^^^“Como a nadie se le puede forzar para que crea, a nadie se le puede forzar para que no crea.„^^^
^^^Sigmund Freud.^^^
—¡¿Qué dijiste?!— gritó furioso.
—N-Nada...— susurré bajando la mirada. Este hombre me daba mucho miedo, cada que estaba con él temía decir o hacer algo equivocado que pudiera enojarlo y hacer que explotara, ¿lo peor? Era mi padre.
Me miró y yo no pude hacer otra cosa más que mantenerme cabizbajo y guardar silencio, ¿ya dije que este hombre me da un terror de muerte? Le tenía tanto miedo y con justa razón, este hombre no era nada más y nada menos que el asesino serial al que la policía tanto buscaba, y yo, por desgracia, no tuve otra opción más que ayudarlo con esas muertes ¿por qué? Porque temía ser el siguiente.
—Discúlpate, Nathan.— dijo y pude adivinar que tenía la mandíbula encajada, intentando evitar que me golpeara.
No tenía madre, o bueno, sí la tenía, pero eso mismo: tenía; mi padre la mató porque cometió el error de levantarle la voz mientras yo estaba presente, la apuñaló hasta el cansancio, lo que único que pude hacer fue ver cómo la vida se escapaba de los hermosos ojos de aquella que en su momento fue mi madre. Siempre hizo lo mejor para mí, lo dio todo por mí e incluso cubrió varios de mis errores diciendo que eran suyos, ganándose golpizas de mi padre mientras me encerraba en mi habitación bajo mi cama. Un cobarde, lo sé, pero ¿qué esperaban que hiciera un niño de ocho años contra un hombre de treinta y seis?
Ese día fue el peor de todos, o bueno, el peor hasta que aquello ocurrió...
—L-Lo siento, papá.— susurré comportándome como un sumiso. Pero ¿qué más podía hacer? Lo único que quería hacer era que mi padre fuera feliz y estuviera orgulloso de mí, sin mencionar que también lograba darme otro día de vida, porque si fue capaz de matar a mi madre, su esposa, la mujer que siempre amó, ¿quién me daba garantía de que yo no sería el siguiente? Nadie.
—P-Por favor... D-Déjenme i-ir...— suplicó la mujer en el asiento de atrás.
La miré de reojo, con lástima, no me gustaba esa triste mirada que ellas me daban, me rompía el corazón, como si se tratara de mi madre. Y de verdad quería ayudarlas, no quería que murieran por algo por lo que no eran culpables, pero ¿cómo? Era un niño y no tenía nada especial, aún me estaba desarrollando y no era lo suficientemente fuerte, y jamás lo sería contra ese hombre... Pero soñaba con serlo, para defenderme de él y acabar su matanza... Soñaba...
—Cállate.— dijo él, y por su tono sabía que estaba a punto de enfadarse.
Por favor, no hagas nada, guarda silencio.
La miré suplicante, transmitiéndole esas mismas palabras por mis oscuros ojos. Pero ella no entendió, ¿quién podía culparla? Ni yo entendería razones de estar en su lugar, de hecho, creo que estaría peor que ella si no conociera a mi padre... O por lo menos, creyera conocerlo.
—Por f-favor... N-no le diré a n-nadie...
—Dije que te callaras.
Concentré la mirada en mis manos. Ser su hijo era un reto constante, siempre satisfaciéndolo para sobrevivir, simplemente por mera sobrevivencia, no porque quisiera, no por amor a él...
—¡Policía, alto!
Estábamos llegando a casa, pude escuchar el suspiro de alivio por parte de la mujer y el gruñido frustrado de mi padre. ¿Sería verdad? Un policía se nos acercó, con el arma apuntando a mi padre, mirándolo fijo, calculando sus movimientos, hasta que abrió la puerta del conductor y obligó a papá a salir del auto; otros dos se acercaron y abrieron tanto mi puerta como la trasera.
No vi al oficial, mantenía mis ojos en mis pies, ya era una costumbre cuando estaba en presencia de mi padre, y supongo que la tendría por un largo tiempo. Sujetó mi brazo y me obligó a verlo a los ojos, eran azules, bonitos y demostraban ternura hacia mí ¿por qué? No tenía nada especial, era del alto promedio para mi edad, delgado, ojos cafés y cabello castaño claro. Nada especial ¿cierto?
—Estarás bien, amigo.— dijo intentando sonar tranquilizador. Más policías se nos acercaron junto a un par de enfermeros, otros dos estaban con la pobre chica, me sentía culpable con ella.
—¿Estás herido?
—¿Todo bien, campeón?
Esas y más preguntas me hacían, pero yo sólo tenía una sola en mente, una que me perturbaba y me atormentaba.
—¿Qué pasará con mi papá?— pregunté mirando solamente al oficial de los ojos azules.
—No te molestará más, hijo.— contestó suavemente, analizando mi rostro— Se irá lejos y por un largo tiempo.
Asentí mirando a mi padre, quien estaba a varios metros de distancia, dentro de una patrulla, observando a la nada. Sentí lástima por él porque, ¿quién era culpable de nacer con esa falla en él? Nadie, tampoco él. Pero si recordaba todo lo que había pasado con él y lo repetía una y otra vez... Honestamente sentí un alivio en mí que nunca creí que podría crecer en mí, algo totalmente relajante, como un consuelo, un arrullo. Lo único que se me ocurrió hacer fue abrazar a aquel hombre, aquel desconocido que me había dado la mejor y al mismo tiempo peor noticia; mejor porque por fin me había librado de él, podría estar tranquilo sin necesidad de preocuparme, y la peor porque... Me quedaría solo, ya no tenía a mis padres y tenía miedo de lo que podía pasar, ¿quién cuidaría de mí a partir de ese momento? No quería ir al orfanato, me encariñaría con los otros niños para después tener que despedirme de ellos porque habían sido adoptados. Mejor no, preferiría no tener que pasar por todo eso... Pero... ¿Qué pasaría conmigo? ¿Cómo iba a salir de esta? Mi padre iba a parar a la cárcel por muchos años por todas esas muertes, mi madre estaba muerta y que yo supiera no tenía más familiares. Pero en ese momento no quería pensar en nada, sólo quería seguir abrazado a este extraño de ojos azules hasta que me diera cuenta de lo que me esperaba.
Porque, ¿quién querría a un niño como yo?
^^^“Las emociones inexpresadas nunca mueren. Son enterradas vivas y salen más tarde de peores formas.„^^^
^^^Sigmund Freud.^^^
||DOCE AÑOS DESPUÉS||
—¿Haremos el trabajo juntos?
