CARA A
Capítulo
1
House Of Memories
4/9
–No lo recuerdo.
Esa sin duda hubiera sido la respuesta si alguien me preguntaba algo
sobre mi infancia, o sobre la semana anterior. Tal vez sobre el día
de ayer. Es cierto que era una persona olvidadiza y un poco
distraída, pero los recuerdos fugases sobre mi pasado iban más allá
de un simple olvido. A veces venían a mi cabeza imágenes sueltas
sobre mi niñez, pero eran tan vagas que no lograba dejar en mí una
huella de nostalgia , como si evocara simplemente recuerdos falsos o
inventados.
Como si mezclara la fantasía con mi propia realidad.
A veces, en los largos recorridos desde el instituto hacia mi casa,
estrujaba mi cerebro hasta el punto de provocarme fuertes jaquecas.
Ese día era uno de ellos. El silencioso y aburrido paisaje rural
dejaba mis sentido libres para dedicarse entero a la labor de divagar
sin ningún sentido. Los pastizales amarillentos que apenas se
meneaban con la brisa bordeaban la calle principal y abarcara hasta
donde se perdía la vista, durante un kilómetro la calle se extendía
simplemente hacia adelante y se perdía como un lago desembocando en
aquellas siluetas de edificios de apartamentos que daba lugar a la
zona residencial.
Pasto y asfalto, tan solo eso. A veces mi mente dejaba de intentar
rememorar recuerdos inexistentes e imaginaba algunas escenas
fantásticas. A veces un avión que se estrellaba contra el pastizal
levantando una humareda , otras, algún loco nudista corría por las
calles intentado que sus pies no se quemara en el pavimento caliente,
a veces alguna chica bonita salía detrás de algún cartel haciendo
autoestop, enseñando una pierna larga y moviendo su pulgar con
entusiasmo. Cualquier más irreal que la anterior.
Mis pensamientos se apagaban un poco cuando debía tomar el primer desvío
por una calle lateral, era necesario si no quería luego tener que
rodear la calle más concurrida, solo que hoy...
Un camión de las fuerzas ciudadana cortaba totalmente el transito por
aquella pequeña calle.
–Que fastidio – pensé –¿Qué podía ser tan grave?
Era bastante normal que por aquella zona algún árbol cortara la
electricidad al caer sobre el precario cableado del sistema eléctrico
. No podía creer que una cosa tan simple me obligara a dar una
vuelta enorme, tal vez si me acercaba e intentaba ver...
Fue allí que lo vi, la idea que tenía no se aceraba ni más mínimo a
lo que había sucedido en realidad, principalmente porque mi cabeza
no podía concebir que algo así pudiera pasar por esos lugares.
Un hombre de mediana edad estaba tumbado sobre el suelo boca arriba con
ambos brazos a los lados sobre un charco de sangre, haciendo un
intento casi nulo por levantar su cuello para ver a dos policías que
apuntaba sus pistolas hacia él. Ambos oficiales parecían nerviosos,
hasta podría decir que temerosos, sin duda la sangre del suelo era
de él, había disparado y varias veces pero...
¿Qué amenaza tan grande podía significar aquel sujeto? Si prácticamente
no podía con su propia cabeza. Parecía como si aquellos policías
esperaran algo, algo grande, algo peligroso, pero no fue así.
El hombre volteó su rostro, haciendo un esfuerzo increíble y miró en
mi dirección
Me miró a mí, no había nadie más allí, sus ojos vacuos observaron
los míos, como si miraran algo más allá de mis pupilas, como si
buscara con su mirada una señal en ellos que claramente nunca llegó,
y así con un atisbo de decepción y otro poco de satisfacción casi
melancólico, aquellos ojos dejaron de mirar, perdieron su brillo
vital para convertirse en un imagen vacía, como un dibujo muy bien
realizado..
Por fin dejando caer su cabeza al pavimento ensangrentado
A pesar de eso aun sentía que esos enormes ojos me miraban como si
estuvieran clavados en alguna parte de mi cerebro, cerré los míos,
una y otra vez intentando alejar aquella imagen de mi cabeza,
entonces escuché un ruido familiar
“Miau”
Un maullido.
Giré la cabeza a ambos lados buscando de donde provenía. Cerca del
cadáver del sujeto un gato me dedicaba una mirada muy parecida a la
que el hombre había hecho unos minutos antes. Pero había algo que
me parecía extraño, algo en aquel gato no encajaba, pero aunque
intentaba darme cuente del que, no podía hacerlo. El gato me observó
unos segundo y cuando los dos policías notaron su presencia, dejaron
de apuntar al cadáver del hombre para dedicarle toda su atención.
El animal pareció incomodarle esto ya que comenzó a moverse cada
vez más rápido alejándose de la escena. Caminaba con una gracia
que solo un felino podía tener, se dirigía rápida pero firmemente
hacia mí.
–¡Hey chico, no dejes que se escape! –Gritó uno de los policías
¿El qué? ¿Quién?
El gato aceleró su escape hasta convertir su caminata en una carrera.
Me quedé paralizado como si todos los músculos de mi cuerpo hubiera
decidido hacer una huelga en ese mismo momento, ni siquiera mis ojos
pudieron dejar de mirar en aquella dirección.
El gato pasó corriendo por entre mis piernas pero antes de perderse de
mi vista, me observó por última vez, una mirada que casi podía
leer, que casi podía escuchar:
Gracias
Uno de los policías trotó hasta mí y vio como el gato se escapaba ante
su inútil intento por seguirlo con la vista
–¡Diablos! –protestó– Chico, era solo un gato.
Eso mismo pensaba yo, era solo un gato, no era como si importara o no
dejarlo ir ¿O sí? ¿Cuál era la cuestión de atraer un gato cuando
tenían claramente algo mucho más importante en sus manos? Aun no
comprendía que había pasado con aquel hombre, que tan peligroso
era, porque había sido abatido, mucho menos podía comprender que
tenía que ver todo esto con mi habilidad para atrapar un gato que,
parecía de todas formas destinado a escapas, al menos si era yo
quien debía darle caza.
Estaba antes los policías más exagerados o los más surrealistas.
Un rato después llegó un ambulancia al lugar y unos cuantos autos más
de la fuerza ciudadana, los policías dejaron que me marchara después
de hacerme alguna preguntas de rutina que o entendí demasiado, nada
sobre el gato, nada sobre el sujeto, esto hacía que las dudas y la
confusión se adueñaran aun más de mi mente. Decidí marcharme en
cuanto pude, quería evitar la prensa o cualquier cosa que me
detuviera más tiempo, ya me había retrasado demasiado y aun debía
dar la vuelta más larga para llegar a mi casa.
