Todo comienza con un joven chico que jamás ha creído ni experimentado eso llamado amor. Desde que era pequeño, ha estado rodeado de animales, su única compañía, ya que su familia tampoco le hacía mucho caso. Pero todo eso cambia cuando conoce a dos seres que cambian su vida por completo: Christian y Mochi.
Christian era todo lo contrario a él, un chico que no puede concebir una vida sin amor, donde cree que la principal fuente de felicidad está en el romance entre personas, animales, cosas...
Mochi, por otra parte, era un elefante pequeño y bastante juguetón que fue traído al Zoo donde trabajaba Jack.
Pero no todo es tan sencillo... Al principio todo parece muy bonito, un mundo de color de rosa, pero poco a poco se va tornando en un gris amarronado que no deja ver la verdadera realidad. ¿Cómo terminará está historia? Ni yo misma lo sé.
Y aún más, cuando terceras personas se meten en la vida de estos dos chicos y las ponen patas arriba.
Las personas están destinadas, pero ¿y si son varias personas a la vez? ¿Qué pasa si las tres personas se conocen? ¿Con cuál te quedas? Es un verdadero lío, pero es la verdad. Una triste y cruda verdad.
Christian y Jack estaban destinados a conocerse, pero... ¿Por qué? Ni la escritora lo sabe, pero si hay alguien que lo sabe y es él: Mochi. Un ángel del destino que tiene un propósito que cumplir.
[...]
POV. JACK
Nunca he tenido ese sentimiento que llaman amor, ni tampoco he sentido que alguien me lo diera, ni siquiera mi propia familia.
¿Qué es el amor?
Es una pregunta que me hacía cada día, cuando me despertaba.
Solo vivía en un mundo solitario donde mi única compañía eran los animales. Siempre he vivido en el campo junto a mi padre Ho, mi madre Clara y mi hermano mayor, Axel, pero sinceramente, es como si hubiera vivido solo. Ninguno de los tres tenían tiempo para mí, ni siquiera el día de mi cumpleaños, que era olvidado por mis parientes, haciendo que lo celebrase solo. Bueno, solo no, con compañía de algún animalito que se colaba por mi ventana o encontraba en el campo.
Pero tampoco es que me haya importado la idea de haber crecido y aprendiendo yo solo, haber tenido lindos momentos en soledad o incluso, tampoco me importa mucho ver a las familias felices, con unos padres felices viendo a los animales, la naturaleza y compartiendo sonrisas, felices. ¿Por qué me debería importar, cuándo nunca lo tuve?
Algunos sienten eso llamado "celos", o "envidia", pero solo siento indiferencia. Lo único que me importa y me ha importado han sido los animales, pero en concreto ese animal.
Hace unos años -para ser más exactos siete-, empecé a trabajar en el Zoo al lado de mi pueblo con tan solo dieciséis años, donde todos los animales maltratados, exóticos, extraviados y/o perdidos, eran llevados a aquel lugar. Al principio empecé a trabajar para tener dinero y comprar videojuegos, pero después seguí trabajando para poder ver todos los días a mi amor: Mochi.
Y ahora, con mis veintitrés años de edad, él es mi único amigo, el único a quien cuento mis cosas. Es verdad que había muchos animales en el Zoo, pero con Mochi, el elefantito, tenía una conexión extraña. Aunque no me respondiera con palabras, a veces, si él sentía que necesitaba un abrazo, rodeaba su trompa en mi cintura. ¿Cómo puede ser tan malditamente hermoso?
Era pequeño, más pequeño de lo común a pesar de su edad y a causa de eso, su madre lo abandonó, y casi fue asesinado por unos cazadores furtivos que querían sus cuernos. Por eso fue llevado a este Zoo.
¿Cómo puede existir personas tan malvadas? ¡Es y era un bebé! Por eso, también tiene terror a las personas, y me pareció tierno que se acercara únicamente a mí, aunque fuera para robarme comida que tenía en un cubo.