Asentí sin prestarle mucha atención, observando mi teléfono. Suspiré apartando el aparato de mi vista, ¿cómo alguien fue capaz de cometer una equivocación como esa? Ya pasé por esto una vez, no quería pasar por ello otra vez. Sebastián se dio cuenta de esto y me miró frunciendo el ceño, quitándome el celular y mirando la pantalla; él lo sabía todo, era mi mejor amigo y lo único que pude conservar después de ese fatídico día, al principio fue incómodo porque todos sabían de mi padre y poco a poco se fueron enterando que yo era su hijo, ¿por qué digo que se fueron enterando? Pues porque me adoptaron y me cambiaron de escuela, por lo que fue complicado y me sentí mal cuando comenzaron a hacerme bullying, el único que estuvo siempre conmigo fue Sebastián y desde ese día supe que él era de confianza y, también que había encontrado a un amigo.
—¿Cómo pueden hacer tal cosa?— exclamó mi amigo igual se consternado que yo.
Me encogí de hombros guardando el celular en mi mochila, estaba molesto, muy molesto. ¿A quién, en su sano juicio, se le podía ocurrir hacer un juicio para debatir si dejaban libre a mi padre bajo libertad condicional? Esa persona debía estar loca, porque nadie, en serio, nadie, querría hacer eso, todos en la ciudad le guardaban un profundo rencor a mi padre por lo que había hecho, por haberle arrebatado la vida a esas inocentes chicas. Claro que al principio me trataron igual que a un monstruo, como si drenaran la ira hacia mi padre a través de mí; pero con el tiempo, bastante tiempo, recapacitaron y se dieron cuenta de que yo no tuve nada que ver con eso, que no tenía la culpa de ser su hijo ni de que él fuera mi padre. Así son las cosas, nadie elige a su familia y viceversa.
Explico, habían pasado ya doce años desde el día del arresto y como ya dije antes, me adoptaron y era feliz, o eso intentaba, con mi nueva familia; el vecindario era bueno y las personas aquí eran más tolerantes. Claro que tenía pesadillas con el pasado y demás, esas cosas no faltaba y quisiera que no pasaran ¿quién sí? Y bueno, estaba bien, no había nada que aclarar, mi nueva familia me trataba bien. Cualquier cosa sería mejor que estar con tu padre. Era cierto y no lo negaba.
Tocó la campana y salimos del campus de la universidad, estudiaba psicología, y con mucha razón, quería entender cómo personas como mi padre eran capaces de hacer cosas tan atroces y desagradables por su mero bienestar, sin importarles la muerte de una persona inocente y completamente ajena a su situación psicológica. Quería ayudar a que menos personas como esas existieran y retomaran su camino para seguir una vida normal. Cerca de donde vivía nos separamos, Seb vivía a unas pocas casas más allá de la mía, o bueno, de la de mi familia adoptiva; después de tanto tiempo aún se me hacía raro tomar lo suyo como si fuera mío.
Volví a suspirar cuando estuve en la puerta de mi casa, un edificio normal, como las demás casas, de dos pisos y blanca, nada en especial. Entré y cerré detrás de mí, dejando las llaves en una mesita cerca de la puerta, acomodé la mochila en mi hombro y pasé una mano por mi cabello, alborotándolo.
—¡Natie!— sonreí un poco al escuchar esa voz chillona. Era Penny, mi hermanastra, de doce años de edad, bajita, de contextura mediana, ojos azules y cabello castaño oscuro.
Corrió hacia mí y por pura costumbre, desde que la vi, la alcé en mis brazos para después abrazarla; era todo un amor de niña, como cualquier pequeño tenía sus berrinches y pataletas, pero además de eso era una buena niña, la habían criado bien y desde que me vio me tomó como su otro hermano. Disfracé mi disgusto por ella y le dediqué la única sonrisa que era para ella.
—¿Cómo está la princesa de la casa?— pregunté bajándola y revolviéndole el pelo. Hizo un puchero y se lo acomodó, reí un poco.
—Mal, Cristopher no me hace mi sándwich.— dijo con su puchero. Cristopher era su otro hermano, de dieciséis años, del alto promedio para su edad, ojos azules como los de Penny y cabello rubio. A ese niño lo conocí cuando tenía cuatro años, me tomó cariño y era como su mejor amigo.
¿Y yo? Pues, sí, cambié, ahora era más alto, fornido, iba al gimnasio, y mis ojos seguían del mismo color de antes, café, al igual que mi cabello castaño claro. Además de mi estatura y mi condición física, seguía igual que siempre, claro que ese niño sumiso por su padre se había ido, no por completo pero sí una gran parte, y todo gracias a esta familia, tan cariñosa y con buenos valores que me confirmaron lo que yo suponía desde hace mucho tiempo: mi familia estaba mal, rota, lo que hacía mi padre estaba más que mal y la muerte de mi madre sólo fue por una rabieta que él tuvo.
—No seas mentirosa, Penny, ya lo tengo hecho.— replicó Cris en el umbral de la cocina, cruzado de brazos y mirando a su hermana con reproche. Yo era el que llegaba más tarde de los tres, Linda, mi madre adoptiva, era ama de casa y mi padre adoptivo, Alexander, era policía y obviamente llegaba más tarde que yo. Sonrió en cuanto me vio, ¿ven? Para él yo era su mejor amigo, su base y su impulso, él también sabía la situación con mi padre y aunque jamás le demostré cómo me afectaba el asunto, lo supo y se abstuvo de nombrarlo o de siquiera pensar en él mientras yo estuviera presente; pero yo sabía que estaba preocupado por mí.
—¿Otra vez discutiendo incoherencias?— exclamé burlón y ambos me sacaron la lengua. Rodé los ojos aún con mi sonrisa y dejé mi mochila en el sofá y me senté en éste.
—¿Cómo te fue?— preguntó Cris sentándose a mi lado.
Me encogí de hombros sin darle importancia. La verdad fue lo mismo de siempre, nada diferente, teníamos que hacer un trabajo entre Seb, Sean y yo, nada fuera de lo común. Sean era un compañero de clase que se la pasaba con nosotros y nos agradábamos entre sí, era bajo, fornido, ojos castaño claro y cabello negro.
Me miraba tan fijamente que supe a qué se refería con su pregunta. Lo miré sin expresión y con esfuerzo mantuvo sus ojos conectados a los míos.
—¿Lo sabes?— inquirí y asintió un tanto avergonzado, ahora sabía que tanto él como yo estábamos atentos a cualquier cosa que tuviera que ver con ese hombre— Tsk. Estoy bien.— añadí con la mandíbula encajada.
—No lo parece, Nate.— susurró, intentando no provocarme.
