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Tear

Prólogo

Nunca había sentido ese sentimiento y ella nunca creyó que lo sentiría, era una persona amable, tímida, con un gran corazón y una enorme sonrisa; en su corazón nunca cabría un sentimiento tan ruin como ese. Su madre le había enseñado desde siempre que el odio no era un sentimiento sano, sólo le traería amargura a su corazón y mucho dolor, sentimientos horribles que nunca debería de experimentar.

Emily lo sabía, siempre con esos pensamientos en su mente y corazón, guardados con tanto cariño… hasta que llegó él, volteando su vida y sus valores. Su corazón tan puro y lleno de inocencia lo destruyó como cuando tomas una manzana madura y la aplastas, como cuando algo tan frágil se cae y se hace pedazos en el suelo, de esa manera fueron destruidos sus sentimientos y dulzura.

Ella era como una luz brillante, poseía un aura de belleza celestial, claro que no todos podrían verla y apreciarla, sólo personas tan buenas como ella que no quería verla lastimada, pero… ¿Qué hacer cuando todos están en tu contra? ¿Qué hacer cuando todos están tan empeñados en romperte y burlarse de ti?

Hay personas sensibles que se dejan vencer por esos sentimientos, por esas horribles palabras dirigidas únicamente con el placer de hacerle daño a los demás, y hay personas que saben soportarlo, que saben repelerlas y aprenden a vivir con ello por que saben que de una u otra manera jamás acabarán.

Emily lo sabía, ella era la clase de persona que aprendió a vivir con ello y sabía fingir que no le importaba, claro que le importaba, y mucho, sobre todo cuando se las decía la persona que siempre amó.

Aquel día cuando ya no lo soportó más, cuando ya se había cansado y cuando le cayó todo el peso de la verdad, fue cuando su voz exteriorizó sus sentimientos y sus labios pronunciaron las palabras que hicieron callar las risas de todas esas personas y sentir en el corazón lo que era el dolor de una persona que acababa de ser lastimada después de entregar su todo. Incluso él lo sintió, él, que pensó que esas palabras jamás las pronunciaría ella, esas palabras que le hicieron darse cuenta del error que cometió y de lo duro que es que te quiten la venda de los ojos, claro… él creía que los sentimientos de ella no le importaban, que lee daba igual lo que ella dijera y pensara… no fue así y vaya que le dolió.

¿Cómo una mala idea pudo convertirse en la peor pesadilla de ambos? ¿Cómo un amor leal, puro y dulce se convirtió en su peor castigo? ¿Cómo pudo suceder, que una enseñanza se hubiera convertido en algo que la llevaría al dolor eterno?

El primer amor nunca se olvida, no importa que tan bueno haya sido, no importa que tan doloroso fue, ese se lleva en la piel como un tatuaje, como una marca eterna, dolorosa y desgarradora que perdurará hasta la mismísima muerte.

Capítulo 1.

Era domingo al mediodía, los planes de Erik apenas comenzaban, ya que su plan perfecto para un día de descanso antes de clase era nada más y nada menos que ver películas, jugar video juegos y comer frituras en su habitación, en completa soledad. Finalmente, su tarea estaba terminada, un poco mal hecha y sin prestarle una especial atención, pero terminada, además ¿Qué se puede esperar de un niño de apenas 13 años? Sus prioridades no eran más la diversión y que llegara el fin de semana para seguir divirtiéndose.

Erik Barlow era así, un niño para nada estudioso, la escuela le iba y le venía, sólo quería terminar y que fuese verano para unas merecidas vacaciones, daba igual lo que pasara en cuanto a la escuela mientras pudiera mantenerse lejos de alguna clase de regaño por parte de su madre; un especialista en los video juegos, vaya que era bueno, sus favoritos eran aquellos que tenían que ver con asesinar zombis, ingenuamente esperaba un apocalipsis en el que pudiera demostrar lo bueno que era siendo un francotirador —aunque su puntería fuese algo mala, incluso en los video juegos—. A pesar de soler comer frituras en sus tiempos libres nunca fue un niño con sobrepeso, siempre salía a correr con su perro a los parques para poder mantenerse delgado como un buen niño que apenas inicia la pubertad y deseaba ser como esos galanes de las películas.