Es un elefante solitario, que no se junta con los demás elefantes de la celda, eso no cabe duda, pero aún así, es el único que me ha demostrado un poco del "amor".
Pero hace una semana, todo cambió.
Mochi se encontraba distante, y tampoco se acercaba a mí. ¡Ni siquiera para comer los cacahuetes de su marca favorita! Solo se encontraba recostado en el suelo, sin hacer nada.
¿Estaba enfermo? ¿Estaba enfadado? Sí... Seguro que es eso. Seguro que se ha dado cuenta que mezclé sus cacahuetes con otros y no quiere hablarme... ¡O puede que sea porque ya no me quiere! Si no me habla, ¿cómo voy a saber que le pasa?
Espera, él no habla.
Esta situación me estaba desesperando, realmente. Sabía que algo no andaba bien, su mirada estaba oscura y sin vida, como si le faltase algo... Como si tuviera... miedo.
¿Pero miedo a qué? ¿A los humanos? No lo sé, pero lo que sí sé es que quiero volver a tener a mi amigo de vuelta. Quiero a mi Mochi feliz.
—¿Mochi?
Jack llevaba diez minutos intentando captar la atención de su mejor amigo, incentivándole con cacahuetes, pero el elefantito se encontraba en una esquina sin reaccionar, moviendo su oreja derecha sutilmente y con una mirada perdida.
Una semana. Había pasado una semana desde la última vez que vio a su amigo feliz, siendo alegre y único como siempre. Una semana desde que se sentía atormentado, sin saber qué hacer.
Mochi siempre había sido un elefante muy juguetón, que siempre jugaba con una pelota inflable o estaba siempre con Jack.
Jack no lo podía negar, se sentía triste y preocupado. Los días se habían tornado más monótonos y apagados. Su rutina se hacía pesada, al igual que la preocupación en su corazón. Realmente no podía comprender por qué. No hallaba respuesta ante tal comportamiento, y unas ganas inmensas de llorar se habían hecho presentes todos los días cada vez que veía a Mochi.
Mochi era su único amigo actual y ver como el único ser del planeta que amaba se estaba alejando, yendo sin ninguna respuesta, lo carcomía por dentro.
—Mochi, pequeño, ¿qué te sucede? Sabes... Sabes que te quiero mucho. Y de verdad, que si he hecho algo malo, dímelo —susurraba el chico, mientras intentaba darle un cubo de cacahuetes al elefante. Pero de nuevo, este lo rechazó y se tumbó de nuevo en el suelo, con una mirada oscura y sin vida.
El veterinario dijo que no tenía nada malo. Su salud parecía estar estable y tampoco parecía tener alguna enfermedad de nacimiento, o algún síntoma de vejez prematura. Supuestamente estaba sano y fuerte como un roble. Pero para Jack, esa no es la verdadera realidad. A pesar de haber sometido a Mochi a múltiples pruebas, ningún resultado lo convencía. Sabía que pasaba algo. Su comportamiento y su mirada lo delataba.
—¡Incluso te he traído tu marca favorita! —dijo animado, o un intento de, pero como era de esperar, Mochi no se inmutó.
Rendido, se fue a atender a los demás elefantes del lugar, pero siempre mirando de reojo a Mochi, para ver si hacía algo inusual. Si volvía a ser el de antes.
El Zoo llevaba abierto hace dos horas y a pesar de que fuera temprano, había mucha gente. Sobre todo adolescentes yendo de excursión: gritando, haciéndose fotos y riendo. Eran las 11 de la mañana, y el lugar estaba lleno de gente.
Todos parecían pasarlo bien, con sus amigos y compañeros, a excepción de un chico. Desde que había llegado al Zoo lo único que había hecho fue mirar los animales él solo, mientras tomaba alguna que otra foto con su cámara gris, que fue un regalo de su abuelo en su dieciseisavo cumpleaños. Estaba paseando sin rumbo, hasta que se encontró una celda muy particular, que le llamó la atención.
