***ADVERTENCIA***
Esta historia tiene contenido violento y sexual explícito.
Trata temas bastante polémicos y controversiales que podrían herir la sensibilidad del lector.
Lean bajo su propia responsabilidad
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SOFIA
—Deja de tragar que pareces una ballena! —las palabras de mi madre caen como un balde de agua fría. Aunque su tono es sarcástico, no puedo evitar sentir cómo una mezcla de rabia y resignación burbujea dentro de mí.
Al menos, ya no me afectan como solían hacerlo en mi adolescencia, cuando sus comentarios resonaban en mi cabeza y se quedaban allí, alimentando inseguridades. Mi madre es un caso perdido; darle más cuerda al asunto no tiene ningún beneficio. Respiro hondo y continúo masticando la magdalena, ignorando lo atorada que estoy por no poder beber nada para ayudar a bajarla.
Tomo las llaves del auto con una mano y con la otra, aprieto el borde de la mesa, sintiendo la superficie fría contra mi piel. Sé que debo salir a buscar el almuerzo. Mi pequeño escarabajo, un viejo auto de color verde brillante, ha empezado a quejarse cada vez que entro en él. Su motor emite un sonido entrecortado, como si le costara trabajo seguirme el ritmo. Sé que debo bajar de peso, pero detesto las dietas y sobre todo, el ejercicio. La sola idea de pasar horas en el gimnasio, rodeada de cuerpos esculpidos, me da náuseas.
Después de unos 15 minutos, llego a nuestro asadero favorito. La calle es familiar y siempre llena de vida, pero hoy el bullicio me resulta ensordecedor. Paso junto a un enorme cristal pulido que refleja mi figura. No es la mejor imagen: la sudadera y camiseta ancha que llevo no ayudan a mi físico. Pero, sinceramente, no creo que valga la pena arreglarme para ir a unas cuántas cuadras de casa.
Me acerco a la chica detrás del mostrador para pedir mi orden de papas fritas con muslitos de pollo apanados y una botella de gaseosa. Mientras ella toma nota, me observa de arriba abajo, como si mi apariencia fuera un rompecabezas complicado. Supongo que ya sé lo que debe estar pensando: "Con razón está tan gorda". Pero la verdad, sus miradas acusatorias son algo que he aprendido a ignorar.
—Oinc, oinc —escucho a mis espaldas, seguido de unas risas burlonas. Siento cómo la sangre se me sube a la cara y, con un esfuerzo monumental, me doy la vuelta para ver quiénes son.
—Tremendo culo que tienes! —dice uno de los hombres, su sonrisa está llena de malicia.
—¿Disculpa? —mi voz sale más fuerte de lo que esperaba. Frunzo el ceño, sintiendo que mis mejillas arden.
—En serio, no sé cómo pueden hacerle eso a su cuerpo.Te conviene bajar un poco de peso—responde una chica delgada que me señala de arriba abajo con desdén. Mi estómago se revuelve ante sus palabras. No es la primera vez que escucho algo así, pero eso no hace que duela menos.
—Y a ti, usar un poco el cerebro que tienes sin estrenar —le contesto con rabia, sintiendo cómo la adrenalina me recorre. Ella abre los ojos de par en par, sorprendida por mi respuesta.—Pera, ya ves, no se puede tener todo en la vida —le digo, sintiendo una satisfacción momentánea al ver su expresión de incredulidad.
—Uy, la gordita tiene su carácter! Tal y como me gustan! —se muerde el labio y me observa con perversión, como si estuviera contemplando una pieza de carne en el mercado.
—Aquí está su pedido —me dice la cajera, obligándome a dar la espalda a los dos hombres idiotas y a la chica. Agradezco ese respiro y me apresuro a hacer el pago. Cuando me vuelvo hacia ellos, no puedo evitar dejar escapar una sonrisa desafiante.