—Ya te dije que estoy bien.— repuse y me puse de pie, tomando mi mochila y encaminándome hacia mí habitación en el piso superior. Sin poder evitarlo, aventé el despertador a la pared, furioso. Es que de verdad no entendía cómo alguien podría querer dejar libre a mi padre después de todo lo que hizo, es una completa estupidez, eso es lo que es, esa estúpida solicitud para el perdón absoluto para el gobierno por problemas mentales en mi padre no era más que una idiotez. Son puras mentiras, soy testigo de todo lo que les hacía a esas mujeres y nunca demostró vacilación o duda sobre sus actos, lo hacía todo de manera limpia y determinada, entonces, ¿por qué querrían dejarlo libre? Tantas muertes por su culpa y aun así lo querían libre, no lo comprendo. Esa persona debía estar tan enferma como él.
Estaba furioso por esa irracionalidad y estupidez que cometía esa persona por querer algo que estaba fuera de ser algo solidario, seguramente era por capricho de mi padre, ¿para qué? Para seguir con esa enferma y sangrienta obsesión de querer continuar con su inútil y para nada productiva matanza, todo lo que él hacía estaba mal... Y aun así, esa persona no entendía todas esas razones por las que debería renunciar al caso y dejarlo pudrirse en esa cárcel para siempre, como debía ser.
Tímidos toques contra la puerta me sacaron de mi ensimismamiento y miré hacia ésta con el ceño fruncido, ¿quién sería? Cuando estaba molesto sabían que debían dejarme solo, lo sabían perfectamente. Chequeé la hora en mi celular, las siete de la noche. Wow, ¿tanto tiempo llevo aquí? Parecía como una hora, máximo. Me hice el desentendido e ignoré aquello, incluyendo la sombra que se veía por debajo de la puerta; pero no, volvieron a insistir y esta vez no esperaron mi respuesta y abrieron la puerta. Era mi padre, alto, cuerpo bien formado, ojos azules y cabello rubio. Así es, el policía que me consoló ese día me adoptó y se convirtió en mi padre.
Mientras él me miraba fijamente yo estaba en el suelo, la espalda apoyada de la cama, de frente a él y seguramente me veía mal, no había bajado a comer ni había salido desde que me encerré aquí y, suponiendo bien, debía tener mi cabello alborotado por tantas veces que había pasado mis manos por este por la frustración y la ira. Sus ojos demostraban dulzura y piedad, lo último hizo que apartara mi vista de ellos, molesto, no quería la lástima de nadie, mucho menos de él; después del arresto y de haberme adoptado me había visto crecer y sé que lo hice bien, por no dejarme consumir por la culpa, la ira y el odio, lo hice bien para ser un chiquillo, pero aun así no quería su lástima, eso sólo lograba hacer que me sintiera mal porque me hacía pensar que había hecho algo incorrecto cuando sabía que no era así. Suspiré cuando noté que dejó la puerta abierta y caminó hasta quedar sentado a mi lado, al igual que yo; mantenía mi vista en mis manos, juntadas en mi regazo, tal como lo conocí.
—¿Sabes a qué me recuerda esto?— preguntó y no le respondí. Supuse que él también lo sabía por no haberme regañado por mi actitud, sabía que tenía todo el derecho del mundo de comportarme así. A pesar de mi silencio, continuó:— Al día en que te conocí.
Asentí con mi vista todavía baja, mi mandíbula encajada tal cual lo hacía mi padre y conteniendo la rabia que me generaba esa desagradable noticia. Era un amargo recordatorio de mi pasado, diciéndome que no escaparía tan fácil de ahí. Lo sabía, nadie huye de su pasado, ¿por qué sería yo la excepción?
—No dejes que esto destruya lo que has logrado hasta ahora.— volví a asentir. Sabía que intentaba darme ánimos, pero en ese momento no estaba para eso, quería sumirme en esa rabia que llevaba acumulada desde hacía años y que mantenía oculta de todo y de todos, el único que lograba verla era él, de soslayo la notaba Cris, pero más nadie, sólo Alexander veía todo lo que había acumulado desde mi infancia hasta ahora.
Pasé una mano por mi cabello por no sé cuánta vez, estaba tan sumido en mis pensamientos que no había notado esa sombra en el umbral, eran Cris y Linda, baja, delgada, ojos verdes y cabello castaño oscuro; ellos tres se preocupaban por mí como nadie y se los agradecía, pero en ese momento quería estar solo. Ya había probado lo que era estar en depresión y las drogas, al igual que la adicción al alcohol y eso les preocupaba, se preocupaban que por esto volviera a caer en ello; claro que cuando hacía estas cosas lo hacía de noche, no los dejaba notarlo, mucho menos a Penny, siempre estaba feliz con ella, aunque tuviera que fingir.
Colocó un dedo bajo mi barbilla y me obligó a verlo. Sabía lo que me preocupaba, lo que me carcomía por dentro desde hacía años.
—No eres como tú padre, Nathan.— dijo firmemente, seguro de lo que decía— Y jamás lo serás.
Fruncí mi ceño por su decisión, ¿cómo alguien podía estar tan seguro de algo que no era suyo?
—¿Cómo estás tan seguro?— inquirí enojado— No pasaste media infancia con él...— mi voz se quebró cuando recordé el día en que vi cómo mataba a Nina, mi madre.
—Lo sé, Nathan, lo sé.— respondió condescendiente— Y sé lo que tuviste que hacer por sobrevivir y estar aquí, lo sé perfectamente...
—No, en eso te equivocas.— repuse riendo amargamente y mirando por microsegundos a Cris y Linda, ambos mantenían sus ojos en mí, reflejando preocupación y tristeza. Aparté mi mirada de ellos, zafándome del agarre de Alexander sobre mi barbilla— Crees que sabes, pero no es así, tal vez hayas trabajado en casos similares, pero no sabes lo que es vivir con ello.
Le tocó a él suspirar. No quería mirarlos a ninguno de los tres.
—Tienes razón. No lo sé, pero intento entenderte.— repuso con delicadeza— Todos aquí lo intentamos...
—Quiero estar solo, Alexander.— lo corté fríamente. Rehuyendo de su intensa e imponente mirada, hacer eso me recordaba a mi padre, todas esas noches en que me encerraba en mi cuarto porque temía que enloqueciera y decidiera matarme, todos esos días en que rehuía a su escalofriante mirada cada vez que hacía algo mal o temía hacerlo. Todos esos años eran una tortura para mí, y a pesar de que ya habían pasado años desde aquello, la herida seguía abierta, y dudaba que algún día se cerrara y cicatrizara.
—Nathan...— comenzó.
