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El Riesgo

Sinopsis

La edad era, en un principio, un obstáculo para que Nicolás y Jacky formalizaran una relación (pues eran niños obviamente), 10 años después, será Charlie el nuevo obstáculo; sin embargo, Nicolás tendrá sólo una oportunidad para cambiar la historia, pero ¿podrá cambiarla realmente? Ése será el riesgo que deberá correr.

Jacky

Aquél era el último día de clases. Los padres tenían que estar en la escuela para la entrega de libretas de calificaciones y diplomas de honor. No estaba asustado, a mis diez años de edad me consideraba un niño muy aplicado para los estudios, pero no estaba seguro de ganar un diploma de honor. Había alumnos más aplicados que yo: Zulyn, por ejemplo, ella siempre levantaba la mano cada vez que el profesor Carrera hacía una pregunta; y salía a la pizarra a resolver problemas de Matemáticas. Pero no era la única, tenía una competencia: Miguel.

Había algo en ellos que los unía más que una simple rivalidad.

En aquel momento me encontraba sentado en la base de un tobogán, en el patio de juegos, bajo un sol ardiente que iluminaba mi cabello castaño y desordenado y me abrazaba la nuca.

Observaba a una niña, por quien había suspirado el año entero, que jugaba en grupo con sus amigas, y de vez en cuando se reunían y murmuraban entre sí. Su nombre era Jacky, su cabello castaño y largo eran como la de una princesa de un cuento de hadas.

Éramos amigos, y en ciertos meses del año habíamos compartido muchas cosas, además de habernos ayudado mutuamente con las tareas que nos impartía el profesor Carrera. Pero ahora yo la veía con otros ojos, y la timidez que se había desarrollado en mí desde que descubrí que me gustaba, no me permitía expresar mis sentimientos. Pero nada de eso importaba ya, porque al día siguiente por la tarde me mudaría a la casa de mis abuelos y me alejaría de Jacky para siempre.

La seguía observando, y de repente, su mirada se cruzó con la mía; le dijo algo a su grupo de amigas y se acercó a mí, mostrando su bella sonrisa.

—Hola, Nicolás ¿Por qué estás aquí, solo? —preguntó.

—Eh… es que… estoy descansando —dije apresuradamente—. Estuve jugando en el pasamanos y dando vueltas con eso de allá —señalé y ella volteó a ver un juego de sillas que giraban en torno a su propio eje; pero de inmediato volteó su mirada hacia mí sin dar señales de estar convencida de lo que le había dicho—. Y tú, ¿cómo estás? ¿No estás preocupada de obtener malas calificaciones en la libreta? —pregunté para cambiar el tema de conversación.

—No, yo soy muy segura de mí misma —dijo sonrientemente—. Además, siempre he obtenido buenas calificaciones durante todo el año. Siempre nos hemos ayudado mutuamente, ¿o ya lo olvidaste? —me preguntó, hundiendo su dedo índice en mi frente—. Sabes que mi meta es tener mi propia cadena de restaurantes. Desde pequeña tengo que ser responsable, ¿no lo crees?

—Sí, tienes razón. Sé que lo lograrás —dije mostrándole una tímida sonrisa.

—Gracias —me devolvió la sonrisa—. Bueno, oye, aprovecho esta oportunidad para invitarte a mi fiesta de cumpleaños, será el día de mañana, en mi casa. Vendrás, ¿no?

—¿Mañana?

—Sí.

—¡Oh!... lo siento. No creo poder ir. Me mudaré a la casa de mis abuelos mañana por la tarde, y estaremos muy ocupados con la mudanza —dije con la voz impregnada de tristeza.

—Pero tus abuelos deben vivir cerca de aquí, ¿a que sí? —la tristeza se había apoderado de su rostro.

—No, ellos viven a una hora de aquí.

—Bueno… espero que puedas ir —dijo con la cabeza gacha—. Chao —dio media vuelta y regresó a su grupo de amigas.

La seguí con la mirada. “¿Por qué se puso tan triste?”, me pregunté. Tenía muchas ganas de decirle que me escaparía de casa esa tarde para no ir donde mis abuelos; pero eso no iba a ser posible, estaba planificado desde hacía un mes. Sus amigas me lanzaron iracundas miradas, como flechas, y abrazaron a Jacky mientras se alejaban del patio de juegos.

El Principal Obstáculo

Alguien movió rápidamente su mano en frente de mi cara, como llamando mi atención: era Charlie, mi amigo de toda la primaria, un niño delgado, con el cabello corto y color azabache, un niño que prefería más el juego que los estudios; pero aun así daba señales de querer superarse.

—Oye, Nicolás, ¿Qué haces? Pareces un zombie, ¿A quién miras con tanto interés? —preguntó mientras observaba a Jacky y sus amigas alejarse—. ¡Ajá! Lo sabía. Te gusta Zulyn, ¿verdad?

—¿Qué?

—No trates de engañarme —dijo Charlie alegremente, arqueando las cejas—. He visto cómo la miras; pero si no me equivoco, a ella le gusta Miguel y viceversa. No creo que tengas oportunidad con ella.

—Te equivocas. No me gusta. Es bonita, eso es todo.

—Bueno, no importa. Oye, amigo, he venido para pedirte un favor —dijo seriamente mientras ponía su mano en mi hombro—. Yo sé que tú y Jacky son muy buenos amigos, y bueno, ella y yo no hemos tenido mucha comunicación que digamos; por eso quiero que me ayudes. Dile que me gusta, que soy un buen niño, háblale de mí, sólo eso y yo hago el resto.

—¿También te gusta? —pregunté, sorprendido.

