada.
- Si, nos han llamado antes, no te preocupes, la semana que viene recuperas la clase.
- Gracias. - ¿también se habían molestado en hablar con la profesora?
Llegó a casa y se dio una ducha. Se lavó el pelo, puso crema y maquilló para evitar que se le vieran las ojeras, que aún se podían entrever. Miró el vestido de la cama de color claro y se asombró de lo que le gustaba. Era precioso, y el corte le favorecería. Se lo puso abrochándose el lateral, y se colocó sus tacones claros. Los pendientes y ya estaba lista.
Bajó las escaleras y la madre sonrió al verla.
- Estás guapísima Cris- dijo su hermano al verla- si no le gustas es un tonto.
- ¡Juan! No digas esas cosas. Estás preciosa hija.
- Gracias papá.
- Haz que nos sintamos orgullosos.
- Si papá.
Cristina se miró al espejo. Parecía otra persona. Era la primera vez que se veía tan guapa. El hecho de ser tan desarrollada a su edad la había acomplejado, pero ese vestido le favorecía, y al no tener un gran escote, se sentía cómoda llevándolo. Además, la caída del vestido estilizaba su cuerpo. Nunca le habían gustado sus piernas, así que le pareció acertado que el vestido las tapara. Llamaron a la puerta y un chico de unos veinte años preguntó por ella.
- Ya está el chófer cariño. Avisa a Cristina
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