—Alexander, puedo vivir con que las personas me miren como un monstruo o el hijo de uno.— repliqué cortándolo con frialdad— Pero no puedo vivir con que ustedes me miren con lástima.
Sin querer, una lágrima resbaló por mi mejilla hasta perderse en el suelo de alfombra. Que ellos me miraran así me mataba y rompía el alma, porque con esa misma mirada me miraba mi madre, por la tristeza de obligarme a vivir con él y soportar todos sus tratos; es por eso que no soporto la lástima o la tristeza de los demás, me recordaban a mi madre, todos los días me miraba así cuando papá me golpeaba o lo hacía con ella. Y en ninguna de esas ocasiones pude protegerla, fui un niño cobarde e indefenso que no pudo proteger a su madre de su aterrado y para nada amoroso padre, eso es algo que jamás me perdonaré.
Asintió y abrió la boca para decir algo más, pero no lo dejé, me puse de pie y me encerré en el baño de mi habitación, cerrando con llave y dejándome resbalar por la madera de la puerta hasta llegar al frío suelo de baldosas. Ni siquiera esperé a confirmar que se fueran o a oír que se habían ido cuando abracé mis piernas y lloré como nunca pude hacer, recordando todo lo malo que pasé con ese hombre, todos esos recuerdos amargos, tristes, lastimeros y oscuros de mi vida, eso era mi pasado, lo que fui y lo que me recordaba que algún día podría terminar como él: un monstruo que no muestra piedad y mata a sangre fría. No quería serlo, me negaba a serlo y me esforzaba por no serlo, por cumplir la promesa que me hice a mí mismo el día en que me liberé de ese hombre: hacer todo lo contrario a lo que él había hecho y, sobre todo, ser buena persona.
No sabía que seguían ahí cuando escuché aquellos golpes en la puerta y voces preocupadas preguntándome si estaba bien. Las ignoré y fui egoísta, me encerré en mí mismo y me permití llorar, o bueno, seguir llorando. Me daba vergüenza salir así frente a ellos, jamás, desde que llegué, me vieron derramar una sola lágrima ni intentos de querer llorar, y ahora, me habían visto roto, en mi punto más débil; hacer esto me hacía sentir tan débil que me había rehusado a llorar por ese hombre, por todo lo que me había obligado a hacer, pero lo necesitaba, drenar toda mi frustración a través del llanto. Lo necesitaba y lo estaba haciendo.
|| CRISTOPHER ||
Iba a irme, a dejarlo para que pudiera desahogarse y seguir rompiendo cosas si eso lo ayudaba. Pero cuando escuché su llanto... No lo puedo explicar pero sentí como si algo dentro de mí se rompiera, me dolía ver a mi hermano llorar, tan fuerte que se veía y siempre supe que bajo toda esa fortaleza estaba ese niño traumado que él nunca dejó salir, ni estando solo. Siempre me preocupé por él y siempre lo haría, incluso, aunque no le gustara hablar del tema, yo siempre estaría al pendiente de todo lo referente a su padre para aguantarle ese trago amargo cuando se enterara; sabía que algún día se rompería, se quebraría por tantas cosas que se guardaba y llevaba por dentro, pero jamás me preparé para escucharlo; y pensar que ni siquiera puedo consolarlo porque se encerró en el baño... Me rompe el alma.
Miré de reojo a mi madre y ella estaba igual que yo, papá estaba de cara a la puerta del baño, su frente apoyada de la madera. La habitación sumida en un silencio absoluto, únicamente se oía el llanto de Nate, todo lo que necesitaba expresar o dejar ir, todo ese mal que se guardaba por fin estaba saliendo de él.
Papá carraspeó, probablemente haciéndose el fuerte y aguantando el llanto, igual que nosotros.
—Es mejor que le demos su espacio.— dijo cabizbajo. No sabía qué relación tenía mi padre con Nate, pero estaba feliz porque lo trajera a la familia, sabía que su pasado era oscuro, muy oscuro, su cara apareció en las noticias por ser hijo de ese hombre y sé lo que tuvo que pasar por culpa de la sociedad, pero aun así, sin importarle la opinión de los demás siguió adelante y... Él era mi modelo a seguir, mi ejemplo y estaba orgulloso de él, de ser su hermano.
Salimos de su habitación, yo de último y cerré con suavidad la puerta, amortiguando sus sollozos. Cabizbajo y triste por él me dirigí a mi habitación... O eso pensaba hacer hasta que en el pasillo tropecé con Penny y terminé sentado en el piso, rodé los ojos y la miré exasperado, pero al ver su mirada relajé la mía, se encontraba tímida, ha de sospechar lo que acababa de pasar.
—¿Qué le pasa a Nate?— preguntó inocentemente. Acababa de despertar, era evidente por su pijama y su cabello revuelto.
Fingí una sonrisa.— Nada, Penny, sólo está abrumado por toda la tarea.—
Asintió creyéndoselo, mi hermana siempre tan inocente. La llevé de vuelta a su cama, después de leerle uno de sus cuentos preferidos se quedó profundamente dormida y salí de ahí, cerrando con cuidado y sin evitar el impulso, en vez de encaminarme a mi habitación, fui a la de Nathan. Me quedé estático cuando escuché leves sollozos más cerca que antes, había salido del baño.
—Maldita sea.— oí que decía, su voz quebrada y sonaba ahogada.
Bajé la mirada sintiéndome mal por él, me sorprendía que hubiera llorado, pero sobre todo me lastimaba.
—Sé que estás ahí, Cristopher.
Oh, oh. Si decía mi nombre completo había dos opciones: la primera es que estuviera serio, algo improbable en esta situación, o la segunda, que estuviera furioso. Y la segunda era más probable, desde que llegó en la tarde se lo notaba disgustado y furioso por algo, por más que fingiera se le notaba. Suspiré y me fui de ahí, si estaba furioso no le sería de mucha ayuda la presencia de alguien más que no fuera la suya misma.
Pasé una mano por mi rostro, estaba agotado y pasé por la habitación de mis padres rumbo a la mía, se encontraba al final del pasillo, la de Nate se encontraba al otro lado de la casa, como pasaba con la mía. Pero me detuve al oír las voces de mis padres hablando seriamente; como el chismoso que era, me apegué más a la puerta para escuchar con más claridad.
—¿Siempre supiste que esto pasaría?— dijo la voz de mamá.
—Lo sospechaba nada más, no era un hecho.— respondió mi padre entristecido.
¿Así que sabías que algún día se pondría así de mal y nunca hiciste algo para evitarlo?
Premio al mejor padre del año. Es sarcasmo, obviamente.
Pasaron minutos en silencio, sólo se escuchaba a los grillos y alguna que otra ave en destino a su nido.
