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Los Pecadores

Prólogo:

Nunca hubiera imaginado que, cada palabra dicha por él había pasado por todo un proceso de dulcificado para que pudiera sonar apacible al salir de sus labios; parecían realmente sinceras. Era muy bueno fingiendo, o yo era demasiado estúpida, para poder darme cuenta; pero ya nada de eso importaba, porque al fin y al cabo, sí, había caído en la red de sus mentiras.

Es muy irónico que siempre pensé que los malos corazones eran merecedores solo de malas personas o de absolutamente nadie..., pero, aún así siento que me consumo por él, a pesar de que esté a punto de acabar conmigo. Literalmente.

—Se acerca mi estación favorita del año —dijo, aparentemente para sí mismo, mientras miraba las hojas de bellos colores y de todas las gamas, pero que aún no habían empezado a desprenderse de los árboles—. Nuestra favorita —se corrigió, con una sonrisa de lado, giró su cabeza a mi dirección, haciendo que me encontrará con sus ojos vidriosos que desprendían un aparente rencor, aquellos ojos que me resultaron encantadores hace tan pocos meses, y que ahora mirarlos me provocaba una punzada de dolor, oscuridad y horror.

—¿Por qué tenías que ser tan curiosa, querida? —continuó este, arrodillándose frente de mí, respiró profundamente con cierta exageración y se pasó las manos por el cabello—. ¿¡Por qué tenías que ser tan curiosa!? —repitió, ahora gritando, haciendo que me sobresaltara y mis manos frías atadas temblaran sin compasión—. Tengo la seguridad, cariño, de que pudimos ser felices…, pero tú nunca estas satisfecha, ¿no es así? Te decepcionan a menudo porque esperas demasiado de todo el mundo y piensas que las personas son igual de buenas y compasivas que tú… y eso, querida mía, es un grave error… que te costará la vida.

Se levantó lentamente sin quitarme la mirada, para luego observar a su alrededor y encontrarse con los ojos de aquel hombre anciano con gentil apariencia y desagradable corazón. Ambos murmuraron algo de lo que no pude escuchar más que las últimas palabras «El arma esta cargada», el anciano efectivamente le tendió el arma, él la tomo sin vacilar y con una afable sonrisa. Mi corazón empezó a precipitarse de inmediato, quise gritar pero no salía nada de mi boca, estaba demasiado conmocionada, y también segura de que si gritaba nadie me escucharía.

—Lo siento —dijo, mirándome por última vez, mientras me apuntaban, retuve el aire, cerré los ojos y solo espere el momento… hasta que finalmente disparó.

Capítulo 1: El comienzo del final.

Algunos meses atrás…

El sol de la mañana se empezaba colar por mi ventanal cuando me levante cuidadosamente hacia la puerta y coloque mi oreja en ella, para así poder escuchar con mucho placer que por fin se despedía mi tía Lydia, por supuesto, sin antes recalcar lo disgustada que se sentía por no haber alcanzado despedirse —por lo temprano de su partida—, de mis hermanos y de mí, a lo que mis padres amablemente la persuadieron de irse sin preocupación alguna, ya que ellos mismos nos explicarían la situación y porqué se tuvo que marchar unas horas antes de lo previsto. Y así seguidamente, la puerta sonó al cerrarse señalado que por fin se había ido.

—¡Buenos días familia! —escuche exclamar a mi hermano George—. Es un hermoso día, ¿no creen?

Abrí la puerta y salí de mi habitación sonriendo.

—Un día precioso, sin tías Lydia rondando por la casa —le apoyé, ambos  sonreímos y chocamos cinco.

Bajamos por las cortas escaleras, y ahí estaba mi madre mirándonos con severidad y los brazos cruzados, preguntó:

—¿Estuvieron despiertos todo este tiempo?

—Desde las 5:40 am —contestó George, con una amplia sonrisa.

—Yo desde las 5:30 —contesté también.

—¡Yo desde las 5:00! —gritó mi pequeño hermano Grant, saliendo de su habitación con una linda sonrisa y sus pijamas de dinosaurios.

Todos reímos con excepción de mi madre.

—Cariño, relajate —le susurró mi papá, sonriendo, y masajeando sus hombros, haciendo que su expresión dura se suavizara un poco.

—Es su tía —dijo mamá, con ojos tristes—. No sean así, la pobre se fue mortificada sabiendo que no pudo despedirse de ustedes.

Mi madre tiene verdadera gratitud y respeto hacía mi tía Lydia, pero todo eso parece que le ciega de fijarse que mi tía tiende a ser bastante impertinente, latosa, controladora y orgullosa. De modo que, independientemente del motivo por el que venga —incluso cuando nos visita para cuidarnos cuando enfermamos—, debemos aceptar sus deseos.

—Esta bien, esta bien, lo sentimos, no volveremos a hacerlo, lo prometemos —dijo George, acercándose a mamá y dándole un beso en la mejilla para luego irse a la cocina.

