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Un Arsenal Peligroso

Prólogo

El sonido de los disparos irrumpe en la tranquilidad de la tarde, terminando con la paz que reinaba en el lugar. Bajo la mirada y veo a dos hombres muertos a mis pies. La sangre lentamente se acumula bajo ellos. Cierro los ojos y un grito desesperado sale de lo más profundo de mí.

–¡¿Hasta cuándo?! –pregunto gritando a los cuerpos y los pateo con toda la fuerza que tengo–. ¿Hasta cuándo? –vuelvo a preguntar sin respuesta.

Guardo el arma en mi chaqueta y me alejo del lugar. Llego a mi auto, me subo y comienzo a manejar hacia mi hogar, si es que se le puede llamar así.

Golpeo el volante con fuerza.

–¿Hasta cuándo? –vuelvo a preguntar y sé la respuesta.

Hasta que nos maten a todos.

La desesperación me consume. El dolor y la tristeza me aprietan la garganta dificultándome el respirar. Este último mes ha sido un infierno para nuestra familia. Nuestra vida era tan tranquila. Tranquila para una familia que se dedica al tráfico de armas. Convivíamos con peligro, pero era parte del trabajo. Existía comunión entre las familias que se reparten el mercado, y además, como bien decía el abuelo, la competencia te hace mejorar. No éramos amigos, pero nos respetábamos, nunca hubo un problema mayor.

Hace un mes, un nuevo líder asumió en la familia de los Rodríguez, y todo se fue a la mierda. Se propusieron acabar con la competencia. Reclutaron hombres, y antes de dos semanas acabaron con los integrantes de la familia Herrera, lo que fue sorprendente ya que eran muy buenos y respetados por todos. Luego comenzó el

infierno para los Guerrero, mi familia. Acabaron rápidamente con dos de mis tíos, sus esposas y sus hijos, mis primos. Mi papá reaccionó rápido y ocultó a mamá. Mi tío César, el único que quedó vivo junto con papá, no quiso separarse de sus hijos, mis primos de once y cinco años, y se fueron a instalar con nosotros. Fue una suerte que ese día los niños no se encontraban en la casa, porque lo que pasó nunca lo olvidaré.

Estábamos discutiendo cuáles serían nuestros pasos a seguir cuando ocurrió. Escuchamos ruido afuera, mi hermano y yo nos miramos y reaccionamos rápido, abrimos la habitación oculta detrás del librero y sacamos armas para proteger a la familia. Estábamos en eso, cuando escuchamos los disparos. Eran cinco hombres armados

hasta los dientes, nos vieron y comenzaron a disparar. Nos protegimos con las repisas y devolvimos el fuego. Fue una suerte que tuviéramos las Uzi en esa habitación. Acabamos rápido con ellos. Nos miramos con Christian y sonreímos, pero luego escuchamos los quejidos. Caminamos hacia el salón y lo que vimos me acompañará hasta el día que muera.

La cabeza de mi tío estaba destrozada con los impactos de los disparos, pero lo que más me dolió y me hizo entender que estábamos pérdidos fue cuando vi a mi padre, luchando por un respiro mientras la sangre salía de su boca. Nos acercamos a él y tomamos su mano. Nos miró con amor y tristeza, luego de unos segundos, murió.

El hombre que significaba el mundo para mí, dejó de existir por culpa de esos malnacidos.

Estuvimos junto a él mucho tiempo, ni Christian ni yo queríamos movernos del lado de papá. Lo peor de todo fue decirle a nuestra mamá lo que pasó. Recuerdo su expresión, siempre lo haré. La luz y la alegría en sus ojos se apagaron, luego lo único que hizo fue llorar sobre mi hombro. La sentí pequeña y vulnerable en mis brazos. Mis papás se desvivían el uno por el otro, se amaban como sé que nunca yo lo haré, siempre admiré su relación. Nunca he sentido algo así de fuerte por alguna mujer, para mí son sólo un pasatiempo, nunca me acosté con la misma dos noches seguidas, me aburren, sólo las uso para matar el rato. Sé que a mis padres siempre les ha preocupado mi comportamiento, que, a mis treinta y un años aún no tenga una relación seria, pero no tengo tiempo para esas boberías, menos ahora. Lo más importante es mi familia, lo que queda de ella. Todo lo demás no significa nada para mí.