—Sí, no es difícil que a alguien le guste. Es su sonrisa lo que me cautiva —dijo sonrientemente, quitando su mano de mi hombro y cruzándose de brazos—. Además, se nota que es una niña muy tranquila, tú debes saberlo más que yo.

—Sí, lo es —afirmé, tratando de no mirarlo a los ojos—. Pero no creo poder ayudarte, amigo. Me mudaré mañana a la casa de mis abuelos, ¿Por qué no le pides ese favor a Miguel? Tú ya lo conoces, él no tiene vergüenza de hacer esas cosas. Es más, Jacky hará una fiesta de cumpleaños en su casa, podrías ir —añadí.

Me había resignado por completo a expresarle mis sentimientos a Jacky, de nada serviría hacerlo. Aquella ilusión desaparecería con el pasar del tiempo sin que nosotros podamos hacer nada. No teníamos la edad suficiente para tomar decisiones e ir a encontrarnos en algún lugar, o para convertirnos en enamorados, aquello en lo que la gente que se quiere y que es mayor de edad se convierte. Éramos niños de diez años y esa era una razón suficiente para no hacer nada. ¡Qué importaba si a Charlie o a alguien más le gustaba Jacky!

—¿Te vas, amigo? ¿Vivirás lejos de aquí? —preguntó Charlie, con una expresión de sorpresa en su cara—. Te voy a extrañar, compañero —nos estrechamos las manos y nos abrazamos—. Así que hará una fiesta de cumpleaños, ¡excelente! —frotó rápidamente ambas palmas de sus manos—. Bueno, está bien, le pediré ese favor a Miguel. Pero si puedes hacerlo, hazlo, ¿sí? —dijo sonrientemente, esperando una respuesta aprobatoria de mi parte.

—Está bien, lo intentaré —dije forzando una sonrisa.

Poco a poco iban llegando los padres a la escuela; cuando estuvieron todos reunidos, incluyendo mis padres, el profesor Carrera se acercó al patio de juegos y nos invitó a pasar al aula.

Una vez adentro tomamos nuestros asientos y el profesor empezó con su aburrido discurso de todos los años. Sus palabras empezaron a perder peso y viajaban a mi cabeza lentamente, como nubes en el cielo. El calor y las caras aburridas de mis compañeros de clase me invitaban a hundir mi cara en la mesa y poco a poco sentía que los párpados me pesaban. Observé a Jacky, recostada sobre el brazo de su padre, y un sentimiento de tristeza se apoderó de mí. Pero por otro lado, el saber que viviría en la casa de mis abuelos me alegraba, porque también tenía amigos allá y el lugar era divertido.

Estuve a punto de quedarme dormido, pero una ola de aplausos me sacó de mi ensimismamiento. El profesor Carrera nombró a los alumnos que habían obtenido los primeros puestos y les entregó sus diplomas de honor, y como de costumbre, Zulyn y Miguel se llevaron el primer y segundo lugar respectivamente; hubo un coro de aplausos.

Finalmente llegó la hora de la entrega de libretas de calificaciones, y uno a uno fuimos llamados por el profesor. Logré aprobar, como todos los demás, el año escolar con buenas calificaciones, y eso significaba que después de seis años, por fin, me embarcaría en ese nuevo mundo de la secundaria. Incluso Charlie, a quien su padre le sobaba alegremente el cabello, aprobó el año.

Jacky se acercó a mí, con cierta timidez, luchó contra el impulso de darme un abrazo, quería hacerlo, pero era como si pitas invisibles la sujetaran para que no lo hiciera. Yo estaba ahí, congelado, observándola, sin dar el primer paso, sin ayudarla a abrazarme. Soltó una risita tonta, dio media vuelta y se fue con sus amigas.

Nuevamente el profesor empezó con su aburrido discurso, pero esta vez fueron los padres los únicos que se quedaron a escucharlo, a nosotros los alumnos se nos permitió salir al patio a jugar.

Estuve jugando con algunos de mis compañeros, y pude divisar desde lejos a Charlie y Miguel que conversaban entre murmullos. Éste último se acercó corriendo a Jacky y le dijo algo al oído; pude imaginar lo que le había dicho. Jacky también le dijo algo en el oído y Miguel abrió la boca en son de sorpresa, regresó a donde estaba Charlie y nuevamente hablaron entre murmullos. A partir de ese momento la mirada y el trato de Charlie hacia mí cambiaron por completo. Durante todo el tiempo que se tomó el profesor Carrera en dar su último discurso, Charlie se la pasó evitando mi presencia, y sólo daba respuestas cortas a mis preguntas. Repentinamente Charlie y Jacky entablaron una bonita amistad. Correteaban por el patio soltando carcajadas, y yo me sentía extraño, era una sensación que no podía describir pero que me obligaba a estar solo.

Regresé al tobogán y me deposité ahí, más extraño que nunca… El tiempo pasó volando y los padres salieron del aula. Nos acercamos a ellos y juntos nos encaminamos a la salida. No vi a Charlie por ninguna parte. Me detuve por última vez en la salida de la escuela, justo después de que mis padres cruzaron la puerta.

Traté de encontrar a Jacky con la mirada pero tampoco la hallé. “Seguro se fueron juntos… no importa”, me dije a mí mismo.

—¿Te vas, entonces? —dijo una voz detrás de mí.

Volteé mi mirada. Jacky se encontraba en la puerta de la salida, se acercó a mí a paso firme y nos quedamos cara a cara. Nunca antes había estado tan cerca de ella. Mis ojos rechazaban el contacto con los suyos.

—Sí —dije con cierto nerviosismo.

—Cuídate mucho, ¿quieres? —dijo, y de pronto, hundió sus labios en mi mejilla, giró sobre sus talones, y corriendo, cruzó la puerta de la salida.

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