La hora del té antes de ir a dormir, era un momento muy preciado para la señorita Celeste, quien preparaba personalmente aquella mezcla para tener un agradable sueño. Por lo normal no pasaba esta pequeña velada sola, ya que su sirvienta personal le acompañaba la mayoría de las veces. Aquella noche era diferente, no solo la noche si lo pensara bien, la sirvienta había estado ausente en la mansión por todo el día, aún Celeste esperó por ella pacientemente, no podía hacer nada más de todas formas.
–Si tan solo estuviera en la capital... podría acudir al teatro a ver algunas de las obras nocturnas– Pensó Celeste mientras se llevaba su copa de té a los labios, estaba algo tibio debido al tiempo que había esperado. –Pero me encuentro atrapada en esta villa con una sirvienta totalmente inútil...
Como si llamara al demonio, la puerta de la habitación se abrió lentamente, dejando ver a la figura de una chica envuelta en un pijama de seda muy parecido al de Celeste. Sin prestarle mucha atención a la mirada agobiante de su ama, la sirvienta se sentó en el borde de la cama como si fuera suya.
–¿Llegamos al punto en que te desquitas conmigo hablando a mis espaldas? No recuerdo haberte educado para que hables así.– Dijo la recién llegada, mirando a Celeste con una expresión totalmente sería. La chica por otro lado continuó bebiendo de su taza de té sin hacer contacto con ella.
–No recuerdo que me enseñaras algo, Lene. Apenas haces el trabajo por el cual mi padre te contrató.
Lene, quien recién llegaba, se encogió de hombros mientras quitaba su expresión seria a una más indiferente. –Recuerdo haberte enseñado varias cosas, pero al parecer las has olvidado casualmente. Tan poco es que importe, siempre puedo volver a enseñártelas.
A las últimas palabras, Celeste por primera vez en el día le dirigió la mirada a Lene. El ángulo de sus cejas dejaba dicho lo molesta que estaba claramente. Pensó llevarse la taza a sus labios, pero se percató que ya estaba vacía. –Llegas tarde, apenas queda té... Eso no importa ¿Dónde estuviste todo el día? Desde la mañana desapareciste, las demás sirvientas estaban ocupas limpiando la casa por lo que tuve que apañármelas sola...
–Me disculpo por aquello, mi hermosa dama.– Lene se levantó de la cama realizando una leve inclinación con su brazo por delante, como hacían los nobles frente a otro. –Esta sirvienta inútil suya tuvo mucho trabajo que hacer. Podría perdonarme.
–No estamos en una obra de teatro para que dramatices...
–Si mi señora quiere el teatro citadino, haré todo lo posible para traérselo hasta sus pies– Esta vez Lene sonrió, encantada de ver la expresión molesta de su ama, pero de cierta manera reflejaban que ninguna de sus palabras eran mentiras.
–Entonces escuchaste todo desde el inicio, pudiste entrar y tomar una taza conmigo cuando el té aún estaba caliente– Celeste se levantó del asiento para acercarse hasta su sirvienta, quien aún permanecía inclinada.–Te perdono, pero debes contarme sobre el trabajo que tuviste hoy.
Celeste posó suavemente sus manos en las mejillas de Lene, levantando su rostro para poder mirarla fijamente. Sabía lo buena que era su sirvienta esquivando preguntas que no quería responder y desviando los temas a su favor. Por otra parte Lene no apartó la mirada de su ama, ya que de ninguna manera quería mentirle.
–Tuve que matar a un hombre...– Finalmente dijo luego de varios segundos de silencio, los cuales parecieron una eternidad para ambas. La expresión de Celeste no cambió, simplemente se quedó mirando a su sirvienta mientras pensaba.
–¿Fue por mi padre nuevamente?– Celeste no estaba sorprendida de la respuesta de su sirvienta, de hecho, sabía que cuando se ausentaba de esa manera era debido a asuntos de carácter ilegal. Después de todo, Lene no solo trabajaba como la sirvienta personal de ella.
–Por mucho que me gustaría decir que sí, esta vez no fue debido a su padre. No me gustó la manera en que te trató ese muchacho en la academia...– Lene bajo su rostro para evitar la mirada de Celeste al dar su respuesta, sabía lo monstruosa que podía ser y que ella estaba al tanto de la situación, pero aun así no quería ser odiada por su ama. –Sé que me lo prohibiste la última vez, pero no puedo dejarlo pasar. Aceptaré el castigo que desees ponerme.