Que fastidio
Que fastidio
Que fastidio
El resto del camino no pude quitarme aquellos ojos de mi cabeza, tanto
los del sujeto como los del gato, ambos compartían una expresión
familiar que provocaba que un nudo pequeño en mi garganta no me
dejara pasar el capítulo.
El aire se tornaba frio cuando al fin llegue a la calle del edificio 202 .Crucé
el rio de personas que me separaba de la verja herrumbrada del recibidor, luego de pelear
un rato con la cerradura me adentré por fin, dejando atrás el ruido del tumulto que se convertía en un murmullo lejano tras las paredes del vestíbulo.
Aflojé la corbata del uniforme y respiré hondo, debía dejar aquella imagen
fuera de mi mente o me atormentaría todo el día. Caminé hacia el
ascensor: un cacharro blanco y silencioso que esperaba a los que,
cómo yo, no tenían ninguna intención de subir ocho pisos por
escalera, eso se lo dejaba a los que le gustaba hacer ejercicio o a
los que tenían vértigo. Dentro del ascensor acomodé un poco mi
cabello frente al espejo, se veía fatal, los pequeños bucles se
habían enmarañado de tal forma que parecía que en cualquier
momento me convertiría en cantante de disco, empezaba a entender
porqué mi madre odiaba la humedad. Escrito con rotulador, a un lado,
sobre le vidrio del espejo rezaba en un grafiti algo
desprolijo.
Corazones suaves, almas eléctricas.
Cuando el ascensor llegó a su destino con un ruido estridente que solía
asustar a los que lo montaba por primera vez, el cielo que se veía
por la ventana del pasillo se tornaba un poco nublado. La perspectiva
urbana contrastaba con el monótono paisaje que solía ver de camino
a clases, lo que hacía que me costara un poco cambiar de aires.
Dentro del apartamento parecía que el tiempo no había trascurrido, se
notaba exactamente igual que cuando me había marchado en la mañana.
Lancé la mochila a un sillón reclinable y encendí el televisor, o
seria mejor decir que lo intenté, apreté un par de veces el
interruptor pero el aparato se negó a responder. Apreté aquel botón
rojo con más fuerza como si ese acto hiciera que lo que tuviera el
control o el televisor se solucionara, cosa que era un tontería .
Desistí y fui a la cocina donde mi padre sentado en la mesa leía el
diario como era su costumbre
–¿Papá, el televisor se averió? –Pregunté abriendo la heladera en busca
de una jarra con leche
No hubo respuesta.
–Papá – dije levantando un poco la voz
Nada
–¡Papá! – grité esta vez
Una escalofrío recorrió mi cuerpo. Me acerqué a él, miraba las hojas
del diario fijamente como un maniquí inmóvil
¿Maniquí?
–¿Papá? –Sacudí su hombro, nervioso
La sorpresa fue tan grande que dejé caer la jarra de leche al suelo, en
el intervalo entre que mi mano soltó su agarre hasta que cayó me
pareció eterno. El hombro de mi padre se movió siguiendo mi acción
pero luego volvió a quedarse quieto, las hojas del diario apenas se
agitaron con el viento producido por mi movimiento brusco pero al
instante volvieron a adquirir aquella propiedad estática.
¿Cuánto tarda una jarra llena de leche en caer al suelo? Bueno no era muy
bueno en física pero calculaba que, dado su peso y su contenido, no
tardaría ni un segundo en hacerlo, y aunque el tiempo parecía pasar
lentamente para mí, ya lo consideraba extravagante.
El ruido del vidrio al partirse nunca llegó, di un paso atrás
tropezándome con la pequeña pecera cuando vi la jarra suspendida a
unos centímetros del suelo, con la mitad de su contenido flotando de
forma antinatural, como absorbida por una aspiradora invisible .
Observé la pecera, tanto el agua como el pequeño pez dorado tenían
aquella misma característica, se mantenían suspendidos en el tiempo
como si alguien le hubiera dado a un botón de pausa. Acerqué mi
mano temblorosa al agua para comprobarlo, al agitarla noté que se
comportaba exactamente igual que las cosas que había examinado
antes, el agua se movía siguiendo mi movimiento pero al instante que
me apartaba, volvía a detenerse en la forma en la que se encontrase
Los nervios terminaron por apoderarse de mi cuerpo entero y un dolor en
la cabeza me atacó de pronto. Retrocedí hasta caer en el sillón
del comedor. Cerré los ojos con fuerza. No podía estar pasando algo
así, no era algo normal. Respiré hondo una y otra vez intentando
tranquilizarme pero tuvo el efecto contrario, empecé a marearme, el
dolor de cabeza aumentó y el nudo en la garganta apretaba cada vez
más.
“Si cierro muy fuerte mis ojos tal vez despierte en mi cama, como hoy en
la mañana. Sí, esto es un sueño, no hay otra explicación”
Cuando abrí los ojos el paisaje parecía menos alentador, aun si cabía esa
posibilidad. Seguía encontrándome en el comedor de mi casa, pero no
estaba solo. Un ser extraño me observaba, me gustaría decir que
seriamente pero sus rostro impávido era inexpresivo, estaba cubierto
por vendas harapientas de color rojo, mal colocada, y las únicas
partes de su cuerpo a la vista eran negras y granuladas, lo que daba
un sensación de asperosidad. Tenía las extremidades largas y su
cabeza, igualmente cubierta por esas vendas, que me parecieron
húmedas, casi putrefactas, le cubrían el rostro por completo salvo
sus ojos: dos bolas brillantes color escarlata que titilaban como
estrellas perdidas en el firmante que eran sus cavidades oculares.
No me sorprendí, creo que había llegado a un punto en que mi cuerpo no
podía asimilar más sorpresas y tan solo se paralizó, se ancló a
aquel sillón. Sentía miedo pero mi mente parecía más concentrada
en aquel sujeto que en la situación en si.