—¡No hables por todos! —replicó indignado Grant, siguiéndolo, con su colita de dinosaurio que salía de la parte de atrás de su pijama moviéndose de un lado a otro.

Me reí de la situación junto con mis padres, para  posteriormente dirigirnos también a la cocina, y así poder desayunar por fin.

(...)

Más tarde ese día, me encontraba en la casa de mi amiga Lily, mientras ésta lanzaba ropa desde su armario por toda la habitación, en busca de algo perfecto que ponerse.

—¡Dios mío! —dijo—. Esto es terrible —se volvió hacia mí, con las manos en la cabeza—. No hay nada, absolutamente nada, bueno en mi armario. —se lanzó en la cama y suspiró agotada.

—Creo que exageras un poco —dije, riendo—, tienes prendas muy bonitas ahí, de hecho, hasta algunas sin estrenar y creo que…

—¡Sin estrenar! —exclamó, levantándose de la cama, como si acabará de recordar algo y adentrándose de nuevo en el armario—. ¡El vestido que tengo sin estrenar! —empezó a revisar en las gavetas, haciendo estruendosos sonidos—. ¡Lo encontré! —gritó, y se giró, agitando emocionada un hermoso vestido rojo de seda.

—¡Es hermoso! —chille, sonriendo, y ella saltó entusiasmada.

Dos horas después, ambas estábamos listas, solo nos dábamos unos últimos retoques de maquillaje entre sí, mientras escuchábamos música muy alta, tan alta que la señora Wayland —su madre— nos reprendió y nos hizo bajarle un poco el volumen.

Llegamos a la fraternidad Pussy-Ass, en la que la pequeña reunión de fin de vacaciones tendría lugar. Nos recibieron: Abby y Bill, ambos son amigos nuestros de la universidad, son novios y  forman parte de la fraternidad, no era la primera vez que veníamos puesto que, a veces nos juntábamos a hacer trabajos aquí. Dentro había personas bailando, no era un montón, por supuesto, la mayoría nos conocíamos, con excepción de más de un par que fueron invitados por algunos de nuestros amigos.

Hicimos karaoke, bebimos —bueno, yo no tanto— bailamos hasta cansarnos. Luego nos quedamos acostados todos en el piso mirando al techo sin ninguna razón aparente mientras moríamos de la risa por nada en concreto. Giré la cabeza en medio del ataque de risa, y vi a Lily, estába susurando cosas con Ted, un jugador de fútbol, que tiene toda una lista de fans del primer año enamoradas de él, incluyendo a Lily, al parecer. Ahora entiendo la razón de querer verse tan bien esta tarde.

Mi teléfono vibró y me di cuenta que se trataba de mi alarma, la que me recordaba que ya era  hora de ir a casa, ya que el día siguiente empezarían las clases. Me precipite a levantarme y tirar del brazo de Lily, ésta se quejo, pero me siguió, ya ella sabía lo que significaba. Nos despedimos deprisa de todos y nos fuimos. Cuando estuvimos al frente de su casa, le advertí antes de que se bajara:

—Ya sabes, mañana vengo por ti, ¡puntual! —ella asintió con lentitud, y sonrió.

Estaba exhausta cuando llegué  a casa, encontré a mi padre sentado en el sillón en su computador, alzó la vista en cuanto me escucho entrar y se levantó.

—Buenas noches, cariño —me saludó con un abrazo—. Espero que hayas sido prudente a lo hora de beber alcohol, ya que tenías que conducir… —empezó a decir, con una voz preocupada, supongo que apestaba un poco a alcohol.

—Por supuesto, papi —le aseguré, él se inclino dándome un casto beso en la frente.

—¡Bien, Gianna —dijo—, muy bien!

Subí a mi habitación, me di una agradable ducha y me coloqué mi pijama. Al terminar hice una lista de prioridades para el día siguiente y también indicaciones y atajos que me habían dicho los chicos de la fraternidad, para que se me facilitará encontrar los salones de clases, ya que tiendo a perderme mucho —a pesar de que ya llevo algunos meses estudiando allí—, pero en mi defensa apenas podía recordar las calles de mi ciudad y si no fuera por el GPS no podría llegar ni siquiera a casa sola.

Esa noche, después de asegurarme que había colocado las cinco alarmas con diez minutos de diferencia cada una —quería asegurarme que me despertaría— logre dormir plácidamente.

(...)

La mañana siguiente me desperté de buen humor e hice algunas cosas, como correr, leer un poco e incluso desayunar sin ningún apuro —nunca había tenido una mañana tan productiva—. Salí de casa y busque a Lily, ella me esperaba con un semblante feliz, mientras se comía una manzana, se monto el auto y me saludó de un beso en la mejilla.

Al llegar al campus nos despedimos cuando cada una se dirigió a su respectiva clase. Entré al enorme salón, y encontré mi lugar al lado de Abby.

—Hola —le saludé, sonriendo, mientras me sentaba.

