A lo largo de mi vida he crecido con lo típico que todas las familias te enseñan, qué si y qué no te debe de gustar, la manera de actuar, cómo cuidarte, qué es lo correcto y lo mal visto, lo que puedes o no expresar, al final, no te dejan ser siempre tú, algo te ata a los demás, algo te impide seguir, encuentras impedimentos para saber si está bien o mal querer ser lo que a ti te plazca...
En mi trayecto en este camino, me he mantenido con un perfil de querer ser siempre la hija perfecta, el buen ejemplo, evadiendo lo que realmente yo quisiera ser.
Sin embargo, unas que otras dudas surgían respecto a lo que me gustaba, pero sabía que no podía decir nada ni siquiera intentarlo, porque me han hecho creer que es malo, que no puedo, que es un pecado...
No sabía lo que el futuro me depararía, siendo sincera, creía que en un punto me quebraría y ya no sabría que hacer con todo, tener la presión de los demás, que todos estén encima de ti, haciéndote sentir que debes ser mejor que cualquiera, el poder que tienen sobre de ti para exigir, parecía que ya no tenía salida y terminaría convirtiéndome en las expectativas ajenas, pero nunca en las mías.
Nunca han sentido que tienen el poder y la seguridad de tenerlo todo si así se lo propusieran, pero, te aferras y acobardas a ser algo que no eres con tal de no sé, quizás tener la atención o aceptación de cierta o ciertas personas, y te detienes, no sigues, te conformas y continuas, agachas la mirada y te callas, empiezas aceptar el papel que sin querer te has asignado tú solo. Así me sentía... Me hicieron creer que yo era el problema, cuando yo era la salida a la que un día vi tan lejana, siempre estuvo cercana.
Me detenía el saber que a los que quería yo decepcionaría, por eso, siempre que algo nuevo y diferente quería hacer, pensaba: ¿Es esto lo que ellos esperan? No lo veía tan claro, pero nunca fui mi prioridad, yo era el último lugar.
No voy a negar que era después de todo sensaciones que me gustaba recibir, como esos cumplidos, los regalos,las muestras de afecto y respeto, que en cierta forma te tomaban en cuenta, hasta que un día supe que estaba vacía, que a pesar de aparentemente tenerlo todo, no tenía completamente nada, entonces, ¿Qué era lo que me hacía falta?
Y es que nadie te prepara para afrontar el caos que se viene si decides ser diferente, si decides no seguir los lineamientos marcados desde hace tiempo, nadie te prepara para tener el coraje de defender lo que eres, al menos no a mi.
Entrar a la universidad, sería sin pensarlo antes, el lugar donde aprendería a conocerme, donde experimentaría con nuevos sentimientos, que revelaría lo que siempre lleve dentro, sería el lugar perfecto donde pude revolucionarme, al fin logré encontrarme...
Con todo lo que sabía que tenía encima, porque al pasar del tiempo me daba cuenta de lo mal que había permitido, que sabía que no me llevaría lejos, así supe que debía dejarme llevar por mi, la carrera universitaria era una decisión de suma importancia, marcaría mi nuevo rumbo y era algo que derivaría opiniones en contra.
Mis padres me había sugerido una que quedaba prácticamente a la vuelta de la esquina, unas amigas me comentaron lo mismo, ellas estudiarían ahí de igual manera, y en último lugar mi novio Santiago (un chico atractivo, Atlético, de aproximadamente 1.87 de altura, piel moreno claro, ojos medianos de un color café oscuro), mi relación con Santiago era muy influyente en mis decisiones, empecé andar con él a mitad del primer año de preparatoria, ya llevábamos casi dos años y medio, nunca me queje con nadie ni lo hablé, pero estar con él no era siempre sentirse bien, existían momentos en los cuales me sentía no tan querida, ni importante, le di un lugar y el la mayoría de las veces no me lo daba, pero no terminaba con el, porque por alguna extraña razón, era motivo para tener a mis padres contentos, nunca pude decirle a mi madre que no me sentía del todo agusto estando junto a él, y estoy segura que ni le hubiera dado importancia.
Así que, Santiago influía en decir que fuera con el a estudiar a una universidad no muy lejana, lo pensé mucho, pero no estaba la carrera que yo quería.
Empecé a decidir por mi, y elegí la opción de literatura en una universidad que la verdad, se encontraba algo lejana a mi hogar, el pleito que se armó con Santiago y mis padres, decidí por terminar mi relación, no era lo que esperaba, ni quería, ni ya soportaría, fue doloroso porque me destrozó con palabras nunca antes dichas, en su momento me las creí y me bajaron el ánimo, pero no fue motivo tan grande para dejar el sueño y la decisión que ya había tomado así con mis padres... Yo empezaba a surgir.
Empecé a trabajar, ahorrar lo que pudiera, una tía me ayudó y así conseguir mudarme a un pequeño departamento que me quedaba más cerca a la universidad, ese día salí con una sonrisa en el rostro mis padres decepcionados solo dijeron:
Mamá: Solo ten cuidado, aquí estamos, espero no te arrepientas de lo que has decidido.
