"Existen sucesos que se dan de forma extraña, algunos lo llaman coincidencia u obra del destino, pero lo cierto es que toda acción que hacemos nos lleva a un solo resultado."
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Londres, era una mañana fría, la nieve caía sin cesar afectando a cualquiera, sin importar la clase social. Las personas salían bien cubiertas con sus abrigos para llevar un día más, nada fuera de lo común.
Por otro lado, escondido en el campo, se ocultaba un orfanato para niños, donde estaban lejos de todo el dolor de cabeza de la ciudad, uno en el que llevaban una vida libre con el aire más puro que se pudiera respirar, a cargo de dos hermanas bondadosas, la señorita Harris, una mujer mayor de aproximadamente 45 años de rostro amable que vestía el hábito de la orden religiosa a la que pertenecía y la hermana Amelia, una mujer de 30 años, delgada en comparación a su acompañante, vestía el mismo hábito por pertenecer a la misma orden.
Todos los días eran iguales, llevaban a su cargo 12 niñas y 15 niños, los cuales eran tratados con todo el amor maternal que se pudiera otorgar.
El desayuno acababa de ser servido, cada uno de ellos comía con tanto gusto, salvo uno, el pequeño William de tan solo 2 años se mostraba inquieto, la hermana Amelia intentaba hacerle comer, pero este la rechazaba apretando los labios, sus inquietas piernas querían bajarse y gatear a la salida.
— Vamos William, come para ser un niño grande.—pedía sonriente extendiendo el brazo con cuchara en mano.
— ¿Sucede algo hermana? —preguntó la señorita Harris.
— No logro hacer que William coma, tal vez debamos llamar al pediatra.
— Es extraño, apenas anoche comió bien.
Fastidiado de que ninguna de las dos mujeres la escuchara, se escapó hasta llegar a la puerta entre caídas y gateos.
— ¡Oh William!
Ambas fueron por el niño, pero apenas la hermana Amelia lo tomó en brazos, este se retorció entre las manos de la hermana.
— ¡Nieve! — balbuceó.
— Si, William es nieve.
La señora Harris parecía empezar a entender lo que el niño quería, hasta que escuchó un ruido proveniente de afuera.
— Espere hermana. —Todos guardaron silencio.
— ¡Parece que es un bebé! — pronunció la hermana Amelia.
— Así que era eso lo que intentaba decirnos William.
— ¡Bebé! ¡Bebé! — Gritó William.
La hermana Amelia procedió a abrir la puerta y que sorpresa se llevó cuando bajó el árbol yacía un bebé de cabellos castaños.
Llevaba apenas unas horas de haber llegado al mundo y ya conocía la peor cara del mundo, estaba tan frágil y pequeña bajó un gran árbol que la cubría de la nieve, sus diminutos y rollizos dedos apretaban con toda su fuerza el único recuerdo que en un futuro le daría respuestas de su procedencia.
— ¡Oh mi señor! — exclamó tomando a la. bebé en sus manos.
— ¡Dios mio, que alma tan cruel puede abandonar a tan linda criatura en la nieve!
La pequeña lloraba sin consuelo.
— Tranquila, ya estamos contigo, ella es la señorita Harris, yo soy la hermana Amelia y desde ahora cuidaremos de ti.
— Espere hermana, hay una nota en su canasta. — arrodillandose, la señora Harris tomó el trozo de papel viejo y leyó las letras dentro de esta.
" Por favor cuiden de ella, acaba de quedar huerfana, y si la encuentran correrá la misma suerte que sus padres, yo no puedo hacerlo, pues conmigo el peligro es constante, su nombre es Mary, cuidenla mucho".
— ¿Cómo podrían hacerle daño a tan linda bebé? Pobrecilla. — susurró la señorita Harris.
— Señorita, tiene algo en la mano. — teniendo cuidado, la hermana Amelia abrió la manito de Mary, sus dedos se aferraban fuertes a un collar.
