–Fue buena idea que no fuiste, te habrías aburrido.
–Al menos me hubiera gustado haber asistido.
–Días antes de la boda, nos dijeron que íbamos a casarnos. Nuestros padres fueron quienes organizaron la boda, yo ni sabía. Fue algo inesperado, demasiado pronto, ni siquiera pude invitar a muchos de mis amigos.
Edwin lo dijo de manera engreída, de manera poco agradecida. Se nota en su cara que nunca deseo casarse de esa manera, ni siquiera adora lo que hicieron sus padres por él. Ellos pensaron en su bien, pensaron en su futuro para él, pero nunca pensaron en el futuro que él quería tener.
–No me habías contado de eso.
Mónica se sorprendió el ver a Edwin insatisfecho, se nota que no es feliz ante la decisión que tomaron sus padres. Pero ella tiene esperanza, tiene la esperanza que él llegó a enamorarse de su esposa una vez casados.
–Es algo que no me gusta hablar. Sabes que mi padre siempre ha sido un tirano, y todo lo que dice se tiene que hacer.
– ¿Fuiste forzado a casarte?
–Si.
– ¿Entonces no amas a tu esposa?
Mónica se le ocurrió preguntar algo tonto a él, es tonto porque ella sabe a qué ama a su esposa. No tendría sentido el por qué sigan juntos. Se le ocurrió preguntárselo por la vez que le pidió ser su amante, por la vez que le robó un beso y más por lo de hoy. Puede que encuentre una esperanza, puede tener alguna esperanza de enamorar a su jefe.
Edwin siente extraña la pregunta, la siente demasiado incómoda, es como que hay algo de interés dentro de la pregunta. Y más por la forma en que ha actuado ella desde la vez que le propuso ser su amante. A partir de ahí como que ha actuado extraña con él. No es tan tonto, aunque a veces si lo es. Sonrió.
– ¿En serio estás enamorada?
– ¡¿Enamorada?! ¡¿Yo?!
Mónica no esperaba algo así, esperaba una respuesta, esperaba que le dijera que no ama a su esposa y no que ella fuera la enamorada. Edwin siente extraño su comportamiento. No sabe si siente algo por él o sólo se avergonzó por la tontería que le preguntó de broma.
–Cálmate, sólo bromeaba.
–Ah... Que buena broma me acabas de hacer.
–Aunque me hubiera gustado que estuvieras enamorada de mí.
– ¿Por qué?
Edwin se quedó en silencio, no dio una respuesta ante su pregunta. Mónica siente que algo oculta.
– ¿La amas?
–No.
Los ojos de Mónica se sorprendieron de asombro, se sorprendió ante la respuesta. Dentro de su corazón gozaba de felicidad, mientras por fuera mostraba tristeza. Edwin tenía una mirada melancólica, una mirada de cero felicidad. Ella se siente culpable el haber preguntado algo así.
–Lo lamento.
– ¿Por?
–Por preguntarte, se nota que sientes algo por ella.
–No sé si sienta algo hacia ella. No lo sé, pero algo si sé. Mi peor error fue el haberme casado con una desconocida, siguiendo los deseos egoístas de mis padres antes que los míos. Creo que hubiera sido más feliz, si me hubiera casado con alguien como tú.
Edwin mostró una sonrisa gentil mientras conduce. Mónica le encantó lo último que dijo, se puso ruborizada ante sus lindas palabras. Siente mariposas dentro de su estómago. Su corazón no deja de latir a gran velocidad. Lástima que está casado...
–Al menos seguimos siendo amigos.
–Eso sí.
– ¿Recuerdas la primera vez que fuimos amigos?
– ¿Cómo olvidarlo? En ese tiempo todos los niños les dabas miedo. Tenías una mirada amenazante.
–Pero fuiste muy valiente el haber sido mi amigo.
–No tenía alternativa, me dabas miedo. Estaba entre ser arrojado o ser tu amigo.
–Ja ja si...
Mónica se siente apenada el recordar su pasado. Se le había olvidado por completo que ella en versión de niña, nunca fue tan linda, era una niña ruda, agresiva y burlona. En resumen, era una bravucona, le encantaba crear problemas y más porque su padre siempre le decía que tenía que defenderse si alguien le ponía una mano encima. Era una niña, aun no comprendía el significado de esas sabias palabras. Su padre trabajaba en la lucha libre...
