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Este No Es Mi Papel

Capítulo 1

Hubo una novela bastante famosa en el siglo XXI, adoptando la idea de la hermanastra villana que estaba celosa de los logros y reconocimientos que su hermano mayor había obtenido gracias a ella, a su poder.

Al sentirse excluida por su propio padre ante la llegada de su hermano y las crueles palabras de su madrastra hacia su persona fueron suficientes para que su inocente corazón infantil fuera corrompido haciéndola una villana ejemplar, admirada por unos, odiada por otros. Su hermano, quien intentó fervientemente hacerla cambiar, perdonarla e incluso heredarle el puesto principal de la familia terminó por odiarla.

Llegaste tan lejos gracias a mí, Ernst ¿No te sientes patético?, porque yo sí.

Amaba a su hermana, la amó en cuanto la vio, recibió bellas sonrisas y demostraciones de afecto que lo hicieron creer en la humanidad una vez más; sin embargo, tal vez aceptar sus regalos la hizo sentirse mal, tal vez que ella estuviera así era su culpa, pero no. Como el protagonista de buen corazón que era, tuvo la firmeza para tomar una decisión respecto a la vida de su hermana.

Amo Ernst, usted decide ¿La dejamos vivir? O la matamos.

Es bastante obvio saber qué elección se hizo para que las crueles e inhumanas acciones de su hermana menor se detuvieran. La muerte. Fue una bala directo al corazón proveniente del guardaespaldas personal de la chica, Oliver Wilson, quien a pesar de haberle jurado lealtad eterna a su ama no pudo ayudarla cuando más la necesitaba.

Básicamente ese es un resumen bastante general de esa novela titulada "Heredero ilegítimo". Fue popular en su momento, retrataba perfectamente a una villana firme, con convicciones y con poder que lo usaba sabiamente; el héroe de la novela era más de lo que cualquiera se hubiera imaginado, tanto que las fanáticas fantaseaban con encontrar a alguien como Ernst Neumann en sus vidas, ser felices por siempre y ser tratadas como reinas. Claro está que la ficción jamás debe de ser comparada con la realidad, porque solo es eso, una novela juvenil.

Tal vez esa era la fortuna de Melisa, ser la hija del escritor de la novela, siempre recibía adelantos que ella misma se daba como regalo por ser tan buena hija, aunque siempre terminaba por ser descubierta, pero es que no lo podía evitar, amaba cómo escribía su padre, especialmente cómo se inspiraba con los villanos, les daba una trama oscura, a unos más que otros pero no les ponía excusas tontas o poco creíbles. No solo era una simple venganza, a veces podía ser una maldición, un territorio, por un juego, por el honor de la familia, por mero gusto o traumas de la niñez difíciles de descifrar.

—Melisa, tienes que dejar de robarte mis borradores —evidentemente el padre sabía que ella estaba en su oficina de nuevo, entrando sin permiso y tratando de tomar uno de sus escritos sin ser notada.

—Pero papá... —aun así, su padre la amaba más que a nada en el mundo y siempre la perdonaba— el final, el final el final —dijo emocionada tomando un escrito en particular para avanzar hacia él y mostrárselo— ¡Erika! ¡Necesito saber qué le sucederá a Erika después! ¿Morirá? ¿Reencarnará? La familia Dietrich no se puede quedar así solamente, ella tiene una buena razón, desde pequeña le dijeron que iba a ser la heredera, que iba tener control total y absoluto sobre su familia aún si aparecía alguien más ¡Quiero un lindo final para ella!

—No se puede, por sus actos, sabes perfectamente que ella merecía morir, no solo tú, sino que muchísimos lectores saben perfectamente que ella hizo todo por rencor puro, hizo pocas acciones buenas pero la gran mayoría fueron ilegales. Es la villana principal, al principio pensaba en un castigo menos severo para ella, pero sabes lo que le hizo a su madrastra y a su padre cuando cumplió diecisiete.