Su piel blanca que se iba bronceando todos los días al salir a correr —muy bueno en las carreras de la escuela— ya que decía que no le gustaba ser tan blanco como su madre, su cabello rubio y algo rizado cuando este crecía, su linda sonrisa con una hilera de dientes perfectamente alineados —regalo de los buenos genes de su padre— y esos ojos verdes —a veces grises, dependiendo del ángulo en el que se mirase—. Era un niño adorable y bonito a la vista de muchas personas, todos sabían que cuando creciera, sería un hombre muy apuesto que robaría las miradas de todas las chicas en la escuela, él típico deportista que tenía como novia a una porrista hermosa y de excelente cuerpo, si bien, su sueño no era ser un deportista, sabía que no estaría mal que le dieran una beca de deportista para las mejores universidades, así que lo había anotado en su lista de pendientes.

Sin embargo, su carácter, forma de ser y tratar a los demás era completamente contrario a lo que se le llamaría adorable; a su corta edad ya era prepotente, grosero y muy selectivo en cuanto a sus amigos y sus primeras conquistas, cabe aclarar que esto no se debe a que su madre sea igual, la señora Leslie Barnwell era un año de persona, era tan amable y agradable que no podrías encontrar el parecido con su hijo en ese aspecto; muchas personas atribuían ese carácter al señor Barlow, pero el tampoco era así, podía ser un poco serio y duro, pero nunca fue clasista, racista o incluso grosero con nadie, entonces ¿A que se debía ese comportamiento? Tal vez, era el crecimiento que lo estaba haciendo pasar por esa clase de actitudes ¿No es así?

Su plan perfecto de no hacer nada ese día, se fue por la borda cuando escuchó voces en la planta baja, las voces de la señora Smith, la mejor amiga de su madre con la que solía ir de compras, a pasear, a comer, cualquier actividad que requiriera de una plática extensa, llena de chismes sobre lo que ha pasado en su día a día o sobre las cosas que se enteraron de alguien más. La señora Smith era Médico Cirujano, así que a veces, durante la semana no tenía mucho tiempo y sólo salía con la madre de Erik una vez a la semana.

Lo malo de que su madre se tuviera que ir con la señora Smith, era el hecho de que él se quedaba con la hija de la señora Smith, que era un año menor que Erik, además de ser la persona más repulsiva a los ojos del mismo, para Erick, era como ver un pedazo de mierda en la calle.

Se refería a Emily Black, la hija obesa de la mejor amiga de su madre; odiaba todo de aquella niña de 12 años, como si su existencia fuese la razón de que hubiera escuela o la razón por la que la diarrea existiera, era su blanco de burlas y malos tratos y se le hacía fácil humillarla cada que podía, debido a la inocencia y gran corazón de ella —él lo llamaría estupidez—.

Escuchó a su madre llamarlo desde la planta baja, para que fuera a saludar a sus invitados; de mala gana detuvo su juego, aventó el control a la cama y bajó a paso lento las escaleras que lo llevarían a la desilusión.

Y ahí estaba ella, Emily Black, la niña regordeta de piel trigueña, cabello oscuro en corte de hongo y ojos color chocolate, la pesadilla de Erik.

Emily era una niña alegre, que siempre mostraba una sonrisa en su rostro aún cuando las cosas iban mal, según su madre, nunca lloraba, ella no era débil en ningún aspecto, siempre dulce, amable, alegre y feliz. Su corte de cabello en forma de hongo mal cortado le daba un aspecto cómico —ridículo según Erik y sus amigos— pero es que no se hubiera llegado a esos extremos de no ser por la broma pesada de colocarle una goma de mascar en su larga cabellera oscura, una de las cosas con las que se sentía orgullosa, ella no lloró frente a nadie, pero cometió el error de bajar la mirada avergonzada, ella era tímida de sobremanera, tenía problema para comunicarse con los demás, por lo que no tenía amigos. Para ella, el único amigo que necesitaba se llamaba Erik Barlow y estaba enfrente de ella.

Emily le sonrió ampliamente y lo saludó.

—Hola, conejito —dijo con emoción mientras agitaba su mano en forma de saludo.

—Lárgate de aquí gorda —escupió con desprecio y una mirada llena de asco.

—¡Erik! —regañó su madre— No le digas así Mimi. —apretó las mejillas de la niña mientras sonreía— Voy a salir con Elena, cuida de Mimi y no hagan travesuras.

Días como esos eran un martirio para Erik, odiaba a aquella niña con cada fibra de su ser.

Cuando sus madres se habían marchado, Emily se acercó al Erik para darle un gran abrazo, pero este empujó a la pequeña haciéndola trastabillar y casi caer.

—No te me acerques, cerda.

—Emily sintió vergüenza, pero no quitó la sonrisa de su rostro— ¿Quieres jugar conmigo, conejito?

—No, no quiero, y te sugiero que no me molestes en todo el día.