Eran tan brillante, su forma daba a indicar que era uno fino, y de plata.
— Es un crucifijo. — pronunció la más joven. — Y tiene algo grabado. — Mary. — leyó. —es el mismo nombre de la niña.
Ninguna de ellas imaginaba lo que la llegada de esa bebé traería en un futuro.
…
Diez años pasaron en un abrir y cerrar de ojos, aquella bebé indefensa era ahora una niñita adorable. O bueno, eso aparentaba.
— Mary… ¡Mary! ¿Mary donde estas? ¡AH! Esta niña me sacará canas verdes. — miró por el amplio campo, los niños jugaban sentados sobre la hierba.
— ¿Aún nada? —preguntó la señorita Harris.
— Ah, pero cuando la encuentre… le daré un gran regaño.
— No sea tan dura hermana Amelia, apenas es una niña un tanto inquieta.
— Ay señorita Harris, la hemos consentido mucho, siempre se sale con la suya, sabe que al ponernos su carita se liberará del castigo, pero esta vez no.
…
— Ja-ja-ja
Corriendo como el viento libre, una pequeña de largos cabellos castaños, piel blanca, ojos color verde avellana, labios rosas extendidos en una mueca cargada de risa, corría por una colina cuesta abajo con los brazos extendidos. Al ser pequeña y delgada se podía esconder con facilidad donde queria, logrando sacar más de un susto a sus cuidadoras.
— Te estoy ganando William. — Exclamó la niña que era intetada ser alcanzada por el jovencito de 12 años.
— ¡Esto no es un juego! ¡La hermana Amelia te esta buscando! ¡Detente Mary! —gritaba el muchachito de cabellos castaños, ojos café con anteojos , piel blanca, delgado y alto para su edad.
— Atrapame si puedes, ¡Wuu!— se sentó sobre la hierba e impulsandose se deslizó al prado de narcisos.
— Mary, sal de ahí, la hermana Amelia se va a enojar.
Se vio obligado a deslizarse, teniendo mucho cuidado observó a su alrededor, esperando que saliera con alguna de las bromas que acostumbraba.
— Esto no es gracioso, Mary, sal de una vez. —pero ella no daba indicios de estar bien. — ¿Mary? —asustado comenzó a buscarla con desesperación, sus dedos apartaban los narcisos, con la esperanza de que ella no se hubiera lastimado. — Mary… Mary…
— ¡BOO! — Salió de sorpresa causando el susto de su amigo.
— ¡AH! —William cayó de espaldas. — ¡Qué tonta eres! ¡Y yo que me preocupaba por ti! —le dio la espalda cruzándose de brazos.
— Lo siento, solo bromeaba, pero… ¡Oh, mi crucifijo! — Gritó aterrada tocando su cuello.
— ¿Qué sucede? —preguntó al verla desesperada.
— La cruz, la cruz con la cadena, no esta, el único recuerdo de mi familia, no esta… — sus ojitos se llenaron de lágrimas.
—Tranquila, lo buscaremos, ya verás que está cerca.
— Qué irresponsable fui, es mi culpa, la hermana Amelia tiene razón en regañarme.
— Eh… mira, aquí esta. — William se arrodillo tomando el crucifijo de plata. — Aquí tienes.
— Gracias William. — lo miró con un gesto de alivio.
— Ah… no es para tanto. — respondió rascándose la nuca con las mejillas sonrojadas.
— Creo que por hoy han sido muchos juegos para mi. — volvió a colocarse el crucifijo, se alizo la falda con sus manos quitando restos de hojas y flores.
— Veamos por cuánto tiempo dura su madurez. — pensó William.
…
Luego de llevarse un buen regaño por parte de la hermana Amelia, Mary estaba lista para cenar, literalmente deboró toda la comida arrancando risas de los demás niños.
— Mary… ¿qué ocurre con tus modales? Tus padres adoptivos te darán un buen regaño con esa actitud.
— Eso no ocurrirá señorita Harris, porque antes encontraré a los mios.