—Pero... —sin más que decir se tuvo que rendir, suspiró con pesadez dejando el escrito y haciendo un puchero— entonces, descansa papá.

No se iba a enojar con él solo por una novela, era una de tantas que amaba, pero si tuviera que elegir siempre elegiría a su padre. Besó su mejilla dedicándole una sonrisa acompañada de un abrazo. Le deseó buenas noches y salió de ahí con el rostro tan animado como siempre.

Entró a su habitación estirándose un poco para tomar su celular y ver la hora, ni siquiera eran las diez de la noche, tal vez podría estudiar un poco, o leer una novela. No era mala estudiante, pero el examen para el ingreso a la universidad estaba cerca, no iba a perder esa oportunidad y desde que tenía once años tenía el sueño de ser historiadora ¿Por qué no hacerlo?, lo haría, era demasiado terca para tan solo tener diecinueve años. No sabía si era un don, igual, solo pocas personas podían frenarla cuando se decidía por algo, entre ellas estaba su padre.

Bufó un poco, buscó los audífonos y se los colocó para tener algo más de privacidad y aislamiento del mundo exterior. Buscó unos cuantos libros junto a una libreta y comenzó a estudiar. Estaba decidida a estudiar y seguir sus sueños sin importar quién intentara detenerla, y fuera de ser terca, solo quería cumplir una promesa.

Las horas pasaron, no se dio cuenta de que pasó de la media noche, tampoco notó cuándo fue que se quedó dormida pero ahora su cuerpo estaba descansando sobre su escritorio, su cabeza apoyada en sus brazos y la música que no dejaba de reproducirse.

Melisa tenía la mala costumbre de murmurar algunas palabras entre entendibles e inentendibles cuando dormía, afortunadamente nadie la había escuchado, pero de las pocas veces que había sido de esa manera le resultaba demasiado vergonzoso siquiera ver a esa persona a los ojos. No muchos la habían escuchado hablar dormida, pero los pocos que lo habían hecho siempre escuchaban nombres masculinos de novelas, unos se repetían más que otros, nunca faltaba el nombre de Oliver y William, esos nombres eran mencionados tanto en sus sueños como en la vida real.

Los presumía como si esas dos personas existieran de verdad, los amaba e incluso decía que si existieran ella sería capaz de mantenerlos sin importar lo que tendría que hacer para eso. Sin embargo, para todo amante de la lectura esta es una lenta tortura que te incita a seguir leyendo, seguir conociendo personajes y enamorarte de ellos incondicionalmente.

Hay un famoso dicho, nunca te encariñes con un personaje. Por fortuna, o desgracia, este dicho no solo se aplicaba con personajes que encontrabas a través del papel; no sabrías si en un futuro estaría bien, si cambiaría sus ideales, o si seguiría vivo, pero Melisa sabía esto perfectamente, ella no los amaba porque en la novela fueran perfectos y trataran de proteger incondicionalmente a Alicia, los amaba porque ella los inventó.

Capítulo 2

Al abrir sus ojos lo primero y único que pudo ver fue una cabellera oscura, un rostro pálido con una expresión de tristeza, impotencia, terriblemente abrumado, como si una persona amada estuviera muriendo justo enfrente suyo, o peor aún, por su propia mano.

—Eres consciente de lo que le hiciste a Alicia ¿verdad? —no tenía la más mínima idea de lo que estaba sucediendo, así que por mero instinto quiso retroceder como método de escape solo para darse cuenta de que tenía las manos atadas entre sí, un palo se interponía en su camino impidiendo su paso, y, por ende, dejándola inmóvil— y ahora tratas de huir, cobarde.

Nunca le habían dicho cobarde, jamás lo fue, incluso las personas a su alrededor aceptaban el hecho de que decirle "cobarde" era una grave ofensa, como si le dijeras débil a un guerrero.—. ¿Yo? ¿Cobarde? —sin querer se le escapó una respuesta, se supone que iba a mejorar como persona una vez que creciera, aun así, sus palabras no se detuvieron—. Los cobardes son otros, atrapando a una inofensiva chica, amarrándola de las manos y encima haciéndose los duros frente a mí pese a que ni uno de ustedes se atreve a dar un paso al frente —ya no había vuelta atrás, si le estaban jugando una mala broma era mejor que se detuvieran.