En el funeral de mi papá juré sobre su tumba que nadie tocaría a mamá, ni a mi hermano y mucho menos a mis primos. También le juré que vengaría su muerte, aunque fuera lo último que haga en mi vida. Christian también lo hizo.

Estas últimas semanas han sido difíciles, sólo estamos nosotros con mis primos. A mi mamá la mantenemos oculta en una localidad a varios kilómetros de la ciudad. Mis primos no quisieron alejarse de nosotros, debido a eso, hemos triplicado la seguridad de ellos. Cada vez que salimos estamos expuestos, hasta ahora hemos salido ilesos, pero están agotando nuestras fuerzas y recursos. Continúo por inercia, he acabado con varios de los hombres de los Rodríguez, pero cuando mato uno salen cinco, son como unas malditas cucarachas. Es imposible.

Me pregunto cuánto más resistiremos. Estamos perdiendo, lo sé. Únicamente el juramento que le hice a papá me mantiene en pie, pero no me engaño, sé que es cosa de tiempo. Ya no siento nada, estoy distanciándome de todo lo que me hace humano. Mis sentimientos están congelados, el instinto de supervivencia es lo único que me mantiene respirando. El asesino en mí está al mando y siento que me ahogo en la oscuridad. Sólo soy capaz de sentir odio hacia los Rodríguez, y miedo por lo que le pueda pasar a lo queda de mi familia.

Si algo me pasara a mí hoy, sólo sentiría dejarlos desprotegidos, no hay nada ni nadie que me haga querer vivir y luchar, ya no hay esperanza para mí. De todas maneras, es mejor así, si muero hoy, me iré tranquilamente. No me gusta en lo que me estoy convirtiendo; un monstruo que sólo vive para matar.

Esto no es vida, es una puta pesadilla.

Miro la hora al llegar a la casa, los chicos aún están en el colegio. Eduardo los pasará a buscar con sus hombres, es la única persona junto con Christian a quién le confiaría la vida de mis primos.

Veo a Christian dejarse caer en el sofá, yo hago lo mismo. Ve la sangre en mi camisa por la pelea reciente, pero no pregunta, sabe lo que pasó. Ha sido así en el último tiempo.

El silencio se apodera de la sala, nadie habla. De todos modos, no hay nada que decir.

El celular de Christian interrumpe el silencio. Lo saca de su bolsillo y contesta. Habla un buen rato, pero no tengo la energía para prestar atención. Sin embargo, eso cambia cuando lo veo patear la mesa de centro.

Me pongo en alerta de inmediato.

–No nos interesa estar en la red de El Emperador –espeta furioso–. Bueno, entonces pueden comprarles a otros. –Escucha otro rato. Está molesto, me doy cuenta–. No hay nada más que hablar –sisea y corta.

–¿Qué te pasa? –pregunto.

–Un cliente que estaba exigiendo que contáramos con el respaldo del El Emperador, ¿lo puedes creer? Este tipo está controlando todos nuestros negocios.

–Sí, es increíble lo que ha logrado. Pero podemos solos, lo sé. No necesitamos ese tipo de publicidad. No lo quiero cerca de nosotros –digo.

Christian asiente de acuerdo conmigo.

–Está construyendo un imperio. En poco tiempo más nadie venderá nada sino pasa por él. Es ridículo, todos le temen. Nadie se atrevería a estar en contra de El Emperador. Como odio a la gente con poder –dice Christian furioso y sigue despotricando en contra de El Emperador y lo que provoca en los demás.

Una idea cruza mi mente.

–¡Eso es! –le digo, logrando que me mire curioso.

–¿Qué cosa?

