El Extraño

Mi corazón se detuvo por un segundo mientras escuchaba a las chicas hablar.

—¿Estás segura?—insistió La del vestido negro coma incrédula.

—Por supuesto. Todos decían que Leandro y Ana estaban realmente enamorados. Salieron en secreto por mucho tiempo— añadió la otra chica, con la emoción brillando en sus ojos.

—Entonces, ¿Por qué se está comprometiendo con Camilo, el primer príncipe?—preguntó, claramente desconcertada.

—Porque Leandro no puede ser el rey licántropo— explicó la castaña, con voz grave. —Es hijo de una madre sustituta y está marcado por la maldición. Nadie permitiría que un príncipe maldito ascendiera al trono.

Sentí como mi pecho se apretaba mientras escuchaba cada palabra.

—Así qué Ana tuvo que casarse con Camilo para convertirse en la reina licántropa— concluyó la chica, bajando un poco la voz.

Hubo un momento de silencio entre todas como si estuvieran procesando lo que acaban de escuchar.

—Me pregunto cómo se siente Leandro en este momento— suspiró la de vestido negro.

Bajé la vista, sintiendo una oleada de emociones contradictorias. Había pasado toda mi vida creyendo que tenía el peor destino imaginable: siendo una Omega sin globo, despreciada por mi propia familia, invisible para el resto de la manada. Pero ahora...

¿Qué podía sentir Leandro Moon, un príncipe maldito, viendo a su compañera predestinada casarse con su hermano mayor, el legítimo heredero del trono?

Intenté ignorar el retumbar de los aplausos y las risas que llenaban el salón. Sabía lo que significaba ser rechazada, menospreciada, ser considerada una sombra que nadie deseaba. También conocía el dolor de estar alejada de alguien que podía haber sido importante en mi vida, aunque nunca lo había experimentado de la manera en que parecía estarlo viviendo Leandro.

Desvíe la mirada de la "feliz pareja", incapaz de soportar la perfección vacía que todos parecían idolatrar. Cuando volví a mirar hacia el escenario, me di cuenta de que Ana Camilo ya no estaban allí. Se habían marchado, tan sigilosos como había sido su beso vacío.

Lina regresó a mi lado, con su acostumbrada energía jovial.

—¿A quién buscas?— preguntó con una sonrisa burlona, como si supiera exactamente lo que pasa por mi mente.

—A nadie—respondí, encogiéndome de hombros mientras trataba de aparentar indiferencia.

Lina levantó una ceja, claramente incrédula, pero no insistió. En cambio, extendió una bebida hacia mí, y de inmediato negué con la cabeza.

—No, no quiero más—

—Oh, vamos, tienes que relajarte— insistió, empujando suavemente el vaso hacia mí. —Una más no te hará daño—

Suspiré, sabiendo que discutir con Lina era inútil. Tomé la bebida con mis manos temblorosas y me la llevé a los labios. El líquido ardió al bajar por mi garganta, pero no era peor que la sensación en mi pecho.

Vi a Lina aplaudirme emocionada cuando vio que terminé todo el vaso.

—¡Así se hace!— dijo riendo, antes de desaparecer entre la multitud en busca de otra bebida.

Me quedé sola, sintiendo como el ambiente del salón comenzaba a pesarme. Apenas Lina se me perdió de vista, todo a mi alrededor empezó a darme vuelta. Una sensación de mareo y debilidad me envolvió, y supe que no podía quedarme allí por más tiempo.

Saqué la tarjeta del hotel que lina me había dado horas antes. No estaba lejos, de hecho, el hotel estaba justo enfrente del lugar. Si permanecía aquí, Lina seguramente me obligaría a seguir bebiendo, o peor aún, terminaría inconsciente en medio de este bar.

Con pasos vacilantes, salí al aire fresco de la noche y crucé la calle hacia el hotel. Las luces del vestíbulo me cegaron momentáneamente, pero logré encontrar el ascensor. El número 601 grabado en la tarjeta se grabó en mi mente mientras subía al piso correspondiente.

