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Hermosa Travesura

Sinopsis + Prólogo

La joven italiana Andy Bianchi creció con la ausencia de una de las personas que más necesitó a lo largo de su crecimiento. Transcurrió por un suceso del que no se encuentra para nada orgullosa, y que a causa de todo esto, su frágil carácter se convierte en un cambiante contratiempo de emociones. ¿Por qué? Porque por más dura e indiferente que intente demostrar ser, y por más grietas que se hayan formado en su herido corazón, Andy siente. Siente apego, cariño, preocupación, respeto... amor. Pero no puede evitarlo y eso la hace creer una débil. Piensa que nunca podrá quererla, que siempre será juzgada o que sus acciones no tienen justificación.

Andy sufre en silencio, pero nadie se fija, nadie la entiende...

Aidan Reynols sueña con que algún día él y su guitarra crearán grandes canciones que traspasaran los muros de su habitación y así su música llegará a oídos de todo el mundo. Lo que no se esperaba era sentirse enormemente atraído por la nieta de quien en el pasado fue su niñera. Su nueva inspiración lo tiene tan embelesado, que poco a poco dejará la timidez de lado y dará un nuevo gran paso: conquistar a la hermosa italiana.

Andy y Aidan vienen de dos países diferentes, crecieron con grandes faltas en sus vidas y tienen un pasado para nada agradable de recordar. Ambos se necesitarán, ambos dejarán de creer que el amor es solo una idea de la mente y no un sentimiento tan fuerte como para arrasar con todos sus temores, penas y tristezas.

Los dos deben luchar por encontrar su identidad; por vencer sin dañar; y por cuidar del sentimiento jovial, pasional y puro que no estaban buscando, pero que les dará el valor y la fuerza que siempre han estado deseando.

...****************...

...Prólogo...

Noviembre, 1998 (Italia)

Me gusta mirar mis manos, ya no son blancas, sino que tienen muchos colores.

Mi papi posiblemente se enfade porque no le gusta que las ensucie, pero a mi si me gusta. Me gustan los colores, me gusta ensuciar mis manos, pero más me gusta el dibujo de mami, papi y yo que he hecho.

― ¡Ese no es el caso, Barbara, mentiste y prometo que no llegaras más lejos con todo esto! ¿Oíste?

Ese es papi ¡Volvió!

Emocionada, agarré mi dibujo y corrí siguiendo su voz.

― ¡Papi! ―Chillé contenta al verlo.

Pero me detengo a medio camino al notarlo enojado, miré hacia el otro lado de la puerta y vi a mi mami. A ella la mira de esa forma.

Me senté donde estaba parado. Observando en silencio, por alguna extraña razón temo que me descubran. Ellos me ignoran y también se han quedado callados.

Los detallo curiosa.

Papi es muy lindo, es como un superhéroe, porque sale de casa y vuelve a la misma velocidad. O es eso o es como dice mi niñera, Martina, que cuando mi papi se va, yo me acuesto a dormir y al despertar lo veo de vuelta. Lo que hace que no tenga noción del tiempo, según ella.

Yo no le hago caso, porque para mi papi es un superhéroe, de esos que son guapos y tienen muchos superpoderes, aunque él los oculte.

En cuanto a mami, ella es como las reinas de los cuentos de hadas, no puede ser princesa porque está casada y me tiene a mí, que según papi, soy su princesa.

Mami tiene el cabello rojo como las hojas del otoño, largo como Rapunzel, o un poco más corto porque ella no se lo pisa, y brillante como los pétalos de rosas al ser iluminados por el sol. Sus ojos son muy azules, como el cielo de verano, sin ninguna nube que opaque el color. Según papi, son como los míos, yo heredé los ojos de mamá, pero no nos veo parecidas, ella tiene rostro de mujer y yo de niña.

Pero cuando sea grande me gustaría ser como ella. Capaz encuentre a mi príncipe y me convierta en reina.

Ahora, papi no se queda atrás, es muy gracioso y siempre le gusta jugar conmigo, además de que luego de venir de su trabajo me regala más colores y hojas para dibujar. Por eso mis manitas siempre tienen colores y no me molesta.

Papá también tiene ojos de color, pero estos son una mezcla entre azul y verde, lo sé porque siempre me llama la atención su mirada particular.

―Andy ―me llamó papá ―, ven aquí mi amor.

Alcé la vista hacia papá, notándolo cada vez más cerca. Estiré mis pequeños brazos y lo recibí con la sonrisa más radiante que haya gesticulado mi boca. En segundos me encontraba rodeada entre sus brazos.

―Disfruta de tu hija, Robert, que sean muy felices.

No me gustó el tono con el que habló mami.

Entonces, mirando sobre el hombro de papá, la observo agarrar una maleta con rueditas y otros bolsos más.

― ¿Mami?―Pregunté preocupada ―, mami ¿A dónde vas?

―Andy, mejor vamos a tu habitación ―dijo papi.

Pero yo no quiero irme. Asique comienzo a moverme inquieta en sus brazos para que me suelte. Sin querer le doy un golpe en el rostro, lo cual hace que se queje y me baje. Le pediré disculpas después, ahora solo debo detener a mami.

―Mami―musité al llegar a la puerta, ella se detiene antes de salir ― ¿mami a dónde...? ―mi pregunta queda obstruida por su ceño fruncido dirigido hacia mí. Parece enojada. Pero... ¿Con quién? ¿Conmigo? ¿Qué le he hecho?

Ella le da sus cosas a un hombre que luego se las lleva y comienza a subirlas en el maletero de su auto.

Veo como mami se acerca mí y se coloca de cuclillas. Desliza una mano por mi cabello, baja por mi mejilla y aprieta mis cachetes con su pulgar y dedo índice.

Me duele, pero no me sale quejarme. Un extraño temor paralizó mi sistema nervioso.

―Solo recuerda esto, niña ―masculló de una forma que me inquietó. Aún más ―, tú solo sirves para destruir, eres una bomba difícil de desactivar.

Mis ojitos se llenan de lágrimas, no entiendo lo que dice, pero hace que mi pechito duela, incluso mucho más que la presión que ejerce en mis mejillas.

Siento alivio cuando me suelta, pero sus palabras siguen retumbando en mi cabeza.

«Tú solo sirves para destruir, eres una bomba difícil de desactivar.»

―Andy ―papá llegó a nuestro encuentro.

Él me toma en brazos y, ambos parados en la puerta, vemos como mamá se sube al auto de ese desconocido y se va. Sin más que decir... dejando una marca dolorosa en mi corazón.

Dejé caer el dibujo que ya comenzaba a pesar en mis manos.

...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...

Buenas!!! aquí la autora reportándose👋

Dos aclaraciones: esta novela no está editada desde su primera publicación en wattpad. Así es, antes la subí a la plataforma de wattpad. Por si hay lectores/as a los/as que les resulta familiar la portada, personajes o trama, es porque he decidido sacarla de wattpad y subirla a Noveltoon.

Ahora la podrán disfrutar, completa, únicamente en esta plataforma😊

Esas fueron las dos aclaraciones:

1) No está corregida en su totalidad, por lo tanto, disculpen si encuentran alguno que entre error gramatical o incoherencia🙏

2) Soy la misma autora que publicó el libro anteriormente en wattpad.

Espero de todo corazón que disfruten la lectura❤️

Háganmelo saber a través de sus comentarios

😝😊

Saludos!!!

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Capítulo uno: impulso

Octubre, 2010

Nombre: Andrea Bianchi.

Fecha: 14 de octubre del 2010.

¿Ha estudiado para el examen? No.

Eso es todo lo que escribo en una hoja sobre mi escritorio, imaginando que es el examen de biología que tengo para hoy.

He pasado todo el fin de semana fuera de casa, entre fiestas y pequeños viajes en moto con mi novio.

Robert no me regaña, creo que ni siquiera le importa lo que haga, pero su nueva esposa, Julia, parece no aprobar mi comportamiento.

Allá ella.

Me caía mucho mejor cuando era solo la madre de mi mejor amiga, ahora ella y la pesada de su hija menor, Lourdes, son como una molesta piedra en el zapato.

―Andy apresúrate que se nos hace tarde ― escuché decir a Ivana a mis espaldas, seguramente este parada bajo el umbral de la puerta.

Ivana o como me parece cómodo llamarla, Ivi, es mi mejor amiga desde la infancia, ahora es mi hermanastra y quien vive conmigo desde que tenemos trece años. Por cierto, tengo dieciséis.

