La joven sólo escuchaba la madera quemándose mientras esperaba con nerviosismo a que su invitada llegara. La conocía, sí, pero no eran lo que se podía decir cercanas, a pesar de que estuvieron muy cerca de convertirse en familia y de que se habían encontrado varias veces por obligación como con otras personas de la nobleza. Un saludo por aquí y otro por allá, sin ninguna palabra extra ni desperdiciada. No podía recordar alguna conversación de más de dos minutos entre las dos que fuera sobre un tema personal y, a pesar de todo, sentía que sabía mucho sobre ella.
Se trataba de Yuaralia Lamar, la ex—prometida de su hermano y heredera del título de duquesa Lamar. Una joven un año menor que destacó desde que era niña, ya que dominaba cualquier cosa que pudiera aprenderse en un libro. La admiraba de lejos aunque nunca pudiera mostrárselo, por lo que no era de extrañar que estuviera tan nerviosa ahora que esa misma chica le había pedido una reunión para tomar el té en un día tan frío que nadie quería ir afuera.
Miró de nuevo a su alrededor para asegurarse de que el salón estuviera perfecto, el suelo limpio y el aroma agradable, dándose cuenta de que era la primera vez que le preocupaban tanto esos aspectos. De repente, el sonido de unos pasos en el pasillo la sacó de sus pensamientos.
Tak, tak, tak, tak...
El ruido de las pisadas era firme pero lento, o eso le pareció. Se acomodó en su asiento e irguió la espalda, tratando de no verse demasiado formal o rígida, después escuchó unos golpes ligeros en la puerta, seguidos de la voz de una de sus doncellas.
—Su Alteza, la invitada ha llegado —escuchó que dijo al otro lado.
—Sí, adelante —soltó con toda la tranquilidad que pudo.
La puerta se abrió lentamente para dejar entrar a una joven con cabello negro y ojos casi tan oscuros como este, con su característico pasador largo plateado puesto de forma vertical en su cabeza. Su mirada elegante y pasiva no le daba ninguna señal sobre lo que iba a hacer, más bien parecía juzgarla en secreto, como si quisiera saber si la persona frente a ella era apta para escuchar sus palabras.
—Yuaralia Lamar saluda a Su Alteza —dijo mientras inclinaba la cabeza.
—Levante la vista, por favor —permitió la joven que la había estado esperando—. Ha pasado un tiempo desde que nos vimos, Lady Lamar, espero se encuentre bien de salud y deseo lo mismo para su familia.
—Muchas gracias por su preocupación, Su Alteza. A excepción de mi padre, que sufre de algo crónico, los demás hemos estado bien —respondió con aparente tranquilidad.
—Me alegra escucharlo —aseguró—. Kaya—llamó a la criada que sabía la orden que debía de seguir.
Inmediatamente, las doncellas comenzaron a servir el té y algunos aperitivos. El ambiente no dejó de sentirse tenso en ningún momento, pero ambas parecían soportarlo con gracia, como una costumbre que llevaban años practicando. Al finalizar su trabajo, las doncellas salieron, dejando solas a la anfitriona y a su invitada.
Yuaralia tomó asiento delante de la joven, ya que sólo había dos sillones individuales en el salón y estos estaban puestos frente a frente, a manera de que las personas sentadas en ellos pudieran hacer contacto visual. Sólo una pequeña mesa con té y bocadillos las separaba.
Lady Lamar tomó la taza frente a ella y bebió un pequeño sorbo. Parecía saborearlo mientras debatía en su interior si era de su agrado o no. Sus ojos miraban hacia el suelo, como queriendo evitar el contacto visual todo el tiempo que fuera posible, aunque después de unos infernales segundos de silencio se decidió a abordar la razón por la cual había solicitado esa audiencia.
—Su Alteza —soltó de golpe, sorprendiendo a la joven.
—¿Sí? —fue lo único que salió de su boca.
—Escuché que su visita al reino de Kabde fue llevaba satisfactoriamente —le platicó.
—Ah… sí, eso pasó. Afortunadamente, el rey de Kabde nos dio una bienvenida acogedora, a pesar de la relación que hemos tenido entre reinos. No pude hacer otra cosa más que dar lo mejor de mí para devolver esa amabilidad.
—Usted es realmente apta.
—¿Perdón?
El aire se tensó todavía más. Ambas se miraron con intensidad, dispuestas a aparentar fuerza hasta que alguna perdiera la concentración. Las cortinas gruesas de la habitación no permitían que vieran cómo estaba el día afuera, ¿seguía nublado o había salido un poco el sol?