—Pero mamá me dijo que teníamos que pasar tiempo juntos.

—Ya me es suficiente con verte todos los días, no necesito ni quiero pasar tiempo a solas contigo, así que ve al patio a jugar con el pasto.

La niña miró por la ventana la cegadora luz del sol, estaban a 32 grados, era uno de esos días extremadamente calurosos en los que no se podía salir y estar fuera por mucho tiempo si no querías enfermarte o quemarte.

—Pero el sol está muy fuerte y hace mucho calor, mejor juguemos en tu habitación—sonrió ampliamente.

—No te atrevas a subir esas escaleras, si quieres que juguemos, tienes que estar en el patio hasta que termine mi videojuego ¿de acuerdo, cerda?

—Sí, conejito —asintió emocionada por la oportunidad de poder jugar a solas con su amor platónico— ¿tú me dirás cuando entrar?

—Sí, ahora largo.

Emily se fue dando saltitos hasta la puerta de salida, le dedicó una última sonrisa a Erik y cerró la puerta tras de sí; aquel niño sólo rodó los ojos y puso una mueca de asco en su rostro para subir corriendo las escaleras y continuar su juego, todo esto sin siquiera pensar en las consecuencias que podría acarrar el que una niña de 12 años este bajo aquel fuerte sol y sofocante calor por horas.

Capitulo 2.

El sol estaba en su punto más alto, y este no desaparecía hasta pasadas las 6 de la tarde. A Erik le importó poco todo esto, las paredes de su casa lo mantenían protegido y el aire acondicionado lo mantenía fresco a una temperatura adecuada; para tener que evitar buscar a la “gorda” repitió todo su juego una vez más, estaba dejando de ser divertido al pasarlo dos veces seguidas, toda la historia, se comenzaba a saber de memoria todo.

Pasadas unas horas, recibió una llamada a la casa, diciendo que estarían ahí en unos 30 minutos ya que pasarían a comprar comida y helados por el calor.

Mientras tanto, Erik decidió jugar su última partida para después decirle a la “gorda” que podía entrar. 10 minutos antes de que los adultos aparecieran, Erik fue a buscar a Emily, encontrándola dormitando en el pasto en un pequeño pedazo de sombra que proporcionaba el tejado, se acercó a ella, le dio un pequeño empujón con el pie y al ver que esta no reaccionaba le grito, Emily apenas y reaccionó, pero el tiempo se le acababa a Erik, así que la arrastró de regreso a casa, con muchos esfuerzos, todo mientras decía improperios y palabras como “maldita gorda” “¿Porqué estás tan obesa?” y cosas parecidas.

La dejó tirada en el suelo, tocó su cara y pudo notar lo caliente que esta estaba, lo sonrojadas que tenía las mejillas y sus labios agrietados. Por un momento tuvo miedo, no sabía si le había sucedido algo de lo que le pudieran hacer culpable; corrió a la cocina por un vaso de agua, lo llenó y se lo tiró en el rostro; Emily reaccionó mejor, se intentó sentar en el suelo, mareándose de inmediato, sentía que no podía respirar y se sentía tan sofocada.

Las madres de ambos llegaron de repente, emocionadas y con sonrisas en sus rostros, cargando bolsas de pollo frito y un bote de helado de chocolate, el favorito de ambos niños; pero toda esa felicidad desapareció en el momento en el que le señora Smith pudo apreciar a su hija, la manera enferma en la que esta lucía, dejó todo en la mesa y con un rostro lleno de preocupación corrió a tocarle el rostro y examinarla, finalmente la cargó, se despidió de su amiga y de Erik y salió disparada a su auto, Emily estaba sufriendo un insolación.

La señora Barnwell observó con preocupación la escena y cuando su amiga se despidió y salió corriendo, miró ferozmente a su hijo.

—¿Qué hiciste, Erik?

—Nada, no es mi culpa que la gorda no aguantara el sol —levantó los hombros, quitándole importancia al asunto y yendo a husmear las bolsas de comida.

—Tu no comes de ahí, jovencito ¿Dejaste a esa linda niña afuera de la casa? ¿Cómo te atreviste? Si no hubiéramos llegado pudo haber muerto de deshidratación.

—No exageres, mamá, los dos estuvimos jugando afuera.

—No es cierto ¿Y sabes por que lo sé? Porque de ser así, tendrías los brazos rojos por la urticaria que te sale cuando sales al sol.

Erik se calló por unos momentos para después replicar.

—Estaba molestando mucho.

—Te dije que la cuidaras, no que estuvieras a punto de matarla. Estás castigado, no hay más videojuegos hasta el día en que esa niña se mejore y cuando te digo, cuídala, tienes que cuidarla, no abandonarla ¿Me escuchaste?

