- ¿Estas bien? – me pregunto Daniela, mirándome con ternura.
Yo asentí, pero en mis ojos se asomaba la tormenta.
- Es solo que… - hice una pausa, bajando la mirada a mi té -. No sé qué esperar mañana.
Daniela se acomodo frente a mí, cruzando las piernas sobre el sofá.
- ¿De la universidad?
Yo asentí de nuevo, con un leve encogimiento de hombros.
- ¿Y si me miran raro? ¿Y si notan que no encajo? No vengo de una familia rica, no tengo ropa bonita, ni siquiera termine la prepa como se debe… ¿Qué voy a decir si me preguntan algo? ¿Qué hago si alguien me reconoce de la cafetería?
La voz se me quebró al final.
Las palabras que se me habían atascado en la garganta durante días.
Ahora salían como un río retenido, con miedo, con vergüenza.
Daniela se acercó y me tomo la mano con suavidad.
- Lina… tu mereces estar ahí tanto como cualquiera. Esa beca no te la dieron por lastima. Te la ganaste.
- No me siento así – murmuré en voz baja –
- Ya se. Pero te prometo que con el tiempo lo verás diferente. Lo que te hicieron en el orfanato no define quién eres.
Un silencio cálido se instaló entre nosotras.
Yo apreté la taza entre las manos, como si necesitara aferrarme a algo tangible.
- ¿Y si me vuelven a rechazar? – le pregunte, mas para mi misma que para Daniela - ¿Y si se ríen otra vez? ¿Y si se burlan de como camino, de cómo hablo…?
- Entonces me lo dices – me interrumpió Daniela con firmeza -. Me lo dices, y yo haré que los expulsen.
Yo solté una pequeña risa, entre divertida y conmovida.
- No puedes hacer eso…
- Mi papá sí. – Daniela me guiño un ojo, con una sonrisa rebelde –
Por un instante, el miedo que yo tenía se disipó. No por completo, pero lo suficiente como para respirar.
- Gracias – susurre –
- No me las des. No estoy haciendo nada que tu no harías por mí.
Más tarde esa noche, mientras Daniela dormía en su habitación, yo permanecí despierta en mi habitación, tumbada en la cama, mirando el techo.
El silencio me pesaba.
El departamento, por lujoso que fuera, no se sentía mío.
Revise por décima vez mi mochila, donde había guardado los cuadernos nuevos, los lápices, el bolígrafo barato que compre con mi primer salario, y la carpeta con los documentos de ingreso.
Todo estaba listo.
Excepto yo.
Encendí el celular y abrí el chat con mi mamá.
Si, mi madre ya no estaba, pero desde que ella falleció, solía escribirle mensajes como si ella pudiera leerlos en algún rincón del cielo.
Era mi forma de hablarle, de no olvidarla.
Mensajes de Lina, en el chat de su madre.
- Mamá… mañana empiezo la universidad.
- ¿Puedes creerlo? Tu hija, la que nadie elegía para los grupos, va a estudiar en una universidad con biblioteca enorme, aulas gigantes, salones con aire acondicionado…
- Tengo miedo, mucho miedo. Pero también quiero intentarlo. Solo… deséame suerte, allá arriba, donde estés.
Al amanecer, el sonido del despertador me arrancó de un sueño ligero.
Me vestí con la ropa más decente que tenía: unos jeans limpios y una blusa azul marino que me regaló Daniela días atrás.
No era de marca, pero era nueva.
Por primera vez en mucho tiempo, yo me sentí… bonita.
Daniela me esperaba en la cocina con dos cafés listos.
- ¿Lista? – me pregunto con una sonrisa –
- Creo que sí.
- Perfecto, hoy empieza una nueva etapa. Tienes permiso de tener miedo, pero no de rendirte. ¿Entendido?
Yo asentí. El nudo que sentía en el estómago seguía ahí, pero al menos ya no estaba sola.
El auto de Daniela se deslizó por las calles de la ciudad hasta llegar al imponente campus de la Universidad Central Z.
El edificio principal tenía columnas de mármol blanco, fuentes decorativas y escaleras tan anchas que yo pensé que podría perderme en ellas.
Al bajar del coche, mis piernas temblaron.
- No puedo – susurre, deteniéndome en seco –
Daniela se giró hacia mí.
- Lina…
- Es demasiado. Mira esto. Es como otro planeta.
- No mires los edificios. Mírame a mí Lina.
Yo levanté la vista.
Daniela estaba ahí, firme, segura, ofreciéndome la mano.
- Confía en mí, Lina. Solo da el primer paso. El resto, lo caminamos juntas.
Yo respire hondo. Luego respiré otra vez, cerré los ojos un segundo… y di un paso.
Uno solo.
Pero fue suficiente para que el mundo empezara a cambiar.
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