–El Emperador, eso es lo que necesitamos.

–No. Te lo dije, no quiero a esa mierda en nuestros negocios –espeta furioso.

–No en nuestros negocios, estoy de acuerdo contigo sobre eso. Lo necesitamos para mantener a los Rodríguez a raya. –Me mira, no entendiendo nada–. Christian, tú lo dijiste, todos le temen a El Emperador. Si está de nuestro lado los Rodríguez no se atreverán a atacarnos, ¿no lo ves? Es nuestra única oportunidad de que nos den un respiro para poder reunir fuerzas y atacar –le explico.

Se sienta, meditando mis palabras.

–Sí –dice después de un rato–. Entiendo tu punto, pero, ¿cómo lograrás eso? No tenemos nada que ofrecerle.

–No lo necesitamos a él. Tiene dos hijas, ¿cierto? –le pregunto. Asiente confirmando, mirándome con reserva–. Me puedo acercar a una de ellas y tratar de convencerla de que nos ayude. Tal vez lo logre.

–No lo sé, Christopher. Para empezar, es sabido que las hijas de El Emperador están muy protegidas, tienen seguridad a todas horas y creo que no tienen idea quién es su padre ni el tipo de negocio que hace.

–No creo eso. Lo siento, pero tiene que ser una fachada. Te aseguro que lo saben. –Me mira dudando–. Christian es nuestra única oportunidad. Averigua todo lo que sabes de la familia de El Emperador, tú sabes cómo. Cuando tengas lo que necesito sabré cómo actuar.

–Está bien, averiguaré –dice poniéndose de pie, antes de desaparecer por el pasillo con dirección a su oficina, donde tiene sus computadoras y dispositivos.

*****

Luego de acostar a mis primos, me dirijo a la sala, Christian está esperándome con varios papeles en sus manos.

–Esto es lo que sé –dice mientras me siento en el sofá–. El Emperador tiene una mujer, Laura De la Hoz, ya sabes, creo recordar decir al abuelo que trabajaban juntos. –Asiento. Recuerdo las historias del abuelo, es cierto, trabajaban juntos, así se conocieron–. Luego tuvieron a su primera hija, Jess González De la Hoz, quien hoy tiene 28 años y trabaja como contadora en una oficina en el centro. Cinco años después tuvieron a su segunda y última hija, Alicia González De la Hoz. Hoy tiene 23 años y estudia Fonoaudiología en la Universidad. –La descarto de inmediato. Es muy joven y probablemente tenga más seguridad–. Como lo ves, no creo que sepan nada. He revisado sus cuentas bancarias, nada extraño ahí, hasta revisé por cuentas en el extranjero y nada. Viven en un barrio tranquilo, la mayor trabaja de lunes a viernes en su oficina y la menor va a la Universidad. Christopher algo me dice que no saben nada. –Me mira muy serio–. No quiero pensar qué haría El Emperador si se entera que acudiste a una de sus hijas y le contaste la verdad.

–Christian tienen que saber, tienen seguridad, ¿no? En algún momento tienen que haberse dado cuenta –digo, pero Christian sigue negando con la cabeza. Está indeciso, pero no me importa, necesitamos esto–. ¿Qué más tienes? –le pregunto.

Me entrega una foto. –Esa es la mujer de El Emperador. –Observo la foto de una atractiva mujer que aparenta tener entre treinta y treinta y cinco años, pero sé que tiene más de cuarenta. Me pasa otra–. Alicia –dice. Es una niña linda, se parece mucho a la foto de la mujer de El Emperador–. Esta es Jess –prosigue, pasándome la foto.

Me congelo al ver la última foto. La mujer que aparece en ella es hermosa, deslumbrante. Mi boca de pronto se seca. Trago con dificultad.

–Aquí hay más fotos de ellas –continúa Christian, obligándome a apartar mis ojos de la foto.