—Hola —contestó dándome un fuerte abrazo, me tomo por sorpresa, pero le correspondí.

Abby  comenzó a hablar sin parar —mientras esperábamos que comenzará la clase—, de todos los chismes que había acumulado en ese tiempo, y también de la lamentable noticia que nos sacudió a todos en vacaciones; la de que uno de nuestros profesores, el profesor Montilla, se había quitado la vida, ella parecía tener muchos más detalles de los que se sabía por boca de cualquiera, ya que el profesor era amigo cercano del padre de un amigo cercano de ella. Al parecer tenía algún tipo de problema mental que le hacía creer que diablo le perseguía, empezó a tener alucinaciones y creía que todo el mundo le quería hacer daño, al punto de volverse sumamente violento; todo eso se le atribuyó a la reciente muerte de su esposa —porque por supuesto que para todos hasta después de muertas las mujeres son las culpables de las estupideces de los hombres—, lo encontraron muerto en su sala de estar, se había cortado siete dedos de los pies y disparado en la cabeza, no hubo duda de que fue un suicidio ya que los estudios forenses así lo indicaron.

—… y sí, toda una locura, quién diría que los profesores tenían más depresión que los estudiantes —dijo a modo de broma y yo la reprendí con la mirada.

—No es gracioso, Abby, es una verdadera pena, que un buen profesor como él ya no se encuentre entre nosotros.

—Te prometo, Gianna, que tu noble corazón se sentirá satisfecho con el profesor que le reemplazará, dicen que es uno de los mejores en su rama y al parecer noble, se rumorea que tienen algunos cincuentas años, eso quiere decir que no tendrá buen oído ya, y así no nos podrá escuchar cuchichear.

—¡Abby! —le reprendí de nuevo, y ella soltó una fuerte carcajada haciendo que todos los ojos en el salón se posaran en ella por un momento.

—Lo siento, solo bromeo —aclaró—. Lo que de verdad quería decir es que al parecer ese hombre  era de toda la confianza del profesor Montilla, su nombre es… am —hizo un gesto pensativo—. ¡Thomas Morris! Nativo de Inglaterra al igual que el profesor Montilla, debe tener un acento encantador —sonrió—, lastima que es un anciano —concluyó volteando los ojos.

Estuve a punto de replicar algo, pero el silencio repentino de toda la clase me hizo girar mi cabeza hacia el escritorio, donde había de espalda un hombre alto vestido de traje, escribiendo con letras grandes y elegantes en la pizarra «Thomas Lucas Morris - licenciado en literatura inglesa y filosofía», escrito eso se dio vuelta lentamente, y miró a toda la clase, sus ojos eran de un verde grisáceo y sobrios con una pesadez impresionantes, sonrió ácidamente, coloco su maletin en la mesa y tomó asiento sin quitar la vista de todos.

—Buenos días —habló por fin, su voz era profunda y autoritaria y su acento muy marcado.

—Buenos días —respondió toda la clase al unísono.

—Soy el Profesor Thomas Morris, seré su profesor de literatura —se presentó y se escucharon algunas expresiones de sorpresa, ya que todos esperaban a un cincuentón, no a un hombre de apenas unos treinta, él escucho, las ignoró y prosiguió—. Como supongo que ya saben lo ocurrido con su anterior profesor, no me veré en la molestia de explicárselo —dijo, con una mueca de fastidio y pasándose la mano por su alborotado cabello castaño, acción que lo hizo lucir como todo un jovencito y no como un profesor—, solo me queda decir que espero que sean una buena clase, que sean respetuosos y todo eso, ah y que de verdad quieran aprender, ¿entendido? —asentí con la cabeza, y creo que toda la clase también lo hizo, porque el profesor pareció satisfecho.

La clase fue relativamente buena, nos explicó temas generales de la literatura, y un poco de cuál era su plan de trabajo y de los temas que quería tratar en el transcurso del semestre, más que una clase, fue una presentación de él como profesor. Si no fuera por su actitud hostil, amargada y arrogante, hubiera mantenido todo ese agrado que había obtenido de los estudiantes al principio de su llegada —que había sido atribuido a su físico, por supuesto—, pero lamentablemente lo que tenía de guapo lo tenía de insoportable. Reprendió a los estudiantes por el minimo sonido que saliera de sus bocas, al no ser que él mismo le hubiera pedido hablar. Tuve suerte que Abby, se había quedado tan sorprendida al verle, que se mantuvo callada toda la clase, y no fue parlanchina como suele serlo.

(...)

—Pero al menos esta bueno, ¿no? —dijo Lily, mientras le daba un mordisco a su sandwich.

Estábamos sentados en el césped del campus, mientras almorzabamos, y Abby se encargaba de contarle todo lo sucedido con el profesor de literatura, a Bill y a Lily.

—Sí, al menos, pero no creó que sea suficiente para que no llegue a detestarlo —contestó Abby, poniendo los ojos en blanco—, con lo mucho que me gusta hablar, y ese profesor guapeton lo prohíbe.

