Selena, al ver a sus mejores amigos, apoya la bandeja sobre su mesa y se inclina hacia ellos.
—Ya sabéis que esta cafetería no es como las que vosotros os gustan. Aquí no hay sillones de terciopelo ni capuchinos con espuma en forma de corazón —la burla es suave, sin malicia, mientras empieza a recoger su mesa—. ¿Vais a tomar algo más?
Marcus abre la boca para responder, pero la voz ronca del jefe del local, Dan, interrumpe desde detrás de la barra:
—¡Selena! Sube el volumen de la tele, anda.
Ella se endereza de inmediato, suspira apenas y camina hacia el mando remoto junto a la máquina de café.
La pantalla, colgada en lo alto de la pared, escupe las imágenes en directo. Todos observan el televisor, pudiendo ver como todos los reporteros estan amontonados frente al cementerio.
Selena recuerda vagamente su primer día en su nuevo trabajo, cuando su jefe le contó algo que nunca olvidaría: Rick Vega y su hija habían estado aquí años atrás.
Padre e hija habían reservado el local para pasar un rato a solas, aprovechando la tranquilidad del lugar.
Desde aquel día, Selena supo que su jefe no solo apreciaba la cafetería, sino que se había convertido en un fan silencioso de la familia Vega.
El murmullo de los clientes se apaga poco a poco cuando la presentadora de las notícias empieza a hablar.
Selena apunta el control hacia la televisión y sube el volumen.
—Última hora: Luna Vega no se ha presentado a la conmemoración del décimo aniversario de la muerte de su padre, el legendario Rick Vega. Los periodistas, congregados desde primeras horas de la mañana, estallan en críticas y especulaciones.
Marcus se inclina hacia su hermana, con una sonrisa, y susurra lo bastante bajo para que solo Chloe lo escuche:
—Lo sabía. Ella es demasiado para estas pantomimas.
Chloe le lanza una mirada de reproche inmediato y le da un golpe seco en el brazo.
—Cállate y déjame escuchar.
Él finge una mueca de dolor.
En la pantalla, la periodista continúa:
—Este desplante se suma a la controversia de la semana pasada, cuando la cantante apareció evidentemente ebria en medio de un concierto, lo que generó una ola de críticas tanto en redes sociales como en la prensa especializada. Algunos expertos señalan que la artista podría estar lanzando una señal de socorro antes de que sea demasiado tarde.
Un murmullo recorre el local, mezcla de compasión y morbo.
Selena resopla con fastidio y baja la mirada, cruzándose de brazos.
—Tanta gente en el mundo —murmura—, y tenemos que perder el tiempo hablando de personas como ella...
Marcus gira la cabeza hacia ella, sorprendido por la dureza de su tono. Chloe se muerde el labio, incómoda, mientras en la pantalla los titulares rojos siguen girando alrededor de la cantante y el momento.
Selena anota los pedidos con rapidez, como si las palabras pudieran borrarle la incomodidad que le ha dejado la notícia.
—Un café solo para ti, Marcus, y un té chai para ti, Chloe —confirma sin mirarlos demasiado, guardando la libreta en el bolsillo del delantal.
Sin esperar respuesta, se da la vuelta y se dirige al mostrador.
"Luna Vega" sigue rebotando en las pantallas y en los murmullos, pero Selena intenta bloquearlo.
Desde detrás de la barra, mientras prepara las bebidas, no puede evitar fijarse en los mellizos.
Los ve conversando con esa naturalidad envidiable que siempre han tenido.
Marcus, el mayor por 30 segundos, se inclina hacia su hermana con esa sonrisa burlona tan característica. Chloe, como siempre, no tarda en cortarlo, propinándole un manotazo en el brazo cuando este invade su espacio personal.
Selena niega con la cabeza, esbozando una sonrisa breve. Son mellizos, sí. Sin embargo, són tan diferentes como el agua y el aceite.
Mientras termina de preparar el café humeante y el té con espuma especiada, su mente se enreda en un pensamiento que no puede evitar...
Ella sabe que Luna Vega lo ha tenido todo desde que nació: dinero, fama y un apellido que la abrió todas las puertas. No obstante, en los últimos meses resulta evidente que todo aquello que la sostenía ha terminado por desplomarse sobre ella.
Lo más grave de todo es que nadie parece comprender que la abundancia también puede llegar a asfixiar. Para los demás, ella continúa siendo esa figura intocable, su ídolo inquebrantable.
Selena coloca con cuidado las tazas sobre la bandeja y se prepara para llevar el pedido a sus amigos.
Suspira.
Ella más que nadie, sabe que existe un mundo más allá de los dramas de las celebridades, un mundo de problemas reales y vidas que jamás acaparan titulares. Nadie coloca cámaras frente a las casas de acogida, nadie escucha esas historias que se pierden en silencio.
Con otro suspiro, alza la bandeja y se obliga a recomponer el gesto.
Camina hacia sus amigos, escondiendo sus pensamientos bajo la sonrisa impecable que el trabajo exige.
—Aquí tenéis.
—Gracias, Sel —responde Chloe enseguida, con esa calidez que nunca parece perder.
Marcus asiente también, antes de dar el primer sorbo a su café.
Hay un silencio breve, hasta que Chloe se inclina hacia ella.
—¿Y a qué hora terminas hoy?