Tomo las fotos y las paso rápidamente hasta que encuentro más de Jess. Siento añoranza cuando miro sus fotos, no entiendo el porqué. En la última que veo está sonriendo. Su sonrisa ilumina su rostro. Verla así, me hace sonreír también, no lo hacía desde la muerte de mi papá. Dios, es muy atractiva. Observo sus labios y me pregunto cómo sería besarla. Mi cuerpo se enciende en un segundo. Sacudo mi cabeza y alejo mis ojos de ella, no entiendo qué me pasa.

–Gracias, hermano, creo que la mejor opción es Jess. La vigilaré por un tiempo. Luego decidiré qué hacer.

Christian asiente, aún indeciso, pero decido pasar de él.

Tomo las fotos de Jess y las llevo conmigo a mi cuarto.

La miro con detenimiento, y con cada segundo que pasa la encuentro más cautivante. ¿Tendrá un hombre en su vida? Christian no dijo nada, si tuviese a alguien lo hubiese dicho, ¿cierto? Espero que no tenga a nadie y si tiene, siempre puedo eliminarlo. No quiero a nadie rondándola. La necesito con urgencia... La necesitamos, me corrijo rápidamente. Esto no es sobre mí, es sobre mi familia. Sin embargo cuando veo esos ojos, sé que no estoy siendo sincero. Quiero verla, necesito verla a ella, las fotos no son suficientes.

Mañana la vigilaré y después de un tiempo prudente, veré si puedo correr el riesgo de solicitar su ayuda. Sí, eso haré.

Me quedo dormido mirando su hermosa sonrisa.

****

Despierto feliz como hace tiempo no lo hacía. Primera noche desde que murió papá que no tengo pesadillas. Jess se coló en mis sueños toda la noche, fue muy agradable y placentero. Sonrío con esperanza, un sentimiento que pensé que no volvería a sentir.

Hoy la veré.

Jess

Camino por la avenida Libertad rumbo a mi oficina, como lo hago todos los días desde que puedo recordar. Tal vez debería cambiar mi recorrido para hacerlo distinto, pienso distraídamente mientras veo a la gente pasar.

Dejo de pensar en eso, cuando en mis audífonos suena mi canción favorita de Johnny Cash. Canto mientras avanzo para hacer más entretenido el viaje de veinte minutos. Podría venir en mi auto, pero me gusta caminar. Además, es el único ejercicio que hago.

Mientras canto pienso en lo que tengo que hacer hoy. Tengo dos reuniones y debo subir unas facturas al sistema. Quizá debería adelantar las liquidaciones de sueldo de algunas empresas. Voy tan distraída organizando mi día que casi choco con alguien.

Levanto la mirada y veo a un hombre en sus treinta con una mirada un tanto burlona.

–Disculpa –le digo y trato de esquivarlo, pero al momento se vuelve a poner frente a mí, evitándome el paso.

Intento moverme de nuevo, pero repite el movimiento.

Suspiro cansada, es una de esas veces cuando te pones a bailar una especie de vals con un extraño en la calle, sin embargo, en este caso, tengo la impresión de que es intencional.

Ya irritada, me cruzo de brazos y lo miro a la cara. Su expresión ahora es de diversión, mientras eleva una ceja. Lo que me hace volverme precavida y un poco muerta de envidia porque siempre he querido hacer eso.

Le digo con la mirada algo amenazadora, espero, que deje su juego, aunque fallo rotundamente, ya que al mirarlo quedo maravillada en el verde de sus ojos. Unos hipnóticos ojos del mismo color del pasto sintético. Lo observo bien y decido que es el hombre más atractivo que he visto en mi vida. Es alto, más de un metro ochenta y cinco, tez blanca y un cabello oscuro y alborotado, que me provoca querer pasar mis manos en él. Su sonrisa de medio lado lo hacer ver tan atractivo, que tengo que reprimir un suspiro. Su nariz es recta y perfecta, y sus cejas oscuras enmarcan un rostro impecable. Sin embargo, lo que más me gusta son sus ojos verdes y risueños, con un brillo de peligro en su mirada.

