capítulo 3

Caleb, aún desorientado y débil, volvió a perder la conciencia apenas unos minutos después de que Arianna saliera de la habitación. Su cuerpo no podía más. La fiebre comenzaba a subir y el dolor punzante en su costado le nublaba los sentidos.

No supo cuánto tiempo había pasado, pero lo siguiente que percibió fue el sonido de una puerta abriéndose. Un hombre de cabello canoso y rostro curtido por los años entró apresuradamente. Vestía ropa moderna —aunque para Caleb todo le resultaba extraño— y llevaba una especie de bolsa de cuero negro que no entendía. El hombre colocó la bolsa sobre la cama, la abrió con un sonido metálico y comenzó a sacar cosas con rapidez: guantes, gasas, frascos, tijeras pequeñas, vendas.

—¿Quién eres...? —murmuró Caleb con voz ronca—. ¿Dónde está la mujer?

—No hables —respondió el hombre con tono firme pero no hostil—. No gastes energías. ¿Cómo te hiciste esto, muchacho?

Se arrodilló a su lado y comenzó a revisarle el abdomen con manos expertas, desinfectando la herida con algo que le ardió como el fuego. Caleb apretó los dientes.

—La señorita Lauren no me dio muchas explicaciones —añadió el hombre, mientras trabajaba—, pero debo saber si no estoy cometiendo ningún delito al ayudarte.

—¿Señorita Lauren...? —repitió Caleb, entre confuso y somnoliento.

El médico lo miró de reojo, frunciendo el ceño. Aquel joven parecía estar más perturbado que cuerdo. Sin embargo, sus heridas eran reales. Y graves.

—Está muy débil —murmuró el doctor para sí, mientras inyectaba un líquido transparente en una jeringa—. Necesita suero, descanso y antibióticos... lo que sea que haya pasado, no puede haber sido reciente. ¿Cuánto tiempo estuvo vagando así?

Caleb apenas escuchaba. Lo que sí sintió fue el ardor de la aguja y el sopor que empezaba a invadirlo. Su cuerpo, agotado, simplemente se rindió. Los párpados se le cerraron a medias mientras el hombre lo ayudaba a sentarse con cuidado.

—Vamos, arriba. Necesito acostarte en la cama. No me hagas romperte más de lo que ya estás —dijo el médico, guiándolo con cuidado.

Con un esfuerzo casi sobrehumano, Caleb logró incorporarse y caminar tambaleante hasta la cama. Cada paso era como caminar sobre cuchillas.

El hombre lo acomodó con cuidado entre las sábanas, colocando almohadas detrás de su espalda para mantenerlo erguido.

—Debes descansar al menos unos días. ¿Puedo preguntar cómo te hiciste esa herida? —preguntó, mientras le revisaba la presión y anotaba algo en su teléfono—. Te atravesaron el abdomen. Un poco más y estaríamos hablando de tu funeral.

—Fue... una espada —respondió Caleb con un hilo de voz, mirando al techo con expresión vacía.

—¿Una espada? —repitió el médico, arqueando una ceja—. ¿Acaso estabas en una fiesta de disfraces?

Caleb frunció el ceño, claramente sin comprender lo que el otro decía. ¿Fiesta? ¿Disfraces? ¿Qué clase de lugar era ese? ¿Dónde estaba? Su entorno no tenía sentido: los objetos, las luces, el mobiliario. Nada.

El médico notó su expresión de desconcierto, y suspiró. Claramente, el joven no estaba bien. O había recibido un fuerte golpe en la cabeza... o algo más profundo estaba ocurriendo.

Al terminar de curarlo, el hombre buscó el número de Arianna en su celular. Pero no hubo respuesta.

—Apagado —murmuró, molesto—. Fantástico.

Se volvió hacia Caleb, quien ya luchaba por mantener los ojos abiertos.

—No puedo contactar con la señorita, pero me quedaré abajo. Le informaré de tu estado apenas regrese. Si necesitas algo, llama. No intentes moverte por tu cuenta. El medicamento hará efecto pronto. Dormirás bien.

Caleb asintió con un leve movimiento de cabeza. No comprendía todo lo que ese hombre le decía, pero sí entendía algo: estaba a salvo… al menos por ahora. Sus ojos se cerraron lentamente mientras la medicina comenzaba a surtir efecto. El dolor se fue desvaneciendo en un mar de calor tibio y somnolencia. En cuestión de minutos, se sumió en un sueño profundo.

El médico, luego de asegurarse de que respiraba con normalidad, apagó la luz principal y cerró la puerta con cuidado.

—¿Qué demonios está pasando aquí...? —musitó para sí mientras bajaba las escaleras.

Afuera, el día avanzaba, indiferente a lo imposible que acababa de ocurrir dentro de aquella casa.

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Comments

Sonia Martinez Olvera

Sonia Martinez Olvera

será que si empiezo a escribir también una historia llegará a mi un príncipe? la rompiste escritora esta nueva novela es otro nivel

2025-06-06

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