– Tienes que despertar
Esa voz. Una voz extraña invadió mi mente, no sabía por qué, pero lo
sabía, esa voz era de aquel ser, una voz que no demostraba ningún
sentimiento ni expresión, una voz tan vacua, tan monótona…
Era la combinación de varias voces sonando a la vez, de mujeres, hombres
y niños,
El ser levantó su mano extendiendo sus dedos largos de uñas negras
como si sostuviera una cosa invisible. Luego de unos segundos una
especia de neblina negra empezó acumularse en su palma, las
partículas chocaban entre sí formando pequeñas explosiones
nebulosas hasta que, con un pequeño resplandor opaco, casi nimio, se
trasformó en un objeto:
Una daga
una pequeña daga totalmente negra, desde su hoja a su empañadura
–Tienes que despertar
¿Despertar? eso me gustaría, pero...
No pude pronunciar palabra, tan solo me dediqué a observar los
movimientos de aquel ser, pestañeando lentamente para no perderme
ninguna acción
Aun así parecía que mis parpados no eran tan rápidos como pensaba
porque en menos de un segundo la daga que sostenía en su mano
desapareció sin que pudiera notarlo, o más bien diría que se
trasporto a la miá, observé aquella hoja fría y negra entre mis
dedos y aunque hice un intento por dejarla caer, parecía pegada a
mí, como con un pegamento muy potente
–Tienes que despertar
Una nueva sensación empezaba a mezclarse en mi cuerpo: furia. No
entendía lo que quería decir, estaba confuso por la situación y la
voz extraña hacía que en mi interior una pizca de enojo tonto se
apoderada de mi cuerpo
¿Cómo voy a despertar? ¿Qué diablos es esto?
–Pero antes de eso, tienes que hacer algo por mí….
Muérete
Escuchado estas palabras solo cerré mis ojos con fuerza una vez más, lo hice
con tantas fuerzas que creí saldrían disparados hacia dentro como
bolas de billar, sentí un fuerte dolor en el pecho cuando aquel nudo
se apretó intensamente unos segundos y luego desapareció.
Cuando abrí los ojos me encontraba parado frente a la puerta de mi
apartamento.
Capítulo 2
Oh, Ms Believer
4/8
–No es necesario decir que… – la campana interrumpió a Loyd que pareció algo molesto. Observó a la clase, esperando que alguno hiciera el intento de pararse de su asiento, retándolo con la mirada, pero ninguno lo hizo. Loyd era joven pero sabía cómo hacerse respetar.
Luego de unos segundos largó todo el aire de sus pulmones en un estruendoso suspiro.
–Dejen el informe sobre el escritorio y que tenga un buen día – dijo al fin. Casi al unisono el aula entera tomó sus bolsos y mochilas y, como si fuera un culto presentado sus respetos al dios de la clase, fueron colocando sus cuadernos sobre el escritorio y despidiéndose con una leve inclinación de cabeza
Cuando llegó el turno de la chica delante mio una de las hojas de su carpeta se escabulló como soplada por una brisa y fue a parar junto a mis pies.
–Oye, se te cayó esto—dije acuclillandome para tomar la hoja
–Gracias – dijo rápidamente tomando el papel antes que pudiera hacerlo yo y sin mirarme a la cara salió casi al trote del salón, dejándome a soleas con el profesor.
Me mantuve unos segundos allí, inclinada con la mano extendida como si acariciara algo inexistente. Loyd pareció incomodarle y aunque se veía como intentaba buscar las palabras correctas para decir, al final no las encontró
–Casi no preciso echarle una mirada a ese informe Yuke –dijo al fin–, seguro que está aun más completo que mis propias notas.
–Gracias profesor Loyd –Después de dejar la carpeta sobre el escritorio me dirigí a la salida
–¿Apurada otra vez?
–El club de música – dije, no precisaba decir nada más para que me comprendiera.
–¿Otra vez? ya te dije que es en vano, deja de lastimarte
–No me quedaré conforme si no lo intento todo lo que pueda
–Siempre tan optimista Yuke, solo no dejes que te maltraten ¿Sí?
–Muchas gracias por preocuparse – dije sonriendo y salí del aula.
“No dejes que te maltraten”
Si tan solo eso estuviera bajo mi control.
Caminé por le pasillo a paso rápido, el instituto no era demasiado grande pero había que doblar unas cuantas esquinas y cruzar algunos pasillos para llegar a la sala del club de música. Aun estaba a tiempo, la clase empezaba en cinco minutos, lo alumnos iban y venían de un lado a otro por los pasillos, hablan entre ellos, intercambiaban apuntes, se tomaban de la mano, seguían la vida normal de personas de su edad. Pero todos tenían en común una cosa: todo mantenían la mirada fija en el suelo, mirando hacia algún lugar, algún lugar más allá del piso, como si buscaran algo, como si aquello que vieran los entretuvieran de forma casi hipnótica. Una imagen que veía a cada lado donde iba …
Observé mi reloj pulsera justo al llegar al salón de música, aun faltaba dos minutos para que la clase comenzara, golpeé la puerta con los nudillos insistentemente pero no tuve respuesta. Dentro se escuchaba el ruido de personas, había alumno adentro, lo sabía. Escuché la voz de la profesora sususurrar algo, hablaba tan bajo que me era imposible distinguir una sola palabra, parecía que lo hacía con la intención de que nadie pudiera escucharla desde fuera.
–¡Se que está ahí, por favor, quiero hablar sobre…! – El fuerte ruido de un trombo ahogó mis palabras
–¡Solo será aun minuto por…! –Otra vez el mismo sonido superó mi voz e hizo que esta se perdiera en el pasillo.
Tomé mi flauta de dentro de su estuche y me llevé la embocadura a los labios, por unos segundos me mantuve allí estática, con los dedos listos y el aire en mis pulmones.
Pero no pude producir ningún sonido. Solté el aire en un suspiro y guardé la flauta otra vez en sus estuche dentro de mi mochila
Golpeé mi mejillas con ambas manos y esbocé una sonrisa
–Lo intentaré de nuevo mañana
En la explanada que precedía al instituto la feria de ciencia seguía en su máximo esplendor, decenas de stand con diferentes exposiciones decoraban el paisaje y viera donde viera cientos de personas interactuaban entre si de forma amistosa. Prefería evitar a la gente pero una vez dentro de aquel lugar era imposible escapar, aun así las personas parecían concentrada en los stand por lo que podía andar tranquilamente.
Observé uno por uno, la mayoría no presentaba nada interesante, algunos diseños e impresiones poco llamativas, algunos inventos bastante lamentables, como el Pela Papas Ocho , una especie de cuchara con cuchillas que no parecía nada confiable. Cerca de allí había dos chicos vestidos con batas discutiendo con una persona sobre un extraño aparato; parecía una balde ordinario, pero tenía una pantalla de led pegada a un lado, y como era de esperarse de los inventos como esos, tenía unos números casi siempre aleatorios,
100-101
–¿Qué es esto? ¿Para que sirve? – pregunte acuclillandome para poder ver aquel aparato más de cera. Uno de los chicos lo tomó para enseñármelo.