― ¡Andy! ― gritó Ivana desde la planta baja ―. ¡Se nos está haciendo tarde, apresúrate! ¡No quiero volver mentir justificando nuestra tardanza en el colegio diciendo que tuvimos que correr porque unos perros nos seguían y por eso fue que tomamos un camino más largo! ¡Ya fueron cinco persecuciones con perros! ¿No crees que deberíamos cambiar de táctica, o mejor dicho, mentira?

Ivana sí que está desesperada en salir. Por cierto ¿en qué momento bajo tan rápido?

–Inventare otra mejor, no te preocupes –respondo poniéndome de pie y tomando mi mochila ―Calmare ¿Bene? (Cálmate ¿Bien?)

― ¡Agh! ¡Va bene! (Está bien) ¡Pero apresúrate!

Niego divertida y término de abrochar el último botón de mi camisa blanca. Ivana exagera, no fueron cinco, sino tres, y no todas las persecuciones fueron precisamente con perros, sino que también hubo una en la que nos seguían un grupo de jugadores de baloncesto. La mejor de mis mentiras y con un final creíble: nos dimos cuenta que solo estaban haciendo ejercicio, corriendo y trotando justamente en nuestra dirección.

El director del instituto nos creyó y Ivi no murió de un paro cardiorrespiratorio como parecía durante mi mentira y después de que haya terminado con éxito.

En fin, es hora de terminar con esta charla o pensamiento hablado con mi mente. Para acercarme a la ventana, abrirla y continuar con mi día cruzando la bella ciudad de Venecia.

Así es, soy italiana y gustosamente puedo señalar a Italia como el país más hermoso del mundo. Nunca, jamás, me vería lejos de mi lugar, mi ciudad, de donde pertenezco.

― ¡Andy!

― ¡Ya voy!

○○○

Mis ojos viajan hacia la ventana que da hacia el jardín del instituto. En este momento observo como unas chicas conversan animadamente, sentadas en el borde de la fuente que se centra entre unos caminos de piedras y flores, donde tiene como imagen central la estatua de la diosa Minerva.

Así es como se llama mi instituto: Minerva. En honor a la diosa Atenea (Minerva) y por su sabiduría. En sus manos lleva un olivo y en su hombro se posa una lechuza, símbolo que representa al estudio y conocimiento de la serenidad intelectual y moral. Se dice que de aquí salimos las personas más sabias del mundo. Nos mienten descaradamente. Pero también se dice que ella fue la diosa que enfrentaba las guerras con inteligencia, guiada por la razón y el afán de justicia.

Creo que esa es la única razón por la que he decidido comportarme para seguir en este instituto, no porque me crea erudita sino porque me gustaría tener la misma capacidad intelectual que Atenea para poder enfrentarme en una lucha y no me refiero a una lucha física, sino espiritual, una a la que me lleve a encontrar esas respuestas que se contemplan detrás de una pregunta que quedan en el aire. Capaz confunda a las personas por el enigma que llevo oculto por años, pero yo me entiendo.

Me siento un pez de agua salada dentro de un estanque de agua dulce. No sé por qué, pero es así ¿O acaso soy la única persona que no se siente perteneciente de un lugar? No me refiero a mi país, sino... a las personas que me rodean. Es extraño, soy extraña. Creo que la filosofía que ronda en el ambiente me está afectando.

Suelto un suspiro ahogado cuando unas manos se aferran a mi pequeña cintura y hacen que olvide lo que estaba pensando hace unos segundos. Perfecciono mi visión y trato de ver el reflejo del cristal en vez de ver atreves de él.

Un muchacho de cabellera rubia, tirando a castaño, se resalta por su altura y musculatura a mis espaldas. Esbozo una sonrisa y acaricio el dorso de sus manos.

― ¿Cómo está la bella chica de este instituto? ―me sorprende su tono de voz. No es alegre e extrovertida como siempre, sino, apagada y frágil.

¿Qué le pasa?

Niego divertida, tratando de parecer lejana a lo que acabo de percibir e haciendo caso a lo que me dijo y no en como lo dijo, y me volteo entre sus brazos para poder ver su rostro, le sonrío, me sonríe, una sonrisa tímida, y entonces me paro de puntitas y así poder dejar un casto beso en sus labios. Después me aparto, dirigiéndome a mi mesa, con él siguiéndome, me siento en mi silla y él en la mesa frente a mí.

―Miro lo que pasa afuera ―respondo a su antigua pregunta.

―Como toda una espía ―bromea. Su tono sigue igual de extraño.

Paranoias mías, mejor las dejo de lado.

Me encojo de hombros en respuesta y vuelvo a mirar hacia afuera, esta vez solo puedo ver el cielo, sin una sola nube que pueda impedirle el paso a los rayos del sol, y a las ramas, sin una sola hoja ya que estamos en otoño, de los árboles más altos.

―Andy...―suspira. Apoyo mi espalda en el respaldar de la silla en donde estoy sentada y me cruzo de brazos, esperando a que continúe ―, tengo.... tengo algo que decirte ―sus ojos verdes se mantienen fijos en los míos.

Mis ojos se mueven en sintonía hacia la izquierda, luego hacia la derecha y por ultimo vuelven al centro, a la vez que arrugo la frente y empino mi cabeza un poco hacia arriba para mirar al joven sentado frente a mí.

―Bien... pues, dime Frank. Te escucho.

―Es que es... es complicado ―muerde su labio inferior y comienza a rascar su nuca.

No hay que saber mucho para que las reacciones que tiene lo delaten: está nervioso, y posiblemente no me guste lo que vaya a decirme, ¿porque con que otro motivo se pondría así?

―Frank ―suspiro y muevo mi torso hacia delante, apoyo las palmas de mis manos en sus rodillas y lo miro fijamente a los ojos ―, sea lo que sea que tengas que decirme no debes temer, soy tu novia, puedo comprenderte. A menos que... ―suelto sus rodillas y vuelvo a mi lugar ― me estés engañando y eso sea lo que quieras decirme porque te aseguro que estarías metiendo la mano en la boca del león ―hablo con total tranquilidad, mientras que sus cejas se elevan y su expresión cambia de nerviosa a sorprendida, o eso parece, ya que puedo detectar una pizca de temor en su mirada.

Espero estar equivocándome porque meter la mano en la boca del león es lo menos arriesgado que puede llegar a hacer en su vida. O eso es lo que estoy pensando, porque no siempre hago lo que tengo previsto, depende de cómo tome la situación y el cómo me afecte.

Enarco una ceja.

― ¿Frank? ― Cuestioné impaciente.

¿Qué puedo llegar a pensar ante su silencio?

― ¡Andy!

Frank y yo desviamos nuestras miradas hacia la chica que me llamó desde la puerta del salón de clases.

― Ahora no Marge ―Le pido a la chica que acaba de interrumpirnos, vuelvo la mirada hacia el chico frente a mí ― ¿Frank? ―Espero tranquilamente a que me mire.

Cuando lo hace suspira y en un arrebatado movimiento cruza sus manos en mi nuca y acerca mi rostro al suyo, luego me besa. Un beso robado y que, por raro que parezca, me hace sentir nauseas. Tal vez sea por lo que su reciente silencio le produjo a mi mente: una leve sospecha a ser engañada, en simples palabras: traición. Fui traicionada y su acción me la comprueba.

Detengo su arrebato empujándolo desde los hombros. Una vez logro zafarme de su agarre elevo mi mano hacia arriba y, sin pensarlo, lo abofeteo dejándole la mejilla derecha con mi mano dibujada en ella en tonos rojizos. Mi palma palpita y arde. Lo golpee sin medida fuerza.

Sé que él no ha dicho nada, pero la inseguridad de ser engañado es lo que me afirma lo que no se dice con palabras, pero si con gestos, expresiones y miradas. Y él acierta con cada una de estas facetas, solo falta que le tiemble la voz para que termine de descubrir lo que ya sé.

―A―Andy... yo... Lo siento. Perdóname por favor.

Listo.

―No te me vuelvas a acercar ―mascullé entre dientes ― ¡aléjate de mi vida! ―Exclamé en italiano.

Doy grandes pisadas por el pasillo hasta llegar a la puerta. Marge traga en seco y trata de borrar su expresión sorprendida, seguramente, por el acontecimiento que acaba de presenciar.

―Andare Marge (andando Marge) Aquí ya no hay nada importante ―termino, mirando con indiferencia a Frank.

Tomé a mi desconcertada compañera del brazo y nos guie hacia el angosto pasillo.

Marge se me adelanta, creo que ya ha olvidado lo que paso y agradezco que no pregunte nada, guiándome hacia los baños de mujeres.

― Es Ivi, tienes que hablar con ella ―explicó antes de que entremos al tocador de damas.

Arrugué la frente y no esperé a que responda, sino que me adentro rápidamente al lugar.