—Lo que diré de ahora en adelante podrá parecer una locura, incluso yo lo sé, pero debe de creerme cuando le digo que lo que me atreva a decir será con toda la seriedad que poseo —aseguró Yuaralia.
—Entiendo.
Lady Lamar dejó la taza sobre la mesita y se levantó de su asiento, sorprendiendo a su anfitriona. Cuando estaba a sólo un metro de distancia se puso sobre una rodilla, bajó la cabeza y, sin dejar pasar más tiempo, soltó:
—Después de mucho tiempo de estudio y análisis, he llegado a la conclusión de que sólo una persona entre los príncipes y princesas actuales es apta para convertirse en monarca. Por favor, no piense que es sólo por lo de la reunión con Kabde —levantó la cabeza momentáneamente—. Podría pasarme todo el día mencionando las razones para hacerle esta petición —volvió a mirar hacia el suelo.
—¿De qué está hablando? No entiendo nada —soltó nerviosa.
—Por favor, entre a la competencia por el trono.... Su Alteza.
—¿Qué... está diciendo?
—Le pido… No, le suplico que lo haga —se puso completamente de rodillas y pegó la frente en el suelo—. Su Alteza, Eliza Quiria Yerako, primera princesa de Louen, le suplico se convierta en la próxima reina.
Los ojos de Eliza se abrieron como platos. No podía creer lo que escuchó, pero la mirada de Yuaralia no se prestaba para pensar que era una broma. La dama más envidiada de la alta sociedad realmente le estaba pidiendo que gobernara el reino.
¿Pero qué está diciendo esta persona?
Fue lo único que pudo pensar la princesa en ese momento.
En el continente Netoruska existen seis reinos, uno en cada punto cardinal y dos al centro de todos ellos. Antes de ser independientes, formaron parte de un solo imperio que llevaba por nombre Reiss, pero las disputas causadas por las diferencias ideológicas derivaron en un conflicto armado que, finalmente, terminó por dividirlos. En el centro se quedaron los reinos de Prodinia y Kabde, en el norte se fundó Gregoria, en el oeste estaba Enokinti, en el sur Juria y, finalmente, en el este se encontraba Louen.
Este último reino, a pesar de no ser el más rico ni el más avanzado de los seis, prosperaba sin descanso, especialmente por los recursos naturales con los que contaba por su posición geográfica. Por ello, no necesitaban cooperar de manera continua con otros reinos.
En realidad, ninguno de los reinos tenía un vínculo estrecho con alguno de los otros cinco, ya que, a pesar de que tenía más de quinientos años que la independencia se había llevado a cabo, ninguno había cedido en ser el primero que propusiera firmar un tratado de paz, por lo que sus relaciones, si bien no eran hostiles, tampoco eran amistosas. Especialmente entre Enokinti y Louen.
La razón de que estos dos reinos fueran los que peor se llevaran era que el primero era conocido por ser el reino de las magas y el segundo por señalar el uso de la magia como herejía. De hecho, esto había iniciado las disputas quinientos años atrás, cuando algunas personas culparon a las magas de ser quienes causaban los desastres naturales que habían atacado al imperio y, con esto como excusa, comenzó una matanza de las mujeres que practicaban magia, algo que terminó en el conflicto de separación, llamado la Guerra de Las Noches Violetas.
Después de tantos años de estar en el pensamiento radical, Louen había logrado disminuir el repudio hacia la magia, al punto en que había un gremio de magas en el reino que estaba reconocido por el rey y podían llevar a cabo sus vidas de manera normal como cualquier otro ciudadano.
Poco más de cincuenta años atrás, el rey Felitzi junto con su esposa, la reina Ludovica, habían sido quienes lograron el reconocimiento de las magas como ciudadanas del reino. Además de esto, fueron ellos también los que hicieron la mayor reforma a la ley de Louen, permitiendo que las mujeres gozaran de los mismos derechos que los hombres.
Al principio, los nobles se mostraron reacios a dejar que sus hijas heredaran sus títulos, pero la nula flexibilidad del rey en retroceder hizo que terminaran por aceptarlo. En su lugar, se aprovecharon del sistema de herencia por meritocracia de Louen, en que el jefe de familia escogía al heredero basado en sus capacidades, y así fue como muchas familias terminaron sin tomar en cuenta de cualquier manera a las hijas, excusándose en que los hombres eran más capaces y, por esta razón, escogidos.
