Andy se fué.
Aidan se quedó.
Andy tiene un secreto.
Aidan ni siquiera lo sospecha.
Andy tiene otras metas por cumplir.
Aidan también.
Andy planea seguir adelante con su nueva vida.
Aidan planea recuperarla.
Andy necesita de su ángel para que la guíe en este nuevo camino por recorrer.
Aidan necesita a su musa para poder continuar.
«Existe un sentimiento que despierta esa melodía que siempre esperaste oír. Al sentimiento lo tengo, solo falta ella para que vuelva a escuchar esa melodía»
...«Compartimos las estrellas, el mar y el mismo sentimiento. Pero no la cercanía. Aun así, sé que nada es imposible y que la distancia no es el final »...
Atención: esta es la segunda parte de Hermosa travesura. Por lo tanto deben leer la primera para llegar a esta. Sino, no entenderán muchos sucesos.
Espero les guste❤️
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Italia
El viaje en auto fue silencioso e incómodo.
Robert no ha soltado un solo monosílabo desde que salimos del estacionamiento del aeropuerto.
No hay confidencia, el interés por saber del otro, lastimosamente parece haberse perdido. ¿Será así o él estará esperando que yo inicie el diálogo?
Me muerdo la lengua cada vez que pienso preguntarle por las demás. Ni siquiera he tenido oportunidad de hablar con Joseph, mi antiguo doctor aquí en Italia, para que me dé un indicio de cómo están las cosas.
Solo espero que la salud de Ivana esté estable y avance su recuperación. Volver al país en donde todo comenzó es como recuperar la angustia y la culpa de lo ocurrido.
Imágenes del recuerdo atormentan mi mente, cierro los ojos y suspiro. Busco en lo más profundo de mi memoria algo que me ayude a enfrentar mi pasado en Italia.
Entonces su presencia aparece impecable en mi pensamiento. Lo que pasó antes de tener ese trágico accidente en moto, el cual dejó a Ivana inconsciente en una cama de hospital y también, lo que pasó después de que desperté en dicha instalación, se desvanece desde el momento en que lo descubrí como compañero de habitación.
Es ahí cuando lo vi por primera vez. Él, quien sin saberlo me ha enseñado lo valioso de la vida. La importancia de vivirla, lo frágil y hermoso que es sentir y dar amor.
Con él aprendí muchas cosas, incluso decepción. Sin embargo, una parte optimista y risueña de mí tiene la esperanza de que él recapacitará y vendrá por nosotros.
Aidan no quiso esperanzarme, dejó todo en claro. Quiere distancia, entonces, ahora se la estoy dando.
Muerdo discretamente mi lengua para no permitirme llorar. Quería buscar una razón para sentirme en casa y termino encontrando más razones para hundirme en la miseria absoluta.
Me pareció haber escuchado a Robert llamarme, por lo que parpadeé para despabilarme de mi ensimismamiento.
―Disculpa ¿dijiste algo?
―Sí―se enderezó en el asiento sin desenfocar su vista de la calle―. No sé si tu abuela te ha comentado sobre nuestras charlas cada fin de semana.
Si lo hizo, siendo honesta, intentó comentarme sobre esas charlas. Sucede que al principio estaba tan enfadada por la decisión de Robert al enviarme a San Francisco, que me desinteresé por completo con respecto al tema.
Con cierta vergüenza, se lo hice saber a Robert. Este negó con decepción y no se atrevió a mirarme. Hice una mueca, si bien antes esa reacción suya no me habría afectado, ahora, con toda la culpa que cargo, no me atrevo a mirarlo.
―Bueno, te estás enterando por mi ahora, siempre he estado al pendiente de ti. En esas llamadas Soraya me informaba sobre tus avances en la escuela y con la institutriz. Oh y―dobló a la siguiente calle―, que has hecho varios amigos nuevos.
Pasé saliva al recordar a los demás. A pesar de estar a kilómetros de distancia, los siento tan persistentes. Hui con un secreto, uno del que tarde o temprano, todos se enterarán.
Todo se volvió silencio nuevamente en el vehículo.
Fijé la vista hacia las angostas calles de Venecia. Ya no lo siento como un hogar, sino, como un escondite.
...****************...
Colgaba las prendas que estaba desempacando cuando alguien le da unos toquecitos a la puerta.
Dejo la percha con el vestido que llevaba en mano, sobre el sofá individual a un lado de la ventana. Esta no se compara en nada con la que tenía en casa de mi abuela, la anterior era más amplia. Lo suficiente como para que un chico entre y salga con los brazos estirados, si así lo pretendiese.