Unas paredes de cerámico, con frases y listas de nombres, es lo primero que mis ojos detectan al doblar el pasillo, al lado de las paredes se encuentran: a la derecha los lavamanos y un espejo pegado a la pared y a la izquierda están los cubículos que separan los inodoros.

Mis oídos detectan unos sollozos proviniendo del último cubículo, miré a Marge y ella me señaló con la cabeza dónde provenía ese sonido.

Me dirijo hasta la puerta de madera pintada de blanco, resaltando todos sus garabatos.

Se oye otro sollozo, como alguien sorbe su nariz y luego como expulsa los mocos al sonar sus fosas nasales con fuerza.

Hago una mueca ante el ruido, se ve que la pena es grande. Posé una mano en la puerta y lentamente voy empujando.

― ¿Ivi? ―Susurré preocupada, encontrando a mi mejor amiga sentada sobre la tapa del inodoro.

Unos segundos después, el rostro con manchas rojas y los ojos inyectados en sangre de Ivana quedan a la vista. Su mirada de temor y sufrimiento fue como una espina que acaba de incrustarse en mi pecho. Sin pensarlo me incliné hacia ella para rodearla con mis brazos.

―A―Andy ―hipea.

―Ya estoy aquí amiga ¿Por qué lloras? ¿Qué ocurre?

―Andy y―yo...

Entonces el timbre de fin del receso suena interrumpiéndola inevitablemente.

Marge se disculpa antes de volver a su clase de historia cultural, mientras que Ivana continua llorando en mi hombro.

Llevamos segundos sin hablar, ella llorando y yo solo consolándola pidiéndole que se calme y acariciando su corto cabello castaño para que confíe en mis palabras.

Hasta que después de unos minutos levanta la mirada, limpia sus lágrimas con el dorso de su mano y se reincorpora repentinamente.

Me paro y le sedo el paso para que se dirija al lavamanos, pero antes de llegar a donde creí que iría, alza su mochila del piso, guarda algo y, ahora sí, se acerca al grifo para que el agua fría que proviene de allí se escurra por las palmas de sus manos. Se inclina y comienza a lavar su rostro.

― ¿Ivi? ―Musité con calma al llegar a su lado ― ¿Pasa algo? ―Apoyé mi mano en su hombro con delicadeza.

Sus manos se mantienen apoyadas en el cerámico, su cabeza esta gacha y su boca lanza varios golpes de aire. Niega con la cabeza y sin mirarme me responde:

―Estoy bien, es hora de volver a clases.

Dicho esto, se coloca la mochila en un hombro y sale del baño, dejándome allí, parada y desconcertada.

¿Qué acaba de pasar?

○○○

Sigo dando vueltas la lapicera, me aburre la clase y me preocupa Ivana. Durante Matemáticas he estado pensando solo en ella y su llanto en el baño. Lamentablemente no compartimos esta clase, pero sí la que sigue.

Cuando es la hora de Historia y no la veo entrar, decido ir por ella. Aprovecho que la profesora aún no ingresa al aula para fugarme.

Me escondo en el baño durante ese tiempo, apoyando mi espalda en la puerta. Busco mi celular e indago entre los contactos hasta encontrar el número de Ivana. Estoy a punto de marcar cuando unas voces del otro lado llaman mi curiosidad.

Decido seguir en el baño e tratar de escuchar que dicen o al menos descubrir quiénes son. Hasta que una simple palabra despierta mi curiosidad, aun mas, cuando reconozco esa voz. Ivana.

―Este no es el lugar para hablar.

No alcanzo a oír lo que dice su acompañante, pero si sus pisadas apresuradas haciendo ecos por los pasillos, lo que es posible porque se supone que todos los alumnos están en clase en este momento.

«Síguelos» me ordena el subconsciente.

Me apresuro para salir e no perder su rastro, al menos el de Ivi ya que no sé quién sea la otra persona. Alcanzo a ver dos siluetas corriendo hacia la puerta que lleva al estacionamiento.

¿Y el de seguridad?

Ojala corra la misma suerte que ellos de no ser pillada por las autoridades del instituto. Si Robert se entera que no he entrado a clases por seguir a Ivana estaré en unos grandes, enormes problemas. Más aun cuando mis notas no me servirán de ayuda para retener el castigo.

Qué más da, ella me nombro, ósea que me incito a seguirla ¿No? Y eso es lo que voy a hacer.

Combino pasos sigilosos con apresurados para no perder sus rastros de vista, como tampoco quiero que descubran lo que estoy haciendo.

Una vez llego a la puerta que lleva al jardín, como también a las canchas y la zona de deporte, para buscarlos, logro identificar a dos personas entrando en los vestidores del equipo de fútbol. Sin más preámbulos me dirijo en su dirección.

Crucé la cancha, empujé la barra de seguro y abrí la puerta de los vestidores, bueno, del pasillo que lleva a las duchas y los vestidores. Escaneé mis alrededores en búsqueda de mis objetivos, pero nada, se me han perdido de vista.

Es definitivo: no sirvo para espía.

― ¿Esto es lo que me querías mostrar?

―S―si ¿Qué piensas?

Olvídenlo, acabo de retomar mi espionaje.

Descubro una banca frente a mí, me acerco, muerdo mi lengua ante el temor de no hacer ruido y me paro en la banca. Así puedo escuchar mejor lo que dicen del otro lado de los casilleros rojos de los vestidores. Espero que no noten mi presencia.

― ¿Cómo que qué pienso Ivana? Nadie debe enterarse de esto ¿escuchaste? Ni siquiera Andy, mucho menos Robert ¿Qué crees que pensara cuando se entere o... me hará cuando lo sepa?

Un momento, esa voz...

― ¿Eso es lo que te importa Frank? ―No puede ser― ¿El que Robert no te despedace por lo que hiciste?

― ¿Qué yo hice?―sonó indignado.

Me confunden ¿De qué hablan? Lo que daría por saberlo. Como también me gustaría saber porque ambos ahora tienen tanta complicidad. ¿Qué ocultan? ¿Cuál es el enigma que los rodea?

―Si Frank ―afirma la voz de Ivana ―. Que tú hiciste, porque fuiste tú quien se aprovechó de mi estado de inconciencia.

¿¡Que!?

―No seas hipócrita Ivana, tú me venias buscando de hace tiempo y no finjas que no sabes de que hablo porque tengo de testigos a las novias de mis amigos, tus amigas: Marge, Sara y Ashley, ellas me contaron lo tanto que odias a Andy por ser mi novia.

― ¿Qué? Eso no es cierto, lo que pasó en el cumpleaños de Emma fue porque...tú...bueno yo...

― ¿Lo ves? No sabes mentir. Olvídate de lo que pasó, resolvamos el problema y sigamos con nuestras vidas como estaban. Andy y yo llevamos dos años juntos soy su primer novio y quiero seguir siéndolo, porque la quiero a ella y no a ti. Solo sirves de distracción Ivana, nada más que eso.

Cubrí mi boca para no soltar ese vomito verbal que desprendió de mi garganta ante esas palabras frías y maliciosas.

Nunca he oído a Frank insultar a una mujer, como tampoco hubiese creído que Ivana sea capaz de ser tan... tan... ni siquiera me atrevo a pensar en una palabra que la describa.

Ella es una mentirosa, él es un mentiroso, me mintieron, me engañaron, me... traicionaron.

Quiero salir de aquí, he escuchado lo suficiente. No sé si me arrepienta o no de haberlos seguido, pero de lo que si me arrepiento es en haber confiado en ellos. Creí conocerlos, pero no, solo he conocido la imagen que refleja su verdadero ser.

Siento un fuego que asciende desde mi vientre hasta mi frente, es un fuego sin llamas, pero que quema como si hubiese un incendio forestal en mi interior, deshaciendo cada partícula de mi inservible existencia. La rabia y la ira se manifiestan en la sangre que sale por debajo de las uñas enterradas en las palmas de mis manos, por la presión que ejerzo en cada puño.

Los odio, ese es el sentimiento venenoso que se exterioriza en mi interior: odio. Los odio a ellos por traicionarme, pero más me odio a mí por dejar que lo que me han hecho me afecte tanto.

Mis oídos se han vuelto sordos y mi cuerpo está en modo automático, porque en este momento los nervios en mi cerebro le ordenan a mis piernas bajarse de la banca y caminar lentamente hacia el otro pasillo lleno de casilleros. Para ser precisos, en dirección de las personas que acaban de dejar al descubierto su secreto.

