Capítulo 4: La Magia del Acercamiento y el Fuego Cruzado

...La Sombra que Ilumina...

El regreso al Instituto Tae Son después de la gala de caridad y una noche de escape secreto marcó un cambio sutil, pero notable, en la dinámica entre Rein Ji Won y Eujin Min Song. Ya no eran simplemente la heredera y el "protegido"; eran cómplices.

Entraron juntos a los majestuosos pasillos de mármol, y aunque la pose de Rein seguía siendo de frialdad distante, había una nueva relajación en la forma en que su hombro se alineaba con el de Eujin. Eujin, por su parte, caminaba con una confianza tranquila, una mano en el bolsillo, la otra balanceándose con naturalidad, pero siempre consciente del entorno. Era una sombra, pero una que, irónicamente, la hacía más visible y, a la vez, más segura.

Los murmullos eran un torrente. Si la noche anterior Rein y Eujin habían sido el tema de la cena de la élite, hoy eran la obsesión del alumnado.

—¿Vieron cómo la mira? —susurró una chica.

—Es demasiado cercano. Él no tiene el linaje para estar tan cerca de Rein Ji Won.

—Apuesto a que es una farsa, ella solo lo está usando para molestar a Dae Kim.

Rein captó todos los susurros, pero los ignoró. Su concentración estaba en la clase de historia mundial, donde Eujin, para su sorpresa, intervenía con una perspicacia geopolítica que rebasaba con creces el temario escolar. No estaba hablando de libros; estaba hablando de experiencias de primera mano, aunque siempre disfrazadas.

—...La estrategia de contención no falló por falta de recursos militares, sino por una falta de comprensión de la psicología del líder local —explicó Eujin, con una calma que hacía que el profesor de cincuenta años se sintiera como un amateur. El líder local, pensó Rein. Un mercenario conoce esa psicología mejor que un historiador.

La conexión de la noche anterior había dejado a Rein con una sensación nueva: el respeto. Eujin la respetaba, no por su apellido, sino por su voluntad y su capacidad de supervivencia. Y ella, a su vez, sentía una curiosidad peligrosa por el hombre bajo la máscara.

# La Declaración de Guerra de Dae

El enfrentamiento se produjo donde siempre ocurría el drama en Tae Son: en los vestuarios después de la clase de gimnasia. Eujin estaba atando las agujetas de sus zapatillas, planeando su ruta de infiltración en el próximo informe financiero de la familia Lee (la de Yuna, para tener información).

Dae Kim se acercó, su expresión normalmente pulida ahora mostraba la fisura de su creciente frustración. Sus dos amigos se quedaron vigilando la puerta, un gesto claro de que esta era una conversación privada.

—Tenemos que hablar, Eujin —dijo Dae, su voz baja y acerada.

Eujin levantó la vista, su sonrisa habitual ausente. Sabía que esta conversación llegaría. Dae no era un chico que aceptara la derrota, ni en el campo, ni en el juego de las influencias.

—Estoy escuchando, Dae. No te preocupes por el tiempo, mi clase de Ciberseguridad empieza en diez minutos.

—No te hagas el ingenuo. Sé lo que eres: Un parásito, un oportunista. El capricho de Chae Ji Won.

Eujin se puso de pie, su cuerpo atlético e imponente. La diferencia entre el físico de Dae (atleta de gimnasio) y el de Eujin (máquina de combate) era abrumadora, aunque invisible para la mayoría.

—¿Y tú qué eres, Dae? ¿El hijo perfecto? ¿El futuro Primer Ministro? Te mueves con una ambición tan evidente que apesta.

Dae apretó la mandíbula, su problema de ira burbujeando bajo la superficie.

—Rein Ji Won es mi territorio. Siempre lo ha sido. Ella y yo somos un activo que la nación necesita. Una alianza de poder. Tú no eres nada. Eres una historia conmovedora que mi padre y Chae Ji Won olvidarán en un mes.

—¿Rein es un activo? Es una persona, Dae. Y dudo que a ella le guste ser tratada como un contrato. ¿No te has dado cuenta? No le agradas. Te tolera.

La palabra hirió a Dae más que cualquier insulto. Tolera.

—Ella me necesita. Es la única a mi nivel. Y tú estás interfiriendo. Tienes que entender tu posición, Eujin.

Dae se inclinó, su tono se convirtió en una amenaza apenas contenida.

—He investigado a tu supuesta familia. Inversores inmobiliarios en Londres. No existen. Tu historia es un agujero negro. Si sigues pegado a Rein, cavaré más profundo. Y cuando encuentre tu verdadera historia, no serás el "protegido" de nadie. Serás un problema.

Eujin sonrió, pero esta vez era la sonrisa de un tiburón.

—¿Me estás amenazando, Dae? ¿Con un golpe de Estado a mi biografía?

—Te estoy advirtiendo. Aléjate de Rein. Si no lo haces, no solo arruinaré tu nueva vida, sino que haré que la de tu benefactor se complique. La ciberseguridad es un campo con muchos secretos, ¿no crees?

