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Realmente Loca

Prólogo

Intento asimilar la situación. Escribo desde un lugar donde todo es blanco, acolchado y sumamente estéril, como mi felicidad. Siempre que veo los barrotes que bordean la ventana recuerdo que la última vez que pensé en una camisa de fuerza y esposas (antes de que esto pasara) la imagen lucía condenadamente sexy

¡Cuidado con lo que deseas! Me dijo alguien alguna vez, puede ser que se te cumpla. No sé qué me consterna más: si el no saber quién fue que lo dijo o descubrir que, quien quiera que fuera, tenía razón.

El doc me explica que intenté suicidarme y dios me perdone pero no creo ser capaz de hacer eso, tampoco puedo asociar los distintos eventos de mi vida y cada vez que vienen a verme caigo en shock, así que ya no tengo permitido recibir visitas. De todas formas no recuerdo a ninguna de esas personas aunque imagino que deben ser muy cercanas.

La primera semana fue realmente desesperante: vomité un montón de veces y me daba de cabezazos contra las paredes. Ahí fue donde entraron en juego la camisa de fuerza (que no era para nada sexy) y las esposas. Admito que el enfermero sí que valía la pena para ser usado en cualquier fantasia que implicara estos accesorios.

¿Por qué estoy aqui? Necesito unir las piezas.

Necesito entender qué sucede.

Necesito respuestas.

Necesito dejar de estar en el limbo.

No entiendo nada.

Miércoles

Me preguntan qué vi en él.

Nunca respondo. Creo que lo que más me gustó fue que al presentarse dijo ser un charlatán de feria y al final sí lo era. Me hacía reír como si no existiera el mañana, me hacía llorar como si no existiera el pasado y me hacía soñar como si no existiera el presente.

Nunca le pregunté qué vio él. Es divertido el exceso de interés que despertaba en mí y lo fácil que se le hacía distraerme cuando intentaba tocar un tema “serio”, también me encantaba lo humana que me volvía porque soy consciente de que nunca he sido de las que encajan en ningún lado y sólo al conocerlo comprendí que no soy la m*ld*ta pieza de un puzle que necesita encajar ¡Yo solita soy todo un maldito puzle! Y no todos amanecen con el tiempo o las ganas de resolverme.

- Eres muy inteligente -comentaba mirándome fijamente.

- ¿Sí? respondí antes de meterme otra galleta de chocolate en la boca.

- Es en serio -exponía con seriedad- No conozco otro ser humano que sea tan adictivo.

- Adictiva. Es una linda palabra -sopesé- ¡Me gusta cómo suena!

- Siempre tienes algo nuevo que decir -agregó- y siempre sales con una ocurrencia, algún comentario inesperado, ese “algo” que casi me imposibilita alejarme de ti.

- Pero igual pasará -concluí.

- Igual pasará -confirmó.

Ciertamente mi vida no se divide en un antes y después de él, pero he de admitir que yo necesitaba amarlo, tal vez ya lo amara antes de conocerlo y sólo fue cuestión de segundos, sólo fue tomar su mano, reconocerlo y ver un montón de posibilidades abrirse. Nunca había vivido algo tan bonito: Simplemente quise dar, quise estar ahí para él, quise regalarle alegría, aunque como a todo ser humano también me movían principios egoístas y por eso tomé de él todo lo que se dejó arrancar.

Jueves

Lucecitas de colores.

Estiro la mano pero no las alcanzo.

Brillan como locas y no me dejan dormir.

- ¿Por qué se rien de mi?

"Tenemos un secreto que es solo para ti."

- ¿De qué se trata?

"Si logras atraparnos de aqui podrás salir."

- ¡Ya dejen de rimar! -ordeno al tiempo que me levanto.

"En el fondo del risco si quieres lo verás."

- ¡CALLENSEEEEE!

"Atrápanos si quieres, convéncelos si puedes."

Sigo las luces pero no bien las he alcanzado, se lanzan por la ventana. Volteo porque el mono se rie de mí y cuando regreso no hay ventana.

- ¡Ventanaaaaa! ¿Dónde estás, ventana?

"Aqui estoy. Detrás la pared."

Hago lo que me dice; intento desgarrar la almohadilla que cubre la pared hasta que me sangran los dedos. La muerdo pero no consigo más que un horrible dolor de dientes.

Viernes

Hoy no ha sido un buen día. De hecho ha sido un méndigo día de m****a. Literalmente hablando.

Estaba leyendo en la terraza y la viejita que tenía al lado se hizo popó encima. Fue deprimente.

La gente empezó a correr de un lado para otro porque la señora quería comerse su excremento y yo no podía hacer más que quedarme mirándola fijamente mientras se venía a mi mente la imagen de otra ancianita a la que quise mucho y que también se hacía popó encima, hasta que me tocó el brazo con su mano embarrada... reaccioné y terminé vomitando en una de las macetas.

