Las yemas de sus dedos acarician los cabellos de ella, los acaricia con gentileza, los va deslizando como pequeñas serpientes envolviendo a su pequeña presa dentro de un mundo de pasión. No dejan de besarse, no dejan de abrazarse. El jefe Edwin ya no puede más, está ardiendo de calor, necesita agua. Siente que está sensación lo está quemando, lo está dejando sin aire.
Se aflojó un poco la corbata, se la aflojó sin dar una gota de descanso, sin dejar de besar sus dulces labios. Sabe que esto no ayuda nada, sigue siendo hombre ardiente. Algo dentro de él quiere salir, quiere ser libre. Olvidó su estrés por completo, pero ahora no sabe qué hacer con ese pequeño problema. Intenta ser un caballero, intenta soportarlo por más tiempo.
Mónica siente gloria, no deja que gozar este delicioso beso que le ha dado su jefe. No desea que esto termine, quiere seguir besándolo, quiere que este momento siga hasta el final. Tan caliente se ha puesto Mónica, todo un rostro ruborizado de la vergüenza. Tiene miedo de hacer algo que no le guste. Tiene miedo de perder el control de sí misma. No desea meter la pata como la otra vez. Quiere que este momento siga.
Desea ser arrojada sobre el escritorio, ser tomada por su jefe, que le arranque la ropa con los dientes, tener sus manos vacías sin sus lentes. ¡Quiere estar como dios la trajo al mundo! ¡Una mujer sin ropa! ¡Una mujer sin temor ante su jefe! Anhela ser tomada como una cualquiera. Quiere sentir mariposas, quiere sentir el mismo cielo en sus manos, quiere dar luz a su felicidad. Mónica tan sólo desea complacer a su querido jefe, de igual manera quiere que la complazca a ella.
¡Quiere que sea una bestia con ella! ¡Que le dé duro contra la pared! ¡Duro contra ella! ¡Que haga mover el escritorio a gran magnitud! ¡¡Quiere romperle sus lentes para que no se distraiga!!
Esta mujer está cada vez más caliente por él, tiene tantas ganas de pasar al siguiente nivel, pero no quiere... Tiene miedo de que vuelva a repetirse lo que pasó la otra vez. Edwin quiere aventarla al escritorio, romper su ropa, darle duro contra la pared, pero no quiere parecerse como un tipo perverso como en las películas. Si lo hace parecido, siente que Mónica se dará cuenta que sólo la está usando como una amante cualquiera. Y es lo que menos quiere llegar.
Quiere hacer que se sienta como una mujer importante, alguien valiosa, no una mujerzuela. Quiere una amante duradera que no lo traicione con otro. Una amante inocente que sienta que no es una amante, sino que lo vea como el amor de su vida, un amor verdadero hacia él, un amor secreto y fiel, aunque para Edwin sea falso. En serio desea hacerlo, anhela hacer un montón de cosas perversas a ella, pero tiene miedo que esto termine peor.
Piensa que esto debe ser lento, debe ser una relación de poco a poco para conocer las mañas de ella. Esa vez que lo intentaron, salió todo mal. No quiere perder el dominio. No quiere terminar debajo de ella. Tiene miedo y al mismo tiempo goza este delicioso beso de chocolate. Escucharon un ruido emanar afuera de la puerta, eran los pasos de alguien acercándose. Rápidamente se separaron. Tocó la puerta.
–El señor Vásquez viene a verlo, señor Edwin. Viene por el contrato.
–Maritza, hazlo pasar.
Mónica estaba completamente nerviosa, casi la descubren con el jefe. Recogió todos los papeles con torpeza. Algunos se le caían. El jefe le ayudó a recogerlos, él actuaba tranquilo, no sentía ni una gota de nervios. Quizás la torpeza de Mónica hacia que él se sintiera tranquilo. Quizás el ruborizado rostro de ella al intentar mirar a otro lado, hacía que el jefe pensara en ella antes que sus propios nervios. Mónica no dijo nada, estaba nerviosa, casi se lleva los documentos a su espacio de trabajo, se tuvo que regresar.
–Gracias.