Sacudí la cabeza, tratando de espantar aquellos revoltosos recuerdos que no me permiten concertarme en otra cosa.
«Ya déjalo atrás, Andy» no dejo de hacerme esa sugerencia. Cuesta horrores obedecerle a mi mente.
Algo nerviosa, porque desde que llegué no me he cruzado con las mujeres que viven aquí, me detuve frente a la puerta. Robert me ayudó a subir las maletas y se fue con la excusa de enviar unas fotos a una revista de moda por la que fue contratado. Yo creo que lo hizo para permitirme mi espacio y le agradezco que lo haya hecho, lo necesitaba.
Estoy segura, que al igual que yo, todos han cambiado desde el accidente.
Respiro hondo y apoyo la mano en el picaporte. Quito el seguro y abro.
No tengo oportunidad de reaccionar que ya tengo a alguien sacudiéndome los hombros y empujándome hasta lograr que caiga sentada al suelo. Como autodefensa, me abracé el estómago.
Descubrí a mi agresora respirando agitadamente a mis pies. Con los ojos llameantes y los puños marcados.
―¡Tú, maldita desgraciada! ―gritó una furiosa Lourdes.
Supuse sus intenciones y, apenas hizo el ademan de volver a lanzarse sobre mí, gire en el suelo y arrastre mi cuerpo debajo de la cama. Pero tengo las piernas largas y es evidente que ella ha estado acumulando mucho odio hacia mí todo este tiempo, por lo que me agarró los tobillos e intentó sacarme.
Pataleé para que me suelte, sin dejar de abrazar mi delgado vientre con uno de mis brazos. Suplico a los cielos que Lourdes no le haga daño a mi bebé. Sé que es impulsiva, pero no tiene mal corazón. Si ella supiera sobre mi estado estoy segura que, por más desprecio que me tenga, no sería capaz de arrancarme un solo cabello.
Esta no es la forma de que todos lo sepan. Sin embargo ella no accede, está dispuesta a descargar su resentimiento conmigo.
Entre tanto forcejeo y ya agitada por la desesperación que me está dando esta disputa, estoy a punto de gritarle mi verdad cuando Julia aparece bajo el umbral de la puerta, exigiéndole a su hija que me suelte.
―¡Lourdes, Andy, basta ya!
―¿Para qué has vuelto Andrea? ¿Para terminar con lo que empezaste? ¡Assassina! ―espetó una encolerizada Lourdes.
Ignoro sus insultos, ignoro su presencia, solo quiero que me deje en paz, no estoy en condiciones de pelear. Tampoco es que quiera hacerlo.
Por otro lado ya me hacía la idea de todo lo que me tocaría enfrentar al volver. Y estoy dispuesta a hacerlo siempre y cuando la personita que crece en mi interior no salga perjudicada.
―¡Ragazze! ¡Per favore, calmare!
Vi, por debajo de la cama, el calzado varonil de Robert atravesando el dormitorio a paso rápido y firme. Lo seguí con la mirada, expectante, entonces se detuvo detrás de Lourdes y...
―¿Qué haces? ¡No, bájame! ―chilló mi hermanastra, librándome al tiempo en que mi papá la alzaba en el aire.
Salí de mi escondite, sentándome a los pies de la cama. Lourdes me sostuvo la mirada, de manera amenazante y con la respiración agitada. Yo también tenía los pulmones trabajándome a mil por segundo, pero no iba a bajar la guardia. Por las dudas, estaba preparada a darle un puñetazo si intentaba atacarme nuevamente.
Abracé mis piernas, cubriéndome la barriga pero sin ejercer presión. Como si fuera un escudo protector.
Me siento un animalito perdido en un habitad al que no pertenece. No es admitida.
―Andy―no quise apartar la mirada de Lourdes, ni siquiera por el tono suave de la voz de Julia―. Andrea, mírame. Per favore.
―Ni se te ocurra acercarte a ella mamá, es una...
―Lourdes―la regaña su madre―, para por favor. Tranquilla, ¿bene?
Lourdes rodó los ojos y sacudió la cabeza con hastío.
―Va bene―bufó―. Robert, ya puedes soltarme, no le haré nada a la asesina de tu hija.
―Mide tus palabras Lourdes, aquí nadie murió―contrarrestó Robert.
La castaña llegó a estremecerse por la gravedad de la voz de mi padre. Tragó saliva y asintió con la cabeza. Robert retrocedió y la soltó al lado de la puerta. De inmediato se puso frente a ella. Como si fuera un mural cubriéndome.