Me he duchado como cuatro veces y ese olor penetrante no se va de mi olfato. Huelo la ropa, la cama y cada objeto de la habitación pero en el fondo sé que el olor proviene de mi cabeza, de la parte de adentro de mi cabeza. Y ese lugar no se lava tan fácilmente.

Hoy no tengo ganas de recordar. Estoy triste y no le veo lógica a nada de esto ¡Es como andar en círculos! Ni siquiera sé qué recuerdo va primero y es muy frustrante.

Además solamente veo cosas bonitas, del tipo de sucesos que te relajan el corazón y te hacen sentir calorcito. Nada de lo que he escrito en estos días me hace pensar en el suicidio.

Luego de ducharme por enésima vez y lavar mi ropa con el jabón de baño, decido desenredar mi cabello. La labor era realmente difícil y preferí ir arrancándome los nudos con los dientes para evitar peinarlos. Ricardo me encontró así.

- ¡Hey! -increpó- ¿Qué es lo que crees que estás haciendo?

- No me puedo peinar -admití- tengo muchos nudos.

- Te vas a quedar sin pelo si continúas así -me advirtió.

Grité. Sigo sin entender por qué grité pero Ricardo decidió no hacerme caso y se acercó para tomar firmemente mis manos, quitándome el cepillo y el peine.

- Mejor lo hago yo -decidió procediendo a desenredar mi cabello con mucha delicadeza.

- Gracias -dije con lágrimas en los ojos- ¡Todo esto es horrible!

- Cuéntame qué sucedió -me pidió amablemente.

Al terminar mi relato, ambos estábamos desternillándonos de risa y cuando se despidió yo decidí dedicarme a escribir.

Sábado

Lo primero que registré aquella tarde fue su sonrisa de bienvenida y la paciencia con la que me explicaba todo lo que había a mi alrededor. Fue mi primera interacción con una cuerda, y fue hermosa. El hecho de atar desde sus ojos era más llamativo, más interesante, más real. Terminó dándome un mini curso de bondage mientras los demás hacían un takate kote. Concluida la clase, todos decidieron ir a otro lugar y yo terminé en el asiento del copiloto de su auto ¿Por qué lo hice? Supongo que di un salto de fe ¡Y qué salto! Si lo vemos en retrospectiva, pudo haberme asesinado y picado en pedacitos. No soy de las que toman decisiones impulsivas, no es un hábito hacerlo, simplemente prefiero ser metódica, pero aun así decidí ir con él.

Y lo hice porque tenía unos labios preciosos y una sonrisa encantadora.

-¿Tienes contacto de seguridad? -preguntó.

- Bueno... -dudé- tanto así como que digamos que ¡Qué contacto me gasto! La verdad es que no.

- Nadie del curso te conoce -me recordó- podría hacerte cualquier cosa y decirles que te llevé a tu casa.

- Si lo que deseas saber es si alguien sabe que estoy aquí, la respuesta es sí -repliqué con una sonrisa.

- ¿Alguien más, aparte de ti, le conoce? -indagó.

- Sí -aseguré- y tiene fama de hacer fogatas incluso con fósforos apagados.

- ¡Ya me imagino quién es! -arguyó con una carcajada.

- ¿A dónde vamos? -pregunté.

- Tranquila, no pienso secuestrarte -dijo con intención de tranquilizarme.

- No estoy nerviosa -expliqué- solo un poco ansiosa.

- Te divertirás -aseguró.

No le faltó razón. Fue una tarde excelente en la que aprendí más que un par de cosas sobre mí misma y el ambiente en el que estaba ingresando, especialmente de él. Quisiera recordar más, pero esa nube negra que no me permite identificar sus facciones sigue siendo tan espesa que apenas alcanzo a dilucidar su aroma, su tacto y la sensación de seguridad que me transmitía. Sólo sé que llegué a casa sana y salva, dispuesta a volver a verlo.

Y así comenzó todo.

Domingo

Se supone que debo escribir sobre lo que me rodea: Camas, paredes acolchadas, pato, baño, jarra con agua, vaso verde, ventilador de techo, lápices (sin sacapuntas), compañera de cuarto que no hace más que llorar a moco suelto todo el día y sollozar toda la noche, un enfermero sexy que se llama Ricardo y el doc pidiendo apoyo para una fiesta desde la puerta.

Ricardo es bellísimo, parece sacado de la portada de una revista: Ojos cafés, estatura promedio, un cuerpo fibroso que a fuerza debe ser producto de horas en el gimnasio o la práctica de algún deporte al aire libre, creo que es lo segundo porque su piel es bronceada. Su nariz tiene un detalle muy particular: una protuberancia en el puente, y sus pestañas son larguísimas; también tiene los labios delgados y una dentadura perfecta, las uñas cortas y las manos bien cuidadas y un tono de voz profundo y amable. La sombra de un anillo en su mano indica que es casado.

