...La Sombra Constante...
La mañana en el Instituto Tae Son no era una simple rutina, era un desfile. Un meticuloso espectáculo de riqueza, influencia y ambición.
Los autos de lujo desfilaban en la entrada circular—Maybachs, Rolls-Royces, Ferraris—escoltando a sus jóvenes y costosos ocupantes.
Rein Ji Won detestaba el desfile matutino. Era un recordatorio diario de que estaba en exhibición, una joya cuyo valor dependía de la mirada de los demás. Hoy, sin embargo, la sensación de estar bajo los reflectores se había duplicado.
No por su llegada en el sobrio y potente Audi A8 negro de la familia, sino por el joven que salía del asiento del pasajero con ella.
Eujin Min Song.
Su presencia era un golpe de energía que desafiaba el frío glamour de Tae Son. Vestido con el uniforme perfectamente a medida, su cabello castaño se veía recién cortado, sus ojos oscuros brillaban con una picardía oculta y esa sonrisa, la herramienta letal que Chae Ji Won había encomendado en una misión, estaba en pleno funcionamiento. Parecía haber sido cincelado para el papel de "caballero resplandeciente", pero había una aspereza subyacente, una confianza que no se compraba con dinero.
Mientras caminaban hacia el edificio principal, Eujin se mantuvo a una distancia calculada—no tanto como para ser invasivo, pero lo suficientemente cerca para dejar claro que no iba a ninguna parte. La mano de Eujin rozó la de Rein sin quererlo, y una punzada de electricidad, tan fugaz como irritante, recorrió la columna de Rein.
—No tienes que pegarte a mí como un chicle, Eujin —siseó Rein, manteniendo su rostro inexpresivo para el público.
Eujin bajó la voz, su tono suave y divertido.
—El señor Ji Won fue bastante claro: "Mantente cerca de mi hija, usa tu encanto y no la dejes sola ni un segundo". Además, el mapa que me diste era terrible. Necesito tu guía personal para no perderme en este palacio.
—Ese mapa es el plano oficial de la escuela, es perfectamente lógico.
—La lógica no se aplica a la gente común, Ji Won. Y aquí hay mucha gente mirándonos. El efecto de la "Reina de Hielo" siendo escoltada por un chico atractivo es… notable.
Rein apretó los dientes. Tenía razón. Las cabezas giraban, los susurros se elevaban como una niebla densa. Nadie se atrevía a acercarse a Rein sin una cita o una agenda clara, pero la mera presencia de Eujin a su lado desestabilizaba el orden social.
—Estás disfrutando demasiado de esto —acusó ella.
—¿Disfrutar de la atención de veinte chicas ricas y aburridas? No realmente. Estoy disfrutando de la incomodidad palpable que siento a tu lado. Es un desafío.
—Todo en tu vida parece ser un desafío —murmuró Rein, pensando en el weebtoon y la motocicleta. Y ese dibujo perfecto del callejón.
—Solo si vale la pena.
Llegaron a la taquilla de Rein. Antes de que ella pudiera abrirla, Eujin extendió la mano y la abrió de un golpe suave. Estaba vacío, sin libros, solo un cuaderno y su bolso.
—¿Eres un chico de esos que abren taquillas a las chicas? Qué cliché —se burló Rein.
—Soy un chico que sabe que tu taquilla está vacía porque tienes a tu asistente virtual enviándote los resúmenes de los textos a tu tablet. ¿Cliché o eficiente?
Rein lo miró fijamente. Una vez más, la observación quirúrgica. No era solo atractivo, era agudo. La frustración de Rein era real. Se suponía que él era el "protegido", el chico que le debía la vida a su padre, no un espía con un coeficiente intelectual exasperantemente alto.
...La Batalla de las Reinas...
No pasó mucho tiempo antes de que la segunda fuerza más influyente del instituto hiciera su aparición. Yuna Lee.
Yuna llegó con su propia comitiva de dos chicas, como siempre, su cabello rubio castaño y perfectamente ondulado, su maquillaje impecable. Vestía el uniforme de una manera que gritaba "diseñador", aunque eran solo pequeños ajustes casi imperceptibles a la vista no entrenada. Yuna era la realeza del marketing y la moda, el polo opuesto del imperio industrial de Ji Won.