Las dos mujeres intercambiaron miradas, nunca habían tenido el valor para decirle que sus padres estaban muertos, simplemente dejaron que la niña siguiera con sus ilusiones.
— Por cierto, William, quiero que mañana te mantengas limpio, recuerda que vendrá el señor Regan.
—¿El señor Regan? ¿Quién es el señor Regan? —preguntó Mary.
— Mm ¿Por qué no le explicas William?
— Eh… bueno…
— Ja-ja-ja, El señor Regan es un hombre viudo, tiene una granja no muy lejos de aquí, de vez en cuando nos ha hecho donaciones, y ha decido adoptar a William. — contestó la hermana Amelia.
— ¿Cómo? William… ¿se va?
— ¡Bravo! ¡William tendrá papá!
Casi todos los niños aplaudían y celebraban que su querido amigo tendría un nueva familia.
Todos, excepto…
Repentinamente el postre ya no se veía apetitoso, Mary bajó la mirada con tristeza.
— Perdón… — se levantó abruptamente de su asiento.
— Mary, pero nos has terminado tu helado de vainilla, es tu favorito.
— Lo siento señorita Harris, ya no tengo apetito, solo… —sus ojos se aguaron. — tengo sueño. — corrió al dormitorio de niñas.
— ¡Espera Mary!
— William, dejala, esta un poco triste, pero debe asimilarlo.
— La señorita Harris tiene razón, veras que mañana te despedirá con un gran sonrisa.
Pero él aún mantenía la mirada fija sobre el camino que tomó su amiga.
…
El sol apenas salía entre las montañas, todos yacían en sus camas aún durmiendo.
Cuando de pronto.
— William… William. — alguien lo llamaba entre sueños.
— ¡¿Quién?! — se despertó asustado. Frotó sus ojos aclarando su visión. — ¿Mary? ¿Q-qué haces aquí?
— Cambiate rápido, te espero afuera.
— ¿Qué? ¿Afuera? Ni siquiera el gallo ha cantado.
— Date prisa, te espero.
— Mary, ¡Espera Mary! — se tapó la boca al casi despertar a uno de sus compañeritos.
Dejando escapar una larga exhalación se vistió a prisa.
Tuvo cuidado de no despertar a nadie y salió.
Ella estaba de pie esperándolo con una bolsita en sus manos.
— ¿Qué haces con eso? —señaló el objeto en sus manos.
— Bueno, estuve ahorrando mis domingos así que… ¡Vamos a la ciudad! —exclamó levantando los brazos.
— Shhh, baja la voz.
— Oh si, lo siento.
— Has perdido la razón, ¿La ciudad?
— William…
— Es peligroso, sabes que ahí las personas no son como nosotros, tienen muy mal carácter.
— William…
— Además que dirá la hermana Amelia, y la señorita Harris, seguro le procvocaremos un infarto.
— ¡WILLIAM! —tuvo que gritar con todo el aire de sus pulmones porque él no la escucuaba.
— ¿Qué?
— Hoy es nuestro último día juntos, solo quería que tuviéramos un bonito recuerdo, eso es todo, pero si te molesta, entonces… — estaba decepcionada consigo misma.
Tras una larga pausa, entendió lo que ese paseo significaba para ella.
— Bueno… esta bien, pero solo un par de horas.
— ¿De verdad? ¡SII! — corrió a abrazarlo.
Como dos buenos amigos, este le correspondió el abrazo.
…
En la ciudad de Londres, tres hermanos paseaban en el automóvil conducido por el chófer, la abuela de ellos había ido a visitar a gran amigo por lo que aburridos de estar entre la escuela y la casa salieron a pasar un bonito día y a comprar algunas cosas para ellos, o mejor dicho, comprar algunas cosas para su hermanita menor.
— ¡Oh Andrew! ¿Podría detenerse ahí? Los helados en esa cafetería son deliciosos. — señalaba con ilusión la pequeña de 11 años, con sus cabellos oscuros azabache, ojos azules y reluciente sonrisa.