El Doc tampoco está mal, es un moreno corpulento y de una estatura superior a la de Ricardo, con el cabello negro y las cejas pobladas pero con una forma muy bonita; sus pestañas también son tupidas y tiene un lunar en el lagrimal, en conclusión su rostro es más bien común, con los labios más gruesos que los de Ricardo. Lo que realmente llama la atención de él es su cuerpo: tiene unas piernas de infarto, puedo notarlo cada vez que camina porque el pantalón se le ajusta y se marcan sus músculos; por la bata no puedo distinguir sus brazos, pero ni falta que me hace porque ya lo he visto sin ella y con la camisa sucede lo mismo que con los pantalones, sus músculos se marcan cuando mueve los brazos.

Caridad, mi compañera de habitación, es desesperante. Murmura tanto que me fastidia incluso verla; cuando no murmura, solloza; y cuando no solloza ni murmura, duerme. Debe medir como 1,80 y es delgada. Tiene una figura muy bonita, de senos pequeños y trasero también pequeño, pero la estrechez de su cintura y el ancho de sus caderas le dan a su cuerpo esa forma de guitarra perfecta que es envidiable. Y su cabello: largo hasta la cintura, de un color caoba con destellos rojizos.

Me apunto como voluntaria para la fiesta de navidad. No me emocionan las festividades pero me apena que pocos apoyen la iniciativa del doc.

Me gustan los niños.

Rayos ¡Me gustan los niños!

¿Y si tengo un hijo allá afuera, esperándome?

Necesito digerir esto.

Cosas raras

Lunes

Me "sugiere" que escriba y eso es lo que hago. Lo hago porque no hallo nada mejor que hacer, pues lo que me rodea parece insulso e inusitado. Inusitado... Sé que sé lo que significa pero justo ahora no recuerdo el concepto y aunque sé que es la palabra correcta, ésta me parece más bien ajena, lejana.

Usted es de momento mi única conexión con la realidad, una especie de puente entre el mundo que existe y sigue su curso allá afuera mientras yo me pudro aquí intentando entender lo que me sucede; intentando e intentando sin éxito alguno. Usted tal vez allá sea una persona, alguien normal con problemas cotidianos, con familia, dudas, miedos, amigos, lealtades, deudas, deudores, luces y sombras. En cambio aquí es solo un ente, un ser que no siente y que solo me mira desde arriba con ese aire de superioridad del que no osa jactarse en voz alta pero que habita de forma inconsciente dentro de su alma.

Me fastidia verlo todo el tiempo, me fastidia notar que aparentemente tiene solo seis camisas o al menos seis colores de camisa: azul celeste, blanco, negro, gris, naranja y morado. Usa la camisa azul de lunes a jueves y luego repite el patrón cada viernes: blanco, negro, gris, naranja, morado; blanco, negro, gris, naranja, morado; blanco, negro, gris, naranja, morado; blanco, negro, gris, naranja, morado... Me está volviendo loca con su maldito patrón.

Martes

Con él todo era natural. Me encantaba tenerlo cerca porque cada vez que lo veía era una experiencia nueva, era lindo sentir que nuestras almas comulgaban a la vez que nuestros cuerpos. Estar a su lado se estaba convirtiendo en una verdadera experiencia que sobrepasaba lo espiritual porque era diametralmente opuesto a todo lo que había tenido oportunidad de conocer en la vida. Hay sensaciones que no se definen y eso es lo que me sucedía con él: siempre supe que éramos dos barcos en la noche pero teniéndolo cerca sólo podía desear que la noche fuera eterna.

Miércoles

He leído el diario varias veces, lo he leído hasta el punto de poder sentir cada roce, cada olor... pero sigo sin ver tu rostro. Es como si te cubrieran siete velos y yo sigo aquí, sumergida en este océano de miseria y autocompasión. Me estoy esforzando mucho en recordarte pero mi mente insiste en esconderte de mí.

Quisiera poder preguntarle a alguien ¿Alguna vez te ha sucedido algo así? Pero la última vez que lo hice me dijeron que estaba loca y que perdía mi tiempo. Cabe destacar que cuando lo hice no estaba a riesgo de ser residente permanente en este hotel de cinco estrellas. Lo recuerdo claramente.

- Meterse en el mundo de Héctor es complicado -me advirtió Katherine.

- No es el mundo de Héctor -respondí- es un mundo libre, los mundos no tienen propiedad.

- Termina de enterarte que estás entrando en la guarida del dragón suplicó enfadada.

- ¿Cuál es el problema? -repliqué- ¿No fue el mismo Héctor el que me sugirió que conociera gente con mis mismas inquietudes en un ambiente controlado?