―Escúchenme las dos, ―no se atrevió a girarse, pero sé que el mensaje viene para mí y la otra adolescente―, en mi casa no quiero peleas. Ni aquí, ni en ningún otro lugar. Son señoritas, por el amor de Dios. No quiero ver este tipo de comportamiento nunca más, por parte de ninguna. ¿Está claro, Lourdes?
La castaña permaneció un rato con la mirada clavada en el suelo. Hasta que, tras un bufido, asintió con la cabeza y se retiró, sin mirar a nadie.
―¿Está claro, Andrea?
Robert continuó de espaldas. Me tragué las flemas de un llanto controlado. Si ahora, que acaba de detener una inesperada pelea, está así de furioso y dándome la espalda, no quiero imaginar cuando se entere que su única hija, biológica ―a Lourdes e Ivana las considera como hijas―, dentro de unos meses más, dará a luz a su primer nieto.
Palidezco de solo especular sobre su futura reacción.
Tengo tiempo para convencerlo, para que, al menos, acepte a mi bebé.
―Está claro―respondí.
―Andy.
Con el cuerpo temblante, fui fijando los ojos en Julia. Me desconcertó encontrarla de cuclillas junto a mí.
Percibí la presencia de unas nuevas arruguitas bajo sus ojos, su melena castaña está más corta a como la recordaba antes y su rostro revela las pocas horas de sueño que lleva encima. En ella veo reflejada a una madre dolida, que oculta su pena tras una sonrisa afable, la misma que está curvando en este momento.
―Estás pálida―observó. No dije nada, sé por qué estoy así de descompuesta, pero no pienso decírselo.
Levanta la mano, llegando a las manos que se mantienen aferradas en mi vientre. Por instinto, me abrazo con más fuerza.
Julia enarca una ceja y se retracta ante la idea de tocarme. Luego mira a Robert, el cual nos observa en silencio. Aparentemente, perdido en sus cavilaciones.
―Querido ¿podrías dejarnos a solas? ―pide su esposa.
Sé que Julia no es como su hija, sé que ella no intentará hacerme daño. Pero la idea de quedarme con ella compartiendo el mismo espacio no me agrada. Después de lo que pasó hace minutos, solo quiero estar sola.
Robert mira de mí hacia su esposa, suelta el oxígeno acumulado en sus pulmones tras un soplo y asiente no muy decidido. Sin embargo termina cerrando la puerta tras él. Dejándonos solas.
―Julia, no me lo tomes a mal pero―empecé a decir, pero la mirada escrutadora de mi madrastra me dejó muda.
¿De qué querrá hablar? ¿Acaso, al igual que su hija, esperó este momento para descargar su odio conmigo? Al fin y al cabo la carrera, que terminó en tragedia, y dejó a Ivana en grave estado ocupando una camilla en terapia intensiva, empezó por iniciativa mía. Yo soy la culpable de que ella siga internada en ese hospital.
Pasé saliva e intenté continuar con mi excusa sobre por qué necesito soledad, bajando la vista a mis manos. No resisto mirarla a la cara, me siento tan culpable de su angustia.
―Pero yo...
―Andy―me interrumpió. No utilizando un tono brusco como esperaba, sino suave y apacible. Su mano viajó a mi mentón y, con delicadeza, me incentivó a devolverle la mirada―. ¿Cuándo pensabas decirlo?
Ladeé la cabeza, incomprendida. Me alejé un poco para pararme. Hice una mueca apenas percibí el estirón de mis rodillas después de haber permanecido rígidamente flexionadas, de algún modo, para protegerme.
―¿De qué hablas? ―Inquirí.
Con la ayuda de sus brazos, Julia se subió hasta mi cama y tomó asiento en la orilla. Juntó las manos sobre su regazo y no apartó sus acaramelados ojos de mí. Estos poseían un brillo indescriptible. No sabría describir si entre ansiosos y melancólicos. Me inquieta.
―Andy, he aprendido muchas cosas de mi difunta bisabuela―comentó―y una de ella es saber leer las inquietudes y reacciones de las mujeres cuando enfrentan ciertos cambios hormonales. Ella fue la primera en enterarse de mi primer embarazo, inclusive, antes de yo ser consciente de ello. Y eso que tenía ochenta años.
Tragué en seco. Momentáneamente sentí picor en la nuca y la sensación es tan molesta, que no pude evitar rascarme.
―Sí, ese es otro síntoma.
Ante esta observación de su parte, dejé de hacerlo.
―No sé de qué me estás hablando.