— Enma— pronunció con voz sería el mayor de los hermanos. — un muchacho entrado en la adolescencia de 15 años, muy serio para su corta edad, pero interesante para las escolares que suspiraban por su carácter misterioso. De ojos azules, cabellera oscura que le llegaba hasta los hombros, y labios masculinos, era Phillip, hermano mayor de los Evenson.
— Por favor. — suplicó Enma.
— Vamos Phillip, no seas duro con Enma, solo son unos helados. — Intercedió Harry, el hermano del medio, el único de cabello rubio, pero de los mismos ojos azules característicos de los Evenson, tan solo con sus 13 años era otro por el que sus compañeras de clase enloquecian, no solo era tierno o atento, además era guapo.
Sin lugar a dudas los Evenson era de una belleza inigualable.
— Ah… si tanto querian salir, hubieran venido solo ustedes, yo aún tengo una exposición por terminar. — Respondió de mala gana Phillip.
— Tomaré eso como un si, vamos Andrew, a la heladería. — dijo Harry observando de reojo la reacción de su hermano mayor.
— ¡Siii! —celebró Enma.
Fastidiado se quedó esperando fuera del auto, mientras sus hermanos compraban los helados.
— ¿No quiere usted uno, señorito? — preguntó Andrew.
— No soy un niño. —respondió cortante.
Pero justo en ese instante salió Enma cargando un helado de crema.
— Phillip, aquí tienes el tuyo. — le entregó el helado antes de que pudiera responder algo.
— ¡Enma!
Pero ella ya se había metido a comprar otro.
— Ah… que empalagoso ¿como puede gustarles esto? —se dijo a si mismo observando como el delicioso postre empezaba a derretirse por el sol. — No me comeré esto. — buscó algun bote de basura con sus ojos, hasta que halló uno, observó en ambas direcciones y al no ver nada caminó con el postre que amenazaba con ensuciar su fina ropa.
Estaba sobre la vereda a punto de tirar el helado cuando algo veloz como un rayo lo golpeó sin avisar.
Todo el empalagoso dulce cayó en su cara y chaqueta, estaba sobre el piso con algo o alguien sobre su pecho.
— Oh… si me dolio… — pronunció la voz de una niña con la cabeza mareada. Al entender donde estaba alzó la mirada encontrándose con unos ojos más frios que el mismo invierno. — Ah...yo...yo...lo siento. Se disculpó, nunca en su vida había tenido tanto miedo.
— ¡Mary! — una voz provenía de lejos. — ¡Te dije que no corras! ¿Por qué eres tan desobe…? William quedó de piedra al observar tan vergonzosa escena.
— ¡De verdad lo siento! ¡Lo siento muchísimo! — se levantó con algunas manchas de helado en su cabello castaño.
— ¡Mocosos del demonio! — renegó el jovencito de 15 años, dedicándole una mirada de ira a los dos, pero deteniéndose varios segundos en el rostro de ella.
— ¡Vamonos Mary! — William sujetó la mano de su amiga y salieron huyendo de la ira del jovencito furioso.
Acomodándose de pie, sacó un pañuelo de su bolsillo procediendo a quitarse la crema de la cara.
— Nunca olvidaré tu rostro niña, algún día te encontraré.
Ninguno lo sabía, pero este sería solo el primer encuentro de los muchos que tendrían.
" Dicen que los ojos son las ventanas del alma, que una sola mirada bastaría para ilusionarse pero ¿Amor a primera vista? Eso es algo ilógico"
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¡EXCELENTE FORMA DE PASAR EL RATO! No llevaba ni una hora de haber salido por insistencia de sus hermanos y ya tenía toda la cara y chaqueta manchada de helado de vainilla.
— ¡Mocosos del demonio!
Casi al instante Harry y Enma salían del local sosteniendo sus empalagosos dulces.