Poco a poco su ira iba aumentando, cosa que era de esperarse, pues apenas despertaba ya estaba siendo amenazada y humillada en público, eso sin mencionar el hecho de que se necesitaron de varios chicos para retenerla ¿Y ella era la cobarde? ¡Tonterías!; a pesar de saber que los que estaban errados eran ellos, decidió calmar su mente pensando con claridad o al menos ver a su alrededor en busca de alguna pista, pero lo único que encontró fue una mirada profunda color naranja brillante acompañada de cabellos largos y lisos negros; la había visto antes, o al menos eso creía, su linda apariencia era algo llamativa y difícil de olvidar.

Hasta que por fin pudo recordar de dónde fue que la reconocía.

—Acaso... —se giró a uno de los chicos que estaban ahí— ¿Dijiste Alicia?

La sorpresa de la chica era algo nuevo, aunque fuera de querer o intentar comprenderla, se enfadaron con ella por hacerse la desentendida.

—Así que ahora quieres hacerte la inocente —un hermoso chico de cabellos azul oscuro era quien la estaba regañando en esa ocasión—. Erika, no puedo creer lo cínica que eres, me avergüenzo totalmente de alguna vez haberte considerado mi hermana menor.

No quería admitirlo pero escuchar esas palabras de un completo desconocido le habían dolido; sin embargo, una vez escuchó cómo la habían llamado comprendió la situación, en dónde se encontraba y cómo fue que ella terminó siendo la mala del cuento. Aún teniendo en mente lo que estaba ocurriendo, todavía tenía una duda en su mente.

—«¿Es esto posible? ¿Qué clase de pesadilla estoy viviendo?» Ser la maldita villana jamás estuvo en mis planes...

Una frase que no estaba en el guion de esa novela, por lo que evidentemente los presentes y el pueblo quedaron más que asombrados por lo que estaban viendo y escuchado ¿y si nunca fue la mala?

—Dices eso, pero... —ella era la famosa Alicia, la "heroína" de esa novela. Una hermosa joven con todo lo que cualquier otra chica quisiera tener: belleza, una figura envidiable, dinero, buena familia, buenos hermanos que la protegían siempre que ella lo necesitaba, poder social, el favor del Emperador, de sus hijos y hasta de su esposa; eso sin olvidar mencionar la cantidad de hombres atractivos y adinerados que habían caído ante sus encantos. Alicia también era conocida como: El Ángel.— pero tú... asesinaste a tus padres... no solamente eso, me has odiado desde que nos conocimos, no recuerdo una sola vez donde me dejaste en paz, fue... tan... doloroso para mí...

Por razones obvias empezó a llorar, no la iba a desmentir, Erika en serio la detestaba, la aborrecía a tal grado de querer hacer desaparecer a su familia sin importar el costo que eso le llevara, el tiempo ni el desprecio que pudiera ganarse a través de los años. No pasó mucho para que el pueblo y su harem empezaran a consolarla afirmando que ella no tenía la culpa de nada, era un ángel puro que merecía de todo menos maldad en su vida, y si bien en parte tenían razón, Alicia como todos tenía una faceta oscura que no quería mostrarle a nadie.

—También fue doloroso para mí —interrumpió el emotivo momento de la pelinegra ganando malas miradas—. Mírenme como quieran, estoy en mi lecho de muerte y quiero hablar. Te odio, como nadie jamás lo hará en la vida, hice cosas que fueron demasiado lejos hasta para mí, pero no eres una santa ¿Olvidaste cuando nos conocimos?, no parabas de decirme que te presentara a mi hermano porque deseabas a alguien atractivo en tu vida ¿Recuerdas cuando conociste a mis primos? ¿Acaso ya no recuerdas todas las mentiras que me dijiste de Oliver?, no me quieras echar toda la culpa, por ti estoy aquí, moriré joven, sin poder redimirme.