En realidad si lo hago. Y no buscó ver hasta dónde quiere llegar, simplemente quiero negarlo. ¿Por qué si en algún momento, como los demás, con el tiempo lo descubrirán o simplemente lo sabrán de mi parte? Porque sé que todavía no es ese momento.
Es imposible ocultar lo inevitable. Con los meses mi bebé necesitará espacio y por lo tanto la barriga me crecerá.
―Actuaste como una mamá osa protegiendo a su cría, dispuesta a recibir todo daño con tal de cuidarlo. No te defendiste con Lourdes y luego te alejaste, como quién se siente amenazado se protege así mismo y a los suyos.
―Julia yo...
―No temas Andy, ahora es cuando más fuerte debes ser. Quiero que sepas que no voy a juzgarte, mucho menos regañarte, pero si te pediré algo.
No se me ocurre que decir. Estoy preocupada y llena de nervios, ella lo descubrió. Aunque, por más extraño que parezca, hay una pequeña parte de mí que me dice que confíe.
Si le pido discreción, sé que no será capaz de entrometerse e irle con el chisme a mi padre. No, Julia no es así.
Con cierta duda, pero confiando un poco, aflojo mis barreras frente a ella.
― ¿Qué quieres? ―Me animo a preguntar.
Julia suelta aire por la nariz y se pone de pie, quedando frente a mí. Sus manos se posaron en mis hombros, entretanto sus ojos no se desviaban de los míos.
Me mantuve imparcial.
―Quiero que me dejes ayudarte. Que me permitas cuidarlos y que confíes en mí.
―¿En serio quieres ayudarme? ―cuestioné incrédula. Dando unos pasos hacia atrás y alejándome de sus manos―. Dudo que puedas ayudarme sin contarle a Robert. Porque sí, prefiero seguir manteniéndolo en secreto.
―Guardaré tu secreto―sabía que diría eso. Sin embargo no puedo permitir que se arriesgue por mí.
―Sería como mentirle a mi padre. Sabes que él no lo aceptará y prefiero ser yo a la que reciba todo su enojo o a la... la que termine despreciando. No pretendo que sufras por mi causa. Ya...―tomé coraje y terminé añadiendo: ―bastante te he perjudicado. A ti y a Ivana. No, esto es algo que solo yo debo confrontar.
Julia sonríe de lado e intenta tocar mi rostro, pero vuelvo a retroceder. Negando con la cabeza.
―Por favor Julia, solo olvídalo―pedí con la voz estrangulada.
―Es su nieto Andy, estas embarazada y yo te considero como una hija, la niña que se fue lejos por unos meses y dejo un gran vacío en el pecho de su padre y el mío. Nadie te culpa Andy y espero que algún día perdones a Lourdes, ella no deja de lamentarse por el estado de su hermana. Todos esperamos el momento en que Ivana vuelva a abrir los ojos. ¿Entiendes? Te lo dije una vez y te lo volveré a decir: tú no tienes la culpa. El destino es muy delicado e inoportuno, uno nunca sabe lo que puede pasar el día de mañana.
―Julia...―no sé qué pasa conmigo, pero por más que intento controlarlo, las lágrimas se me escurren sin consentimiento por los ojos.
Sin poder evitarlo, Julia avanza hacia a mí y me acorrala con sus brazos.
Ese acto, ese simple cariño de madre es el que siempre sentí ausente y que me desmorone en llanto sobre su hombro, así lo manifiesta. Ahora más que nunca es que necesito de una madre que me enseñe, aconseje y ofrezca un cálido abrazo.
Soraya no está aquí ahora, ella desconoce mi estado, de lo contrario no dudo que fuese capaz de viajar conmigo, otorgándome su apoyo a la hora de darle la noticia a Robert.
―No te preocupes por tu papá, cuando estés lista, yo estaré de tu lado. Sin importar las consecuencias. Se trata de un nuevo miembro de la familia―dice mientras acaricia mi cabeza―. No voy a ignorar las posibilidades de que Robert se lo tome para mal, pero tu papá no es un mal hombre. Él no va a negar a su nieto, ni te va a cerrar la puerta de su casa, los va a aceptar a ambos. Y lo amara, dalo por hecho.
―Julia―susurré, agobiada.
Levanté la cabeza, ella se apartó un poco pero no dejó de entretenerse con mi cabello. Como si me tratase de una pequeñita traviesa que vuelve de jugar con la lluvia, quitó los mechones pegoteados, con mis lágrimas, en mis mejillas y los ubicó tras mi oreja. Barrió con sus pulgares los rastros de llanto en mis pómulos y me entregó una sonrisa consoladora.