—Y por cierto, dudo mucho que el pequeñísimo amigo que cargas entre las piernas pueda con este tremendo culo que tengo. No podría soportar tanto sabor —les digo antes de salir del lugar, dejando atrás sus risas y miradas incrédulas.
Subo a mi auto de nuevo, suspirando pesadamente. ¿Cuál ha sido el puto error que cometí en otra vida? Porque en esta, el karma no hace más que perseguirme a todas partes. Parece que esto de no seguir los estereotipos de la sociedad tiene su precio. Aunque, para ser sinceros, las chicas delgadas, sin estrías ni rastro de celulitis que aparecen en las revistas, solo han sido creadas para torturarnos y hacernos la vida un suplicio en un intento de parecernos a ellas. He superado ese trauma hace tiempo, pero no puedo negar que escuchar ese tipo de estupideces diariamente es irritante. He aprendido a aceptar lo que soy, aunque a veces desearía que esa aceptación viniera con menos comentarios hirientes.
Llego con el mandado después de un rato, estacionando el auto con cuidado. Al entrar a casa, encuentro a mamá sentada en el sofá, inmersa en su mundo de telenovelas, mientras mi hermano Jordan, de 15 años, está encerrado en su habitación, pegado a los videojuegos. Hoy será otro de esos días en los que tengo que comer sola.
Paso al lado de la nevera y mi mirada se detiene en una nota pegada a ella. Mis ojos se abren de sorpresa al leer:
"Entrevista Lunes 8 am en la Productora Audiovisual Darby".
—Mamá, ¿qué es esto? —pregunto, acercándome a ella con la nota en la mano.
—¡Joder! Lo había olvidado por completo. Te llamaron para un trabajo —dice como si nada, y yo pongo los ojos en blanco. Es domingo, la entrevista es mañana.
—¿Y hasta ahora me lo dices? Es más de medio día, tendría que haber alistado muchas cosas —frunzo el ceño. Cómo es posible que sea así conmigo. Estoy segura de que si se tratara de mi hermana Loren, le habría dado la razón el mismo día.
—¿Pero qué tanto tienes que alistar si solo vas a ir a pintarle la cara a la gente? —responde con sarcasmo, como si lo que hago no tuviera valor. Sé que odia que haya estudiado maquillaje y no ingeniería civil, me lo ha dejado claro durante todo este tiempo. No deja de comparar el hecho de que Loren es una gran abogada y yo solo pinto rostros.
Decido no reclamarle más. Me guardo la frustración para mí misma y me siento en el comedor. Abro el paquete que traje y empiezo a comer, sintiendo cómo la rabia se mezcla con el sabor de las papas fritas y los muslitos de pollo.
Me llena de rabia que nada de lo que yo haga signifique algo para ella. Es molesto estar luchando para demostrar que lo mío es arte y también muy valioso. Mi madre es una mujer difícil de llevar; no he recibido apoyo de su parte en los 27 años de vida que tengo. Cuando me incliné por la música, se opuso rotundamente. Aprendí a tocar la guitarra a escondidas de ella y recibí una buena zurra a causa de eso.
Termino la comida frente a mí, sintiendo que cada bocado está lleno de frustración y desilusión. Mañana tengo una entrevista; si me aceptan en la productora, sería perfecto. Tendría un trabajo fijo y, de esa manera, podría independizarme y alejarme de esta atmósfera tóxica.
Camino a mi habitación y empiezo a alistar en mi maleta de maquillaje todo lo necesario para mañana. Me detengo un momento para mirar mis herramientas, recordando los sacrificios que he hecho por llegar hasta aquí. Después, tomo el móvil y llamo a mi padre. De seguro está a punto de salir al trabajo.
—Nena, ¿qué tal tu día?
—Nada nuevo que contar, a excepción de la entrevista de mañana en la productora.
—¿Seguiste insistiendo para entrar a trabajar ahí?
—Obviamente. Sería genial para mi currículum.
—Eso no lo dudo. Bueno, nena, voy saliendo de casa. Te llamaré mañana en la tarde para que me cuentes todo.