—¡Basta! —Alicia cubrió sus oídos desesperada.

—¡Nada de basta! ¡Sabes de lo que hablo, maldita perra! ¡Tú mataste a mis padres! ¡Me quitaste a mi hermano y aun así tienes el descaro de decir que todo fue obra mía! —se removió con fuerza lastimando sus muñecas haciendo que varios retrocedieran ante su amenazante aura— ¡¡Te odio por venir a arruinar mi vida cuando yo era feliz!!

—¡Erika, por favor, es suficiente! —esta vez no fue Alicia quien le suplicó que se detuviera, sino Oliver, su primer y último gran amor que terminó por traicionarla como todos los demás— ¡Si no te detienes me veré en la necesidad de disparar! —esa no era una amenaza, sino una advertencia, ya que había alzado el arma sin duda alguna.

A pesar de eso no se detuvo, continuó culpando de todo a Alicia, de sus enfermedades, de la muerte de sus padres, de que todos la odiaran, de que el reino se viniera abajo en un futuro, incluso de que los hijos del emperador murieran.

Para cualquiera eran gritos desesperados llenos de ironía, palabras sin sentido dichos por una mujer loca antes de morir queriendo desahogar su ira en sus últimos momentos; para todos eso era lo que proyectaba Erika, menos un espectador que le creyó cada palabra.

—¡Por qué me dices eso si yo no te hice nada!

—¡¡Porque te odio!! ¡¡Te odio desde el primer momento en que te vi, en que te presentaste y en cómo fuiste descrita!! ¡¡Ojalá fueras tú la que tomara mi lugar, Alicia!!

El siguiente sonido fue inconfundible, un disparo. Por unos breves instantes el lugar se quedó en silencio, donde la protagonista de ese entonces era observada con miedo, miedo que al cabo de unos segundos se convirtieron en satisfacción. Otro disparo.

La primera bala había dado justamente en su costado derecho, por la adrenalina no lo había sentido, pero en cuanto se calmó sintió un terrible ardor a un lado; cuando recibió el segundo disparo, el ardor del primero pasó a segundo término. El tercer, cuarto, quinto, sexto y séptimo disparo hacían que los anteriores se volvieran insignificantes.

La poca fuerza en sus piernas había desaparecido haciéndola caer de rodillas, cosa que causó que las heridas recibidas en el torso fueran aún más dolorosas de lo que se había imaginado, tal vez si resistía un poco podría sobrevivir, pero ese cuerpo estaba tan debilitado que solo era cuestión de minutos para que muriera desangrada; aún así, no se atrevió a agachar la mirada o verse lamentable, no porque quería ser rebelde hasta sus últimos momentos, sino por el orgullo de la dueña original de ese cuerpo.

Las miradas de aquellos en los que alguna vez confío estaban fijas en su persona ¿Era terror? ¿Arrepentimiento? No lo sabía, pero no le importaba.

—Por... qué... —después de todo el drama causado por Erika, por fin estaba hablando el primogénito del Emperador, y también, el ex prometido de Erika— ¿Por qué sigues luchando...?

—Porque soy Erika Dietrich... —pudo escuchar cómo se estaba preparando el arma para dar un último disparo— y una Dietrich siempre lucha hasta el final.

El gatillo sonó, esta vez siendo el disparo definitivo: una bala directo al corazón, el disparo que acabaría con su vida, su dolor y su maldad. Fue una muerte instantánea que la hizo caer de espalda en señal de que había perdido la vida.

