26 DE NOVIEMBRE 2.022
• ATENAS (GRECIA) •
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RENZO
– ¡¡HABLA AHORA O TE MATO!! –le gritó furioso–. ¿Quien mato a mí hermana?.
Este se echa a reír con ganas lo que me da más ganas de matarlo. Antes de ayer recibí la noticia de que no solo había matado a mí hermana sino que la había torturado, violado en manada por encargo de un enemigo.
– No pienso decirte nada Leone –me mira–. Puedes matarme pero no te diré nada.
– ¿Tu tocaste a mí hermana? –me acerco a él–. ¿La tocaste?.
– Lo hice, yo fui uno de los cinco –se ríe–. No sabes cómo disfrute, yo fui quien inicio... Quien le quitó su inocencia.
– Mí hermana tenía quince años... –tomo su cuello–. ¡ANIMAL!. La cortaron, la quemaron todo antes de matarla. Ella era mí mundo y ustedes me lo quitaron.
– Pobre... Ahora no te queda nada –me dice.
Me alejo de él y me limpio las manos. Lo miro con una sonrisa.
– ¿Sabes que es lo peor que me hayas quitado todo? –le pregunto.
– No, no lo sé –me dice sonriendo–. ¿Que?.
– Que siempre me entero de todo y lo devuelvo... –le sonrío–. El doble.
Le hago una señal a un hombre y por la puerta entran otros con dos mujeres atadas y amorzadas.
– Si bien creo saber... –le digo–. Ellas son tu mujer y tu hija.
– No... Por favor, no –suplica–. Te lo ruego.
Sientan a ambas frente a él y yo me pongo detrás de ellas. Las miro con una sonrisa. Me inclino ante la niña quizás de la edad de mí hermana.
– ¿Cuál es tu nombre, hermosa? –le pregunto.
– Irina –me dice.
– Irina, linda. –le sonrío–. ¿Sabes que hizo tu papi para estar aquí?.
– No, no lo sé –niega–. Y tengo mucho miedo.
– ¿Y usted señora? –miro a su esposa–. ¿Sabe que fue lo que hizo?
Está niega, ambas están visiblemente aterradas. Me levanto y saco de mí billetera la foto de mí hermana. Se las muestro a ambas.
– Ella era Florencia –les digo–. Mí hermana, tenía tu misma edad –le digo a la niña–. Era dulce y linda como tu.
– Era muy linda –me dice.
– Lo era, era la persona más buena del mundo –miro la foto–. Tu papi, la torturó... La quemó, la corto... Le hizo cosas horribles y le robo su inocencia junto a otros cuatro hombres.
La mujer abre los ojos de par en par cómo sus ojos. Empieza a llorar a cantaros mirando a su esposo con rabia.
– Por eso están aquí ahora –les digo–. Si papá no habla les va a pasar lo mismo a ustedes.
– Por favor, Leone –exclama el tipo–. Te lo ruego.
– ¿Sabes? –me giro hacia él–. Imagino a mí hermana suplicandoles, pidiendo por favor que pararan. ¿Me equivoco? ¿O la drogaron abre?. No, no creo querían que sufriera. ¡DIME QUIEN LOS ENVIO!.
Este no habla, entonces pierdo la paciencia, entran cuatro hombres con un colchón que tiran al suelo. Me levanto y me coloco detrás de ellas con arma en mano. Le sonrío al tipo que tengo en frente.
– ¿Hablaras o no? –le pregunto.
Niega con la cabeza. ¿De verdad cree que estoy jugando?.
– Bien, entonces hagamos un clásico... –le apunto a la mujer–. De tin... –le apunto a la hija–. Marin... –vuelvo a la mujer–. de do... Pingüe... Cucara... Macara... títere... fue... yo no fui... fue tete... pégale... pégale... que ella... fue... –le sonrío–. Que curioso, perdió tu hija.
Corto las cuerdas de la niña y la levanto del brazo. Sino quiere hablar, verá el mismo sufrimiento de mí hermana en su hija.
Le doy la niña a mis hombres quienes la tiran al colchón. Su madre empieza a saltar sobre su silla y cae al suelo desesperada.
– ¡HABLA! –le grita a su esposo–. ¡HABLA MALDITO SEAS!.