—¡Hey! —chilló su novio Bill, lanzandole un poco de césped, ella rio y se lanzó hacia él.

—Sabes que te amo, y que aunque hay, muchos, muchos, muchos, hombre más guapos que tú, yo te elegí a ti y siempre lo haría, ¿ok? —Le tranquilizó Abby, Bill sonrió cómo tonto mientras se sonrojaba, para luego besarla.

—Que pareja más rara son estos dos —dijo Lily, mientras reía y los miraba con confusión.

—Concuerdo —dije, riendo.

—Callense, par de solteronas —replicó Bill en broma,

mientras paraba de besar un segundo a Abby.

—¡Hey! —protestamos al mismo tiempo.

—Eso está muy bajo de tu parte —dijo Lily.

—Exacto, ambas acabamos de salir de relaciones tediosas hace poco, no tiene nada de malo que queramos estar solteras, aun superamos el trauma, idiota —dije, y le lanze la cajita casi vacía de jugo que tenía en la mano.

—Eso es cierto, tonto —apoyo Abby, dándole una palmada en la cabeza, acompañada por unas pequeñas piedras que le comenzó a lanzar Lily.

—Ok, ok, ok, lo siento —dijo apresuradamente Bill, mientras se tapaba la cara y reía —. No volveré a decir otra estupidez.

—Eres hombre, no es así de fácil, eso viene en tu ser —dijo Lily, yo reí y asentí con la cabeza demostrando que estaba de acuerdo —. Pero te perdonamos, pero si vuelve a ocurrir te aniquilaremos, hay más de donde viene eso —señaló las piedras que ella le había lanzado.

Bill asintió como un perrito regañado con la cabeza, y todas reímos.

(...)

Al llegar a casa ayude a preparar la cena junto con mis padres, y mis hermanos sirvieron la mesa —bueno, lo intentaron—, mamá tuvo que reacomodar.

—¿Y qué tal su día, chicos? —preguntó papá.

—Bien —dijo Grant, bebiendo un sorbo de jugo—, la profesora Leonilde nos enseñó a dividir por dos cifras.

—¿Y cómo te fue? —le preguntó mamá.

—Muy bien, saque ocho, pero la profesora olvidó poner la otra mitad del ocho, y me dio pena decirle que se había equivocado, así que puse el otro círculito y lo acomode yo mismo —sonrió orgulloso, y se comió una cucharada de pure de papas.

Mis padres entonaron los ojos, y George y yo casi escupimos el jugo intentando no reír.

—Ay, cielo, creo que… —empezó a decir mamá, mientras Grant la miraba con una sonrisa inocente—. ¡Creo que es fantástico! —exclamó mi madre con una sonrisa fingida.

—¿En serio? —la miró sorprendido—. ¿Entonces hoy puedo ver tele hasta las nueve…?

—No —se apresuró a decir mi papá.

—¿¡Entonces de que sirve tener buenas notas!? —exclamó Grant, enfurecido.

—Se lo dices tú, o se lo digo yo —me susurró George.

—Callate —le respondí, riendo—. Dejalo en paz.

—Ok, ok, solo porque al menos le ahorrará el dinero de la universidad a mis padres —bromeó, y no pude evitar reír aún más.

(...)

La mañana siguiente no fue igual de productiva que la anterior, apenas me pude tomar un café como desayuno. Me había levantado tarde, las alarmas solo habían servido como la música de fondo de mis sueños. Primero corrí por el campus para llegar al aula, mis piernas dolían y moría de hambre, los pasillos parecían largos y eternos, pero finalmente llegué, me apoye de la puerta, estabilice un poco mi respiración y entré.

—Así que el amor y la muerte… —se detuvo bruscamente el profesor Morris al verme entrar, no me dijo nada, pero me siguió con la mirada hasta que me sente.

—¿Señorita…? —dijo, entrecerrado los ojos, esperando que completara con mi apellido.

—Roberts.

—Roberts, ¿Está consciente que la clase empezó hace más de diez minutos? —preguntó, con un tono serio al igual que su mirada, trague fuerte y asentí—. Muy bien, ahora, ¿usted tiene complejo de protagonista o algo parecido? —lo mire confundida y él prosiguió—. Porque todos llegaron a tiempo, con excepción de usted, ¿acaso se cree especial? —todos rieron en el salón y él los miró con severidad, haciendo que se callaran —. ¡No permitiré que nadie más llegue tarde a mi clase…! —empezó a gritar, dirigiéndose a todos, pero se interrumpió cuando la puerta se abrió de nuevo repentinamente y entró un joven por ella.

—Hola —saludó el recién llegado—. ¿Llegó tarde, profe? —preguntó, con una sonrisa torcida.

El semblante de el señor Morris se alteró de inmediato, lo miró con una clara sorpresa durante un segundo, pero luego cambió su expresión, y pareció fingir indiferencia, para después decir con voz grave:

—Muy tarde, adelante y busque asiento.