—Vaya, vaya. Miren lo que ha traído la marea de la caridad —dijo Yuna, su voz dulce pero con un filo de acero. Su sonrisa no alcanzó sus ojos.
Rein giró sobre sus talones, su expresión de una frialdad instantánea.
—Yuna. Si ya terminaste de practicar tu audición para la próxima telenovela, puedes continuar. Hoy estoy ocupada.
—¿Ocupada? Oh, ya veo. El nuevo juguete de tu padre. ¿Un proyecto de beneficencia con un rostro increíble? Chae Ji Won nunca deja de sorprenderme. ¿Quién es, Rein? ¿Tu nuevo asistente personal? Parece que tiene más músculos que cerebro.
Yuna se acercó a Eujin con una audacia que solo ella podía permitirse. Su mirada lo examinó de pies a cabeza, y la pretensión en sus ojos se desvaneció, reemplazada por una fascinación que no pudo disimular.
Eujin, por su parte, reaccionó con la naturalidad de un depredador que ha sido detectado. Su sonrisa se encendió, no para Rein, sino para Yuna, y esta vez, el encanto era una táctica de distracción.
—Hola. Soy Eujin Min Song. Nuevo en Tae Son. Debes ser… ¿Una diseñadora de moda, quizás? ¿Una modelo?
Yuna se sonrojó levemente, una reacción que era rara en la fría heredera de la moda. Rein observó el intercambio, sintiendo una mezcla de molestia y una extraña victoria. A Yuna le disgustaba Rein, pero su debilidad por lo hermoso era bien conocida.
—Soy Yuna Lee. Heredera de Lee Fashion and Retail Group. Pero puedes llamarme Yuna —dijo ella, con una coquetería inusual, ofreciéndole una mano.
Eujin tomó su mano y la besó levemente sobre el dorso, un gesto teatral y perfectamente calculado.
—Un placer, Yuna Lee. Rein me dijo es que esta escuela no es solo para herederos asquerosamente ricos, sino también para modelos como tu.
El truco funcionó. Yuna estaba completamente desarmada.
—¿Rein te habló de mí? —preguntó ella, echando una mirada triunfal a Rein.
—Solo me dijo que tuviera cuidado con las chicas que son demasiado inteligentes y que huelen a Chanel No. 5. Ella no lo dijo mal, solo... no le hizo justicia a tu belleza.
Rein sintió ganas de empujar a Eujin contra la taquilla. Era un maestro de la hipocresía.
Yuna se rió, un sonido ligero y victorioso.
—Oh, Rein siempre ha sido una celosa. Mira, Eujin, ¿por qué no te unes a nosotras en el almuerzo? Podrías necesitar un guía que realmente entienda los matices sociales de Tae Son.
Eujin regresó su atención a Rein, su sonrisa desapareció, reemplazada por una expresión de lealtad absoluta.
—Aprecio el gesto, Yuna, pero ahora mismo solo me siento cómodo cerca de Rein. Ella ha dejado su agenda de lado para priorizarme hoy, ¿sabes?
La negativa fue educada, pero firme, y devolvió la pelota al campo de Rein. Yuna se sintió rechazada, pero el golpe fue amortiguado por el hecho de que había sido la propia Rein quien lo priorizó.
—Bueno, Eujin. Eres un chico obediente, lo cual es raro en Tae Son. Ya hablaremos. Rein —Yuna le lanzó una mirada llena de la vieja animosidad—. Disfruta de tu guardia de honor.
Cuando Yuna y su séquito se marcharon, Rein se cruzó de brazos.
—Eso fue… intolerable.
—¿Intolerable? Acabo de desviar a una arpía con un perfume demasiado fuerte y una agenda demasiado obvia. Y he confirmado que eres su punto débil. Tarea cumplida.
—No eres mi prioridad, Eujin.
—Lo sé, solo soy tu guardaespaldas encubierto. No te pongas sentimental, Ji Won.