Nadie lloró, nadie lo lamentó, nadie soltó ni la más pequeña lagrima aunque fuera por compromiso, nadie sintió pena o remordimiento a pesar de que en algún momento la quisieron, amaron e idolatraron tanto o más como Alicia. Celebraron su muerte como si todos sus problemas se hubieran acabado, la corrupción, según las palabras del pueblo, había terminado; la heroína era libre de estar con quien quisiera, por fin se había vengado la muerte de Alfons y Adeline Dietrich. Por fin la paz había vuelto al Imperio Hoffen.

O al menos eso se creyó.

No pasaron más de tres años para que las palabras de la difunta Erika Dietrich se volvieran verdad: Alicia destruyendo a la familia Imperial única y exclusivamente para que Ernst se volviera el Emperador ilegítimo que ese imperio no necesitaba. Uno a uno los miembros de la familia imperial fueron cayendo de la manera más dolorosa posible; aún sabiendo que la única culpable era Alicia, que ella decía libremente sus crímenes y no mostraba arrepentimiento alguno, todos creían que fue por una maldición ocasionada por Erika, la bruja que los maldijo.

Matthew, el cuarto hijo del difunto emperador, había logrado sobrevivir a base de engaños, de trabajar para el bajo mundo y de humillarse como antiguo príncipe siendo fiel esclavo y sirviente de los actuales emperadores. Matthew que fue el único que confió en Erika hasta el final, y ahora iba a vengarla.

—Erika Dietrich —tuvo el coraje de pronunciar ese nombre ante el actual emperador de Hoffen, Ernst Neumann—, señor mío. Yo sí confié en ella —se fue poniendo de pie sin dejarle nada de respeto a su Emperador, atreviéndose a verlo a los ojos sin su consentimiento y avanzando hacia su persona sin permiso alguno. Lleno de ira, coraje, odio, sed de venganza y sangre; desenvainó su espada apuntándola al cuello del hombre al que alguna vez le juró lealtad—. Ernst, yo recuperaré el trono por el honor de mi amada ¿Algunas últimas palabras?

—Extraño a mi hermana...

Sin una pizca de duda rebanó su cuello dándole una muerte instantánea a la vez que la corona caía. Sus movimientos no fueron improvisados, así que tomó la corona colocándola sobre su cabeza mientras un grupo de caballeros entraban a la sala imperial.

—Mi señor —uno de los caballeros se inclinó ante el joven de cabellos plateados—, hemos atrapado a la Emperatriz.

—Esa mujer no es, ni será, parte de la realeza —sacudió su espada pateando el cuerpo de Ernst para tomar su lugar— quise evitar la guerra, pero Alicia es demasiado astuta, lo admito, por un momento me acorraló. Encierren a Alicia, no olviden ponerle esposas de Holmium. A partir de ahora, el Emperador soy yo.

Capítulo 3

Diez días. Su mente seguía procesando todo. No era un mal sueño; desgraciadamente se dio cuenta de que amaneció mágicamente dentro de la novela de su padre; bien, había leído algunas historias al respecto, era un tema bastante buscado y popular actualmente. No había nada de malo, se conocía la historia al derecho y al revés, los personajes tenían su encanto y la mayoría de ellos fueron juzgados severamente por Melisa, como cualquier adolescente de su edad, estaba fascinada por los personajes que se encontraría en una historia que amaba con todo el corazón; como cualquier persona razonable, aceptaba y juzgaba a los villanos de las historias; como hija de un escritor, adoptó un gusto por la lectura bastante amplio y a corta edad. Como persona reencarnada, no tenía la más mínima idea de qué hacer o decir para sobrevivir, saber la historia, trama y secretos más perturbadores de los personajes no serviría, al menos no con ella. No se adueñó de cualquier cuerpo o personaje, sino de uno de los principales, Erika Dietrich, la villana principal de toda esa historia.

El shock fue tan grande que sentía que enloquecía, comprobó de diversas maneras el hecho de que eso no era un sueño o una mala broma; los métodos utilizados fueron peligrosos, atentó contra su propia vida en repetidas ocasiones preocupando a su familia en el acto. Sus padres llamaban a los mejores médicos del Imperio, pero las noticias siempre eran las mismas: "su hija goza de una salud envidiable". Su hermano ni siquiera era bienvenido en su recámara, por lo que no había tenido oportunidad de platicar con Erika respecto a lo que le estaba sucediendo.