El joven le sonrió, entró, caminó sin preocupación y se sentó en un puesto de la primera fila, que son los que la mayoría evita, para no quedar tan a la vista de los profesores. El profesor Morris pareció olvidarse de mi existencia, o que me estaba reprendiendo hace un momento, y solo se dirigió a su escritorio, sin decir nada más. Pasaron un par de minutos de silencio, hasta que él profesor pareció recuperarse y continuó con la clase.

Desde mi asiento podía ver con claridad al nuevo chico, traía puesta una chaqueta de jean, con una camiseta clara, sus dedos estaban repletos de pequeños y delicados anillos, su piel era blanca pálida y hacía un hermoso contraste con sus rizos color oro; no podía verle bien los ojos, pero parecían azules claro o algún color parecido. Parecía prestar suma atención a cada movimiento y cada palabra que decía el profesor Morris como para ponerlo incómodo, y también parecía funcionar, ya que el señor Morris tenía las facciones apretadas mientras hablaba, y lo miraba de reojo a lo que éste le sonreía con un aire de burla.

La clase se terminó por fin y gracias a Dios ya no tenía que soportar esa tensión en el aire, que parecía ser yo la única que podía notarlo. Caminaba por el pasillo tranquila, para dirigirme a la cafetería.

—Gianna —llamó mi atención Abby y me gire para mirarla—. ¿Vistes que el chico nuevo no salió de la clase? Se quedó con el profesor...

—Sí, lo note —dije—, todo lo notamos fue bastante obvio.

—Sabes que quiere decir eso, ¿no? —preguntó, sonriendo con lástima, la miré confundida y negué con la cabeza—. Pues que seguramente él se quedo después de clase para poder darle una explicación al señor Morris del porqué llegó tarde, para así no tener ningún tipo de problemas más adelante —explicó, y seguí sin entender—. ¡Que tú también debías quedarte porque ambos llegaron tarde! —gritó ahora, como si fuera lo más obvio del mundo.

Elevé las manos por encima de mi cabeza, en una especie de desesperación muda, y le pregunté con rapidez:

—¿Creés que tendré problemas si no voy?

—Muchos —contestó, y eso fue suficiente motivación para que saliera corriendo como flash al salón.

(...)

De nuevo me encontraba agitada en la puerta de ese salón, a punto de abrirla, pero las voces que venían de adentro me hicieron parar y asomarme por el pequeño espacio que dejaba la puerta entreabierta mientras la sostenía.

—Te ves tan patético con ese traje —dijo el chico de chaqueta de jean, al profesor Morris—. Pareces todo un anciano.

—¡Callate! —replicó el señor Morris, con voz ruda—. Te pregunté qué demonios haces aquí, no empieces con tus estúpidos jueguitos.

—Pues a visitarte, ya sabes, ayudarte a enterarme como ibas con tu nuevo trabajo —le contestó, sonriendo aún con ese aire sarcástico—. Solo me preocupo por mi hermanito...

Al escuchar lo último, ahogue un sonido de sorpresa tapandome la boca, pero gracias a eso solté la hendija de la puerta con un movimiento repentino que hizo que se abriera.

Ambos giraron la cabeza para mírame de inmediato, haciendo que me quedara estupefacta y sin saber que decir.

—¿Señorita Roberts? —preguntó el Profesor, con el ceño fruncido.

—S-sí, señor —tartamudeé—, venía... A discúlparme por haber llegado tarde...

—¿Cuánto tiempo lleva ahí? —me preguntó, con los ojos entrecerrados.

—Casi nada, acabo de llegar —mentí.

—Bueno, esta bien, no se preocupe, por esta vez se la dejaré pasar, pero que no vuelva ocurrir, ¿de acuerdo? —dijo, sin mucho interés mientras se sentaba en su escritorio y miraba de nuevo a... ¿su hermano? Indicando que ya me podía ir.

Así que suspiré y me di la vuelta para irme.

—Hey —me paró el chico de la chaqueta de jean—. No me he presentado, soy Dylan, ¿cuál es tu nombre? —me tendió la mano.

—Gianna, mucho gusto —dije, al tiempo que le estrechaba la mano y sonreía con cortesía.

—Gianna, disculpa, es que como sabes es mi primer día aquí, y no se donde encontrar la cafetería, ¿me podrías guiar? —pidió con una amplia y preciosa sonrisa, y asentí rápidamente.

—Sí, claro —dije.

Él sonrió, y se giro hacia él profesor.

—Bueno, profesor —le dijo Dylan, acentuando la palabra profesor con cierto sarcasmo—, creo que ya está conversación acabo, nos vemos en la próxima clase —y se despidió, lanzandole un beso con la mano, me sorprendió y tuve que evitar sonreír, el señor Morris parecía no causarle gracia y fingió no darse cuenta.

—Hasta la próxima clase —nos dijo serio, para luego sentarse en su asiento y abrir su computador, con evidente molestia y tensión.

