Sorpresas.

El "Jefe de jefes", dijera Trini, ignora lo que acaba de decir Julián y lo llama afuera. No sé por qué se me hace familiar, y no hablo de lo que pasó en la mañana; es como si ya lo hubiera visto. Su aura es difícil de ignorar.

Julián no tarda en regresar y suspira, sentándose.

—Estás contratada, tienes una semana de prueba.

—¿Pero me pagarán, verdad? Porque se oyó como cuando te dan una semana de prueba gratis.

Se lo digo, y él suelta una risa sincera.

Me explica lo de los pagos y no sé si valga la pena, porque se nota que su jefe es un imbécil con traje.

Cuando terminamos, extiende su mano y la tomo. Me abre la puerta y salgo. Camino por el pasillo, salgo de la empresa y, afuera, siento que respiro aire fresco. Entro a mi carro y conduzco de vuelta a casa, no sin antes pasar por pizza para celebrar.

Entro a la casa y mi hija corre hacia mí cuando me ve.

—Miren lo que traje.

Lo digo y dejo todo para cargarla. Le doy de comer mientras le cuento a mi tía todo lo que pasó en la entrevista.

—El que te entrevistó es un joven muy lindo y amable, es amigo del dueño.

—Uno es dulzura, lo he visto una que otra vez, y el otro veneno… pero está guapo el desgraciado —dice Trini, y mi tía la ve mal.

—Cuida tus palabras.

—Uno es dulce y el otro amargo —dice Emma, y nos reímos, ya que siempre comenta cosas que alivianan el momento.

Después de un rato, Emma se duerme y la subo a la habitación. Una vez que la acuesto, mi tía me espera afuera y sé a lo que viene.

—Ya tienes el trabajo, renuncia al otro.

—Me dijeron que tengo una semana de prueba. Tía, no quiero confiarme y que luego digan que siempre no, ¿y entonces qué haré?

—Mi sueldo no es mucho, pero…

—Ya sé a dónde va esta plática, pero no, tía. No tienes responsabilidad sobre mí. Tú tienes tus propios problemas, y el mío es mi hija.

Ella asiente, y sé que quiere ayudarme, pero tiene sus propios gastos con mi prima.

Baja las escaleras y mi prima la sigue, diciéndome adiós.

Recojo los juguetes y limpio un poco la casa. Me meto a bañar y salgo con ropa cómoda. Me acuesto al lado de mi hija, a quien pego a mí como si se me fuera a escapar.

Cada que cierro los ojos, los recuerdos me golpean uno tras otro, obligándome a abrirlos.

No ha habido un momento en el que pueda dormir horas seguidas, no desde que mi hija nació. No puede estar sin supervisión, y sé que hasta el mínimo segundo puede salvarla en una de esas convulsiones que le dan. Haré lo que sea para que ella pueda tener una vida común, como cualquier niño.

Su operación es muy costosa en caso de que la medicina no la ayude, y por ahora estoy tranquila, ya que no ha convulsionado en mucho tiempo. Esa es una buena señal, aunque apenas me alcance para comprar su medicamento.

Cuando llega la hora en la que debo arreglarme, escucho que abren la puerta. Salgo y veo a mi tía y a mi prima entrar.

Me sonríen y me arreglo rápido. Bajo y mi tía deja un topper con comida.

Me abraza y lo acepto, ya que no me gusta pelear con ella.

—Eres una gran madre —me dice, y asiento.

Las dos nos miramos.

Mi prima se despide de mí y, como todos los días, me voy tranquila al trabajo.

Llego directo a cambiarme y, al ver a Nora maquillándose el rostro, ya sé lo que significa: su novio la golpeó, necesita más droga. Él solo la manda a trabajar cuando necesita dinero.

Para todas es normal. Me anuncian, indicándome que es mi hora de salir.

Salgo, subo al escenario donde he bailado por casi tres años, pero siento cómo todo mi cuerpo se congela al ver a Julián, el que me entrevistó, sentado en una mesa. Y me pongo peor cuando veo llegar al que supuestamente será mi "jefe" a partir de mañana. Este no mira a ningún lado, solo se sienta con su rostro de aburrimiento.

¿Y lo más importante? ¿Qué hace aquí un hombre como él?

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