Una alarma en mí comienza a sonar con brío, advirtiéndome del peligro, pero decido ignorarla.

Sigue mirándome, divertido. –Esto parece un baile –dice y ríe. Una risa profunda y masculina.

Sonrío a mi vez, y doy un paso hacia mi derecha, dejándole espacio para que continúe su camino.

Sonríe.

–Pensé que seguiríamos bailando –susurra divertido–. Es una lástima –agrega y vuelve a reír. Ese sonido maravilloso que me recorre la columna, vertebra a vertebra.

Le sonrío tímidamente antes de continuar, algo triste porque ya no volveré a verlo. Mientras camino, miro hacia atrás. Lo veo atravesar la calle y doblar, desapareciendo así de mi vista. Su gracia al moverse me hace sentir desgarbada y torpe.

Después de aquel encuentro mis días continúan su curso, igual que siempre. Ningún hombre con hermosos ojos verdes interrumpe mi caminata… lamentablemente.

Cada día al pasar por ese lugar, recuerdo mi encuentro fortuito con ese desconocido, y me siento triste, ya que probablemente no lo volveré a ver.

*****

–¡Estaba muy buena! –exclama con alegría mi amiga Alex, después de la última película que acabamos de ver.

–Tenemos que ir a ver la secuela –digo, porque es verdad que estaba impresionante–. Ojalá que Seth no muera, es el mejor personaje de todos.

–No lo creo, el mejor de todos es Cristian –replica Alex como es su costumbre. Nunca coincidimos.

Continuamos divagando sobre eso, hasta que llega el momento de decir adiós e ir por caminos separados. Una vez sola me percato de la hora. No es que sea tarde, pero como estamos en invierno, por lejos mi estación más odiada, está lo suficientemente oscuro. Apresuro mis pasos para llegar lo antes posible a mi casa.

Acorto por calles un poco menos transitadas con un café caliente como meta. Estoy en eso cuando recibo una llamada de casa. Mi hermana me dice que van a salir con mamá y que volverán pasada la media noche. Corto y como ya no me es tan satisfactorio llegar a una casa vacía, decido pasar a un café que me queda en el camino.

Al entrar al local pido de inmediato un capuchino de vainilla con galletas. En menos de cinco minutos me traen mi orden.

Estoy en lo mejor tomando un sorbo de mi capuchino cuando suena mi teléfono. Lo veo y decido contestar ya que se trata de un cliente importante. Luego de los saludos me dice que ya tiene la clave de la página que le solicité. Busco la agenda en mi cartera para anotar, y cuando la tengo comienzo con la búsqueda del lápiz, siempre se me pierde. Cuando estoy en eso veo ante mis ojos un lápiz que alguien me facilita. Tomo nota, me despido de mi cliente y luego alzo la vista para devolver el lápiz.

Jadeo sorprendida al encontrarme con una sonrisa burlona y suficiente. Intento hablar, pero no puedo, estoy en shock. Malditos nervios.

–Nos volvemos a encontrar. Tú como siempre distraída, ¿no?

Maldita sea tiene razón, nunca presto atención a lo que me rodea. Sigo sin decir nada, sólo lo miro.

Le entrego el lápiz y hace un gesto de rechazo.

–Quédatelo, a ver si este no lo pierdes –dice con su sonrisa de medio lado.

Estoy entre molesta y divertida por su atrevimiento.

–No los pierdo, sólo no recuerdo dónde los dejo –consigo decir cuando al fin me sale la voz.

Ríe con mi explicación.

–Eso, cariño, es la definición de objeto pérdido.

Antes que diga otra cosa, se sienta al frente de mí. ¡En mi mesa y sin autorización! Me mira serio, su sonrisa perdida.

–En realidad quiero hablar contigo. Te estaba siguiendo. Necesitamos tu ayuda, Jess.

Jess

Espera, ¿qué?