Celeste dejo a su sirvienta para sentarse en el borde de su cama. No era la primera vez que esto pasaba, tampoco la segunda, sabía que junto a ella se encontraba una asesina a sangre fría que no dudaba siquiera en matar a nobles. La razón por la que pidió a su padre, el Duque de las Tierras Ponientes, que le dejara mudarse a una de las villas secundarias era debido a su sirvienta. Después de todo, no podía separarse de ella, sus destinos estaban unidos desde el primer día que se conocieron.
–¿Desde cuándo eres castigada por mí? ¿O es que acaso has desarrollado algún gusto excéntrico en mi ausencia? Es tarde y quiero dormir, por eso te estaba esperando.
Lene levantó su mirada, la expresión de angustia finalmente había abandonado su rostro. Se acercó a la cama en un rápido movimiento, deslizándose entre las sabanas junto a su ama. –No me importaría ser castigada por ti–
–Siempre te pones rara cuando regresas a casa tarde. Duérmete, debes estar cansada y espero que mañana no esté sola en la cama.
–No, no lo estarás... pero estoy agotada...
Con estas palabras Lene quedó dormida, el día de hoy le había pasado factura. Celeste al igual que su sirvienta cerró los ojos, lo que verdaderamente necesitaba para dormir no era el té nocturno. Era aquella sirvienta de la cual estaba enamorada desde el primer día que la vio entrar en la mansión.
El sol resplandecía en el zenit, proyectando su luz sobre las nevadas tierras de Buenaventura, una de las regiones más apartadas del reino. Los inviernos en esta región no eran tan inclementes como los que azotaban el norte, aun así, la mayoría de las personas preferían quedarse en su hogar o en la taberna más cercana. La excepción era una figura encapucha, con un ropaje que ocultaba su cuerpo por completo, quien se desplazaba entre la nieve por sus propias piernas. Sin quejarse por el frío que traspasaba sus botas de cuero o su grueso traje de cazador, continuó su camino a lo largo del bosque, cada vez aventurándose más profundo en él. Luego de varios minutos finalmente llegó a una especie de caseta abandonada, la madera estaba totalmente desgastada con las paredes rotas, demostrando que no servía como refugio contra el frío. Aún así, la figura entró, sin reparar sobre ningún elemento, caminando hasta una trampilla que se encontraba en el suelo por debajo de varios tablones de madera. La trampilla daba acceso a unas superficies rocosas que formaban una especie de escalera natural.
Una vez descendió hasta el subsuelo, la figura se retira la capucha mostrando a una joven de piel pálida y cabellos negros profundos. Lene se encontraba en el interior de una caverna sumida en total oscuridad, a tientas movió su mano sobre la pared hasta toparse con un trozo de madera. –Supongo que este es uno de los pocos lugares donde puedo utilizar mis habilidades libremente– Murmuró en voz baja para que luego sus manos dejaran escapar una pequeña ascua, encendiendo el trozo de madera. Lene tomó la antorcha temporal y se adentró por un sendero en la caverna, hacía un par de meses ya que la chica no regresaba a este lugar, tampoco es que le gustara hacerlo, pero un deber era un deber. Al final del túnel se pudo ver una luz irradiada por varias velas dispuestas alrededor de un altar.
Lene entró en el santuario para detenerse a pocos pasos del altar, metió sus manos en su bolso para sacar un cráneo blanquecino, el cual colocó. –Con esta ofrenda espero la presencia de un mensajero oculto en las tinieblas– Murmuró a la par que se alejaba a pasos cortos del altar. Hasta que fue detenida por una mano apoyada sobre su espalda.
–¿Qué busca la hija del hombre en este lugar? – Una aguda voz resonó detrás de ella, la sensación sobre su espalda se tornaba fría y penetraba dentro de suyo, ignorando por completo la ropa.
–Vengo a dejar una noticia para tu señor, aunque esperaba encontrar al anterior mensajero.
Con estas palabras la sensación sobre su espalda desapareció de golpe, emergiendo la figura de un hombre frente a ella. Su piel era escamosa y carecía de pelo, pareciendo más un réptil con la fisionomía de un hombre. Los viscosos ojos del sujeto se detuvieron sobre Lene, quien aguardaba en silencio la respuesta de la criatura. –Así que eres Yvalnia, esperé mucho por ti.