–Es un contador de monedas
–¿Es una alcancía?
– Algo así – el chico sacó un par de monedas de su bolsillo y las arrojó por una pequeña ranura en la tapa, al caer la primera moneda un numero uno apareció en la pantalla digital, que se transformó en un numero dos al colocar la siguiente
–No está mal, parece bastante útil.
–Oh, ¡gracias! – dijo el chico que pareció sorprenderse por mi alago
–¿Qué significa el numero 100 y 101? – pregunté poniéndome de pie y mirándole al rostro por perima vez
–Era el numero de monedas que… –el chico se interrumpió al ver mi rostro, parecía algo confundido al principio, algo decepcionado, como la cara que pones al pedir un café en un bar y ver que te sirven algo completamente diferente. Aquella expresión dio paso rápidamente a la incertidumbre y casi instantáneamente al miedo
Que descuidada.
–Lo lamento – dije y salí sin mirar a ningún lado, al pasar rozando al chico junto a mi empujé su hombro haciendo que casi perdiera el equilibrio y cayera.
—¡Lo siento! –me excusé torpemente pero aun sin voltearme, aun sin dejar de correr, aun alejándome lo más que pudiera de allí.
–Espera, yo no... – dijo el chico con la bata, pero no logré escuchar el resto.
Corrí un buen rato hasta alejarme lo suficiente del bullicio de la feria.
Me ardía el pecho, intenté calmarme tomando largas bocanadas hasta regular mi respiración. Mis piernas estaban cansadas y mis ojos me lloraban por correr contra el viento
Mis ojos...
Ni siquiera podía sentirme ofendida, no podía enojarme ni reclamarle nada, no podía atribuir su comportamiento a una simple falta de respeto, ni siquiera podía enfadarme, al fin de cuentas era normal sentirse así, era normal que ellos actuaran así.
Cuando retomé la marcha el camino se sentía tranquilo, nunca había mucha gente por allí, tan solo algunos vecinos que hacían sus mandados y labores, y unos pocos niños que jugaban corriendo de aquí para allá. Algunas personas que saludaba por cortesía casi instintiva y a los que le devolvía el saludo sin levantar la mirada del suelo, a veces esbozando una sonrisa y cerrando los ojo o inclinando la cabeza.
Para los niños y adolescentes que crecimos con Nigloshima era algo normal, casi natural, no ver ni un solo animal por la calle, ni un pequeño pájaro en un árbol, no escuchar ni un ladrido ni un maullido durante un paseo al vecindario. Cuando creces privado de una sensación es casi tonto pensar que podrías extrañarla, pero aun sin sentir en carne propia lo que era aquello, no podía evitar sentirme nostálgica ante el silencio, tal vez no fuera la misma impresión que tenían los pioneros de la cuidad, pero aun así, algo en mi se sentía vació.
Parece que nunca te terminas de acostumbrar a las desgracias, a sentir algo que nuca estuvo allí, a temerle a un color...
Junto a una de las casetas de teléfono que aun se conservaba en la cuidad un soldado observaba tranquilamente calle arriba, aburrido, sin nada que hacer.
Así era mejor...
Si ellos no tenían nada que hacer significaba que la cuidad estaba a salvo, que no había que hacer más sacrificios, que por ahora, al menos solo por ahora, nadie sufría.
Al pasar junto a él le hice un gesto con la cabeza, el observó y sin cambiar una ápice de su expresión me devolvió el saludo inclinando levemente la suya. Había visto esa mirada antes, no le guardaba rencor porque sabía bien que no había otra alternativa, sabía que cuando debían hacer su trabajo ya no había vuelta atrás, no la había y, al final, los que se ensuciaban las manos eran ellos.
Cuando al fin llegué a mi casa mi rostro aun no podía volver a su estado normal, aun aquella sonrisa, esa sonrisa casi ensayada, no volvía...
“No puedes fingir ser feliz siempre, eso no es sano”
Era verdad, pero en aquel momento no podía darme el lujo de estar mal, debía ser fuerte sin mentirme a mi misma..Al sacar la llaves de mi cartera la fotografiá de Morty cayó al suelo.
Morty
Su pelaje blanco, enmarañado y sus ojos vivos color café observaba a la cámara casi con incomodidad, siempre hacía eso cuando quería sacarle una foto, para luego lanzarse hacia mí y llenarme de baba.
–Morty...
dije y por fin la sonrisa volvió mi rostro.
Capítulo 3
Have You Ever Seen The Rain
4/10
Observé la puerta del apartamento con miedo, mis piernas se aflojaron hasta casi ceder. Estaba aterrado, no quería volver a abrirla , no quería volver a pasar por algo parecido, si es que había pasado algo, lo sentía lejano, como un mal sueño, estaba sudando como cuando tenía una pesadilla cruel.
¿Había sido un sueño?
No
Algo en mi interior me decía que aquello, por más extraño que fuese, había sido real…
Abrí la puerta cauteloso, aun estaba asustado pero no podía esperar a tranquilizarme, temía que ese momento no llegara. Apreté el pomo de la puerta con fuerza y sujeté la muñeca de mi mano con la otra, en un intento vano de frenar un temblequeo nervioso.
Entré en la sala mirando a ambo lados, como un niño temeroso al cruzar una calle concurrida, dejé la mochila deslizarse de mi hombro lentamente hasta el suelo y tomé el control de la televisión. Apreté el botón rojo y la televisión encendió, dejé escapar un suspiro de alivio, cargado del aliento contenido hace cerca de un minuto, empezaban a dolerme las costillas y los músculos por la tensión. Aun era temprano para aliviarse, debía comprobar una cosa más. Caminé casi al trote hasta la cocina:
–¿Papá? –Grité tomándole por los hombros
– ¡Hijo, por Dios, no me des esos susto! ¿Qué te sucede? – dijo volteando bruscamente.
Lo miré a los ojos unos segundos y tan solo dejé escapar una sonrisa de alivio cansada.
–Perdón, solo estoy aturdido de la calle
Aturdido, cansado, agotado, sentía que mi cuerpo iba a estallar, nunca había estado tan exhausto, me sentía como si hubiera corrido una maratón, de cincuenta kilómetros.