–Espera, ¿qué? –digo en voz alta, porque pensarlo no creo que me traiga ninguna respuesta. Aunque por mi vida, no podría decir qué es lo que quiero que me explique, si lo que dijo de “necesitamos tu ayuda”, “te estaba siguiendo” o el perturbante hecho de que sepa mi nombre.

Claro que lo del nombre se podría explicar por el hecho, de que para empezar, me estaba siguiendo.

¡Oh, no! Y si en verdad me estaba siguiendo, ¿qué es lo que puede saber de mí? Seguramente me vio tropezar, ¿por qué soy tan torpe? Eso no importa, ME ESTABA SIGUIENDO. Y eso es algo que no puedo pasar por alto.

Me estoy volviendo un poco loca aquí.

–Que necesitamos tu ayuda –dice respondiendo obviamente a mi pregunta. Así que dejo de pensar tanto y la reformulo para poder recabar más información.

–¿Quiénes y por qué me necesitarían?

Ves, ahí, eso está mejor.

Me mira con una expresión aún más seria, si eso es posible.

–Bueno, no hay manera de decir esto bien, así que sólo lo diré. Soy un Guerrero.

Ok... como si eso significara algo para mí. Espero un momento a que continúe, pero no lo hace. Hago un movimiento con mi mano, haciéndole saber que quiero que continúe.

Suspira antes de hablar: –Supongo que estás más protegida de lo que pensé. Soy como tú, pero diferente –dice. Lo que me hace pasar de confundida a un estado aún más confuso, si es posible. Debe mostrarse en mi expresión porque su cara se suaviza y continúa–. Soy un Guerrero –dice de nuevo–. Mi familia se dedica al tráfico de armas –declara por último con una voz sombría.

Comienzo a mirar a todos lados, para ver si alguien escucha este sin sentido que estoy presenciando. Y siendo honesta, busco la cámara escondida y espero que en cualquier momento algún famoso salga explicando la situación, que está haciendo una tonta nota para un tonto programa de televisión. Sin embargo, nada pasa. Los

segundos se convierten en minutos y el tipo está cada vez más serio y ya no puedo controlarme más.

Sí, señores, es ahí donde me viene un ataque de risa, de esos que no puedes parar, con lágrimas en los ojos. La gente comienza a mirarme, extrañada. Trato de controlarme, Dios sabe que lo intento, pero es peor. Mis carcajadas aumentan cada vez más.

De repente me toma el brazo, bruscamente.

–No sé si eres buena actriz o realmente no sabes nada, que es precisamente lo que mi familia teme –masculla.

Rio con más fuerza aún, pero viendo un brillo de advertencia en su mirada, me calmo.

Pido la cuenta, aún sin terminar mi café, mientras él me observa en silencio. Pago y salgo del lugar. Ya en la calle agradezco el aire frío de invierno, por primera vez en mi vida, para aclarar mis pensamientos. Él me sigue y yo me dirijo a casa, pero me detengo, no quiero que sepa dónde vivo.

Lo miro y le pido que comience por el principio y que por lo menos me diga su nombre, a lo que asiente.

–Sé dónde vives y sabemos que estarás sola hasta pasada la media noche. Así que vamos a tu casa. Te llevo, tengo aparcado el auto cerca.

Aquí, en este preciso momento, empiezo a sentir un miedo intenso, pero por algún motivo que desconozco, necesito saber que me tiene que decir.  Así que acepto y lo sigo.

Luego de un momento de seguirlo, me detengo nuevamente.

Se vuelve hacia mí, impaciente.

–¿Ahora qué? –pregunta.

Le digo que prefiero ir caminando porque no lo voy a dejar entrar en mi casa, todavía no por lo menos, no importa que tan atractivo resulte. Sabe demasiado y me siento muy en desventaja. Creo que tiene ganas de discutir, pero luego acepta. Caminamos media cuadra, uno al lado del otro, antes de que empiece a hablar.