El comentario sobre Chae Ji Won tocó una fibra sensible en Eujin. La amenaza era real, y Dae era lo suficientemente despiadado como para cumplirla.

—Escúchame, Dae —la voz de Eujin era ahora un susurro frío, más peligroso que cualquier grito—. Te atreves a tocar un solo cabello de Rein o su padre, y descubrirás que en la vida, hay cosas más peligrosas que un escándalo político. Hay gente muy mala que te puede desaparecer en segundos. Tu perfección te está cegando. Yo veo tus fallas, Dae. Y si me provocas, las expondré.

El aire se cortó. El control de Dae Kim se rompió por un instante. Vio el peligro en los ojos de Eujin, una intensidad que no podía ser fingida. La amenaza del mercenario era silenciosa, pero letal.

—No me provoques —dijo Dae, retirándose con una furia silenciosa.

Eujin se quedó solo. Su corazón latía con la adrenalina del peligro. El juego ya no era un simple contrato. Era una guerra territorial.

...El Rescate y el Toque Eléctrico...

Más tarde, en el ala de Humanidades, Yuna Lee puso su plan de seducción en marcha. Había estado observando a Eujin y Rein. Ella entendía el juego: para llegar a Rein, hay que pasar por Dae. Para molestar a Rein, hay que tomar su nuevo juguete.

Yuna interceptó a Eujin cerca de la cafetería, apoyada en la pared con una pose de modelo despreocupada.

—Eujin, qué casualidad —dijo ella, con una sonrisa calculada.

—Yuna, siempre en el lugar correcto —respondió él, con su encanto profesional activado, pero sus ojos escaneando la multitud en busca de Rein.

—¿Caminando solo? Eso es raro. ¿Dónde está tu sombra, la Reina de Hielo?

—Rein está en la oficina de admisiones, discutiendo sobre los presupuestos de becas.

—Claro. Mira, Eujin, sé que estás aquí por Rein. Pero déjame decirte un secreto: ella es aburrida. Es un robot programado para ser perfecta. Yo soy divertida. Soy real.

Yuna se acercó, su perfume costoso era envolvente. Puso una mano pequeña y manicurada sobre el antebrazo de Eujin, su mirada coqueta y directa.

—¿Sabes? Mi madre y mi tía organizan una fiesta de diseñadores este sábado. Es solo para la gente realmente importante, podrías venir conmigo. Te presentaré a la gente que importa de verdad. Los que no están obsesionados con la política o los números.

Eujin sabía que tenía que mantener la fachada. Necesitaba infiltrarse en ese círculo para tener más información para Chae Ji Won. Pero la mano de Yuna en su brazo le parecía un grillete.

—Yuna, aprecio la invitación, pero...

Antes de que pudiera terminar, una voz gélida y autoritaria cortó el aire.

—Él ya tiene planes para el sábado, Yuna.

Rein estaba allí. No había corrido; había llegado como una tormenta silenciosa, vestida con su uniforme de una manera que la hacía parecer una general. Sus ojos azules eran dos témpanos de hielo fijos en la mano de Yuna.

Yuna retiró la mano como si la hubieran quemado.

—Rein. No te escuché llegar. ¿Controlando los movimientos de tu... compañero?

Rein no miró a Yuna. Su mirada estaba fija en Eujin, sus palabras eran para él, su voz, llena de órdenes no dichas.

—Eujin, tu agenda dice que tenías que ayudarme con el ensayo de la Señorita Song hace cinco minutos. Vamos.

Y sin esperar respuesta, Rein tomó el brazo de Eujin. No lo tomó por el codo, ni por la muñeca. Lo tomó con una firmeza protectora por el bícep, y lo jaló lejos de Yuna.

Yuna estaba lívida, pero Rein no le dio oportunidad de contraatacar.

—Nos vemos, Yuna. Disfruta de tu tarde.

Rein se alejó rápidamente, arrastrando a Eujin con ella. Eujin, sorprendido por la acción posesiva de Rein, siguió su ritmo. La tensión en el brazo de Rein era palpable.

Cuando estuvieron a salvo, detrás de una columna de piedra, Rein soltó su brazo, con el rostro ligeramente sonrojado.

—No hagas eso.

—¿Hacer qué? ¿Rescatarte?

—No necesito un rescate. Necesito que recuerdes que no puedes aceptar invitaciones de las arpías de este lugar. Me delatarán y no confío en ellas.

—Solo estaba estableciendo un contacto, Ji Won. Infiltración. Pero debo admitir que tu movimiento fue… sorprendente.

—Solo te recordaba tu lugar. Y tu deber.

Rein no pudo evitarlo; una pequeña sonrisa se dibujó en la esquina de sus labios. La verdad era que se había sentido invadida por la visión de Yuna intentando reclamar a su cómplice.

...La Pequeña Rebelión...