Los gritos de su esposa y la niña se escuchan, el tipo parece quebrantarse. Le asiento a mis hombres y empiezan a desabrochar sus cinturones. Uno de ellos rompe la camiseta que la niña llevaba.
– ¡ES TU HIJA! –le grita–. ¡ABRE LA BOCA, MALDITA SEA!.
– ¡ANTONIO RÍOS! –me grita.
Levanto la mano deteniendo a mis hombres. Con las manos en los bolsillos me acerco a él lentamente.
– ¿Que dijiste? –pregunto–. Creo que no te escuché.
– Antonio Ríos, Maldición –dice–. Él nos mandó a hacerle eso a tu hermana.
– ¿Él mafioso que es dueño de medio Estados Unidos? –pregunto–. ¿Ese Antonio Ríos?.
– Desgraciado, hijo de puta –lo tomo del cuello–. ¿Y lo disfrutaste no es así?.
– Lo lamento –dice suplicante–. Por favor.
– Hace minutos no lo hacías –saco mí arma–. No te mereces ser padre, no te mereces vivir... Le devolveré ese favor a Dios.
Sin dudar le apunto directo a la cabeza y le disparó. Su cuerpo queda ahí en el suelo, no se escucha ni una mosca.
Tomo mí chaqueta y se la tiró a la niña. Le pido disculpas y le digo que se quedarán en mí casa, por si acaso.
Voy a mí habitación y me ducho pensando en todo lo que ocurrió.
– ¿Por qué mierda, Ríos? –me pregunto a mí mismo–. ¿Por qué mierda tuviste que meterte conmigo? ¿Con mí hermana?.
Salgo de la ducha y una vez vestido llamo a mí mejor amigo y confidente, Mitchel. Contándole todo lo que pasó.
– ¿Y ahora? –pregunta–. ¿Que piensas hacer?.
– ¿Que más? ¿Eh? –lo miro–. Hay que preparar a mis hombres, mañana mismo partimos a Nueva York... Acabaremos con Ríos así como me llamo Renzo Leone.
– ¿No quieres esperar un poco, amigo? –me dice–. Acabas de perder a tu hermana... No tuviste tiempo para pasar tu luto.
– No hay tiempo para eso –niego–. Despertaron al Diablo ahora se quemaran entre las llamas del infierno.
Prepárate Antonio Ríos... Porque seré el diablo de tu infierno, yo seré tu verdugo y la vida de mí hermana será tu pena.
28 DE NOVIEMBRE DEL 2.022
• NUEVA YORK (EE.UU) •
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RENZO
Veo la gran ciudad de Nueva York desde el cielo, estamos por llegar al aeropuerto. Hace dos meses fue el entierro de mí hermana y no he ido, solo pienso en matar a ese desgraciado de Ríos.
Lo mataré en su ciudad, en su reino. Silas y Mitchel vienen conmigo necesitaré su ayuda.
–. Ya estamos llegando –dice Silas–. ¿Cómo va todo?.
–. Solo quiero degollar a ese desgraciado –confieso–. Pero antes quiero que sufra como ella sufrió.
–. Tu hermana descansara en paz, pero no porque hayas conseguido venganza –Mitchel pone su mano en mí hombro–. Sino cuando seas feliz, cuando tengas tu familia y seas un hombre hecho.
–. Ya no soy feliz, jamás lo fui, amigos –miro hacia la ventana–. Mí padre evito que eso pasará.
Mí padre... Don Federico Leone, era un hombre muy respetado y temido, tenía un temperamento fuerte no era de extrañarse que hasta mí hermana y yo le tuvieramos miedo.
Cuando nació mí hermana mí madre murió, perdimos a nuestra defensora de los maltratos de nuestro padre. Tenía doce años cuando envíe a mí hermanita de apenas semanas de vida, con mi tío.
Su castigo... Jamás olvidare su castigo. Cuando se enteró de lo que había hecho tenía quince años hacia dos que había hecho desaparecer a mí hermana, me tiró en medio de cuatro hombres, todos mucho más grandes que yo. Sus palabras fueron:
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• QUINCE AÑOS ATRÁS •
Veía aterrado a estos hombres rodeandome, sin escapatoria alguna. Mire a mí padre que estaba aún lado debajo del techo ya que llovía.
–. ¿Te arrepientes de lo que hiciste? –pregunto.
–. Salve a mí hermana de ti... De tu maldad –le dije–. Así que... No, no me arrepiento.