No escucho, pero si veo y lo que observo en este momento es a dos personas que creí conocer, lanzándose insultos que no llegan a ser percibidos por mi canal auditivo pero que si son fáciles de interpretar por la forma rabiosa e indiferente en que sus expresiones cambian una y otra vez.

Parecen dos gorilas en modo de batalla, chillando palabras sin sentido y escupiendo verdades.

Entonces, luego de unos segundos de mantenerme en silencio y de solo observar, mi cuerpo me lanza una leve descarga en el pecho, como un golpe, que me despierta de ese shock traumático, como también despierta todos mis sentidos. Entre ellos el auditivo.

―Como sea Frank, este problema nos involucra a ambos, si yo me hundo, te aseguro que te agarro del cuello de tu camiseta y te llevo conmigo. La culpabilidad se divide entre los dos por igual, espero no lo olvides.

Dicho esto Ivana voltea, justamente, en mi dirección y cambia totalmente de expresión. ¿Por qué me mira como si estuviese viendo un fantasma? Si solo soy yo: Andy la estúpida.

―No puede ser cierto ―dice Frank luego de observar con rareza la expresión atónita de Ivana, guiar su mirada en la misma dirección y resguardarse un chillido.

Tengo ganas de reírme de sus expresiones. Señalarle lo patéticos que se ven en este momento. Pero en vez de escuchar esa risa que parece real en mi mente, escucho el latir de mi corazón y siento el frio en mi rostro ante el líquido que baja desde mis ojos, continua por mi cuello y se pierde en mi pecho. ¿Acaso estoy llorando? ¿Desde cuándo? Se supone que debo estar riéndome en este momento, no llorando ¿Por qué lo haría? Yo no lloro, nunca lo hago... nunca lo haré.

Frunzo el ceño y me obligo a limpiar esas absurdas lágrimas que bajaban por mi mejilla.

―A―Andy déjanos...

―No ―interrumpo el pronto monologo de Ivana ―. Disculpen las molestias, espero no haberles desintoxicado el ambiente a mierda que los rodea. Será mejor que me vaya así vuelven a enmendarlo.

Ivana estaba a punto de decirme algo, pero que no logró ya que decidí hacerle caso a mi mente y salir de ese lugar antes de que me asfixie por la falta de aire.

Cruzo la puerta de salida y camino a grandes pasos por la cancha. Logro ver a un grupo de chicos caminando en dirección contraria a la mía, es decir, hacia los vestidores.

Los muchachos me miran confusos al notar de dónde vengo, algunos de ellos dicen cosas como « ¿de dónde salió? ¿Acaso estaba en los vestidores?» «Ojala siga teniendo mis cosas donde las deje pequeña husmeadora» «pero mira lo que el entrenador nos trajo» cosas irrelevantes y palabras burlonas, obviamente lo decían en italiano, pero que dejaba pasar por alto hasta que un chico dijo:

― ¿Esa no es la novia de Frank?

Y los demás comenzaron a dar sus comentarios ante el asunto:

―Sí, es ella

― ¿Pero que hace aquí?

― ¿Acaso lo estará engañando con alguno del equipo?

―No lo sé, pero ojala me busque, esta muñequita tiene cara de ser una buena zorra.

Bien, fueron suficientes insultos, demasiados golpes y la paciencia era poca.

Me detuve, giré sobre mis talones y caminé a paso apresurado hacia el chico moreno que dio ese último comentario, lo tomo por sorpresa al agarrarlo del hombro y luego abre mucho los ojos cuando mi puño se dirige en dirección a su boca. Sus dientes rozaron con mis nudillos, dejándolos colorados y con un poco de ardor. Besé mi puño, mirando con satisfacción su labio sangrando.

― ¡Estás loca! ―chilló el chico de tez moreno al que acabo de golpear.

Los demás arman un circulo a su alrededor, algunos se burlan de él al ser golpeado por una chica y otros simplemente me miran como si las palabras de su amigo me describieran a la perfección.

― ¡Andy! ―Me alarmé al escuchar la voz de Frank.

Ignoro a los miembros del equipo de futbol y retomo mi camino, pero al voltearme choqué con el pecho fornido de alguien, lo cual hace que caiga de culo al césped e oiga las risas burlonas de los demás.

¿Algún golpe más que deba recibir el día de hoy?

―Bianchi, ja, ¿Por qué no me sorprende? ―dice una potente voz a las alturas.

Miro desde unas deportivas, elevando mi mirada por unas piernas fornidas y bronceadas, unos short azules que cubren unos muslos, unos abdominales demasiado enmarcados bajo una camiseta apretada, hasta llegar a un rostro con quijada rectangular y con los ojos cubiertos por unos lentes de sol negros.

Suspiro y cierro fuertemente los ojos. Este es el inicio de un nuevo problema.

― Ya que le gusta golpear a mis muchachos, quiero que vaya a la oficina del director y le cuente como una chica puede golpear a un hombre sin problema. Será una gran boxeadora algún día, no dude de sus habilidades.

La voz del entrenador retumba ante el silencio que nos rodea, solo puedo escuchar los ecos del viento.

Un chico rubio se me acerca e intenta ayudarme a parar tendiéndome su mano. Pienso ignorar su ayuda pero la voz de Frank diciendo: no la toques. Me hace hacer lo contrario. Asique acepto la ayuda de aquel muchacho, acepto el papel que me tiende el entrenador para que se lo entregue al director y continuo con mi camino hacia el instituto. Sin mirar atrás, sin mirarlos a ellos. Y no me refiero al equipo de fútbol.

○○○

― ¡Se terminó Andrea, no quiero oír más excusas! tienes detención por dos semanas en la escuela y tres meses de castigo en casa ―sentenció Robert.

Es ridículo ¿Con que excusa le señalo a mi padre porque fue que golpee a aquel chico? Soy lo suficientemente mala para mentir como también soy lo suficientemente estúpida como para señalar a la verdadera culpable de mi reacción. Ivana, la misma que ahora se mantiene callada parada al lado de su madre, sin decir nada y sin mirar a nadie. Que decepción.

―Como digas Robert ―digo al fin. Ya no tengo ánimos de seguir discutiendo. Camino hacia las escaleras, pero me detengo antes de pisar el primer escalón, volviendo la mirada hacia mi familia ―. Solo tengo algo que decir antes de encerrarme en mi habitación para no volver a salir e verles las caras a una sarda de hipócritas. ―Robert me mira y gruñe, pero antes de que vuelva a regañarme me le adelanto diciendo: ― En una amistad ser leal no es una opción, es una prioridad. Y si nunca hubo lealtad, entones se desconoce la amistad.

Ivana al fin levanta la mirada, sus ojos marrones están llenos de lágrimas. Entonces me pregunto ¿Por qué finge sentirse dolida?

La ignoro, como a las miradas confusas de los demás, para por fin subir las escaleras, correr hacia mi cuarto y encerrarme allí.

Recuesto mi espalda en la madera y me dejo caer hasta que logro sentarme en el suelo, junto mis rodillas y las rodeo con mis brazos.

No estoy llorando, tampoco pretendo hacerlo, porque el que desconfíen de mí no me duele, en realidad, nada me duele. Me preocupan las burlas, que me tomen por tonta, por débil. La debilidad es un defecto, la fortaleza es una virtud y yo lo soy, soy fuerte, como Atenea. Soy una guerrera que no se deja derribar, y el no dejarse caer por la traición, la adversidad y el dolor es una batalla ganada.

La luz en mi habitación está apagada, así pienso mejor en la oscuridad. Con la sola iluminación de la luna nueva que se refleja en lo alto del cielo estrellado. Otra iluminación más: las estrellas.

Me apoyo sobre las palmas de mis manos y me impulso hacia arriba, llevo una pierna hacia adelante y con ella llevo el peso de mi cuerpo hasta volver a estar de pie.

Camino hacia mi ventana y apoyo los codos en la madera que sobre sale.

Observo con mayor determinación, más allá de los edificios, las luces de los faroles y la colorida iluminación de los semáforos. Ese mas allá se centra en una montaña que parece cercana, pero a la vez, es como una sombra dibujada en el lienzo azul con puntos blancos que le dan ese toque misterioso. Porque parece que está ahí, cerca, pero cuando te das cuenta, esta tan lejos que necesitas días, tiempo, sobre todo tiempo, para llegar.

¿Quién dice que todo está a la vuelta de la esquina? Para llegar a donde quieres tienes que estar muy seguro de que no se te hará imposible llegar a ese lugar que buscas, porque solo necesitas tiempo para encontrarlo. Parece fácil llegar cuando lo tienes a la vista, y puede que lo sea, lo difícil es saber que no es una sombra y sí lo que esperabas encontrar.