―Eres como mi hija, Andy y ese bebé―miró mi vientre por unos segundos―será mi nieto. No voy a desampararlos. Lo hecho, hecho está. Tú y tu... Espera―arrugó la frente―. ¿Quién es el papá de la criatura?
Aparté la mirada y me mordí el labio. Nuevamente, vuelve el sentimiento de culpa.
Aidan y yo compartimos muchas cosas, pero fui egoísta y me traje conmigo lo que nos pertenece a ambos. Si él no lo sabe, no se enterará por nadie más que por mí.
Por lo tanto, tengo que mantener el nombre de Aidan en secreto. Al menos por ahora.
Soy consciente que la respuesta que me viene a la mente no es la ideal y me dejaría como una maldita egoísta, además de irresponsable por no pensar en la consecuencia de mis actos antes de llevarlos a cabo, como tener sexo sin protección y con alguien que no se responsabilizaría. Pero a esta altura no me afecta para nada las críticas.
―Mi bebé es... solo mío―respondí, sin mirarla a la cara y indignándome conmigo misma.
PerdónameAidan.
...******...
Primer capítulo de esta nueva aventura. ¿Qué les pareció?
No sean tímidas, me encanta leer lo que piensan de la historia❤️
Saludos!
AIDAN
San Francisco
―La oscuridad, ligada a la soledad, producen una combinación...conjunto... dosis, combinación...―cierro los ojos e intento encontrar alguna rima, pero mi cerebro no parece ceder a mi pedido.
Sigo con la mente bloqueada.
Descontento―a no encontrar alguna palabra cercana o de utilidad lírica―, curvé mi cadera a un lado y lancé la guitarra por los aires. Para su suerte, el sofá amortiguo la posible destrucción del instrumento musical. Y ese no fue mi propósito, ya que había olvidado la ubicación del mullido mueble a mis espaldas.
Trazo pasos sin sentido por el departamento. Mis manos se pierden dentro de mi larga y seca cabellera.
―Producen una combinación... un conjunto... son una dosis de... de... ¡Mierda! ―exclamé iracundo.
El primer objeto que cae en mis trémulas manos, es estampado contra la pared. Uno de los taburetes de la cocina, tal y como lo dicta la ley de gravedad, vuela por una corta distancia y termina impactando contra el suelo.
Se me hace forzoso respirar, los ojos me arden y ya no soporto mi peso. Mi pensamiento últimamente ha sido tortuoso.
El insomnio y la soledad me atormentan.
No puedo descansar, pensar con claridad.
Hay tantas cosas que necesito aclarar con Andy. Necesito verla otra vez.
¿Por qué todo tuvo que terminar así? ¿Por qué ella estaba en el consultorio de Harry? ¿Acaso habrán aceptado que en sus venas circula la misma sangre que mi progenitor?
Frustrado, me dejé caer sentado sobre el sofá. La guitarra descansando a un lado.
Apoyé los codos en mis rodillas, sosteniendo así mi cabeza con ambas manos. Fijé la vista en un punto insignificante.
Mi mente traza caminos rápidos entre recuerdos y, entonces, imagina su presente, de cómo puede estar, de lo que será de ella.
No importa si Andrea no quiere saber absolutamente nada de mí, yo necesito verla. Aunque sea a distancia. Muero por ella.
Últimamente he intentado apaciguar mis penas con la música. Soy un ser inservible al que no le sale un acorde, como si fuera un novato con la guitarra. Mi concentración está en ella, en la caótica situación.
No me avergüenzo de haber tenido un romance con Andrea Bianchi, sin embargo no quiero que lo nuestro sea señalado como abominable. Por su integridad, decidí tomar distancia. Por más que eso me lleve a adaptarme a una absoluta soledad, alejándome de mis amigos, mi madre, en especial de Soraya. Porque sería inevitable cruzarme con su nieta si me atrevo a visitar su hogar en búsqueda de un consejo, ansiado sus abrazos cargados de seguridad.
Ansío volver a ser el mismo Aidan de antes de caer en este agujero de depresión. Son enorme las ganas de buscarlas y también son pesadas las cadenas que me abstienen.
Mabel tiene razón, soy un cobarde. Un hombre que le tiene más miedo al desamor que desmentirle a la esposa de su padre.
Esa maldita mujer no puede ser madre del ser más extrovertido, inteligente y gentil que es su hija. Son tan diferentes que me resulta complicado creer que son parientes, Andy no sería capaz de pisotear a otros por capricho propio, es incapaz de mentirle a alguien sin pensar en la gravedad de su engaño. Andy no piensa solo en ella, sino también en el bienestar de las personas que ama.
