capítulo 2

Capítulo 2

Un extraño en mi mundo

Arianna se detuvo en seco.

El pasillo estaba en silencio, iluminado por la tenue luz del atardecer que se colaba por los ventanales. Todo parecía en calma, y aun así, algo había cambiado. Un cosquilleo le recorrió la nuca. Su corazón latió con fuerza.

Llevó instintivamente la mano al colgante de cristal rojo que colgaba de su cuello. Estaba tibio. No, más que eso... estaba cálido. Vibrante. Vivo.

Una vibración suave, como un llamado, la hizo girarse. Sus pasos retrocedieron con lentitud hacia la puerta de su habitación. Una sensación extraña, de alerta y asombro, se instaló en su pecho.

Abrió la puerta.

Y entonces lo vio.

En medio del cambiador, sobre la alfombra de terciopelo gris, yacía un hombre.

Arianna se quedó congelada.

Su respiración se detuvo por un instante.

El desconocido estaba inconsciente, su cuerpo tendido de lado, con la ropa hecha jirones. Camisa desgarrada, chaqueta empapada en sangre seca y barro, botas cubiertas de polvo. Su piel tenía cortes y hematomas, y una herida abierta le cruzaba el costado. El cabello, largo y alborotado, le caía sobre el rostro como si fuera un príncipe caído en desgracia.

Y aun así... incluso en ese estado... era hermoso. Irreal.

Arianna retrocedió un paso, llevándose ambas manos a la boca.

—¿Qué demonios…?

Tragó saliva. No era un intruso. No era un ladrón. No había forma de que hubiera entrado sin que ella lo notara.

—Esto no puede ser real… —susurró.

Y entonces lo reconoció.

La cicatriz en su mejilla izquierda.

Exactamente igual a como la había descrito en su novela. Línea por línea. Marca por marca. La misma que le había narrado a Caleb en su historia cuando lo había creado.

Su mundo dio un vuelco.

Se arrodilló lentamente, como si su cuerpo se moviera por instinto, no por razón.

—Tú… tú no puedes existir.

Pero ahí estaba. Caleb.

El personaje que ella había inventado. El príncipe desterrado. El exiliado. El que había jurado venganza.

Estaba frente a ella. Real. Herido.

El colgante brilló con un resplandor tenue, rojo como la sangre. Como si reaccionara a su cercanía.

—Estoy soñando —murmuró Arianna, negando con la cabeza. Pero no era un sueño. Podía oler la sangre, sentir la tibieza de su piel, escuchar el sonido de su respiración entrecortada.

Dejó de pensar. Se puso de pie de golpe, fue al baño y regresó con toallas, gasas y un pequeño botiquín que siempre tenía a mano.

“Llama a emergencias”, pensó una parte racional de su mente. Pero otra voz más fuerte gritaba: “¿Y qué vas a decir? ¿Que un personaje de tu novela apareció herido en tu casa? ¿Te encerrarán o te doparán?”

Se arrodilló de nuevo. Con las manos temblorosas comenzó a limpiar las heridas. Sus dedos parecían saber lo que hacían. Como si, al haber escrito sobre cada batalla de Caleb, supiera exactamente dónde y cómo curarlo.

Cuando tocó su ceja herida, Caleb abrió los ojos.

Arianna dio un respingo.

Eran azules. No como el cielo o el mar. Eran de un azul profundo, hipnótico, inhumano. Casi le parecieron cargados de magia.

—¿Dónde…? —susurró él con voz ronca— ¿Dónde estoy?

Arianna no respondió. Sus labios se movieron, pero no salió sonido alguno.

Caleb intentó incorporarse, pero su cuerpo no respondió. Gruñó de dolor.

—Caleb… —dijo ella sin pensar.

Él alzó la vista, desconcertado.

—¿Cómo… sabes mi nombre?

Arianna retrocedió, confundida y aterrada. Esto era real. No cabía duda.

—Esto tiene que ser un sueño —murmuró, pasándose la mano por el rostro—. Estoy alucinando.

—¿Eres una sanadora? —preguntó él, frunciendo el ceño.

—¿Una qué?

—Pensé… que había muerto.

—No estás muerto —logró decir ella—. Estás en... mi casa. En mi mundo.

—¿Tu castillo?

Arianna lo miró, a punto de reír o de llorar.

—Esto no es un castillo. Es... es una mansión.

Caleb cerró los ojos, exhalando lentamente, como si el dolor le ganara la batalla.

Arianna no sabía qué hacer. Tenía que actuar rápido.

—Espera aquí… no te muevas —dijo con suavidad, sin saber si la oía.

Tomó su celular y marcó el número del médico familiar, un viejo amigo de su padre que solía visitarlos sin hacer demasiadas preguntas.

—Doctor Osorio… es urgente. Venga a la casa. No pregunte. Solo venga. Por favor.

Cortó antes de que él preguntara más.

Luego salió corriendo de la habitación, bajando las escaleras lo más rápido que pudo. En el vestíbulo, su hermano la esperaba impaciente junto al auto.

—¡Arianna! ¡Vamos, ya vamos tarde! —gruñó Víctor, abriendo la puerta del coche.

—Hermano… lo siento, no podré acompañarte… —dijo ella, curvándose con las manos sobre el abdomen.

Víctor la miró con los ojos entrecerrados, dudando.

—¿Ahora qué?

—Tengo cólicos. Me siento fatal. Creo que voy a morir.

—Muy bien. Si te mueres aquí o en la empresa no hará diferencia. Sube al auto.

Arianna, herida por su frialdad, se dejó caer al suelo, exagerando el gesto.

—¡No ves cómo estoy! Desearía que sufrieras esto algún día. ¡Mis caderas se parten! ¡No puedo caminar!

—Perfecto —replicó Víctor, caminando hacia ella—. Entonces yo te cargaré.

Ella se incorporó de inmediato, indignada.

—¡Acaso no te importa que me sienta mal!

—Vaya, ha ocurrido un milagro. Te veo con más energía que hace un minuto.

—¡No quiero ir! Me surgió algo importante. Muy importante.

Víctor cruzó los brazos.

—Me prometiste venir. Y no pienso dejarte aquí inventando excusas. Toma tu bolso y vamos.

—Pero…

—Mientras más rápido lleguemos, más rápido volverás.

Arianna apretó los dientes. No podía dejar solo a Caleb… ¿y si moría? ¿Y si desaparecía? ¿Y si todo era parte de una fantasía rota?

—Solo… déjame ver algo en mi habitación…

—No. Se nos hace tarde.

Sin más, la sujetó por el brazo y la llevó al auto. Arianna forcejeó un poco, pero sabía que resistirse sería inútil. Una vez dentro, se cruzó de brazos, furiosa, y empezó a escribir en su celular con desesperación.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó Víctor, mirándola de reojo.

—Te dije que no podía irme. ¡Necesito volver!

—Volverás cuando la reunión termine. Y guarda ese celular, ya sabes cómo es papá con eso.

Arianna reprimió un grito. Su mundo acababa de volverse del revés. Caleb estaba herido, sangrando en su armario. Y ella… atrapada en un auto rumbo a una aburrida reunión familiar.

Mientras el coche avanzaba por la avenida, Arianna apretó el colgante contra su pecho.

Caleb estaba aquí.

Y el destino acababa de empezar a escribir una historia completamente nueva.

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play