—Nunca me dijiste el por qué lo trajiste, Alex.
Por su silencio supuse que se estaba debatiendo si estaba bien hablar o no, eso me puso nervioso.
¿Es tan malo entonces?
Ahora temo la respuesta.
¿Por qué no simplemente me voy a mi habitación y finjo que nada de esto pasó?
Ah, cierto... ¡Soy un total chismoso!
Maldita curiosidad.
Mira los problemas en los que me involucras.
Casi con la oreja pegada a la madera de la puerta, esperé a que papá se dignara a hablar de una vez por todas.
No tengo toda la noche, papá.
¡Habla ya!
¡Mañana debo ir a la escuela y no me dormiré en clase por tu culpa!
Oh, bueno... Creo que sí.
—Porque el día que arrestaron a su padre...— comenzó y pude escuchar cómo suspiró a través de la puerta, armándose de valor para confesarse— Yo fui quién lo ayudó, fui yo quién lo consoló cuando se echó a llorar en mis brazos al saber que ese maldito bastardo nunca más lo lastimaría... No podía dejarlo solo, Linda...
¡Aleluya!
¡El hombre habló!
Espera ¿qué?
Me quedé descolocado, como un tremendo tarado en pleno pasillo chismoseando la conversación de mis padres. Un clásico. Entonces... Eso lo explica todo... Con razón papá siente tanto apego hacia Nate, esa necesidad de protegerlo como si fuera su propio hijo, lo entendí en ese momento. Lo vio en su peor momento, fue su salvavidas en ese mar de desesperación, su paraguas en la lluvia de la desolación. Papá lo consoló y apoyó, lo protegió y siempre creyó en él, porque sabía que por más que Nate finja que nada le pasa, que siempre está bien, en el fondo sigue siendo ese pequeño niño en busca de la protección de alguien más, de que alguien lo proteja y confíe en él... Y papá quiere ser esa persona, quiere ser ese pilar en su vida, ese salvavidas. Siempre lo fue y... Lo sigue siendo.
Dejé de escucharlo al irme de ahí y terminar en mi habitación, completamente anonadado. Entonces, ¿por eso se preocupaba tanto por Nate? ¿porque temía que algún día se saliera de control y él no estuviera presente? Me enfurecía que él ya supiera que esto sucedería y que no hubiera hecho algo para impedirlo. Era tan injusto que lo trataran diferente por su padre, sólo por ser su hijo era diferente, cuando no era así, era un ser humano como todos nosotros y merecía el mismo trato como todos. Era injusto y cruel, eso es todo.
Me dormí luego de varias horas pensando en lo injusta que es la vida para aquellas personas que no lo merecen, que son buenas y nacieron en lugares oscuros, crueles y despiadados; me gustaría hacer algo para evitarlo pero... Así es la vida, injusta.
|| NATHAN ||
Cuando desperté me sentí fatal, lo de anoche, mi actitud irracional y lo que vino después... Metí la pata, es todo, lo hice todo mal y por mi comportamiento ilógico, insensato, y para nada productivo los dejé preocupados, no sólo a Linda y Alex, sino también a Cris. No estuvo bien, no tenía derecho de actuar así, sobre todo cuando les debo todo a Alex y a Linda, gracias a ellos soy quien soy ahora y no terminé en un lugar de mala muerte; no debí comportarme así con ellos. Lo sé. Pero es que recibir esta noticia y el que ellos me hostigaran después... No es excusa y lo sé perfectamente, pero eso no impide que sienta todo esto en mí que logró cabrearme lo suficiente como para tratarlos tan distante y frío, cuando nunca antes lo hice.
Me levanté y fui al baño a tomar una ducha y después ponerme una sudadera negra, pantalón de mezclilla gris y botas negras. No estaba de humor para tanto arreglo en mí y los colores me ponían mal en días así, por lo que acostumbraba a usar tonos oscuros. Bajé desanimado, hoy no quería estar feliz ni intentar estarlo, pero no podía defraudar a Penny demostrándole que yo también tenía días malos. Debía fingir por ella, cuando esté fuera podré dejar de sonreír y estar de mal humor. Sí. Pero mientras permanezca aquí dentro... A fingir ser feliz.
—¡Hola, Natie!— exclamó en cuanto me vio en el umbral del comedor.
Suspiré agotado y me obligué a sonreír. Penny era una hermana menor para mí, legalmente lo es, y no quería que me viera triste o enojado, por alguna razón quería estar feliz y siempre de buen humor para ella, aunque debiera fingir.
—Hola, princesa.— dije alzándola en brazos, como siempre hacía. Sus dorados rizos rozaron mi cara y su risa inundó la habitación, cuando la bajé se apresuró a desayunar y cuando me dio la espalda volví a suspirar, al instante sentí la mirada de los tres sobre mí. Desayuné rápido y subí a cepillar mis dientes, salí de casa antes de que tuvieran la oportunidad de hacerme preguntas, no estaba preparado ni tampoco de humor para el interrogatorio, y eso sólo lograría hacerme enojar más.
La universidad no quedaba lejos y me gustaba caminar a veces, es una costumbre desde los siete años, papá no podía ir a buscarme porque estaba ocupado haciendo realidad sus enfermas fantasías con esas mujeres, y para él, sus fantasías lo eran todo; por lo que a temprana edad aprendí a manejarme bien por las calles sin la compañía de nadie más que la mía propia.
Escuché una bocina sonar detrás de mí y miré de reojo el vehículo para volver a suspirar, era el auto de Linda, pasé una mano por mi cabello y al instante pude oír la voz de Penny y presentí que ahí también se encontraba Cristopher.
—Vamos, Nate, te dejo en el campus.— dijo y ¿cómo podía rechazar a esta mujer sin dejarla con el rostro triste? Suspiré de nuevo antes de pensármelo más de diez veces y finalmente subir al asiento del copiloto. Éste día sería largo.
^^^“La mente es como un iceberg, flota con un 70% de su volumen sobre el agua.„^^^
^^^Sigmund Freud.^^^
Bajé del auto despidiéndome de todos, apenas estuve fuera pude borrar mi sonrisa y estar como realmente me sentía: frustrado, enojado, abrumado... Entre otras más. Me encontré con Seb y lo saludé, vi hacia atrás y pude ver a Linda y el auto aun estacionado fuera del campus, ella y Cris seguro observándome, obviamente preocupados; sé lo que seguirá: no se irán hasta que entre a clases. Pues se irán a quedar un buen rato ahí porque mi primera hora es libre, por lo que Seb y yo nos dirigimos a la sombra de un árbol cercano, para ser de mañana hacía mucho calor, nos sentamos en el césped mientras otros se dirigían a sus primeras clases.