Las luces de la ciudad parecen luciérnagas artificiales iluminando un mundo de mediocridad, a comparación de las estrellas que ellas son las únicas testigos fieles que saben lo que en verdad pasa en el mundo, lo que oculta cada persona y lo que se esconde en esos rincones donde nadie busca.

Como me gustaría ser una estrella, ya saben, estar en altura y tener la facilidad de encontrar a quien he estado buscando por años, para así poder preguntarle ese ¿Por qué? ¿Por qué se fue? ¿Por qué me abandonó? Por qué... por qué.

Hay tantas cosas que me gustaría ser y hacer que me faltaran años para terminar de planearlos, así luego buscar otros años para llevar mis planes a cabo. Odio planear, me quita tiempo y me aburre. Entonces ¿Por qué no vivir el día a día, sin planes, tareas y obligaciones?

Eso mismo, debo comenzar a vivir el día a día. Quiero decirle adiós a las tareas obligatorias, a la familia que te señala como la oveja negra, a los amigos traicioneros y decirle hola al amanecer y a la persona que se refleja en el espejo: yo. Porque a partir de ahora seré yo.

Pero desde mi cuarto no puedo comenzar a ver ese amanecer que espera ver mi nuevo yo, debo planear mi pronta huida.

Bueno... eso no cuenta como algo planeado, sino como una tarea pendiente ¿no? Em.... no, eso cuenta como algo que debo hacer ahora mismo.

Entonces, sin mucho que pensar, agarro mi mochila, la vacío de libros y la lleno de ropa. Guardo en los cierres más pequeños mis documentos y un poco de dinero que llevaba ahorrando. Luego me coloco mi infaltable chaqueta azul, cruzo el cierre y por ultimo me sujeto la mochila entre los hombros.

Bien, ya estoy lista, ahora... ¿A dónde iré? ¿Por qué me preparo para irme si no tengo planeado mi destino?

Oh, cierto, había quedado de acuerdo con eso de no planear mis prontas pisadas pero... si llevo un mapa no es planear, sino guiarse en el camino. Asique un mapa no me viene mal.

Busco en internet el mapa de Italia para luego imprimirlo.

Hago una lista con las cosas que llevo y procuro no olvidar nada. Luego de una hora al fin me decido en fugarme. Dirigiéndome hacia la única salida en la que nadie pueda notar mi huida: la ventana.

―Esto es un suicidio ― me digo a mi misma, mirando desde la altura que hay entre mi ventana y el verdoso césped de mi jardín.

Cierro los ojos, trago en seco y me acerco a la misma, tanteando con las manos la base de madera, luego pasando un pie sobre ella y al fin sentarme en el marco.

Si mis cálculos no fallan hay una leve posibilidad que si caigo impulsando mis brazos hacia los arbustos estos amortiguarían mi caída y el golpe sería solo rasguños, pero si me equivoco en calcular la distancia, lo más probable es que me rompa una costilla, un brazo o muera.

Bien, saltemos.

―Uno ―comienzo el conteo, deslizándome adelante y atrás ―... dos... tres ― tras llegar a este número, tal como había pensado, impulso mis brazos hacia atrás y salto, cayendo sobre los arbustos.

Una caída triunfal y dolorosa. Al menos no he hecho tanto ruido.

Me levanto, sacudo las hojas de mi ropa con las manos y quito la mugre que se me ha quedado en el cabello, culpa de mi imprudencia.

Suspiro y busco las llaves de mi moto en mi bolsillo trasero. Corro hacia el garaje, el cual está a unos centímetros de la casa. Lo que me permite hacer todo el ruido que quiera, ya que, sin encender el motor, nadie notara que hay alguien entre las motos y la camioneta de Robert. Lo que sí sé es que sabrán que alguien ha salido o pensaran que uno de los vehículos fue robado porque el sonido del motor al ser encendido es inevitable. Pero para cuando ellos lo sepan yo ya estaré a una distancia favorable.

¿Por qué hago esto? Es decir, mi padre me ha impuesto un castigo de tres meses, como era de esperarse, pero ese no es motivo de huir. Creo que lo hago más para evitar una guerra física que por lo que los demás piensen. Creo que es por recuperar mi dignidad que por orgullo a perdonar, pese a que nadie me lo haya pedido. Creo que es porque siento que las personas huimos a los problemas antes de enfrentarlos. Esto no quiere que estoy cometiendo un acto de cobardía, sino que estoy tratando de no perjudicar a nadie. Por eso es mejor huir, desaparecer, por el bien de todos.

« ¿Acaso mi madre huyó por mi bien?» Zarandeo un poco la cabeza, tratando de olvidar esa pregunta que acabo de formularme mentalmente sin querer. Mi madre no es un tema que tenga que ver con mi decisión. Es diferente, es por mí, por nadie más.

En todo caso no estoy actuando como una cobarde, sino como una persona egoísta. Ella fue egoísta, yo lo herede de ella, no hay más que decir, ni que pensar. Sea acto de valentía, cobardía, egoísmo o temor, me voy y punto. Ya está decidido.

Sin más preámbulos me adentro al garaje, acercándome sigilosamente a mi moto, la cual esta tal cual la deje antes de llegar del instituto.

A continuación me acerco a la estantería llena de cajas, herramientas, entre otras cosas, para agarrar mi casco, colocármelo sobre mi cabeza y luego caminar hacia mi moto, montarla e encenderla.

Es culpa de Robert que yo tenga una loca obsesión por las motos, la velocidad y la adrenalina. Luke, un amigo de mi padre, era mecánico y las veces en que Robert y yo íbamos a visitarlo nos enseñaba algo de mecánica. Siempre me atrajo todo lo que tenía que ver con el funcionamiento de un vehículo: sus partes y su mantenimiento.

Luke me pagaba por hacer pruebas de sus refracciones, modificaciones y velocidades que les agregaba o reparaba un auto o motocicleta. De aquí proviene una parte de mis ahorros.

Ivana también tiene su moto, es buena conduciéndola, pero bueno, ese es otro tema.

Una vez escucho el rugir del motor me apresuro para salir antes de que me descubran. Se supone que ya debería estar saliendo del jardín de mi casa, pero una obstrucción, mejor dicho, un cuerpo frente a mí me lo impide.

―Apártate estoy apurada ―avisé impaciente.

Ivana, quien es la persona culpable por la cual hago todo esto, niega con la cabeza y se cruza de brazos. Su postura no es desafiante, más bien parece temerosa. Bah, que me importa.

―Te dije que te apartes, lárgate ―mandé, adoptando mi conocimiento hacia otro idioma.

La castaña vuelve a negarse, frunzo el ceño y me inclino hacia adelante, mi mano derecha mueve el manubrio del acelerador hacia atrás, el motor ruge con más fiereza.

― ¡Aléjate de mí, Ivana! ―Exclamé.

Tanto ser sigilosa por nada.

―No ―responde. La voz se le quiebra al gritar y unas cuantas lágrimas comienzan a bajar por su mejilla. ― Por favor Andy, no tomes decisiones precipitadas, hablemos ¿Si?

Rodé los ojos, por culpa de Robert es que su esposa e hijastras hablen fluido inglés como yo.

Estoy segura que la antigua yo hubiese apagado el motor, bajado de la moto y habría corrido hacia ella, para abrazarla y pedirle que deje de llorar. Pero mi nueva yo solo quiere que se aleje, el solo hecho de verla llorar me repugna, no le tengo pena, sino lastima.

¿Me habré convertido en una persona fría e insensible?

Si fuera así, se lo debo a ella.

― ¿¡Que está ocurriendo afuera!? ¡Julia llama a la policía! ―Me alarmé al escuchar a Robert.

― ¡Es Andy, Robert, está pensando marcharse a estas horas, debes detenerla!

«Diablos Ivana solo sabes hacer que mi nivel de odio hacia ti aumente cada vez más»

Antes de intentar asustarla en tirar la moto hacia ella, me doy cuenta del espacio que hay entre la lateral derecha del garaje y ella, si mantengo mi mirada firme hacia el frente y el equilibrio de la moto puedo pasar por esa abertura sin el más mínimo problema. Entonces, sin perder un segundo más de tiempo, suelto el freno y cumplo con mi destino, consigo salir de ese maldito garaje.

Los gritos de Ivana y de Robert dejan de hacerse audibles cuando me adentro a la calle, de allí acelero y me aseguro de no volver a decaer.

«Lo hice, escape. Lo saben, me vieron. ¿Qué pasará cuando me encuentren?»

No debería preocuparme ¿O sí? ¿Por qué siento que acabo de cometer un gravísimo error? ¿Y si me vuelvo?