–El principio, sí. Soy Christopher Guerrero, como te decía, y esta vez espero que no te rías. No bromeo –me advierte–. Mi familia ha estado ligada al tráfico de armas desde que mi abuelo era joven. Desde entonces toda su descendencia ha continuado su legado. –Lo miro con incredulidad, tanto, que luego de lanzarme una mirada dice: –No digas nada. –Así que me trago cualquier comentario–. De cualquier modo, ha habido tres familias en la ciudad que controlan este…–Lo piensa por un momento y continúa–, negocio, pero desde que un nuevo líder asumió en una de ellas, hemos tenido graves problemas. Este tipo se propuso desaparecer a la competencia. –Suspira con cansancio, tanto, que empiezo a cuestionarme si será verdad lo que me cuenta–. Y ha tenido éxito. Mi padre y tíos, además de algunos primos, ya fueron eliminados –dice rápido, lo suficiente para entender que no quiere hablar de ello–. Mi hermano y dos primos no lo suficientemente mayores, además de mí, es todo lo que queda de los Guerrero. Ya me han tratado de matar tres veces… sólo en lo que va del mes.

Cuando termina me observa de cerca, esperando. ¿Qué? No lo sé. No sé ni siquiera si le creo o lo que siento en este momento.

–¿Qué tengo que ver yo en esto? –pregunto porque es algo que sin duda no entiendo.

–Te necesitamos por protección. Sabemos quién es tu padre y ellos también. Si bien se mueve en círculos diferentes, todos lo conocen y nadie quiere tener problemas con él. Así que, si estás con nosotros, esperamos que estos tipos nos den un respiro, lo suficiente para que así podamos planear nuestra venganza.

Esto es raro. No sé qué pensar. Su rostro me dice que no está mintiendo, pero lo que dice no puede ser verdad. Ok, lo que acabo de pensar no tiene sentido. ¡Me estoy volviendo loca!

–No me crees nada, ¿verdad? –pregunta. Es que alguien creería algo así. Sinceramente lo dudo. Mi cabeza da muchas vueltas–. Di algo –me pide.

Lo miro directo a los ojos antes de hablar: –Primero, espero que sea una broma. Segundo, no estás tan bien informado cómo crees estar. Mi padre murió cuando era una niña, ni siquiera lo recuerdo. Y tercero, si es verdad, ¿eres consciente que acabas de confesar un delito grave? Ahora estoy obligada de informar esto a las autoridades.

Me mira y luego se ríe. Es una broma, pienso, pero algo en su sombría risa me dice que no bromea.

–Cariño, no nos puedes denunciar, los fiscales y jueces de esta ciudad y varios ministros de la Corte Suprema están metidos hasta el cuello. No encontrarás a nadie que nos denuncie. Pero si llegaras a hacerlo, recibirás una amonestación al momento de salir de la Policía. –Me congelo al sentir su amenaza. Mi cara debe estar petrificada. Los ojos verdes de Guerrero se abren, sorprendidos, creo, al ver mi expresión–. Perdón, esa era mi respuesta automática cuando alguien nos amenaza. Disculpa. Tu papá no está muerto, créeme. Controla prácticamente

todo el país. No hay nadie que no conozca su nombre. Es conocido como El Emperador. Su nombre hace temblar a prácticamente todo el país. Créeme cuando te digo que está vivo. Tiene regada esta ciudad de sus hombres para protegerte a ti y a tu familia. Estoy seguro que ya sabe que estoy contigo y estamos rodeados de sus hombres.

Miro a todos lados y me siento observada. Demonios, ahora estoy paranoica. Definitivamente veo hombres cerca, pero conversan por celular o están caminando o esperando a alguien, ¿verdad? Tomo mi cabeza con las manos, angustiada. Estoy en medio de la calle y estoy a punto de tener un ataque de pánico en toda regla aquí mismo.

Me doblo sobre mi misma y comienzo a sentir náuseas.

Jess, contrólate, esto claramente debe ser un error, me ordeno. Mi mamá me hubiera dicho algo. Aunque nunca me deja hablar de mi papá y no contesta mis preguntas, de hecho, se deprime cuando lo menciono siquiera.