Andy es Andy y por eso la amo. Nada, ni nadie podrá modificar los sentimientos que nacen de mi alma cuando se trata de ella, ni siquiera el pasado secreto de su madre.
Pero sin ella no soy nada.
Necesito a mi musa para recuperar inspiración, para volver a ser quien era: Aidan. Sin apellido, sin rótulos, sin apodo, solo Aidan. Su ángel, como ella solía decirme.
―Soy patético―me margino a mí mismo, apoyando la frente sobre mis palmas.
¿Por qué me hago esto? ¿Por qué nos hago esto? ¿Por qué no investigo más a fondo? Escapé sin tener la certeza de que la confesión de Barbara White es cien por ciento fiable. Como si creyera en la palabra de esa mujer sin indagar y poseer las pruebas que podrían desmentirla.
No lo hice antes por miedo a, obligadamente, tener que aceptar que entre Andy y yo existe parentesco.
Pero ¿y si no es así?
De inmediato me puse de pie, perdiendo por unos segundos la visión y compostura. Pues el cuerpo me pasa factura ante la falta de alimentación y poco descanso.
Parpadeé hasta que el desolado departamento cobró forma.
Dubitativo, cavilé entre los pros y contra de lo que acaba de pasar por mi cabeza.
Tal vez por eso Andy estaba en el consultorio de Harry hace dos días.
Debo reaccionar y actuar de inmediato.
Debo armarme de valor y enfrentar la tempestad.
Debo plantarme delante de las personas que aprecio y esclarecerles: Sí, estoy perdidamente enamorado de Andy Bianchi, sea quien sea, yo la amo.
Ya no le temo a nada, solo a perderla.
Tratando de ignorar a mi mente y su intento por retenerme―pues, como he dicho, especulé entre los pros y contra―, me lleno de valor y salgo del departamento de Mabel en San Francisco. Pues ella sigue en New York y fue muy amable de prestarme las llaves, sin preguntar cuál era mi inquietud.
La adrenalina que fluye en mi interior me aconseja urgencia, como si el tiempo se estuviera perdiendo y tenga que llegar de inmediato a mi destino.
...****************...
Sudan mis palmas. Se evaporan de mis poros los nervios que también afectan a las palpitaciones, vigorosas y cargantes, de mi ritmo cardiaco.
Lo he pensado varias veces detrás del volante. Planeé e imaginé lo que le diré cuando la vea.
Si me rechaza, me lo merezco por cobarde.
Si me pide distancia, se la daré.
Si me pide que me olvide de ella, ahí sí que no sé si podré darle lo que pide, lo he intentado y he fallado.
Pero, buscándole un lado positivo en nuestra relación, si me pide que no vuelva a alejarme, que me quede y luche junto a ella, lo haré, juro que lo haré con gusto.
Quiero recuperarla, la necesito tanto. Se ha convertido en el factor crucial de mi mecanismo para que funcione completamente.
Con un molesto nudo tomando forma entre las paredes de mi garganta, lo cual intento ignorar, le doy tres toques a la puerta. Ni a una mosca posándose en la madera hubiese ahuyentado con esos golpes a peso de pluma. Luego, tras un profundo respiro, presioné el timbre.
Ya no estoy nervioso, sino ansioso que esta acumulación de consternaciones desaparezca.
El alma me vuelve al cuerpo cuando escucho el cerrojo de la cerradura. Cierro los ojos unos segundos y doy una fuerte calada de oxígeno para mis pulmones.
«Cálmate Aidan» me pide la voz en mi conciencia.
Levanto los parpados. No voy a huir.
―¿Aidan? ―Inquirió Soraya, asomando medio cuerpo por la puerta. En sus facciones abunda la tristeza y el cansancio.
Al parecer no soy el único que ha transcurrido días grises últimamente.
―Hola, nana―saludé, sin dejar de detallar con preocupación su evidente desolación.
Soraya abre completamente la puerta, me mira de pies a cabeza, se cubre la boca con sus arrugadas manos y, de pronto, sus ojos comienzan a lagrimar.
Sin permitirme reaccionar, los brazos de la mujer que me cuidó de niño, rodearon mi torso.
―¿En dónde estuviste, niño tonto? ―Más allá de un regaño, su pregunta sonó consternada.
Acepté el abrazo y acompañé el gesto, rodeando sus hombros y apoyando mi mentón en su cabeza.
Un abrazo, eso es lo que estaba ansiando desde hace días.
Beso su frente y luego coloco mis manos en sus hombros, terminando poco a poco con su abrazo.