No, es estúpido, soy estúpida al contradecirme. Ya está hecho, debo seguir con mi destino, sola, sin ellos. El problema es que solo tengo dieciséis años y que cruzar la frontera hacia otro país sería entregarme sola a las autoridades para que me lleven hacia Robert. Estoy segura que el castigo no será solo de tres meses, sino de años o, posiblemente, bajo otro techo: el de un convento.

De solo pensarlo me tiembla todo el cuerpo. Yo no debería estar en un monasterio, ni siquiera soy virgen.

Me detengo frente al semáforo en rojo. Apoyo mi pecho sobre el depósito de gasolina de la moto, cruzo los brazos sobre el tablero y apoyo mi frente en ellos. Observo el reloj que indica la cantidad de gasolina y comienzo a pasar la yema de mis dedos por las manijas. Si el volver el tiempo atrás sería tan fácil como retroceder las manecillas del reloj, si tuviera esa oportunidad de volver al pasado podría arreglar muchas cosas, además de corregir algunas para que no me afecten tanto en el presente.

Como por ejemplo: el haberle entregado mi cuerpo a Frank. Ahora sé que él no tenía ese derecho, yo lo quería, por eso fue que lo hice y dudo que lo vuelva a hacer. El saber que también tuvo posibles relaciones con mi hermanastras me hace revolver el estómago, me hace sentir sucia y usada.

No debí pensarlo así, ni tampoco presentirlo, porque en este momento siento el vómito subir por mi garganta.

Me inclino rápidamente hacia un lado y expulso todo lo que mi hígado requiera, lástima que lo que me afecta mentalmente no pueda expulsarlo por ningún lado, al menos que me de amnesia.

―Niña estúpida, muévete, nos obstruyes el camino ―toca bocina y gruñe un hombre a mis espaldas.

Este es mi país, con buena gente: comprensiva y agradable.

― ¡Spostare! (¡muévete!)

Una vez dejo de sentir ese malestar en mi estómago, vuelvo a mi postura, limpio mi boca e hago una mueca. Que desagradable. Enciendo el motor y acelero justo cuando el semáforo volvió a ponerse en rojo. Una sonrisa de oreja a oreja se extiende en mi rostro al escuchar las maldiciones de esos maleducados conductores, se lo tienen merecido por incomprensibles.

Antes de dirigirme a la carretera que me lleva rumbo a Roma, mi destino, paso por una calle estrecha que está llena de negocios y departamentos, algunos para alquilar, otros son turísticos.

Me detengo al ver un tumulto de gente armando un círculo en la entrada de un callejón entre medio de dos edificios, hay patrullas cortando la calle y una ambulancia estacionada frente a uno de los edificios.

No me preocupa lo que haya pasado, sino que a la policía se le ocurra pedir mi permiso. Un pequeñísimo detalle que arruinara mi intento de huir: yo... ¡No tengo carnet de conducir! Soy menor de edad, aun, ¿Por qué carajos no lo pensé?

Debí haber planeado mejor las cosas antes de ser tan impulsiva.

Creo que acabo de decir algo que me señala como una tonta, pero que no recuerdo.

En fin, volviendo a mi intento de que la policía no me descubra, aferro mis manos en el manubrio de la moto y con mis pies en el piso, impulso mi medio de transporte hacia atrás. No fue hasta que rose la patente delantera de una camioneta a mis espaldas que descubro el tráfico que se ha formado.

¿Y esto cuando paso?

Ahora tengo dos opciones: la primera sería seguir con mi marcha hacia delante e intentar pasar de ser percibida por los policías o acelerar, pasar por su lado y que todo esto se convierta en una persecución, me atrapen, vaya a la cárcel y luego llamen a mi padre. Sería como cruzarme con el mismísimo diablo.

Se me erizan los pelos de la nuca de solo pensarlo.

Bueno, si miro a mi alrededor, mi segunda opción sería...

― Mira papá ―dice el niño de una camioneta a mi lado. Al mirarlo noto que señala hacia donde están las personas curiosas que observan el accidente que hubo en el callejón ― ¿Vamos a ver qué ha ocurrido? ―pide.

El hombre que conduce la camioneta, seguramente su padre, mira desde el tumulto de gente hasta los policías y el lento tráfico que avanza bajo la señal del oficial de tránsito. El hombre suspira cansado y mira al niño, miro hacia otro lado antes de que note mi curiosidad en su conversación. Pero al menos sigo escuchándolos.

―Está bien Antonio, vamos a ver qué fue lo que paso. Al menos cuando se vaya la ambulancia el tráfico se regularizara y la policía se irá.

Creo que el papá de Antonio acaba de darme una buena idea y puede que sea parecida a la de ellos, solo que yo no me acercare a ese accidente por curiosa sino porque de él depende que no vaya a la cárcel.

Entonces me bajo de la moto, la tomo del manubrio y la empujo a mi par hacia la acera, luego busco la pata al lado del pedal, al encontrarla la bajo con el pie hacia el suelo y suelto el peso de la moto sobre ella dejándolo firme. Perfecto.

Por último me quito el casco y lo dejo sobre el asiento. Reacomodo la mochila sobre mis hombros y me dirijo hacia la ronda de personas.

Según los murmullos que alcance a escuchar fue que lo que pasó no ha sido un asalto, como pensé, pero tal parece ser que el gas del hotel fallo e hizo que una de las habitaciones estallara. Mi curiosidad se despertó. Me acerco más a unas mujeres que comentan lo que han visto y oído e trato de recrear mentalmente lo que capto. Bien, al parecer no hubo muertos, gracias a Dios, pero si un herido, el cual debe ser el que están atendiendo los paramédicos en este momento. Ahora la pregunta es: ¿Cómo fue que llego al callejón?

―Escuche como el chico pedía auxilio, me espante al oírlo, entonces me acerque a mi ventana y alcance a ver como el impacto de la explosión lo empujaba desde el barandal de la escalera de emergencia hasta el callejón. ¿Quién diría que un contenedor de basura le serviría para que su caída no fuera trágica? Es un milagro que ese chico este vivo.

Americanas ¿Cómo no lo supuse? Seguramente este hotel este lleno de turistas. Pero volviendo a mi pregunta anterior, creo que la anciana extranjera acaba de responderla.

―No sé si sobrevivirá ―continua la mujer a la que le hablaba la anciana de hace segundos. Parece ser su hija, lo sospecho por el parecido ―. Cuando baje para ver que ocurría logre ver al muchacho cubriéndose el rostro, habían hilos de sangre cayendo por su mejilla. Me aterre, más aun cuando escuche sus gritos de dolor.

Y que hiciste ¿Te quedase «aterrada» observándolo antes de ir e ayudarlo?

Me gustaría preguntárselo pero sería muy descarada al hacerlo.

Creo ya tener la suficiente información y los paramédicos que mueven una camilla hacia aquí son la clara señal de que debería prepararme para irme.

Hablando de eso ¿Dónde deje mi moto?

No sé en qué momento habré pasado por entre medio de tantas personas, ni mucho menos se cuando llegue a estar parada al lado de la ambulancia, pero lo que si se es que estoy en gravísimos problemas.

¿Por qué lo digo?

Contestaría a la pregunta si primero me alivio porque acabo de encontrar mi moto estacionada a unos cuantos metros, pero estaría mintiendo si digo que estoy aliviada por que dos personas uniformadas están paradas al lado de la moto. Uno de ellos mira la patente y anota algo en su libreta, el otro habla por radio, observa cada detalle de mi medio de transporte y luego vuelve a acercar la radio a su boca cuando habla.

Esto es malo, muy, muy malo. Gravísimo.

― Por favor abran paso, necesitamos que despejen el área para poder ingresar a la ambulancia ―dirijo mi mirada hacia aquella voz.

Los paramédicos extienden sus manos para poder pasar entre las personas, empujando la camilla que lleva sobre ella al herido. Claramente es un chico, no lo dudo, su camisa manchada y las rasgaduras en sus abdominales y parte de su pecho lo especifican.

No puedo ver su rostro porque una venda cubre desde su cabello hasta su tabique. Ojala no tenga nada grave.

¿Por qué me preocupo por él? Debería preocuparme por mí y porque no me descubran e intenten llevar a casa para enfrentarme a Robert y su furia. Seguramente ya haya puesto la denuncia y por ello es que esos policías se la daban de curiosos en mi moto.

¿Ahora qué carajos hago?

Ojala tuviese la inteligencia de Atenea para saber cuál será mi siguiente golpe.

― ¡Auch!, tenga cuidado ―me quejo cuando uno de los paramédicos me golpea con una de las puertas de la ambulancia.

La culpa fue mia por distraída.

― Disculpe señorita ―se disculpó el paramédico.

