De todas las personas que conocí en mi vida, ninguna me había atravesado el alma de esa manera, sentí que la vida por fin estaba siendo justa conmigo y por un momento me pareció que todo lo que viví antes, había valido la pena, porque al final del camino estaba ella. Mi enfermedad no hubiera sido mi fin, pero él...
Mis riñones habían fallado desde hacía ya 5 años. Después de varios tratamientos, estaba teniendo sesiones de hemodiálisis en las que gracias a una máquina, me "limpiaban" la sangre cada dos días para filtrar las toxinas de ella y sacar el exceso de líquido que ya no podía desechar por mi cuenta.
No soportaba ver a las personas enfermas como yo, y estaba harto de los doctores y la rutina con la que me hacían las mismas tontas preguntas de siempre.
Esa mañana, me levanté con el mismo pesar de todos los días, desayuné ligero para no sentirme mal durante la hemodiálisis. Mi hermano Ulises me llevó a la clínica y aunque bromeó un poco conmigo durante el camino, no consiguió ponerme de buen humor.
Al llegar, como siempre, me acerqué a la recepción a registrarme.
- ¿Cómo te llamas? - me dijo una mujer que no había visto nunca.
- Jacobo Salgado - le contesté sin poner mucha atención.
- Espérame... listo, ya te registré - me dijo después de hacer movimientos torpes, supuse que era nueva.
- ¿Y mi gafete? - le pregunté molesto por el tiempo que ya llevaba parado frente a ella.
- Ah sí... Espérame ... ¡Aquí está! perdón es que soy nueva - me dijo con una sonrisa nerviosa.
Casi le arrebaté el gafete de la mano y además la miré como si me hubiera hecho una grosería, en realidad no estaba molesto con ella, era yo, todo el tiempo enojado con la vida.
Entré y me senté en el reposet en el que casi siempre me toca estar. Una vez más Saúl, el enfermero, pinchaba mi brazo para comenzar la hemodiálisis.
Pasó media hora y empecé a escuchar unos quejidos del hombre que estaba al lado, lo miré de reojo y era el mismo señor que siempre se queja, así que respiré profundo y desee que el tiempo pasara rápido para poder irme de ahí, pero no pasó ni un minuto cuando comencé a escuchar lo fuerte que respiraba, entonces me giré para verlo.
- Enfermero me estoy sintiendo mal - dijo agitado y con los ojos llorosos.
- ¿Qué siente Don Alberto? - preguntó Saúl acercándose a él mientras miraba su máquina.
- Me estoy mareando y me está costando trabajo respirar- respondió el señor casi llorando.
De pronto, la máquina comenzó a sonar y dos enfermeras se acercaron.
- ¡Llama a la doctora!- le dijo Saúl a una de ellas, mientras sus manos se movían rápido sin que yo pudiera entender lo que pasaba.
A los pocos minutos el señor estaba rodeado de enfermeras, enfermeros y médicos, a momentos lo llamaban por su nombre y después se gritaban entre ellos.
Yo estaba temblando de miedo, mi corazón estaba acelerado y quería salir corriendo, tragaba saliva porque no podía ayudar, no podía irme y lo único que me quedaba, eran mis intentos por evitar mirar lo que pensaba que sería el final de ese tal Don Alberto.
En ese momento recordé esas ocasiones en las que había estado internado y las personas que vi morir en esos hospitales. Nunca estuve con nadie que tuviera la misma enfermedad que yo y nunca había visto lo que un día cualquiera podría pasarme a mí; estaba a punto de llorar.
Escuchaba a todos hablar, escuchaba el sonido de la desesperación, pero no lograba escucharlo a él, y solo imaginaba que realmente algo grave le había ocurrido.
En cuanto se lo llevaron, la sala se quedó en silencio, miré a la señora que estaba frente a mí y sus ojos estaban bien abiertos con la misma expresión de miedo que seguro, tenía yo también.
Dos horas y media más tuve que esperar ahí sentado, ojalá el tiempo ahí no pasara tan lento.
Después me desconectó Saúl, preguntándome cómo me sentía; solo le pude decir que todo estaba bien, y aunque tenía curiosidad por el señor no me atreví a decir otra palabra.
Cuando salí, aún tenía el corazón agitado, estaba cansado por el tratamiento y por lo que había pasado.
Mi hermano llegó pronto y en cuanto me subí al carro la ansiedad se aligeró un poco.