No... no puede ser. Siempre hemos vivido humildemente en una simple villa de un sector de clase media. Regularmente roban o asaltan en mi barrio. Aunque gracias a Dios, a nosotras nunca nos ha pasado nada. ¡Oh,

no!, espero que sea una coincidencia. Cuando me encuentro con la fuerza para no sucumbir a la desesperación, alzo mi vista y lo miro.

Reprimo un grito asustado.

Hay una luz roja alumbrando su pecho. No puede ser. Lo miro y le hago señas para que se mire el pecho. Hace un movimiento con los hombros.

 –Tranquila, estoy acostumbrado a esto. Creo que ahora tú también tendrás que acostumbrarte.

Mi expresión, sin duda, debe ser de incredulidad al escuchar que tendré que acostumbrarme. Respiro profundamente y trato de no volver a desesperarme. Porque si lo pienso, es él quien tiene un arma apuntando a su pecho y si está en calma, ¿por qué no debería estarlo yo?

Lo intento sin demasiado éxito.

–Tranquila, cariño, es sólo una de tus sombras dándome una advertencia. Si quisiera matarme ya habría disparado. Seguramente, está en el segundo piso del edificio a tu espalda, vigilando mis movimientos. –Se frota su barbilla pensando–. Sí, apostaría mi próxima comida que está usando una Glock 17 de 9 mm o algo parecido. Sin duda un arma semiautomática de corto alcance, por utilizar una mira láser. Y como te decía, no es más que una advertencia, por si estoy pensando en hacerte algo.

Y como para corroborar su afirmación, el punto de luz desaparece. Parpadeo lento como cuando te despiertas después de un sueño profundo.

Luego porque tengo que saberlo, aunque ya me explicó lo que busca de mí, le pregunto: –¿Lo haces? ¿Estás pensando en hacerme algo?

Sonríe y se inclina hacia mí antes de contestar: –No lo que ellos creen.

Luego vuelve a enderezar su cuerpo y continúa caminando como si no hubiera dicho nada. Yo me quedo un par de segundos tratando de averiguar qué quiso decir, pero tengo el buen sentido común de seguirlo y no preguntarle. Caminamos unas cuadras en silencio, yo tratando de comprender todo lo que he aprendido y no volverme loca, además de resistir el impulso constante de mirar sobre mi hombro, y él... bueno, ¿quién sabe lo que piensa un traficante de armas?

Cuando llevamos varias cuadras por fin vuelve a hablar, distrayéndome de mi último intento de observar furtivamente a mi espalda. Sí, no he tenido mucho éxito en resistir el tratar de descubrir quién nos sigue. Estoy un poco triste por no poder seguir pensando que todo es una broma, pero después de ver que le apuntaban, no hay

modo.

–De verdad necesitamos tu ayuda o de lo contrario en un par de meses no quedará nadie de mi familia. –Aprieta la mandíbula con fuerza y luego de un momento continúa–. Si soy sincero, no tengo nada que ofrecer para que te dejes ver con nosotros. Lo único que te pido es que lo pienses. Está en tus manos la vida de mi hermano y primos –declara y tomo nota de que no se menciona–. La próxima vez, sin embargo, si decides ayudarnos, tendrás que aceptar verme. Si te busco por mi cuenta, creo que tu padre me verá como un posible peligro, pero si tú

consientes no intervendrá, a menos que se quiera involucrar más en tu vida y no sólo por protección. –Lo observo sin saber que responder o pensar de toda esta tarde y por un momento quiero regresar a la sala de cine, más temprano con Alex, cuando todo era normal–. Mi hermano tiene locas habilidades con las computadoras, así que te contactaré por tu respuesta. Nos veremos entonces o quizá no.

Levanta la mano y roza ligeramente mi mejilla, quemando mi piel donde la toca, antes de voltear y caminar lejos.

Me quedo como una idiota viendo cómo se aleja Christopher Guerrero, traficante de armas...

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