Pese a esto, hubo quienes fueron objetivos y visualizaron el futuro, dándose cuenta que merecía la pena escoger también entre las mujeres si, al final de todo, lo que se buscaba era que la persona más apta fuera quien tomara el título. Esto fue lo que se creía que había pasado con el ducado Lamar.
Antes de que se diera la noticia de que Yuaralia Lamar sería la heredera del título, la nobleza seguía sorprendida por el compromiso roto entre ella y el segundo príncipe, Jerez. Para la alta sociedad, ellos dos estaban prácticamente casados, por lo que cuando se enteraron de que el matrimonio ya no pasaría, las especulaciones y los rumores no dejaron de circular por meses.
Había quienes decían que el príncipe había encontrado a una mujer de la que se estaba perdidamente enamorado y por ella había botado a Yuaralia. Otro rumor contaba que la joven, quien en ese entonces todavía no era nombrada heredera del ducado, había resultado no estar a la altura de su compromiso. Los más atrevidos, incluso, se atrevieron a decir que el rey planeaba destruir a la familia Lamar y esto era una preparación para ello.
Sin embargo, todos estaban equivocados. Era Yuaralia quien había hecho todo lo posible por romper su compromiso, sabiendo que sólo así podría entrar oficialmente en la competencia para suceder a su padre, el duque. Por alguna razón, nadie vio esta posibilidad factible, pues les parecía ilógico que alguien prefiriera ser duquesa que esposa del príncipe quien, además, tenía altas posibilidades de ser rey.
De hecho, quien se había tomado peor la noticia era Jerez, el ahora ex-prometido de Yuaralia. Un día sólo regresó de su excursión mensual en las concentraciones militares y su padre lo llamó a su estudio para darle la noticia de que ya no tenía prometida. A partir de ese momento, el príncipe hizo todo lo posible por desestabilizar la posición del duque Lamar en el imperio, de manera que su ex-prometida se viera en la necesidad de rogar por su perdón y, a pesar de que realmente no logró debilitar el poder del duque, sí hizo que las personas evitaran a Yuaralia.
Lady Lamar se había vuelto la persona más indeseada de la alta sociedad, pero todo esto cambió cuando llegó una notificación al Palacio Real en donde el ducado Lamar daba a conocer que la hija mayor, Yuaralia, sería la próxima heredera y, ya que el rey no tiene injerencia en quién heredera el título de cada familia ni un poder impenetrable, tuvieron que aceptarlo sin protestar.
Después de esto, las personas que habían escogido alejarse de la joven se vieron obligadas a encontrar maneras de volver a acercarse con disimulo, pero todos los intentos fueron frustrados por la misma Yuaralia, quien se había negado a asistir a banquetes o reuniones. Por ello, fue una gran sorpresa cuando la princesa Eliza recibió una solicitud de visita de la ex-prometida de su hermano e incluso más al momento en que dicha reunión se tornó en una petición para que entrara en la disputa por el trono.
—Lady Lamar… sabe que lo que está diciendo puede ser castigado, ¿no es así? —Preguntó Eliza temblando.
—Lo sé, Su Alteza —respondió con seriedad, aún arrodillada—. No le pido que me responda en este momento, pero me gustaría que lo piense a profundidad. Tiene que saber que soy completamente seria con mi petición y que, de aceptar, pondría toda mi lealtad y poder en sus manos.
—¿Por qué? No entiendo—soltó la princesa.
—Creo firmemente que es usted quien debe ser la reina en lugar de cualquiera de sus hermanos.
—¿Fue por eso que rompió su compromiso con Jerez?
—Así es. No tengo ni la voluntad ni la capacidad para gobernar y, siendo honesta, Jerez tampoco es capaz, pero si me quedaba como su prometida tendría que darle mi apoyo tarde o temprano —sentenció mientras se ponía de pie.
—Yo… no sé qué decirle —balbuceó.
—No es necesario que me diga nada por ahora, Su Alteza. Me marcharé por hoy y regresaré cuando usted me llame.
—P-pero, ¿y si digo que no?
—Entonces me esforzaré por convencerla —declaró con una sonrisa leve y le dio la espalda a la princesa para caminar hacia la puerta.
—Lady Lamar, este es el último momento que tiene para arrepentirse —le recordó Eliza mientras se levantaba de su asiento con prisa e iba detrás de la invitada.