–Ese nombre ya no existe, así que no lo uses. Vengo cada dos meses a enviar los reportes así que ya sabes cuando esperarme.
El réptil se acercó más a Lene, un siseo escapaba de su boca con cada paso que daba. –Estar entre humanos te ha vuelto arrogante… podría quebrarte en cualquier momento.
–Parece que ya no saben seleccionar a mensajero, los requisitos deben haber caído– Lene se quedó mirando al réptil con total decepción en su rostro. La mayoría de los seres invocados por este método eran bastante molestos y más cuando trataban con humanos. Harta de tener que tratar con alguien así, sacó un pergamino envuelto y sellado. –Toma y lárgate, tu amo espera estas noticias, no le hagas perder más tiempo, a él y a mí.
Entregándole el pergamino se dio media vuelta para marcharse de la caverna, pero la sensación de frialdad volvió a acudir sobre su espalda nada más dar pocos pasos. –¿Quién te crees que eres? Me sería tan fácil romperte el cuello y darte como ofrenda…
–Te invito a tratar de hacerlo– Lene giró sobre sus talones, chasqueando sus dedos provocando que la habitación entera se llenara de ascuas que revoloteaban en el aire. –No serás el primer Assir que envíe de regreso en un ataúd.
El réptil retrocedió al ver aquellas ascuas, si bien no era una gran magia, al ser invocado se encontraba en un estado debilitado por lo que tener un enfrentamiento contra una maga en aquella cueva podía lastimarlo seriamente. En silencio regresó sobre sus pasos pasos, hasta que finalmente se desvaneció en el aire; sobre el altar el cráneo que fue puesto como ofrenda se convirtió en polvo. Lene se limitó a sacudir su mano, deshaciendo toda magia del lugar para marcharse.
Al regresar a la villa pasó primero por los establos, desde allí podía acceder a su habitación personal trepando por los tejados sin ser vista. Cuando salía a escondidas a menudo utilizaba esta ruta ya que los guardias pocas veces transitaban esa parte de día. Una vez dentro, tomó un baño rápidamente para deshacerse de los olores y se cambió a la habitual ropa de sirvienta para acudir al estudio de la señorita Cecilia. En sus manos llevaba la copia de un libro llamado “Enciclopedia del Valle de las Tormentas”, había salido de la mansión con la excusa de recoger aquel tomo para su ama. La realidad era que el encargo de aquel libro había llegado hace tiempo, pero Lene lo ocultó para usarlo como excusa en un momento dado.
–Regresaste rápido, pensé que te tomaría un par de horas más regresar de la ciudad– Detrás del escritorio se encontraba Cecilia revisando los documentos del presupuesto de la mansión, al ver que era su sirvienta quien llegaba puso de lado los documentos para saludarla.
–Había poco que ver en ciudad hoy, así que decidí regresar lo más rápido para traerte el encargo.
–Me alegro que lo hicieras, hoy llegó la noticia de la muerte de Ricardo de Leones, hijo menor del Barón de Leones…pero claro, tú ya sabes sobre eso. Debemos acudir al funeral que se realizará mañana al terminar los ritos fúnebres.
–¿Es necesario ir? – Lene frunció el entrecejo, odiaba a muerte a aquel muchacho que había acosado a Celeste en las clases prácticas de la Academia. Por lo general sería imposible para un Barón molestar a la hija del duque, sin embargo, la excepción era dentro de la academia donde las personas con habilidad podían aplastar a quienes no tuvieran.
–Gracias a mi encantadora criminal, sí, lo es. Sería impensable que la hija del duque y compañera de clases no acudiera.
–Tener que ver la cara de la familia de aquel cerdito me pone la piel de gallina…
Celeste arqueó una ceja a la respuesta de su sirvienta, la razón por la que su padre confiaba tanto en Lene era debido a sus habilidades y lo inescrupulosa que era para llevar a cabo sus tareas, permitiéndole ciertas libertades que formaban parte de su naturaleza retorcida. Por ello, pensar que habría algo que le pusiera la piel de gallina a su sirvienta era impensable. –¿Me gustaría saber por qué no me molesta tu actitud? La frialdad y la indiferencia con que mandas a las personas a su tumba; luego regresas a mi buscando amor…en vez de molestarme solo me causa…
Celeste se quedó en silencio por unos segundos buscando la palabra correcta, sabía cuál era, pero se negaba a aceptarla. Se negaba a aceptar que era igual de retorcida que su sirvienta, y que, encajaba a la perfección para lo que su padre quería emplearla. Después de todo, la maldad solo atrae maldad. Los cálidos brazos de Lene sacaron a Celeste de vagar por sus pensamientos, devolviéndola al mundo real. –Porque soy la mano que obra tus deberes y la espada que rasga a tus enemigos. Si tan solo me permitieras enseñarte no tardarías en acostumbrarte a la vida que te espera.