–Estás sudando demasiado ¿Te sietes bien? –Me preguntó observando mi estado claramente lamentable.
–Sí, lo prometo
Me observó unos segundos frunciendo su boca como si dudara de mi palabra pero al final desistió.
–Será mejor que tomes un baño, no querrás que la tía Alice te vea de esa forma.
Lo había olvidado completamente, no estaba seguro si lo recordaba en la mañana por ahora que había pasado todo esto, lo había olvidado por completo.
Ese día visitaríamos a la tía Alice
–Si estás cansado puedes dormir en el tren –sentenció mi padre volviendo a la labor de ojear el periódico.
Estaba molesto, cansado y molesto. No era que la tía Alice me fastidiara, era una buena mujer, amable y en su casa siempre se comía bien. El problema era las dos horas de viaje en tren hasta su casa y soportar a mi prima Sabrina, era unos años mayor que yo pero que se comportaba como una niña pequeña. Había elegido un mal día para pasar todo aquello, ni siquiera el agua cálida sobre mi cuerpo hacía que olvidara aquella pesadilla vívida. Cerré los ojos con fuerza pero aun así, aquella imagen del sujeto parado frente a mi no se iba, revoloteaba en mi mente como flashes.
Cuando abrí los ojos aun bajo el agua tibia de la ducha observé algo que se me había pasado por alto hasta ahora, en mi brazo, más específicamente en mi muñeca derecha:
Una daga
Había dibujada una pequeña daga totalmente negra, como la que había sujetado en mi mano un rato antes. Una idea atacó mi mente tan rápido que casi entro en pánico.
¿Esa marca significaba que todo eso pasó de verdad? ¿Significaba que sí sucedió y no era todo un mal sueño? ¿Cómo continuaría ahora? ¿Cómo me convencería que eso no había pasado? Cada vez que intentara olvidarme de aquello y observara mi muñeca yo…
–Hijo, ¿vas a tardar mucho? Tu padre quiere usar el baño –gritó mi madre desde fuera. Su voz hizo que volviera a la realidad bruscamente, tan es así que casi pierdo el equilibrio.
–Ya salgo –contesté
Cuando tomamos el tren en la estación algunos rayos de sol aun se escurrían tímidos entre las nubes. No estaba muy frio pero aun así me cercioré de llevar un saco con las mangas lo suficientemente largas para tapar aquella marca en mi muñeca. El tren emprendió su marcha ruidosa por las vías y se alejó poco a poco de la cuidad. El camino me recordaba al que recorría a diario para ir al instituto: campos a ambos lados de una carretera inhóspita que se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Los campos de violetas decoraban el mayor tramo del camino a ambos lados embriagando el paisaje de un olor dulce. Daba la sensación de estar flotando en un gran océano violáceo.
Aunque me parecía tan familiar, estaba casi seguro que era la primera vez que observaba aquel paisaje, a pesar de hacer ese trayecto casi dos veces al año, me parecía siempre como si fuera un camino totalmente nuevo, casi como si las vías del tren fueran cambiando de lugar cada vez.
Pero lo que si recordaba con exactitud era la central eléctrica:
Una central eléctrica abandona a un costado del capo de violetas casi a la mitad del recorrido de dos horas. Las bobinas se elevaba en el césped artificial que decoraba aquel lugar enrejado, como un campo de flore eléctricas. Los vidrios opacos que no dejaba ver su interior me despertaban una intriga desesperante, por alguna razón aquel lugar se me antojaba sobrenatural, fantástico y misterioso.
Cuando nos apeamos del tren el cielo ya estaba completamente cubierto de nubes grises y el aire se tornaba frio, ahora agradecía el saco de mangas largas. Los tres tomamos un taxi por otros treinta minutos. El paisaje en aquella cuidad era algo diferente a la nuestra, el olor a humedad y el frio casi natural brindaba las calles grises de un toque nostálgico, casi triste. Cuando el taxi cruzaba una calle, al ver hacia un lado, siempre se podía ver el mar a lo lejos, muy a lo lejos, como si aquel fuera un lugar más alejado del mundo, como si viviera en una pequeña isla alejada de cualquier cuidad.
Cuando llegamos supe al instante cual era la casa de Alice, a pesar de que no recordara bien el recorrido, lo supe porque el pequeño jardín de su casa era una representación perfecta de su comportamiento extremadamente prolijo, casi compulsivo: las flores y los pastos de su jardín estaban prolijados perfectamente, cortados con regla a la misma altura. La macetas y los colores de las flores estaba ordenadas por tono desde los más cálidos a los más fríos y una enredadera escurridiza decoraba toda la fachada.
Alice salió de su casa rápidamente al escuchar el ruido del taxi.
–¡Alice! –Saludaron mis padres
Me quedé unos pasos atrás mientras el taxi se marchaba, esperé que ambos intercambiaron unas palabras antes de saludar. Mis padres eran amigos de Alice desde más tiempo del que yo vivía en aquel mundo, y si bien no tenía ninguna relación de sangre me quería como a un verdadero sobrino, es por eso que cuando me vio no pudo evitar apretarme fuerte contra su pecho.
–Tía Alice, cuanto tiempo – dije intentando pasar el momento incomodo
–¡Oh mi niño, cómo has crecido! –dijo alborotando mi cabello con su mano.
No creía haber crecido tanto desde la última vez que nos habíamos visto, pero lo dejé pasar.
–Oh, ¿Recuerdas a Sabrina? Eras algo pequeño cuando se fue al extranjero...
¿Extranjero?, no recordaba que Sabrina se hubiera ido en algún momento a...
Mis pensamiento se cortaron en seco
Una chica delgada de cabello lacio, castaño, parada junto Alice me sonrió, una sonrisa tan blanca que parecía emitir un brillo casi artificial, tenía los ojos cerrados emitiendo un gesto exagerado de alegría, cuando los abrió para extender la mano en un saludo pude ver sus ojos color caramelo, aunque sería más preciso decir que parecían verdaderos dulces de caramelo, pintados con acuarelas que daban la impresión se derretirían en cualquier momento, lo que resultaba tan atractivos que no podía dejar de mirarlos.