—No me llames Ji Won. Es demasiado formal.
—Prefiero no llamarte "Reina de Hielo", ya que lo odias. Y si te llamo Rein, podría sonar demasiado… íntimo. Ji Won es seguro. Por ahora.
...El Choque de Titanes...
La primera hora en Tae Son era una tortura, especialmente para Eujin, que tenía que sentarse en la parte de atrás de la clase de Economía Avanzada de Rein y fingir que entendía el análisis de riesgos. Él entendía el riesgo mejor que nadie, pero en términos de balas y traiciones, no de bonos y acciones.
Mientras Rein desmantelaba con precisión la exposición de un compañero sobre la teoría de juegos, Eujin garabateaba discretamente en un cuaderno. No ecuaciones, sino el intrincado patrón geométrico de la araña de luces del techo.
El verdadero drama comenzó durante el descanso de la mañana, en el patio central.
Dae Kim se acercó, envuelto en su aura de perfección y poder. Lo acompañaban dos séquitos más, chicos de familias con ministerios y emporios en sus nombres. Había estado observando a Eujin desde el momento en que entró al salón. La irritación de Dae no era solo por la atención robada de Rein, sino por el aire de autosuficiencia de Eujin, algo que el "príncipe heredero" odiaba en cualquiera que no fuera él.
—El nuevo. Eujin Min Song, ¿verdad? —Dae extendió la mano, su sonrisa de dientes blancos, demasiado perfecta.
Eujin estrechó la mano con firmeza, pero su sonrisa era de un tipo diferente a la que le había dado a Yuna. Era cautelosa, calculadora, una sonrisa de póquer.
—Correcto. Dae Kim. El futuro Primer Ministro, según me dijeron. Un placer.
—Y tú eres el… chico protegido de Chae Ji Won. Es noble de su parte, ser el niñero de un clase media. No es una cosa común en nuestro círculo.
La condescendencia era tan sutil que casi se perdía en el tono amable. Pero Rein, parada justo al lado de Eujin, sintió la puñalada. Eujin, sin embargo, solo sonrió un poco más.
—Es un honor estar aquí. Sobre todo, teniendo la oportunidad de aprender de la gente que lo tiene todo y más. Espero no decepcionar a nadie.
—No lo harás. Simplemente no te apegues demasiado a la vida de lujo, es fugaz para los que no nacieron en ella. ¿De dónde vienes, Eujin? ¿Dónde viviste antes?
La pregunta era una mina terrestre. Eujin tenía una historia de portada perfectamente pulida: Londres, finanzas, viajes. Pero la mirada de Dae buscaba algo más profundo, una grieta.
—Viví principalmente en Europa, con mis padres. Mi padre invirtió en algunas propiedades en Londres y Moscú. Es un lugar interesante, Moscú. La arquitectura es... brutalmente honesta.
Moscú. El lugar real donde Eujin había sido entrenado por mercenarios rusos. Era un dato real, disfrazado en la tapadera. El mercenario sonrió internamente.
Dae entrecerró los ojos. Algo en la respuesta de Eujin no encajaba con el perfil de un niño bueno que se había ganado el favor de un Ji Won. Había una dureza en sus ojos que contrastaba con su encanto.
—Ya veo. ¿Moscú? Yo estuve allí para unas vacaciones de esquí. ¿Te gusta el deporte, Eujin?
—Me gusta la adrenalina. La necesito —respondió Eujin, con una sinceridad inusual. La adrenalina es mi aire, pensó.
—Perfecto, justo a tiempo. Tenemos Educación Física y es un partido de fútbol, será un partido interesante. ¿Te unes, Eujin? Necesitamos rellenos.
La invitación era una prueba. Dae quería ver al "chico protegido" fallar, quería verlo torpe y fuera de lugar. La élite de Tae Son era atlética, no por pasión, sino por estética y disciplina.
—Me encantaría. Pero te advierto, Dae. En los deportes, soy competitivo.
—Eso me han dicho, Min Song —dijo Dae, su voz apenas velada por la amenaza—. Bienvenido al juego.
