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Por décimo quinta vez en la noche, di vuelta en mi cama. Estaba cansada y lo peor, mi periodo había llegado en el momento menos oportuno.

Había estado estudiando por horas y días para mí último exámen de la universidad. Claro estaba que, había tenido suerte y mucha inteligencia, según decía el director.

Había apenas estudiado un año de abogacía y pronto me recibiría por mi excelente promedio y coeficiente intelectual.

Según el director, con esto esperaba que, tomara una nueva carrera, una más complicada, una que, llenara las espectativas de mi gran cerebro inteligente.

Si supiera al menos que, la nueva carrera que tomaría sería psicología.

Tal vez no era la más difícil, pero sin dudas era lo que quería, tal vez así mismo, podría autoayudarme con mi problema de fobia a los humanos.

No le temía a todos los humanos. Más bien a los que me hablaban y estaban a menos de cinco metros de mi.

Suspiré cuando supe que está noche tampoco dormiría. Me levanté y con cuidado abrí la puerta. No me gustaban los ruidos muy fuertes, por lo que, intentaba de igual forma, nunca causarlos.

Caminé hasta mi sofá y, me senté sobre él.

En la pared, frente a mi, yacían mis actas de estudio, junto con, las que serían todas mis licenciaturas y mis títulos de universidad.

Lenguas extranjeras, matemática pura, diseño gráfico, mecatrónica y ahora, abogacía.

Había tenido mucha suerte.

Había salido de la secundaria a los catorce. Estudie luego un año de cada carrera, más los meses en unas cortas especializaciones. Digamos que mi carrera más larga fue matemática pura. Además de ser, una de mis favoritas.

Ahora con casi veinte años, me dedicaría a estudiar psicología.

No tenía una situación económica envidiable, pero al menos, con algunas clases que daba en línea de idiomas, podía pagar el lugar en el que vivía, al igual que lo que comía.

En la universidad en la que estaba era la becada.

No era malo, de igual forma. No me importaba.

Me importaba poco puesto que, apesar de estar tantos años en la universidad y con tantas personas que debí conocer, no hice ni he hecho un amigo. Por lo que, no tenía a quien impresionar. No era mi idea hacer eso de igual forma.

Amaba la soledad, y ella me amaba a mi.

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—Manos arriba, el tiempo a terminado. —El señor Thommo pasa por nuestros lados y va sacando uno a uno los exámenes. —Espero que su nota sea tan excelente como para graduarse ya, señorita Daeh, aunque se que ni dudarlo debo.

Las pocas personas a mi lado, suspiran asustados. No era la única que tomaba este importante exámen, aún así, solo diez habíamos sido elegidos.

—Pueden retirarsen.

Todos tomaron sus cosas y, susurrando, se fueron. Yo por mi parte, espere que el señor Thommo saliera.

Eran las once de la mañana, por lo que, tendría que correr si no quería llegar tarde con mi alumno.

Claramente no lo vería. Era mi regla. Haciamos la clase de manera en que, el o la alumna se dejaba ver mientras que yo solo dejaba mi micrófono encendido. Necesitaba ver sus ortográfias en cada uno de los idiomas, de no ser así, no pediría en lo absoluto tal cosa.

De igual forma, y quitando mi fobia. Sería raro que, personas mayores e incluso que se vieran mucho mayores que yo, vieran que, quien les de la clase es una chica que aparentemente tiene quince años. O tal vez menos.

Era tonto. Mi aspecto era el cuál más oportunidades me quitaba y más miedos me daba. Era baja. Mucho a decir verdad. Y no tenía demasiado de nada.

Una total nadadora profesional.

—Voy tarde... —susurre para mí misma mientras entraba a mi pequeño departamento. Tiré mi mochila al sofá y encendí mi computadora.

—hallo Mädchen... —Hablo uno de mis estudiantes más adultos. Había tomado ya, dos cursos en diferentes idiomas, inglés y Alemán.

—Hallo Herr —hice mi típico saludo para él y este sonrió. Encendí mi cámara. Luego de cinco meses, me había hecho su amiga y, luego de un par de súplicas, había encendido la cámara. Se había sorprendido al comienzo, luego me felicitó por lo inteligente que era.

Él era demasiado amable. Tenía un hijo de más o menos mi edad y, además, una pequeña hija.