— ¡Vaya! No pensé que te gustara tanto el helado de vainilla, Phillip. — lanzó el comentario con sarcasmo.
El mayor le dio una mirada asesina a su hermano de cabellos rubios, quien solo atinó a reírse del vergonzoso estado.
— Si quieres puede comprarte otro. — Enma no tenía malicia así que pensó que realmente le había gustado tanto.
— Detente Enma, no hace falta.
— Pero, pensé que…
— He dicho que no, ODIO EL HELADO DE VAINILLA.
Habló con tanta ira como si el dulce se tratara de una persona.
— ¡Señorito! — el chófer por poco se cae de la impresión al ver al jovencito cubierto de crema. — L-lo llevaré a casa.
— Creo que es lo más sensato que he oído en todo este día.
— ¿Tan pronto? pero pensé que íbamos a pasear un poco más.
— Andrew tiene razón, Enma, de lo contrario se le pegaran las moscas a Phillip.
— Oh, entiendo, entonces Phillip debe bañarse y quitarse lo apestoso.
— ¡Dejen de hablar como dos dementes y suban ya! Todo este sol me está irritando.
Alzó la voz desde el asiento trasero manteniéndose con los brazos cruzados y ojos cerrados.
— Será mejor obedecer al mandón. — murmuró Harry a Enma.
— Los estoy oyendo muy claro.
Harry levantó las manos en señal de rendición, entrando junto a Enma al auto.
De camino regreso a casa, Phillip se mantuvo serio con los cerrados sin siquiera moverse un centímetro.
Mientras los otros dos hermanos murmuraban en voz baja.
— ¿Saben que es de muy mala educación hablar a las espaldas de una persona? ¡Y más de su hermano mayor! — palmoteo el asiento provocando el sobresalto de Harry y Enma.
— Lo siento, Phillip. — se disculpó la menor, pero el otro no tenía intención de hacerlo.
— ¿Y qué esperas? —preguntó dirigiéndose al adolescente de 13 años.
— ¿A que? —respondió con aire relajado.
— ¿No te vas a disculpar?
— No he dicho nada malo, así que no tengo por qué hacerlo. — se cruzó de brazos de la misma forma que el pelinegro.
— ¿Cómo? — levantó la mano haciendo un puño.
— Bueno. — Enma intercedió llevándose un dedo a la comisura de los labios. —Técnicamente no estabamos diciendo nada malo, solo sacábamos teorías de como te habías manchado con el helado.
— ¿Verdad que se veía muy gracioso, Enma?
— Si, Ja-ja-ja. — los dos menores soltaron a carcajadas.
— ¡Ya basta! ¿Cómo si no tuviera suficiente con esa torpe niña? ahora tengo que lidiar con sus ruidosas risas.
— ¿Torpe niña? — preguntó Harry con curiosidad.
— ¡Phillip conoció a una chica! — exclamó con emoción Enma, haciendo que el conductor casi perdiera el control del auto.
— ¿Se puede saber qué les pasa? No era una chica, apenas era una mocosa revoltosa que corrió sin fijarse.
— ¿Una niña tuvo más fuerza que tú? — se burló Harry.
— Claro que no, yo estaba… — detuvo sus palabras al observar a Enma, sabía que si decía que estaba a punto de tirar el helado que ella le compró, rompería su corazón.
— ¿Estabas que? —insistió el rubio.
— Eso no tiene importancia, el caso es que estaba distraído y esa niña me hizo perder el equilibrio, embarrando todo mi rostro y ropa. ¡AH, si tan solo los hubiera atrapado! — gruñó con cólera.
— Pobrecilla, seguro debe haberse lastimado. — dijo Enma refiriéndose a la misteriosa niña.
— Tienes razón, chocar contra Phillip es como golpearse con una roca. — asintió Harry.
— ¿Qué? ¿Se están preocupando por una desconocida? ¿En lugar de su hermano?
— Ash… tú estás bien, solo te manchaste un poco, nada que un baño no remedie, pero en cambio esa pobre pequeña, seguro estaba perdida y al ver esa cara de pocos amigos, salió corriendo asustada.