Jack, rendido y abatido por no haber conseguido ninguna respuesta de su amigo, se quitó los guantes que llevaba después de alimentar a todos (obligatorios para alimentar a los animales) y decidió salir a comprar un refresco. Tenía la cabeza gacha y aunque hubiera mucho ruido, él no escuchaba nada, solo sus pensamientos y su corazón alterado. Hasta que algo le llamó la atención.
—Hey —Una voz suave y dulce resonó en los oídos de Jeon Jack—. Hola elefantito. ¿Quieres de mi bocata?
Jack al escuchar el típico sonido de su Mochi, volteó con los ojos abiertos, y un pequeño jadeo salió de su boca. No podía creer lo que estaba viendo. Su “bebé” estaba levantado, estaba hablando con otra persona que no era él, estaba comiendo.
El pelirrojo sintió una punzada en su pecho, lo que provocó que empezara a latir frenéticamente. ¿Eran celos, o era alegría?
Alterado, cogió rápidamente su lata de refresco y corriendo, fue donde estaba ese chico compartiendo de su bocata, junto a su amigo elefante.
El joven misterioso se veía feliz. Con una sonrisa plantada en su rostro y su pelo color crema tocando con sutileza su rostro. A medida que Jack se acercaba, prestó más atención a la imagen y una sonrisa se posó en su cara.
—¡No te lo comas todo! —Refunfuñó el peli-dorado al ver que su sándwich había desaparecido de sus manos—. Eres un glotón, pequeño. ¿No te alimentan bien aquí?
Mochi traspasó su trompa por las rendijas de la valla y olió la mano del chico, que estaba extendida delante de él.
Ante eso, el joven acarició la trompa sin apartar la sonrisa de su rostro, que apareció nada más ver al pequeño Mochi. Sentía una fuerte conexión con él y no sabía muy bien el porqué.
Jack al escuchar lo que había dicho el "chico bocata" frunció el ceño y se puso a su lado con cierto disgusto. ¿Cómo se atrevía a decir que no alimentaba bien a su querido y hermoso elefante?
Y más importante aún: ¿por qué estaba acariciando la trompa de su amigo?
El más bajito no se había percatado de la presencia de Jack, ensimismado ante la energía de Mochi. Y era difícil no percatarse del pelirrojo, ya que medía 1'80 y era robusto y fuerte. Además que tenía una peculiaridad extraña y es que tenía rasgos orientales por parte de su padre, y occidentales por parte de su madre.
—Oye, ¿y tú quién eres? —dijo finalmente Jack, celoso de la situación, al ver que el pelicrema no se percató de su existencia. Algo que lo molestó en cierta manera.
—¿Eh? —El chico de cabellos dorados, que con anterioridad se veía relajado, se giró con una mueca de disgusto y susto al escuchar la pregunta de aquel individuo. Le pilló por sorpresa que alguien le hablase ya que estaba ensimismado en el elefante.
Christian tenía los labios fruncidos y no estaba seguro si debía contestar tal información básica a un extraño; así que, en un acto reflejo, agachó la mirada y empezó a jugar con sus dedos, tornándose un silencio un tanto incómodo entre los dos.
Christian era un chico de pura raza inglesa, con el pelo rubio y ojos color caramelo. Era bastante tímido al principio pero después puede coger bastante confianza. Era un tanto afeminado, pero sin fuertes rasgos.
El rubio sentía la mirada atenta de aquel joven puesta en él, pero no era capaz de decir ni una sola palabra y eso era extraño ya que solía ser parlanchín, bueno o eso aparentaba ser.
Jack, sin saber muy bien el comportamiento del chico, suspiró y miró a Mochi. El elefante seguía ahí, oliendo el pelo del "chico bocata".
En sus ojos negros como el carbón, se podía ver ese brillo que, en un momento dado, se había apagado.