—No pienso hacerlo, Su Alteza —declaró con firmeza y dio un pequeño toque en la puerta para que esta fuera abierta por los guardias afuera—. Entonces, me retiro. Espero pase un buen día.
La joven salió rápidamente antes de que la princesa pudiera detenerla o decirle algo más. De antemano, le indicó a las criadas que la princesa Eliza necesitaba unos momentos a solas y que entraran hasta que ella lo solicitara, a lo que asintieron con comprensión. Después de eso, se fue con prisa, esperando salir del Palacio Real lo más pronto posible para volver a su mansión.
Desafortunadamente, el príncipe Jerez estaba enterado de su visita desde que había enviado la carta a la princesa para solicitud de la reunión, por lo que, en cuanto Yuaralia llegó al Palacio Real, Jerez buscó la manera de posicionarse en el camino que tendría que tomar para volver a su carruaje y la esperó con impaciencia hasta que saliera.
Se toparon de frente y Yuaralia soltó un suspiro casi imperceptible en cuanto se dio cuenta de quién era. Jerez, en cambio, fingió que había sido un encuentro sorpresa y se acercó a ella con seguridad. Cuando quedaron a sólo un metro y medio de distancia, detuvo sus pasos y esperó a que la joven hablara primero.
—Yuaralia Lamar saluda a Su Alteza —recitó en un pasillo externo del Palacio.
—Me alegra ver que goce de buena salud —soltó él con un tono serio y confiado.
—Su deseo me llena de felicidad. Mi anhelo es que Su Alteza reciba siempre el doble de lo que quiera para mí —respondió con sequedad.
—¿Es esa una amenaza? —Preguntó con burla.
—Todo dependerá de sus buenas intenciones —espetó.
No era común que alguien le respondiera así a alguien de la realeza, pero lo que pasaba entre ellos no podía catalogarse como normal. Habían estado comprometidos gran parte de sus vidas y compartido momentos especiales; sin embargo, Yuaralia decidió seguir su propio camino y Jerez no podía perdonarle tal traición.
Si lo iba a dejar tan abruptamente, no debió dejar que la amara y que le diera un lugar irreemplazable en su corazón, no debió aparecerse de nuevo frente a él con esa mirada que no le da absolutamente ningún indicio de arrepentirse por su separación. La futura heredera del ducado Lamar era conocida por ser cruel e imperturbable, pero Jerez nunca creyó que sentiría en carne propia tales palabras.
El príncipe endureció el rostro ante la respuesta mordaz de Yuaralia. Desgraciadamente para él, el poder de la familia real no era tan fuerte al punto en que pudiera darle un castigo a la heredera de un ducado por algo tan banal como esa contestación, así que tuvo que guardarse cualquier amenaza que se le ocurriera.
—Eres cruel, Yua —soltó de repente Jerez mirando con dolor.
La joven estaba sorprendida por su franqueza, pero permaneció sin ningún gesto para no dar espacio a que él malentendiera las cosas e intentara algo más. La mirada de aquel hombre parecía un enredo de emociones tales como enojo, tristeza y anhelo, pero nunca arrepentimiento.
—Lo mismo digo, Su Alteza —le respondió con una sonrisa llena de decepción.
No era que no sintiera ningún tipo de emoción cuando lo veía. Quizá ninguno de los dos sería realmente consciente alguna vez de cuánto lo amó, pero eso no quita que lo haya hecho. Su corazón estaba cansado de querer a alguien de quien obtenía todo menos alegría.
¿Cómo podía creer que alguien que duerme con una mujer distinta casi cada noche puede realmente respetarla como su pareja? Tal vez si tuvieran ese tipo de relación abierta ella podría pensar en aceptarlo, pero era algo unilateral en lo cual Yuaralia debía ser siempre pura mientras Jerez seguía disfrutando. Para hacerlo todavía peor, sus constantes traiciones no eran lo peor que había hecho.
—Con su permiso, Su Alteza —agregó la joven antes de pasar a un lado de él.
—¡¿Realmente te vas?! —Exclamó dándose la vuelta rápidamente para mirar a la espalda de Yuaralia.
—Sí —se detuvo para responder sin mirarlo.
—Este es nuestro fin… en verdad, esta vez, te haré a un lado si no tomas mi mano de nuevo.