Hago una mueca y asiento.

Los otros paramédicos me piden permiso para subir al muchacho, mientras que el que me golpeo, sin querer, se sube al asiento del conductor.

― Señorita―percibo la mano de uno de ellos sobre mi hombro, lo miro enarcando una ceja ― ¿Usted es pariente del joven? ―Inquirió amablemente.

Arrugo la frente en signo de confusión. ¿Por qué lo creería?

Miro mi lugar, luego el interior de la ambulancia y al chico herido que está siendo asistido por uno de los enfermeros. Luego guio mi mirada hacia mi moto y a los policías que parecen esperar al dueño o buscándolo. Ósea yo.

Paso saliva por mi atascada garganta. Estoy jodida.

Entonces, una alocada idea pasa por mi cabeza.

― ¿Signorina?

―Si ―respondo sin pensarlo dos veces ―. Soy su novia ―mentí.

El paramédico parece creerse mi mentira porque asiente y me ayuda a subir. Una vez me ubico en el banquillo a un lado de la camilla. Me sudan las manos y no puedo concentrarme. Estoy muy nerviosa. Si me atrapan estoy perdida.

― ¿Quién eres tú? ―Cuestionó el enfermero sentado del otro lado de la camilla, hablándome en inglés.

―Soy... ―miro al muchacho inconsciente e hago una mueca ―. Soy su novia.

Increíblemente mis ojos se empañan. Acaricio intrépidamente las mejillas del chico herido y me inclino hacia su rostro.

―Estarás bien... cariño. Lo prometo ―y depósito un beso sobre sus resecos labios.

Dios y todos los santos ¡¿Que locura estoy cometiendo?!

―Bien, Leonardo cierra la puerta, es momento de irnos ―dio la orden el enfermero.

Separé mis labios de la boca del desconocido y apoyé mi frente en la venda que cubre su cabeza e ojos.

―Lo siento ―musité.

Ahora no solo estoy en problemas, sino que acabode incrementar los límites del peligro. Estoy en conflictos y no hay nada quese me ocurra para salir de este apuro.    

Capítulo dos: el primero en caer pierde

Los paramédicos trotan a paso rápido impulsando la camilla hacia el hospital. Los sigo, pero cada vez bajo más la velocidad. Hasta que mis piernas se detienen por completo, muevo un pie hacia atrás y pienso en volver por donde vine.

Acaricio mis labios y niego con la cabeza. No puedo creer lo que tuve que hacer por zafar de una vergonzosa situación.

Primero doy pasos lentos, luego comienza la carrera. El aire frio de la noche azota mi rostro al cruzar la puerta corrediza de la guardia.

Lo hice, acabo de abandonar al muchacho inconsciente al que besé para salvarme el pellejo. Soy una porquería de persona. Debería al menos fingir preocupación por él, pero heme aquí, huyendo de otro de mis arrebatados impulsos.

Reconocí el estacionamiento del hospital, no hay nadie, es de noche, perdí mi moto, aún conservo mi mochila, pero he perdido mi orgullo, mi dignidad esta por los suelos y mi intento de huir parece ser la idea más absurda que pude haber tenido. Oh, casi lo olvido: tuve que besar a un desconocido para salvar mi propio pellejo. ¿Algo más tiene que pasarme?

Tras formularme esa pregunta miro al cielo, al menos no he convocado al Dios lluvia para que no se desate una tormenta sobre mí.

Resoplé ¿Qué haré ahora? Creo que mientras camino por las solitarias y angostas calles de Venecia podría ir pensando a dónde ir. Ya que debo cambiar mi rumbo hacia otra parte, porque el llegar a Roma requiere de mucho más que dinero, a menos que espere hasta la mañana en que la terminal de autobuses abra sus puertas.

Mientras tanto ¿Qué hare?

Si no me hubiese escapado de mi casa en este momento no estaría pensando hacia dónde ir, sino traspasando por el quinto sueño mientras Billy, mi oso, me protege de mis pesadillas.

Dejo de pensar en los pros y en los contras de mi arrebatada decisión, más en los contras, cuando escucho música electrónica a lo lejos. Elevo la mirada y noto que estoy cerca de un bar al que solíamos concurrir con Ivana y nuestras amigas.

Ahora que lo pienso: ¿Quiénes siempre fueron mis amigos? ¿Cuál es el verdadero significado de la amistad? Creo que nunca lo sabré, porque son muy pocas las personas que pueden enseñarte la respuesta, por lo tanto esa pregunta quedará en el aire por mucho tiempo.

Agarro las correas de mi mochila y las reacomodo en mi hombro, respiro hondo y me decido en seguir con mi camino hacia el bar. A ver si me encuentro con algún conocido que me dé una mano y si no una zancadilla. ¿Sería un poco exagerado de mi parte el pensar que espero más lo segundo?

Al llegar y, como los de seguridad ya me conocen, entro al bar sin problema alguno.

La estruendosa música eléctrica, las luces de colores y el olor a tabaco y alcohol no tardan de colarse en todos mis sentidos. Toso un poco del humo proveniente del cigarrillo de una chica a mi lado, por su risa y mis pulmones ahogados no es necesario que describa lo que estaba fumando.

Me alejo de esa zona tóxica y me acerco a la barra. A los segundos me encuentro sentada en uno de los taburetes y con un vaso de cerveza en la mano.

Odio la cerveza, pero es alcohol ¿Y qué mejor que el alcohol para borrar las penas?

― ¿Andy? ―Dice una voz chillona a mis espaldas.

Rodé los ojos al reconocerla y dejé mi bebida sobre la barra de madera. Luego dibujo una exagerada y falsa sonrisa antes de encararla.

― ¡Ashley! ―fingí sorpresa ―. Es agradable encontrarte aquí ―mentí descaradamente ― ¿Cómo has estado?

―Bien, emm... ya que te encuentro aquí... Me gustaría invitarte a una de esas carreras clandestinas que organizan unas calles más abajo del canal ―propone ―. Es intrépido y peligroso ¿No te encanta?

Salta y aplaude con divina alegría.

¿Ser espectadora de uno de los deportes que más amo en el mundo? ¿Qué debería contestar a eso?

― ¿Queda muy lejos?

○○○

―Espera Andy, solo déjame explicarte.

―Piérdete tú y tu explicación Ivana, ya déjame en paz.

Si hubiese sabido que Ashley, más amiga de Ivana que mia, estaría al tanto de mi desaparición y que eso de las carreras sería una trampa para volverme a cruzar con mi ex mejor amiga y mi ex novio, justamente las dos personas que me moría de ver en el infierno, no hubiese sido tan estúpida de aceptar su invitación.

―Andy relájate, todo esto tiene...

Frank estaba por hablar pero el griterío, silbidos y aplausos de las personas que no se han percatado de nuestra discusión, ya que Ashley en verdad me trajo a una carrera, la trampa llego después, se lo impidieron.

― ¡¿Quién se apunta a correr contra el gran Oliver?! ― Gritó uno de los corredores, el que viene ganándole a los demás hace horas.

Entonces, sin pensarlo y para sacarme al dúo engaño de encima, grito:

― ¡Yo!

―Tú no vas ― se interpone Frank, tomándome del brazo.

Ivana llega a nuestro lado y lo mira nerviosa, sus ojos siguen llorosos, pero no la he visto soltar ni una sola lágrima.

― ¿Y tú quién te crees, mi dueño? No seas imbécil y suéltame ―bramé.

―No, pero soy tu novio y no seguiré aguantando las estupideces que haces y dices ―escupe cada palabra ―. Deja de comportarte como una niña, haznos caso y vámonos de una vez. Tu padre está a unos segundos de hacer erupción.

Espero a que la siguiente carrera comience y que los espectadores se alejen con sus gritos siguiendo a los corredores. Luego respondo:

―No seas hipócrita Frank ― espeté, zafándome de su agarre y dando unos pasos hacia atrás ―. Lo que tú y yo tuvimos no fue amor, sino decepción. Pero eso se terminó. Además ¿Qué te hace creer que justamente me iré con ustedes? Par de incrédulos.

Me volteo e intento seguir con mi camino, pero esta vez es otra persona quien me detiene y no de un manotazo, sino con palabras:

―Está bien Andy, lo haremos a tu modo ―indicó Ivana ―. Te propongo algo, tú y yo en las pistas de carrera, ahora. Si tú ganas harás lo que quieras y nadie se interpondrá, además de que no volveremos a acercarnos a ti si así lo deseas.

―Ivi ¿Qué haces? ―Cuestionó Frank.

La miré interesada. Cruzándome de brazos.