— No estaba perdida, había otro mocoso con ella que la llamaba Mary.
— ¿Mary? Que lindo nombre, seguro ella también lo es. — comentó la menor de los tres.
— Bah… ni hablar. — dijo volteando la vista por la ventana. — no tiene nada de especial, nunca conseguirá ser una dama con esos modales.
…
— Ah… ah… — agotados de tanto correr pararon a descansar unos minutos.
— Eres-una-tonta… ¿Cómo se te ocurre correr así? — la regaño William, mientras intentaba tomar aire.
— Yo-no-tuve-la culpa… Él apareció de la nada.
— ¿Qué? Tú empezaste a correr como desesperada cuando el señor te dijo que vendían helados doblando a la izquierda en la esquina, no trates de culpar a otros por tus ataques de emoción.
— Bueno…— reconoció que no estaba bien ir corriendo por una ciudad que apenas conocía. —No fue a propósito, yo solo quería llegar primero, pero… ¡Auch!
— ¿Qué pasa? —preguntó de repente.
— Mi cabeza… me di un buen golpe con su pecho.
— Al menos eso servirá para que no vuelvas a ir por ahí como si estuviéramos en el campo.
— Ya lo sé, no me regañes.— se quejó frotándose la frente.
— ¿Sabes algo? Por un momento pensé que nos iba a hacer algo, ¿viste la cara que puso? Sus ojos parecían tan oscuros como una noche sin luna.
Mary recordó el instante en que sus miradas se cruzaron, algo dentro de su pecho latió con fuerza, no era como las palpitaciones de su corazón, esto era distinto, una especie de nuevo sentimiento nacer en ella.
— N-no lo vi— contestó sonrojándose inevitablemente.
— En fin. — suspiró colocándose las manos a la cintura. —Creo que fueron muchas aventuras por hoy, las hermanas deben estar muy preocupadas.
— Si, es hora de volver.
Luego de una última aventura antes de separarse, William y Mary regresaron al hogar de niños, donde el futuro padre adoptivo de William ya se encontraba ahí, este al ver a los niños con las caras manchadas soltó a carcajadas.
— ¡Vaya pero qué niños tan traviesos! Sin embargo no puedo enfadarme, yo también era así cuando tenía su edad.
— William, el señor estuvo esperando por ti durante horas. — dijo la hermana Amelia.
— Oh, yo lo siento, no quise hacerlo esperar, pero tampoco podía irme sin despedirme de Mary.
Al escuchar esto, los adultos sintieron un revuelo en el corazón. ¿Cómo regalarlo ante tan bello gesto?
— ¿Tú eres Mary, pequeña?
— Si, señor. — contestó acercándose.
La miró durante unos segundos hasta soltar una pequeña sonrisa. —Se ve que tienes un corazón bueno, la familia que te adopte será muy afortunada.
Mary simplemente bajó la cabeza, era el momento de la despedida.
— Mary...— William la miró abriendo sus brazos.
— Me dije a mi misma que no lloraría, pero… — gotas cayeron de sus ojitos, corrió donde su amigo uniéndose en un abrazo que parecía no tener fin.
— Es hora de irnos hijo.
Los dos niños que crecieron juntos se separaron, aquellos días donde jugaban en la nieve, corrían por el campo, solo quedarían como un bonito recuerdo.
Mary pensaba que ser adoptado no tenía nada de bueno , sin embargo la vida le tenía preparado algo muy especial, algo muy relacionado al crucifijo que llevaba consigo.
"Conocer a una persona y sentir de inmediato una conexión especial, es algo muy poco usual, pero posible, porque la vida siempre estará llena de misterios"
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El canto del gallo anunciaba la llegada de la mañana, y dentro del hogar las hermanas ya tenían listos a los muchachos, cada uno sentado listo para recibir sus clases.
Todo transcurría con normalidad, hasta que la hermana Amelia notó un asiento vacío.