—¿Mal humor?— preguntó Seb mirándome de reojo.
No, para nada.
¿No me ves a la mar de contento?
Estoy que salto de la felicidad.
Asentí mirando a cualquier otro lado menos a la camioneta, ¿no se pensaban ir o qué? Sé que dije que se quedarían hasta que entrara a clases, pero ¿de verdad se quedarán ahí? Wow, si que se preocupan por mí, pero que alguien por favor les diga que no es necesario y se vayan a hacer su día. Gracias.
—Tranquilo, Nate, no es la primera vez que pasa esto.— dijo intentando tranquilizarme.
Hummmm... Qué consolador.
Me encogí de hombros bajando la mirada al celular, tenía un mensaje de Cris. Suspiré y rodé los ojos, leyéndolo:
Cris
¿No irás a clase?
^^^Nate^^^
^^^No. Tengo hora libre.^^^
Es cierto que no era la primera vez que me enojaba, pero en realidad, muy pocas veces sucedía. ¿Por qué? No me gustaba que supieran lo que de verdad sentía y prefería que me encontraran de buen humor o tranquilo, evitaba que me vieran de mal humor o iracundo, pero había días en que no lo soportaba y dejaba fluir mi ira. Y para ellos había una rutina cuando eso sucedía: esperar en el campus hasta que estuviera en mi aula de clases, que era cuando estaban seguros de que no cometería ninguna locura.
Lo sé. Vaya confianza.
Pero cuando me enojo no soy la mejor persona que quieras en tu día.
Lo juro.
Cris
Bien. Nos vemos más tarde.
^^^Nate^^^
^^^Bien.^^^
—¿Supiste que expulsaron a Melissa?— dijo de pronto y me volví hacia él. Mamá por fin de iba... Quise decir Linda. Linda de iba.
Dios.
—¿Por qué?— pregunté sin entender. Melissa era una buena chica, de primer año y estudiaba sociología, pero jamás la vi haciendo nada malo, era algo así como un pan de Dios; divertida, carismática y extrovertida, pero jamás una persona con malas intenciones de por medio.
¿Por qué la habrán expulsado?
—Al parecer, la atraparon en el baño de chicas, drogándose.— respondió encogiéndose de hombros. Fruncí mi ceño por su actitud tan vacía, a Seb le gustaba esa chica desde el primer día que la vio, varias veces fue a mi casa para debatir distintas maneras para invitarla a salir, queriendo encontrar la más adecuada, perfecta. Sí, mi mejor amigo arma drama donde no hay. Y que se comporte así, de esta forma tan indiferente hacia ella es extraño. Quiero decir, tanto esfuerzo por salir con ella, tantas noches trasnochándome con él aguantándome sus discusiones consigo mismo porque todo estuviera perfecto para ese momento y... ¿Así nomás la tratas cuando sabes que se droga?
—¿Y por eso cambiaste de opinión sobre ella?— inquirí inexpresivo. ¿Se iba a dejar llevar por la opinión pública y por lo que Mel hace? No, mi hermano, eso conmigo no va. Si quieres tener algo serio con ella debes aceptar sus virtudes e imperfecciones, no hacerla a un lado cuando sabes este aspecto de ella. Así de simple.
—Sabes que no me gustan esas cosas, Nate...
Y dale...
Rodé los ojos y con rapidez lo corté:— Sí, y también sabes que yo las usé y a pesar de eso seguiste siendo mi amigo y no me dejaste a un lado.— ¿qué diferencia había entre Melissa y yo como para hacer este cambio?
—No es lo mismo. Tú tenías tus razones para hacerlo. Ella no.
—¿Cómo estás tan seguro?— respiré profundamente intentando sonar tranquilo.
¿Saben esos momentos donde quieres abofetear a tu amigo por decir algo totalmente estúpido?
Pues tengo esa necesidad ahora.
—Porque...— dudó un segundo— Nathan, ella lo hace por puro vicio.— susurró dolido.
Oh...
Está asqueado. Lo sé. Todo este asunto de drogas le da asco y le disgusta en lo absoluto, no tengo idea de por qué pero estoy seguro de que todo lo que tenga que ver con eso lo pone de mal humor.
—Tal vez, pero no estás seguro.— lo miré a los ojos, viendo la tristeza en ellos, tristeza porque la chica que le gusta dependiera de algo como eso— Habla con ella, y si es así, ayúdala. No le des la espalda.
Me miró extrañado luego de un minuto en silencio.
—¿Por qué me ayudas?
Seb, querido amigo, te quiero y todo, pero mataste el momento.
No sé si pegarle o simplemente irme por semejante pregunta.
Sonreí de medio lado, ocultando mi indignación por tal cuestionamiento.
—Porque, además de que eres mi mejor amigo.— tomé una gran bocanada de aire, apartando la mirada. No era bueno con esto de expresar mis sentimientos, a veces incluso llegaba a ser muy patético. Por eso no me gusta hacerlo— Tú hiciste lo mismo por mí.
...∆∆ ALONE ∆∆...
Salimos de clases con muchos deberes, en serio, demasiados. Acompañé a Seb a casa de Melissa para que aclararan las cosas y a ver si por fin llegaban a algo más que la friendzone; me quedé afuera mientras él se encontraba en el interior de la casa, quería darle un poco de privacidad.
También me evité ser el chaperón de esos dos.
Y gracias a Dios que sí.
No es gratis esto de ser lamparita de nadie.
Cuando salió estaba contento. Sonreí porque lo había logrado y nos fuimos rumbo a casa, él hablaba animadamente sobre cómo habían arreglado las cosas y el cómo se confesaron, incluyendo que él la ayudaría a dejar las drogas. Seb no era de hablar mucho, como yo, y me sorprendía ver que no paraba de parlotear, como si por fin la lengua se le aflojara; reí internamente porque parecía un niño que comió mucha azúcar. Y cuando nos separamos me inundó el silencio, pensando en lo de anoche y la noticia. No estaba muy seguro de que lo liberaran, todavía existía la evidencia que lo condenó más las declaraciones hechas por los testigos de ese momento, pero nunca se sabe con esta sociedad, todo es posible, el cielo es el límite. Y ya tenía decidido que me disculparía con ellos, fue injusto de mi parte echarlos de esa forma de mi habitación, tal vez no dije groserías o no fui grosero verbalmente, pero mi tono tampoco ayudó, fui frío, insensible...
Ya en casa, no esperé ni un segundo para adentrarme en mi habitación y quedarme ahí un buen rato, por suerte no me había topado con Penny o sino sabrían que ya había llegado y por el momento quería que no fuera así, quería que siguieran pensando que aún no había llegado a casa. Sin darme cuenta me quedé dormido, y el sueño que tuve no fue nada agradable.