Capítulo 2: Sí, sí que lo es.

Empecé a caminar con Dylan hacia la cafetería, sin que ninguno mencionara una palabra, él parecía estar sumido en sus pensamientos, así que no le interrumpí. Cuando al fin llegamos me acerque a la mesa donde estaban mis amigos y él mismo se presentó con educación.

—Hola, mucho gusto, soy Dylan Granger —dijo, mientras le estrechaba las manos a uno por uno, al tiempo que ellos tambien se presentaban.

No pude evitar sentir cierta curiosidad respecto a su apellido, no compartía el mismo con el señor Morris, a pesar de que lo llamó hermanito, tal vez mal intérprete la situación y no se refería a ese tipo de hermano sino más un amigo cercano —pero tampoco creía que el señor Morris tuviera una relación amistosa con un joven como Dylan—, pero intente disipar esos pensamientos, para poder escuchar con atención el gran discurso de lo maravilloso que era nuestra universidad y todo lo que tenía para ofrecer, que estaba empezando a narrar Abby a Dylan, mientras él la escuchaba con seriedad y se limitaba a asentir.

Sentí un poco de vergüenza al ver que Abby no paraba de hablar y fatigar al pobre chico, así que le interrumpí diciendo que sería fantástico si también dejara hablar a Dylan sobre sí mismo.

—Oh, lo siento mucho —lo miró apenada—. ¿Hablé demasiado? Me pasa todo el tiempo, no quería ser mal educada, lo juro...

—No, no, no —Dylan le interrumpió—. No te preocupes, la verdad es muy interesante lo que dices, aunque ya eso lo sabía —sonrió—, esta universidad es bastante conocida como para no saber todo lo que respecta a ella.

—Sí, es verdad —le apoyó Bill—. Por cierto Dylan, ¿de donde es que dijistes que venías? Porque tu acento es muy refinado para ser de por aquí —le preguntó mientras se llevaba una papita frita a la boca.

Lily lo miró como reprendiendolo por lo mal educado que había sonado, pero Dylan pareció no tomarle mucha importancia, y respondió con tranquilidad:

—De Londres, apenas llevó poco tiempo viviendo por acá.

—Otro británico más —dijo Bill, riendo, y esta vez fui yo quien lo miró con severidad.

—Y Londres es un lugar muy bonito, ¿verdad? —le pregunté, tratando de que no se sintiera incómodo, él giro su cabeza para mírame y relamió sus labios antes de contestar.

—Efectivamente, es un lugar precioso.

—¿Entonces que te trae por aquí? —volvió a intervenir Bill, pero esta vez fue Abby la que no lo aguanto más y le apretó el brazo, mientras lo miraba con los ojos muy abiertos, en señal de advertencia.

—Pues, en realidad era por la soledad, tengo algunos seres queridos más importantes en este país justo ahora, así que me tocó sacrificarme —respondió con una leve sonrisa.

—Oh, ¿te refieres a familiares? —le preguntó Lily, con amabilidad.

—Algunos, sí.

Tuve que hacer un gran esfuerzo, para contenerme a mí misma y no hacer referencia alguna al Profesor, y comprobar si él era unos de los familiares a los que se refería.

Charlamos durante un rato más, y él no habló sobre sí mismo de nuevo, pero sí estaba interesado en escuchar a los otros. Y así al terminar nos dirigimos a nuestras siguientes clases, que lamentablemente no compartía ninguna más con él.

(...)

Los siguientes días de la semana transcurrieron sin novedad alguna, no tuve de nuevo literatura hasta el viernes, y al terminar la clase Dylan nos acompañó a la cafetería de nuevo y se quedó charlando con nosotros. También nos invitó a una fiesta, una que haría su amigo Ted y él, como motivo de su bienvenida a la ciudad, todos aceptamos entusiasmados y él se despidió como siempre sonriente.

Finalmente el sábado por la noche, me mire una última vez en el gran espejo de mi habitación, apreciando  como mis curvas resaltaban con el vestido negro que había decidido ponerme, mis ojos marrones parecían más claros por el lindo y simple maquillaje que me había realizado y mi cabello lucia más abundante gracias a los rizos en las puntas que me había echo mi madre.

Me sentía más que satisfecha por cómo me veía, así que tomé mi cartera y empecé a bajar las escaleras mientras le respondía un mensaje a Abby avisándole que ya iba saliendo, pero en realidad fue después de besos, halagos y advertencias de mis padres y mis hermanos, que pude salir de casa.

Esa noche no quería tener el peso de no poder beber  más de la cuenta porque «era la que le tocaba conducir», así que por eso decidimos irnos en taxi. Uno ya me esperaba afuera, dentro ya venía Abby con su hermano menor Daniel, y Bill.

