el viaje en avión no me asustó, no me gustan las carreteras, eso no, pero el avión es perfecto.
Dormí mucho en el viaje, leí, comí una carne muy rica, mí compañera de asiento me dijo que en Buenos Aires las había mucho mejores.
Hicimos escala en San Pablo, Brasil. Y a la hora ya estaba de nuevo en viaje.
llegué por fin, ya estoy en mí lugar de vacaciones, el problema es que me dijeron que tengo que viajar por una autopista por una hora aproximadamente, tengo opción a un vehículo de alquiler o un autobús, me parecen más seguros los últimos, así que espero los maletas y busco el autobús que me lleva a mí hotel en el centro de la ciudad en Maipú y Paraguay.
El viaje fue casi tranquilo, unos camiones me asustaron al pasar rápido cerca del micro, pero saque la foto de mis padres de la cartera y la apreté a mí pecho, cosa habitual cuando me pongo nerviosa.
cerré mis ojos recordé los últimos minutos con mis padres, pero me detuve justo antes del accidente, un recurso que me enseñó mí hermana para rememorar momentos felices, y así sin más llegue al Hotel Pulitzer Buenos Aires, me sorprendí con la modernidad de la recepción todo en blanco, negro y dorado, con pisos de madera clara, y la recepcionista de impecable traje negro con camisa blanca, extremadamente amable, con una sonrisa natural, no esas sonrisas fingidas de ciertas personas que te das cuenta que es una actuación, y por cierto bastante mediocre.
Mientras esperaba que chequearan mí reserva, se acercó a mí lado un grupo de personas, parecían ser una familia, los atendió el otro recepcionista, eran cinco personas, pensé en el motivo de mí viaje, bien podríamos haber sido nosotros, mis padres, mí hermana, su novio y yo.
había dos parejas, una joven y una mayor, y un hombre de unos 40 años, las parejas reían y hablaban entre ellas, pero él observaba todo en silencio, como quien quiere guardar las vistas del lugar en su mente.
La recepcionista me saco de mí pensamiento.
-señorita, el Bell boy la guiará a su habitación, que tenga una excelente estadía.-
-muchas gracias-
No tenía deseos de dejar el lugar, pero seguí al joven que llevaba mis maletas.
La alfombra beige, roja y negra cerca del ascensor me hizo sentir que pisaba algodón, las puertas del elevador eran plateadas pulcras, mientras esperábamos que se abrieran me distrajo el ventanal que mostraba toda la ciudad, para ser sincera, no me imaginaba una ciudad tan moderna.
llegué a mí habitación le ofrecí al muchacho diez euros cuando se estaba yendo y vi la sorpresa en sus ojos, su sonrisa que le iluminó el rostro. y repitió tres veces gracias.
Cuando hice la cuenta le había dado al Bell boy más de 700 pesos de moneda argentina, tendré que ser menos generosa, pero su expresión fue inolvidable, como la habitación, tan cálida con una cama blanca con almohadas blancas y cojines azules, con espejos a los lados, la alfombra tan suave que enseguida me quite mis zapatillas para sentirla en mis pies, era negra con bordes finos blancos y unas franjas azules, las paredes en un gris-celeste adorable, me senté en la cama, miré el sillón beige que tenía enfrente, me levanté despacio, tenía miedo que todo desapareciera, que fuera un sueño, me acerque al sillón, el cuero se sentía frío y suave, camine unos pasos hacia la cómoda blanca, examine cada cajón y cada puerta, en el último cajón encontré prolijamente dispuesto el control remoto de la televisión, la encendí, pero baje completamente el volumen.