–. Me siento muy decepcionado, Renzo –dijo–. Pero hagamos algo. Si logras vencer a estos hombres... Vivirás.
Sentí el primer golpe segundos después de esas palabras, justo en el estómago. Caí al suelo y uno de ellos tiro de mí cabello levantado mí cabeza hacia mí padre.
–. ¿No piensas defenderte, Renzo? –me pregunto–. ¿Tanto deseas morir?.
–. Quizás... –admití con dolor.
–. Sabes que encontraré a tu hermana –me sonrío–. Quien sabe que le pasará.
Temble ante la idea de que pudiera encontrarla. Recordé las palabras de mí madre antes de ir al hospital a dar a luz: "~ Cuídala, hijo mío. Tu y tu hermana serán uno para siempre ~".
Pensado en la promesa que le hice a mí mamá, sujete el brazo del tipo y lo quebré soltando un sonido seco, como una rama partiéndose. Me levanté, esquive y di golpes, así como los recibí y aguante.
Estaba apunto de desfallecer cuando veo arma de mí padre en el suelo, sabía que si no me defendía más, moriría. La tomé con rapidez, girando sobre mí... ¡BAM, BAM, BAM, BAM!. Solté tres certeros disparos en la cabeza de cada uno de ellos quienes cayeron muertos.
–. Bien hecho, hijo mío –dijo orgulloso–. Ganaste, sígueme.
¿"Bien hecho"?. Acabo de matar a cuatro hombres, sus hombres... ¿Tan poco le importa la vida de las demás personas?.
Me levanté como pude, luchando contra el dolor.
–. ¡EY! –le grite.
Este se giro hacia mí y yo alce la mirada hacia él.
– ¡TU REINADO SE ACABO! –le dije.
Levanté el arma hacia él y me sonrío como si supiera que lo iba hacer. ¡BAM!.
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• ACTUALIDAD •
Ese disparó resonó y resuena en mí cabeza desde hace años, jamás me deja en paz... Mate a mí propio padre y ascendí al trono de la mafia griega a los pocos meses.
Pude, al fin, tener a mí hermana cerca y dejar de verla a escondidas cada dos meses. Me conocen como "Angelos tou thanátou" (Ángel de la muerte). Jamás tuve compasión, no conozco esa palabra.
–. Señores –la azafata se acerca a nosotros–. Estamos apunto de aterrizar.
–. Muchas gracias, señorita –Mitchel le agradece.
La azafata me echa un guiño al girarse hacia mí y sigue su camino con un sensual movimiento de caderas.
–. Creo que el deber te llama, hermano –dice Silas señalando a la azafata.
El avión aterriza en la pista con éxito, despido a los chicos quienes se van antes que, me quedo en el jet para... Divertirme un poco.
–. ¡Ah....! ¡Sigue, Renzo! –gime la mujer.
–. No me digas así... –ordene cortante–. Para ti soy señor.
–. S-si, señor... –dice entre gemidos.
Así continúe, duro y sin compasión, ya que yo jamás hago el amor y jamás me corro con ninguna mujer. ¿Por qué?... Creo que ninguna me complace realmente.
Salí del jet con el sol saliendo luego de darle una propina a la azafata. Subí a la camioneta completamente negra que me esperaba y empezó a conducir por las calles.
El sol empieza a elevarse y elevarse. Un golpe seco y el frenado del golpe del auto me hizo reaccionar.
–. ¿Que ha pasado? –pregunto al chófer.
–. Señor Leone –este me mira–. Acabamos de chocar a un oso...
–. ¿Perdón? –pregunto–. ¿Un oso? ¿Es una maldita broma?.
–. Bueno no... No un oso en si –dice–. Alguien disfrazado de eso.
Confundido. Salí de la camioneta y si, en medio de la calle, tendido frente a mí, una persona en un disfraz de oso.
Me acerco a él quien se sienta y se toma la cabeza.
–. Perdoname –le digo–. Te habías cruzado en verde, amigo. ¿Te encuentras bien?.
Le extendí mí mano y este lo tomo. Sentí algo extraño recorre mí cuerpo en ese instante, miro su mano, pequeña... muy pequeña al lado de la mía. Me reí.
–. Es una mano muy pequeña para ser de hombre, amigo –le digo.