- Queda un mes —habló viendo el cielo nocturno. Hablarle a la luna a altas horas de la noche la tranquilizaba de tal manera en que volvía a ser Melisa, ignoraba por completo lo que le estaba sucediendo; su único consuelo era un simple paisaje, ni siquiera una persona en la cual confiar— tengo tiempo, Ian aún no es un posible candidato a matrimonio —suspiró relajando un poco su postura por fin dignándose a ver a otros paisajes, árboles por doquier, algunos más frondosos que otros, los cuales generaban sombras bastante aterradoras; flores que generaban un bello camino, pero no lo entendía, era la primera vez que veía ese camino de rosas.

Una hermosa cabellera blanca atinándole a plateado apareció repentinamente, debía admitir que se sentía maravillada por eso, así que decidió bajar para echar un vistazo, por fortuna no estaba tan alta su habitación. Conforme iba caminando las rosas se iban abriendo mostrando un ligero brillo, eso la hizo sonreír después de permanecer casi dos semanas en ese lugar, al menos algo bueno estaba sucediendo. Siguió caminando, no veía un final para su pequeño paseo, al menos no hasta que encontró el inicio de un laberinto; rosas de distintos colores adornaban la entrada y guiaban hacia un solo lugar, ni siquiera parecía un laberinto; avanzó, recordaba lo que ese lugar significaba, también lo que implicaba entrar y terminar el recorrido. Un lugar solo para Erika, ese era su escape de la realidad, era consolada siempre que algo salía mal, cuando sus padres murieron, cuando se enteró del complot contra ella, ella lo llamaba "Mi salvador"; nunca se dio una descripción como tal de ese héroe anónimo que Erika tenía, solo era una pequeña pieza para toda esa historia.

Nombre desconocido, apariencia desconocida, sexo desconocido, todo en ese personaje era desconocido, como si nunca hubiera existido, pero ahí estaba, enfrente de los ojos de Erika, luciendo tan magnifico como en algún momento llegó a imaginarlo, el apodo de "Ángel" quedaba mejor. No había palabras para describirlo, las emociones que estaba sintiendo tampoco sabía cómo expresarlas, su corazón latía frenéticamente, su rostro ardía, por lo que imaginaba estar roja; sus piernas no respondían como quería, sentía que en cualquier momento caería de rodillas ante semejante belleza, y así fue. El poco oxígeno que estaba recibiendo la debilitó más de lo que ya estaba, sus piernas titubearon a tal grado de hacerla temblar, avanzar un par de pasos y caer de rodillas frente a aquel hermoso hombre obteniendo la distancia suficiente para fijarse en sus ojos.

- Qué bonitos... —fue lo único que pudo pronunciar, ni siquiera supo que lo dijo en voz alta, al menos no hasta verlo sonreír.

- Gracias —estiró su mano hacia ella ayudándola a ponerse de pie; la sujetó de la cintura atrayéndola a él una vez la tuvo cara a cara, le dedicó una gentil sonrisa que lo hacía ver todavía más hermoso de lo que ya era— me alegra saber que volviste —acarició sus cabellos con delicadeza, no le quitaba la vista de encima, se embriagaba cada vez más con el bello color de los ojos de Erika— mi dulce reina —agarró un mechón de su cabello para besarlo— sufrí noches por usted, años, toda mi vida fue un martirio sin su presencia, me alegra saber que mi último sacrificio fue todo un éxito.

"Mi reina", solo una persona en toda la novela le decía de esa forma a Erika, lo identificó de inmediato, aunque había un pequeño hueco ¿Cómo entró a esa propiedad? Se supone que los Dietrich tienen la mejor seguridad de todo el Imperio solo después de la Familia Imperial; también estaba el hecho de que entró en un laberinto "especial", creado exclusivamente para Erika, nadie más.

