Capitulo V Invitación inesperada

Punto de vista de Laura

Las vacaciones de Zoé habían terminado. Regresó a clases, dejándome de nuevo en el vacío de una casa que, a pesar de sus lujos, se sentía como una prisión. Tres meses. Tres meses de aislamiento, con solo cinco o seis llamadas a mi madre. Mis mañanas sin la niña eran un lienzo en blanco. Sentada en la cocina, hojeaba una revista, buscando alguna distracción, hasta que una foto me hizo temblar. Felipe. Estaba con una mujer, y el artículo anunciaba su próxima boda. La furia me subió por el pecho. ¿Reemplazada por alguien de veinte años? Sentí un deseo de romperlo todo.

—Saldrá fuego de tus ojos si sigues mirando así esa revista —dijo una voz que me hizo saltar del asiento. Era Damián.

—¡Me asustó, señor! —exclamé, llevando una mano a mi pecho. El aire que había retenido por la impresión salió en un suspiro.

Él me quitó la revista con una sonrisa maliciosa. —¿Qué tanto ves? Así que el cobarde encontró un nuevo amor —murmuró, su mirada clavada en la página. —¿Esto te afectó? —El sarcasmo en su voz era una punzada.

—No, señor. Es solo que no pensé que se fuera a casar tan rápido. —Mi respuesta fue sincera.

—Felipe no es más que un imbécil. ¿Quién en su sano juicio cambia una botella de vino fino por una de segunda?

Me quedé en silencio, confundida. No sabía si hablaba de mí o del vino. Él se acercó, tomó el tenedor de mi mano y, con un movimiento tan lento que me pareció sensual, llevó un trozo de fruta a su boca. Me quedé hipnotizada por la intensidad de su mirada, un deseo oscuro se despertó en mí.

—No hablo del vino —susurró, tan cerca que sentí su aliento en mi oreja. Luego se alejó y salió de la cocina.

Sacudí la cabeza para alejar esos pensamientos. ¿Qué me estaba pasando? ¿Cómo podía sentirme atraída por un hombre que me había robado la libertad?

Me refugié en el jardín, con la esperanza de que el aire fresco me ayudara a poner mis pensamientos en orden. Me senté junto a la piscina y recordé mi vida universitaria. Fui una idiota al dejar mi carrera por un hombre sin carácter como Felipe. Solo me quería como un trofeo, un accesorio. Ahora lo entendía.

El mediodía llegó, y con él, mi niña. Zoé se había convertido en mi todo, mi consuelo en esta jaula de oro. Aunque no era mi hija biológica, me aferré a la idea de sentirla como tal.

—¡Laura! —Su vocecita me llamó, sacándome de mis pensamientos. La vi correr hacia mí, con una sonrisa de oreja a oreja, mientras Damián la seguía, con una rara y suave sonrisa en su rostro.

—Pequeña, te extrañé —le dije con sinceridad.

—Yo también, pero tengo muchas cosas que contarte.

Zoé, a pesar de sus seis años, era una niña madura. Me contó sobre unos niños que se habían metido con ella y cómo los había puesto en su lugar. No pude evitar sonreír: era la digna hija de su padre.

—Basta de cháchara. Ve a cambiarte para almorzar —ordenó Damián. Su tono era más suave cuando hablaba con ella. La risa de Zoé llenó el aire de la casa, haciendo que mi corazón se sintiera lleno.

—Con permiso, voy a ayudar a la niña.

—Esta noche cenarás conmigo. Tienes varios vestidos en tu habitación, escoge el que más te guste.

Me quedé de piedra. Sentí una punzada de nerviosismo. —¿Mi trabajo es solo cuidar de la niña. —dije, tratando de sonar firme.

—Tu trabajo es hacer lo que yo diga. Recuerda que tu amado Felipe aún no paga lo que me debe, por lo que tu vida me pertenece.

Damián se alejó, dejándome sola con la cruda realidad. Estaba claro que este hombre se estaba fijando en mí.

La tarde pasó, y a las seis, Alice, la ama de llaves, me informó que Damián me esperaba. En mi habitación, encontré una serie de vestidos, zapatos, joyas y perfumes. Era como mi propia boutique privada.

Opté por un vestido negro. Quería parecer invisible, no llamar la atención. Me hice una cola de caballo, me puse poco maquillaje y unas joyas discretas. Al verme en el espejo, me recordé a la mujer que fui antes de Felipe. Mi madre me había enseñado que la verdadera elegancia no necesita ser ostentosa. Felipe, en cambio, prefería que usara ropa ajustada para lucirme como un trofeo.

El sonido de la puerta me sacó de mis pensamientos. Era una de las sirvientas, anunciando que el auto había llegado y que el jefe no le gustaba esperar. Bajé las escaleras, y lo vi. Llevaba un traje hecho a su medida. Se veía tan apuesto que por un instante olvidé que era mi secuestrador. Damián se giró, y la frialdad que había en sus ojos se desvaneció al verme.

—Perdón por la demora —dije, sintiendo la tensión en el aire.

—Valió la pena cada maldito segundo que tardaste —respondió, sin quitarme los ojos de encima. Su voz era ronca y baja.

Subimos al auto. Antes de que pudiera preguntar, me vendó los ojos. —No puedo arriesgarme a que sepas cómo llegar a mi casa —susurró, y esta vez, su voz no era de amenaza, sino de disculpa.

—Lo entiendo —respondí con calma. Era la primera vez que salía de esa jaula de oro desde que me habían traído.

Durante el trayecto de salida el silencio reino en el auto, solo se escuchaba en rugido del motor y la respiración del hombre a mi lado, empece a jugar con mis manos sintiéndome nerviosa, el corazón quería salir de mi pecho. De pronto sentí que Damián se movía cerca de mí, su aliento chocaba contra mi cara poniéndome aún más nerviosa, con suavidad empezó a quitar la venda de mis ojos, al verlo tan cerca hizo que tragara saliva de manera brusca.

—Ya salimos de la propiedad y estamos muy lejos de esta, — comento dándome espacio.

Sonreí, luego gire la mirada a la ciudad, tenía tanto tiempo sin verla que extrañaba el bullicio y las luces de la misma.

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