—Ok, papá. Hablamos después.
Cuelgo, sintiéndome un poco mejor. Papá, a pesar de que se separó de mi madre hace algunos años, siempre ha estado para mí. Creo que ha sido mi mayor apoyo y comprensión en esta vida llena de turbulencias.
Miro de nuevo la maleta frente a mí, llena de herramientas que espero que me ayuden a brillar en la entrevista. Este trabajo es muy buscado y las probabilidades de que entre a la empresa son de una en un millón. Mi competencia son profesionales con mucha experiencia, y lo que es peor, dicen que Allan Darby, el hombre que sería mi posible jefe, es una completa pesadilla.
Necesitaré más que suerte para aprobar esta entrevista, casi que un milagro.
Con ese pensamiento, cierro los ojos y empiezo a visualizar cómo sería mi vida si finalmente lograra conseguir el trabajo de mis sueños.
SOFIA
SOFÍA.
AL DIA SIGUIENTE
Termino de poner maquillaje sobre mi rostro, asegurándome de que cada trazo y cada color se vean perfectos. Me tomo un momento extra para retocar los labios con un tono que resalte, pues sé que la primera impresión es crucial. Se supone que la mejor presentación de una persona es su propio trabajo, así que me encargaré de que el mío dé una buena impresión. Me miro en el espejo y sonrío, sintiendo una chispa de confianza.
Al finalizar, me visto con rapidez. Aunque el vestido que llevo puesto no me convence mucho, no tengo tiempo de protestar. El verde no es mi color favorito, pero no hay más opciones en mi armario. Este vestido es un poco más ancho de lo que esperaba, pero lo ajusto un poco en la cintura, tratando de darle forma. Mientras me miro en el espejo, pienso que, a pesar de todo, debo hacer que funcione.
Bajo a la velocidad de la luz en dirección a la cocina. La sensación de hambre me invade y tengo escasamente dos minutos para comer algo rápido. Me doy cuenta de que arreglarme me llevó más tiempo del que esperaba, y eso me provoca una punzada de ansiedad.
—¡Hermana! —escucho a Jordan tratando de ahogar la risa—. Te ves...
Finalmente, decide no luchar más y deja salir la carcajada con confianza.
—¿Qué tengo? ¿Se me corrió el maquillaje? ¿Qué? —pregunto, sintiendo una mezcla de nervios y molestia. Al no recibir respuesta de su parte, giro la cabeza para ver a mi madre, quien también está observándome con una expresión divertida.
—Pareces un árbol de Navidad —me dice, negando con la cabeza.
—¡Ay, mamá! —grita Loren, con un pedazo de tostada en la boca—. Te ves linda. Bueno, aunque ese vestido es un poco ancho para ti.
—Lo sé. ¡Maldición! No tuve tiempo de comprar nada ayer —refunfuño, sintiéndome frustrada.
—Bueno, no importa. Te deseo suerte, hermana —Loren sonríe y yo también. Ella es la única que se porta amable conmigo en esta casa, lo que siempre me hace sentir un poco mejor.
—De verdad que la necesitarás —bufa mi madre—. ¿Ya viste la hora?
Miro el reloj y mis ojos se abren como platos. ¡Mierda! ¡Mierda! Ni siquiera me preocupé por comer nada. ¡Es tardísimo!
Tomo la carpeta con mi hoja de vida y corro al garaje para sacar mi escarabajo. Abro el portón y salgo disparada como alma que lleva el diablo. No puedo darme el lujo de llegar tarde; tengo el tiempo medido.
Voy conduciendo, siguiendo la vía, pero cuando estoy a punto de pasar una intersección, un tipejo en una moto se me atraviesa. Si no fuera por la maniobra experta que acabo de hacer, de seguro me lo llevo por delante.
—¿Acaso piensas matarme? —grita, quitándose el casco. Me observa con rabia mientras baja de la moto.