–Un noble defiende a los suyos. Protege sus tierras y representa la justicia sobre ellas. Eso fue lo que me enseñaron de niña…pero mi padre me pide que mis manos se tiñan de sangre por esa nobleza; y mi amante, que me deje llevar por mi naturaleza hasta confeccionar un jardín de huesos– Entonces guardó silencio mientras dejaba que Lene la envolviera entre sus brazos, solo quería escuchar el silencio junto a ella por ahora.
–Pequeños, verdes y escurridizos. Una abominación que encarna el mal en su estado más puro…y ¿me dices que tenemos una plaga de trasgos en Buenaventura? – Apoyada en la ventana de su carruaje, con un rostro pálido que parecía haber perdido medio litro de sangre, Celeste le preguntaba al capitán de una patrulla de soldados. Hasta el momento no le había llegado la notificación de que la región estuviese afrontando una plaga de aquellas criaturas, y desconocer esto la ponía de mal humor.
Hace un par de horas Celeste, acompañada de su sirvienta Lene, habían abandonado la villa en un carruaje rumbo al oeste. El objetivo era la Ensenada de las Almas, sitio mortuorio del reino. El lugar se encontraba en en la costa sur del reino; pero antes de abandonar la región de Buenaventura fueron detenidos por una patrulla del ejército.
–Mi señora, no se preocupe. Se ha desplegado parte del ejército para eliminar a las alimañas, pero no podíamos dejar ir a la hija del Duque sin un mínimo de protección de nuestra parte– El capitán antes de interceptarlos se había fijado que no viajaba ningún caballero con ellas, solo algunos sirvientes que portaban armas.
–Si prescindir de su generosa ayuda significa tener esas criaturas fuera de mi vista de manera más rápida, me gustaría que apoyara a la fuerza punitiva. Vamos a ensenada y los trasgos no se acercan a las zonas costeras.
–Aun así, que hombre podría dejar a una noble dama vagar sin al menos un guardia. El ejército purgará a esas criaturas pronto, este o no yo.
El capitán tenía un gran deseo de escoltar el carruaje hacia su destino, Celeste conocía las razones detrás de tanta insistencia. El capitán llevaba los colores de las tropas del Duque de las Tierras Ponientes, su padre. Si fuera parte del ejército real se podría entender como un acto de caballerosidad, pero era una manera de obtener el reconocimiento del propio Duque. A Celeste le molestaba que la utilizaran de esta forma, bastante tenía con que lo hicieran su padre y su amante, para que un simple oficial quisiera ganar favores a costa suya. Aún dado su estado de ánimo, estaba el peligro de realmente encontrarse con una banda de trasgos. Debido a que se dirigían a un entierro no le había dicho a Lene que cargara con sus armas, pero conociéndola debía llevar alguna oculta; tampoco quería poner en riesgo la vida de sus sirvientes que malamente sostenían el arma con equilibrio.
–Entonces aceptaré vuestra compañía– Con estas palabras cerró las ventanas del carruaje y se acomodó en su asiento con los labios fruncidos. El sonido del látigo y una leve sacudida anunció que se encontraba nuevamente en movimiento.
–Si haces eso te saldrán arrugas en las comisuras– Pronunció Lene quien se había mantenido en silencio hasta el momento, sentándose junto a su ama. –No sé por qué le das tantas vueltas a los trasgos, no son un gran problema.
–Cuando se vive tras una muralla, no, no lo son. Pero la villa no tiene protección alguna y el pueblo tampoco tiene una fuerza armada mayor que la milicia.
–El ejército de tu padre se hará cargo de ellos en un día o dos. No te preocupes no pasará nada en la villa, aunque no tengamos un ejecito personal nadie en la villa dejará que te pase algo. Yo no permitiré que pongan un dedo sobre ti.
–Espero que tengas razón y esto no termine en un tema mayor– Celeste apoya su cabeza sobre el hombro de Lene, dejando caer sus sedosos cabellos dorados a su lado. –Despiértame cuando llegamos, aún debe faltar un buen tramo por recorrer.