Una vez vuelvo a ver su rostro, tomo cuidadosamente sus mejillas y barro con mis pulgares el rastro de lágrimas que quedaron en ellas.
―Nana, ¿Qué ha pasado? ¿Por qué lloras? ―Preguntas preocupadas emergen de mi boca, sin dejar de mirarla a los ojos―, es Andy ¿verdad? ―intuí.
Un nuevo nudo se me forma en la garganta al pensar que algo terrible pudo haberle pasado y que por cobarde no he estado para impedirlo.
―Nana Soraya, por favor contésteme.
Desesperación, eso es lo que me provoca su silencio.
La rubia niega con la cabeza y comienza a articular con torpeza la boca, pocas palabras salen de su garganta. Sin embargo me resultan inentendibles.
No pudiendo aguantar la agonía, me introduzco como un intruso en su casa y subo las escaleras.
Reduzco la velocidad de mis piernas frente a la puerta de su habitación. La única persona que puede abrirme es ella, nadie más.
Lleno mis pulmones de oxígeno y golpeo. El corazón amenaza con traspasarme mi caja torácica.
Escucho ruidos desde el otro lado, la esperanza despierta. Trago saliva y vuelvo a golpear con más exigencia.
―Aidan―la serenidad con la que Soraya, niñera de pequeño y vecina desde que tengo uso de razón, me constriñó a mirarla.
Sacudió la cabeza con tanta pena, que ya me estaba dando la idea de la decepción que me caería encima si la escuchaba.
―Ya es tarde―musitó.
―No es cierto―más que una respuesta, fue una auto-convención.
La abuela de Andy apartó la vista y estiró las manos, como cediéndome el permiso a verlo por mí mismo.
No di más vueltas y lo hice. Abrí la puerta del dormitorio de Andy, encontrándome con la negrura de la oscuridad. Raro porque son las tres de la tarde y ella, en algunas ocasiones―porque a veces lo olvida―cierra las cortinas en las noches, para que al despertar los radiantes rayos de sol no afecten en sus ojos.
Me vi obligado a prender la luz. Desconcertándome al notar que los muebles están cubiertos por un nailon oscuro; el armario se encuentra abierto y completamente vacío; sobre la cama solo hay un colchón cubierto con un cobertor desteñido―para protegerlo del polvo que se acumula cuando no tiene utilidad― y, sobre el mismo, Salem estira sus terminaciones.
El minino debe haber despertado desde el segundo que las luces iluminaron la abandonada habitación. Me miró unos segundos, dio un salto hacia mis pies, ronroneó alrededor de mis piernas y se marchó.
Soraya apoyó su mano en mi hombro, en un gesto empático.
Por un momento quise creerme una mentira, como si esto no fuera real y que al reaccionar vería lo que espero y no lo que es. Pero es imposible que las cosas cambien de un segundo a otro, a menos que ya haya llegado al borde de la locura e intente convencerme que esto no está ocurriendo. Sin embargo, todas mis emociones a flor de piel esfuman esa nube de ilusión.
―Lo siento Aidan, pero ella volvió a casa―Soraya afirma lo que ya me suponía.
Esa sensación cargante y que me comprime el corazón, es a lo que yo llamo decepción. Estoy decepcionado, no por ella, sino por mí. Porque básicamente la dejé ir.
Apoyé mi palma sobre la mano de Soraya descansando en mi hombro, trazando caricias en su dorso con mi pulgar.
―Te equivocas Nana, esta es su casa.
―Lo sé hijo―permaneció en silencio por escuetos segundos y entonces dijo: ―, tengo algo que mostrarte.
...****************...
―¡Pero mira a quien tenemos aquí! ¡La reencarnación de Aidan Reynols! ¿Cómo estás? ―inquirió amargamente Derek, cruzándose de brazos.
―Algo me dice que no te importa mi respuesta, pero, para contestarla, estoy como la mierda.
―Pues bien hecho.
―Derek―bufé.
―No me hables, deja tus pertenencias en la habitación que también abandonaste y enciérrate ahí―hago una mueca. No esperaba que mi corto distanciamiento también le afectara―. Estuve tiempo que quería hablar contigo, no nos has dicho en dónde estabas. ¡Andy tenía algo importante que decirte y tú simplemente la ignoraste!
Asentí a duras penas.