Se para frente a mi auto. De seguro quiere problemas. Algo más que añadirle a mi lista de sucesos desafortunados. ¿Acaso me levanté con el pie izquierdo hoy?
Bajo de mi coche y lo veo frunciendo el ceño a más no poder. Golpea el capó de mi auto. Es un completo loco... lo que tiene de guapo lo tiene de desquiciado.
—Oye, ¿qué te pasa? ¡No vuelvas a tocar mi coche, imbécil! —respondo con rabia—. ¿Qué te has creído, patán? ¿Acaso es culpa mía que te metieras en el camino?
—Mira, gordita... aprende a conducir o vende ese puto coche por chatarra. ¡Joder! —le da un último golpe al capó y sube a la moto, dedicándome una mirada asesina antes de ponerse el casco.
—¡QUE TE DEN! ¡PUTO LOCO DE MIERDA! —le grito, subiendo la voz al darme cuenta que se aleja en su moto. Estoy segura de que me escuchó porque acaba de hacerme una mueca obscena con el dedo medio—. ¡Y ustedes dejen de hacer bulla con el claxon! ¡Maldición!
El trancón que se ha formado detrás de mí es caótico.
—¡MUÉVETE, GORDA! —grita uno de ellos.
Subo de nuevo al coche y arranco a toda velocidad. La sangre me hierve por mi encuentro de hace unos momentos. Suerte que no soy fácil de impresionar porque, en realidad, era un hombre atractivo, pero tremendo loco y un completo patán. ¿Cómo se atrevió a golpear mi coche? Definitivamente soy como un imán para los problemas.
Finalmente, llego a la productora Audiovisual Darby. Es un edificio de cinco pisos bastante elegante, con grandes ventanales que dejan entrar la luz del sol. Por suerte para mí, encuentro una bahía donde puedo parquearme. Salgo de mi coche con la carpeta en mano. La rabia de hace unos momentos ha sido reemplazada por nervios. No es que sea mi primera entrevista, pero si se trata de una empresa importante, con un trabajo y sueldo más que satisfactorio.
Entro a la planta baja y me acerco a la recepción. El ambiente es moderno, decorado con colores neutros y algunas plantas que añaden vida al lugar.
—¿En qué puedo servirle? —pregunta la encargada, mirando su ordenador con desgano.
—Tengo entrevista a las 8 para el puesto de maquilladora profesional —le digo, y ella se limita a observarme de arriba abajo, como si pudiera leer mis pensamientos. Hay gente que no sabe disimular sus prejuicios.
—Puede seguir. Son las 8:05, pero supongo que eso tendrá que explicarle usted a su entrevistador —carraspea un poco mientras observa algo en la pantalla de su ordenador—. Piso 3, oficina 305.
Agradezco con una sonrisa nerviosa y camino lo más rápido que puedo. Si no fuera por ese patán de seguro hubiera llegado con tiempo de sobra.
Tomo el ascensor y llego al piso que me fue indicado. Al pararme frente a la oficina 305, rezo una plegaria para que todo salga bien y golpeo la puerta.
—Adelante —escucho la voz de una mujer del otro lado. Entro con un gran nudo en el estómago y el cuerpo tembloroso.
—¿Nombre? —dice la mujer en tono serio, sin apartar la vista de su escritorio.
—Sofía Rymer.
—Llegas siete minutos tarde. ¿Qué impresión crees que me lleve de ti en este momento? —acomoda sus lentes y me observa arqueando una ceja. Es una mujer con cabellera negra, ojos café claro y una nariz respingada. Aparenta unos cuarenta y tantos años. De hecho, es sumamente atractiva y bien conservada, quizás hasta tenga más edad.
—Pensará que soy una mujer impuntual y de poco compromiso —respondo, sin bajar la mirada. La tensión en el aire es palpable. Estoy a punto de girar la cabeza para ver la salida, pero me contengo-Pero no soy esa clase de persona, de hecho tuve un problema en la carretera con un motociclista patán que se me atravesó.