Pensó que si sólo trataba mal a sus compañeros, evitaría problemas. Sabe que algunas veces trató mal a Edwin, le hizo muchas cosas desagradables y aun así sigue a su lado, sigue siendo su mejor amigo. No entiende el cómo pudo soportarla tanto así. Pero se alegra el haber cambiado justo a tiempo. Si no lo hacía, probablemente habrían terminado separados.
– ¿Sigues practicando?
–Algunas veces.
Se siente nerviosa, desvío su mirada a otra dirección. Siente que no es buena idea sacar el tema, quiere verse linda para él y no un bicho raro ante sus ojos.
–Me gustaría que un día me enseñarás algunos trucos.
– ¿Quieres que te enseñé un poco de lucha libre?
Mónica está sorprendida. No esperaba algo así. Edwin es un hombre que cuida su reputación, le interesa las cosas valiosas y no cosas insignificantes como estas.
–Me encantaría.
– ¿No prefiere algo más sofisticado? Algo como kun fu, karate, esgrima, entre otros. Algo que sea apropiado para usted.
–Son aburridos, prefiero algo nuevo.
Mónica no puede creerlo. No sabe que decir. Es algo que nunca creyó que le iba a pedir su jefe. Sonrió.
– ¡Está bien! ¡Te enseñaré como lanzar a tus agresores al suelo! ¡Te enseñaré hacerlos volar!
– ¡Jajaja! ¡Eso espero! ¡Por favor, no practiques conmigo! ¡No me lances a mí como ejemplo!
– ¡Jajaja! ¡Claro que no! Tenemos maniquíes para eso.
–Espero que sea cierto.
Edwin se detuvo. Bajaron del auto. Mónica se sorprendió. Quedó asombrada ante la belleza que había olvidado. Las pequeñas luces de cielo no dejan de brillar en medio de la bella oscuridad. Un hermoso mar besando a la luna menguante. Era el paraíso olvidado de dos amigos opuestos. Edwin se acercó a ella, recostó su brazo sobre su hombro.
– ¿Te gusta?
–Pensé que lo habías olvidado.
–Un lugar así, nunca se olvida.
Edwin mostró una sonrisa alegre, era la sonrisa de un buen amigo. Mónica sonrió.
– ¿Cómo se te ocurrió traerme a este lugar?
–Pensé que te iba a gustar como los viejos tiempos.
–Es demasiado bello.
–Lo sé. Estar aquí hace sentirme feliz.
– ¿Tu esposa no se molestará?
– ¿De qué?
–De que tú y yo estemos aquí platicando tan tarde.
–Me largué.
– ¡¿Te fuiste?!
Mónica está sorprendida, esta fue una gran noticia para ella. Su corazón late de felicidad, mientras intenta mostrar lástima por él.
–Ya no podía estar con ella, todo el tiempo nos estamos peleando.
Edwin lo dijo en tono molesto, se nota que ya no la soportaba. Estas palabras son dulces noticias para ella, la llena de felicidad. Intenta mantener la cordura, intenta seguir mostrando lástima ante la situación.
–Nunca he estado casada, no sabría qué consejo darte, pero lamento la situación en que estás. Espero que sus problemas se resuelvan pronto.
– ¿Crees que se arreglen?
–No sabría decirte, eso depende entre tú y ella.
–Tienes razón. Este problema es entre nosotros dos.
Edwin mostró un rostro lleno de tristeza. Mónica se da cuenta que él sigue sintiendo algo por su esposa. Se nota que quiere regresar con ella. Calma el sentimiento que siente por él, acepta que no debe entrometerse más. Si lo hace, sólo lo hará confundirlo. Y esto podría terminar en un triste fracaso.
–Anímate, pronto se arreglará.
–No creo que se arregle, todo el tiempo estamos peleando.
–Las parejas siempre se pelean, pero siempre existe un momento en que regresan juntos.
Edwin sigue mostrando su rostro triste, Mónica se siente preocupada por él. No sabe que más decir. Este silencio la hace sentir mal, quiere hacerlo feliz, pero no sabe cómo.
–Es mejor que te lleve a casa, mañana tenemos que regresar a trabajar.
–Ah... Si.
Pasó a dejarla. Mónica no deja de recordar en la expresión de tristeza que mostraba su jefe el pensar en su esposa. ¿Por qué se habrán peleado? ¿Cuál es el problema de todo esto? ¿Qué lo motivó a dejar su casa? No sabe que hacer. Siente que debe entrometerse en su vida por ser amigos, pero siente que no es buena idea. Quiere darle una mano para que arreglen sus problemas.