- Oye ¿Qué pasó? Había unas personas llorando ahí en la entrada de la clínica cuando saliste.
- ¿Si? No las ví, pero un señor se sintió mal ahí adentro, yo creo que se murió.
Ulises se quedó callado, no supo qué decir y continuamos el camino sin decir nada hasta llegar a casa.
Comimos cada uno viendo su celular sin cruzar palabras ni miradas. Después me dijo que tenía que hacer algunas compras y me pidió que lo acompañara, pero preferí quedarme y trabajar en la computadora para no pensar en el muerto. Bueno, más bien, para no comenzar a imaginarme a mí, perdiendo la vida mientras estaba conectado.
Me quedé dormido al cabo de unas horas, pero antes, vino a mí la imagen esa recepcionista a la que le clavé la mirada desahogando mi frustración, cerré los ojos recordando su voz, su cabello y su peculiar mirada.
A la mañana siguiente Ulises se levantó temprano, había traído el desayuno porque nosotros nunca cocinábamos, no sabíamos y no nos interesaba intentarlo. Aún extrañábamos la comida de mamá porque siempre sabía bien, y desde que murió no nos habíamos tomado la molestia de ir más allá de freír un huevo, pero podía recordar que en mi niñez, los aromas llenaban la casa a todas horas, éramos una familia feliz.
Ulises era mayor que yo por un año, yo acababa de cumplir 18 cuando nuestra mamá murió de hepatitis. En esos años ya todo era malo de por sí, porque papá ya había muerto de un infarto tres años antes, entonces mi vida estaba arruinada desde que tenía 15. Al menos eso pensaba, porque después lo único que hizo fue empeorar.
El día transcurrió con mis pendientes de trabajo y lluvia por la tarde, Ulises salió por la noche a beber con sus amigos y yo me dormí temprano porque al día siguiente tenía hemodiálisis.
Llegué a la clínica a la misma hora de siempre y vi a las mismas personas, me acerqué a la recepción y ahí estaba la nueva, con su mirada nerviosa.
- Hola Jacobo - me dijo en tono amistoso.
- Hola - le contesté, serio y cortante, aunque realmente me sorprendió que recordara mi nombre.
- Me llamo Lucía - dijo mientras miraba el monitor - espérame ya te estoy registrando, ¿Jacobo Saucedo verdad?
- Salgado - le dije sonriendo; era la primera persona que me cambiaba el apellido. De pronto parecía tan espontánea y distraída que me hizo observarla un par de minutos.
- Están un poco lentos en tu sala, vas a tardar un rato más en pasar - me dijo muy quitada de la pena.
- ¿Y como cuánto tiempo es eso? - pregunté sin poder evitar fruncir el ceño.
Apretó los labios y me dijo que no sabía, entonces me senté en la sala de espera, en un asiento frente a ella.
Era amable con todos y sonreía mientras hablaba, no me había dado cuenta de que seguía mirándola hasta que ella también me miró y supo que la observaba. Me dió pena y bajé la cabeza, pero no pude evitar que mis ojos volvieran a ella. Estaba roja y de pronto la encontré sonriéndome, logrando que yo también le sonriera.
Sentí algo extraño dentro de mí, no precisamente mariposas, más bien fue algo así como una premonición de que mi vida estaba por cambiar, como si frente a mí pasara un relámpago que abría la puerta a una nueva vida y yo no sabía si estaba listo para eso.
Tardé en pasar casi media hora y durante todo el tratamiento me sentí nervioso, recordé lo que había pasado la última vez y empecé a temblar, fueron tres horas eternas en las que solo desee no ser yo.
Ulises ya me estaba esperando cuando salí de la clínica, me subí al coche y respiré tranquilo.
- ¿Qué pasó todo bien? - me preguntó mirándome de pies a cabeza.
- Si, es que, tardé en pasar - le contesté pensando en lo mucho que se preocupaba.
- Hoy iré con Alexis en la noche. ¿Quieres ir?
- ¿Otra vez vas a ir con él? Nadamás toman y luego se les pasa la mano, y a parte siempre le pagas la borrachera.
Comenzamos una discusión que ya habíamos tenido varias veces, se le estaba haciendo costumbre emborracharse con sus amigos, despilfarrando el dinero que nuestros padres nos habían dejado. Me irritaba su actitud, sobre todo porque me sentía culpable de que no estuviera disfrutando su vida por mi culpa y por eso siempre discutía con él cuando se trataba de sus excesos.