–Hola, yo soy… –antes de poder presentarme como era debido Sabrina se abalanzó hacia mí recortando la distancia de nuestro brazo extendidos, se apretó a mi cuerpo y me besó en la mejilla, el rubor me recorrió todo el cuerpo hasta mis rostro. Tan solo por un segundo pude percibir todo a mi alrededor con una exactitud milimétrica, la humedad de sus labios al rozar mi mejilla, el olor dulce de su cabello, su suave mano rozando la mía, sus parpados golpeando uno al otro, su corazón latiendo , su respiración, sus pechos apretándose contra mi torso y más allá, como si proviniera desde el océano, como si alguien me observaba.
–Entremos, está por llover –dijo Alice devolviéndome a la realidad.
Mientras comíamos la deliciosos tarta de manzana típica de la tía Alice la lluvia empezó a caer finalmente. Estuve un rato dando vueltas a mis recuerdos sobre Sabrina, por alguna razón mi mente había olvidado totalmente que no vivía con la tía por los últimos años, según ella, se fue a estudiar al extranjero, periodismo, algo que sinceramente creí que le caía muy bien, aun así, ahora que me lo mencionaban, si me parecía recordarlo, aunque fugazmente...
o tal vez no
Otra vez las jaquecas.
En un intento por desviar mi atención me acerqué a la ventana para observar el jardín. El patio de la tía Alice se veía devastado, parecía un cuadro diluido de algún pintor abstracto, las glicinias se mecían de un lado al otro como un sparring de boxeo azotadas por el frio viento, un rosal se aferraba algo débil al césped y unos tulipanes bañados de barro se resistían ante la lluvia que caía sin cesar.
Cuando el sol está frio, la lluvia a cae fuerte, solía decir mi madre
–¿Te gusta la lluvia? – preguntó Sabrina acercándose a la ventana, apoyó sus manos en el alfeizar recostando su frente al cristal, haciendo una imagen algo extraña, su reflejo parecía mirarse frente a frente, se veía hermosa. Parecía mucho más relajada de hace un rato, hasta llevaba un vestimenta más de entre casa y aunque intenté no observarla demasiado me fue casi imposible notar los pequeños detalles de su blusa blanca que dejaba al aire su vientre, o de su short de jeans con el primer botón desabrochado. Ahora que lo pensaba no me había resultado tan difícil.
–Sí – dije tomando un sorbo de la lata de refresco que sostenía en mis manos, un rayo estruendoso tiño el cielo de blanco lo que hizo que Sabrina se sobresaltar un poco, me pareció algo gracioso
–A mí también pero me asustan un poco los relámpagos
Busqué en mi mente algún comentario ingenioso pero fue en vano, intenté decir unas palabras pero solo emití un titubeo vago. Por suerte Sabrina continuó hablando como si no esperara nada de mí.
–Sabes, pienso que la lluvia es, en parte, parecida a la muerte ¿No crees?
Esperaba que un nuevo comentario diera un poco de aire fresco a la conversación, pero fue todo lo contrario. Si antes me parecía difícil seguir con la idea, ahora me resultaba imposible. No lograba conectar los dos puntos tan fácilmente como lo hacía ella. La muerte y la lluvia, por más que pensara no lograba encontrar una conexión, salvo accidentes de transito debido a la baja visibilidad, pero estaba casi seguro que Sabrina no se refería a eso.
–Ambas –continuó, para mi agrado–, son inevitables, por más que corras, por mucho que te cubras siempre cae, y con la misma certeza que sabemos que parará, afirmamos que tarde o temprano volverá a llover.
Hizo una pausa, lanzó un suspiro que empañó el cristal dejando su reflejo borroso. Luego continuó:
–Con la muerte es igual, por más que vivas al limite, aproveches cada día , o sufras y llores, a pesar de que simplemente trascurras, algún día morirás, no puedes evitarlo.
Una vez más me quedé sin palabras, empezaba a pensar que resultaba tonto mantener una conversación con una persona como yo. Tan solo guardé silencio hasta que volvió a hablar:
–Lo único que podemos hacer es, a modo de entretenimiento, preguntarnos ¿Cuándo parará de llover? ¿Cuándo comenzará? Adivinar cuanto tiempo vivirá aquella anciana vecina del barrio, o preguntarnos cuanto nos queda por vivir.
Sabrina hizo otra larga pausa , esta vez no intenté buscar algo que decir tan solo me quedé en silencio reflexionando sobre lo que había dicho. Tenía razón, no había nada raro en sus palabras por muy oscuras que fuera su comparación, no podía sino asentir con razón
–No me hagas caso, seguro es la cerveza que se me subió a la cabeza, debería de haber hecho como tú –dijo señalando mi refresco. Tenía las mejillas enrojecidas y los ojos un poco cerrados. Mi padre decía que los borrachos y los niños siempre tenían razón, y cuando tenía unas copas de más aseguraba que los niños borrachos eran el eslabón más alto en esta cadena. El alcohol podía hacer que Sabrina estuviera diciendo esas cosas, pero algo en mi interior me decía que era de esas personas que le dan vueltas a las cosas una y otra vez y que no teme en decir lo primero que se les viene a la mente una vez encontrado una respuesta al asunto. Algunas personas piensan con cuidado y eligen las palabras que van a decir luego de sopesar las opciones detenidamente, y otras simplemente lanzan lo primero que se les cruza por la mente. Pero había otra clase de personas y allí entraba Sabrina y eran las que exponían lo que estaban pensando e iban desatando el nudo de su pensamiento con su interlocutor, o a veces al aire.
Pasado una hora la lluvia no había cesado, ni parecía que lo fuera a hacer pronto.
–No pueden marcharse con esta lluvia – dijo Alice entre preocupada y emocionada por lo que, seguramente, en su cabeza estaría planeando, si se trataba de hospitalidad pocas personas podían rivalizar con ella.
–Sí, no creo que los trenes estén funcionando esta noche –agregó Sabrina que estaba tirada sobre el sillón como si estuviera agotada por correr un maratón. Esta vez llevaba dos de los botones de su short desabrochados y una vez más se me hizo imposible notar nada más, como un pequeño moño que decoraba la parte superior de su ropa interior, que se asomaba un poco, eran rosas o tal vez rojas suaves, tal vez con un botón más podría…
Otra vez, lo había visto todo
–Sí, parece que tendremos que esperar – dijo mi padre levantando los hombros
–Pues entonces pasarán la noche aquí, se pueden ir mañana cuando el clima mejore – dijo Alice como si estuviera esperando le momento exacto para lanzar esas palabras.
–¿Estás segura Alice? no queremos molestar.
–¿Estás loca? ustedes no son molestia. Tú puedes dormir conmigo en la cama grande.