Edwin llegó a su oficina más temprano a lo normal, tiene mucho trabajo que terminar. Se le olvidó terminar lo que se llevó, se le olvidó por completo y eso que se puso a ver la televisión. Se siente desesperado, siente que va a morir por tanto trabajo. Mónica entró, le dio los buenos días, le trajo un café para despertar. Vió a su jefe bastante ocupado. Quiere poder ayudarlo, pero es inútil, siente que no es tan inteligente para entender todo esto.
Edwin suspiró ante una batalla bastante sangrienta, una batalla de tanto papel, se siente terrible de tanto leer y firmar. Está sentado en su silla de manera cómoda, tiene tantas ganas de dormir un rato más. El teléfono de su oficina sonó. Se cayó de la silla. Contestó.
–Su esposa Sol viene a verlo.
Los ojos de Edwin se sorprendieron, no puede creer que hasta hoy viene su mujer a verlo. Dos días y hasta hoy viene a buscarlo. Vaya, amor. Su esposa sabe donde trabaja y hasta el segundo día se le ocurrió venir a verlo. Está molesto y al mismo tiempo se siente feliz. Puede que por fin haya recapacitado en ya no ser tan así con él.
–Maritza, dile que entre.
La señora Sol va bien vestida, llena de lujos va presumiendo. Es una mujer realmente fuerte, parecer ser la diva de todo el mundo. Camina como una reina, pasos que hacen envidiarla más que a nadie. Está mujer no muestra ni una gota de lágrima en sus ojos, ni siquiera se ve que haya sufrido. Tiene la mirada de una líder, una líder que sólo viene a ver a su esposo. Ella entró a su oficina, dando una excelente entrada.
Edwin estaba feliz, esperaba que su esposa viniera a rogarle, a rogarle estar a su lado. Lamentablemente no fue así, ella vino por otra cosa, se nota en su cara que ni siquiera ha llorado por él. Se sentó. Edwin se siente confundido. Se imaginó una mujer lamentándose y no una diva gozando.
–Quiero que vuelvas pronto.
Sol se lo dijo sin una gota de lástima.
–No pienso volver.
– ¿Piensas seguir con esta rabieta?
– ¡Esto no es una rabieta!
–Olvida a esa mujer y regresa con nosotros.
– ¿Qué mujer?
–No te hagas el tonto. Tú y yo sabemos que tienes una amante.
–Ya te dije que no tengo una amante.
Edwin desvío sus ojos a otra dirección, miró a otro lado. Sabe que por una parte tiene razón y por otro lado no. Lo intentó, pero no funcionó. Sol se da cuenta que en serio la está engañando, esa mirada desviada dice mucho.
– ¡¿Crees que soy estúpida?! ¡Dime quién es!
Agarró con furia del cuello la camisa de Edwin, se nota las ganas de matarlo ante esta traición tan grande de infidelidad. Él no sabe qué hacer, no sabe que decir, su mente está en blanco. Su mujer quiere matarlo, él no hace nada, está asustado.
– ¡¿Piensas callar como siempre?! ¡Edwin! ¡Dime ahora el nombre! ¡Quiero el nombre de esa lagartona asquerosa! ¡Exijo saberlo ahora mismo!
Edwin sigue sin querer decirle el nombre con quien lo intentó. Sigue soportando la furia de ella. Mónica escuchó los gritos de esa mujer, se escucha claramente a fuera. Maritza no le interesa, actúa normal.
–Algo malo está pasando, debemos detenerlos.
–Pasa muy seguido cuando viene su esposa.
– ¡¿Qué?!
–No los interrumpas, es mejor dejarlos solos hasta que se calmen.
–Pero su esposa está gritando.
–Mónica, tienes poco tiempo trabajando con nosotros, te sugiero que si quieres seguir trabajando, es mejor que no te entrometas.
–Pero...
Mónica escuchó que algo se rompió, ya no pudo más, decidió entrar. Se fue. Cerró la puerta. Vio algo que no debió ver. Se siente terrible. Fue al baño a echarse agua. Siente que no debió entrar, no debió interrumpirlos. Su esposa y él estaban a punto de arreglar las cosas, estaban a punto de besarse. Estaban los dos muy juntitos, estaban mirándose detenidamente y por entrar, los interrumpió.
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