—Déjala, papá.— supliqué con lágrimas en mis ojos.
—¡Cállate!— gritó él, sujetando a mamá del cuello. Yo era apenas un chiquillo de seis años.
—T-Tranquilo, Thanie, todo está bien.— dijo mamá tratando de tranquilizarme y enviarme a mi cuarto, usando ese mote cariñoso con el que siempre me llamaba. Pero papá no la dejó.
Discutieron de la peor forma que imaginé, mamá siendo golpeada por mi padre y éste gritándole en la cara e insultándola. Ella era igual a mí, alta, delgada, ojos cafés y cabello castaño claro. No paraban de discutir y yo sólo quería que pararan, que todo esto se terminara...
No fue hasta que escuché el sonido de un desgarre, muy, muy cerca de mí, tanto así que los oídos me zumbaron por unos momentos, intentando asumirlo todo. Papá estaba de pie, respirando agitadamente como si hubiera corrido un maratón, y mamá... Ella estaba tirada en el piso, una profunda cortada en el pecho de notaba y un pegajoso líquido rojo fluía de ahí, me miraba con tristeza. Corrí hacia ella, manchándome con ese líquido rojo y sin entender del todo, pero aun así, corrí a abrazarla, arrullándola como ella lo hacía conmigo.
—T-Todo estará bien, Thanie...— repetía una y otra vez, lágrimas resbalaban de sus mejillas y terminaban en mi camiseta. Lloraba porque me dejaría solo, solo con este hombre cruel y malvado.
—No te preocupes, mami. Soy fuerte.— susurré con mi infantil voz, en un intento por calmarla. No lo capté del todo hasta que vi sus ojos tornándose de un tono más claro y sus labios palidecer, sus manos ya no abrazaban las mías y su calor disminuía constantemente hasta que quedó totalmente helada conforme pasó el tiempo. En ese momento no lo entendí, apenas años más tarde, pero mi madre ya no estaba, murió. Nina Longsbery se había ido de este mundo a manos de este hombre, Paul Longsbery, mi padre.
Desperté sobresaltado, mi respiración entrecortada y estaba sudando frío. Había soñado con ese día, luego de eso comenzaron las muertes de esas chicas, y yo… Por más que quise negarme, no pude, fui un cobarde que solo quiso salvar su vida a costa de las de ellas, intenté sobrevivir y no fue de la mejor manera, jamás fue mi intención hacerles daño, solo hacía lo que mi padre me decía.
Me senté en la cama, mi espalda contra la cabecera y no lo aguanté, me eché a llorar otra vez ¿Por qué mi mente me hacía recordar esas cosas? ¿No se supone que la mayoría de los niños al crecer no recuerdan mucho de su infancia? ¿Por qué yo la recordaba con exactitud, como si fuera ayer?
—Maldita sea. Maldita sea…— susurré intentando contener más lágrimas. Odiaba llorar, no me gustaba llorar, era patético porque ¿a quién le ayuda eso?
Alexander entró rápidamente en mi habitación, seguramente escuchó mis sollozos, qué vergonzoso, y no hizo más que abrazarme y consolarme. No me resistí, necesitaba a alguien en ese momento, y ese alguien no estaba, se había ido hace mucho tiempo atrás. Y ese alguien, era Nina.
—Tranquilo, campeón, todo se solucionará.— me arrullaba y luego de unos minutos se separó, mirándome fijo a los ojos— ¿Estabas recordando ese día, la muerte de tu madre?
Qué sutil.
Asentí limpiando mis lágrimas, mirando a otra parte, respingando a veces. Me sentía tan patético que solo quería que la tierra me tragara en ese momento. Para mi desgracia absoluta, colocó un dedo bajo mi barbilla y la alzó, obligándome a verlo, me sonreía con ternura y su mirada era dulce.
—No pienses que eres débil por llorar, Nathan.— dijo firmemente— Nadie es más fuerte que tú, otra persona se hubiera dado por vencido hace mucho tiempo y tú… Tú no, luchaste contra esa posibilidad y gracias a tu determinación es que estás aquí, con nosotros, conmigo. No eres como tu padre y jamás lo serás, lo cierto es que tu madre dio su vida por la tuya porque supo que tu vida apenas comenzaba, que aún te quedaba mucho que vivir, experimentar… No eres un cobarde por esas muertes, por ayudarlo, no fuiste cobarde; es lo que cualquier ser humano haría para seguir con vida y eso no muchos lo entienden a tu edad.— tomó una gran bocanada de aire, lo había dicho con tanta rapidez que tuve que hacer un esfuerzo por entenderlo— Eres inteligente, Nathan, desde niño lo eres y siempre lo serás; entendiste todo perfectamente como para darte cuenta de lo que debías hacer para sobrevivir, eso no lo entenderían muchos. Pero tú sí. Eres un chico fuerte y bastante maduro para tu edad, no creciste como cualquier niño de aquí, ni siquiera como Cris y es entendible que te sientas diferente pero… No nos alejes, la noticia de tu padre es abrumadora, sí, lo sé, y sé lo mucho que te enfurece pensar que ese hombre pueda estar suelto en las calles y que pueda venir por ti.
“—Pero no nos apartes de tu lado, somos tu familia y estamos ahí para apoyarte y ayudarte en lo que necesites. Te queremos, Nathan, y siempre lo haremos. Jamás dudes de eso.
Dos días pasaron después de eso, aun no tenía las agallas para dar la cara y disculparme, los evitaba y no hacían otra cosa más que intentar acercarse. Alex me entendía y me daba mi espacio mientras no me encontrara mal, pero Linda y Cris eran un dolor de cabeza, ella me llevaba a la universidad ahora, vergonzoso, y Cris me mandaba mensajes de texto entre clases para saber cómo iba. Eso ya era acosador y agobiante para mi gusto.