Mónica no dijo nada ante la sonrisa dulce de su jefe, sólo se fue, salió huyendo a seguir trabajando. Maritza guió al señor Vásquez a la oficina del jefe, notó algo raro al ver a Mónica salir deprisa. El comportamiento de Mónica no era normal. Su rostro expresaba un comportamiento que nunca había visto en ella. Sabe que Mónica es muy amable con todos, parece una chica de buen corazón, pero estaba comportándose de una manera extraña. Su rostro estaba apenado, era como si algo hubiera pasado dentro de la oficina del jefe. No deja de mirarla, los ojos de Maritza estaban en la mira de Mónica.
Mónica tan inocentemente notó el cómo la miraba Maritza, sonrió como una tonta, mientras Maritza no entiende lo que le pasa a ella. Ahora piensa que probablemente está un poco loquita. En el caso de Mónica es diferente, piensa que probablemente quiera ser su amiga. Se le ocurrió invitarle un café durante la hora del almuerzo. Maritza no entendía el para qué era el café, lo más raro es que ese café si era su favorito, era un café endulzado con miel en vez de azúcar. No le importó, siguió bebiendo su café tranquilamente. Dejó en el olvido lo de hace rato.
Al llegar la hora de la salida, Mónica pasó a despedirse de su jefe, igual que siempre. No sé por qué lo hace, quizá sea una costumbre o le agrada demasiado hacerlo. Ella se despidió de él.
–Espera.
Con un tono frío ante un ambiente melancólico, Edwin decidí hablar con ella. Siente que debe llegar a un acuerdo, debe hacerlo para que no vaya a surgir rumores de lo que pasó hoy. No quiere que esta noticia llegue a las manos de su esposa, tiene miedo que su mujer quiera matarlo por esto. Sabe que un rumor así de fuerte, lo harán ver peor que escoria. Ella se detuvo.
– ¿Se le ofrece algo, señor?
–Quiero hablar contigo seriamente.
Decidió voltear a verlo, intenta mantener la cordura, camina de regreso a él. No puede olvidar el beso de esta mañana, sigue pensándolo cada vez que mira su tentadora mirada. Intenta fingir que lo que pasó esta mañana, sólo fue un impulso por parte de él. Quizás el estrés lo obligó a besarla ante una confusión o quizás sigue siendo amantes... Por una parte ella está feliz, ese beso dice mucho, pero no ha dicho si son amantes por lo de esa vez y más aparte está casado... Esto es delicado.
Decide no hacerse ilusiones, probablemente cerrará el tema de lo que pasó esta mañana, lo hará para no afectar su matrimonio. Por dentro está llorando, mientras que por fuera intenta mantener la cordura ante su respuesta de rechazo. Desea que por lo menos intente pedirle ser su amante, desea al menos ser su amante para poder tener un poco de su interés en ella. Lo ama tanto que duele el pensar que nunca volverá a besarla de nuevo.
– ¿Qué se le ofrece, señor?
–Siéntate.
–Dígame.
–Mónica... Lo que pasó esta mañana... Yo...
Edwin intenta fingir lo más tonto posible, intenta verse como una víctima pero al mismo tiempo responsable de sus actos. Quiere engañarla a través de su acto aparentemente inocente. Quiere darle entender a ella que está interesado de una manera que no lo entiende, de una manera que lo hace sentir que la desea más que a su propia esposa, aunque en la realidad su corazón está más vacío que una nuez.
–Entiendo.
Mónica entiende exactamente lo que le trata de decir, su forma de actuar ante la inocencia de sus ojos, la hace pensar que sigue amando a su esposa más que a nadie. Tiene envidia de ella. Admira que siga amando a su propia esposa. Mónica piensa que no puede ofrecerle nada, nunca podría fijarse en alguien como ella. No viene de una familia millonaria, no es una famosa modelo ni siquiera una mujer con doctorado, sólo es una mujer común y corriente que estudio la media superior. Decide levantarse.
– ¿Mónica?
–Olvidaré lo que pasó esta mañana, por favor no lo haga de nuevo.
La fría actitud inesperada de Mónica hizo preocupar a Edwin. Desea que caiga, que sea su amante, no que se aleje de él. Esto fue algo inesperado para él. Ella se fue intentando mantener su cordura. Intenta no llorar, intenta mantenerse fuerte. Edwin se cuestiona así mismo entre pensamientos, intenta buscar una respuesta a este fracaso.