La joven siguió caminando sin decir nada y el príncipe cerró la boca con fuerza. Se dio la vuelta en cuanto ella se había alejado e intentó volver por donde había llegado, aunque se detuvo y la miró de nuevo, esperando que, tal vez, volteara la mirada hacia él, pero, para su decepción, siguió avanzando sin mirar atrás.
...****************...
El chofer del carruaje de Yuaralia le abrió la puerta para permitirle entrar al vehículo. Dentro, se sorprendió un poco al ver a una mujer sentada con las piernas y brazos cruzados. Tenía los ojos cerrados y parecía pensativa, sin embargo, comenzó a hablar en cuanto el carruaje se puso en movimiento.
—Tardaste menos de lo que pensé —le dijo la mujer de cabello y ojos violeta a Yuaralia.
—Su Alteza necesita tiempo para pensar las cosas —explicó con naturalidad, sin prestarle atención a la presencia inesperada de la intrusa.
—¿Entonces no dijo nada? —preguntó con curiosidad.
—No. Evidentemente, no fue fácil de digerir, por lo que le dije que lo pensara y me llamara en cuanto tomara una decisión.
—¿Qué vamos a hacer si dice que no? Porque sabes que eso es lo más probable, ¿verdad? —soltó con una sonrisa.
—Tengo unas ideas —declaró Yuaralia tranquila.
—Sé que es así.
—Pero sólo sería si en verdad se muestra reacia a aceptar. A pesar de todo, no me dijo que no tajantemente, así que tengo esperanza —expuso mirando por la ventana—. Por cierto, Eloise —cambió de tema.
—¿Uhm?
—Necesito tener una manera para hablar con la princesa sin que todo el mundo se entere.
—Claro, puedo hacerlo, pero, ¿por qué te preocupa eso ahora?
—Me encontré a Jerez al terminar mi visita.
—¿Qué? ¿En serio? ¿Y qué pasó?
—Nada, simplemente se presentó frente a mí para perturbarme —contó con indiferencia—. Sospecho que alguien debió darle la información de mi visita desde el día que la mandé esa carta a la princesa. Según recuerdo, Jerez no se pasaba por la zona Perla ni por equivocación, a menos de que fuera obligado, pero justamente hoy estaba de paseo por ahí.
—¿Mucha coincidencia?
—Era obvio que tenía la información de antemano y arregló sus asuntos de manera que se viera natural nuestro encuentro.
La zona Perla era el lugar del Palacio Real destinado a hospedar a las mujeres de la familia real. Ahí, se encontraban las habitaciones y salas privadas de la reina, las princesas y, cuando hubo, de las concubinas. También estaban en esa área los jardines donde se llevaban a cabo las fiestas de té y los pequeños conciertos.
—Entiendo. Encontraré la manera de que puedan usar magia para comunicarse —declaró Eloise.
—Te lo agradezco.
—Bueno, ahora me voy.
—¿Sólo viniste para preguntar sobre la reunión? —preguntó incrédula la futura duquesa.
—Y para entregarte lo de siempre —agregó al momento de darle un pequeño frasco lleno de un líquido transparente.
—Gracias, pero no es común que vengas a darme esto en persona —dijo con sospecha y, finalmente, la maga suspiró levemente.
—Estaba ansiosa —confesó hundiendo los hombros—. Llevamos mucho tiempo preparándonos para este día y no quería quedarme en el gremio esperando noticias.
—Es verdad. Al fin está comenzando —respondió Yuaralia, aunque fue más una declaración a sí misma.
—Volveré al gremio. Trataré de tener tu pedido listo pronto. Ten cuidado —se despidió rápidamente, dejando una nube de humo dorado al desaparecer.
La joven heredera se quedó mirando el lugar, ahora vacío, donde estaba Eloise. A pesar de haberla visto usar magia muchas veces, no dejaba de ser extraño que se desvaneciera así. De hecho, el poder de Eloise era desconcertante incluso entre las demás magas, por lo que Yuaralia se sentía aliviada de que fueran aliadas, de otra manera, su objetivo sería todavía más difícil de alcanzar.
Suspiró fuertemente ya que nadie la veía y se recargó con pesadez sobre el respaldo del carruaje. Deseaba que las cosas empezaran a fluir como lo deseaba, pero sabía que nada del camino sería fácil. Por el momento, podría moverse entre las sombras, aunque no se mantendría así para siempre. Llegaría un punto donde tendría que volverse enemiga de las personas más fuertes del reino y sólo la victoria le daría las posibilidades más altas de salir con vida, a ella y a sus aliadas.
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