Por la noche solo salió de casa sin decir nada, me quedé en mi cuarto viendo una película y no me dí cuenta del momento en el que me quedé dormido. Me despertó una llamada, eran casi las 12 de la noche y Ulises me estaba molestando con su borrachera. Sonaba tan sentimental que no pude evitar sentirme preocupado, así que tomé las llaves del auto y fui a casa de Alexis para asegurarme de que estuviera a salvo.
Cuando llegué lo encontré apenas consciente, me dió lástima porque parecía una de esas personas que usan el alcohol para morir lentamente.
- Le quité lo que estaba tomando para que no se pusiera peor - me dijo una voz que se me acercaba por la espalda.
Busqué con la mirada a la persona que me hablaba y ahí estaba, parada justo detrás de mí. Sus ojos resplandecían y toda ella parecía tan llena de confianza y de belleza que me dejó sin palabras por unos segundos.
- ¿Jacobo? - preguntó sorprendida - ¿Lo conoces?
- Si soy yo, él es mi hermano - le contesté recordando lo que estaba haciendo ahí.
- ¡No inventes! ¿entonces era por ti por quien estaba llorando? - dijo burlándose de él y de mí.
Me di la vuelta, dejándola reírse sola. Ulises estaba tan borracho que no veía posible la manera de subirlo al auto, pero ya no quería dejarlo ahí.
- ¿Ya se irán? - preguntó ella volviéndose a acercar.
- Si - le dije cortante.
- ¿Quieres que te ayude con él?
Esa mujer realmente me estaba fastidiando, estaba poniendo en evidencia mi falta de capacidad para sacar al borracho de mi hermano de una fiesta, quería gritarle que me dejara en paz, pero en vez de eso, acepté su ayuda.
Lo cargamos entre los dos y lo llevamos al auto con tanto trabajo, que ella empezó a sudar y a hacer gestos de lucha.
- Listo, gracias - le dije esperando que pronto se alejara de mi vida.
- Oye pero ¿luego cómo lo vas a bajar?
- Pues ya veré cómo me las arreglo.
- ¿Estás seguro?
Me estaba comenzando a doler el brazo en el que me conectan en la hemodiálisis y estaba mareado, así que pensé que quizá debía aceptar la ayuda y tragarme el orgullo.
- Pero ¿Y tú? ¿Veniste sola a la fiesta?
- Si, Alexis es mi amigo desde hace unos años. Me invita a sus fiestas, pero cada vez son más aburridas, se emborrachan y a veces se pelean.
- Bueno, entonces ¿podrías ayudarme a llevarlo a mi casa? Lo dejamos y luego te llevo a la tuya.
Después de unos segundos de duda, aceptó y se subió al coche haciendo que me pusiera nervioso.
- ¿Vives muy lejos? - preguntó bajando el espejo del copiloto.
- A diez minutos de aquí masomenos - respondí.
Con qué confianza se miraba en el espejo buscando algún detalle en su rostro.
- Yo también vivo cerca - dijo regresando el espejo a su lugar.
- ¡Ah! Menos mal
Para cuando llegamos a la casa, Ulises se había quedado dormido, fue un logro sacarlo del auto y llevarlo hasta su cuarto.
En cuanto lo acostamos en la cama los dos respiramos aliviados, ella recargada en la puerta y yo sentado en la cama.
- ¡Si que pesa tu hermanito eh!
- Si, está bien pesado, gracias por ayudarme.
- ¿Puedo entrar a tu baño?
- Si, pasa es esa puerta de allá
Mientras ella estaba en el baño yo le quitaba los zapatos al borracho y me preguntaba por qué esa mujer, que casi acababa de conocer, ahora estaba en mi casa a media noche.
- Listo ya nos podemos ir - dijo en cuanto salió.
- Si vamos.
Volvimos a subir al auto y conduje por el camino que ella me dijo. Vivía cerca, como había dicho, así que no tardamos en llegar. Me estacioné frente a su casa, de pronto me dieron ganas de saber más de ella, así que rompí el hielo antes de dejarla ir.
- Gracias de nuevo, por haberme ayudado con Ulises - le dije con sinceridad.
- De nada, gracias por traerme a mi casa, aquí vivo por si un día necesitas - me dijo sonriendo.
- Oye, discúlpame pero no recuerdo tu nombre...
- Lucía - dijo bajando la mirada.
- Lucía - repetí casi susurrando.
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