—¿Motociclista patán? —pregunta, abriendo los ojos como platos para después sonreír. Su tono cambia de severo a un matiz de complicidad que no esperaba.
—Sí, de hecho discutimos un poco —sonrío también, sintiendo cómo la ansiedad se transforma en una ligera conexión- lamento haber llegado tarde de verdad. No me gustaría perder esta maravillosa oportunidad.
—Bueno, si es lo que deseas, te sugiero que vayas al cuarto piso. En el estudio están haciendo unas pruebas de maquillaje —vuelve a concentrar su vista en las otras carpetas—. Déjame tu documentación aquí. Necesito comprobar las referencias.
—Sí, señora —me apresuro a dejar la carpeta—. Con permiso.
Ella se limita a asentir y yo salgo de su oficina. Vuelvo a correr al ascensor. Al ver que demora demasiado, opto por las escaleras.
—¡Putas escaleras del demonio! —jadeo mientras continúo el camino, sintiendo cómo el sudor me recorre la espalda. Mi cabeza da vueltas, pero no puedo detenerme.
Finalmente, llego al estudio. Un montón de reflectores inundan mi visión, seguidos de ocho mujeres en pleno trabajo de maquillar a lo que parecen ser modelos. El ruido de las secadoras y las charlas llenan el aire, y joder, me molesta mucho llegar tarde.
Veo a un hombre cerca de las maquilladoras que me llama con la mano. Me acerco hasta él.
—Sofía, ¿cierto? —pregunta, y yo me limito a asentir con la cabeza—. Necesito que maquilles a Natalie, la modelo de aquella silla. Espero que hagas un gran esfuerzo porque el jefe Allan está que se lo llevan los diablos y sabe que hay una aspirante atrasada.
—Lo haré. Gracias —respondo, casi sin aliento, mientras me apresuro hacia mi lugar de trabajo. Me vuelvo a la chica que está en la silla, un poco nerviosa, y le dedico una pequeña sonrisa para romper el hielo. Estoy decidida a hacer un excelente trabajo, a pesar de que las demás ya están bastante adelantadas.
Las otras maquilladoras parecen estar en sintonía, cada una inmersa en su tarea, con pinceles y sombras en mano. La presión comienza a acumularse en mi pecho. Debo alcanzarlas, pero la competencia es feroz.
"Bueno, manitas, ayúdenme en esto, por favor," pienso con una mezcla de optimismo y ansiedad mientras me concentro en el rostro de Natalie. Su piel es perfecta y no puedo evitar sentir un leve escalofrío al darme cuenta de que es la modelo principal. Este es mi momento y no puedo dejar que se me escape.
—¿DÓNDE ESTÁ?! —escucho de repente la voz alterada de un hombre resonando en el estudio.
—Con Natalie —responde otro con voz temblorosa. Un escalofrío me recorre la espalda al darme cuenta que se refieren a mí.
Siento cómo mi corazón empieza a galopar como un loco, un martilleo ansioso que reverbera en mis oídos. La presión es intensa, y no puedo evitar mirar de reojo hacia la entrada, aunque sé que no debería. Un presentimiento me invade; algo me dice que la situación está a punto de complicarse aún más.
Entonces, escucho unos pasos firmes acercándose a mí por detrás. Me detengo en seco, la respiración se me corta. La voz que escucho a continuación me resulta familiar, una mezcla de autoridad y desdén.
—¿No le parece una falta de respeto presentarse a estas horas para una entrevista? —dice, y su tono provoca un escalofrío que me recorre. Mi cuerpo reacciona instintivamente, y giro la cabeza lentamente.
—Lo lamento, es que... —mi respuesta se queda atrapada en mi garganta cuando lo reconozco. ¡Es el loco de la moto! El mismo que casi me lleva por delante en la intersección, y ahora está aquí, en el mismo lugar donde estoy tratando de demostrar mi valía.