Los funerales en Valencia diferían mucho de los países vecinos. Se reunían en la Ensenada de las Almas, donde se hallaban una serie de túneles tortuosos que al subir la marea eran sumergidos. Allí se depositaban los cadáveres sobre un altar de piedra y cada participante pronunciaba palabras en honor al difunto, luego se abandonaba el sitio para que el mar se llevara el cuerpo. Se creía que el camino hacia la próxima vida había que ganárselo tanto de vivo, como de muerto y que el cuerpo abandonara la cueva al bajar la marea era señal que lo había logrado. Por otro lado, enterrar un cuerpo bajo tierra solo se realizaba con criminales, ya que impedía el camino a la resurrección.
–Muchas gracias por venir a despedirte de mi hijo– El carruaje había llegado sin contratiempo alguno y el funeral había ido sin interrupciones. En estos momentos se encontraban sobre la ensenada, en unos riscos que conducían a la carretera. Muchas personas iban forradas con ropajes de piel, ya que la brisa fría de invierno en la costa le podía pasar factura hasta a cualquier guerrero.
–Su hijo fue un buen compañero en la academia, es una tragedia lo que sucedió– Celeste se encontraba hablando con la madre del difunto, la señora de Leones quien había presidido el acto por completo.
A pocos pasos de ella, Lene se encontraba viendo como la marea comenzaba a subir a la par que el sol se ponía en el horizonte. Deseaba que el cuerpo se quedara estancado en aquellas grutas por la eternidad, pero debía mantener la fachada y mostrarse adolorida por el suceso.
–Me alegra escuchar que fue querido por las personas de la academia. Su padre y yo sabíamos que era un chico problemático, pero desconozco qué monstruo pudo hacerle algo así…
–Lo siento señora de Leones, no estoy al tanto de la naturaleza de la situación, aunque no creo que quiera detallarme sobre el asunto…
A pesar de la angustia por la que estaba pasando, el rostro de la baronesa se mantuvo estoico. Para nada era la expresión de una mujer que acaba de perder a su hijo, se parecía más al de un sabueso buscando una presa. –Fue asesinado por la espalda y me encargaré que el cobarde que se atrevió a hacer esto sufra un destino peor que la muerte.
Aquellas palabras captaron el interés de Lene, quien se acercaba a su ama realizando una reverencia hacia ambas nobles. –Mi señora, debemos partir hacia la villa. No sería cortes hacer esperar tanto al capitán que se brindó a escoltarnos.
–Deberían regresar, la noche está cayendo y sus tierras quedan bastante lejos, espero reunirme nuevamente con usted…tal vez en un ambiente más agradable.
Ciertamente estaba al caer la noche, pero por lo general los actos fúnebres se extendían hasta bien pasada la madrugada. Por esa razón Celeste no podía marcharse sin que la anfitriona la despidiera directamente, sería un acto muy descortés por parte de ella. Lene por otra parte, había decidido sacar el tema, ya que sería aprobado como preocupación por su joven señora y en todo caso Celeste no le castigaría por esa osadía. Finalmente se encontraban de regreso en el carruaje y rumbo a Buenaventura. Delante viajaba el capitán portando una antorcha alumbrando el camino, mientras que dos sirvientes cabalgaban a ambos lados del carro. La preocupación de la guardia no era tanto los trasgos como una emboscada por bandidos. Afortunadamente la travesía cursó sin ningún percance y se podía ver el pueblo de Buenaventura a lo lejos.
–Señora, algo está pasando en el pueblo. Hay hogueras que se pueden ver desde aquí– Gritó el conductor del carro sin detener los caballos.
En condiciones normales el pueblo no se podía ver desde lejos en la noche, ya que al ser un pueblo rural no había muchas luces que denotaran su situación. Pero esta noche había una enorme pira en la plaza y varias antorchas moviéndose en las afueras. Al llegar el carruaje a la plaza, Celeste salió apresurada hacia el alcalde. –¿Qué ocurrió?
–Trasgos, atacaron el pueblo al caer la noche. Pudimos defendernos evitando grandes bajas, pero se llevaron a algunas mujeres y niños.
–¿Hay un grupo de búsqueda? Hay que ser rápidos para encontrarlos, sino será…
–Lo siento mi señora, es imposible rastrearlos en la noche. Sus pisadas son muy livianas y apenas dejan marcas sobre el terreno– El alcalde se llevó ambas manos a la cabeza mientras miraba la enorme hoguera, allí ardían el cuerpo de todos los trasgos que habían asesinado en el pillaje.