Y pues, estábamos viendo una película, era noche de película, día viernes en la noche, el único día que Alex tenía de descanso, según él. Ellos estaban sentados en el inmenso sofá, mientras que yo estaba en el sillón. Creo que era una película de acción, no lo sé, en ese momento no estaba atento a lo que pasaba en la pantalla, no hasta que…
—Últimas noticias.— comenzó la mujer del noticiero, ahí es cuando miré fijamente la pantalla, atento a lo que decían— El caso de Paul Longsbery ha sido abierto de nuevo, con posibilidad de que salga bajo palabra ante la falta de evidencia y los escasos testigos ante las muertes de esas quince mujeres…
Apagaron el televisor y eso de igual manera no importó porque cuando mencionaron el nombre de mi padre, dejé de escuchar mi entorno. Las miradas de todos, excepto de la niña, estaban puestas en mí, y con mayor razón, ni yo mismo sabía cómo iba a reaccionar a eso. Encajé con fuerza mi mandíbula y me largué de ahí, saliendo de la casa sin un destino, simplemente vagando por las calles; antes de salir pude oír cómo me llamaban, pero para mí eran voces lejanas, a cientos de kilómetros de distancia cuando estaban a pocos metros de mí. De igual modo las ignoré y seguí andando sin prestarle atención a nada, cuando alcé mi vista, me di cuenta de que mis pies me habían llevado directo a la casa de Sebastián, me sorprendí un poco pero en fin, era como mi otra casa.
Suspiré y toqué el timbre, esperé unos minutos antes de que la puerta fuera abierta por Seb, me miró sorprendido y extrañado por mi presencia, minutos después pareció entender y todas esas emociones desaparecieron de su rostro.
—¿Lo viste?— preguntó sin ningún matiz.
Asentí y me dejó pasar, cerrando la puerta detrás de mí. Saludé a Marianne, su madre, y a Charles, su padre; la primera era baja, rolliza y de unos gentiles ojos color caramelo y cabello castaño oscuro, mientras que su padre era idéntico a Seb, mediano, fornido, ojos turquesa y cabello castaño oscuro.
Me recibieron como si fuera mi casa y rápidamente subimos a la habitación de Seb, casi igual a la mía en proporción, casi teníamos los mismos gustos. Se sentó en su cama y yo en un puff cercano que había dejado por ahí en una de esas tardes en que Sean y yo veníamos para divertirnos con él.
—¿Cómo te sientes?— preguntó con suavidad.
Sonreí ladino, amargo, mis ojos reflejando una mezcla de tristeza e ira al mismo tiempo.
—Sorprendido, enojado, incrédulo…— suspiré pasando una mano por mi cara ¿no estaría soñando?— Soy un manojo de emociones, Seb, no puedo ser específico…
—Di la primera emoción que te venga a la mente cuando piensas en eso.— mi amigo era como mi psicólogo personal, ambos éramos aprendices pero cuando el otro se sentía mal hacíamos lo mismo entre nosotros.
—Rabia.— no debía pensarlo mucho.
—Y odio, debo suponer.— dijo y asentí— ¿Seguro que ya lo superaste, Nathan?
—Sí, Sebastián, muy seguro. Llevo años sin pensar en ese hombre, y casualmente, llega alguien igual de enfermo que él y quiere dejarlo libre…
—Pero no buscaste ayuda profesional.— me interrumpió.
—Lo sé, pero tampoco pensaron que la necesitara, jamás fui explosivo ni violento.
—Ni lo eres ahora.— añadió, dándome la razón.
—¿Cuál es tu punto?— inquirí cruzando mis brazos y mirándolo con el ceño fruncido.
Posó su mano en su mentón, pensativo, sopesando sus palabras hasta que por fin dijo:— Paul obviamente refleja esa oscuridad en ti, y cada vez que lo nombran te vuelves impotente, asocial, triste o deprimido; así como también huyes de tu familia cuando intentan ayudarte…—
—Sebastián.— ¿a qué quería llegar con eso?
Me miró fijo antes de suspirar y contestar:— Tienes un problema con ese hombre, Nathan. Un problema que necesitas aclarar, no solo por ti, sino también por tu familia; debes cerrar definitivamente ese capítulo de tu vida para poder vivir en paz y tranquilidad. No solo te haces daño a ti mismo rehuyendo a esto, sino también a ellos, Nate.—
Volví a casa a eso de las once, aproveché el corto trayecto para sopesar lo que me dijo Sebastián y analizarlo desde el punto de vista profesional y ver mi vida de ese modo. En efecto, Seb tenía razón, algo en mi vida no estaba bien y debía solucionarlo, debía aclararlo por el bien de todos y… Aunque no me gustara la solución, debía hablar con mi padre, no por medio de cartas o llamadas o textos. No. Sino cara a cara.
Entré lo más silenciosamente que pude, cerrando con cuidado y suspirando tranquilo cuando descubrí todo oscuro, ya estarían más que dormidos a esta hora…
—¿Dónde estabas?
Gruñí por lo bajo y cerré mis ojos por un instante, giré y lo vi sentado en el sillón. Me recordó a Los Increíbles cuando Elastigirl esperó a Mr. Increíble en la noche, sentada en el sillón. Estaba cruzado de brazos, su rostro serio e inescrutable, como si jamás hubiera sentido nada.
—En casa de Sebastián.— respondí, ¿de qué valía mentirle? Era policía después de todo.
Asintió en silencio, sin decir ni mu. Esto ya me parecía incómodo y no estaba a gusto, quería subir a mi habitación y dormir un poco, estaba agotado y sobre todo, tenía frío. Al no decir nada decidí subir así sin más, pero me detuve cuando recordé algo.
—¿Alex, puedo pedirte un favor?— esperaba hacer lo correcto.
Me miró de nuevo y respondió:— Claro, hijo.—
Sonreí ladino por segunda vez esta noche, con amargura. Después de tanto tiempo, aun no me acostumbraba a que me llamaran “hijo”, en vez de mi nombre de pila, y yo aún no me acostumbraba a llamarlos “papá” y “mamá”, sino a llamarles Linda y Alexander, o Alex.
Suspiré para lo que estaba a punto de decir, sopesando todo lo que había ocurrido en estos días, cómo había comenzado y cómo continuaba, mi actitud con ellos y viceversa, y mi conversación con Sebastián que me hizo entrar en razón, darme cuenta de que necesitaba esto, por más que me costara o me carcomiera por dentro decir esas palabras, era por mi bien, nuestro bien, para dar vuelta a la página y seguir con mi vida.
Todos esos años viviendo tan pacíficamente, a pesar de los obstáculos impuestos por la sociedad y sus críticas hacia mí por ser quien era y el descendiente de él, pero sin importar eso, lo hice bien. Pero nunca me di cuenta, o no de manera evidente, de que algo faltaba, que algo en mí no encajaba o no cerraba en sí; lo entendía por fin, no era yo el que estaba mal, era lo que había vivido y lo que había pasado por culpa de él, de Paul, y necesitaba hablar con él, desahogarme con él, decirle todo lo que me había guardado todo ese tiempo para poder cerrar esa fase, cerrar ese capítulo, dar vuelta a la página y volver con mi nueva familia. Porque hasta que no lo hiciera, hasta que no le diera la cara a ese hombre, no estaría bien, no sería feliz.
—Quiero ver a mi padre.
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