...La Lección de Humildad...
El campo de fútbol de Tae Son era prístino, un césped artificial perfecto. Se suponía que el partido era amistoso, pero con Dae Kim involucrado, era una batalla por el dominio. Rein estaba mirando desde las gradas, las chicas habían tenido un juego de voleibol que su equipo ganó y ahora podían disfrutar del partido de los chicos.
Los equipos se formaron rápidamente. Dae Kim era el capitán de su equipo, con sus mejores jugadores, todos altos y fuertes. Eujin estaba en los 'restos', los chicos menos coordinados, él era la nueva estrella del espectáculo.
El silbato sonó. Dae tomó el centro, sus movimientos eran los de un atleta entrenado, fuerte y rápido. El primer choque fue predecible: Dae se movió con arrogancia, driblando a dos chicos sin esfuerzo, pero justo cuando estaba a punto de disparar, el balón desapareció de su pie.
Eujin.
El mercenario se había deslizado, no corrido, sino deslizado con una fluidez inesperada, el balón atado a sus pies como un cachorro obediente. Su control era milimétrico, su visión del campo era la de un estratega militar.
Rein se quedó con los ojos abiertos. Eujin no jugaba al fútbol; él ejecutaba una operación encubierta con el balón.
Eujin hizo un pase limpio y preciso a un compañero que parecía sorprendido de recibirlo. El chico, animado, intentó disparar y falló horriblemente.
El castaño negó con la cabeza con una sonrisa. Se posicionó de nuevo, y cuando la pelota regresó a su control, la magia se desató.
Dae Kim estaba furioso. Ver al "chico protegido" dominar el campo era una afrenta personal. Intentó marcarlo de cerca, su juego se volvió agresivo, rozando la falta.
—¡Cuidado, Eujin! No es esgrima —gritó Dae.
—No. Esto es más fácil —respondió Eujin con un tono relajado, esquivando una patada con una finta tan rápida que hizo que Dae se cayera ligeramente.
Eujin no usaba la fuerza bruta. Usaba la anticipación, la lectura de movimiento. Era la habilidad de un asesino para predecir la trayectoria de una amenaza. En lugar de correr por el campo, parecía teletransportarse a donde estaría la pelota.
En el minuto quince, Eujin disparó. No fue un disparo potente, sino uno colocado con tanta precisión que el portero no pudo hacer nada más que observarlo entrar en la red.
1-0.
Eujin celebró chocando los cinco con el chico que antes había fallado el pase, levantando el ánimo del equipo de los "restos".
El partido se convirtió en una humillación para Dae Kim. Eujin anotó dos goles más, y asistió en otros dos, con pases que desmantelaron por completo la defensa del equipo de Dae. El marcador terminó 5-1.
Dae, con la cara roja y el sudor goteando, caminó hacia Eujin al final del partido. La furia en sus ojos era un fuego frío que solo Rein, una experta en máscaras, podía detectar.
—Tienes talento, Eujin. ¿Qué deporte practicaste en Moscú? ¿Ajedrez o el juego de la mentira?
—Ambos son juegos de estrategia, Dae. Y en ambos, me gusta ganar —respondió Eujin, el encanto de su sonrisa no alcanzaba sus ojos, que ahora eran dos pozos de alerta—. Y en cuanto al deporte, solo practiqué lo que era necesario.
Dae se limpió el sudor con una toalla, su voz baja y cargada de resentimiento.
—Aquí en Tae Son no importa lo talentoso que seas en un campo de fútbol, Eujin. Lo que importa es el linaje. Las conexiones. No te olvides de quién eres y de dónde vienes. No importa lo mucho que te disfraces.
—No estoy disfrazado, Dae. Soy quien soy. Un chico que llegó, y ahora… un chico que gana.
Rein observaba la interacción. No era solo el fútbol. Era el territorio. Dae veía a Eujin como una amenaza para su dominio, no solo por Rein, sino por el ambiente. Eujin, sin esfuerzo y sin intentar serlo, había robado el foco que Dae había construido durante los últimos años.
...La Promesa en la Piel...