–¡Será tarde si esperamos al amanecer, las mujeres serán violadas y los niños devorados!
Discutir con el alcalde era solo perder el tiempo, ya que él tampoco podía mandar a los aldeanos a vagar por el bosque poniéndolos en riesgo. Por otro lado, el corazón de Celeste se quería salir, desde que habían mencionado los trasgos en la mañana tenía aquel presentimiento que algo malo iba a suceder. Su padre había dejado estas tierras a cargo de ella como prueba, debido al invierno la principal fuente de ingreso estaba detenida, la cosecha, por lo que no habían podido mejorar el equipo de la milicia. Celeste sabía que su padre no aceptaría tal excusa, la situación actual sería apuntada como un fallo y la herencia de estas tierras podía escabullirse de sus manos. Sin perder más tiempo se lanzó rumbo a la villa.
–¡Prepárense para salir al bosque! Tomen las armas del almacén y las antorchas, vamos a…
–No iremos a ningún lugar, mi señora. No puede salir de esta villa en la noche a perseguir trasgos, como no tenemos soldados capacitados para realizar la búsqueda. – Lene la cortó las palabras colocándose frente a ella.
–¡Te atreves a insubordinarte! ¡No creas que por ser tú te librarás del castigo!
Era la primera vez que los sirvientes de la villa veían a Lene llevándola la contraria a su ama, al igual que ver a Celeste amenazándola. Muchos sabían la locura que era salir al bosque en estas horas, con la posibilidad que los trasgos ya se encontraran en sus túneles. Sin embargo, nadie era capaz de objetarle a la hija del Duque, estaba en juego su propio cuello al hacerlo.
–Mandar a los sirvientes a ciegas solo empeoraría la situación. Viene de un largo viaje ¿Por qué no va primero a su estudio para decidir qué hacer?
Celeste miró a su sirvienta sin parpadear, sus ojos reflejaban ira capaz de devorarle. Pero seguir en aquel lugar y montar una escena no era muy inteligente. –Tú, vienes conmigo– Con estas palabras se marchó rápidamente al estudio.
Lene, inexpresiva se giró hacia el mayordomo. –Selecciona 10 hombres y que patrullen en grupos los terrenos de la villa, lleven silbatos y úsenlos si ocurre algo. Los demás continúen con lo que hacían. –El mayordomo asintió sin oponerse a las órdenes de la sirvienta. Un escalofrió le recorrió su columna al verle los ojos, totalmente fríos como los de un pez. Tenía una fuerte sensación que negarse a ella significaría morir en el acto. Al ver que todo estaba en marcha, Lene se dirigió al estudio, allí esperaba Celeste de pie mirándola.
–Acércate– Lene en silencio se aproximó a ella, hasta estar a menos de un metro, entonces vio el movimiento venir hacia ella. La mano de Celeste impactó contra su mejilla, lo había visto venir de lejos, sin embargo, no se inmutó en esquivarlo. Al verla a penas parpadear, Celeste se enojó aún más, pegándole en la otra mejilla. –¿Seguirás sin decir nada?
–¿No es este mi castigo por oponerme a su orden? Si es así lo aceptaré en silencio.
Celeste levantó su mano para darle un tercero, pero se detuvo a medio camino. –Sabes que esto no terminará aquí, ¿verdad? No puedo dejarte libre después de una conducta como esta.
–Lo se
–¿Entonces por qué?
–Porque si manda a sus sirvientes al bosque y los pierde, le demostraría a su padre incompetencia. Dejándola fuera de la herencia con certeza, no puedo ver como lanza su trabajo por los aires de esta manera.
–Si no salvamos a los ciudadanos, mi padre lo verá como incompetencia. No voy a quedarme sentada viendo como pierdo todo, si tengo que vagar por ese bosque de arriba abajo, lo haré.
–No, no lo hará. No voy a dejar que te pongas en peligro por tal insensatez.
–¿Tienes una propuesta mejor? Has estada callada todo este tiempo de regreso, es el momento de contarme tu gran plan maestro.
–No lo tengo, después de todo solo soy una sirvienta, pero…– Lene bajo su cuerpo, realizando una reverencia como nunca la habia hecho. –Si elige confiar en mí prometo hacer todo lo posible para salvar a esos ciudadanos.
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