La taza de café voló por el aire y se estrelló contra el suelo, dejando un charco oscuro entre los trozos de cerámica.
—¡¿Frío otra vez, Gia?! —gritó Roberto con la voz áspera, cargada de furia—. ¡Maldita inútil!
Grupo con los ojos entrecerrados por la rabia y el veneno que lo recorría cada mañana, cruzó la cocina golpeando los muebles al paso.
—¡Gia! ¡GIAAAA! ¡Maldita sea! ¿Dónde demonios estas? —gritó, sin preocuparse por despertar al vecindario. Era parte de su rutina: el desayuno servido, el café caliente, el beso forzado en la frente antes de salir como si fuera el mejor esposo del mundo.
Pero la casa estaba vacía. El silencio comenzó a incomodarlo.
Subió las escaleras a zancadas. Abrió el armario de par en par. No faltaba nada, todo estaba en su lugar. Se detuvo. Frunció el ceño. Abrió el baño. Nada. Ni una nota, ni una señal.
—Debe estar escondida como la cobarde que es… —murmuró, pateando una silla del dormitorio—. Me hace llegar tarde, y encima se pone con juegos.
Al volver a la planta baja, recogió su saco, revisó su celular y lanzó una última amenaza al vacío:
—¡Cuando regrese vamos a ajustar cuentas, Gia! ¡Te lo juro!
Cerró la puerta de un portazo y se subió a su auto, maldiciendo a todo el mundo por su “mala mañana, por culpa de la inútil de su esposa”. No sospechaba todavía. Jamás pensaría que ella fuera capaz. Nadie escapa de él. Nadie lo deja. Además el estaba tranquilo porque la había aislado muy bien de todos y todo.
Llegó a su oficina como siempre: elegante, arrogante, con la sonrisa de fachada bien colocada.
Bianca lo esperaba en la recepción, sentada con una falda corta y una blusa que apenas contenía sus intenciones. En cuanto lo vio, se levantó y caminó hacia él contoneándose como si el edificio fuera su pasarela privada. Entraron a la oficina de Roberto, cerraron con seguro.
...Bianca...
—Buenos días, señor Marino… —susurró, mirándolo por debajo de las pestañas.
—¿Qué hay de bueno? —respondió él con desgano, pero dejó que sus manos recorrieran su cintura de forma posesiva—. La tarada de mi mujer me dejó el café frío otra vez. ¡Ni eso puede hacer bien!
Bianca soltó una risita burlona. Para luego mirarlo con una expresión coqueta y soltar
—Pobrecita debe estar perdiendo facultades —con tono burlón.
—No tiene facultades que perder, Bianca. Es una simplona. Apagada. Plana. Ni una pizca de gracia. Nada que ver como una mujer como tú —añadió, arrinconándola contra el escritorio —Tú sí sabes cómo tratar a un hombre.
Ella gimió, mientras él le apretaba la cadera sin sutileza.
Bianca soñaba con el día en que Roberto se cansara de Gia, le pidiera el divorcio, y le entregara el anillo que ella creía merecer. En su cabeza, ya se imaginaba firmando cheques como “Bianca de Marino”, presumiendo en eventos, enredada en joyas y títulos que no le correspondían. En esos 2 años de ser la amante, se había hecho muchas ilusiones.
Pero lo que Bianca no sabía era que Roberto nunca pensó en ella más allá del deseo. Era una distracción más. Una válvula de escape.
Su verdadero placer no estaba en amarla, sino en controlarla. Como hacía con todas.
Usarla, desecharla. Y ella, que había sido la amante que más había durado sin ser desechada y que estaba tan segura de su encanto, no veía que para él solo era una cosa más que poseer.
Y mientras Roberto se revolcaba con su amante en su oficina no se imaginaba que Gia ya no estaba. Y de que se había abierto una grieta en su prisión y esa grieta sería el principio del fin.
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Updated 30 Episodes
Comments
valeska garay campos
interesante
2025-09-04
1