Escucho una pequeña risa y luego se va quitando la cabezota mostrándome a la mujer más hermosa que he visto en toda mí vida, con la sonrisa más hermosa de la historia, se rió mirando a su alrededor.
–. No se preocupe –dijo tranquilamente–. El traje de oso amortiguó mí caída... Y si, soy mujer.
Me quedé mirándola, quedé hipnotizado ante esos ojos azules y esa sonrisa.
–. Perdón –me volví a disculpar–. ¿Se encuentra bien?.
–. Si, estoy bien –dice sonriendo–. Lamento haber interrumpido su camino.
–. No pasa nada –le sonrío y le extiendo la mano–. Renzo Leone.
–. Melina Brown –acepta mí saludo–. Es un placer pero debo volver al trabajo –me entrega un volante–. Juguetería Bozz, que tenga buen día, señor Renzo Leone.
Me echa una última sonrisa antes de volver a colocarse la cabezota de oso y seguir su camino... Melina Brown, debo recordar ese nombre.
MELINA
¡OTRA VEZ TARDE, MALDICIÓN!.
Corro por la avenida para llegar a mí trabajo. Todo me tiene que pasar a mí, primero: se me encoge el uniforme en la lavandería, segundo: sonó la alarma de incendios porque dejé la tostadora encendida, y tercero: el autobús no llegaba jamás.
¿Cómo es que siempre me pasan estas cosas?.
–. ¡LAMENTO LA TARDANZA, SEÑOR KIGMAN! –digo agitada.
El señor Kigman, lo detesto, es el peor jefe del mundo. Es un hombre gordo, calvo que le mira el trasero a todas sus empleadas.
–. De nuevo, Melina –me dice–. ¿Que paso está vez? ¿Un dinosaurio piso el autobús?.
–. No está tan lejos de la verdad –me río.
Parece que no le causo nada de gracia debido a su cara de... De... Mejor me callo.
–. ¿Donde está tu uniforme? –me pregunta–. ¿Por qué no lo trajiste?.
–. Hubo un problema en la lavandería –le digo–. Usaron un jabón equivocado y se encogió.
–. ¡Otra excusa más! –exclama–. Ya me tienes arto, Melina.
–. Ya le dije lo que ha pasado –lo miro–. Si quiere constatar mí historia tengo evidencia.
–. ¡No me vengas con tu temita de abogacía! –niega–. Bueno, ya que no tienes uniforme, hoy tendrás otro trabajo. Sígueme.
Empieza a caminar hacia la parte de atrás, entramos a dónde guardamos los uniforme y saca del perchero el uniforme de oso.
–. Hoy ocuparas el lugar de Santino –me sonríe–. Saldrás afuera con el disfraz de oso.
–. Pero... ¿Que pasará con Santino? –pregunto.
–. Está enfermo y no vendrá hoy –me da el disfraz–. Ahora ve a vestirte.
Me sonríe y se va.
Maldito viejo gordo, con razón su esposa lo abandono. Suspiro y me visto, es enorme este disfraz, salgo a la calle con los volantes.
Camino por la vereda aunque esto no me deja hacerlo, es tan pesado. ¿Cómo hace Santino para caminar con esto?.
–. ¡Maldición!... –exclamo–. Aquí hace mucho calor.
Me paro por la senda peatonal dispuesta a cruzar, ya está en rojo así que puedo. Mientras camino para llegar al otro lado escucho el frenado de un auto, pero no para a tiempo y me veo volando unos metros.
–. ¡Ay jesús! –digo una vez en el piso.
Escucho la puerta del auto abrirse y unos pasos acercarse.
–. Perdoname –dijo una voz ronca y masculina–. Te habías cruzado en verde, amigo. ¿Te encuentras bien?.
Me extendió su mano para ayudarme, la mire por unos segundos y luego acepte su ayuda. Al tomar su mano una fue como si una corriente eléctrica me recorriera de pies a cabeza. .
De un fuerte tirón me levanto, miro nuestras manos y se rió. Me miró y se rió.
–. Es una mano muy pequeña para ser de hombre, amigo –se ríe.
Me reí a lo bajito y luego me quite la cabeza del oso de encima. Le sonríe.
–. No sé preocupe –le dije con tranquilidad–. El traje de oso amortiguó mí caída... –mire sus ojos azules–. Y si, soy mujer.