Aunque Jeon no lo quisiera admitir, se sintió aliviado al ver, que de nuevo, los ojos de su amigo trasmitían algún signo de vida. Se sintió contento y esperanzado de que todo volviera a la normalidad, aunque sentía que pasaba algo.
—¿No vas a contestar? —Jack se posó al lado de Christian, el cual le llegaba hasta el hombro. Algo que le pareció tierno al mayor.
El pelirrojo estiró el brazo para acariciar la trompa de su animal, mientras esperaba una respuesta. Y a ver que había un silencio incómodo, intentó romper el hielo.
—¿Sabes? Lo que has hecho de dar comida a...
El peli-dorado no dejó terminar de hablar al mayor. De repente, en un acto hiperactivo, agarró un trozo de la manga de la camisa de Jack y se agachó en signo de disculpa.
Christian no entendía ni su propio comportamiento, pero su corazón se sentía acelerado. Tal vez sea por la idea de creer que ha hecho algo malo, o por el simple hecho de pensar que iba a regañarlo y entregarlo a las autoridades por haber hecho algo ilegal. Porque Christian lo sabía: no estaba permitido dar de comer a los animales del Zoo. El siempre había sido un chico ejemplar, y pensar por lejano que sea, la idea de ser llevado a comisaría, lo estremecía.
—L-lo siento. ¡No lo volveré a hacer! —La respiración de Chris se volvió entrecortada y pesada— Se veía indefenso y pensé que tendría hambre. Se acercó y... y no lo pude evitar —. Continuó hablando en sollozos continuos. Ni siquiera se dio cuenta cuando comenzó a llorar, pero muy interiormente sentía que se veía ridículo, algo que no pensó en absoluto Jack.
El chico siempre pensaba que si podía hacer el bien, alegrar, ayudar y trasmitir amor a los demás, él también podía estar feliz. Y al ver a Mochi triste, pensó que podía hacer que estuviera alegre. Para él, el amor era algo primordial en la vida, un pilar que no podía faltar, porque según Christian, si no hay amor, no es posible que alguien esté feliz. Y si Park Christian no lo está, los de su alrededor tampoco. Así que, cuando tenía ocho años de edad, se prometió que siempre haría sonreír a las personas cercanas incluso si se sentía triste.
Por otro lado, Jack se sintió consternado. Nunca hubiera imaginado tal reacción por parte de nadie. El chico que se encontraba a su lado era extraño y eso provocaba que nuevos sentimientos aflorasen en el pecho del peli-rojo. Unos sentimientos que llevaba muchos años sin sentir.
—Sólo quería agradecerte por alimentarlo—. Aunque estuviera algo celoso, consiguió que Mochi comiera después de que pasara una semana, lo menos que podía hacer era agradecer.
Christian se sentía confuso. ¿Acaso no era ilegal alimentar a los animales?
—Pero no me malentiendas —continuó como si hubiera leído la mente del menor —, no se puede dar de comer a los animales; pero Mochi llevaba sin dar bocado una semana. No sé que pueda pasarle.
Chris asintió sin decir nada, comprensivo. Veía que el elefante estaba sano. De hecho, nada más acercarse él antes, se levantó y estiró su trompa a su bocata, eufórico. Volvió a mirar de soslayo al animalito, mirándolo a los ojos fijándose si realmente el alto decía la verdad. Y sin esperarlo, al fijarse bien, se percató de algo.
—Yo también creo que le pasa algo—. Masculló sin decir exactamente lo que había sentido.
Sintió miedo, y unas visiones vinieron a él, donde iba a sufrir bastante, pero que el amor todo lo podía conseguir.
Apretó más fuerte la manga que tenía sujeta del mayor, mientras le temblaban los labios. Lo que había visto en sus ojos era miedo. ¿A qué? ¿Por qué? Christian no le gustaba nada que alguien sintiera miedo, porque el miedo paraliza y bloquea cualquier sentimiento de amor.