Esa noche, el escape estaba escrito en sus agendas secretas. Eujin y Rein se encontraron en el punto de encuentro habitual, en la oscuridad del jardín trasero.

Rein vestía de negro, pero llevaba una mochila. Eujin estaba en su equipo de calle, su ropa discreta.

—Esta noche conduzco yo —dijo Eujin, extendiendo la mano.

Rein se sorprendió.

—¿Por qué?

—Tienes que aprender a confiar en mí, al menos en una máquina. Además, tengo un destino para ti. Una experiencia que dijiste que te faltaba.

Rein dudó un segundo, y luego, con un suspiro de rendición que ni siquiera su padre había logrado escuchar, le entregó las llaves.

—Bien. Pero si la rayas, te haré limpiar mi penthouse durante un mes.

Eujin sonrió, montando la Ducati con la misma naturalidad con la que había tomado el centro del campo de fútbol. Era un dominio que le resultaba familiar.

Se lanzaron a las calles nocturnas. Eujin condujo con una mezcla de respeto por la máquina y una velocidad audaz. Rein, sentada detrás, se aferró a su cintura, sintiendo la tensión de sus músculos.

El chico se detuvo no en un bar, ni en una azotea con vistas, sino frente a una pequeña tienda de conveniencia sin pretensiones, con luces de neón brillantes y una mesa de plástico afuera.

—¿Esto es todo? —preguntó Rein.

—Recuerdo lo que dijiste. Dijiste que lo único que realmente querías, que la heredera nunca ha hecho, es comer ramen instantáneo y helado en una tienda de conveniencia.

Rein se quedó en silencio. Era un deseo infantil, tonto, que había confesado en un momento de vulnerabilidad la noche anterior. Eujin no solo la había escuchado; la había recordado.

Entraron en la tienda, el aire acondicionado frío y el olor a sal y dulces. Eujin tomó dos grandes copas de ramen y dos helados con mochi de sabores diferentes.

Se sentaron en la mesa de plástico. Era ruidoso, con autos pasando y gente común charlando. Era la normalidad que Rein nunca había conocido.

Mientras comían el ramen, la conversación fluyó con la misma facilidad que el fideo de la taza.

—¿El peor lugar en el que estuviste? —preguntó Rein.

—Un campo de entrenamiento ruso. Sin agua caliente, entrenamiento de supervivencia bajo cero. Estuve allí de los ocho a los catorce.

—El peor lugar en el que estuve fue en una fiesta de cumpleaños de la hija del Ministro de Defensa. Aburrida hasta el punto del coma. Tengo suerte. Tu peligro era real. El mío es solo existencial.

Eujin se rió, su risa era un sonido limpio que hacía que su corazón se sintiera un poco más ligero.

Llegó el momento del helado. Eujin abrió el suyo, un mochi de fresa. Rein, por alguna razón, estaba nerviosa.

—Nunca he comido mochi de helado —admitió ella.

—¿En serio? Es la cosa más simple y deliciosa del mundo.

Eujin tomó el suyo con los dedos, y Rein intentó imitarlo, pero su mochi de vainilla se deslizó de la cáscara.

—Maldición —murmuró Rein, intentando atraparlo.

Antes de que pudiera hacerlo, Eujin lo sostuvo, sus dedos rozaron los de ella.

El contacto fue simple: piel contra piel. Pero el efecto en Eujin fue inmediato y químico. Su entrenamiento mercenario no había podido detener la punzada de deseo.

La mano de Rein era pequeña y suave, pero la electricidad que transmitía era la de un voltaje peligroso.

Eujin se retiró al instante, su rostro se puso serio, el encanto se desvaneció. Se había olvidado de su papel, se había olvidado de su contrato.

—Aquí tienes —dijo Eujin, con la voz ligeramente ronca, entregándole el mochi.

Rein, por su parte, sintió el mismo golpe en el estómago. La timidez era un sentimiento que no conocía, y no le gustó. La hizo sentirse vulnerable.

—Gracias —murmuró ella, sin mirarlo, concentrándose en el helado.

Comieron en silencio el postre, la ligereza de la conversación se había desvanecido, reemplazada por una tensión cargada, dulce como el azúcar.

Rein se levantó.

—Gracias, Eujin. Fue... la mejor cena en mucho tiempo.

—Siempre un placer, Ji Won.

Eujin se acercó a la motocicleta. Antes de que Rein pudiera subir, él la detuvo, poniendo su mano suavemente en su hombro.

—Rein. Lo que pasó esta noche. Lo que pasó el otro día en la azotea. Es nuestro secreto. No lo uses contra mí.

—Tus secretos están a salvo conmigo, no te preocupes.

Ella le dedicó una sonrisa mientras subía al vehículo. Eujin se subió detrás, y esta vez, cuando ella sintió sus brazos rodear su cintura, la fricción entre el protector y el protegido se sintió como el inicio de un incendio. La línea entre la misión y el sentimiento se estaba borrando, y Eujin se preguntó si su corazón sería su mayor debilidad.

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