Su mirada es penetrante, como si pudiera leer todos mis pensamientos y temores. Estoy completamente paralizada, incapaz de articular una respuesta coherente.
—¿Qué hace usted aquí? —me pregunta, su quijada se aprieta con tanta fuerza que parece que se le partirá en algún momento. La intensidad de su mirada es inquietante, y siento una mezcla de rabia y frustración burbujear en mi interior.
Oh mierda! Este no es precisamente el tipo de encuentro que necesitaba en este momento.
Trago saliva, sintiéndome como si un villano me estuviera acechando. Este día ya ha sido lo suficientemente complicado y, para colmo, tengo que enfrentarme al tipo que me causó una oleada de adrenalina cuando llegué. Estoy segura de que hoy no es precisamente mi día de suerte.
LES PRESENTO A NUESTRO ALLAN DARBY
ALLAN
Acelero al máximo mi Ducati, sintiendo cómo la furia se agita en mis venas. El encuentro con la gordita en la carretera no ha hecho más que encender más mi mal humor, que ya venía arrastrando desde casa. ¡Tremenda loca! ¡Y encima de casi matarme, tuvo la desfachatez de insultarme! ¿Cómo se atreve?
Llego a la productora mucho antes de lo habitual, frenando de golpe. Bajo de la moto y lanzo las llaves a Simón sin siquiera mirarlo.
—Cuida a mi bebé —le digo, y lo veo atrapar las llaves al vuelo.
Camino hacia el edificio con paso firme, intentando controlar mi mal humor. Se suponía que hoy sería mi día libre, que por fin podría escaparme a surfear, pero no... ¡Pamela tenía que hacerse la enferma justo hoy! Necesito un maldito respiro. El lanzamiento del nuevo programa de talentos me ha tenido atrapado en este lugar durante semanas, y cada vez odio más este edificio.
Llego a la oficina de mi madre y ya siento cómo la rabia me consume. Hoy no tengo humor para nada, y encima tengo que supervisar la prueba de las nuevas aspirantes junto a Richard.
—Pero qué cara traes, niño... Algún día te va a dar algo con tanta rabia. Has vivido 29 años amargado, deberías relajarte un poco —mi madre sonríe y se acerca para besarme la mejilla.
—Échale la culpa a tu consentida, Pamela, que decidió cagarse en mi día de descanso —respondo, intentando controlar la rabia que me consume.
—Seguro está enferma de verdad. No seas tan duro —dice ella, con esa tranquilidad que siempre tiene, como si nada pudiera sacarla de su centro.
—¡Y para colmo, una gorda con la boca más sucia que he visto casi me echa su carro encima! —No puedo evitar recordar a esa mujer y la manera en que me habló. Ninguna otra persona se ha atrevido a dirigirse a mí de esa forma.
Mi madre suelta una risa suave, y eso me irrita aún más.
—¿De verdad, Allan? ¿Estás empeñado en verle el lado malo a todo? Algo me dice que venías como un loco en la carretera, como de costumbre.
—¡Lo que sea! ¿Puedes creer que me llamó "loco de mierda"? —sueno incrédulo, pero mi madre se ríe a carcajadas.
—Al fin alguien te ha puesto en tu lugar —sigue riéndose—. Sube al estudio, las chicas ya están allí, excepto una. Sofía Rymer, creo que se llama. Llegará más tarde, la enviaré cuando llegue.
—Si es que llega —gruño, mientras me dirijo a la puerta—. ¿A quién se le ocurre llegar tarde y desperdiciar una oportunidad como esta?
Nada me irrita más que la impuntualidad. Si esa tal Sofía aparece, más le vale tener una muy buena excusa, o la mando a su casa sin pensarlo dos veces.
Llego al estudio donde Richard y las chicas ya están de pie, esperando. Ruedo los ojos.
—¿Qué carajos están esperando para empezar? —me acerco a Richard—. ¿Acaso me estaban esperando para hacerme una reverencia?