Caminé por el pasillo, tambaleándome ligeramente. Cuando llegue a la puerta marcada con el número 601, no dude en abrirla.

Entre en la habitación, oscura y silenciosa, y cerré la puerta de atrás de mí. Busque a como de lugar el interruptor de la luz, pero antes de que pudiera alcanzarlo, un bajo gruñido lo uno resonó en la oscuridad.

El sonido heló mi sangre al instante.

—¿Quién eres tú?— gruñó la voz, baja y amenazante, Como si proviniera directamente de las sombras.

Intenté responder, pero las palabras se atascaron en mi garganta.

—Yo...— tartamudeé, y mi voz era temblorosa y apenas audible. Mi mente estaba completamente en blanco, Como si mi cerebro hubiera decidido rendirse justo en el momento en que más lo necesitaba.

La figura oscura Se movió ligeramente como acercándose, y el aire se volvió aún más pesado. Podía sentir el aura dominante del Alfa frente a mí, una energía casi tangible que hacía que mis rodillas flaquearon. La penumbra de la habitación impedía distinguir detalles, pero estaba claro que quien quiera que fuera, no estaba de buen humor.

La luz de la luna que se reflejaba por las ventanas era demasiado tenue para iluminar completamente la habitación, pero suficiente para que pudiera distinguir la silueta a mi alrededor. Y la figura frente a mí era inconfundiblemente dominante.

—¿Quién eres tú y qué estás haciendo en mi habitación?—volvió a decir la voz, con un tono más bajo y cargado de autoridad.

Abrí la boca para responder, para defenderme. Quería decirle que esta era mi habitación, y que, si alguien estaba en el lugar equivocado, era él. Pero las palabras no llegaron.

Mi cuerpo todavía debilitado por la bebida y la sensación de opresión que emanaba de él, comencé a tambalearme. Las piernas me fallaron, y antes de que pudiera detenerme, tropecé hacia adelante.

Caí directamente en sus brazos.

Me sorprendí al encontrarme con un par de ojos azules helados. Su rostro carecía de emociones mientras me observaba, esperando pacientemente a que respondiera.

Estaba desnudo, salvo por una pequeña toalla envuelta alrededor de su cintura, y la visión de su cuerpo musculoso me desorientó por completo. Sentí que estaba en un estado de trance, y todo lo que quería hacer era tocarlo.

—Tú...—su voz tembló cuando él me olfateó. Sus ojos Se abrieron con desconcierto. —¿Ana? ¿Eres tú? Ana...—

Parpadeé confundida. ¿Quién es Ana? El nombre me sonaba extrañamente familiar, como si lo hubiera escuchado recientemente, pero no podía recordar dónde en este momento. Quise decirle que mi nombre era Marcela, pero mi boca no obedecía. Todo lo que logré fue un leve gemido cuando él presionó su nariz contra mi cuello e inhaló profundamente.

—Hueles...— murmuró suavemente en mi oído. —Hueles muy bien, Ana—

Me pregunté de qué hablaba. Todos Los lobos tenían un aroma único. Todos, excepto yo. Entonces ¿cómo podía decir que huelo bien? En un instante, la respuesta me llegó. El perfume.

Me di cuenta de que él se refería al perfume que llevaba.

No pude hacer nada cuando él me tomó con ternura y me llevó a la cama. Me colocó con cuidado y se tumbó a mi lado. Sentí su aliento mezclado con el aroma inconfundible del alcohol. Mi visión estaba borrosa por la embriaguez, y en mi estado, confiaba únicamente en mi sentido de olfato. Para que un lobo llegara a este nivel de ebriedad, debía haber estado bebiendo durante horas.

Me obligué a abrir los ojos y lo observé. Me pregunté que lo atormentaba tanto como para querer olvidar con desesperación. Sus ojos azules y lados parecía más aterradores de cerca, atravesándome como si intentara despojarme de todos mis secretos. Sin embargo, Por más inquietante que fueran, no podía apartar la mirada. Me sentía atrapada en ellos, como si me estuviera derritiendo en sus brazos...

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