Jack dirigió su vista a su brazo y seguidamente al peli-crema, fijándose en sus labios tembloroso mojados por alguna lágrima traviesa que aún recorría el rostro del joven, haciendo que su corazón se acelerase.
—¡No me toques, enano! —dijo nervioso ante la situación. No le gustaban las sensaciones que le hacía trasmitir el peli-dorado; y eso que lo acaba de conocer. No podía creer que se hubiera fijado en los labios del menor.
Era y es una locura.
Ver los ojos llorosos de alguien, le recordaban algunos recuerdos dolorosos de su pasado: cuando nadie estuvo a su lado y cuando más necesitaba una compañía. Aquellos tiempos que temía de la soledad, añorando una familia a quien recurrir.
—Eh... sí. Lo siento. Yo... —comenzó a hablar el menor. Jack, con cierta pizca de culpabilidad y desespero al ver la voz dubitativa de su acompañante, interrumpió a Christian con un bufido.
—No te preocupes, seguro que no le pasa nada grave a Mochi—. Intentó sonreír, para reconfortar al chico.
—Sí... Espero que no sea nada—. «¿Por qué tiene miedo?» —Se repetía en su mente una y otra vez.
El más pequeño, al escuchar el apodo «Mochi» por segunda vez, se dio cuenta que el mayor no se había equivocado. Realmente se llamaba así el elefante.
Por un momento dado pensó que el joven que se encontraba a su lado se refería a él. Mochi era uno de los muchos apodos que su familia le habían puesto.
—¿Lo quieres mucho, verdad? —Chris sujetó la cámara entre sus manos esperando la contestación.
Jack con cierta desconfianza, vaciló un momento antes de decir su respuesta. Aunque para él, el elefantito era su mejor amigo, su consejero, su acompañante; seguramente para los demás, ese pensamiento era una locura.
—Es, bueno... Es mi mejor amigo —El adolescente, dudoso, quitó el agarre que tenía ante la máquina de fotos. Era extraño encontrar a alguien que amara a un animal salvaje.
Christian se sorprendió bastante y se sintió emocionado al pensar que había encontrado una persona que ama algo por lo que es. No una persona hipócrita como muchos compañeros de clase de su universidad.
Para asegurarse de que sus pensamientos no eran erróneos, preguntó:
—¿En serio el elefante es tu mejor amigo? —Deseaba con todas sus fuerzas que la respuesta fuera afirmativa.
Jackie se sintió atacado. Y tras lanzar una mala mirada al pequeño, hizo un chasquido con su lengua. De repente, se sintió molesto. Siempre era lo mismo. Decir que tu mejor amigo era un animal era foco de burla de todos, y al parecer para el pelicrema no era una excepción.
«¿Por qué tenía que seguir entablando una conversación con él?» —pensó.
Para Jack era típico que le miraran raro al decir que tenía como mejor amigo a un animal. En cierta manera, era una locura. Pero Mochi era mucho más humano que muchas personas del planeta.
—Largo —dijo sin más, ante la sorpresa de Park, que se sintió indefenso ante el comportamiento del mayor.
No esperaba esa reacción.
Christian, alejándose un poco con la cabeza gacha, susurró un "lo siento"; y tras varios segundos, agarró la cámara que tenía colgando sobre su cuello enfocando al elefantito roba-bocatas, alias Mochi, de nuevo. Su cámara era muy importante para él.
Tal vez le había malinterpretado. El pelirrojo había tenido una vida dura donde nadie lo comprendía. Chris estaba seguro de eso. Y en parte era normal que se pusiera a la defensiva. No lo conocía de nada, y el simple hecho de pensar que el comentario fue para atacar, cuando no era así, se comprendía el comportamiento de Jack.
El mayor no se movía y eso hizo que la tensión fuera aumentando entre ellos dos.
—Por cierto, ¿cuál es tu nombre? —preguntó el fotógrafo, intentando tranquilizar el ambiente. Devolviendo la pregunta que no había respondido él con anterioridad.
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