Richard me mira de arriba abajo, evaluándome.
—No tienes buena pinta hoy. Mejor ni me acerco, no sea que me pegues tu mal genio.
Suelto una risa sarcástica mientras observo a las maquilladoras tomando sus puestos con cada una de las modelos, excepto Natalie.
—Escúchame bien, quiero que me avises en cuanto llegue Sofía Rymer —le digo a Richard, frunciendo el ceño.
—¿Sofía qué?
—Sofía Rymer, la aspirante impuntual que se atreve a llegar tarde —resoplo, irritado.
Me alejo, murmurando entre dientes para intentar liberar algo de la rabia que aún me consume. Camino hacia los camarógrafos en el estudio.
—Señor Allan —me saludan todos al unísono.
—Esta noche comenzamos la grabación del programa de talentos —digo, cruzándome de brazos—. Quiero una buena iluminación allí y allí —señalo con el dedo los lugares exactos.
—¿Es verdad que habrá invitados especiales? —pregunta uno de los camarógrafos.
—Tu pregunta está de más —lo fulmino con la mirada—. Es obvio que el programa necesita jurados expertos en música.
—Sí, señor. Disculpe —traga saliva.
Me doy la vuelta y sigo supervisando el escenario. De repente, Richard me llama.
—Allan... La chica, Sofía Rymer, ya llegó —murmura.
—¿DÓNDE ESTÁ? —elevo la voz. Se suponía que la enviarían conmigo apenas llegara. ¿Por qué es tan difícil seguir mis instrucciones?
—Con Natalie —responde, nervioso.
Camino con la furia latente en cada paso. Quizás esa chica no tenga la culpa de mi mal día, pero terminaré descargando en ella toda la frustración que me ha causado perder mi descanso, casi ser atropellado por esa mujer grosera, y todas las otras tonterías que ni siquiera vale la pena mencionar. Este día ha sido un caos total.
—¿No te parece una falta de respeto presentarse a estas horas para una entrevista? —digo con desdén al llegar frente a la nueva chica.
Ella se gira para mirarme y mi mente se queda en blanco por unos segundos. Es la misma mujer de la carretera. La chica grosera y antipática que casi me arrolla está ahora frente a mí.
—¿Qué haces aquí? —pregunto, frunciendo el ceño.
—Yo... es que... ¡Usted es el hombre que se atravesó en la carretera! —me dice con los ojos llenos de rabia. Al parecer, el sentimiento es mutuo.
—Vienes conmigo ahora mismo —la tomo del brazo sin delicadeza y la arrastro por el lugar hasta la puerta de entrada—. Te quiero fuera de aquí, ¡ya! Y no me hagas tener que repetirlo.
—Veo que es usted más bruto de lo que imaginé —se suelta de mi agarre con brusquedad—. No tiene derecho a echarme sin antes dejarme presentar la prueba.
—¿Qué? —suelto una carcajada, pasándome la mano por el cabello con exasperación—. ¡Soy el dueño! ¿De verdad crees que no tengo el derecho de hacerlo?
—¿Qué carajos le pasa conmigo? —frunce el ceño aún más—. Primero se atraviesa con su moto, casi me lo llevo por delante, ¡y ahora me saca de aquí como si fuera un animal!
—¿Qué me pasa? —la miro de arriba a abajo, con una sonrisa sarcástica—. Para empezar, ese vestido es horrendo. ¡Demonios! Odio ese color navideño. Y dejando eso de lado, no creo que mi empresa necesite a alguien tan malhablada y antipática como tú.
—Deja que eso lo decida yo, Allan —la voz de mi madre nos interrumpe, poniendo fin a nuestra pelea absurda. La gordita tiene un talento especial para hacerme perder la paciencia.
—Madre... —carraspeo, lanzándole una mirada fulminante a Sofía.
-Me puedes explicar que está sucediendo aquí hijo?
Definitivamente mi día está empeorando cada vez más.
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