Si los cálculos no me fallaban aun faltaban lugares donde dormir. Como si leyera mi mente Alice volvió a hablar:
–Uno de ustedes puede dormir en el sofá
–Yo lo haré –se apuró a decir mi padre haciéndome un gesto divertido de burla victoriosa.
Lo único que quedaba era..
–Yo... –dije
–Tú duermes en mi cuarto por supuesto, como en los viejos tiempo – dijo Sabrina emocionada como si ya lo hubiera decidido desde el primer momento, dando un pequeño salto con ambos brazos hacia arriba.
“Sí, que emoción”
Pensé
Mi reloj digital marcaba las tres y cuarenta y ocho de la madrugada cuando me sentí con la necesidad impetuosa de ir al baño. Intenté repetirme que era amo y señor que mi vejiga pero estos trucos no la intimidaban. Su decisión era inapelable
El cuarto de Sabrina era por lejos mucho más frio que le resto de la casa y se escuchaba la lluvia caer con más claridad, daba la sensación de que una nube estuviera sobre ella , o que que el techo estuviera hecho de un material más liviano.
Mi colchón descansaba en el suelo a los pies de la cama donde Sabrina dormía profundamente. Me calcé a medias los zapatos e intentando no hacer ruido, fui tanteando los muebles junto a la pared para poder salir. El cuarto estaba completamente oscuro salvo por los fogonazos de los rayos . Llevaba unos pantalones que Alice me había prestado para dormir, pertenecían a su difunto esposo, eran como mínimo tres tallas más grande que la mía y, por más que había hecho un esfuerzo en disimularlo, no me agradaba del todo llevar la ropa de alguien fallecido. Por más tonto que éste pensamiento me sonase no intentaba convencer a mi cerebro de lo contrario, el era de la misma escuela que mi vejiga, actuaban a su anchas solo porque me mantenían con vida.
Intercambio equivalente.
El baño quedaba en un pasillo adyacente al cuarto, cuando llegué tanteé torpemente la pared buscando el escurridizo interruptor de la luz.
El pasillo se iluminó dejando ver la puerta del baño a final de éste, un pasillo largo con rebosante detalles: cuadros sobre las paredes, de esos del montón, los que son vendidos por millones en subastas, solo por cargar la firma de algún pintor famoso, pero que uno por dentro sabe que un niño de preescolar lo haría mejor. Aun así la gente lo compra sin preguntarse cual es el verdadero sentido y valor del arte, y por supuesto, dejando atrás algo fundamental y logísticamente implícito como los sentimientos del autor y lo que éste quiere expresar. El piso era de una suave moquete roja que daba al sensación estuviera colocada para dar una caminata mientras sonríes y firmas autógrafos encandilados por la luces de lo flash. Había una mesita con adorno de flores, otra con una foto familiar y largos tubos de luz en el techo colocados de a hileras de a dos.
Comencé a caminar algo dormido apoyando la mano contra la pared.
En ese momento la moquete me pareció algo muy conveniente para las nocturnas caminatas de personas que, como yo, despojadas de abrigo par los pies, intentaba llegar al final de pasillo a vaciar sus testarudas vejigas. Estaba a la mitad del camino cuando algo me detuvo, la luz de los tubos parpadearon y luego se apagaron sumiendo el decorado pasillo en un oscuro silencio frio. La imagen que tenía en la mente se había convertido en en una nada absoluta, podía estar allí en el pasillo de la casa de Alice o podría ser un autobús, el ascensor de un hotel, el estomago de una ballena, ninguno de ellas o tal vez todas a la vez. Me quedé quieto en el lugar como si temiera estar parado en una viga a cincuenta metros de altura. Luego de unos segundos las luces encendieron tras parpadear unas veces, pero la sensación era diferente. Sin duda estaba en el mismo lugar, mirando la misma puerta al final del pasillo pero el aire estaba frio, y pesado, más escaso, como si el aire estuviera suspendido, o detenido. En ese momento lo recordé, era la misma sensación que me había abordado en la mañana al llegar del instituto.
¿Estaba todo congelado? No lo podría saber, de todas las cosas que conllevaba esta acción había algo a lo que le temía aun más, aquella figura de harapos rojos... Pero esta vez no estaba allí, ¿o si?
Allí estaba la puerta del baño, y efectivamente no había nadie más en el pasillo, de seguro mi subconsciente me había engañado luego de vivir lo de ese día, con los parpadeos mis sentidos se confundieron. Sí, eso es todo, seguro.
Caminé rápidamente, casi trotando hasta la puerta.
–Tu brazo
Aquella voz que sonó en mi cabeza era la misma tranquila e inexpresiva que había escuchado antes, retumbaba en mi cerebro produciendo un eco molesto. Me quedé pasmado, temía dar la vuelta y encontrarme a aquel…
–Tu brazo...
Repitió y estaba seguro de que si su voz mostrase alguna expresión, sería de énfasis, estaba convencido que era él, estaba tan convencido como de que mi vejiga necesitaba una descarga de urgencia.
“Si me volteo seguro esta allí, no hay duda”
Utilizando la mayor serenidad que mi anatomía me permitía, volteé lentamente y, efectivamente, allí estaba, aquella momia desagradable, rojiza y húmeda de algún liquida que me resultaba nauseabundo. A pesar de que me repetí que no me asustaría no pude evitarlo.
–Tu brazo
Una vez más, pero esta vez lo tomé como un punto de partida, el disparo inicial para mi carrera, giré rápidamente y corrí hasta la puerta del baño aun sin saber que pretendía hacer allí, estaba seguro que escapar no era una opción, aunque el ser no era normal, y no se movía siguiendo las normas, seguro una puerta no la detendría, si me quisiera hacer daño, habría tenido muchas oportunidades. Pisé uno de los largos del pantalón y tropecé dándome un golpe en el hombro contra la mesita de las fotografiás, tirándolas al suelo, la foto del difunto padre de Sabrina me observaba con tristeza, pero no tenía tiempo de pensar en eso, evoqué todas mi fuerzas en ponerme de pie e ignorando el dolor de mi hombro llegué ileso al baño. Por un momento el terror de que la puerta estuviera bloqueada me paralizó, pero ¿Por qué lo estaría?
¿Por qué volvía a caer en la tontería de buscar la lógica ?
No había porqué
El pomo giró, me adentré en el baño bloqueado la puerta con mi espalda y me dejé caer lentamente al suelo. Luego de respirar varias veces hasta tranquilizarme un poco me puse a pensar en la situación en la que me había metido: El sujeto del que estaba huyendo estaba al final de un pasillo, que convenientemente, era la única salida que tenía de donde me había encerrado. Pésima idea, desde allí era imposible eludirlo.