Tal vez él era mi único amigo.

Aunque era mucho mayor que yo.

—Iniciamos señor Vasquez... —Dije sonriendo, él abrió uno de sus libros. —Esta es su primera clase de mandarín, ¿Está listo?

—Se que será más difícil que los otros pero, nunca es tarde para aprender. —sonrió. —Iniciemos Bonnie.

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—Tenga una buena tarde señorita Daeh. —hablo Dilan, uno de mis estudiantes más jóvenes, tenía tal vez diez u once. Era muy inteligente y hace algunas semanas empezó con nuestra clase de alemán. En compañía de sus padres.

—Ten una linda tarde también Dilan. —trate de que, como siempre, mi voz sonará un poco más gruesa. Otro de mis males. Mi fina y “dulce” voz.

Al colgar la llamada, suspire.

Con las clases que había hecho hoy, tendría para pagar la comida de la semana próxima, que diría, era buena la paga de una hora de estudio diaria.

—Tengo hambre. —Dije levantandome de la cama y caminando hasta mi cocina. Me queje al ver que no había hecho las compras y mi nevera estaba vacía.

Volví a la habitación y sacando un pequeño abrigo de el clóset, salí de casa.

Caminé rápido, el sector en el que me encontraba era tal vez uno de los más inseguros de la cuidad. Aún asi, era tal vez en el único lugar en el que podría costearme un departamento yo sola.

Tenía más gastos de lo que parecía.

—Buena noche. —Susurré bajito y tomando una canasta. Me encamine por los pasillos del supermercado.

Una vez todo estuvo listo, llegué a la caja y, pagando, me retiré del lugar. Unas calles más tarde, hice mi paso veloz al ver, un auto negro siguiendome muy de cerca.

¡Sabía que era mala idea salir!, Pero el hambre me había segado.

—No es bueno que salgas sola a esta hora, cariño. —Dijo un hombre delante mío, me abrazó por el cuello y me sonrió cómplice.

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—¿Q-quien es usted? —susurre llena de miedo. Por alguna razón, tenía más miedo los hombres que me seguían y del extraño que me abrazaba y que si quería, podía noquearme de un solo tirón.

—Camina cielo, aún nos siguen. No importa quién soy. —asentí y no puse resistencia cuando tomo mi mano y tiro de ella para alzarme y ponerme en su cintura. Pude ver cómo dos hombres salían del camión y se dirigían hacia nosotros. Suspiré asustada y él hombre que me cargaba al notarlo se detuvo y giró en dirección a ellos. Ellos al verlo abrieron los ojos de par a par. —¿Algo en que pueda ayudarlos?.

Ellos negaron y golpeando el hombro uno con el otro, salieron corriendo de nuevo al camión. No lo entendía, hasta que, por el rabillo del hombro ví a varios hombres, eran grandes, mucho a decir verdad. Y su vestimenta a kilómetros gritaba “¡Huye!”.

Creí que me bajaría, pero nunca lo hizo, en lugar de eso, camino conmigo en sus brazos hasta llegar a la entrada de mi departamento. Negó casi por inercia y me ayudó a bajar.

—Es un lugar muy peligroso como para una niña cómo tú, y tus padres unos irresponsables por dejarte salir a esta hora. —me reí. Seguro es otra de esas personas que cree que tengo catorce o quince años.

—No soy una niña. —Él río, seguro pensando nuevamente que sería de esas adolescentes que le molesta el hecho de ser llamadas niñas. No era una adolescente, era casi una adulta. No me molestaba demasiado ser llamada niña, pero en este momento en específico si me molestaba. —Tengo veinte, señor.

Mentí, bueno casi, en un mes los cumpliría por lo que, no se podía tomar como una total mentira. Él me vio con los ojos muy abiertos y abrió la boca para decir algo, al final no lo hizo.

—Vendre mañana a verte. —lo mire confundída. Él sonrió. —Vendre a castigarte por mentirme, baby.

—¡No miento!. —me defendí, él se acercó a mí y me acarició la mejilla, esta vez, su acción si me hizo temblar.

—¿Con que más me mientes baby?. —parecio meditarlo y luego se alejó. —Vendre mañana y si no abres la puerta o huyes, al verte lo primero que haré será azotarte.

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