— ¿Alguien ha visto a Mary? —preguntó con preocupación.
Una niña se levantó de su asiento con la mano estirada.
— Dijo sentirse muy mal, que la disculpara por no venir a la clase.
— ¿Otra vez?
Mary llevaba dos días de faltar a clase, apenas comía, pero no era porque estuviese enferma, la tristeza la consumía, extrañaba a William, el único que soportaba sus disparatadas ocurrencias.
— Señorita Harris ¿podría hacerse cargo? Iré a ver como esta.
— Por supuesto. — asintió la mayor, esperando que la pobre niña pudiera recuperar su sonrisa y volver a ser tan jovial como siempre lo fue.
…
— ¿Mary? — la encontró recostada boca abajo, con las manos en la cabeza. Su lindo cabello castaño y liso estaba desordenado, pasó una mano por la cabeza de la pequeña.
— Hermana, de verdad quiero levantarme, pero las fuerzas no dan conmigo. — murmuró con la voz apagada. — Extraño a William.
— Mary, déjame contarte algo, nosotras cuidamos de ustedes como si fueran cada uno nuestros hijos, pero sabemos que algún día se irán para formar un nuevo camino, y solo nos queda aceptarlo porque no podemos decidir sobre ellos para siempre. Eso fue lo que pasó con William, piensa que él nunca dejará de ser tu amigo, porque los recuerdos siempre quedarán.
Entonces pensó. La hermana tenía razón, algunas cosas eran parte de la vida, y aunque nunca quiso aceptarlo, sabía que el día de separarse de su amigo llegaría.
— Aún tienes muchos amigos por conocer, y estando encerrada aquí, no lo harás.
Levantó su rostro de la cama, se acomodó sobre hasta sentarse.
— Voy a intentarlo, procuraré ser tan feliz como lo es ahora William.
…
Los días pasaron, convirtiéndose en semanas, los días de verano estaban llegando a su fin, pronto llegaría el otoño, estación que si bien no era tan fría como el invierno, si marchitaba las bellas flores del prado.
— Por aquí, no se vayan tan lejos. — decía dando el maíz a las gallinas.
— ¡Mary! ¡Mary! — una niña más pequeña llegó corriendo hasta llegar donde la castaña.
— ¿Qué ocurre, Amy?
La pequeña estaba agitada de tanto correr, tomó aire mientras armaba las palabras en su mente. — Un auto llegó, es muy grande y bonito.
— Otra adopción, que maravilla. — contestó con fingida alegría. —¿Quién es el elegido ahora?
— No, Mary, no lo entiendes, ellos han venido por primera vez, y conocen tu nombre.
— ¿Mi nombre? — preguntó incrédula. —Seguro oíste mal.
— No. — agitó la cabeza con rapidez. — Katty y yo estábamos quitando los guisantes de la cáscara cuando un señor salió y una señora llegaron buscando a la señorita Harris. ¡Ellos preguntaron por ti, Mary!
De pronto un recuerdo la golpeó. — ¿Es un auto lujoso? —preguntó mordiéndose la uña con evidente preocupación.
— Si, ¿Acaso los conoces?
— Eh… — sus pensamientos le trajeron la imagen del jovencito al que derribó con el helado. ¡Por Dios! Seguramente esos señores venían por ella. Debía esconderse. — Amy, no les digas que me viste, por favor. —suplicó juntando sus palmas.
— ¿Por qué? ¿Hiciste algo malo?
— Digamos que sí, pero no fue mi culpa, yo no lo hice a propósito. ¡Ay qué haré! — se llevó las manos a la cabeza. —Seguro quiere que le pague su chaqueta.
— Mary… ¿Mary dónde estás?
— ¡Es la hermana Amelia! Ahora me va a regañar, Amy no les digas que me viste.
— Pero no debo mentir, yo…
La voz de la hermana se escuchaba con mayor cercanía.
— Por favor. — se arrodilló.