¿Qué fue lo que hice mal para que ella decidiera salir huyendo? No lo entiendo. Tenía que funcionar. Pensaba que el portarme de esta manera haría que ella volvería conmigo, pero me doy cuenta que todo salió mal. La otra vez le pedí que fuera mi amante y no fue difícil, aceptó sin dudar demasiado. Ahora me sale que me dejará en paz. No la entiendo. Las mujeres son difíciles de entender. En serio deseaba tener una amante, Mónica era perfecta para serlo, con sólo besarla sentí que todo el estrés se desvanecía en su boca.
Edwin con su cara atontada, acaricia sus labios recordando el apasionado beso de esta mañana. Tiene un rostro tontamente ruborizado. Le encantó. Sonrió con una mirada perversa, sonríe como si tramara algo malo.
Mónica llegó a su casa, aventó su bolso y se lanzó a las sabanas de su colchón y lo primero que hizo fue... Es lo que hace siempre una mujer con el corazón roto, es la única manera de borrar este dolor tan profundo, sólo lo ajeno ayuda curar lo propio.
Pensaste que lloró, ¿cierto? Pues no, no le gusta llorar, porque si llora, ya no puede parar y su maquillaje se corre haciéndola ver como una muñeca diabólica. Prefiere leer memes en su teléfono para olvidar este dolor y evitar ensuciar sus sábanas. A veces leer ayuda olvida el dolor profundo de nuestro ser. Lástima cuando te retiras el maquillaje enfrente de un espejo y recuerdas el por qué sientes este dolor. Mónica tardó salir del baño...
Edwin llegó a casa, su esposa intenta actuar como buena esposa. La cena está servida, sus hijos están esperándolo. Se sentó. No deja de mirarla. La mira con decepción, preguntándose cuándo dejará de actuar, cuándo se atreverá sacar el mismo tema de siempre, cuando volverá a gritar de nuevo enfrente de sus hijos. Dejó de mirarla y comenzó a cenar. Se pregunta cuál era esa felicidad que iba a ganar el casarse con esta loca. Un plato frío es lo que sabe, ante esta familia tan falsa que tiene.
Al terminar de cenar, los niños alegremente fueron a dormir a su habitación. Decidió ir a verlos, decidió leerles un cuento a los dos. Esto no lo esperaba, sus hijos salieron caprichosos. Él no lo había notado por estar todo el tiempo ocupado, siempre la madre es quien los consciente. Esto le molesta, y más en que ellos prefieran ver vídeos en vez de escuchar su cuento. Hacen berrinche, son insoportable, lo hacen para no escuchar un cuento, prefieren un vídeo forzosamente. Edwin se siente desesperado. Como todo padre, quiere darles un buen manazo en su nalguita, para callarles al menos esa ruidosa boquita.
Tiene tantas ganas de hacerlo, pero al momento de querer hacerlo, se acuerda que su padre lo golpeaba seguidamente cuando era niño. Sabe que a veces se portaba mal, pero piensa que esa nunca fue la manera correcta de hacerlo. Lo hacía sin lastima, sin una gota de compasión, lo hacía para que fuera un hombre recto y derecho. Nunca mostró una gota de cariño a su propio hijo. Le duele recordar, duele recordar a su tiránico padre, tal vez esa fue la razón del por qué no es feliz en este momento, del por qué se dejó influenciar para casarse con una desconocida.
Lo hace pensar que sólo lo vio como un perro obediente y no como su propio hijo. Se da cuenta que esa manera de educar, sólo le causaba dolor, miedo y odio a su propia familia. Decide mejor quitarles sus tablets. Los niños salieron con su berrinche peor que antes, no les hizo caso, siguió leyéndoles el cuento. Intenta mantener la calma. ¡Ya no puede más! ¡Dejó de leer! Los amenazó con nunca regresárselos, sólo si seguían portándose mal. No le creían, decidió llevárselas.
Todo enojado fue a su despacho, encerró las tablets en caja fuerte. Decidió ir a dormir. Sus hijos salieron tramposos, fueron a suplicarle a su madre sus queridas tablets. Su mujer toda furiosa le lanzó algo a su cara teniendo a los dos niños presentes. Comenzó a sangrar un poco. Se reían a espaldas de su madre, se reían el ver a su padre maltratado por una simple mujer. Esto le molesta a Edwin.
– ¡Regrésales sus tablets, ahora mismo!
–Pero amorcito... Ellos...
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