Padre: No vuelvas si al final no resulta lo que esperabas. Y de una vez te digo, no pidas que te apoyemos, ya eres suficientemente adulta para decidir, hazte cargo, olvídate de nuestro dinero.
Sólo respondí: Adiós, cuídense, nos mantenemos en contacto, si así gustan, y relajado papá, que no pienso pedirte nada, así que anda ve y duerme tranquilo, besos.
En la puerta se encontraba Santiago:
Santiago con un tono desesperado me dijo: Entonces, si te vas, no me amas, ¿No te quedarás? Qué poco te duro lo que decías sentir por mi, qué poca, no sé vale Lía, sabes que teníamos nuestros planes, los arruinarse por un berrinche de que según ahora eres distinta, que nunca has sido realmente tú, no te lo creo.
Respondí sutilmente (aunque el coraje estaba a todo lo que da, porqué me trataba así):
-Mi respuesta te la di hace ya unas semanas, no sé qué haces aquí, acabo lo que teníamos, no detendré lo que quiero por ti, ve y sigue tu camino, sé feliz. No me conoces en lo mínimo, allá tú si crees lo que te digo, me da igual, sólo yo sé lo que pasa, y qué poco hombre eres tú, eran tus planes, nunca pediste mi opinión, no sé cómo es que tarde tanto para darme cuenta que no eras lo que necesitaba, y admítelo, tampoco me has amado...
Sólo veía rabia en su mirar, no dijo nada. Las despedidas ese día, dolieron, pero no me harían cambiar de parecer, la decisión estaba ya tomada, no había vuelta atrás, tome mis maletas y seguí con mi camino, valiente continúe.
Faltaba una semana para que mi examen iniciará, en ese transcurso lo que hice fue que llegando de trabajar tenía que repasar, ya había estudiado antes, pero dejé de hacerlo cuando todo se me junto, así que este era mi plan rutinario para lograr obtener mi lugar en la universidad.
Un compañero de mi trabajo era muy amable conmigo, y cuando mis horarios eran nocturnos él me acompañaba, se llamaba Axel, no era feo, me rebasaba a lo mucho unos centímetros más, yo no soy tan bajita. Tenía un cabello rizado, que le llegaba de largo a los hombros con un color castaño claro, parecía que tenía mejor cuidado su cabello que el mío, y unos ojos con un tono leve verdoso, la verdad, traía a varias chicas de tras, pero, yo no, solo éramos amigos.
Una noche me invitó a un lugar concurrido que era típico de ir cada fin de semana, yo no salía, siempre era de mi casa al trabajo y del trabajo a casa, pero ese día fue un viernes, tenía el fin libre, y el lunes mi examen, así que decidí ir y distraerme un rato de mi rutina, llegue a casa temprano, me maquille, me arregle, tenía un vestido que no había usado antes, color negro, con un escote en la espalda, llevé unas medias que llegaban arriba de mis rodillas, use unas zapatillas negras, no tan altas, me planche el cabello, use mi labial rojo intenso, y ese día había decidido teñirme el cabello use un tono entre gris y morado, me había encantado.
Cuando termine me mire al espejo y me sentía poderosa, un sensación que hace mucho ya no sentía, había recuperado en mi, ese amor que apagaron, salí diva a disfrutar de lo que la vida me tenía.
Axel estaba fuera de mi apartamento, traía el auto de su padre, y me llevo a dar la vuelta y ese lugar increíble del que tanto hablaba, era un restaurante, con muchas luces y en la parte de arriba una terraza ambientada, arreglada, donde las personas podían bailar, cantar, tomar el aire, disfrutar.
En un momento me aparte, fui al tocador, cuando de repente, un grupo de amigas entro riendo a carcajadas, y una dulce voz se escuchó:
X- Deberíamos irnos, creo que ya no es divertido (Lo dijo con un tono angustiante), no me estoy agusto, y creo que están bebiendo un poco de más.
Sus amigas solo se rieron y le comentaron:
Y: Ahorita nos vamos, porqué debes de arruinar el buen momento, no es nuestra vuelos ser divertidas y tú no, además, ni hemos tomado tanto, solo estás exagerando para que así caigamos en lo que dices y nos retiramos.
Z: Y si tanto quieres irte, vete, si te parece llamamos un taxi, para que te puedas retirar, ya mañana te vemos y contamos de lo que te perdiste.
X: No sé preocupen (enojada), llamaré a mamá a que venga a recogerme, las veo después.
No quise alzar la mirada, no quería parecer chismosa, anduve pensando en cómo sería esa chica, con esa voz suave, dulce y tierna, parecía una pequeña niña perdida en un centro comercial. Una niña que entre sus amistades se sentía excluida, una pequeña extraviada en un mundo que desconocía.
Al momento que salieron, quise ir a tratar de buscar quién era, ya iba entre la multitud, no logré alcanzarla a ver, no pensé más al respecto, al final, porque, siempre escuchamos y vemos personas, cada día en el transcurso, y no es que te quedas esperando a conocerla más, por eso, lo deje pasar, deseando que esa chica misteriosa, estuviera bien, que lograra ir a casa sana y salva, y que a lo mejor, evitará ya seguir manteniendo relaciones amistosas de esa manera.
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