- ¿Cómo tú-? —el contrario sonrió, acción suficiente para hacerla guardar silencio, seguía atontada con aquel rostro, le era imposible dejar de mirarlo.

- Tengo mis trucos —empezó a dar vueltas cual baile, la sujetaba delicadamente, guiándola con total calma; le sorprendió que la pelirroja supiera seguirle el ritmo así que su única manera de expresarle su felicidad fue manteniendo la sonrisa— mi reina —nuevamente ese apodo, sabía que lo ocupaba en dos situaciones, la primera era cuando le iba a pedir un favor, algo insignificante siendo sinceros, pero muy importante para él; y la segunda era para coquetearle o demostrarle que la estaba observando, no en modo acosador, sino en el sentido de que siempre estaría al tanto de ella, aún si su vida peligraba— ¿Ya te han anunciado a tu prometido? De ser así, me gustaría tener la aprobación de tu padre para ser un posible candidato.

- Vienes a medianoche, invades mi jardín, me sujetas como si fuera tu esposa o algo similar —lentamente se fue alejando del joven cubriéndose inútilmente— me ves en camisón, debería de darte vergüenza —le devolvió la sonrisa observando un leve sonrojo en el rostro del más alto— mi prometido ya ha sido elegido, desde que tengo uso de razón he estado preparándome para poder abarcar perfectamente ese papel, gracias por la propuesta, pero no gracias, por ahora estoy ocupando mi mente en varias actividades a la vez, necesito otra perspectiva,

Le dio la espalda alejándose de ahí, no se dignó a observarlo, era lo mejor en esos momentos, tratarlo como un desconocido acosador podría ser de utilidad en algún futuro. Fingir ignorancia no era su fuerte, podría fingir ser débil o alguien más, pero ser tonta no, su rostro la delataba.

- Habla como si me conociera —por eso odiaba tener que fingir con los demás— no recuerdo haberme presentado ante usted, señorita Erika —los pasos del mayor se escuchaban cada vez más cerca, por lo que no pudo evitar sentirse nerviosa ¿Qué le irá a hacer? — esto me facilita las cosas, si sabe quién soy no tengo por qué esconder mis sentimientos ante los demás.

- No es conveniente, preferiría que se mantuviera alejado de mí, no me gustan los disturbios, odio llamar la atención, con usted solo serán tragedias.

- Parece que no me conoce —sujetó sus hombros acercándose descaradamente a su cuello plantando un suave beso— ese era mi "antiguo yo" —se alejó abruptamente— es momento de que descanse, señorita,

- Espera ¿A qué te refieres con tu "antiguo yo"? —se giró con cierta desesperación, quería respuestas ¿Por qué había despertado en la muerte de Erika? ¿Por qué después de eso volvió a nacer en su cuerpo? No lo entendía y él parecía tener al menos las respuestas básicas que gradualmente la harían enloquecer al grado de querer seguir indagando en todo ese asunto. Desgraciadamente la respuesta a su pregunta jamás llegó, únicamente vio al mayor sonreírle gentilmente al mismo tiempo que picaba su frente haciendo que se desmayase de inmediato.

- Hay cosas que es mejor no saber —la cargó entre sus brazos al mismo tiempo que poco a poco iba saliendo el sol. Caminó hacia la salida de ese dichoso laberinto únicamente para encontrarse con el guardia personal de la chica— solo tienes una misión y mira lo que logras —le entregó a Erika a sus brazos a la vez que él iba desapareciendo— no te otorgué esta oportunidad por nada.

Una vez la sostuvo entre sus brazos fue cayendo de rodillas al verla tan tranquila durmiendo, durante todos esos días no había descansado como era debido, apenas probaba bocado y en parte creía saber por qué ¿Tenía algún recuerdo?, desde el fondo de su corazón esperaba que no fuera así, solo le quedaba tener fe.

- Lo lamento tanto... Erika...

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