—Hola —saludé, mientras entraba al auto, estaban todos en la parte de atrás, parecían no querer sentarse en la parte delante con el conductor, y la verdad yo tampoco, pero por esa razón íbamos muy apretados, y eso que aún faltaba buscar a Lily, y que conocía tanto que estaba segura de que también se sentaría atrás, con tal de no tener ese incómodo silencio que se crea cuando te sientas al lado del taxista.

Efectivamente Lily se montó atrás con nosotros, ahora casi no podíamos respirar, el calor comenzó a surgir, y el aire acondicionado empezaba a no ser suficiente, pero ninguno hizo ímpetu de abrir las ventanas. El taxista nos miraba desde el espejo, como si estuviéramos completamente locos, pero la verdad es que sí, lo estábamos, así que no nos importó demasiado.

Cuando al fin llegamos nos bajamos apresuradamente y agradecimos poder respirar aire fresco de nuevo. La casa de Ted era grande y hermosa, de un color marfil, con un lindo jardín y bonitas ventanas de madera oscura. Como siempre Abby se adelantó y tocó la puerta y eficazmente la abrió Ted.

—Hola, chicos —nos saludó, con entusiasmo—. Bienvenidos —y abrió la puerta invitándonos a pasar.

Al entrar de inmediato Ted nos tendió una cerveza a cada uno, pero yo la rechace porque no me apetecía en ese momento. Habían solo algunas personas dentro, bailaban y bebían, algunos chicos no traían camisa y tenían el cabello húmedo. Y me pareció realmente raro que fueran tan pocos, pero no dije nada al respecto.

—Están que arden, chicas —nos halagó Ted, mirándonos con una sonrisa, Abby y yo solo agradecimos, pero Lily se sonrojó como un tomate—. Bueno, ahora, ¿quieren que los lleve a la parte VIP? —nos preguntó con voz seria, lo miramos confundidos y él al notarlo soltó una carcajada—. Bromeó, no hay parte VIP, solo iremos a la parte de atrás de la casa, ah por cierto —me miró—, Dylan esta allí esperándote.

¿Dylan me esperaba? Sonreí como tonta y asentí con la cabeza.

Ted nos dirigió a la sala de estar, allí estaba un enorme ventanal de vidrio que daba al patio trasero y antes de abrirlo nos miró y nos dijo:

—No creo que toda esa ropa les sea necesaria ahí —todos abrimos mucho los ojos y él se apresuró a decir—. ¡Me refiero a que hay una piscina!

—Aaaah —dijimos todos al mismo tiempo.

Él rio y abrió la puerta por fin.

Era un patio suficientemente grande, ahí sí habían bastante personas, habían algunos en la piscina y otros alrededor de ella mientras también bebían, bailaban, reían o simplemente hablaban.

—Hey, Gia —me susurró Ted—, ahí está Dylan —y señaló con su cabeza al extremo de la piscina.

—Ya vuelvo —le dije a los chicos.

Me dirigí a la piscina, y habían tantas personas debajo del agua que no podía distinguir quien era Dylan, así que me quedé de brazos cruzados esperando, naturalmente empezó a salir del fondo del agua unos segundos después y se apoyó alrededor de la piscina. Me sorprendí al notar el gran tatuaje de un lobo que tenía en la mitad de su pecho; su cabello parecía oscuro por la húmeda, y gotas de agua recorrían su torso desnudo. Parecía todo un Dios...

—¿Qué miras? —preguntó, con una sonrisa burlona, sacándome de mí ensoñación.

—¿Ah? —pregunté, alzando la vista a sus ojos y fingiendo no entender a qué se refería.

—Nada —dijo, sonriendo y negando con la cabeza—. Que te ves preciosa —y me miró de arriba a abajo con una sonrisa coqueta.

—Gracias —contesté, y sentí que mis mejillas ardían, señal de que me había sonrojado.

—Ah, por cierto, siento mucho haber olvidado decirles que tenían que traer trajes de baño, a veces parece que omito los detalles... importantes.

—Sí, me di cuenta —dije, riendo y al mismo tiempo que lo hacía se acercaron Abby, Bill y Daniel, y empezaron a saludarlo.

Él volvió a disculparse por el tema de los trajes de baño.

—Esta bien, no te preocupes —dijo Abby—. Hoy por casualidad sí me puse ropa interior.

Todos reímos y ella prosiguió a sacarse el vestido por la cabeza y lanzarse a la piscina e intenté cubrirme cuando la mayoría del agua me chapoteo a mí.

—¡Lo siento! —exclamó Abby, mirándome, mientras flotaba en la piscina—. Te tenías que apartar, para que no... —y se sumergió en el agua.

Dylan inmediatamente se salió de la piscina y se paró frente a mí, y no pude evitar sentirme un poco intimidada ya que su altura me superaba por mucho.

—Ahora te tienes que meter o te refriaras —me dijo, con voz preocupada, yo sonreí y negué con la cabeza.

—No te preocupes, buscaré algo para secarme.

—No me odies por esto —susurró, con una sonrisita maliciosa, lo miré con recelo y al tiempo me agarró por la cintura, yo proteste, pero ya era demasiado tarde, cuando me di cuenta ya estábamos dentro del agua.