―Lo sé, lo sé, pégame si quieres, cometí un gravísimo error al ignorarla. Pero dime ¿qué harías si de la noche a la mañana resulta que la mujer que amas, posiblemente, comparte los mismos genes que tú? ―Derek no contesta, lo que me da acceso a proseguir: ―. No solo te sentirías un degenerado, sino también pensarías que has atacado su integridad. Andy y yo tenemos historia, incluso una que se basa en la profundidad con la que nos conocemos. ¿Qué quieres que hiciera? Tenía miedo a lo que pensarán los demás, a como nos juzgarían ¡lo que le dirían a ella! No Derek, yo no pretendía que ensuciaran nuestros nombres por aquello, por eso decidí alejarme de todos.
Apoyé la espalda en la puerta del departamento, me dejé caer hasta que mis posaderas hicieron contacto con el piso, flexioné las rodillas y me tomé la frente, bufando.
―Tenía miedo a lo que pensara ella. Temía que me culpara y después me escupa en la cara lo mucho que se arrepiente de haberme besado, de...
― ¿De qué te culparía? ―Cuestionó Derek, con voz más calma.
―No lo sé―respondí, sin retomar por donde quedé después de ser interrumpido―, pero de algo me sentía culpable.
―Sí, de haberte enamorado de quien creías era prohibida para ti.
―Lo sé.
Lo miro desde mi lugar a baja altura, descubriéndolo enarcar una ceja con incredulidad.
― ¿Lo sabes? ―inquirió dudoso.
―Así es Derek, lo supe esta tarde. Pero lo sé.
―Lo sabes―repitió.
Volví a asentir con la cabeza, estiré las piernas y, una vez de vuelta de pie, busqué en el bolsillo trasero de mis jeans. Saqué un papel doblado en cuatro partes iguales, lo aprecié por unos segundos antes de entregárselo a mi amigo.
Derek no tarda en tomarlo y desdoblarlo como cual chismoso.
Su mirada no expresaba asombro. Él lo sabía, todos lo sabían y yo fui el último en enterarse. Es mi condena por no haber indagado sobre la verdad junto a ella.
Ojalá tuviera una oportunidad de retroceder el tiempo para corregir mis faltas. Y como eso es prácticamente imposible, lo que ahora tengo que hacer es enmendar mis errores.
―De donde...
―Soraya me lo entregó esta mañana, luego de que... me encontrara con la triste realidad.
Derek apartó la vista de los resultados y me escudriñó con sus ojos verdosos.
―Andy volvió a Italia, no murió ¿entiendes verdad? Ósea que nada es triste aquí, solo tu apariencia―bromeó, curvando una media sonrisa―. Ven aquí, tarado enamorado y arrepentido.
―Idiota―susurré antes de dirigirme hacia él y estirar mis brazos a su alrededor, para después palmear su espalda.
―Al fin estás de vuelta Aidan―dijo, apretando mi hombro y sacudiéndolo un poco.
―No, aún no estoy del todo de vuelta.
― ¿Cómo es eso? ―Inquirió confuso, dando un paso atrás.
―Aún tengo que disculparme con los demás. Contactar a Víctor y hacer lo posible para que me perdone, pues lo abandoné cuando ReyD estaba traspasando por una gran oportunidad. Tengo que hablar con mi madre, intentar reforzar nuestra unión madre e hijo y sobre todo... ―suspiré―, tengo que encontrar la forma de llegar a Andy. Quiero recuperarla. Una vez cumpla con todo lo planeado, volveré a ser Aidan, de lo contrario, solo soy un vagabundo dispuesto a recuperar todo lo que perdió.
―A mí me tienes contigo, perra―levantó la mano, como si hubiese pedido voluntarios.
Una ronca risa cosquillea en mi garganta y escapa entre mis labios.
Extrañaba a este tipo.
―Espera un momento ¿qué harás con tu padre y la mentirosa de su esposa?
Su pregunta no alteró mi sistema nervioso, ni me va a obligar a dar marcha atrás el solo hecho de pensarlos.
―A la basura es mejor tenerla lejos, podría atraer enfermedades―sobre todo emocionales.
Derek hizo una mueca y le proporcionó breves palmadas a mi hombro.
―Suerte con todo lo que te propones. De más está decir que cuentas conmigo en todo lo que necesites.
Asentí orgulloso y aliviado. Que Derek y mi nana Soraya estén de mi lado me fortifica. Claro que estimo ganarme el perdón de los demás, incluso el de mamá, pero tengo bien en cuenta que todo a su tiempo. Si me dejo llevar por la ansiedad, voy a terminar estropeándolo todo o, inclusive, empeorándolo.
Las cosas serán diferentes a partir de ahora. No iré a pedirle explicaciones a Harry, mucho menos a Barbara, es mejor tenerlos a distancia. Lo importante ahora es buscar y recuperar todo lo que, por cobardía, perdí.
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