— Ah… está bien, fingiré no saber nada de ti.
— Oh gracias. — la abrazó de forma fugaz y escapó tan lejos como sus piernas le permitieran correr.
A los pocos segundos, la hermana Amelia llegó preguntando por el paradero de Mary, y Amy como buena niña que cumplía su palabra, fingió no haberla visto. A lo cual Amelia tuvo que seguir buscándola.
…
Dentro del hogar, un hombre alto y elegante de ojos café, cabellera oscura muy bien peinada, conversaba muy amenamente con la señorita Harris. Luego de contarle el motivo de su visita, ella quedó sorprendida, llevaba 10 años preguntándose si algún día eso ocurriría y el día llegó.
— ¿Está seguro de lo que dice? —preguntó aún sin poder creerlo. — Tal vez solo se trate de una confusión.
— Mi esposa está muy segura, y yo confío en ella, contratamos a un detective que nos ayudó a ubicarla así que finalmente las pistas no trajeron aquí.
— Pero, la carta… todo esto me tiene muy confundida. — cerró los ojos con un dolor de cabeza. — ¿Por qué no entró su esposa?
— No se siente bien, realmente ella lleva esperando esto con ansias, y por la emoción prefirió tomarse unos minutos fuera antes de entrar.
— Entiendo… me imagino todo lo que tuvo que pasar para encontrarla.
Dejó su té sobre la mesa de madera. — Ella nunca se dio por vencida, esa es una gran cualidad que me impactó desde que la conocí.
…
— Ahora sí, seguro que no me encuentran, me gustaría verle la cara de rabia a ese gruñón. — sonrió recordando al guapo jovencito.
Estaba tan distraída que no notó que iba corriendo a velocidad, hasta que de un golpe se detuvo, pero contrario a caerse unas manos la sostuvieron.
—¡ Ay creo que ahora si me rompí la cabeza! — exclamó de dolor con los ojos cerrados.
— Niña, lo siento no debí quedarme ahí parada en medio, disculpame ¿Estás bien? Déjame mirarte. — la señora se arrodilló, observando con mayor claridad el rostro de la niña.
— No se preocupe señora, ya se me esta haciendo costumbre estos golpes. —abrió los ojos encontrándose con una mirada verde.
El tiempo parecía detenerse, una paz increíble nunca antes sentida las envolvió.
Mary pensaba que era la señora más bonita que había visto, de hecho siempre soñó con que su mamá fuera así, de mirada tierna, con sus cabello largo negro, una sonrisa que parecía decirle que todo estaría bien.
Su corazoncito latía con una sensación inquieta y desconocida.
— Eres igualita a él. — habló la señora con los ojos humedecidos de un recuerdo del amor perdido. — los mismos ojos, el cabello y el rostro. — ¿Mary? —preguntó con temor.
— Si, ese es mi nombre señora ¿cómo lo sabe?
La mujer se llevó una mano a la boca, sollozo conteniendo un llanto de esperanza, que al fin su búsqueda tenía resultados, lo que tanto rogó al cielo se había cumplido, en medio de la felicidad sus ojos notaron el brillo de la cadena que llevaba Mary.
— Eso...— señaló con los ojos.
— Oh, esto es el único recuerdo que tengo de mi familia, lo encontraron en la canasta conmigo el día que llegué al hogar. — sujetó el crucifijo mostrando el nombre grabado. — Y trae mi nombre.
Ya sin poder contenerse, la mujer abrazó a Mary, soltando todo el llanto contenido durante 10 largos años.
— ¡Mary! Mi niña, al fin te encontré… mi pequeña.
— Señora ¿Quién es usted?
Aclarándose la garganta, pasó su pulgar por la mejilla de la niña.
— Mi pequeña, yo soy tu mamá.
Todo a su alrededor empezó a temblar, sus pies ya no la pudieron sostener, la tremenda revelación que le habían dado la afectó más de lo esperado y terminó cayendo en un vacío emocional.
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