Al sacar mi cabeza del agua casi por instinto me sostuve de su cuello y enrede mis piernas a su cintura.

—¿¡Acabas de hacer lo que acabas de hacer!? —exclamé.

—Acabo de hacer lo que acabo de hacer —afirmó riéndose.

—¡Dylan! —chille.

—¿¡Qué!? —chillo Dylan de vuelta.

—¡Dure una hora haciéndome este maquillaje!

—En mi defensa —empezó a decir—, ya Abby te lo había arruinado.

—No es gracioso —dije, seria.

—Sí, sí que lo es —replicó a la vez que me revolvía con la mano el pelo mojado y sonreía.

En ese momento me di cuenta lo cerca que estábamos el uno del otro, y pude apreciar sus brillantes y largas pestaña, sus labios entreabiertos y sus precioso ojos azules, también pude notar que tenían motas verdes y marrones, y mientras más los observaba más me recordaba a esas imágenes de la galaxia. Pero al instante me volví consciente de que tenía que estar pareciendo una loca mirándolo de esa forma, agaché la mirada al mismo tiempo que me sonrojaba y susurré en un tartamudeo:

—T-tengo frío.

Él salió de la piscina junto conmigo y me ofreció subir a su habitación para así buscarme algo con que secarme, acepte y me guió hacia la sala de estar llevándome de la mano, nos encontramos a Lily y a Ted quienes hablaban y reían sentados en un sillón, Lily alzó las cejas de forma graciosa y me guiño un ojo, y yo negué con la cabeza para que entendiera que no íbamos a su habitación a nada malo. Empezamos a subir las escaleras y caminamos por un pasillo, ya que su cuarto estaba en el fondo, él abrió la puerta y me invitó a entrar primero y encendió la luz detrás de mí.

Era una habitación espaciosa y simple, no tenía ventanas, era totalmente blanca y no tenía posters ni cuadros en las paredes, solo estaba el armario, la mesita de noche junto con una lámpara y la cama, seguramente porque acababa de mudarse y no había remodelado.

Él se dirigió a su armario y rebusco en su ropa para luego sacar una enorme sudadera rosa con un estampados de flores y ofrecermela. Lo miré dubitativa y pregunté:

—¿Es tuya?

—Sí, no preguntes, solo pontela —dijo, sonriendo y lanzándome la sudadera, la atajé y tambien sonreí.

—Es bonita.

—Lo sé —se encogió de hombros—. Ese es el baño, te puedes vestir ahí —dijo, señalando una puerta que estaba a mi lado.

—Vale, gracias —me di la vuelta para ir al baño.

—Espera —dijo—, casi lo olvidaba —volvió a revisar en su armario—. Te tienes que poner algo seco abajo, ten —me tendió un boxer, entorné los ojos.

—Wow, ¿no sabía que teníamos tanta confianza como para compartir nuestra ropa interior? —bromeé—. Oh espera, ¿es una costumbre de tu país..?

—¡Gianna! —exclamó, con una risita vibrante y contagiosa—. Así que eres la graciosa del grupo, ¿eh?

—No, esa es Abby —le aclaré—. A propósito de eso —señalé el bóxer—, no creo que sea mi talla y ¿no tendrás uno rosa? Ya sabes, para ir combinada...

—Mire, señorita graciosa —me interrumpió, con una sonrisa, dando pasos hacia mí—, este es el más pequeño que tengo y el único que te quedaría, nunca me lo puse porque nunca me quedó y respecto al rosa... —se acercó aun más y dio un golpecito con su dedo en la punta de mi nariz—, ese jamás te lo prestaría, porque es mi favorito.

—Que pena, me hubiera encantado ponermelo —dije en un fingido suspiro triste, y me dirigí al baño, dejándolo ahí riendo otra vez.

El baño era igual de simple, limpio y blanco que la habitación. Me quite el empapado vestido y la ropa interior, para luego secarme con la única toalla que encontré dentro, la cual estaba un poco húmeda y no pude librarme de los pensamiento de que seguramente él la había usado hace poco, me lave el rostro para quitarme el desastre de lo que se había echo mi maquillaje y me coloqué el bóxer de Dylan —que me quedó sorprendentemente bien—, me pasé por la cabeza la enorme sudadera rosa, que me quedaba tan larga que parecía un vestido, y por último tomé un cepillo y me peiné un poco.

Cuando salí del cuarto de baño Dylan estaba sentado en su cama, ahora tenía puesta una camiseta negra y un jean claro. Y se despedía de alguien en una llamada telefónica.

—Esta bien, esta bien, yo te aviso, adiós —dijo con cierto fastidio, antes de colgar.

Se levantó al notar mi presencia y me miró de arriba a abajo igual que lo había hecho hace poco en la piscina, y con una sonrisa dijo:

—Te ves preciosa.

Y de nuevo me sentí sonrojar.

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