Capítulo 4

El salón aún bullía con la revelación. La noticia de que me casaría con Gael Castellani, el tío joven de mi ex, se había extendido como fuego en paja seca. Las miradas se cruzaban, algunas de asombro, otras de escarnio, pero lo más impactante era el rostro lívido del hombre que me había llevado a la muerte en la vida pasada.

Él atravesó el salón con pasos apresurados, la mandíbula rígida, la amante corriendo detrás de él como una sombra. Se detuvo frente a mí y a Gael, ignorando por completo la etiqueta y la presencia de todos.

—¿Te has vuelto loca de una vez, verdad? —dijo, con la voz baja, pero cargada de veneno—. ¿Casarte con él? Con… ¿con mi tío?

El silencio cayó como una piedra. Podía sentir las miradas fijas en nosotros, esperando mi reacción.

En la vida pasada, me habría sonrojado, atascado en explicaciones, intentando justificarme. Esta vez, no.

Levanté la barbilla, apreté más fuerte la mano de Gael y encaré a mi ex con una media sonrisa.

—Prefiero casarme con un hombre de honor que con alguien que no conoce el significado de la palabra lealtad.

El rubor de rabia subió por su cuello. Sus ojos centelleaban, y por un instante se olvidó hasta de la amante, que tiraba discretamente de su manga, temiendo que se expusiera demasiado.

—No sabes lo que estás haciendo —insistió, con la voz casi un susurro—. Este matrimonio te va a destruir.

—Ya me destruyeron una vez —respondí fríamente—. La diferencia es que ahora no soy yo quien debe tener miedo.

La tensión era palpable. Podía sentir mi corazón latiendo con fuerza en el pecho, pero la sensación de enfrentarlo de frente, sin bajar la cabeza, era liberadora.

Fue entonces cuando Gael se inclinó ligeramente hacia adelante, su voz grave cortando el aire como una lámina.

—No hables así con mi prometida.

Todos contuvieron la respiración. Era raro oír a Gael pronunciarse en público, y mucho menos de forma tan incisiva. Su tono no dejaba espacio para réplica.

Mi ex abrió la boca, listo para replicar, pero la mirada de Gael lo paralizó. No era solo una reprimenda: era una advertencia.

La amante, fingiendo calma, intervino:

—Adrian, no te exaltes. No necesitamos esto aquí…

Pero ya era tarde. La humillación pública estaba hecha. Él retrocedió, pero no antes de lanzarme una mirada de odio que heló mi espina dorsal. Sabía que él no desistiría tan fácilmente.

Más tarde, cuando la ceremonia terminó y los invitados se dispersaron, Gael me llamó en privado. Estábamos en una sala más reservada, lejos de las miradas curiosas. Él se volvió hacia mí, los ojos brillando en una mezcla de cálculo y sorpresa.

—¿Te has divertido? —preguntó, con una sonrisa torcida.

—¿Me he divertido? —repetí, arqueando las cejas—. Solo he dicho la verdad.

Él me observó por un instante, como si estuviera intentando descifrar mis intenciones. Finalmente, suspiró.

—No esperaba que fueras a defenderme. De hecho, estaba seguro de que retrocederías ante él.

—Yo ya retrocedí una vez —confesé, con la voz entrecortada—. Y lo perdí todo. No voy a repetir el mismo error.

Gael se inclinó hacia adelante, los dedos golpeando rítmicamente el brazo de la silla.

—Hablas como alguien que carga más de lo que debería. —Su voz era baja, casi un susurro—. Eso me intriga.

Desvié la mirada, temiendo que él pudiera ver más allá de lo que yo estaba dispuesta a revelar. Si él descubriera que había regresado del pasado, que cargaba recuerdos de una vida arruinada… tal vez todo cambiara.

—Digamos solo que he aprendido a reconocer a un enemigo cuando lo veo —respondí—. Y su sobrino… es uno de ellos.

Gael sonrió, pero había algo peligroso en ese gesto.

—Entonces parece que tenemos más en común de lo que imaginaba.

Me quedé en silencio, pero dentro de mí había una llama encendida. Allí, en aquel salón repleto de máscaras e intrigas, había trazado una nueva línea entre pasado y futuro.

De un lado, el hombre que me condenó. Del otro, el hombre que todos creían que era débil, pero que escondía una fuerza letal.

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