—Sí, mamá.

—Ahora a tu habitación.

Erik se fue furioso a su habitación, mientras entre dientes, decía cosas como: “maldita cerda arruina vidas”.

Para Erik, Emily era una molestia, una maldita piedra en el zapato. Pero para Emily, Erik era un ejemplo a seguir por la manera en la que siempre podía hacer todo, como tener una buena calificación en la escuela, ser excelente en deportes y además un master en los videojuegos, además de la persona que más amaba, pero… ¿Qué puedes saber de amor cuando sólo tienes 12 años?

Unos días después, Erik se vio obligado a ir a ver a Emily después de faltar a la escuela por una semana y media, le llevó un peluche pequeño y unos chocolates que la madre de Erik había comprado específicamente para que el menor se los llevara a la pequeña. Entró a la habitación de la menor, donde ella estaba haciendo tarea sobre su escritorio color blanco, adornado con una lámpara de osito, un organizador de color azul pastel y sus múltiples plumas y plumines de colores, en la pared, tenía fotos de su madre y padre, fotos de ella, y fotos de Erik solo y con ella, fotos obligadas por sus madres, donde se veía la enorme sonrisa de la pequeña Emily, la cara de asco de Erik y un cartel que decía “Feliz cumpleaños Erik”. La pequeña también tenía una enorme botella de agua con ositos pintados, contaba con sus deditos para sacar la cifra correcta en su tarea y movía sus pies que no tocaban el suelo.

—Oye, gorda —dijo Erik con desdén.

Emily se volteó sorprendida y colocó una enorme y hermosa sonrisa en su rostro, para levantarse y correr a abrazar a el niño, quien inmediatamente la empujo y como veces anteriores, trastabilló y casi cae, pero eso no quitó la enorme sonrisa de su rostro.

—Viniste a verme.

—Sí, como sea, toma —le extiende las cosas que su madre le había dado.

—¡Gracias, conejito! —con emoción, toma las cosas y las abraza.

—No me digas así, ridícula.

—Lo siento —dijo avergonzada y bajó la mirada.

Hubo un pequeño silencio en el que ella sufría de vergüenza y él sólo buscaba la manera de salirse de aquella horrible situación.

—Ya estás bien floja, ¿Por qué no has regresado a la escuela? No es que me importe, pero a mi si me obligan a regresar.

—El doctor dijo que regresara a clases cuando la temperatura bajara un poco, según el clima, en unos días me verás ahí —sonrió ampliamente, pensando que era por que su conejito la extrañaba y quería verla.

—Mejor ni regreses, me da asco verte ahí, todos estamos mejor sin tu presencia.

La sonrisa de Emily desapareció por unos segundos, pero regresó de inmediato, dejó el peluche sobre su cama y regresó con los chocolates en la mano.

—¿Compartimos los chocolates?

—No deberías ni quiera comerlos, ya estás demasiado gorda.

—Ti-tienes razón —sus mejillas se sonrojaron, ella sabía que estaba gordita, pero no era por la razón que todo el mundo creía— Toma —le extendió los chocolates— mejor come tu.

Erik se sintió satisfecho por su cometido, tomo los chocolates, los desenvolvió y tiró la basura en la habitación de Emily sin importarle que la dejara tirada como si fuera la calle.

Emily podía ser una niña gordita con grandes mejillas, la mayoría creía que era porque comía muchos dulces o frituras, os implemente que comía mucho; pero la cosa no iba por ahí, siempre había sido rellenita, sin explicación alguna, de hecho, sólo comía tres veces al día, sin frituras, ni dulces entre comidas, su madre lo sabía, nunca consintió a su hija con demasiados dulces o frituras, siendo una doctora, sabía la importancia de la buena alimentación en los niños. Se podría decir incluso, que Emily anhelaba los chocolates que Erik se comía con gusto ¿Cuándo fue la última vez que probó un chocolate? Hace casi un mes, de hecho, por las mismas restricciones que ella se ponía para evitar seguir subiendo de peso.

Cuando Erik se fue al igual que su madre, Emily recogió todas las cosas que aquel chiquillo había desordenado, empezando por recoger la basura de los dulces y las fotografías que él había roto, todas aquellas fotografías en las que ambos estaban juntos, diciendo que le resultaban repulsivas y no tenía ningún derecho de poseerlas.

Emily presenció y recogió todo, no derramó ninguna lágrima, no hizo nada en ese aspecto, sólo siguió haciendo su tarea de matemáticas.

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