—A las tres de la tarde —contesta Selena sin dudar, como si ya estuviera acostumbrada a dar esa respuesta.
Marcus arquea una ceja, intrigado.
—¿Y cómo piensas compaginar eso con la universidad? No puedes estar agotada en clases, Sel.
Ella se cruza de brazos un instante, como si se preparara para esa pregunta que lleva escuchando desde que empezó allí.
—El trabajo es bastante flexible. Los fines de semana los tengo libres y solo hago mañanas.
Los mellizos se miran entre sí, compartiendo esa expresión de ligera incredulidad que tanto los delata.
—No sé, Sel... —murmura Chloe, girando la taza entre las manos—. No me convence del todo.
Marcus asiente, con un gesto de desaprobación contenido.
—Suena demasiado.
Selena sostiene la mirada de ambos, sin perder la sonrisa cansada que ya se ha vuelto parte de su rostro.
—Tranquilos. Sé lo que hago.
Y aunque lo dice con seguridad, por dentro siente ese mismo cosquilleo incómodo que siempre la acompaña cuando hablan de su futuro.
La mañana transcurre con normalidad. Los pedidos se suceden, los cafés humean, las tazas se acumulan y se lavan, y Selena se mueve con la práctica calma de alguien que ha aprendido a mantener el ritmo sin que nada la desborde.
Los mellizos se despiden con un último gesto y una sonrisa antes de marcharse. El murmullo de la cafetería vuelve a ocupar el espacio vacío que dejan.
El reloj avanza rápido; la hora de cerrar se aproxima.
—Selena, empieza a retirar las mesas de la calle —le indica su jefe, mientras los últimos clientes siguen tomando asiento o pagando en caja.
Ella suspira, pero no protesta. No debe.
Comienza a recoger las mesas y sillas, limpiando las superficies mientras escucha el murmullo inevitable que se intensifica afuera.
Algunos coches permanecen estacionados frente a la calle que lleva al cementerio, motores encendidos, esperando con paciencia impaciente una aparición que parece que nunca va a llegar.
Selena observa de reojo la escena y no puede evitar soltar una risa baja, casi para sí misma:
—Una niña que lo ha tenido siempre todo no va a presentarse así como así, solo para que la fotografíen...
Se agacha para limpiar una mesa baja, ajusta un mantel que se ha arrugado y contempla los vehículos que empiezan a retirarse derrotados, uno tras otro.
Mientras termina de preparar la última mesa, Selena siente el cansancio acumulado, pero también esa pequeña satisfacción de saber que, aunque el ruido afuera siga, ella mantiene su control, su rutina, su manera de mantenerse a flote, y que nunca habrá nada que pueda romper ese control...
De repente, un estruendo de motor corta la calma.
Un coche negro de alta gama pasa a toda velocidad por la calle del cementerio. Los pocos vehículos de periodistas que aún permanecían cerca reaccionan de inmediato: luces encendidas, bocinas, motores rugiendo mientras se lanzan en persecución.
Selena escucha, atenta, cómo las voces de los reporteros flotan entre el ruido:
—¡La han visto dentro de ese coche!
—¡Es ella!
—¡Solo puede ser ella!
El coche desaparece en la distancia y, casi al instante, todos los periodistas siguen detrás, como si un imán invisible los arrastrara.
Selena se detiene, expectante, observando la escena desde la acera de la cafetería.
La calle, que hace unos minutos parecía viva con murmullos y coches, ahora luce desolada. No importa quién está enterrado, qué se conmemora, ni qué tragedia reciente marca el lugar. Todo lo que parece contar en ese instante es ella.
Siempre ella.
Un escalofrío recorre su espalda, mezcla de la incredulidad y resignación que le produce la escena:
Así es el mundo en el que vivimos. Un mundo obsesionado con la fachada, ignorando lo que no entra en el lente, mientras la vida real continúa, silenciosa y sin testigos.
Poco a poco, los últimos clientes terminan de recoger sus cosas. Selena entra detrás del mostrador y, con una sonrisa cordial, les da las gracias mientras salen de la tienda, uno tras otro, hasta que finalmente la cafetería queda vacía.
Se queda unos minutos limpiando las mesas, asegurándose de que todo esté en orden. Cada sonido, cada roce de silla, resuena en la tranquilidad que queda tras la marcha de todos los clientes.
Entonces, la campana de la puerta suena suavemente.
—Pensaba que no se iban a ir nunca... —dice una voz cansada.
Selena, dando la espalda a esa persona, responde sin pensarlo demasiado:
—Lo siento, vuelva más tarde, estamos cerrando.
En ese instante, su jefe sale del almacén. Y cuando ve quién ha entrado en el local, se detiene en seco, petrificado. Un plato que sostenía resbala de sus manos y cae al suelo haciéndose añicos.
Selena se da vuelta lentamente, el corazón golpeándole el pecho cuando ve quién ha entrado.
Frente a ella, ocupando toda la entrada de la pequeña cafetería, está Luna Vega.
La cantante, que hasta ahora había sido solo imágenes en la televisión y rumores en la ciudad, está real, tangible, respirando al otro lado del mostrador.
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Comments
/Issy_Is/
Esta historia merece mucho más apoyo del que recibe. ¡¡LA AMO!! 💖
2025-09-21
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