Elena no caminaba; flotaba. El mundo se había vuelto un murmullo distante, y el único sonido audible era el crujido del cristal roto dentro de su pecho. El pesado regalo de aniversario se sentía liviano y absurdo en su mano, un símbolo de la ciega estupidez que había sido su matrimonio.
Cuando salió del ascensor en la planta baja, su visión nublada por el shock se encontró con un par de zapatos de diseñador y una falda de corte impecable.
—Vaya, vaya. Miren a quién tenemos aquí —La voz era afilada y llena de burla. Miranda de la Garza la observaba desde el lobby, con una sonrisa petulante que le tensaba el rostro—. ¿Esperando a mi hijo? Supongo que el almuerzo se alargó.
Elena no pudo hablar. Su garganta estaba seca y la escena del despacho se repetía en un bucle doloroso.
Miranda se acercó, y por primera vez, Elena notó el brillo genuino de la satisfacción en los ojos de su suegra. Era una satisfacción que iba más allá de la animosidad diaria.
—¿No vas a decir nada, querida? —Miranda se detuvo, clavando su mirada de acero en los ojos café de Elena—. Lían es un hombre con necesidades. ¿De verdad pensaste que una chica simple como tú iba a ser suficiente para mantenerlo entretenido en una cama de oro?
El aliento se le cortó a Elena. Esto no era solo desprecio; era complicidad.
—Usted... ¿Usted lo sabía? —consiguió susurrar Elena, la bolsa de terciopelo temblando entre sus dedos.
Miranda se encogió de hombros con una elegancia escalofriante.
—Por supuesto que lo sabía. Y lo fomenté. Lían nunca debió casarse contigo. Eres una mancha en su impecable apellido. Ahora, deja de hacer el ridículo. Vuelve a casa, llora si quieres, pero no se te ocurra armar un escándalo. Cumple tu función como esposa florero y mira hacia otro lado, como hacen todas las mujeres inteligentes.
Esa última frase fue la estocada final. No solo su esposo la había traicionado, sino que su suegra había sido el arquitecto silencioso de su humillación, y esperaban que ella aceptara dócilmente su papel de mártir. La vergüenza y el dolor se fusionaron en una rabia helada.
—No voy a volver a esa jaula —dijo Elena, y aunque su voz era baja, tenía una firmeza nueva y aterradora.
Miranda soltó una carcajada burlona.
—Siempre tan dramática. ¿Y a dónde irás? ¿Volverás a tu patética vida anterior? No tienes nada. No eres nadie sin el apellido De la Garza.
En ese momento, Elena sintió que si se quedaba un minuto más en esa ciudad, en ese mundo, el dolor la devoraría por completo. No iba a ser la esposa que mira hacia otro lado. No iba a ser el trofeo roto.
Sin dirigirle una palabra más a Miranda, Elena se giró. Corrió a la salida, ignorando las miradas. Corrió hasta el estacionamiento y se metió en su coche, un modelo modesto que le había regalado su padre y que ella conducía en secreto para escapar de los choferes de Lían.
Huir. Esa era la única palabra que resonaba en el vacío de su mente. No sabía a dónde iba, ni le importaba. Solo necesitaba distancia, escapar de la traición, de la burla, del aire que olía a la mentira de Lían y la maldad de Miranda.
Arrancó el motor con un rugido violento. La ciudad, antes un símbolo de su vida perfecta, se convirtió en un laberinto de cristal y acero que debía dejar atrás. Pisó el acelerador, dirigiéndose hacia la carretera abierta, buscando un lugar donde el eco de “Elena es el adorno, cariño. Tú eres el postre” no pudiera alcanzarla jamás.
Lo que no sabía era que, mientras su coche se alejaba bajo el cielo gris, su huida no la llevaría a una ciudad nueva, sino a una vida completamente nueva.
El coche de Elena devoraba los kilómetros, pero su mente corría aún más rápido. Las imágenes de Lían y la secretaria, las palabras venenosas de Miranda, se reproducían en un bucle infernal. La radio intentaba imponer su alegre melodía, pero Elena la ahogó, incapaz de tolerar nada que no fuera el rugido furioso de su propio motor y el temblor de su cuerpo.
Las lágrimas se mezclaban con el sudor frío que le empapaba la nuca. La carretera, que al principio prometía liberación, se convertía en una cinta oscura y monótona. El sol, que había brillado al mediodía, se hundía ahora en el horizonte, tiñendo el cielo de un naranja y morado melancólico.
No veía los límites de velocidad, no sentía el volante, solo una necesidad descontrolada de escapar. La oscuridad fue envolviendo el paisaje, y una fina pero insistente nevada comenzó a caer, pintando el parabrisas de copos blancos que se derretían al instante. Las luces de los otros coches se volvieron borrosas, distantes.
En un instante, el asfalto se cubrió de una fina capa traicionera de hielo. Elena no la vio. Sintió el derrape antes de entender lo que pasaba. El volante se volvió loco en sus manos, inútil. Los neumáticos chillaron en una protesta aguda, perdiendo toda adherencia. Su coche giró sin control, una peonza desbocada en la oscuridad.
Un segundo de terror absoluto. El mundo se puso de lado, las luces se encendieron y apagaron en una danza caótica, y el sonido de metal retorciéndose y cristales haciéndose añicos llenó el universo. El golpe final fue un impacto seco y brutal contra un árbol solitario al costado de la carretera.
Todo se volvió negro.
No hubo dolor. No hubo pánico. Solo un profundo, inmenso silencio. La última bocanada de aire se le escapó a Elena en una exhalación tan vacía como los últimos dos años de su matrimonio. A sus veinte años, había huido de una traición y encontró el final en una carretera nevada.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 42 Episodes
Comments
Omirsa Benites
Se acabó tu vida por culpa de esos desgraciados empezando por tu suegra que es una perra mal paria y el desgraciado de Lian 🤬🤬🤬🤬🤬🤬🤬
2025-10-02
1
jmlanena
Se detuvo el dolor, se acabó el sufrimiento y se terminó su vida en el más absoluto silencio y en la más profunda oscuridad!!!! 😭😭😭😭
2025-10-01
1
Bettzi Iseth Nieto Peralta
me gustaría saber a qué edad se casó, por que según dices, tiene 20 años pues surge la pregunta
2025-09-30
2