Nos quedamos mirando fijamente, tiene ojos muy azules, demasiado.
–. Perdón –se disculpo de nuevo–. ¿Se encuentra bien?.
–. Si, estoy bien –le sonreí–. Lamento haber interrumpido su camino.
–. No pasa nada –me dijo su ronca voz.
Me dio una sonrisa y luego extendió su mano hacia mí.
–. Renzo Leone –se presento.
Mire su mano nerviosa, los hombres y yo no tenemos buena relación. Aún así este hombre me inspira confianza. Acepto su saludo estrechando su mano, otra vez esa corriente por mí cuerpo.
–. Melina Brown –le digo mí nombre–. Es un placer pero debo volver al trabajo –le extiendo un volante–. Juguetería Bozz, que tenga buen día, señor Renzo Leone.
Así continúe mí camino, me gire una vez más y me miraba. Seguí con mí día normal recordando esos ojos azules y esa sonrisa.
Dejo de volar a ver mí casa. Está maldita casa... Desde que mí mamá se volvió a casar mí vida es una tortura, este hombre es un enfermo, un psicópata drogadicto y borracho, a veces trae a sus amigos en esas noches me encierro en el cuarto de mí hermana de quince años.
Al entrar hay algo muy extraño, un ambiente extraño, el olor a marihuana impregna mí nariz. Entonces escucho un gritó:
–. ¡NO, DÉJAME! –grita Flor
–. ¡FLORENCIA! –grito e intento subir.
Empiezo a subir las escaleras pero una mano detiene mí camino. Me giro sobre mí... Marcus, mí padrastro.
–. Te quedas aquí –me ordena–. Es la única forma de pagar...
–. ¡VETE A LA MIERDA, HIJO DE PUTA! –le gritó.
Pegándole una patada en la entrepierna, me suelta y subo corriendo las escaleras.
–. ¡FLORENCIA! –grito–. ¡HERMANA!.
–. ¡MILENA! –grita en auxilio–. ¡AYUDAME!.
Llego a su puerta pero está cerrada, intento abrirla con desesperación. Golpeó la puerta con fuerza para abrirla.
Bajo corriendo y tomo el martillo de la cocina.
–. ¡NO TE METAS! –dice Marcus–. Es mí hija.
–. ¡CÁLLATE HIJO DE PUTA! –le digo.
Subo de nuevo y golpeó la cerradura de la habitación de Flor con fuerza. Logro abrirla, cuando entro veo un hombre semi desnudo sobre mí hermana que tiene la mejilla roja por un golpe.
Con la ira subiendo sobre mí le doy un martillazo en la espalda al hombre que se levanta gritando de dolor.
–. ¡HIJA DE PUTA! –grita y me mira–. ¿¡QUE CREES QUE HACES!?.
–. ¡Largo de aquí! –le digo–. Vete y no vuelvas.
–. ¡MELINA! –Marcus me toma del brazo–. Deja de hacer estás estupideces.
–. Esto no es lo que me prometiste, Marcus –dice el hombre–. Pero ahora quiero hacer un cambio –me mira–. Esta es muy hermosa...
–. ¡NO, MARCUS! –grita.
Nos giramos hacia mí madre que está en la puerta, tiene los ojos rojos... Seguro se estaba drogando en la habitación.
–. Tu maldita hija me golpeó con un martillo –le reclamo el hombre–. Ahora pagara por eso.
–. No, con ella no... –dice mareada.
No espero más, me acerco a mí hermana y la levanto. Me la voy llevando por la puerta.
–. ¿¡Donde crees que vas!? –pregunta Marcus–. ¡No te vas a ir y mucho menos te vas a llevar a mí hija!.
–. ¡LEJOS DE USTEDES, MALDITOS DROGADICTOS DE MIERDA! –les gritó.
Tomo mí abrigo y se lo pongo a Flor. Sin esperar, rápidamente, salimos de la casa y subimos a un taxi.
Le doy la dirección de mí amiga Kate. Llegamos a un complejo de apartamentos en mal estado pero es el único lugar donde podemos quedarnos.
–. ¿Melina? –pregunta y mira a mí hermana–. ¿Que está pasando? ¡Por Dios, su mejilla!.
–. Lamento haber llegado así –digo–. ¿Podemos quedarnos contigo?.
–. Claro, entren –dice.
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