― ¿Qué dices Andy? ¿Aceptas la jugada? ―Preguntó Ivana, ignorando la antigua pregunta desconcertada de Frank.

La verdad es que no es mala idea. Lo malo es que no creo en ella, ya no más. Pero aún le falta algo a esta apuesta.

― ¿Y qué pasa si yo gano? ―Inquirí. Suponiendo que aceptaría, siempre y cuando la apuesta me sea favorable ―. Porque dudo que en el caso que pierda no pase nada. ¿Cuál sería tu ganancia?

―La verdad es que no gano nada, a menos que aceptes mi propuesta: si yo gano tú te irás con nosotros, sin chistar ―aclaró ―. Y escucharas lo que tengo que decirte.

Si no me creería con la capacidad de ganarle, porque tengo más experiencias con las motos que ella, no aceptaría la apuesta. Sinceramente no quiero escuchar su explicación cuando a un engaño no hay nada que lo justifique, porque no piensas en lo que estás haciendo y el mal que tus actos pueden provocarles a otros, sino que piensas en ti y en lo que te importa. Es por eso que un engaño es un daño difícil de curar, aun cuando son dos personas las que creíste querer que te traicionan a tus espaldas. Recibes la apuñalada, pero no la sientes tan profunda hasta que vez el puñal.

―Quisiera aceptar, pero hay un problema.

― ¿Cuál?

―Perdí mi moto ―murmuré.

De solo recordarlo me dan ganas de llorar.

Ivana resguarda un chillido, aclara su garganta y continua, con una postura equilibrada:

―Eso no importa, Frank te prestara la suya y yo lo hare en la mia.

Miré atrás de Ashley, hay dos motos estacionadas a sus espaldas, son de ellos. Vuelvo a enfocar mi vista en Ivana.

Ojala haya barro podrido para poder lanzar la moto de mi ex allí. Sé cuánto le duele que una persona, que no sea él, maneje su preciada Ducati.

― ¿¡Que!? ―Exclamó justamente la persona que pensaba.

―Cállate Frank ―le ordena Ivana.

Lo que me sorprende es que él la haya obedecido y a mí siempre me discutía cuando le pedía que cierre la boca, sin embargo, a mí nunca me miró con temor. Más que temor parece ser preocupación por lo que quiere hacer. O eso creo.

¿Qué pasa entre ellos? Algo ocultan, pero no se me ocurre que puede llegar a ser.

Ivana le lanza una mirada ladina a Frank, alza la palma de su mano y flexiona y extiende sus dedos una y otra vez. Frank suspira cansado, mete la mano en su bolsillo y deja a la vista una llave, se la deja en la mano a Ivana, esta sonríe y me la lanza. La agarro al instante.

― ¿Y Andy? Ahora no tienes excusa ―aseveró Ivana, señalando la llave de la moto de Frank estando en mi poder ― ¿Aceptas o no? El tiempo es corto y las carreras no duran todo el día.

Esta es la Ivana que conozco: prepotente, seria y tajante, no esa absurda replica llorona y suplicante que era hace un momento.

Apreté el objeto en mi mano y dibujé una sonrisa ladina, para luego decir:

―Que comience la carrera.

― Bien chicas ¿Están preparadas? ― Inquirió una chica parada frente a nosotras. Viste ropa ligera y lleva dos banderines en sus manos.

Me coloco el casco de Frank, tratando de no marearme por su asqueroso olor. Debí haber pedido alguno prestado, pero ya que, luego de esto no volveré a saber más nada de él ni de Ivana, esa es la apuesta y el triunfo ya lo tengo asegurado.

Asiento con la cabeza ante la pregunta de la chica. Dirijo mi vista a Ivana, la cual hace lo mismo. Cuando voltea su cabeza en mi dirección yo tengo mi mirada centrada hacia el frente.

Hago rugir el motor.

Los silbidos y gritos de los aficionados de las carreras retumban a nuestro alrededor. Ashley, su novio, el cual llego hace segundos, y Frank están ubicados al lado de Ivana, mientras que yo tengo al gran Oliver apoyándome.

― ¡Sí! ¡Tú puedes preciosa! ― Silbó y exclamó Oliver con euforia. Lo miré y le guiñé un ojo. Él posa una mano en su pecho y hace una expresión de ternura ―. Tu mirada me llego al corazón, creo que te amo.

Negué divertida y volví a concentrarme en la carrera. Nunca faltan los mujeriegos al asecho en estos lugares.

―Bene ―vuelve a hablar la chica con las banderas de cuadros negros y blancos ―. Arranquen sus motores... Preparadas... ―levanta las banderas sobre su cabeza y por ultimo grita: ― ¡già! (¡Ya!)

Mi corazón se detuvo ante la tensión del silencio, pareciera que los banderines bajaran en cámara lenta. No es hasta que escucho la orden de la chica que mi mano gira el acelerador y mi corazón vuelve a reaccionar.

Escucho solo el rugir del motor de las motos, los gritos y silbidos de los espectadores quedaron atrás.

Si mal no recuerdo debo continuar en dirección paralela a las dos calles que separan la laguna de Venecia, llegar a la carretera, rodear la rotonda que separa las distintas calles para llegar a diferentes lugares, dirigirme a la que lleva hacia el mar Adriático y volver. Pan comido.

Lo mejor de todo esto es que le llevo una gran ventaja a Ivana. No sé porque quería hacer esto si estaba al tanto de que perdería, no es por creída que lo afirmo, sino porque ella ha aprendido hace un mes a conducir su moto, en cambio, yo he adquirido ese conocimiento desde los trece años. La ventaja de tener como niñera a un mecánico.

Veo la rotonda a lo lejos, gracias a la ayuda de los faroles nocturnos. Lo rodeo y busco la calle que me llevara rumbo al mar. Encuentro el nombre de: mar Adriático, con una flecha indicando hacia la derecha, me dirijo hacia allí. Al tirar la moto hacia esa dirección escucho el ruido de chispas.

No me agradó ese sonido. «Detente», pretendo obedecer a mi conciencia. No obstante cuando presiono los frenos con mis manos, las manijas están tan suaves que parecen colgadas.

Me alarmo, me asusto y me atraganto con mi nerviosismo. Entonces, ante mi desesperación y, sintiendo el sudor mojando mi frente bajo el casco, suelto el acelerador, pero el reloj está al límite de velocidad.

Los latidos de mi corazón llegan a mis oídos, de manera que no necesito de un estetoscopio para escucharlos.

― ¡Andrea, cuidado! ―Escucho que me advierten.

Alcé la vista hacia el frente y los faroles de una camioneta me encandilan. Mis ojos azules están excedidos de abertura y mi boca lanza un chillido sorprendido.

Quiero gritar, pero no puedo, quiero llorar, tampoco, quiero volver el tiempo atrás y prevenirme antes de aceptar hacer tal cosa: nunca podre.

Comprendí que no tengo otra salida y me limito a cerrar los ojos a la espera del impacto. Sin embargo algo golpea el tanque de la gasolina de la moto que conduzco y me hace perder el equilibrio e ir en dirección hacia unos árboles.

Levanto los parpados con expresión sorprendida. Me apresuro en esquivar los árboles, escucho un estruendoso ruido a mis espaldas, la rueda delantera resbala con el barro de la tierra y me hace caer de costado, llevándome así hasta que la misma rueda se topa con un tronco de madera, justo antes de que llegue a un charco con agua.

Los pulmones me otorgan muy poco oxígeno, el corazón amenaza con salirme por la garganta, mis oídos han un pitido que me llega a la cabeza y mi costado izquierdo me arde como el infierno. Mi pierna, la que tengo debajo de la moto, no la siento.

Las lágrimas de temor me resbalan por las mejillas, el dolor que siento ante ese peso lleno de metal que hay sobre mi pierna me está desesperando.

Lloro de dolor, lloro de impaciencia, de desesperación, pero mi mar de lágrimas y desesperanza se extienden más porque sé que la culpable de esto fui yo. Soy la única culpable de mi sufrir.

Quise ser la primera en llegar, pero termine siendo la primera en caer.

Las fuerzas se me hacen escasas, dejo caer mi cabeza y olvido mi intento de salir de ahí. Los parpados comienzan a pesarme, giro mi cabeza cansada y mareada hacia la carretera, hay muchas luces, pedazos de metal y cristales rotos en el asfalto, pero lo que más me angustió fue ese líquido rojo que sale debajo de... un cuerpo.

―I-Ivi ―balbuceé con la voz rasposa, pues no dejé de gritar de desesperación durante el desvío.

Acabo de terminar con lo último de mis fuerzas. Las luces se van apagando de a poco y el dolor y el ardor quedan en el olvido.

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