8.

Capítulo Ocho.

"La mirada de ésta gente infame. Esa que hiere sin siquiera tocarte".

Los ojos de ella me miran, con ojeras oscuras alrededor.—Suerte con eso mi Santa! —Laura cierra la puerta de mi habitación y se va camino a la suya, no ha dormido en toda la noche, debido a su trabajo. Ya parece vampiro, durmiendo de día y saliendo de noche.Como ya han pasado varios días, hoy he decidido salir a presentar antecedentes, para así, de una buena vez conseguir empleo.Mi flaca me dió algunos tips para vestir bien y maquilló mi rostro, antes de irse a la cama. La verdad es que soy pésima para la vestimenta y el maquillaje, es que yo vivo aferrada a mis jogging negros y las camisetas anchas.A veces quisiera en serio, ser femenina y sofisticada... pero sin negarlo, sé que soy todo un jefe de obra. A Dios gracias que aún mantengo la decencia de depilarme las cejas. Si se preguntan... amor propio, se destruyó a sí mismo cuando nadie me quiso, y nunca más quiso volver a aparecer.

Laura eligió mi ropa, una falda negra que va por encima de las rodillas, una que una vez compré en los arranques mentales de autoestima y frenesí, de "me quiero, me amo", pero nunca tuve el coraje para realmente amarme y usarlo; una blusa Borgoña, bordada con diseños de florecillas, medias negras traslúcidas y unos zapatos negros, con un tacón cuadrado medio.El maquillaje que me ha hecho luce tan natural, que hasta me sorprende ser la que refleja el espejo, incluso mis mejillas rellenas se ven delgadas. Ella hace magia con una brocha y un poco de sombra. Mi flaca es la mejor.

Ya son las siete treinta de la mañana, la flaca me ha prestado su coche para ir por la ciudad. Estoy nerviosa, esta ciudad no es como mi pueblito en Denver. Mis manos tiemblan, y no puedo con los nervios, mientras sigo la ruta que marca el GPS en la pequeña pantalla. En la guantera del auto Laura me dejó una chocolatina, dijo que la comiese cuando esté nerviosa, así que la abrí y con ansiedad lo comí, saboreando las nueces que traía. Bajé, después de tomar la carpeta blanca con mis datos, rumbo a la sexta compañía que visito hoy. Camino torpemente, mientras la voz mecánica de la mujer española retumba en mi cabeza y tropiezo, casi cayendo de los nervios una vez, pongo la mirada al frente, allí una hermosa mujer rubia de dimensiones perfectas me sonríe.—¿Qué desea señorita?—, me lanza antes de que siquiera llegue a tocar el mármol negro del recibidor, sus ojos van de arriba a abajo y de abajo hacia arriba de vuelta, dándome una sonrisa tan forzada que podría meterle un puño entre esos dientes perfectamente blancos. Odio que la gente me haga esto, soy una persona, una maldita persona igual que ella, pero me tiene que dar esa maldita mirada de asco... como si yo no tuviese ni derecho a vivir por ser como soy. Simplemente, la tela de mi ropa tiene que cubrir noventa kilos y ya. —He venido a dejar mis datos, ya que estoy en busca de un empleo... soy...—Me detengo, con la incomodidad en mi garganta, como si estuviera pidiendo algo imposible, su mirada despectiva corre por mí una vez más y asiente, tomando mi carpeta con desdén.

El silencio me oprime, mientras sus ojos recorren las hojas allí dispuestas, es bien claro, una ojeada de mala gana, para volver a sonreír con cara de que me retire. La veo poner cara de tonta y mirar hacia un lado, pero no le tomo atención.—¡Gracias señorita!—Parece la voz de la muñeca Barbie en automático, pero más chillona y fea. Asiento, dispuesta a hablar, pero me giro para irme al ver que ella simplemente ve a otro lado, hago tres pasos y oigo perfecto como mi carpeta, la que con tanto esmero ordené y planifiqué, es arrojada al cesto de basura que estaba tras de esa mujer. La sexta carpeta del día, y la última también.

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