¿Por qué yo? ¿Qué tenía conmigo?
Me había convencido que el acto de esta mañana había sido producto de mi imaginación, una alucinación producida por un escape de gas, contaminación por plomo, un tumor cerebral, o cualquier otra cosa. Pero sabía bien que nada de eso te dejaba una marca como lo que tenía en mi muñeca...
¿Mi muñeca?
En mi brazo
¿Se refería a mi brazo donde tenía aquel dibujo de un daga? ¿Qué tenía que ver eso conmigo?
Otra vez me encontraba cuestionado con lógica cosas claramente escasas de esta, tal vez pudiera pensar esto mejor cuando me despierte en el cuarto de Sabrina con ganas de orinar, porque me despertaría de esto en algún momento, como la vez anterior, seguro, estaba seguro…
seguro
Mis ganas de orinar no habían cesado aunque estaba sudando a mares, temblaba sobre el frio piso del baño recostado a aquella puerta cuando de pronto un golpe, como el de una pelota rebotando azotó la puerta, como si una persona estuviera con la misma urgencia que yo de usar el baño.
Un golpe más, otro, los golpes eran cada vez más fuertes. Acerqué el oído para escuchar mejor:
No solo eran golpes, parecían manos, decenas, tal vez sientas, arañaban la madera, movían el pomo, la puerta empezó a temblar a mi espalda, quería mirar por el ojo de la cerradura pero mis piernas no respondían, tan solo evocaba la fuerza que tenía en mantener la puerta cerrada
–Tu brazo
La luz del baño empezó a apagarse y encenderse, los golpes no cesaban.
–Tu brazo
La voz se hacía fuerte en mi cabeza, ¿qué tenía que ver mi brazo, la daga o lo que fuese? la situación había empeorado cuando pensé que eso era imposible en ese momento.
–Muérete
La voz no descasaba, no tomaba un segundo, solo repetía, aleatoriamente
Tu brazo, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete,tu brazo, tu brazo, muérete,muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete,tu brazo, tu brazo , muérete, muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, muérete,tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete,tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete,tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete,muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete,tu brazo, tu brazo, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, tu brazo, muere, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, tu brazo, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, muérete, muérete, muérete, tu brazo, tu brazo, muérete, muérete.
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Sentía que mi cabeza estallaría si no callaba, la puerta se movía cada vez más, empecé a pensar que esta vez no despertaría jamás, que los nervios que había perdido hace rato nunca volverían a mí...
–Tu brazo…
Levanté mi mano en un intento desesperado por que callara, no había nada extraño, nada salvo aquel dibujo, de una pequeña daga, un cuchillo, una espada, a esas altura no podía diferenciar con exactitud nada, aun así me parecía un dibujo muy detallado, a pesar de que todo era negro, podía distinguir la hoja de la agarradera, el guardamano, el pomo que adornaba la parte trasera, hasta podía sentir el tacto rugoso de su mango.
Por un momento me sentí increíblemente suspicaz, ¿Cómo podía sentir siquiera tantas cosas con solo observar una imagen? al menos que…
Al menos que estuviera sosteniendo la daga, y así lo era.
Tal vez fuera porque ya lo había experimentado antes o por la situación en ese preciso momento pero no me sorprendí. El dibujo en mi muñeca despareció, no podía recordar bien en que momento había pasado de un lado al otro pero era algo que sucedió y cuestionar aquello era cuestionar mi propia existencia.
Pero
¿Qué podía hacer con una cosa tan pequeña contra lo que hubiera fuera del baño?
Entonces las voz del sujeto retomó su lamento, por esta vez sol repetía un palabra:
–Muérete, muérete, muérete, muérete, muérete, muérete, muérete, muérete...
Vaya consejo que me daba, no habría optado por algo así en un momento como éste, donde el filo entre la realidad y la fantasía era tan delgado, pero...
La idea de Sabrina, sobre la inevitable muerte empezaba a resonar en mi cabeza, parecía la única salida de aquella situación, pero no como una muerte verdadera, como si solo fuera un portal a la realidad. Debía morir pero no lo haría en realidad, estaba convencido de eso, aunque no sabía muy bien porqué.
Como si la voz de alguien en mi cabeza me lo ordenara, una voz más cálida que la del ser , una voz femenina,
decía:
“Muérete no pasa nada, confía en mi”
No dudé, no podía hacerlo, una sensación cálida se apoderó de mi cuerpo al escuchar sus palabras, como cuando una madre arrulla a su hijo, me sentí en paz y cómodo. Levanté la daga, apunté hacia mi pecho, respiré hondo y la enterré...
Aquella fría hoja se hizo paso en mi piel, desgarrado mi carne, mis músculos, se detuvo junto a mis costillas, una sangre particularmente negra brotó de la incisión aun con el arma clavada en ella. Nunca haba visto la sangre así, no era roja y brillante como había visto en las películas o había leído en los libros, era casi negra, turbia, y era mucha, pero lo peor de todo es que era mía. La seguridad que había sentido antes desapareció y a pesar de que el dolor no era muy intenso la sensación de vértigo en mi pecho si lo era.
¿Así se sentiría la gente al morir?
La luz se empezaba a desvanecer, sentía un olor fuerte a metal y una angustia casi filosa apretaba mi garganta, mi respiración se hacía cada vez más pesada, las lagrimas caían por mis ojos sin que la piel de mis mejillas lo notaran, si no fuera porque caían en mis labios, amargas como la derrota no lo hubiera notado, caían hasta mis manos pálidas como la nieve, sujetando aquella daga cada vez más oscura y densa.
“Tal vez en éste momento me veo como aquel hombre”
No sé exactamente cómo ni por qué, mi piernas se movieron solas, tal vez con el total de fuerzas que le quedaba a mi cuerpo, y se movieron hacia el espejo del baño.
Había sido mala idea hacerle caso a aquella voz, me sentía traicionado, como una roza sin espinas que fue azotada por la lluvia luego de que el sol le prometiera que no se iría, al final la lluvia es inevitable como la muerte.
Vi una figura femenina casi trasparente en el espejo, la vi claramente solo por un segundo, estaba empapada, como una flor mojada en un jardín devastado
“Mentirosa”
dije, sin saber si mis palabras tenían sentido
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