- Pero se supone que irías con él, que él te cuidaría -me hizo saber- no esperábamos que al cancelar nuestra asistencia tú te dirigieras sola a ese lugar.

- No hay nada que temer -la consolé- él me agrada y es una buena persona.

- ¡Es un lobo con piel de cordero! -me contradijo- temo que si sigues por ese camino te vaya a arrancar el alma.

- ¿Pero cómo hago? -me quejé- Cuando lo tengo enfrente pierdo la voluntad y sólo deseo que él me guíe.

- Eso es lo que no está bien -confirmó- no puedes centrarte en él.

- ¿Alguna vez te has sentido así? - quise saber.

- Estás loca. Vas a perder tu identidad -señaló- y luego será demasiado tarde.

- Sé quién soy -alegué- con él soy realmente libre, sin máscaras, sin ambages.

- Te desconozco -susurró Katherine- no puedo creer lo que me dices.

- ¿Qué es lo que realmente te molesta? -inquirí.

- Que estás perdiendo el tiempo en una relación que no tiene futuro -replicó- y vas a salir lastimada.

Tal vez soy yo que no quiero recordarlo, tal vez él era algo con lo que aprendí a vivir y aunque en algún momento debí creer que pensar en él todo el tiempo no era un mal de morirse, que no somos dueños de nuestros sentimientos y que no necesitaba ser correspondida, algo falló porque estoy aquí y él no. Eso quiere decir que me dejó sola mientras yo lidiaba con lo que sentía hasta que el dolor se volvió insoportable y decidí acabar con él.

Es la teoría más fuerte hasta ahora.

Jueves

El amor es una emoción divina que te hace secretar toda clase de fluidos transparentes.

Creo que hacía frío pero no estoy segura, la verdad no estoy segura de nada. Se fue a la cocina y me dejó de pie frente al espejo de cuerpo entero, viendo como mi diminuta ropa interior combinaba con el color del collar que colocó en mi cuello. Sus halagos sobre mi cuerpo funcionaron a la perfección y mi desnudez encadenada no me cohibía. Detallé a la mujer del espejo y observé mis pechos llenos, los pezones en punta, el blanco del suelo bajo mis pies descalzos...

Volteé hacia la cocina y lo ví a él, también descalzo con ese pantalón que le quedaba como el puñetero infierno y la piel pálida de su torso desnudo. Me encantaba la forma de su espalda y además lo que estuviese preparando para cenar olía condenadamente bien y hacía rugir mi panza.

Intenté girar hacia la cocina y casi olvidé que estaba encadenada de pies y manos. Perdí el equilibrio y apareció de la nada para sujetarme.

- Estate quieta -me dijo mientras me estabilizaba.

- ¡Pero quiero ver qué haces! -repliqué haciendo un puchero.

- Está bien -cedió- pero no puedes caminar porque las cadenas no te lo van a permitir -sujetó mi barbilla con algo de fuerza para que mantuviera la vista en sus ojos.

- Entonces -continuó- ¡Te toca saltar como una conejita! -Soltó mi barbilla y se fue.

De nuevo sola frente al espejo conté los pasos que dio hasta la cocina y medí la distancia. Eran apenas unos tres metros pero dadas mis peculiares circunstancias me parecían tres kilómetros. Me armé de valor, respiré hondo y decidí dar el primer salto.

- ¡Mie*da! - exclamé porque cuando salté, la cadena presionó mi entrepierna y mis senos obedecieron a la ley de gravedad, libres de la restricción que imponía la ropa. No creía poder soportar hacer eso otras quince veces.

- Modera tu lenguaje, conejita -advirtió con un tono excesivamente relajado desde la cocina.

Inhalé, di el siguiente salto y el resultado fue el mismo. Empecé a sudar, sé que afuera hacía frío pero dentro de ese apartamento, yo sentía el calor asciender por mi cuello hasta mis mejillas. Al quinto salto los senos me pesaban demasiado y tenía los pezones hechos piedra. Al octavo salto cierta parte de mi cuerpo estaba inflamada, jadeé intentando llevar aire a mis pulmones, bajé la cabeza y pude notar como brillaba la cadena que se empapó con las mismas gotitas de felicidad que corrían por mis piernas.

Solté una carcajada justo cuando entré en su campo de visión. Estaba realmente histérica y no pude detenerme. Al instante estaba frente a mí, halando mi cabello.

- ¿De qué te ríes? -preguntó mientras yo soltaba otra carcajada que me hacía retorcerme y cesó cuando me dio una bofetada.

- De nada -respondí sorprendida.

Lo seguí con la mirada mientras se encaminaba hacia la cocina para revisar el pollo y me quedé de pie como una idiota hasta que se devolvió, me dio un beso en la mejilla afectada y me cargó hasta la silla del comedor. Fue lindo que me diera de comer.

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