La ducha y el cambio de ropa no disminuyeron la tensión. En el pasillo, Rein se apoyó en una columna, esperando que el tumulto de estudiantes disminuyera. Eujin salió de la zona de vestidores de hombres, con su uniforme impecable. Se detuvo frente a ella.
—¿Te divertiste con mi pequeña exhibición de talentos de Europa del Este?
—Fue... fascinante. Nunca te había visto en acción. Eres bueno.
—Me pagan por serlo.
—No en el fútbol.
—En todo lo que hago, Rein. Es una cuestión de disciplina —Él inclinó la cabeza, su mirada se detuvo en los ojos azules de ella—. ¿Me crees ahora?
—No. Pero ahora sé que eres un mentiroso con un buen toque de balón.
Eujin rió, un sonido grave y genuino.
—Eso es un progreso. Una fisura en el hielo.
La fisura se hizo más grande cuando Rein notó algo en el antebrazo de Eujin. Mientras él sostenía su mochila, la tela de su camisa se deslizó ligeramente, revelando el borde de una cicatriz gruesa y blanca que se extendía bajo el puño. No era una cicatriz de un accidente de niño. Era una marca de guerra, de corte profundo. Eujin lo notó de inmediato, y se apresuró a bajar la manga.
—¿Qué es eso? —preguntó Rein, su voz inusualmente suave. Su curiosidad era más fuerte que su desconfianza.
Eujin se tensó. Se colocó la mochila al hombro, un movimiento para cubrir la zona.
—Nada. Un viejo recuerdo.
—Parece una herida grave.
—Las cicatrices son solo un recordatorio de que fuiste más fuerte que lo que intentó matarte. Olvídalo.
El tono de Eujin era de cierre, de una privacidad profunda que Rein respetó a regañadientes. Ella entendió de inmediato: él no compartía esa historia. Y la forma en que lo había cubierto con tanta rapidez indicaba que el "viejo recuerdo" era parte de la verdad que él no podía revelar.
Caminaron en silencio durante un momento, el sonido de sus pasos resonando en el mármol.
—Tengo algo que hacer en la tarde. Una reunión con el Consejo Estudiantil —dijo Rein.
—Lo sé. Ya me lo dijo tu agenda compartida —Eujin sacó su teléfono, verificando el horario—. Es a las 4:00 p.m. y termina a las 5:30 p.m. Después, entrenamiento de piano. A las 7:00 p.m., cena de caridad con tu padre. ¿Es eso correcto?
Rein se detuvo en seco.
—¿Cómo tienes mi agenda?
—La envié a mi calendario. El señor Ji Won quiere que esté al tanto de tus movimientos. Seguridad, ¿recuerdas?
Era una mentira a medias. Él había hackeado su calendario.
—Te lo prohíbo. Borra eso ahora mismo.
Eujin sonrió con una arrogancia encantadora.
—No, es mi trabajo. No puedo protegerte de lo que no sé.
—No necesito protección. Soy una Ji Won. Soy capaz de cuidarme sola.
—Eres la heredera más valiosa de Corea del Sur. Y aunque seas tan fuerte como el acero, eres un blanco. Es mi trabajo, Rein. No lo tomes personal.
Eujin se inclinó, su aliento caliente contra su oído. La intimidad forzada era otra arma.
—Pero, hablando de agendas. La tuya no incluye planes a partir de las 9:00 p.m.
Ella lo empujó ligeramente.
—Ya veremos. No voy a renunciar a mi noche de libertad por tu culpa.
—No tienes que hacerlo. ¿Recuerdas nuestro pacto?
Eujin la miró, sus ojos oscuros brillando con la promesa de la noche anterior.
—Tú me enseñas tu Seúl, yo mantengo tu secreto a salvo. Esta noche me parece buena idea, Ji Won.
Y con esa petición, el mercenario se dio la vuelta y se fue, dejando a Rein completamente desestabilizada. Había pasado de ser su sombra a ser el dueño temporal de su secreto. El hielo se estaba agrietando, no por la fuerza, sino por la sutil calidez de una sonrisa peligrosa.
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